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Ética Em Aristóteles

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FONTE: ABBAGNANO, Nícolas. 4. ed. História de la Filosofía: Filosofía antigua, Filosofia patrística, filosofia escolástica. Hora: Barcelona, 1994. p. 148-151. v. 1. 
LA ETICA
Cada arte, cada investigación, así como cada acción y cada elección, están
hechas con vistas a un fin que nos parece bueno y deseable: el fin y el bien
coinciden. Los fines de las actividades humanas son múltiples y algunos de
ellos son deseados solamente en vista de fines superiores; por ejemplo,
deseamos la riqueza, la buena salud por la satisfacción y los placeres que nos
pueden proporcionar. Pero debe existir un fin supremo, que es deseado por
sí mismo, y no solamente como condición o medio para un fin ulterior. Si
los otros fines son bienes, éste es el bien supremo, del cual dependen todos
los otros. Y Aristóteles no duda de que este fin sea la felicidad. La búsqueda
y la determinación de este fin es el objeto primero y fundamental de la
ciencia política, porque solamente por referencia a él se puede determinar lo
que deben aprender o hacer los hombres en su vida social y personal. Mas,
¿en qué consiste la felicidad para el hombre?
Se puede responder a esta pregunta solamente si se determina cuál es la
misión propia del hombre. Cada cual es feliz cumpliendo bien su misión: el
músico cuando toca bien, el constructor cuando construye objetos
perfectos. Mas la misión propia del hombre no es la vida vegetativa, que le es
común con las plantas, ni la vida de los sentidos, que le es común con los
animales, sino solamente la vida de la razón. Así el hombre sólo será feliz si
vive según la razón; y esta vida es la virtud. El estudio sobre la felicidad se
transforma en un estudio sobre la virtud. Y el placer va unido a la vida según
la virtud. Esta es la verdadera actividad del hombre, y toda actividad es
acompañada y coronada por el placer (Et. Nic., X, 4, 1174 b). Los bienes
exteriores, como las riquezas, el poder o la belleza, pueden, con su
presencia, facilitar la vida virtuosa o volverla más difícil con su ausencia; mas
no pueden determinarla. La virtud y la maldad dependen solamente de los
hombres. El hombre, desde luego, no escoge el fin, que está en él por
naturaleza como una luz que lo lleva a juzgar rectamente y escoger el bien
verdadero (III, 5, 1113 b). Mas la virtud depende precisamente de la
elección de los medios que se hace en vista del bien supremo. Es, pues, libre
para el hombre.
En efecto, Aristóteles llama libre al que tiene en sí el principio de sus actos o
es "principio de sí mismo" (III, 3, 1112 b, 15-16). El hombre es libre
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precisamente en este sentido: en cuanto es "el principio y el padre de sus
actos como de sus hijos"; y tanto la virtud como el vicio son
manifestaciones de esta libertad (III, 5, 1113 b, 10 y sigs.).
Puesto que en el hombre, además de la parte racional del alma existe la
parte apetitiva, que aun careciendo de razón puede ser dominada y dirigida
por ella, así hay dos virtudes fundamentales: la primera consiste en el mismo
ejercicio de la razón, por lo cual es llamada intelectiva o racional
(dianohtike\); la otra consiste en el dominio de la razón sobre los impulsos
sensibles, que determina las buenas costumbres(e)=qoj = mos),y por eso se la
llama virtud moral (e)qikh\).
La virtud moral consiste en la "capacidad (e=cij, habitus) de escoger el
justo medio (meso\thj, mediocritas), adecuado a nuestra naturaleza, tal
como es determinado por la razón, y como podría determinarlo el sabio". El
justo medio excluye los dos extremos viciosos, que pecan uno por exceso,
otro por defecto. Esta capacidad de elección es un poder (δύναμις) que se
perfecciona y refuerza con el ejercicio. Sus diferentes aspectos constituyen
las varias virtudes éticas. El valor, que es el justo medio entre la cobardía y
la temeridad, determina lo que debemos o no debemos temer. La templanza,
que es el justo medio entre la intemperancia y la insensibilidad, se refiere al
uso moderado de los placeres. La liberalidad, justo medio entre la avaricia y
la prodigalidad, concierne el uso prudente de las riquezas. La magnanimidad,
que es el punto medio entre la vanidad y la humildad, concierne a la recta
opinión de sí mismo. La mansedumbre, que es el justo medio entre la
irascibilidad y la indolencia, concierne a la ira.
La virtud ética principal es la justicia, a la cual dedica Aristóteles un libro
entero de la ética (Nicom., V; Eudem., IV). En un sentido más general, es
decir, como conformidad a las leyes, la justicia no es una virtud particular,
mas la virtud íntegra y perfecta. En efecto, el hombre que respeta todas las
leyes es el hombre completamente virtuoso. Pero, además de este sentido
general, la justicia tiene un sentido específico y es entonces o distributiva o
conmutativa. La justicia distributiva es la que determina la distribución de
los honores o del dinero o de otros bienes que pueden ser divididos entre
quienes pertenecen a la misma comunidad. Estos bienes deben ser
distribuidos según los méritos de cada cual. Por eso la justicia distributiva es
semejante a una proporción geométrica en que las recompensas distribuidas
a dos personas se relacionan entre sí como sus méritos respectivos. La
justicia conmutativa, en cambio, se ocupa de los contratos, que pueden ser
voluntarios o involuntarios. Se dicen contratos voluntarios la compra, la
venta, el préstamo, el depósito, el alquiler, etc. Entre los contratos
involuntarios, los hay con fraude, como el robo, el maleficio, la traición, los
falsos testimonios; otros son violentos, como los golpes, el crimen, la rapiña,
la injuria, etc. La justicia conmutativa es correctiva: se ocupa de equilibrar
jas ventajas y desventajas entre dos contrayentes. En los contratos
involuntarios la pena infligida al reo debe ser proporcional al daño causado.
Esta justicia es, pues, similar a una proporción aritmética (ecuación pura y
simple).
Sobre la justicia está fundado el derecho. Aristóteles distingue el derecho
privado del derecho público, que atañe a la vida social de los hombres en el
Estado, y distingue el derecho público en derecho legítimo (o positivo), que
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es el establecido en diferentes Estados, y el derecho natural, que conserva su
valor en cualquier lugar, incluso si no está sancionado por leyes. Distingue
del derecho la equidad, que es una corrección de la ley mediante el derecho
natural, necesaria por el hecho de que no siempre en la formulación de las
leyes ha sido posible determinar todos los casos, por lo cual su aplicación
resultaría a veces injusta.
La virtud intelectiva o dianoética es propia del alma racional. Comprende
la ciencia, el arte, la prudencia, la sabiduría, la inteligencia. La ciencia es la
capacidad demostrativa (apodíctica) que tiene por objeto lo que no puede
suceder diferentemente de como sucede, es decir, lo necesario y lo eterno.
El arte (τέχνη) es la capacidad acompañada de razón, de producir algún
objeto, y atañe, pues, a la producción (poi/hsij), que tiene siempre su fin
fuera de sí misma, y no la acción (πράξις). La prudencia ( fro/nhsij) es la
capacidad unida a la razón de obrar en forma conveniente frente a los bienes
humanos; y le compete determinar el justo medio en que consisten las
virtudes morales. La inteligencia (nou/j) es la capacidad de comprender los
primeros principios de todas las ciencias, que precisamente por ser principios
no forman parte de la misma ciencia. La sabiduría (σοφία) es el grado más
alto de la ciencia: el sabio es aquel que posee ciencia e inteligencia al mismo
tiempo, y que sabe no sólo deducir de los principios, sino juzgar su misma
verdad.
Mientras la prudencia se refiere a las cosas humanas y consiste en el juicio
sobre la conveniencia, oportunidady utilidad, la sabiduría (σοφία) se refiere
a las cosas más altas y universales. La prudencia (φρόνησις) es siempre
prudencia humana y no tiene valor para seres distintos o superiores al
hombre; la sabiduría es universal. Es absurdo, pues, sostener que la
prudencia y la ciencia política coinciden con la ciencia suprema, por lo
menos mientras no se demuestre que el hombre es el ser supremo del
universo. Anaxágoras, Tales y otros hombres del mismo tipo eran llamados
sabios, no prudentes; porque conocían muchas cosas maravillosas, difíciles y
divinas, pero inútiles para los hombres, y se desinteresaban de los bienes
humanos (Et. Nic., VI, 7, 1141 a).
Este contraste de sabiduría (σοφία) y prudencia (φρόνησις) es el reflejo en
el campo de la ética de la actitud filosófica fundamental de Aristóteles.
Como teoría de la sustancia, la filosofía es una ciencia que no tiene nada
que ver con la de los valores propiamente humanos; pero la sabiduría que es
la posesión completa de esta ciencia en sus principios y en sus conclusiones
no tiene nada que ver con la prudencia, que es la guía de la conducta
humana. La sabiduría tiene por objeto lo necesario que, en cuanto tal, nada
tiene que ver con el hombre por cuanto no puede ser modificado por él:
frente a lo necesario, sólo es posible una actitud, la de la pura
contemplación (qewri/a).
Aristóteles dedica a la amistad los libros VIII y IX de la Etica
Nicomaquea. La amistad es una virtud o por lo menos está estrechamente
unida a la virtud: en todo caso, es la cosa más necesaria a la vida. "Nadie
—dice— escogería vivir sin amigos, aunque estuviese provisto en abundancia
de todos los demás bienes." Entiende por amistad todas las relaciones de
solidaridad y de afecto entre los hombres. Estas relaciones se pueden fundar
o en el placer o en la utilidad o en el bien. Pero las relaciones fundadas en la
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utilidad o en el placer recíproco son accidentales y decaen de pronto cuando
cesa el placer o la utilidad. En cambio, la amistad fundada en el bien y en la
virtud es verdaderamente perfecta, porque está enraizada en la naturaleza
misma de las personas que la contraen y es, por tanto, estable y firme. "El
hombre virtuoso —dice Aristóteles— se comporta con su amigo como
consigo mismo, porque el amigo es otro yo mismo: de ello se deriva que,
como cada uno desea la propia existencia, así también desea la del amigo"
(Et. Nic., IX, 9, 1170 b, 5).
Puesto que la virtud como actividad propia del hombre es la felicidad
misma, la felicidad más alta consistirá en la virtud más alta y la virtud más
alta es la teorética, que culmina en la sabiduría. En efecto, la inteligencia es
la actividad más elevada que existe en nosotros; y el objeto de la inteligencia
es lo más elevado que existe en nosotros y fuera de nosotros. El sabio se
basta a sí mismo y no tiene necesidad, para cultivar y extender su sabiduría,
de nada que no posea en sí mismo. La vida del sabio está hecha de serenidad
y de paz, ya que no se afana por un fin externo cuyo alcance es
problemático, sino que su fin se encuentra en la misma actividad de su
inteligencia. La vida teorética es, por tanto, una vida superior a la humana:
el hombre no la vive en cuanto es hombre, sino en cuanto posee en sí algo
de divino. "El hombre no debe, como dicen algunos, conocer en cuanto
hombre las cosas humanas, en cuanto mortal las cosas mortales, sino que
debe volverse, en lo posible, inmortal, procurando vivir de conformidad con
lo que en él hay de más elevado: y aunque esto sea poco en cantidad, en
potencia y valor sobrepasa todas las demás cosas" (Et. Nic., X, 7, 1177, b).
Así la ética de Aristóteles se cierra con la resuelta afirmación de la
superioridad de la vida teorética.
Este es un punto en el que la diferencia polémica entre Aristóteles y
Platón es más acentuada. Platón no distingue la sabiduría de la prudencia:
con las dos palabras entendía una misma cosa, o sea, la conducta racional de
la vida humana, especialmente de la vida asociada (Rep. 428 b; 443 e).
Aristóteles distingue y contrapone las dos cosas. La prudencia tiene por
objeto las acciones humanas que son mudables y no pueden ser incluidas
entre las cosas más altas; la sabiduría tiene por objeto el ser necesario, que se
sustrae a toda eventualidad (Et. Nic., VI, 7, 1041 b, 11). Así, la distancia
que media entre prudencia y sabiduría es la misma que existe entre el
hombre y Dios. Lo cual quiere decir que para Aristóteles la filosofía tiene
como objetivo fundamental conducir a cada hombre a la vida teorética, a la
pura contemplación de lo que es necesario; mientras que para Platón tiene
como objetivo llevar a los hombres a una vida en común, fundada en la
justicia.

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