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el ideal religioso

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SI AGUSTÍN 
VIVIERA 
EL IDEAL RELIGIOSO DE SAN AGUSTÍN HOY 
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TESTIGOÍ 
EDICIONEÍ 
THEODORE TACK, OSA 
SI AGUSTÍN VIVIERA 
El ideal religioso de san Agustín hoy 
2.a edición 
EDICIONES PAULINAS 
© SAN PABLO 1990 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) 
© Alba House - New York 1988 
Título original: IfAugustine Were Alive 
Traducido por José Cosgaya, OSA 
Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid 
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) 
ISBN: 84-285-1333-3 
Depósito legal: M. 36.762-1993 
Impreso en España. Printed in Spain 
Introducción 
AN AGUSTÍN fue, sin duda alguna, una personalidad de gran 
relevancia. Han transcurrido dieciséis siglos desde la fecha de 
su nacimiento, el año 354 d.C, y de su conversión a la fe católica, 
el año 386. Aunque gozaba de amplia notoriedad en la Iglesia de su 
época, se le conoce aún mejor y se le lee con mayor profundidad y 
despliegue en nuestros días. Personas hubo que, cuando él era obispo 
en el norte de África, discrepaban de sus opiniones —Pelagio, por 
ejemplo, fue uno de sus mayores adversarios intelectuales—, y han 
seguido existiendo personalidades discrepantes con diversos aspectos de 
su enseñanza en los siglos posteriores, incluyendo el nuestro. Pero la 
Iglesia en su globalidad ha concedido gran crédito a este hombre 
brillante, profundo y de gran prestigio personal. Y este fenómeno tuvo 
lugar en vida de Agustín y lo ha seguido teniendo a lo largo de los 
siglos. 
Resulta un hecho incuestionable que su influjo se ha dejado sentir 
con mayor intensidad ahora que en tiempos pasados. No hay sino 
pensar en la cantidad de citas, tanto implícitas como explícitas, que los 
padres conciliares tomaron de él en el Vaticano II para calibrar el 
alcance del hecho. En la actualidad sigue siendo uno de los autores a 
nivel mundial sobre el que existe más bibliografía. Por lo que respecta 
a las últimas décadas, se han publicado en torno a él cientos y cientos 
de artículos y libros tanto en torno a su personalidad como a sus obras. 
Circunscribiéndonos a uno de sus libros, las Confesiones, hay que 
subrayar que se han traducido a casi todas las lenguas modernas del 
mundo y sigue gozando de amplia difusión. En muchos aspectos se le 
puede considerar como un best-seller, probablemente el éxito editorial 
más importante después de la Biblia. 
s 
5 
¿ Qué decir de este hombre que vivió hace tantísimo tiempo y cuyo 
poder de convocatoria ha llegado hasta la gente de nuestra época? Su 
genio teológico y filosófico no es cuestionable, es cierto. Pero me 
gustaría poner de relieve de que su convocatoria llega a mucha gente 
de hoy precisamente por haber sido tan profundamente humano, en el 
mejor sentido de la palabra. Él nos proporciona métodos de introspec-
ción psicológicamente válidos; su odisea personal es idéntica a la de 
muchos de nosotros; su sed de Dios y las dificultades que experimentó 
en la búsqueda de Dios y en mantener lo conquistado son una marcada 
referencia a una necesidad humana básica. Más aún: los problemas 
que fue planteándose en la vida diaria son muy similares a los proble-
mas a los que tenemos que hacer cara nosotros. Vivimos unos tiempos 
bastante análogos en cuanto a cataclismos sociales. Un profundo 
cambio flotaba en el aire a comienzos del siglo V. Nadie tenía 
conciencia de lo que traía consigo, ni del rumbo que tomaría, ni de su 
desenlace final. Por otra parte, él puso al desnudo su alma, su inte-
ligencia, sus sentimientos y su herencia cristiana de tal modo que las 
personas que son honestas consigo mismas pueden hallar todavía en 
Agustín una especie de reflejo de su propia vida íntima y de sus luchas 
personales. 
También Agustín había realizado un profundo buceo en la vida 
cristiana misma, y todo aquello que subrayaba ante el pueblo, en 
especial a los cristianos consagrados, constituye la idea nuclear que 
muchas de las familias religiosas tienden a acentuar actualmente. 
Agustín promovió de una manera vigorosa un profundo sentido de la 
comunidad cristiana, una búsqueda común de Dios y de la alabanza 
divina, una amistad auténtica y un respeto verdadero hacia el indivi-
duo, aunque éste viva en comunidad. Estimuló a otros a profundizar 
en la vida interior y a emprender una búsqueda incesante de la sabiduría 
y de la verdad. Personalmente partía de la convicción de que hallarían 
a Dios precisamente a través de esta búsqueda. Y, sobre todo, lo que 
él ansiaba era que encontraran y sirvieran a Cristo unos en otros 
mediante un servicio y amor mutuos, prácticos y totales. Cualquier 
tipo de liderato dentro de la Iglesia tenía que basarse más en el amor 
que en el temor. En todo esto subrayó la dignidad y el valor intrínseco 
de la persona humana en un entorno social, tema que constituye objeta 
constante de violación en nuestra época. 
6 
Los capítulos de este libro se centran precisamente en estos y otros 
puntos similares y, aunque van dirigidos principalmente a los cristianos 
que se han consagrado, dentro de la vida comunitaria, al servicio de los 
demás, tanto en el apostolado activo como en el contemplativo, creo 
que pueden prestar un buen servicio a todos los cristianos que tratan 
de acercarse más al Señor. En realidad, muchos de los ejemplos que he 
tomado de Agustín iban originariamente dirigidos a la totalidad del 
pueblo cuando se dirigía a él en lenguaje muy familiar dentro de su 
iglesia catedral. 
El papa Pablo VI fue gran admirador de san Agustín. En una de 
sus audiencias generales en Roma contó que había intentado leer al 
menos una página diaria de san Agustín. En otra ocasión recalcó que, 
si Agustín viviera hoy, se expresaría de idéntico modo a como lo hizo 
hace mil seiscientos años, porque personifica una humanidad que cree 
y ama a Cristo y a Dios (3 de noviembre de 1973). Este pensamiento 
ha dado título al presente libro. 
La admiración del papa actual por Agustín no es menos evidente. 
Juan Pablo II cita a san Agustín a lo largo y alo ancho de sus escritos 
y homilías. Más aún: con ocasión del XVI centenario de la conversión 
de san Agustín (1986), publicó una extensa carta apostólica en que 
expresa también lo que Agustín tiene que decirnos a los hombres de 
hoy. 
En los capítulos de este libro he citado con frecuencia a Agustín 
precisamente porque también yo creo que tiene mucho que decir a la 
generación actual. Tengo, por lo demás, muy constatado que éste es 
el sistema que han apreciado una amplia mayoría de ejercitantes a los 
que originariamente he brindado estas reflexiones durante los últimos 
cuatros años como parte de un programa de retiros. Su entusiasmo por 
Agustín y el ánimo que me han infundido me ha llevado actualmente 
a ofrecer estas ideas a una audiencia más copiosa. 
Al traducir el pensamiento de Agustín al inglés moderno he 
tratado de emplear, dentro de lo posible, un lenguaje universal. A 
veces, no obstante, este tipo de traducción no ha logrado acomodarse 
a las circunstancias en que Agustín se dirigía a grupos específicos de 
hombres o mujeres. Aunque de la Regla de Agustín hay dos versio-
nes, una masculina y otra femenina, por razones de nexo y de 
conveniencia he empleado únicamente la versión masculina. La forma 
1 
femenina es exactamente la misma, excepción hecha de los cambios 
pertinentes en base al uso de las formas pronominales. 
En la conclusión de la Regla, Agustín dice a sus lectores que 
tiene la esperanza de que les sirva de espejo en que puedan mirarse. 
Yo no pretendo tanto, pero tengo la esperanza de que estas reflexiones 
sirvan de estímulos y sean un reto para todos los que desean unirse 
más íntimamente a Cristo. 
8 
1. Vida comunitaria 
La experiencia agustiniana 
DESDE SUS PRIMEROS días Agustín soñaba con sus amigos, se sentía tonificado y se hallaba a sus anchascon ellos. También éstos sentían un gran atractivo por su 
persona debido a su fuerte personalidad, realmente cálida y 
fascinante '. A la luz de esto no resulta difícil comprender 
cómo, incluso con anterioridad a su conversión, Agustín 
proyectó con sus amigos la formación de una especie de 
comunidad entre ellos. Quizá el proyecto que acariciaban 
podría denominarse una comunidad "filosófica"; es decir, 
una comunidad entregada a la búsqueda de la sabiduría a 
través de la reflexión individual y de la puesta de todos los 
bienes en común. Se trataba de llevar a efecto una comuni-
dad real. Según nos cuenta Agustín mismo, se trataba de 
adoptar una separación de las masas, de establecer un fondo 
común de todas las posesiones y, partiendo de este punto, 
compartir las responsabilidades de modo que la mayoría 
quedara libre de toda preocupación personal de los bienes 
materiales. El proyecto se vino abajo, como era de suponer, 
cuando cayeron en la cuenta de que sus mujeres no estarían 
de acuerdo con el plan2 . 
1
 Véase Confesiones 4,4,7. Mientras no conste lo contrario, todas las citas de las 
Confesiones de san Agustín están tomadas de la versión de John K. Ryan, Carden 
City, Image Books, Nueva York 1960. Esta idea puede verse con más detenimiento 
más adelante, en el c. 3, "Verdaderos amigos en Cristo". 
2
 Ib, 6,14,24. 
9 
Lo que en todo este asunto resulta más interesante es 
que Agustín no tenía ni la más remota idea de la vida 
monástica que por entonces ya existía en la Iglesia. Tanto 
para él como para su íntimo amigo Alipio fue una revelación 
y una fuente de sorpresas lo que Ponticiano, su amigo y 
compatriota de África, les contó sobre un monje egipcio 
llamado Antonio; lo que les relató acerca de algunos mo-
nasterios que florecían en el yermo, y concretamente sobre 
un monasterio que se encontraba precisamente en Milán, 
donde Agustín vivía por aquellas fechas3 . Ponticiano y su 
relato impactaron profundamente a Agustín. Realmente este 
relato significó un cambio en su vida, si bien es cierto que 
ya había ido madurando un proyecto así desde hacía años. 
Se sintió tan impresionado con las palabras de Ponticia-
no, que, tras despedir a su invitado, irrumpió en el jardín de 
la casa de campo donde él y Alipio se alojaban para encon-
trarse a solas consigo mismo. Después de sufrir allí las con-
gojas de sentirse interiormente roto por dos sectores de sí 
mismo que litigaban entre sí, finalmente prevaleció la gracia 
de Dios y se sintió capaz de retornar con todo su corazón al 
Señor4 . Esto ocurría a primeros de agosto del 386. Aproxi-
madamente durante los seis meses siguientes que precedie-
ron a su bautismo, Agustín vivió una especie de experien-
cia comunitaria en Casiciaco, pequeña casa de campo a unas 
30 millas al norte de Milán. Aunque en esta comunidad se 
hallaba integrado un sector de su familia —su madre, Mó-
nica; su hijo Adeodato, su buen amigo Alipio, otros va-
rios parientes, amigos y estudiantes—, quizá podamos ha-
blar de ella como de la primera comunidad agustiana 
verdadera 5 . 
3
 Ib, 8,6,14. 
4
 Ib, 8,8-12. 
5
 Ib, 9,4-6. 
10 
Ideal rel igioso de Agustín 
Tras la muerte inesperada de Mónica a comienzos del 
otoño del 387 en el puerto de Ostia, Agustín se demoró en 
los alrededores de Roma un año bien cumplido. Durante 
este tiempo visitó diversas comunidades religiosas en Roma 
y sus proximidades, recabando más y más informes sobre 
otros monasterios "que funcionaban en otras partes 6 . Proba-
blemente durante este lapso de tiempo es cuando en su 
mente llegó a madurar la idea sobre el tipo de comunidad 
religiosa que proyectaba tanto para él como para sus amigos 
cuando retornaran a África. 
Posidio, buen amigo de Agustín, colega de obispado y su 
principal y primer biógrafo, nos cuenta que Agustín fundó 
de hecho esa primera comunidad religiosa en su ciudad 
natal de Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia), lo más probable 
en otoño del año 388, poco después de su vuelta a África 
desde Roma. En ese emplazamiento, junto con algunos ami-
gos y conciudadanos, todos laicos como él, hizo vida de 
comunidad, ayunando, orando, haciendo buenas obras y me-
ditando continuamente la palabra de Dios 7 . Es poco más lo 
que sabemos en torno a esta primera comunidad religiosa 
agustiniana. La situación continuó aproximadamente du-
rante tres años, hasta que, a finales del 391, Agustín fue 
ordenado presbítero y fundó su segundo monasterio, esta 
vez en la ciudad portuaria de Hipona (hoy Annaba, Arge-
lia), al lado de la iglesia, en un jardín que le regaló su obispo 
Valerio. Posidio subraya que el estilo de vida de esta nueva 
comunidad agustiniana estaba modelado según la comunidad 
cristiana de la Iglesia naciente en tiempo de los apóstoles8 , 
6
 De morihus Ecclesiae Catholicae I, 31-33 (en adelante la citaremos De mor. eccl. 
cath.). 
1
 POSIDIO, Vida de Agustín 3,1. En adelante la referencia será "Posidio". Una 
versión inglesa de su Vida puede encontrarse en E. A. FORAN, OSA, The Augusti-
nians, Burns Oates and Washbourne, Londres 1938. Las citas de este libro son 
traducción del autor. 
8
 Es decir, la comunidad de Jerusalén: cf He 4,32-35. (Las citas bíblicas están 
tomadas de la New American Bible, 1970 y 1986, de la Confraternidad de la Doctrina 
Cristiana, Washington, D.C.). 
11 
pero continúa diciendo que esto no constituía novedad al-
guna, porque Agustín ya había establecido este estilo apos-
tólico de vida en su primer monasterio de Tagaste "cuando 
retornamos a nuestra patria surcando los mare s " 9 . 
Orígenes de la " R e g l a " de san Agust ín 
Aunque no todos los estudiosos están de acuerdo, hay 
una corriente de opinión muy consistente que sostiene que 
la Regla l0 de San Agustín a sus religiosos fue redactada en 
torno a los años 396-397, probablemente con ocasión de la 
entronización de san Agustín como obispo de Hipona tras la 
muerte de Valerio. Por esta época decidió abandonar su 
primera fundación de Hipona y fundar un monasterio para 
clérigos que vivieran con él en su residencia episcopal. El 
porqué del abandono de este primer monasterio de Hipona 
nos lo explica personalmente Agustín: no sería indicado 
para el obispo vivir en él, subraya, porque se vería precisado 
a recibir a la gente a todas las horas del día, y su deseo era 
que no sufriera menoscabo la paz y el sosiego de los herma-
nos con tantas idas y venidas " . 
El anhelo de Agustín por seguir el ideal de la comunidad 
primera de Jerusalén se ve puesto claramente de relieve en 
esa regla de vida redactada para sus seguidores. También es 
interesante observar que treinta años más tarde, a sus se-
tenta y dos años, Agustín confirmó de una manera solem-
ne, en su iglesia catedral que este mismo ideal fue el modelo 
aceptado por él tanto para su persona como para los herma-
nos que vivían en su compañía. Con tal motivo hizo que el 
diácono Lázaro leyera el pasaje de los Hechos de los Após-
toles (4,31-35) que describe la primera comunidad cristiana: 
9
 POS1DIO, 5,1; cf Sermón 355,2. 
10
 The Rule of saint Augustine, con introducción y comentario de T. J. van Ba-
vel, OSA, trad. de R. Canning, OSA, Darton, Longman and Todd, Londres 
1984, 3-4. 
11
 Sermón 355,2. 
12 
"Retembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a 
todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía el mensaje 
de Dios. En el grupo de los creyentes todos pensaban y 
sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consi-
deraba suyo nada de lo que tenía. Los apóstoles daban tes-
timonio de la resurrección del Señor Jesús con mucha efica-
cia. Todos ellos eran muy bien mirados, porque entre ellos 
ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierra o 
casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposi-
ción de los apóstoles; luego se distribuía según lo que nece-
sitaba cada uno" . 
Actoseguido, Agustín recibió las Escrituras del diácono, 
volvió a leer en voz alta el mismo pasaje y lo comentó al 
pueblo que abarrotaba la iglesia: "Acabáis de escuchar cuál es 
el objeto de nuestras aspiraciones. Orad para que seamos capaces de 
vivir este estilo de vida" n. 
El objetivo principal de la Regla de san Agustín es muy 
sencillo: tanto los hermanos como las hermanas han de vivir 
en su respectiva casa religiosa de manera armoniosa, y ser 
un alma sola y un solo corazón orientados hacia Dios 13. La 
única gran exigencia, pues, que se hace a todos cuantos se 
integran en este estilo de vida religiosa es que traten conti-
nuamente de formar una comunidad donde todo esté clara-
mente dirigido hacia Dios y donde se haga hincapié en la 
unidad y concordia. En pocas palabras, en la Regla todo 
apunta a la formación de una comunidad de fe y de amor. 
Una de las características más llamativas de esta co-
munidad es que hay que buscar, encontrar y poseer a Dios 
en y a través del amor e interés mutuo de los herma-
nos/hermanas, del amor y a través del amor de unos por 
otros. Este auténtico amor e interés, esta unanimidad y 
concordia, constituye una reverencia real de Dios en el 
12
 Sermón 356,2. 
13
 Regla de san Agustín, n. 3 (c. 1,2). A menos que se determine lo contrario, 
todas las citas de la Regla están tomadas de la traducción de Robert P. Russell, 
OSA, Villanova, PA, Provincia de Santo Tomás, 1976. El P. Russell emplea una 
numeración continua de la Regla. (La referencia que va entre paréntesis se refiere 
a la versión de Van Bavel.) 
13 
compañero religioso que cada cual tiene a su lado: cada uno 
de ellos reconoce que los otros son templos de Dios tanto 
como lo es él mismo y, consiguientemente, todos ellos juntos 
constituyen el único templo del Señor 14. Agustín ve esta 
unidad de su culminación religiosa en su unidad con Cristo: 
"No son muchas almas, sino una sola: el alma única de Cristo"15. 
Un agustinólogo ha llegado incluso más lejos. Ha llegado a 
decir que la vida de comunidad tal como la interpreta Agus-
tín constituye en sí misma la "adoración primaria de Dios" 
que le brinda la persona 16. Desde este punto de vista puede 
dar la impresión de que el amor y servicio mutuos de unos 
a otros adquiere un aspecto cuasilitúrgico, una honra pública 
de Dios, presente en la persona del otro. Esta simple idea da 
una nueva y auténtica dimensión profunda a la vida comu-
nitaria, dimensión que podría transformar muchas comuni-
dades e incluso las vidas de cuantos viven juntos, si se le 
diera una mejor interpretación o se pusiera en ella un énfasis 
más rotundo. 
Unidad en el amor a través de la comunidad 
Si en el texto original latino de la Regla buscas la pala-
bra "comunidad", explícitamente sólo la hallarás una sola 
vez 17. Sin embargo, el concepto de comunidad penetra cada 
uno de los aspectos de esa Regla. Todos y cada uno de los 
detalles van dirigidos al otro, encaminados a hacer posible 
lo que Agustín ha establecido como primer objetivo que 
hay que poner en práctica en la vida religiosa. Muchas de 
las situaciones que Agustín describe y muchos de los conse-
14
 Ib, n. 9 (c. 1,8); véase también En. in Ps. 131,5. 
15
 Carta 243,4. 
16
 TARCISIUS VAN BAVEL, OSA, Community Life in Augustine, en "The Tagas-
tan" (actualmente conocida como "Augustinian Heritage") 29 (1983), n. 2, 124. 
Véase asimismo el Código de Derecho Canónico, 607,1, donde se acentúa la 
consagración personal. La existencia total del religioso es, de este modo, un acto 
continuo de adoración a Dios en la caridad. 
17
 Véase Regla, n. 8 (c. 1,7). 
14 
jos que da en este librito van encaminados hacia esta meta 
primordial. A Dios se le ama y se le honra de verdad a 
través del servicio religioso concreto que nos hacemos unos 
a otros. Estos pequeños detalles de la vida, y en especial la 
actitud interior que los acompaña, son precisamente lo que 
aspira a hacer que muchos sean uno, al igual que el Padre y 
Jesús son uno 18. 
Más aún: el principio básico de la unidad que subyace en 
todos estos detalles y que unifica todas las facetas de la 
comunidad agustiniana no es otro que el amor. El mismo 
Agustín declara que el religioso progresará en el amor en la 
medida en que muestre mayor interés por las cosas comunes 
que por las propias1 9 . Esta misma insistencia en el amor 
fraterno como medida de progreso encaja a la perfección 
con las experiencias tremendas de Agustín ante la descrip-
ción que el Señor hace del juicio final. En este juicio se 
contempla que la felicidad eterna de los bienaventurados 
depende de amor que hayan mostrado hacia sus hermanos y 
hermanas necesitados, servicio que, por un lado, se caracte-
riza por la abnegación real y, por otro, se observa en la 
auténtica estima de quienes son los pequeñuelos de Dios. La 
pregunta que surge aquí totalmente natural es ésta: ¿No hay 
que citar especialmente entre estos bienaventurados a quie-
nes lo han abandonado todo para abrazar la vida religiosa, 
por su total abnegación en el servicio y por la estima que les 
han merecido los demás, comenzando por sus hermanos de 
vida religiosa en la comunidad? Por supuesto que éste parece 
ser el sentir de Agustín2 0 . 
Compartir e interesarse según la " R e g l a " 
Contemplemos en una instantánea cuánta abnegación y 
estima, cuántos estímulos mutuos y cuánta comprensión, 
18
 Jn 17,21. 
19
 Regla, n. 31 (c. 5,2). 
20
 Mt 21,35-46; SAN AGUSTÍN, Sermón 389,4-5; 60,8-10. 
15 
cuánto compartir e interesarse afloran en los temas e ideas 
siguientes, tomados de la Regla: 
1) Todos los religiosos recibirán de acuerdo con sus 
necesidades particulares y compartirán alegremente todo 
cuanto tienen o cuanto puedan recibir en concepto de rega-
lo. La humildad —que permite a las personas contemplarse 
a sí mismas como son en realidad en la presencia de Dios y 
aceptar las diferencias de cada cual— debe ser su guía cons-
tante, sin que para ello sea óbice la extracción social de 
donde proceden, porque en la comunidad todos tenemos 
una meta común: vivir en armonía unos con otros con la 
finalidad de ser unos en el único Cris to 2 1 . 
2) Todos los miembros de la comunidad están convo-
cados a la oración común en tiempos señalados, y si alguien 
desea orar en su tiempo libre, los demás deben ser transi-
gentes con él, al menos siendo lo suficientemente conside-
rados como para no molestarle en su oración2 2 . 
3) Se espera que los religiosos sean comprensivos cuan-
do, por razones especiales, a otro se le proporcionan comi-
das o vestidos extraordinarios que no se les da a los 
demás 23. 
4) Los enfermos deben constituir objeto de especiales 
cuidados por parte de la comunidad. Con esta finalidad se 
designará a un religioso concreto para que supervise los 
cuidados de los que son objeto los enfermos2 4 . 
5) Aunque la castidad es una ofrenda muy personal a 
Dios, Agustín alerta a la comunidad a que sea consciente de 
su propia responsabilidad en este asunto, exhortando a todos 
a que practiquen una vigilancia y cuidado mutuos unos 
sobre otros, porque de este modo "Dios, que habita en vos-
otros, os garantizará su protección". Una vez más se pone de 
relieve la idea de la presencia de Dios en cada religioso 
21
 Regla, nn. 4-9 (c. 1,3-8); n. 32 (c. 5,3). 
22
 Ib, nn. 10-13 (c. 2,1-4). 
23
 Ib, nn. 14-17 (c. 3,1-4). 
24
 Ib, n. 18 (c. 3,5); n. 37 (c. 5,8). 
16 
concreto y en la comunidad, como estímulo para salvaguar-
dar de un modo práctico la mutua consagración2 5 . 
6) De modo muy similar, la corrección fraterna es un 
signo de amor esmerado. Quienes no exhortan a quien está 
en peligro no sólo le hacen un flaco servicio a esa persona, 
sino que comparten totalmente la inculpación y constituyen 
una decepción en su amor tanto por la persona como por la 
comunidad 26. 
7) Todaslas obras hay que hacerlas por el bien común, 
no por el medro personal2 7 . 
8) Cuando los religiosos salen fuera, se darán mutuo 
apoyo yendo juntos 2 8 . 
9) De todo aquel que ofende a otro se espera que pida 
perdón y que se le conceda lo antes posible, porque no 
puede existir armonía ni concordia donde se permite que las 
heridas se enconen2 9 . 
10) Finalmente, la obediencia es necesaria no sólo por-
que Dios habita en el superior, sino también porque es un 
modo de demostrar piedad y compasión frente a toda la 
comunidad. Porque en realidad es la comunidad la que se ve 
injuriada por quienes se niegan a obedecer, ya que tales 
individuos ponen su propia voluntad y su medro personal 
por encima del bien común 3 0 . 
En todos estos puntos podemos observar que la comuni-
dad orientada a estilo agustiniano tiene a la vez dos realida-
des: una espiritual, que es la búsqueda común de Dios, 
objetivo principal; otra verdaderamente humana, que es la 
construcción de una fraternidad de amor, de acogida, de 
soporte, de preocupación y de reto. Estas dos realidades 
—la espiritual y la humana— quedan fusionadas en una 
sola, dada la insistencia de Agustín en que el religioso sea 
cada día más consciente de la presencia de Dios en todos y 
25
 Ib, n. 24 (c. 4,6). 
26
 Ib, nn. 25-26 y 28 (ce. 4,7-8 y 10). 
27
 Ib, n. 31 (c. 5,2). 
28
 Ib, n. 36 (c. 5,7). 
29
 Ib, nn. 41-42 (c. 6,1-2). 
30
 Ib, nn. 44-47 (c. 7,1-4). 
17 
en cada uno. En la medida en que esta consciencia toma 
auge, la búsqueda de Dios y la construcción de la fraternidad 
constituyen un esfuerzo único y común. Este impulso co-
munitario es también algo antagónico de todo cuanto favo-
rece al yo: las posesiones personales, el poder, el orgullo, la 
independencia, la competencia, el egoísmo..., elementos que 
con frecuencia caracterizan las relaciones de la sociedad 
secular y que, desgraciadamente, llegan a considerarse el no 
va más del progreso y de la realización personal dentro de 
la sociedad. Una frase de Agustín sintetiza a la perfección 
el énfasis que pone en el amor mutuo de hermanos o herma-
nas en la comunidad como culminación de sus esfuerzos por 
amar a Dios: "¿Son perfectos los que saben vivir en común? 
Perfectos son los que cumplen la ley. Pero ¿cómo se cumple 
la ley de Cristo por parte de aquellos que viven en comu-
nidad como hermanos o hermanas? Escuchad lo que dice el 
apóstol: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con 
eso cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6,2)"3 1 . 
A lo largo y a lo ancho de la Regla se intima a los 
seguidores de Agustín a acarrear las cargas de los hermanos 
y hermanas como si fueran propias. De este modo quedarán 
capacitados para saber que realmente están imitando a Cris-
to y su amor. 
El puesto central de la vida comunitaria 
Cuantos se han ocupado del tipo de vida descrito por 
Agustín en su Regla han puesto siempre de relieve el lugar 
central que ocupa la comunidad en este género de vida. Aún 
más: han subrayado este puesto central como algo muy 
característico del proyecto agustiniano de vida religiosa. 
Algunos ejemplos de autores modernos nos ayudarán a ilus-
trar este punto: 
"Para Agustín la vida en común es más de lo que los 
términos quieren significar. Es en la vida de comunidad 
31
 En. in Ps. 132,9. 
18 
donde uno se encuentra con Dios. Agustín emplea un len-
guaje realmente curioso: 'Todo el que desea vivir bajo un 
mismo techo conmigo tiene a Dios como posesión'... No 
resulta fácil hallar otra legislación donde la noción de co-
munidad se haya constituido de una manera tan consciente 
y vigorosamente en punto central de toda la vida monástica. 
Ser una familia de Dios, ser una comunidad de amor y 
esforzarse dentro de esta comunidad en la realización per-
fecta de los ideales de la vida cristiana es la idea nuclear de 
todo cuanto Agustín hizo al establecer esta forma de vida 
monást ica"3 2 . "¿Por qué darle tanto realce a la comunidad? 
¿No será porque la tendencia a reforzar el propio ego y el 
individualismo son los principales obstáculos para vivir el 
evangelio?... La visión agustiniana de la comunidad es una 
protesta contra la indiferencia frente a la gente y contra la 
falta de igualdad que existe entre las personas como con 
harta frecuencia lo constatamos en la sociedad"3 3 . "La úni-
ca condición que Agustín le puso al obispo Valerio antes de 
ordenarle sacerdote fue quedar disponible para continuar 
viviendo en comunidad. Y la única cosa en la que siempre 
insistió, a medida que fue adaptándose a las distintas nece-
sidades apostólicas de la Iglesia, fue la comunidad. Toda su 
actividad apostólica se basó en la comunidad" 3 4 . 
32
 ADOLAR ZUMKELLER, OSA, Augustine's Ideal of the Religious Life, trad. de 
E. Colledge, Fordham University Press, Nueva York 1986, 126-127. 
33
 T. VAN BAVEL, OSA, Espiritualidad agustiniana, en Presencia, La Paz, Bolivia, 
domingo 16 de noviembre 1980. Véase asimismo T. VAN BAVEL, OSA, Community 
Life in Augustine, en "The Tagastan" 29 (1983), n. 2, 128-129: "En el monacato 
egipcio vemos a la cabeza de la comunidad el abba o amma, a través de los cuales 
los monjes más jóvenes escuchan la voz del Espíritu Santo... Con Agustín ocurre 
algo distinto: es la comunidad en su totalidad la que se halla reunida en torno al 
evangelio y escucha a Cristo como maestro interior. Consiguientemente, la cons-
trucción de la comunidad se considera mucho más como tarea de todos y cada uno 
de los miembros del grupo. Tenemos que escuchar a Cristo y su mensaje como 
grupo". 
34
 A. MANRIQUE-A. SALAS, OSA, Evangelio y Comunidad, Ed. "Biblia y Fe", 
Escuela Bíblica, Madrid 1978, 201-202. Véase también L. VERHEIJEN, OSA, Acts 
4,31-35 in the Monastic Texts of St. Augustine, en Second Annual Course on Augustinian 
Spiriruality, Roma 1976, 58: "San Agustín constató que esta fraternidad en un 
monasterio es una forma concreta del espíritu fraterno de toda la Iglesia: el anima 
una es el anima única Christi". 
19 
Estas expresiones, que revelan la importancia básica de 
una vida comunitaria orientada a la persona en el ideal 
religioso de Agustín, constituyen una estupenda razón para 
detenernos a reflexionar en qué puede y debe consistir tal 
estilo de vida. Quien vive este estilo comunitario y se es-
fuerza por conseguir el ideal expuesto ya posee a Dios y 
brinda a los demás un modelo de lo que es el ideal cristiano 
real, modelo que sirve no sólo para otros religiosos, sino 
quizá de manera específica para todas las familias cristianas. 
Al mirar por los demás antes que por su propia persona, el 
religioso lanza un signo de protesta tanto contra las priori-
dades que el mundo se ha fijado para sí mismo como contra 
el terrible mal de la soledad y del abandono que tantos y 
tantos experimentan en nuestra sociedad computerizada. Al 
escuchar el evangelio con el resto de los miembros de la 
comunidad, los religiosos declaran paladinamente que nadie 
posee toda la verdad, y que Jesús habla y enseña ya cuando 
dos o tres están reunidos en su nombre. Más aún: si bien es 
cierto que podemos aprender muchas cosas unos de otros, es 
Jesús en realidad el maestro interior y, por tanto, nuestro 
guía constante y nuestro director espiritual definitivo35 . 
Por último, el estilo de vida religiosa de Agustín no consti-
tuye un rancho aparte de las corrientes principales de la 
Iglesia. Es justamente todo lo contrario: es base de todo 
servicio apostólico y un auténtico reflejo de esa unidad del 
amor en Cristo que debe caracterizar a todos los cristianos. 
35
 "Hasta donde llegan mis conocimientos, más que descubrir que tienes ne-
cesidad de mí lo que veo es que estás bien instruido. Porque no me gustaría que 
nadie fuera tan ignorante que nos viéramos precisados a enseñarle: es mucho 
mejor que todos fuéramos discípulos de Dios... Ten por totalmenteseguro que, 
aun en el caso de que puedas aprender algo bueno de mí, tu verdadero maestro 
será siempre el maestro interior del hombre interior..." SAN AGUSTÍN, Carta 266, 
a Florentina, cit. en L. VERHEIJEN, OSA, Saint Augustine: Monk, Príest, Bishop, 
Augustinian Historical Institute, Villanova, PA, 1978, 59-60 (en adelante lo citaré 
como St. Augustine...). 
20 
Resumen 
Para compendiar brevemente, el puesto central de la 
comunidad teniendo en cuenta el concepto y la experiencia 
de la vida religiosa de Agustín podemos esquematizarlo 
como sigue: 1) En esta comunidad hay que buscar, poseer y 
honrar a Dios de un modo muy concreto: en y a través de 
los hermanos religiosos. 2) La comunidad vivida así es un 
acto de adoración a Dios. 3) Toda la Regla está orientada al 
otro; nos urge a compartir y a cuidar todo cuanto conduce 
a la unanimidad y a la concordia. Más aún, el progreso en 
el amor se mide por el grado en que se busca el bien común 
por encima de los propios intereses. 4) Finalmente, esta 
comunidad elimina todas las formas de egoísmo, porque el 
egoísmo es el mayor obstáculo de la visión evangélica de la 
vida y del seguimiento de Jesús. El centralismo de vivir la 
vida común está tan acentuado en el pensamiento de Agus-
tín, que puede afirmarse que ¡os votos de castidad, pobreza 
y obediencia, tal como hoy los conocemos, se hallan conte-
nidos en uno solo, en el llamado "compromiso santo", que 
Agustín exigía a todos aquellos que se le unían en aquel 
estilo de vida. Este santo compromiso" no es otro que el 
propósito de vivir la vida común con unanimidad de obje-
tivos y en concordia con todos3 6 . El religioso que tome en 
serio este "santo compromiso" no sólo agradará a Dios, 
sino que será fuente de inmensa alegría para el resto de los 
miembros de la comunidad y, por supuesto, para la misma 
Iglesia. 
•«> Véase SAN AGUSTÍN, En. in Ps. 99,12; 75,16; Sermón 355,1,1; también 
A. MANRIQUE, Teología agustiniana de ¡a vida religiosa, El Escorial, Real Monasterio, 
1964, p. II, c. 115-124 (citado en adelante como Teología...). 
21 
2. Ponedlo todo en común 
EN EL M U N D O de hoy existe abundancia de bienes materiales en algunos países. En otros —la mayoría, 
sin duda— muchedumbres inmensas de hijos de Dios viven 
en la pobreza e incluso en la miseria más abyecta. En este 
contexto, todo el problema de la pobreza religiosa consti-
tuye un auténtico reto. Si queremos que lo que el religioso 
comparte con los demás tenga sentido, esta oferta debe salir 
de dentro, de una vida interior inspirada por el amor. Este 
es el verdadero objetivo de los votos religiosos: deben ayu-
dar a profundizar en el amor a Dios y en el amor al prójimo. 
El voto de la pobreza religiosa sólo tiene verdadero sentido 
cuando se le contempla en el contexto más amplio de una 
vida dedicada a la unión con Cristo y al servicio generoso 
del prójimo. Fuera de este contexto o de otro similar, este 
voto no tiene sentido y fácilmente se le puede plantear 
como totalmente indeseable. 
En el capítulo anterior ya hemos esbozado un cuadro 
más amplio del ideal religioso agustiniano. En síntesis b re-
vísima, el objeto fundamental de la convivencia en una 
comunidad de orientación agustiniana es la consecución de 
la armonía y de la unidad entre los religiosos en su búsqueda 
de Dios, meta que consiste ante todo en buscar a Dios unos 
en otros y en honrarle en e l los ' . De esta manera, Cristo se 
1
 El papa Pablo VI recalcó que la vida común no tenía que considerarse 
precisamente como una ayuda más para los agustinos en su vivencia de la vida 
religiosa. Hay que considerarla más bien como el objetivo hacia el que tienen que 
23 
hace visible y palpable; se le puede amar de una manera 
efectiva en su humanidad débil, en la endeble humanidad de 
cada uno de nosotros. A esta luz debemos contemplar y 
evaluar la gran insistencia de Agustín en la pobreza evangé-
lica. Mejor dicho, su insistencia en el compartimiento total 
de los bienes en la comunidad religiosa. 
Agustín era muy consciente de la importancia de este 
compartimiento total desde el momento en que comenzó a 
vivir la vida religiosa personalmente. Comprendió muy bien 
que la verdadera unidad y armonía entre sus seguidores no 
sería posible mientras tuvieran la capacidad de poseer lo 
que quisieran y de hacer uso de estos bienes tal como les 
viniera en gana. A este propósito dice Agustín en un pasaje: 
"A causa de esas cosas que como individuos poseemos sur-
gen peleas, enemistades, disensiones, guerras entre los hom-
bres, motines, desavenencias... ¿Acaso nos peleamos por las 
cosas que tenemos en común?" 2 
Pero si el objetivo último de la pobreza religiosa, o del 
compartir , es algo claro para Agustín, ¿qué idea tenía sobre 
el contenido y la práctica de esta pobreza? Me gustaría 
resumir su actitud en cuatro títulos: compartir, recibir, vivir, 
servir. 
Compartir con la comunidad 
El principio básico que sienta Agustín para el religioso 
en este asunto podemos verlo en el mismo comienzo de su 
Regla: "No ¡¡améis a nada propio, sino que todas vuestras cosas estén 
en común" ^. Esto implica, ante todo, que cuando alguien 
ingresa en una comunidad de orientación agustiniana, actúa 
aspirar diariamente: una verdadera escuela de amor. Al hacer una ecuación entre 
la vida común y el objetivo del amor, el papa ponía de relieve que el ideal 
agustiniano trata de hallar a Jesús en el verdadero centro de la comunidad, presente 
en todos y cada uno de los religiosos (PABLO VI, Discurso al Capítulo General 
Agustiniano de 1971, en Living in Freedom Under Grace, Curia Generalizia Agostiniana, 
Roma 1979, 42. Cit. en adelante Living in Freedom). 
2
 SAN AGUSTÍN, En. in Ps. 131,5. 
3
 Regla, n. 4 (c. 1,3). 
24 
como lo hizo Agustín, dando cuanto tiene a los pobres o 
integrándolo en el fondo común de la comunidad religiosa. 
A este respecto dice Agustín: "Dejadles que hagan lo que 
quieran. Con tal de que sigan siendo pobres conmigo, pode-
mos todos esperar en la misericordia de D ios" 4 . 
Este principio básico de un compartir total también 
pone en claro, por lo demás, que los religiosos no deben 
tener nada propio, todo lo tienen que tener en común con 
el resto de los hermanos o hermanas. Antes de entrar en la 
vida religiosa sólo pueden reclamarse como propias las po-
sesiones de título personal. Después de ingresar en esta 
santa sociedad y de ponerlo todo en común, incluso lo que 
los otros poseían pertenece ahora a todos y a cada uno 5 . Lo 
que constituye mayor relevancia es el hecho de que Dios 
mismo se convierte en posesión común, en la más inestima-
ble de todas: "Efectivamente, Dios mismo, tesoro fabuloso y super-
abundante, será nuestra común posesión"6. 
Sin embargo, esta norma básica no afectaba sólo a quie-
nes acababan de acceder a su compromiso sagrado como 
cristianos consagrados. Se aplicaba también a los que ya 
estaban viviendo la vida común. Por ejemplo, todos los que 
recibían regalos del exterior, incluso de los parientes, se 
esperaba que pusieran todas esas cosas en común. Compe-
tencia del superior sería proveer que esas donaciones se 
dieran a quien pudiera necesitarlas. Más aún, Agustín llegó 
4
 Sermón 355,6. 
5
 "Ellos ponían sus bienes personales en común. ¿Es que perdieron lo que 
había sido suyo? Si se hubieran reservado para sí lo que era suyo, entonces cada 
cual tendría sólo lo que era suyo. Pero puesto que puso en común lo que era suyo, 
incluso lo que los otros tenían pasó a ser suyo". (En. in Ps. 131,5). Esta observación 
nos recuerda, en un plano más espiritual, lo que Agustín escribió a Leto, religioso 
que había abandonado el monasterio, presumiblemente para atender asuntos fi-
nancieros de su casa, con la intención de retornar al monasterio. Sin embargo, el 
afán dominante de su madre se lo impidió. Agustín escribió al jovenrecordándole, 
entre otras cosas, que ya no se pertenecía sólo a sí mismo, sino también a sus 
hermanos en religión: "Tu alma ya no te pertenece exclusivamente a ti; pertenece 
a todos los hermanos. Y sus almas te pertenecen a ti. Mejor dicho, sus almas junto 
con la tuya no son muchas almas, sino solo una, el alma única de Cristo" (Carta 
243,4). 
6
 Sermón 355,1. 
25 
a manifestar a sus diocesanos que si, al reparar que algunos 
de los regalos que le hacían eran demasiado elevantes, ven-
dería los objetos y emplearía el dinero en obras de caridad, 
antes que estrenar los vestidos o hacer uso de cuanto era 
impropio de su profesión religiosa7 . Precisamente con esta 
actitud Agustín enseña incluso a los religiosos de hoy la 
necesidad de ser sencillos; simplemente hay cosas que no 
están muy en consonancia con los que han prometido ha-
llarse entre los pobres de Cristo. 
Pero quizá el detalle más importante de este compart i-
mento total con la comunidad fue la actitud positiva que 
Agustín deseaba que tuvieran presente cuantos venían a 
vivir con él: alegría en el dar por parte de cuantos disfrutaban 
de bienes en el mundo 8; la ausencia de deseo de adquirir cosas por 
parte de los que habían ingresado en la comunidad sin haber 
tenido bienes materiales9 . Más aún, la alegría debe caracte-
rizar a cuantos viven en el monasterio a través de los servi-
cios que se hacen unos a o t ros 1 0 y en su talante en la obser-
vancia de la Regla, es decir, como personas libres bajo la gracia n. 
También subrayó Agustín en qué medida la ausencia del 
apetito de poseer cosas hacía de la ofrenda religiosa personal 
un sacrificio total: "Renuncia al mundo entero quien renuncia a 
cuanto posee o desea poseer"12. No obstante, lo que realmente 
cuenta no es el hecho de haber traído algo para el fondo 
común ni el haber vendido cuanto se poseía. Lo que cuenta 
de verdad es el haber traído consigo a la comunidad "esa 
caridad que eclipsa todas las cosas.. ." 13. 
7
 Sermón 356,13. 
8
 Regla, n. 5 (c. 1,4). 
9
 Ib, n. 6(c. 1,5). 
10
 Ib, nn. 38,40 (c. 5,9,11). 
11
 Ib.,n. 48 (c. 8,1). 
12
 Carta 157,39; véase también En. in Ps. 103s, 3,16. 
13
 Sermón 356,9. 
26 
Recibir de acuerdo 
con las necesidades de cada cual 
La segunda norma sobre la pobreza que Agustín deja 
bien sentada para sus seguidores tiene conexión directa con 
el estilo de vida con que se describe a la naciente comunidad 
de Jerusalén: la distribución de los bienes de acuerdo con las 
necesidades de cada cual1 4 . La meta de la pobreza agusti-
niana es la unidad, no la uniformidad. Las diferencias reales 
entre los religiosos, por ejemplo, la salud, la complexión 
física, antecedentes, talentos y otras necesidades personales 
deben entrar en consideración siempre. 
Teniendo a la vista estas diferencias, Agustín en su Regla 
ha manifestado su amplitud de miras y su abierta mentali-
dad, así como el grado de deferencia mostrado frente a lo 
que hace a unas personas distintas de las otras. Supo com-
prender que las necesidades de los que antes eran ricos se 
hallaban expuestas a ser distintas de las necesidades de quie-
nes vivían en pobreza; que las necesidades de la gente sana 
tenían que ser distintas de las necesidades de los que estaban 
enfermos, y que la gente robusta no necesita tantas atencio-
nes como las personas débiles. Frente a sus religiosos tuvo 
en cuenta no sólo su condición física, sino también su ma-
durez espiritual y su estado psíquico. Todo ello pone de 
relieve una comprensión extraordinaria de la naturaleza 
humana para los tiempos que corrían. Siguiendo esta lógica, 
estableció reglas particulares para los enfermos con respecto 
a los ayunos y a la alimentación 15; había que dar comida, 
vestidos y ropa de cama especiales a aquellos que habían 
vivido en el mundo dentro de un ambiente que les hacía 
menos capaces de adaptarse pronto a la austeridad monás-
tica 16; y aunque advirtió a sus seguidores de no preocuparse 
demasiado del vestuario que recibían del fondo común, tam-
14
 He 4,35. \ 
15
 Regla, nn. 14,18 (c. 3,1,5). 
'
6
 Ib, nn. 16.17 (c. 3,3-4). 
27 
bien hizo excepciones con aquellos que aún no podían adap-
tarse a este consejo 17. 
Vivir c o m o los pobres en espíritu 
Ya hemos visto cómo Agustín quería que sus seguidores 
fueran pobres de hecho. Ahora nos preguntamos: ¿Cómo 
esperaba que fueran esos pobres en espíritu, interiormente? 
¿Qué espíritu guiaba a Agustín y a sus comunidades en la 
vida diaria de su consagración como pobres de Dios? 
Para comenzar a dar una respuesta a estas preguntas, 
oigamos primero lo que Agustín dice al pueblo cristiano, a 
los que, en su estimación, son pobres de Dios o pobres de 
espíritu: " U n pobre de Dios es... el que lo es en su corazón, 
no en su cartera... Dios no mira nuestros bolsillos, sino 
nuestros deseos... A todos los que son humildes de corazón, 
a los que viven en la práctica del doble mandamiento del 
amor, no importa cuanto posean en este mundo, hay que 
• clasificarlos como pobres, como los auténticos pobres a 
j quienes Dios harta de pan" 18. "Mira cómo los pobres y los j 
desposeídos pertenecen a Dios. Me refiero, por supuesto, aj 
los pobres en espíritu. De éstos es el reino de los cielos... ¿Y i 
quiénes son estos pobres en el espíritu? Los humildes, los 
que confiesan sus pecados, los que no presumen de sus pro-
pios méritos ni de su propia justicia... Los que alaban a Dios 
cuando hacen algo bueno y se acusan a sí mismos si hacen 
algo m a l o " 19. 
Es curioso observar cómo en estos textos Agustín asocia 
los conceptos de pobres en el espíritu y de humildes de 
corazón; para él son inseparables estos conceptos. Para Agus-
tín resultaría algo utópico que alguien busque la unidad y la 
armonía en su camino hacia Dios sin la práctica de estas dos 
virtudes. Más aún: Agustín recalca el hecho de que los 
17
 Ib, n. 30 (c. 5,1). 
18
 En. inPs. 131,26. 
19
 En. ¡n Ps. 73,24. 
28 
pobres de Dios y los pobres en el espíritu son probablemente 
los humildes de corazón, y como tales practican necesaria-
mente el amor a Dios y al prójimo. Al mismo tiempo no 
comprendían a Agustín quienes hacían un auténtico desplie-
gue dando su fortuna a los pobres, pero no estando perso-
nalmente dispuestos a ser pobres de Dios: "Están hinchados 
de orgullo y creen que el bienestar que disfrutan hay que 
atribuírselo a ellos, no a la gracia de Dios. Por todo ello, 
aunque practiquen muchas obras buenas, no viven bien... Su 
riqueza son ellos mismos, no son pobres de Dios. Están 
llenos de sí mismos, no tienen necesidad de Dios" 2 0 . 
Por eso, el verdadero pobre tiene que serlo primero en 
su corazón; debe reconocer con toda humildad tanto la 
necesidad de estar lleno de Dios como el hecho de que sin 
Dios no será capaz de realizar nada que sea digno del Reino. 
Si estos conceptos van dirigidos primariamente a todos los 
fieles, con mayor razón deben interesar a los religiosos. 
Otra observación que hay que hacer en esta área de la 
vivencia de pobreza sobre una base cotidiana es que Agustín 
buscó siempre manejar el timón de manera equilibrada. No 
creía en los extremismos. Una parte de la Regla que revela 
esta actitud equilibrada respecto de la pobreza es la refe-
rente al atuendo de los religiosos: "Que en vuestro vestido no 
haya nada que atraiga la atención" 2i. No se dan detalles al 
respecto. El único consejo que se da —y, como es lógico, es 
el más importante para Agustín— es que el vestido sea 
sencillo, ni demasiado buenos ni demasiado pobres. En otras 
palabras, que no les haga destacar. Este mismo rasgo de 
actitud equilibrada la expresa Posidio, si cabe, en términos 
más explícitos. El nos da una idea bastante aproximada de 
los hábitos personales de la vida de Agustín: "Sus vestidos, 
su calzado y el mobiliario de su dormitorio eran suficiente-mente modestos; ni demasiado refinados ni demasiado po-
bres. Porque en tales cosas la gente está acostumbrada o a 
un despliegue de orgullo personal o bien a rebajarse dema-
20
 En. inPs. 71,3. 
21
 Regla, n. 19 (c. 4,1). 
29 
siado. En ninguno de estos casos buscan las cosas de Jesu-
cristo, sino las suyas propias. Como ya he dicho, Agustín 
matenía un sano equilibrio, sin desviarse ni a la derecha ni 
a la izquierda" 2 2 . 
Un último punto nos lleva a considerar la vida cotidiana 
de la pobreza religiosa: se refiere a la necesidad que tienen 
los religiosos de subvenir a sus propias necesidades mediante 
el trabajo. Todo el libro de Agustín sobre El trabajo de los 
monjes puede constituir objeto de lectura y de cita en este 
aspecto, pero el texto siguiente, tomado de esta obra, es un 
resumen adecuado de su pensamiento: "Algunos han renun-
ciado o distribuido su fortuna, grande o pequeña, y con sana 
humildad han optado por ser numerados entre los pobres de 
Cristo. Si son físicamente capaces y no están comprometidos 
con trabajos de Iglesia y, no obstante, realizan trabajos 
manuales, rechazan todo ese tipo de excusas (para no traba-
jar) que suelen esgrimir los perezosos que ingresan en el 
monasterio procedentes de un estilo de vida más humilde y 
por ello más activo. Y al obrar así actúan con mayor mise-
ricordia que si hubieran repartido todos sus bienes entre los 
necesitados"2 3 . 
Los religiosos no pueden decir que viven propiamente el 
voto de pobreza si no están dispuestos —en la medida en 
que la salud se lo permite— a aceptar con alegría las cargas 
del trabajo diario, sea oración, ministerio pastoral, ense-
ñanza, escritura, enfermería, trabajo manual, servicios téc-
nicos o cualquier otra forma de apostolado. Si hay algo que 
caracteriza al auténtico pobre es el hecho no sólo de tener 
que trabajar, sino de trabajar duro para su manutención 
personal y la de su familia. 
Servir a los necesitados 
Finalmente, dado que la pobreza religiosa no es simple-
mente una condición económica, sino una actitud del cora-
22
 POSIDIO, 22; véase también SAN AGUSTÍN, Carta 48,3. 
23
 De opere monachorum 25,33 (en adelante, De op. mon.). 
30 
zón basada en el amor, tienen que sentirse también sus 
efectos más allá de los muros de la comunidad religiosa en 
un servicio que trascienda a los demás. Jesucristo se vació al 
sentar su tienda entre nosotros; aun siendo verdaderamente 
rico, se hizo pobre por nosotros, para que por su pobreza 
pudiéramos enriquecernos nosotros2 4 . Este reto va dirigido 
a todos los seguidores de Cristo y mucho más a los religio-
sos. Es el reto de entregarse a los pequeños de Dios. Agustín 
entendió en todo su contenido y aceptó este compromiso 
personal en su época y fue un modelo para que sus seguido-
res hagan lo propio. Posidio lo hace resaltar así: "Siempre 
estaba atento a sus compañeros de pobreza. Tomaba parte 
de su propia asignación entregándosela a los que convivían 
con él. Me refiero a los ingresos procedentes de la iglesia y 
de las ofrendas de los fieles"2 5 . "A veces, cuando la iglesia 
no tenía dinero, informaba a los fieles de que no contaba 
con más fondos para los pobres. Para ayudar a los encarce-
lados y a un gran número de pobres había mandado fundir 
algunos vasos sagrados. El dinero que le reportaba la venta 
de estos vasos sagrados lo distribuía a los necesitados"2 6 . 
Pero además de estos cuidados materiales en favor de 
sus compañeros de pobreza, como llamaba a los pobres, se 
propuso ayudar continuamente al pueblo mediante diversas 
obras de misericordia 27, porque sabía muy bien que no sólo 
de pan vive el hombre 28. 
¿De qué medios, podemos preguntarnos, puede servirse 
el religioso en casos concretos para imitar a Agustín en su 
ardiente celo por los pobres? Un autor nos brinda un amplio 
abanico de posibilidades en el pasaje siguiente: "El religioso 
se ha comprometido personalmente... a identificarse, tanto 
él como su instituto, con toda la familia humana, teniendo 
en cuenta que ésta manifiesta su pobreza de distintos modos 
ante Dios. Además de la forma más obvia de privación y de 
24
 Flp 2,7; 2Cor 8,9. 
25
 O.c, n. 23. 
26
 Ib, n. 24. 
27
 Véase, por ejemplo, POSIDIO, nn. 19-20. 
28
 Mt4,4. 
31 
r> 
escasez de bienes materiales, existe la pobreza de la igno-
rancia, de la inseguridad, de la soledad, de la enfermedad, 
del fracaso y, sobre todo, la pobreza de la perversidad. Al 
dar gratis y con generosidad lo que personalmente ha reci-
bido como don de Dios, el religioso procura llevar adelante 
de modo creativo el mandato de Jesús: 'Lo que habéis reci-
bido gratis, dadlo gratis ' (Mt 10,8)"2 9 . 
En el texto que acabamos de presentar podemos ver 
numerosas áreas en que se puede servir de manera más 
satisfactoria a los pobres de Cristo. Pero no resulta posible 
realizar este servicio sin un espíritu real de autosacrificio, 
sin una disponibilidad de mantenerse uno fuera. Y una vez 
más ahí queda el reto de vivir en esa admirable sencillez que 
caracterizó la vida de Agustín, de experimentar de manera 
profunda dentro de nosotros mismos la necesidad que tene-
mos de Dios y del prójimo y de tener hambre especialmente 
de Dios y de la venida de su Reino. 
Agustín nos permite resumir sus enseñanzas sobre po-
breza en aquello que constituye el verdadero núcleo del 
tema: la donación real que se nos intima a través de la 
pobreza evangélica es, ni más ni menos, el don de sí mismo. 
Agustín lo recalca en el pasaje siguiente: "Dad lo que habéis 
prometido; y, puesto que vuestra promesa os incluye a vos-
otros, entregaos al Único, que es quien os ha regalado la 
existencia... Lejos de disminuir, todo cuanto deis se conser-
vará y aumentará" 3 0 . 
De modo análogo, la meta de ser un alma sola y un solo 
corazón encaminados hacia Dios se alcanzará con mayor 
rapidez cuando los religiosos compartan con los demás no 
sólo lo que tienen, sino lo que son. En fin, lo que hemos 
dicho antes: el don de sí mismos. Cuando comparten sus 
talentos de mente y corazón, su fe, su esperanza y su amor, 
su tiempo, su entusiasmo y su propio yo, entonces resulta 
más accesible y tiene mayor sentido esa unidad en el amor 
29
 DAVID M. STANLEY, SJ, Faith and Religious Life, Paulist Press, Nueva York 
1971, 83-84. 
30
 Carta 127,6. 
32 
que se han propuesto como objetivo. Las necesidades más 
importantes de los hombres y de las mujeres de hoy no son 
necesariamente materiales. Con frecuencia sus necesidades 
espirituales, psicológicas y emocionales requieren una aten-
ción mayor y más inmediata. La posibilidad de contribuir 
en algo al alivio de estas necesidades se halla con toda 
probabilidad más dentro de las posibilidades del religioso 
que la de aliviar pura y simplemente las necesidades mate-
riales. 
Siguiendo a Cristo pobre. Agustín nos reta a aceptar de 
todo corazón no sólo la renuncia a nuestras posesiones en 
favor de los pobres, sino también, en una actitud realmente 
positiva, nos intima a un seguimiento voluntario de Cristo 
que invita a todos los religiosos: Ven y sigúeme. "¿Amas y 
quieres seguir a aquel a quien amas? Se ha marchado ense-
guida, se te ha adelantado. Corre y mira a ver dónde se ha 
ido. Cristiano, ¿no sabes adonde se ha ido tu Señor? Quiero 
preguntarte. ¿Quieres seguirle? ¿Quieres seguirle por el ca-
mino de las pruebas, insultos, acusaciones falsas, salivazos 
en el rostro, golpes y bofetadas, corona de espinas, cruz y 
muerte? ¿Por qué andas dudando? Mira, ahí tienes el cami-
no. Y tú exclamarás: Arduo camino es ése. ¿Quién puede 
seguir a Jesús por é l ? " 3 1 
Es muy posible que no todos los religiosos en la vida de 
cada día se encuentren con todo este tipo de retos. Pero la 
pregunta sigue en pie: "¿Amas y quieres seguir a aquel a 
quien amas?" ¿Qué quiere decir esto en la práctica? 
El P. BonifaceRamsey, OP, al hacerse esta misma pre-
gunta, señala diversas áreas en que tienen que sentirse inter-
pelados los religiosos si realmente desean seguir a aquel a 
quien aman. En breve síntesis, todo ello entraña: 1) El va-
ciamiento de nuestra condición humana; 2) La alienación de 
Cristo respecto de los estándares establecidos por los dir i-
gentes y la sociedad de nuestra época; 3) Solidaridad con los 
pobres, los oprimidos y los alienados; 4) Carencia de poder 
31
 Sermón 345,6, tal como lo cita BONIFACE RAMSEY, OP, The Center of Religious 
Poverty", en "Review for Religious" 42 (1983) n. 4, 539. 
33 
(impotencia) frente a ciertas situaciones; 5) Libertad con 
respecto a los asuntos humanos; 6) Dependencia de los de-
más, y especialmente dependencia del Padre 32. 
Como ayuda para una reflexión práctica sobre el tema, 
me gustaría comentar con brevedad cuatro palabras clave o 
esos cuatro conceptos que he visto expresados en el pasaje 
anterior: alienación, solidaridad, abandono, dependencia. 
Alienación. Los estándares de nuestro mundo no son los 
establecidos por Jesús en el evangelio. Por todo ello, si 
queremos adherirnos a las enseñanzas de Jesús, tendremos 
que distanciarnos de estos estándares. Considérense, por 
ejemplo, estos dos casos: 1) la mentalidad consumista con 
que se nos bombardea en los diversos mensajes y, sobre 
todo, en la televisión: "¡Rápido, rápido! Compre ahora mis-
mo. Posiblemente su felicidad dependa de esto"; y 2) "Si 
eso no produce dinero, no merece la pena". 
Permitidme un ejemplo concreto de cómo la mentalidad 
consumista ejerce una presión absoluta sobre todo el mundo, 
pero en especial sobre aquellos que no pueden secundarla. 
Hace unos años me hallaba en un bulevar céntrico de Ma-
nila. Mientras daba una vuelta de observación, me topé con 
una tremenda valla publicitaria instalada en todo lo alto de 
la calle, bien visible a todos los transeúntes. Presentaba las 
caras de tres niños de aspecto tristón con un mensaje escrito 
en caracteres bien destacados: "¿Cómo privar a sus hijos de 
una televisión en color si su alquiler sólo cuesta 12,50 al 
mes?" Por supuesto que el precio constaba traducido a mo-
neda filipina, pero equivalía aproximadamente a la paga de 
seis o siete días de la clase trabajadora destinaría de la 
publicidad. Lo que la valla proclamaba era que aquella tris-
teza de los niños dimanaba de no tener una televisión en 
color; la felicidad depende de poder disfrutar de un aparato 
de ese tipo. 
En una sociedad opulenta tanto nosotros a nivel indivi-
dual como nuestra comunidad tenemos que ser muy caute-
32
 BONIFACE RAMSEY, O.C, 534-544, pero especialmente 542-543. 
34 
losos ante la avalancha del apetito de posesión de muchos 
bienes materiales, además del exagerado deseo de confort, 
o simplemente por el prurito de tener muchas cosas, e in-
cluso por un espíritu falsamente competitivo. Asimismo te-
nemos que ser circunspectos para no dejarnos avasallar por 
una necesidad real de dinero en nuestra labor y en nuestra 
vida. Que no influyan en nuestra imagen de modo que 
lleguemos a olvidarnos de lo que realmente es importante 
en la vida religiosa, al sofocar quizá algunos de sus elemen-
tos esenciales: unidad en el amor, comunidad, oración, ser-
vicio. 
Solidaridad. Naturalmente que nos sentimos obligados a 
practicar la solidaridad con los pobres. Pero esta solidaridad 
no debe limitarse a los pobres meramente materiales. Como 
ya hemos indicado, debe incluir también a los ignorantes, 
inseguros, solitarios, enfermos, fracasados, pecadores3 3 . Nos 
viene ahora al pensamiento la totalidad del área de justicia 
y paz, área que repetidamente ha ido en estos últimos años 
ocupando un puesto de preferencia en nuestra reflexión 
cristiana. Pero hay que dejar bien sentado que no tratamos 
de hablar a los demás sobre este tema sin antes tener nuestra 
casa bien ordenada. Nuestra actitud global ante los grupos 
menos privilegiados, excepcionales y minoritarios, que tra-
bajan con nosotros o por nosotros, necesita someterse a un 
escrupuloso escrutinio, porque precisamente es en esta área 
personal donde debe comenzar la búsqueda de una mayor 
justicia en el mundo. Cuando tomamos en serio este aspecto 
de nuestra vida, nuestra solidaridad con todos los pobres 
—incluso con aquellos que disfrutan de bienestar material— 
irá adquiriendo un sentido nuevo y más significativo. 
Abandono. Jesús tuvo una experiencia real de abandono 
muchas veces en su vida. Se sometió voluntariamente a esta 
sensación porque quería ser como nosotros en todo menos 
en el pecado. Sufrió un montón de incertidumbres, frustra-
ciones y angustias, manteniendo su confianza ilimitada en el 
33
 Cf lo dicho en nota 29. 
35 
amor indefectible del Padre. Pero tenemos que preguntar-
nos: ¿Existe una voluntad similar de sufrir todo esto por 
parte de aquellos religiosos —pocos en número, ciertamen-
te— que parece que están sufriendo de eso que podemos 
definir como actitud de un futuro posible de dificultades? 
Esta clase de tipos son los que tienden a surtirse de los 
últimos gritos de la moda en el vestir y a preocuparse por 
verdaderas nimiedades; los que se procuran amigos influ-
yentes y otras ayudas foráneas, no porque estén interesados 
en promover los valores del Reino o en ayudar a las nece-
sidades de la comunidad, sino más bien por intereses pura-
mente personales. En el trasfondo de toda esta ansiedad 
parecen existir algunas condiciones no expresas que han 
hecho que se tambalee la generosidad original que estuvo 
presente con toda seguridad cuando comenzaron su vida 
religiosa: "Si abandono.. ." , o "si no puedo aceptar mi pró-
ximo destino.. .", o "si el superior se pone así o asá...". 
También yendo contra los principios básicos del espíritu de 
pobreza, este tipo de actitudes despliega una repugnancia 
básica a confiar en el Señor. Si no estamos dispuestos a 
confiar en el Señor y a correr riesgos prudentes, ¿cómo 
vamos a aprender a profundizar en nuestro amor, que es la 
auténtica meta de nuestra vida común? 
Dependencia. Se puede tener experiencia del sentido de 
dependencia de dos maneras: o con respecto a los demás (la 
comunidad) —en cuyo caso quedaría mejor expresado por 
' interdependencia'— o con respecto al Señor. De nadie se 
dice que su dependencia se basa tanto en los demás que es 
incapaz de funcionar solo. Todos necesitamos un cierto mar-
gen de autonomía para desarrollar nuestros talentos y per-
sonalidad a tope de nuestras capacidades y en sintonía con 
las necesidades de la Iglesia y de nuestro instituto religioso. 
Una pequeña anécdota va a enseñaros muy bien la clase 
de dependencia que no queremos fomentar. Durante unas 
recientes vacaciones de verano me encontraba en una de 
nuestras mayores casas, que en sus cercanías tenía una gran-
ja. Estábamos rezando vísperas al caer de la tarde cuando 
36 
estalló una tormenta formidable, con gran aparato eléctrico. 
De repente se apagaron todas las luces en muchas millas a 
la redonda. Justamente entonces se estaba procediendo al 
ordeño de las vacas del establo. Para ello se empleaban los 
medios más sofisticados y modernos. Cuando toda la ma-
quinaria se paró por falta de energía eléctrica, las vacas se 
negaron a dejarse ordeñar con métodos "pasados de moda" . 
Todo intento fue vano. Resultado: rebosantes de leche, las 
vacas comenzaron a sufrir tanto que sus mugidos se dejaban 
oír lejos de la granja. Cesaron sus mugidos de dolor a las 
tres de la madrugada, tras arreglarse la avería eléctrica, 
cuando se reinició el ordeñado moderno. 
No es ésta la clase de dependencia deseable en la vida 
religiosa. Pero si la autonomía degenera en independencia, 
no le faltarán sufrimientos a la comunidad. Cuando alguien 
puede disponer de grandes sumas de dinero, muy por encima 
de lo que requieren las responsabilidades pastorales,y si 
además tiene a su disposición un coche sin límite de horario, 
es muy fácil que se vaya independizando gradualmente de la 
comunidad. Análogamente, quienes se quedan con los dona-
tivos que les vienen de fuera de la comunidad se van auto-
marginando de hecho del resto de la comunidad, aunque no 
se den cuenta. La posesión de estas cosas, en especial en el 
caso del dinero, los hace diferentes, una especie de excep-
ción, como si ello derivara de las restricciones normales de 
la vida de comunidad. Y por extraño que parezca, estos 
individuos son refractarios a compartir con la comunidad lo 
que les han regalado, pero continúan firmes en su voluntad 
de compartir todo lo que la comunidad ofrece a sus miem-
bros. Cuando me pongo a pensar en una anomalía como 
ésta, no puedo menos de recordar la escena bíblica de Ana-
nías y Safira34. Este matrimonio insistía en que habían en-
tregado todas sus posesiones a los apóstoles, pero en realidad 
se habían quedado con ellas. Quizá también ellos sufrieran 
el síndrome del " tu turo muy oscuro". 
34
 He 5,1-11. 
37 
En última instancia, sin embargo, todo tipo de dificul-
tades puede reducirse a una reluctancia a aceptar la depen-
dencia del Señor, a confiar en él, a buscarle y amarle a él 
y a los demás en él. Si lo que intentan algunos es la adquisi-
ción o posesión de cosas materiales, es difícil imaginar 
que su intención vaya encaminada a Dios, que quieran se-
guir a Jesús más de cerca o que se empeñen en amar a sus 
compañeros religiosos con mayor generosidad. Como dice 
Agustín: "Es demasiado insaciable aquel a quien Dios no 
bas ta" 3 5 . 
Como conclusión está bien que recordemos que, para 
Agustín, compartir en común o profesar la pobreza evangé-
lica es precisamente un medio más —aunque esencial— 
para fundir los miembros de la comunidad en uno solo, 
haciendo que sean uno como "el alma única de Cristo"36. Los 
sacrificios necesarios para vivir una oblación como la po-
breza evangélica son aceptables cuando tenemos presente la 
globalidad del cuadro, es decir, la verdadera razón por la 
que nos hemos reunido: para tener un alma sola y un solo 
corazón —en Cristo— en nuestro caminar hacia Dios. 
35
 Citado en A. SAGE, La contemplation dans les communautés de vie fratemelle", en 
"Recherches Augustinniennes" VII (1971) 283. 
36
 Véase lo dicho en la nota 5; Carta 243,4. 
38 
3. Verdaderos amigos en Cristo 
HASTA HACE relativamente poco tiempo la noción de amistad en la vida religiosa suscitaba sentimientos de 
aprensión y con frecuencia levantaba oleadas de temor irra-
cional. De hecho, cabe la posibilidad de que se llegara a 
considerar improcedente, o al menos poco avisado, escribir 
o hablar sobre la amistad a la luz positiva con que actual-
mente la consideramos. El único uso realmente aceptable de 
la palabra parece que tuvo lugar dentro del contexto de 
relaciones altamente espirituales o "sobrenaturales", estilo 
que, según se apreciaba, tuvo lugar entre los santos a lo 
largo de los siglos. Cuando escriben sobre el tópico de la 
amistad, los tratadistas de ascética mencionan con frecuen-
cia estas amistades espirituales calificándolas de admirables, 
pero no siempre resultan fáciles de practicar o de mante-
nerlas limpias de toda ganga de sentimentalismo peligroso. 
Hacen luego hincapié en los males de lo que ha venido a 
llamarse amistades "part iculares", es decir, relaciones que 
en realidad son exclusivistas, egoístas, separatistas y que, en 
última instancia, revisten un carácter sensual. De la bondad 
y honradez de los niveles intermedios de la amistad apenas 
si se hizo mención '. Quizá un cierto temor moroso ante la 
corriente jansenista les hiciera considerar las cosas así ante 
la experiencia de la naturaleza humana caída. 
1
 A este respecto, véase, por ejemplo, ADOLPHE TANQUEREY, The Spiritual Life, 
Newman Press, Westminster, MD, 1930, 285-291. Un buen ejemplo de amistad 
espiritual o sobrenatural puede ser el de san Francisco de Sales y santa Juana 
Francisca de Chantal. 
39 
Innovaciones de un capítulo general 
Incluso después del concilio Vaticano II el cambio de 
mentalidad se tomó su tiempo. Recuerdo muy bien en 1968 
el capítulo general especial de los agustinos, que se celebró 
en el campus de la Universidad de Villanova (EE. UU. ) , 
primer capítulo general que la Orden tenía en el nuevo 
mundo. Este capítulo especial y otros muchos que los insti-
tutos religiosos celebraron por aquellos años habían sido 
ordenados por la Santa Sede para renovar las Constituciones 
de la Orden. Se esperaba una respuesta clara a la urgente 
llamada del Vaticano II, dirigida a los religiosos, a volver 
a sus raíces y a poner al día su estilo de vivir la vida reli-
giosa2 . 
El anteproyecto de estas nuevas Constituciones, tal 
como se presentaron al capítulo para su consideración, con-
tenían referencias muy específicas al puesto que tiene la 
amistad en la vida religiosa agustiniana. En los inicios del 
capítulo este hecho suscitó algunas críticas duras por parte 
de un buen número de miembros capitulares, que consideró 
estas nociones completamente extrañas a nuestro estilo de 
vida. En efecto, sus argumentos se basaban en que la vida 
religiosa que vivimos tenía como fundamento un vínculo 
jurídico libremente aceptado, y no en sentimientos que po-
dían cambiar de un día para otro. 
Pero estas críticas fueron perdiendo fuerza desde el mo-
mento en que se cotejaron con las declaraciones de unos 
pocos que consideraban como fuera de lugar en las Consti-
tuciones el concepto de "fraternidad", nuevo y amplio, que 
se estaba introduciendo. En sintonía con el Vaticano II, 
haría que todos nos consideráramos verdaderos hermanos, 
iguales y acreedores al mismo respeto, sin tener en cuenta 
distinciones o privilegios que dimanaran de talentos perso-
nales, títulos universitarios, ordenación sacerdotal o profe-
2
 Véase PC 2. (Todas las citas del concilio Vaticano II las he tomado de The 
Documents of Vatican II, editado por Walter M. Abbot, SJ, Guild Press, Nueva 
York 1966). 
40 
siones ejercidas con anterioridad. Afortunadamente, tras 
larga discusión e intensa oración, prevalecieron la fraterni-
dad y la amistad y hallaron su puesto exacto en la reforma 
aprobada de las Constituciones. Como agustinos, habíamos 
olvidado realmente o habíamos hecho dejación de la mara-
villosa herencia recibida de san Agustín. Nosotros, como 
muchos otros religiosos, habíamos infravalorado el calor de 
la amistad humana en la vida religiosa, considerándola sos-
pechosa o peligrosa, aunque el mismo Agustín la hubiera 
considerado como una de las dos cosas más necesarias en el 
mundo 3 . 
Fuera temores ante la amistad 
Agustín no le tenía miedo a la amistad ni a hacer amigos. 
Más bien al revés. Hacer amigos le era tan connatural que 
le resultaba imposible concebir su personalidad sin estar en 
contacto vital con ellos. Tal fue la realidad que vivió antes 
y después de su conversión a la fe católica4 . Sin embargo, 
esto no implica que sus ideas acerca de la amistad no sufrie-
ran algunos cambios significativos con su acepción de la fe 
de Jesucristo y con su entrada en la Iglesia católica por el 
bautismo. En aquellos momentos su conversión le llevó a 
reflexionar sobre un hecho: sus antiguos amigos habían sido 
hasta cierto punto deficientes por no haber estado aglutina-
dos con Dios mediante ese amor que procede del Espíritu 
Santo5 . 
Tras fundar su primera comunidad religiosa en Tagaste, 
sus primeros compañeros eran amigos ya desde mucho antes, 
a los que se unieron unos pocos hombres de buena volun-
tad 6 . Algunos de éstos le siguieron a Hipona tres años más 
tarde, cuando hizo su segunda fundación. Alipio, Evodio y 
3
 Sermón 299D.1; Carta 130,6.13. 
4
 Véase, por ejemplo, Confes., 2,5,10; 4,8,13; 4,9,14; 6,16,26; Carta 73,3; etc. 
5
 Confes.4,4,7. 
6
 POSIDIO, 3; Sermón 355,1,2. 
41 
Severo son los nombres de algunos de estos amigos que 
vivieron la vida religiosa en su compañía desde los inicios; 
posteriormente se les añadieron Posidio y otros 7 . La amistad 
de Agustín con estos hombres no perdió vigor con el com-
promiso que hicieron ante el Señor de vivir la vida común. 
Tampoco disminuyó, como lo prueba la correspondencia 
epistolar posterior, cuando algunos de ellos abandonaron la 
comunidad para dar respuesta a la llamada de la Iglesia en 
calidad de obispos. De hecho fue multiplicando amistades 
con otros clérigos y laicos, hombres y mujeres, durante 
estos años8 . Podemos afirmar con toda clase de garantías 
que no pocos de estos escritos fueron inspirados por las 
consultas de sus amigos y, a veces, por el diálogo subsi-
guiente con ellos9 . 
El estilo de acción de Agustín a este respecto no se 
diferenciaba del estilo del mismo Jesucristo, tanto en sus 
enseñanzas como en sus prácticas. Entre los doce que esco-
gió, al igual que entre sus muchos otros seguidores, Jesús 
tenía también amigos especiales: Juan, el discípulo amado; 
María Magdalena; María, Marta y su hermano Lázaro, y 
otros. Pero aunque tenía amigos especiales, Jesús deseaba 
extender su amistad a todos los hombres y mujeres que 
estuvieran dispuestos a guardar su doble mandamiento de 
amor 10. Llegó a afirmar que el colmo del amor era dar la 
propia vida por los amigos n . Una inequívoca indicación de 
que los discípulos eran sus amigos de verdad halló su confir-
mación compartiendo con ellos los secretos íntimos que su 
Padre le había confiado n. Más aún, las enseñanzas y la 
actitud de Jesús están en perfecta consonancia con la alta 
7
 MARIE AGUINAS MCNAMARA, OP, Friends and Friedshipfor St. Augustine, Alba 
House, Staten Island 1964, 129.133.137.142. Véase también TEÓFILO VIÑAS, OSA, 
La amistad en la vida religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid 1982, 
173ss. 
8
 M. A. MCNAMARA, 144-211. 
9
 Retractationes, I, 22,55; De libero arbitrio; también los diálogos de Casiciaco. 
10
 Jn 15,12-14. 
11
 Jn 15,13. 
12
 Jn 15,15. 
42 
estima que las páginas del Antiguo Testamento tienen de los 
amigos y de la amistad l3. 
A pesar de los cambios de mentalidad y de otros tipos de 
mejoras que se han dejado notar desde la conclusión del 
concilio Vaticano II, aún siguen persistiendo hoy en día 
algunos temores respecto de la amistad en la vida religiosa, 
quizá porque a continuación del concilio aparecieron algu-
nas exageraciones en nombre de una amistad descaminada o 
mal entendida l4. A pesar de todos los pesares y aun habida 
cuenta de que pueden existir algunos errores, en estos últi-
mos años se han dado pasos muy importantes hacia una 
mejor apreciación del valor y dignidad de la persona huma-
na y del sentido de la verdadera amistad en la vida religiosa. 
Concepto agustiniano de amistad 
Personalmente Agustín no escribió nunca un tratado 
sistemático sobre la amistad, aun cuando, como ya hemos 
dicho, este tópico llenó gran parte de su vida y de su pen-
samiento. Libando en sus variados escritos podemos sinteti-
zar brevemente su pensamiento sobre el tema en tres ideas 
básicas: 1.a La amistad es esencial para el bienestar personal en 
el mundo; pero la verdadera amistad, la única que perdura, 
sólo existe cuando está inspirada por Dios y cuando Dios 
hace de soldador o aglutinador. 2.a La amistad presupone amor, 
una verdadera unión de corazones y un compartir mutuo de 
cargas, al estilo de lo que Jesús hizo por nosotros. 3.a La 
amistad está caracterizada por la confianza y la franqueza, y en su 
más amplia interpretación hay que extenderla a todos. Pro-
fundicemos en estas ideas básicas que nos ayudarán a apre-
ciar el profundo concepto que Agustín tenía de la amistad, 
13
 Por ejemplo, Job, passim; Sal 41,9; 55,13; Prov 17,17; 18,24; 27,6. 
14
 Existieron, por ejemplo, excesos infiltrados en ciertas sesiones de sensiblería 
o en un exagerado sentimentalismo que hizo de la noción de amistad algo indesea-
ble para algunos. Siempre ha habido unos pocos, especialmente entre los superio-
res, que, aun sin darse cuenta cabal de ello, han tenido favoritos entre sus amigos 
y que, como resultado, han dividido sus comunidades. 
43 
y que también gozó de alta estima incluso entre los no 
creyentes de la antigüedad. 
Sin un amigo nada es amable 
En el transcurso de su vida, Agustín experimentó una 
variada gama de amistades. Este abanico abarca desde las 
amistades muy íntimas, pasa por aquellas de cobertura me-
nos emocional y llega a una especie de relación universal, 
comprensiva y global, donde no existe distinción real entre 
amistad y amor fraterno. Agustín cristianizó el concepto 
ciceroniano clásico de esta virtud, demostrando que la autén-
tica amistad es un don y una gracia especial de Dios, que 
sólo se mantiene de forma garantizada cuando se la vive en 
Cristo. Algunas citas bastarán para clarificar estos puntos: 
"La verdadera amistad no es auténtica si tú (Dios) no haces 
de aglutinante entre aquellos que están unidos a ti por medio 
de la caridad derramada en nuestros corazones por el Espí-
ritu Santo" ,5. "No te desdeñaste... de ser amigo del humilde 
ni de responder con amor al amor de que fuiste objeto. 
Porque, ¿qué es la amistad sino esto? Deriva su nombre sólo 
del amor, es fiable sólo en Cristo y sólo en él puede ser 
eterna y fel iz"1 6 . "Si unidos a mí guardáis con valentía 
estos dos mandamientos (el amor a Dios y el amor al pró-
j imo), nuestra amistad será auténtica y duradera y nos unirá 
no sólo los unos a los otros, sino también y sobre todo a 
Dios" 1 7 . 
Como un autor observa sobre estas ideas de Agustín: 
"Éste es el núcleo de la concepción agustiniana de la amistad 
y su gran innovación. Sólo Dios puede unir a Dios personas 
entre sí. En otras palabras: la amistad está fuera del alcance 
del control humano. Se puede desear ser amigo de otro que 
15
 Confes. 4,4,7. 
16
 Contra duas epístolas Pelagianorum, I, 1. 
17
 Carta 258,4; véase también Confes. 4,9,14: "Dichoso el que te ama a ti 
(Señor), y al amigo en ti y al enemigo por ti. Porque no pierde a ningún ser 
querido sólo aquel a quien todo le es querido en quien no se ha perdido". 
44 
anda buscando la perfección, pero sólo Dios puede efectuar 
la unión" l8. 
Agustín es muy claro ante el hecho personal de que le 
resultaba imposible vivir sin amigos. Necesitaba de verdad, 
y esto le ayudaba a promocionarse humanamente, las rela-
ciones humanas cálidas, donde los intereses comunes, las 
alegrías, las penas y las ideas fueran objeto de comparti-
miento fecundo 19. Para el modo de pensar de Agustín, esto 
no era sin más ni más una amistad puramente espiritual. Por 
el mero hecho de que la amistad entraña un intercambio de 
amor, debe extenderse a toda la persona en su realidad 
integral. Más aún: Agustín fue mucho más lejos al no cali-
ficar la amistad como necesidad personal referida a él solo. 
Consideró que la amistad era una necesidad para todo el 
mundo. De hecho sitúa la salud y la amistad en el mismo 
plano, como bendiciones especiales de la naturaleza2 0 . A la 
vez que Dios nos creó para existir y vivir en plena forma, 
también nos dio amistades para no encontrarnos solos en la 
vida2 1 . Precisamente por esta razón Agustín puede concluir 
que sin amigos la vida es un vacío total, aunque se puedan 
disfrutar grandes riquezas y buena salud: "Cuando alguien se 
encuentra sin amigos, no hay nada en el mundo que le satisfaga"22. 
Por otra parte, la pobreza, los pesares y hasta el dolor 
mismo pueden soportarse cuando uno dispone de buenos 
amigos que le sirvan de apoyo, le alienten y le aligeren la 
carga. 
'Cuando nos oprime la carga y los pesares nos ponen 
tristones, cuando los sufrimientos corporales nos quitan el 
descanso y acaban