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SI AGUSTÍN VIVIERA EL IDEAL RELIGIOSO DE SAN AGUSTÍN HOY ^ ^ ^ ^ ^ ^ ™ 01 ' ^HE 1PV1 Jk w% JL TESTIGOÍ EDICIONEÍ THEODORE TACK, OSA SI AGUSTÍN VIVIERA El ideal religioso de san Agustín hoy 2.a edición EDICIONES PAULINAS © SAN PABLO 1990 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) © Alba House - New York 1988 Título original: IfAugustine Were Alive Traducido por José Cosgaya, OSA Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-1333-3 Depósito legal: M. 36.762-1993 Impreso en España. Printed in Spain Introducción AN AGUSTÍN fue, sin duda alguna, una personalidad de gran relevancia. Han transcurrido dieciséis siglos desde la fecha de su nacimiento, el año 354 d.C, y de su conversión a la fe católica, el año 386. Aunque gozaba de amplia notoriedad en la Iglesia de su época, se le conoce aún mejor y se le lee con mayor profundidad y despliegue en nuestros días. Personas hubo que, cuando él era obispo en el norte de África, discrepaban de sus opiniones —Pelagio, por ejemplo, fue uno de sus mayores adversarios intelectuales—, y han seguido existiendo personalidades discrepantes con diversos aspectos de su enseñanza en los siglos posteriores, incluyendo el nuestro. Pero la Iglesia en su globalidad ha concedido gran crédito a este hombre brillante, profundo y de gran prestigio personal. Y este fenómeno tuvo lugar en vida de Agustín y lo ha seguido teniendo a lo largo de los siglos. Resulta un hecho incuestionable que su influjo se ha dejado sentir con mayor intensidad ahora que en tiempos pasados. No hay sino pensar en la cantidad de citas, tanto implícitas como explícitas, que los padres conciliares tomaron de él en el Vaticano II para calibrar el alcance del hecho. En la actualidad sigue siendo uno de los autores a nivel mundial sobre el que existe más bibliografía. Por lo que respecta a las últimas décadas, se han publicado en torno a él cientos y cientos de artículos y libros tanto en torno a su personalidad como a sus obras. Circunscribiéndonos a uno de sus libros, las Confesiones, hay que subrayar que se han traducido a casi todas las lenguas modernas del mundo y sigue gozando de amplia difusión. En muchos aspectos se le puede considerar como un best-seller, probablemente el éxito editorial más importante después de la Biblia. s 5 ¿ Qué decir de este hombre que vivió hace tantísimo tiempo y cuyo poder de convocatoria ha llegado hasta la gente de nuestra época? Su genio teológico y filosófico no es cuestionable, es cierto. Pero me gustaría poner de relieve de que su convocatoria llega a mucha gente de hoy precisamente por haber sido tan profundamente humano, en el mejor sentido de la palabra. Él nos proporciona métodos de introspec- ción psicológicamente válidos; su odisea personal es idéntica a la de muchos de nosotros; su sed de Dios y las dificultades que experimentó en la búsqueda de Dios y en mantener lo conquistado son una marcada referencia a una necesidad humana básica. Más aún: los problemas que fue planteándose en la vida diaria son muy similares a los proble- mas a los que tenemos que hacer cara nosotros. Vivimos unos tiempos bastante análogos en cuanto a cataclismos sociales. Un profundo cambio flotaba en el aire a comienzos del siglo V. Nadie tenía conciencia de lo que traía consigo, ni del rumbo que tomaría, ni de su desenlace final. Por otra parte, él puso al desnudo su alma, su inte- ligencia, sus sentimientos y su herencia cristiana de tal modo que las personas que son honestas consigo mismas pueden hallar todavía en Agustín una especie de reflejo de su propia vida íntima y de sus luchas personales. También Agustín había realizado un profundo buceo en la vida cristiana misma, y todo aquello que subrayaba ante el pueblo, en especial a los cristianos consagrados, constituye la idea nuclear que muchas de las familias religiosas tienden a acentuar actualmente. Agustín promovió de una manera vigorosa un profundo sentido de la comunidad cristiana, una búsqueda común de Dios y de la alabanza divina, una amistad auténtica y un respeto verdadero hacia el indivi- duo, aunque éste viva en comunidad. Estimuló a otros a profundizar en la vida interior y a emprender una búsqueda incesante de la sabiduría y de la verdad. Personalmente partía de la convicción de que hallarían a Dios precisamente a través de esta búsqueda. Y, sobre todo, lo que él ansiaba era que encontraran y sirvieran a Cristo unos en otros mediante un servicio y amor mutuos, prácticos y totales. Cualquier tipo de liderato dentro de la Iglesia tenía que basarse más en el amor que en el temor. En todo esto subrayó la dignidad y el valor intrínseco de la persona humana en un entorno social, tema que constituye objeta constante de violación en nuestra época. 6 Los capítulos de este libro se centran precisamente en estos y otros puntos similares y, aunque van dirigidos principalmente a los cristianos que se han consagrado, dentro de la vida comunitaria, al servicio de los demás, tanto en el apostolado activo como en el contemplativo, creo que pueden prestar un buen servicio a todos los cristianos que tratan de acercarse más al Señor. En realidad, muchos de los ejemplos que he tomado de Agustín iban originariamente dirigidos a la totalidad del pueblo cuando se dirigía a él en lenguaje muy familiar dentro de su iglesia catedral. El papa Pablo VI fue gran admirador de san Agustín. En una de sus audiencias generales en Roma contó que había intentado leer al menos una página diaria de san Agustín. En otra ocasión recalcó que, si Agustín viviera hoy, se expresaría de idéntico modo a como lo hizo hace mil seiscientos años, porque personifica una humanidad que cree y ama a Cristo y a Dios (3 de noviembre de 1973). Este pensamiento ha dado título al presente libro. La admiración del papa actual por Agustín no es menos evidente. Juan Pablo II cita a san Agustín a lo largo y alo ancho de sus escritos y homilías. Más aún: con ocasión del XVI centenario de la conversión de san Agustín (1986), publicó una extensa carta apostólica en que expresa también lo que Agustín tiene que decirnos a los hombres de hoy. En los capítulos de este libro he citado con frecuencia a Agustín precisamente porque también yo creo que tiene mucho que decir a la generación actual. Tengo, por lo demás, muy constatado que éste es el sistema que han apreciado una amplia mayoría de ejercitantes a los que originariamente he brindado estas reflexiones durante los últimos cuatros años como parte de un programa de retiros. Su entusiasmo por Agustín y el ánimo que me han infundido me ha llevado actualmente a ofrecer estas ideas a una audiencia más copiosa. Al traducir el pensamiento de Agustín al inglés moderno he tratado de emplear, dentro de lo posible, un lenguaje universal. A veces, no obstante, este tipo de traducción no ha logrado acomodarse a las circunstancias en que Agustín se dirigía a grupos específicos de hombres o mujeres. Aunque de la Regla de Agustín hay dos versio- nes, una masculina y otra femenina, por razones de nexo y de conveniencia he empleado únicamente la versión masculina. La forma 1 femenina es exactamente la misma, excepción hecha de los cambios pertinentes en base al uso de las formas pronominales. En la conclusión de la Regla, Agustín dice a sus lectores que tiene la esperanza de que les sirva de espejo en que puedan mirarse. Yo no pretendo tanto, pero tengo la esperanza de que estas reflexiones sirvan de estímulos y sean un reto para todos los que desean unirse más íntimamente a Cristo. 8 1. Vida comunitaria La experiencia agustiniana DESDE SUS PRIMEROS días Agustín soñaba con sus amigos, se sentía tonificado y se hallaba a sus anchascon ellos. También éstos sentían un gran atractivo por su persona debido a su fuerte personalidad, realmente cálida y fascinante '. A la luz de esto no resulta difícil comprender cómo, incluso con anterioridad a su conversión, Agustín proyectó con sus amigos la formación de una especie de comunidad entre ellos. Quizá el proyecto que acariciaban podría denominarse una comunidad "filosófica"; es decir, una comunidad entregada a la búsqueda de la sabiduría a través de la reflexión individual y de la puesta de todos los bienes en común. Se trataba de llevar a efecto una comuni- dad real. Según nos cuenta Agustín mismo, se trataba de adoptar una separación de las masas, de establecer un fondo común de todas las posesiones y, partiendo de este punto, compartir las responsabilidades de modo que la mayoría quedara libre de toda preocupación personal de los bienes materiales. El proyecto se vino abajo, como era de suponer, cuando cayeron en la cuenta de que sus mujeres no estarían de acuerdo con el plan2 . 1 Véase Confesiones 4,4,7. Mientras no conste lo contrario, todas las citas de las Confesiones de san Agustín están tomadas de la versión de John K. Ryan, Carden City, Image Books, Nueva York 1960. Esta idea puede verse con más detenimiento más adelante, en el c. 3, "Verdaderos amigos en Cristo". 2 Ib, 6,14,24. 9 Lo que en todo este asunto resulta más interesante es que Agustín no tenía ni la más remota idea de la vida monástica que por entonces ya existía en la Iglesia. Tanto para él como para su íntimo amigo Alipio fue una revelación y una fuente de sorpresas lo que Ponticiano, su amigo y compatriota de África, les contó sobre un monje egipcio llamado Antonio; lo que les relató acerca de algunos mo- nasterios que florecían en el yermo, y concretamente sobre un monasterio que se encontraba precisamente en Milán, donde Agustín vivía por aquellas fechas3 . Ponticiano y su relato impactaron profundamente a Agustín. Realmente este relato significó un cambio en su vida, si bien es cierto que ya había ido madurando un proyecto así desde hacía años. Se sintió tan impresionado con las palabras de Ponticia- no, que, tras despedir a su invitado, irrumpió en el jardín de la casa de campo donde él y Alipio se alojaban para encon- trarse a solas consigo mismo. Después de sufrir allí las con- gojas de sentirse interiormente roto por dos sectores de sí mismo que litigaban entre sí, finalmente prevaleció la gracia de Dios y se sintió capaz de retornar con todo su corazón al Señor4 . Esto ocurría a primeros de agosto del 386. Aproxi- madamente durante los seis meses siguientes que precedie- ron a su bautismo, Agustín vivió una especie de experien- cia comunitaria en Casiciaco, pequeña casa de campo a unas 30 millas al norte de Milán. Aunque en esta comunidad se hallaba integrado un sector de su familia —su madre, Mó- nica; su hijo Adeodato, su buen amigo Alipio, otros va- rios parientes, amigos y estudiantes—, quizá podamos ha- blar de ella como de la primera comunidad agustiana verdadera 5 . 3 Ib, 8,6,14. 4 Ib, 8,8-12. 5 Ib, 9,4-6. 10 Ideal rel igioso de Agustín Tras la muerte inesperada de Mónica a comienzos del otoño del 387 en el puerto de Ostia, Agustín se demoró en los alrededores de Roma un año bien cumplido. Durante este tiempo visitó diversas comunidades religiosas en Roma y sus proximidades, recabando más y más informes sobre otros monasterios "que funcionaban en otras partes 6 . Proba- blemente durante este lapso de tiempo es cuando en su mente llegó a madurar la idea sobre el tipo de comunidad religiosa que proyectaba tanto para él como para sus amigos cuando retornaran a África. Posidio, buen amigo de Agustín, colega de obispado y su principal y primer biógrafo, nos cuenta que Agustín fundó de hecho esa primera comunidad religiosa en su ciudad natal de Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia), lo más probable en otoño del año 388, poco después de su vuelta a África desde Roma. En ese emplazamiento, junto con algunos ami- gos y conciudadanos, todos laicos como él, hizo vida de comunidad, ayunando, orando, haciendo buenas obras y me- ditando continuamente la palabra de Dios 7 . Es poco más lo que sabemos en torno a esta primera comunidad religiosa agustiniana. La situación continuó aproximadamente du- rante tres años, hasta que, a finales del 391, Agustín fue ordenado presbítero y fundó su segundo monasterio, esta vez en la ciudad portuaria de Hipona (hoy Annaba, Arge- lia), al lado de la iglesia, en un jardín que le regaló su obispo Valerio. Posidio subraya que el estilo de vida de esta nueva comunidad agustiniana estaba modelado según la comunidad cristiana de la Iglesia naciente en tiempo de los apóstoles8 , 6 De morihus Ecclesiae Catholicae I, 31-33 (en adelante la citaremos De mor. eccl. cath.). 1 POSIDIO, Vida de Agustín 3,1. En adelante la referencia será "Posidio". Una versión inglesa de su Vida puede encontrarse en E. A. FORAN, OSA, The Augusti- nians, Burns Oates and Washbourne, Londres 1938. Las citas de este libro son traducción del autor. 8 Es decir, la comunidad de Jerusalén: cf He 4,32-35. (Las citas bíblicas están tomadas de la New American Bible, 1970 y 1986, de la Confraternidad de la Doctrina Cristiana, Washington, D.C.). 11 pero continúa diciendo que esto no constituía novedad al- guna, porque Agustín ya había establecido este estilo apos- tólico de vida en su primer monasterio de Tagaste "cuando retornamos a nuestra patria surcando los mare s " 9 . Orígenes de la " R e g l a " de san Agust ín Aunque no todos los estudiosos están de acuerdo, hay una corriente de opinión muy consistente que sostiene que la Regla l0 de San Agustín a sus religiosos fue redactada en torno a los años 396-397, probablemente con ocasión de la entronización de san Agustín como obispo de Hipona tras la muerte de Valerio. Por esta época decidió abandonar su primera fundación de Hipona y fundar un monasterio para clérigos que vivieran con él en su residencia episcopal. El porqué del abandono de este primer monasterio de Hipona nos lo explica personalmente Agustín: no sería indicado para el obispo vivir en él, subraya, porque se vería precisado a recibir a la gente a todas las horas del día, y su deseo era que no sufriera menoscabo la paz y el sosiego de los herma- nos con tantas idas y venidas " . El anhelo de Agustín por seguir el ideal de la comunidad primera de Jerusalén se ve puesto claramente de relieve en esa regla de vida redactada para sus seguidores. También es interesante observar que treinta años más tarde, a sus se- tenta y dos años, Agustín confirmó de una manera solem- ne, en su iglesia catedral que este mismo ideal fue el modelo aceptado por él tanto para su persona como para los herma- nos que vivían en su compañía. Con tal motivo hizo que el diácono Lázaro leyera el pasaje de los Hechos de los Após- toles (4,31-35) que describe la primera comunidad cristiana: 9 POS1DIO, 5,1; cf Sermón 355,2. 10 The Rule of saint Augustine, con introducción y comentario de T. J. van Ba- vel, OSA, trad. de R. Canning, OSA, Darton, Longman and Todd, Londres 1984, 3-4. 11 Sermón 355,2. 12 "Retembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo y anunciaban con valentía el mensaje de Dios. En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consi- deraba suyo nada de lo que tenía. Los apóstoles daban tes- timonio de la resurrección del Señor Jesús con mucha efica- cia. Todos ellos eran muy bien mirados, porque entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierra o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposi- ción de los apóstoles; luego se distribuía según lo que nece- sitaba cada uno" . Actoseguido, Agustín recibió las Escrituras del diácono, volvió a leer en voz alta el mismo pasaje y lo comentó al pueblo que abarrotaba la iglesia: "Acabáis de escuchar cuál es el objeto de nuestras aspiraciones. Orad para que seamos capaces de vivir este estilo de vida" n. El objetivo principal de la Regla de san Agustín es muy sencillo: tanto los hermanos como las hermanas han de vivir en su respectiva casa religiosa de manera armoniosa, y ser un alma sola y un solo corazón orientados hacia Dios 13. La única gran exigencia, pues, que se hace a todos cuantos se integran en este estilo de vida religiosa es que traten conti- nuamente de formar una comunidad donde todo esté clara- mente dirigido hacia Dios y donde se haga hincapié en la unidad y concordia. En pocas palabras, en la Regla todo apunta a la formación de una comunidad de fe y de amor. Una de las características más llamativas de esta co- munidad es que hay que buscar, encontrar y poseer a Dios en y a través del amor e interés mutuo de los herma- nos/hermanas, del amor y a través del amor de unos por otros. Este auténtico amor e interés, esta unanimidad y concordia, constituye una reverencia real de Dios en el 12 Sermón 356,2. 13 Regla de san Agustín, n. 3 (c. 1,2). A menos que se determine lo contrario, todas las citas de la Regla están tomadas de la traducción de Robert P. Russell, OSA, Villanova, PA, Provincia de Santo Tomás, 1976. El P. Russell emplea una numeración continua de la Regla. (La referencia que va entre paréntesis se refiere a la versión de Van Bavel.) 13 compañero religioso que cada cual tiene a su lado: cada uno de ellos reconoce que los otros son templos de Dios tanto como lo es él mismo y, consiguientemente, todos ellos juntos constituyen el único templo del Señor 14. Agustín ve esta unidad de su culminación religiosa en su unidad con Cristo: "No son muchas almas, sino una sola: el alma única de Cristo"15. Un agustinólogo ha llegado incluso más lejos. Ha llegado a decir que la vida de comunidad tal como la interpreta Agus- tín constituye en sí misma la "adoración primaria de Dios" que le brinda la persona 16. Desde este punto de vista puede dar la impresión de que el amor y servicio mutuos de unos a otros adquiere un aspecto cuasilitúrgico, una honra pública de Dios, presente en la persona del otro. Esta simple idea da una nueva y auténtica dimensión profunda a la vida comu- nitaria, dimensión que podría transformar muchas comuni- dades e incluso las vidas de cuantos viven juntos, si se le diera una mejor interpretación o se pusiera en ella un énfasis más rotundo. Unidad en el amor a través de la comunidad Si en el texto original latino de la Regla buscas la pala- bra "comunidad", explícitamente sólo la hallarás una sola vez 17. Sin embargo, el concepto de comunidad penetra cada uno de los aspectos de esa Regla. Todos y cada uno de los detalles van dirigidos al otro, encaminados a hacer posible lo que Agustín ha establecido como primer objetivo que hay que poner en práctica en la vida religiosa. Muchas de las situaciones que Agustín describe y muchos de los conse- 14 Ib, n. 9 (c. 1,8); véase también En. in Ps. 131,5. 15 Carta 243,4. 16 TARCISIUS VAN BAVEL, OSA, Community Life in Augustine, en "The Tagas- tan" (actualmente conocida como "Augustinian Heritage") 29 (1983), n. 2, 124. Véase asimismo el Código de Derecho Canónico, 607,1, donde se acentúa la consagración personal. La existencia total del religioso es, de este modo, un acto continuo de adoración a Dios en la caridad. 17 Véase Regla, n. 8 (c. 1,7). 14 jos que da en este librito van encaminados hacia esta meta primordial. A Dios se le ama y se le honra de verdad a través del servicio religioso concreto que nos hacemos unos a otros. Estos pequeños detalles de la vida, y en especial la actitud interior que los acompaña, son precisamente lo que aspira a hacer que muchos sean uno, al igual que el Padre y Jesús son uno 18. Más aún: el principio básico de la unidad que subyace en todos estos detalles y que unifica todas las facetas de la comunidad agustiniana no es otro que el amor. El mismo Agustín declara que el religioso progresará en el amor en la medida en que muestre mayor interés por las cosas comunes que por las propias1 9 . Esta misma insistencia en el amor fraterno como medida de progreso encaja a la perfección con las experiencias tremendas de Agustín ante la descrip- ción que el Señor hace del juicio final. En este juicio se contempla que la felicidad eterna de los bienaventurados depende de amor que hayan mostrado hacia sus hermanos y hermanas necesitados, servicio que, por un lado, se caracte- riza por la abnegación real y, por otro, se observa en la auténtica estima de quienes son los pequeñuelos de Dios. La pregunta que surge aquí totalmente natural es ésta: ¿No hay que citar especialmente entre estos bienaventurados a quie- nes lo han abandonado todo para abrazar la vida religiosa, por su total abnegación en el servicio y por la estima que les han merecido los demás, comenzando por sus hermanos de vida religiosa en la comunidad? Por supuesto que éste parece ser el sentir de Agustín2 0 . Compartir e interesarse según la " R e g l a " Contemplemos en una instantánea cuánta abnegación y estima, cuántos estímulos mutuos y cuánta comprensión, 18 Jn 17,21. 19 Regla, n. 31 (c. 5,2). 20 Mt 21,35-46; SAN AGUSTÍN, Sermón 389,4-5; 60,8-10. 15 cuánto compartir e interesarse afloran en los temas e ideas siguientes, tomados de la Regla: 1) Todos los religiosos recibirán de acuerdo con sus necesidades particulares y compartirán alegremente todo cuanto tienen o cuanto puedan recibir en concepto de rega- lo. La humildad —que permite a las personas contemplarse a sí mismas como son en realidad en la presencia de Dios y aceptar las diferencias de cada cual— debe ser su guía cons- tante, sin que para ello sea óbice la extracción social de donde proceden, porque en la comunidad todos tenemos una meta común: vivir en armonía unos con otros con la finalidad de ser unos en el único Cris to 2 1 . 2) Todos los miembros de la comunidad están convo- cados a la oración común en tiempos señalados, y si alguien desea orar en su tiempo libre, los demás deben ser transi- gentes con él, al menos siendo lo suficientemente conside- rados como para no molestarle en su oración2 2 . 3) Se espera que los religiosos sean comprensivos cuan- do, por razones especiales, a otro se le proporcionan comi- das o vestidos extraordinarios que no se les da a los demás 23. 4) Los enfermos deben constituir objeto de especiales cuidados por parte de la comunidad. Con esta finalidad se designará a un religioso concreto para que supervise los cuidados de los que son objeto los enfermos2 4 . 5) Aunque la castidad es una ofrenda muy personal a Dios, Agustín alerta a la comunidad a que sea consciente de su propia responsabilidad en este asunto, exhortando a todos a que practiquen una vigilancia y cuidado mutuos unos sobre otros, porque de este modo "Dios, que habita en vos- otros, os garantizará su protección". Una vez más se pone de relieve la idea de la presencia de Dios en cada religioso 21 Regla, nn. 4-9 (c. 1,3-8); n. 32 (c. 5,3). 22 Ib, nn. 10-13 (c. 2,1-4). 23 Ib, nn. 14-17 (c. 3,1-4). 24 Ib, n. 18 (c. 3,5); n. 37 (c. 5,8). 16 concreto y en la comunidad, como estímulo para salvaguar- dar de un modo práctico la mutua consagración2 5 . 6) De modo muy similar, la corrección fraterna es un signo de amor esmerado. Quienes no exhortan a quien está en peligro no sólo le hacen un flaco servicio a esa persona, sino que comparten totalmente la inculpación y constituyen una decepción en su amor tanto por la persona como por la comunidad 26. 7) Todaslas obras hay que hacerlas por el bien común, no por el medro personal2 7 . 8) Cuando los religiosos salen fuera, se darán mutuo apoyo yendo juntos 2 8 . 9) De todo aquel que ofende a otro se espera que pida perdón y que se le conceda lo antes posible, porque no puede existir armonía ni concordia donde se permite que las heridas se enconen2 9 . 10) Finalmente, la obediencia es necesaria no sólo por- que Dios habita en el superior, sino también porque es un modo de demostrar piedad y compasión frente a toda la comunidad. Porque en realidad es la comunidad la que se ve injuriada por quienes se niegan a obedecer, ya que tales individuos ponen su propia voluntad y su medro personal por encima del bien común 3 0 . En todos estos puntos podemos observar que la comuni- dad orientada a estilo agustiniano tiene a la vez dos realida- des: una espiritual, que es la búsqueda común de Dios, objetivo principal; otra verdaderamente humana, que es la construcción de una fraternidad de amor, de acogida, de soporte, de preocupación y de reto. Estas dos realidades —la espiritual y la humana— quedan fusionadas en una sola, dada la insistencia de Agustín en que el religioso sea cada día más consciente de la presencia de Dios en todos y 25 Ib, n. 24 (c. 4,6). 26 Ib, nn. 25-26 y 28 (ce. 4,7-8 y 10). 27 Ib, n. 31 (c. 5,2). 28 Ib, n. 36 (c. 5,7). 29 Ib, nn. 41-42 (c. 6,1-2). 30 Ib, nn. 44-47 (c. 7,1-4). 17 en cada uno. En la medida en que esta consciencia toma auge, la búsqueda de Dios y la construcción de la fraternidad constituyen un esfuerzo único y común. Este impulso co- munitario es también algo antagónico de todo cuanto favo- rece al yo: las posesiones personales, el poder, el orgullo, la independencia, la competencia, el egoísmo..., elementos que con frecuencia caracterizan las relaciones de la sociedad secular y que, desgraciadamente, llegan a considerarse el no va más del progreso y de la realización personal dentro de la sociedad. Una frase de Agustín sintetiza a la perfección el énfasis que pone en el amor mutuo de hermanos o herma- nas en la comunidad como culminación de sus esfuerzos por amar a Dios: "¿Son perfectos los que saben vivir en común? Perfectos son los que cumplen la ley. Pero ¿cómo se cumple la ley de Cristo por parte de aquellos que viven en comu- nidad como hermanos o hermanas? Escuchad lo que dice el apóstol: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo (Gal 6,2)"3 1 . A lo largo y a lo ancho de la Regla se intima a los seguidores de Agustín a acarrear las cargas de los hermanos y hermanas como si fueran propias. De este modo quedarán capacitados para saber que realmente están imitando a Cris- to y su amor. El puesto central de la vida comunitaria Cuantos se han ocupado del tipo de vida descrito por Agustín en su Regla han puesto siempre de relieve el lugar central que ocupa la comunidad en este género de vida. Aún más: han subrayado este puesto central como algo muy característico del proyecto agustiniano de vida religiosa. Algunos ejemplos de autores modernos nos ayudarán a ilus- trar este punto: "Para Agustín la vida en común es más de lo que los términos quieren significar. Es en la vida de comunidad 31 En. in Ps. 132,9. 18 donde uno se encuentra con Dios. Agustín emplea un len- guaje realmente curioso: 'Todo el que desea vivir bajo un mismo techo conmigo tiene a Dios como posesión'... No resulta fácil hallar otra legislación donde la noción de co- munidad se haya constituido de una manera tan consciente y vigorosamente en punto central de toda la vida monástica. Ser una familia de Dios, ser una comunidad de amor y esforzarse dentro de esta comunidad en la realización per- fecta de los ideales de la vida cristiana es la idea nuclear de todo cuanto Agustín hizo al establecer esta forma de vida monást ica"3 2 . "¿Por qué darle tanto realce a la comunidad? ¿No será porque la tendencia a reforzar el propio ego y el individualismo son los principales obstáculos para vivir el evangelio?... La visión agustiniana de la comunidad es una protesta contra la indiferencia frente a la gente y contra la falta de igualdad que existe entre las personas como con harta frecuencia lo constatamos en la sociedad"3 3 . "La úni- ca condición que Agustín le puso al obispo Valerio antes de ordenarle sacerdote fue quedar disponible para continuar viviendo en comunidad. Y la única cosa en la que siempre insistió, a medida que fue adaptándose a las distintas nece- sidades apostólicas de la Iglesia, fue la comunidad. Toda su actividad apostólica se basó en la comunidad" 3 4 . 32 ADOLAR ZUMKELLER, OSA, Augustine's Ideal of the Religious Life, trad. de E. Colledge, Fordham University Press, Nueva York 1986, 126-127. 33 T. VAN BAVEL, OSA, Espiritualidad agustiniana, en Presencia, La Paz, Bolivia, domingo 16 de noviembre 1980. Véase asimismo T. VAN BAVEL, OSA, Community Life in Augustine, en "The Tagastan" 29 (1983), n. 2, 128-129: "En el monacato egipcio vemos a la cabeza de la comunidad el abba o amma, a través de los cuales los monjes más jóvenes escuchan la voz del Espíritu Santo... Con Agustín ocurre algo distinto: es la comunidad en su totalidad la que se halla reunida en torno al evangelio y escucha a Cristo como maestro interior. Consiguientemente, la cons- trucción de la comunidad se considera mucho más como tarea de todos y cada uno de los miembros del grupo. Tenemos que escuchar a Cristo y su mensaje como grupo". 34 A. MANRIQUE-A. SALAS, OSA, Evangelio y Comunidad, Ed. "Biblia y Fe", Escuela Bíblica, Madrid 1978, 201-202. Véase también L. VERHEIJEN, OSA, Acts 4,31-35 in the Monastic Texts of St. Augustine, en Second Annual Course on Augustinian Spiriruality, Roma 1976, 58: "San Agustín constató que esta fraternidad en un monasterio es una forma concreta del espíritu fraterno de toda la Iglesia: el anima una es el anima única Christi". 19 Estas expresiones, que revelan la importancia básica de una vida comunitaria orientada a la persona en el ideal religioso de Agustín, constituyen una estupenda razón para detenernos a reflexionar en qué puede y debe consistir tal estilo de vida. Quien vive este estilo comunitario y se es- fuerza por conseguir el ideal expuesto ya posee a Dios y brinda a los demás un modelo de lo que es el ideal cristiano real, modelo que sirve no sólo para otros religiosos, sino quizá de manera específica para todas las familias cristianas. Al mirar por los demás antes que por su propia persona, el religioso lanza un signo de protesta tanto contra las priori- dades que el mundo se ha fijado para sí mismo como contra el terrible mal de la soledad y del abandono que tantos y tantos experimentan en nuestra sociedad computerizada. Al escuchar el evangelio con el resto de los miembros de la comunidad, los religiosos declaran paladinamente que nadie posee toda la verdad, y que Jesús habla y enseña ya cuando dos o tres están reunidos en su nombre. Más aún: si bien es cierto que podemos aprender muchas cosas unos de otros, es Jesús en realidad el maestro interior y, por tanto, nuestro guía constante y nuestro director espiritual definitivo35 . Por último, el estilo de vida religiosa de Agustín no consti- tuye un rancho aparte de las corrientes principales de la Iglesia. Es justamente todo lo contrario: es base de todo servicio apostólico y un auténtico reflejo de esa unidad del amor en Cristo que debe caracterizar a todos los cristianos. 35 "Hasta donde llegan mis conocimientos, más que descubrir que tienes ne- cesidad de mí lo que veo es que estás bien instruido. Porque no me gustaría que nadie fuera tan ignorante que nos viéramos precisados a enseñarle: es mucho mejor que todos fuéramos discípulos de Dios... Ten por totalmenteseguro que, aun en el caso de que puedas aprender algo bueno de mí, tu verdadero maestro será siempre el maestro interior del hombre interior..." SAN AGUSTÍN, Carta 266, a Florentina, cit. en L. VERHEIJEN, OSA, Saint Augustine: Monk, Príest, Bishop, Augustinian Historical Institute, Villanova, PA, 1978, 59-60 (en adelante lo citaré como St. Augustine...). 20 Resumen Para compendiar brevemente, el puesto central de la comunidad teniendo en cuenta el concepto y la experiencia de la vida religiosa de Agustín podemos esquematizarlo como sigue: 1) En esta comunidad hay que buscar, poseer y honrar a Dios de un modo muy concreto: en y a través de los hermanos religiosos. 2) La comunidad vivida así es un acto de adoración a Dios. 3) Toda la Regla está orientada al otro; nos urge a compartir y a cuidar todo cuanto conduce a la unanimidad y a la concordia. Más aún, el progreso en el amor se mide por el grado en que se busca el bien común por encima de los propios intereses. 4) Finalmente, esta comunidad elimina todas las formas de egoísmo, porque el egoísmo es el mayor obstáculo de la visión evangélica de la vida y del seguimiento de Jesús. El centralismo de vivir la vida común está tan acentuado en el pensamiento de Agus- tín, que puede afirmarse que ¡os votos de castidad, pobreza y obediencia, tal como hoy los conocemos, se hallan conte- nidos en uno solo, en el llamado "compromiso santo", que Agustín exigía a todos aquellos que se le unían en aquel estilo de vida. Este santo compromiso" no es otro que el propósito de vivir la vida común con unanimidad de obje- tivos y en concordia con todos3 6 . El religioso que tome en serio este "santo compromiso" no sólo agradará a Dios, sino que será fuente de inmensa alegría para el resto de los miembros de la comunidad y, por supuesto, para la misma Iglesia. •«> Véase SAN AGUSTÍN, En. in Ps. 99,12; 75,16; Sermón 355,1,1; también A. MANRIQUE, Teología agustiniana de ¡a vida religiosa, El Escorial, Real Monasterio, 1964, p. II, c. 115-124 (citado en adelante como Teología...). 21 2. Ponedlo todo en común EN EL M U N D O de hoy existe abundancia de bienes materiales en algunos países. En otros —la mayoría, sin duda— muchedumbres inmensas de hijos de Dios viven en la pobreza e incluso en la miseria más abyecta. En este contexto, todo el problema de la pobreza religiosa consti- tuye un auténtico reto. Si queremos que lo que el religioso comparte con los demás tenga sentido, esta oferta debe salir de dentro, de una vida interior inspirada por el amor. Este es el verdadero objetivo de los votos religiosos: deben ayu- dar a profundizar en el amor a Dios y en el amor al prójimo. El voto de la pobreza religiosa sólo tiene verdadero sentido cuando se le contempla en el contexto más amplio de una vida dedicada a la unión con Cristo y al servicio generoso del prójimo. Fuera de este contexto o de otro similar, este voto no tiene sentido y fácilmente se le puede plantear como totalmente indeseable. En el capítulo anterior ya hemos esbozado un cuadro más amplio del ideal religioso agustiniano. En síntesis b re- vísima, el objeto fundamental de la convivencia en una comunidad de orientación agustiniana es la consecución de la armonía y de la unidad entre los religiosos en su búsqueda de Dios, meta que consiste ante todo en buscar a Dios unos en otros y en honrarle en e l los ' . De esta manera, Cristo se 1 El papa Pablo VI recalcó que la vida común no tenía que considerarse precisamente como una ayuda más para los agustinos en su vivencia de la vida religiosa. Hay que considerarla más bien como el objetivo hacia el que tienen que 23 hace visible y palpable; se le puede amar de una manera efectiva en su humanidad débil, en la endeble humanidad de cada uno de nosotros. A esta luz debemos contemplar y evaluar la gran insistencia de Agustín en la pobreza evangé- lica. Mejor dicho, su insistencia en el compartimiento total de los bienes en la comunidad religiosa. Agustín era muy consciente de la importancia de este compartimiento total desde el momento en que comenzó a vivir la vida religiosa personalmente. Comprendió muy bien que la verdadera unidad y armonía entre sus seguidores no sería posible mientras tuvieran la capacidad de poseer lo que quisieran y de hacer uso de estos bienes tal como les viniera en gana. A este propósito dice Agustín en un pasaje: "A causa de esas cosas que como individuos poseemos sur- gen peleas, enemistades, disensiones, guerras entre los hom- bres, motines, desavenencias... ¿Acaso nos peleamos por las cosas que tenemos en común?" 2 Pero si el objetivo último de la pobreza religiosa, o del compartir , es algo claro para Agustín, ¿qué idea tenía sobre el contenido y la práctica de esta pobreza? Me gustaría resumir su actitud en cuatro títulos: compartir, recibir, vivir, servir. Compartir con la comunidad El principio básico que sienta Agustín para el religioso en este asunto podemos verlo en el mismo comienzo de su Regla: "No ¡¡améis a nada propio, sino que todas vuestras cosas estén en común" ^. Esto implica, ante todo, que cuando alguien ingresa en una comunidad de orientación agustiniana, actúa aspirar diariamente: una verdadera escuela de amor. Al hacer una ecuación entre la vida común y el objetivo del amor, el papa ponía de relieve que el ideal agustiniano trata de hallar a Jesús en el verdadero centro de la comunidad, presente en todos y cada uno de los religiosos (PABLO VI, Discurso al Capítulo General Agustiniano de 1971, en Living in Freedom Under Grace, Curia Generalizia Agostiniana, Roma 1979, 42. Cit. en adelante Living in Freedom). 2 SAN AGUSTÍN, En. in Ps. 131,5. 3 Regla, n. 4 (c. 1,3). 24 como lo hizo Agustín, dando cuanto tiene a los pobres o integrándolo en el fondo común de la comunidad religiosa. A este respecto dice Agustín: "Dejadles que hagan lo que quieran. Con tal de que sigan siendo pobres conmigo, pode- mos todos esperar en la misericordia de D ios" 4 . Este principio básico de un compartir total también pone en claro, por lo demás, que los religiosos no deben tener nada propio, todo lo tienen que tener en común con el resto de los hermanos o hermanas. Antes de entrar en la vida religiosa sólo pueden reclamarse como propias las po- sesiones de título personal. Después de ingresar en esta santa sociedad y de ponerlo todo en común, incluso lo que los otros poseían pertenece ahora a todos y a cada uno 5 . Lo que constituye mayor relevancia es el hecho de que Dios mismo se convierte en posesión común, en la más inestima- ble de todas: "Efectivamente, Dios mismo, tesoro fabuloso y super- abundante, será nuestra común posesión"6. Sin embargo, esta norma básica no afectaba sólo a quie- nes acababan de acceder a su compromiso sagrado como cristianos consagrados. Se aplicaba también a los que ya estaban viviendo la vida común. Por ejemplo, todos los que recibían regalos del exterior, incluso de los parientes, se esperaba que pusieran todas esas cosas en común. Compe- tencia del superior sería proveer que esas donaciones se dieran a quien pudiera necesitarlas. Más aún, Agustín llegó 4 Sermón 355,6. 5 "Ellos ponían sus bienes personales en común. ¿Es que perdieron lo que había sido suyo? Si se hubieran reservado para sí lo que era suyo, entonces cada cual tendría sólo lo que era suyo. Pero puesto que puso en común lo que era suyo, incluso lo que los otros tenían pasó a ser suyo". (En. in Ps. 131,5). Esta observación nos recuerda, en un plano más espiritual, lo que Agustín escribió a Leto, religioso que había abandonado el monasterio, presumiblemente para atender asuntos fi- nancieros de su casa, con la intención de retornar al monasterio. Sin embargo, el afán dominante de su madre se lo impidió. Agustín escribió al jovenrecordándole, entre otras cosas, que ya no se pertenecía sólo a sí mismo, sino también a sus hermanos en religión: "Tu alma ya no te pertenece exclusivamente a ti; pertenece a todos los hermanos. Y sus almas te pertenecen a ti. Mejor dicho, sus almas junto con la tuya no son muchas almas, sino solo una, el alma única de Cristo" (Carta 243,4). 6 Sermón 355,1. 25 a manifestar a sus diocesanos que si, al reparar que algunos de los regalos que le hacían eran demasiado elevantes, ven- dería los objetos y emplearía el dinero en obras de caridad, antes que estrenar los vestidos o hacer uso de cuanto era impropio de su profesión religiosa7 . Precisamente con esta actitud Agustín enseña incluso a los religiosos de hoy la necesidad de ser sencillos; simplemente hay cosas que no están muy en consonancia con los que han prometido ha- llarse entre los pobres de Cristo. Pero quizá el detalle más importante de este compart i- mento total con la comunidad fue la actitud positiva que Agustín deseaba que tuvieran presente cuantos venían a vivir con él: alegría en el dar por parte de cuantos disfrutaban de bienes en el mundo 8; la ausencia de deseo de adquirir cosas por parte de los que habían ingresado en la comunidad sin haber tenido bienes materiales9 . Más aún, la alegría debe caracte- rizar a cuantos viven en el monasterio a través de los servi- cios que se hacen unos a o t ros 1 0 y en su talante en la obser- vancia de la Regla, es decir, como personas libres bajo la gracia n. También subrayó Agustín en qué medida la ausencia del apetito de poseer cosas hacía de la ofrenda religiosa personal un sacrificio total: "Renuncia al mundo entero quien renuncia a cuanto posee o desea poseer"12. No obstante, lo que realmente cuenta no es el hecho de haber traído algo para el fondo común ni el haber vendido cuanto se poseía. Lo que cuenta de verdad es el haber traído consigo a la comunidad "esa caridad que eclipsa todas las cosas.. ." 13. 7 Sermón 356,13. 8 Regla, n. 5 (c. 1,4). 9 Ib, n. 6(c. 1,5). 10 Ib, nn. 38,40 (c. 5,9,11). 11 Ib.,n. 48 (c. 8,1). 12 Carta 157,39; véase también En. in Ps. 103s, 3,16. 13 Sermón 356,9. 26 Recibir de acuerdo con las necesidades de cada cual La segunda norma sobre la pobreza que Agustín deja bien sentada para sus seguidores tiene conexión directa con el estilo de vida con que se describe a la naciente comunidad de Jerusalén: la distribución de los bienes de acuerdo con las necesidades de cada cual1 4 . La meta de la pobreza agusti- niana es la unidad, no la uniformidad. Las diferencias reales entre los religiosos, por ejemplo, la salud, la complexión física, antecedentes, talentos y otras necesidades personales deben entrar en consideración siempre. Teniendo a la vista estas diferencias, Agustín en su Regla ha manifestado su amplitud de miras y su abierta mentali- dad, así como el grado de deferencia mostrado frente a lo que hace a unas personas distintas de las otras. Supo com- prender que las necesidades de los que antes eran ricos se hallaban expuestas a ser distintas de las necesidades de quie- nes vivían en pobreza; que las necesidades de la gente sana tenían que ser distintas de las necesidades de los que estaban enfermos, y que la gente robusta no necesita tantas atencio- nes como las personas débiles. Frente a sus religiosos tuvo en cuenta no sólo su condición física, sino también su ma- durez espiritual y su estado psíquico. Todo ello pone de relieve una comprensión extraordinaria de la naturaleza humana para los tiempos que corrían. Siguiendo esta lógica, estableció reglas particulares para los enfermos con respecto a los ayunos y a la alimentación 15; había que dar comida, vestidos y ropa de cama especiales a aquellos que habían vivido en el mundo dentro de un ambiente que les hacía menos capaces de adaptarse pronto a la austeridad monás- tica 16; y aunque advirtió a sus seguidores de no preocuparse demasiado del vestuario que recibían del fondo común, tam- 14 He 4,35. \ 15 Regla, nn. 14,18 (c. 3,1,5). ' 6 Ib, nn. 16.17 (c. 3,3-4). 27 bien hizo excepciones con aquellos que aún no podían adap- tarse a este consejo 17. Vivir c o m o los pobres en espíritu Ya hemos visto cómo Agustín quería que sus seguidores fueran pobres de hecho. Ahora nos preguntamos: ¿Cómo esperaba que fueran esos pobres en espíritu, interiormente? ¿Qué espíritu guiaba a Agustín y a sus comunidades en la vida diaria de su consagración como pobres de Dios? Para comenzar a dar una respuesta a estas preguntas, oigamos primero lo que Agustín dice al pueblo cristiano, a los que, en su estimación, son pobres de Dios o pobres de espíritu: " U n pobre de Dios es... el que lo es en su corazón, no en su cartera... Dios no mira nuestros bolsillos, sino nuestros deseos... A todos los que son humildes de corazón, a los que viven en la práctica del doble mandamiento del amor, no importa cuanto posean en este mundo, hay que • clasificarlos como pobres, como los auténticos pobres a j quienes Dios harta de pan" 18. "Mira cómo los pobres y los j desposeídos pertenecen a Dios. Me refiero, por supuesto, aj los pobres en espíritu. De éstos es el reino de los cielos... ¿Y i quiénes son estos pobres en el espíritu? Los humildes, los que confiesan sus pecados, los que no presumen de sus pro- pios méritos ni de su propia justicia... Los que alaban a Dios cuando hacen algo bueno y se acusan a sí mismos si hacen algo m a l o " 19. Es curioso observar cómo en estos textos Agustín asocia los conceptos de pobres en el espíritu y de humildes de corazón; para él son inseparables estos conceptos. Para Agus- tín resultaría algo utópico que alguien busque la unidad y la armonía en su camino hacia Dios sin la práctica de estas dos virtudes. Más aún: Agustín recalca el hecho de que los 17 Ib, n. 30 (c. 5,1). 18 En. inPs. 131,26. 19 En. ¡n Ps. 73,24. 28 pobres de Dios y los pobres en el espíritu son probablemente los humildes de corazón, y como tales practican necesaria- mente el amor a Dios y al prójimo. Al mismo tiempo no comprendían a Agustín quienes hacían un auténtico desplie- gue dando su fortuna a los pobres, pero no estando perso- nalmente dispuestos a ser pobres de Dios: "Están hinchados de orgullo y creen que el bienestar que disfrutan hay que atribuírselo a ellos, no a la gracia de Dios. Por todo ello, aunque practiquen muchas obras buenas, no viven bien... Su riqueza son ellos mismos, no son pobres de Dios. Están llenos de sí mismos, no tienen necesidad de Dios" 2 0 . Por eso, el verdadero pobre tiene que serlo primero en su corazón; debe reconocer con toda humildad tanto la necesidad de estar lleno de Dios como el hecho de que sin Dios no será capaz de realizar nada que sea digno del Reino. Si estos conceptos van dirigidos primariamente a todos los fieles, con mayor razón deben interesar a los religiosos. Otra observación que hay que hacer en esta área de la vivencia de pobreza sobre una base cotidiana es que Agustín buscó siempre manejar el timón de manera equilibrada. No creía en los extremismos. Una parte de la Regla que revela esta actitud equilibrada respecto de la pobreza es la refe- rente al atuendo de los religiosos: "Que en vuestro vestido no haya nada que atraiga la atención" 2i. No se dan detalles al respecto. El único consejo que se da —y, como es lógico, es el más importante para Agustín— es que el vestido sea sencillo, ni demasiado buenos ni demasiado pobres. En otras palabras, que no les haga destacar. Este mismo rasgo de actitud equilibrada la expresa Posidio, si cabe, en términos más explícitos. El nos da una idea bastante aproximada de los hábitos personales de la vida de Agustín: "Sus vestidos, su calzado y el mobiliario de su dormitorio eran suficiente-mente modestos; ni demasiado refinados ni demasiado po- bres. Porque en tales cosas la gente está acostumbrada o a un despliegue de orgullo personal o bien a rebajarse dema- 20 En. inPs. 71,3. 21 Regla, n. 19 (c. 4,1). 29 siado. En ninguno de estos casos buscan las cosas de Jesu- cristo, sino las suyas propias. Como ya he dicho, Agustín matenía un sano equilibrio, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda" 2 2 . Un último punto nos lleva a considerar la vida cotidiana de la pobreza religiosa: se refiere a la necesidad que tienen los religiosos de subvenir a sus propias necesidades mediante el trabajo. Todo el libro de Agustín sobre El trabajo de los monjes puede constituir objeto de lectura y de cita en este aspecto, pero el texto siguiente, tomado de esta obra, es un resumen adecuado de su pensamiento: "Algunos han renun- ciado o distribuido su fortuna, grande o pequeña, y con sana humildad han optado por ser numerados entre los pobres de Cristo. Si son físicamente capaces y no están comprometidos con trabajos de Iglesia y, no obstante, realizan trabajos manuales, rechazan todo ese tipo de excusas (para no traba- jar) que suelen esgrimir los perezosos que ingresan en el monasterio procedentes de un estilo de vida más humilde y por ello más activo. Y al obrar así actúan con mayor mise- ricordia que si hubieran repartido todos sus bienes entre los necesitados"2 3 . Los religiosos no pueden decir que viven propiamente el voto de pobreza si no están dispuestos —en la medida en que la salud se lo permite— a aceptar con alegría las cargas del trabajo diario, sea oración, ministerio pastoral, ense- ñanza, escritura, enfermería, trabajo manual, servicios téc- nicos o cualquier otra forma de apostolado. Si hay algo que caracteriza al auténtico pobre es el hecho no sólo de tener que trabajar, sino de trabajar duro para su manutención personal y la de su familia. Servir a los necesitados Finalmente, dado que la pobreza religiosa no es simple- mente una condición económica, sino una actitud del cora- 22 POSIDIO, 22; véase también SAN AGUSTÍN, Carta 48,3. 23 De opere monachorum 25,33 (en adelante, De op. mon.). 30 zón basada en el amor, tienen que sentirse también sus efectos más allá de los muros de la comunidad religiosa en un servicio que trascienda a los demás. Jesucristo se vació al sentar su tienda entre nosotros; aun siendo verdaderamente rico, se hizo pobre por nosotros, para que por su pobreza pudiéramos enriquecernos nosotros2 4 . Este reto va dirigido a todos los seguidores de Cristo y mucho más a los religio- sos. Es el reto de entregarse a los pequeños de Dios. Agustín entendió en todo su contenido y aceptó este compromiso personal en su época y fue un modelo para que sus seguido- res hagan lo propio. Posidio lo hace resaltar así: "Siempre estaba atento a sus compañeros de pobreza. Tomaba parte de su propia asignación entregándosela a los que convivían con él. Me refiero a los ingresos procedentes de la iglesia y de las ofrendas de los fieles"2 5 . "A veces, cuando la iglesia no tenía dinero, informaba a los fieles de que no contaba con más fondos para los pobres. Para ayudar a los encarce- lados y a un gran número de pobres había mandado fundir algunos vasos sagrados. El dinero que le reportaba la venta de estos vasos sagrados lo distribuía a los necesitados"2 6 . Pero además de estos cuidados materiales en favor de sus compañeros de pobreza, como llamaba a los pobres, se propuso ayudar continuamente al pueblo mediante diversas obras de misericordia 27, porque sabía muy bien que no sólo de pan vive el hombre 28. ¿De qué medios, podemos preguntarnos, puede servirse el religioso en casos concretos para imitar a Agustín en su ardiente celo por los pobres? Un autor nos brinda un amplio abanico de posibilidades en el pasaje siguiente: "El religioso se ha comprometido personalmente... a identificarse, tanto él como su instituto, con toda la familia humana, teniendo en cuenta que ésta manifiesta su pobreza de distintos modos ante Dios. Además de la forma más obvia de privación y de 24 Flp 2,7; 2Cor 8,9. 25 O.c, n. 23. 26 Ib, n. 24. 27 Véase, por ejemplo, POSIDIO, nn. 19-20. 28 Mt4,4. 31 r> escasez de bienes materiales, existe la pobreza de la igno- rancia, de la inseguridad, de la soledad, de la enfermedad, del fracaso y, sobre todo, la pobreza de la perversidad. Al dar gratis y con generosidad lo que personalmente ha reci- bido como don de Dios, el religioso procura llevar adelante de modo creativo el mandato de Jesús: 'Lo que habéis reci- bido gratis, dadlo gratis ' (Mt 10,8)"2 9 . En el texto que acabamos de presentar podemos ver numerosas áreas en que se puede servir de manera más satisfactoria a los pobres de Cristo. Pero no resulta posible realizar este servicio sin un espíritu real de autosacrificio, sin una disponibilidad de mantenerse uno fuera. Y una vez más ahí queda el reto de vivir en esa admirable sencillez que caracterizó la vida de Agustín, de experimentar de manera profunda dentro de nosotros mismos la necesidad que tene- mos de Dios y del prójimo y de tener hambre especialmente de Dios y de la venida de su Reino. Agustín nos permite resumir sus enseñanzas sobre po- breza en aquello que constituye el verdadero núcleo del tema: la donación real que se nos intima a través de la pobreza evangélica es, ni más ni menos, el don de sí mismo. Agustín lo recalca en el pasaje siguiente: "Dad lo que habéis prometido; y, puesto que vuestra promesa os incluye a vos- otros, entregaos al Único, que es quien os ha regalado la existencia... Lejos de disminuir, todo cuanto deis se conser- vará y aumentará" 3 0 . De modo análogo, la meta de ser un alma sola y un solo corazón encaminados hacia Dios se alcanzará con mayor rapidez cuando los religiosos compartan con los demás no sólo lo que tienen, sino lo que son. En fin, lo que hemos dicho antes: el don de sí mismos. Cuando comparten sus talentos de mente y corazón, su fe, su esperanza y su amor, su tiempo, su entusiasmo y su propio yo, entonces resulta más accesible y tiene mayor sentido esa unidad en el amor 29 DAVID M. STANLEY, SJ, Faith and Religious Life, Paulist Press, Nueva York 1971, 83-84. 30 Carta 127,6. 32 que se han propuesto como objetivo. Las necesidades más importantes de los hombres y de las mujeres de hoy no son necesariamente materiales. Con frecuencia sus necesidades espirituales, psicológicas y emocionales requieren una aten- ción mayor y más inmediata. La posibilidad de contribuir en algo al alivio de estas necesidades se halla con toda probabilidad más dentro de las posibilidades del religioso que la de aliviar pura y simplemente las necesidades mate- riales. Siguiendo a Cristo pobre. Agustín nos reta a aceptar de todo corazón no sólo la renuncia a nuestras posesiones en favor de los pobres, sino también, en una actitud realmente positiva, nos intima a un seguimiento voluntario de Cristo que invita a todos los religiosos: Ven y sigúeme. "¿Amas y quieres seguir a aquel a quien amas? Se ha marchado ense- guida, se te ha adelantado. Corre y mira a ver dónde se ha ido. Cristiano, ¿no sabes adonde se ha ido tu Señor? Quiero preguntarte. ¿Quieres seguirle? ¿Quieres seguirle por el ca- mino de las pruebas, insultos, acusaciones falsas, salivazos en el rostro, golpes y bofetadas, corona de espinas, cruz y muerte? ¿Por qué andas dudando? Mira, ahí tienes el cami- no. Y tú exclamarás: Arduo camino es ése. ¿Quién puede seguir a Jesús por é l ? " 3 1 Es muy posible que no todos los religiosos en la vida de cada día se encuentren con todo este tipo de retos. Pero la pregunta sigue en pie: "¿Amas y quieres seguir a aquel a quien amas?" ¿Qué quiere decir esto en la práctica? El P. BonifaceRamsey, OP, al hacerse esta misma pre- gunta, señala diversas áreas en que tienen que sentirse inter- pelados los religiosos si realmente desean seguir a aquel a quien aman. En breve síntesis, todo ello entraña: 1) El va- ciamiento de nuestra condición humana; 2) La alienación de Cristo respecto de los estándares establecidos por los dir i- gentes y la sociedad de nuestra época; 3) Solidaridad con los pobres, los oprimidos y los alienados; 4) Carencia de poder 31 Sermón 345,6, tal como lo cita BONIFACE RAMSEY, OP, The Center of Religious Poverty", en "Review for Religious" 42 (1983) n. 4, 539. 33 (impotencia) frente a ciertas situaciones; 5) Libertad con respecto a los asuntos humanos; 6) Dependencia de los de- más, y especialmente dependencia del Padre 32. Como ayuda para una reflexión práctica sobre el tema, me gustaría comentar con brevedad cuatro palabras clave o esos cuatro conceptos que he visto expresados en el pasaje anterior: alienación, solidaridad, abandono, dependencia. Alienación. Los estándares de nuestro mundo no son los establecidos por Jesús en el evangelio. Por todo ello, si queremos adherirnos a las enseñanzas de Jesús, tendremos que distanciarnos de estos estándares. Considérense, por ejemplo, estos dos casos: 1) la mentalidad consumista con que se nos bombardea en los diversos mensajes y, sobre todo, en la televisión: "¡Rápido, rápido! Compre ahora mis- mo. Posiblemente su felicidad dependa de esto"; y 2) "Si eso no produce dinero, no merece la pena". Permitidme un ejemplo concreto de cómo la mentalidad consumista ejerce una presión absoluta sobre todo el mundo, pero en especial sobre aquellos que no pueden secundarla. Hace unos años me hallaba en un bulevar céntrico de Ma- nila. Mientras daba una vuelta de observación, me topé con una tremenda valla publicitaria instalada en todo lo alto de la calle, bien visible a todos los transeúntes. Presentaba las caras de tres niños de aspecto tristón con un mensaje escrito en caracteres bien destacados: "¿Cómo privar a sus hijos de una televisión en color si su alquiler sólo cuesta 12,50 al mes?" Por supuesto que el precio constaba traducido a mo- neda filipina, pero equivalía aproximadamente a la paga de seis o siete días de la clase trabajadora destinaría de la publicidad. Lo que la valla proclamaba era que aquella tris- teza de los niños dimanaba de no tener una televisión en color; la felicidad depende de poder disfrutar de un aparato de ese tipo. En una sociedad opulenta tanto nosotros a nivel indivi- dual como nuestra comunidad tenemos que ser muy caute- 32 BONIFACE RAMSEY, O.C, 534-544, pero especialmente 542-543. 34 losos ante la avalancha del apetito de posesión de muchos bienes materiales, además del exagerado deseo de confort, o simplemente por el prurito de tener muchas cosas, e in- cluso por un espíritu falsamente competitivo. Asimismo te- nemos que ser circunspectos para no dejarnos avasallar por una necesidad real de dinero en nuestra labor y en nuestra vida. Que no influyan en nuestra imagen de modo que lleguemos a olvidarnos de lo que realmente es importante en la vida religiosa, al sofocar quizá algunos de sus elemen- tos esenciales: unidad en el amor, comunidad, oración, ser- vicio. Solidaridad. Naturalmente que nos sentimos obligados a practicar la solidaridad con los pobres. Pero esta solidaridad no debe limitarse a los pobres meramente materiales. Como ya hemos indicado, debe incluir también a los ignorantes, inseguros, solitarios, enfermos, fracasados, pecadores3 3 . Nos viene ahora al pensamiento la totalidad del área de justicia y paz, área que repetidamente ha ido en estos últimos años ocupando un puesto de preferencia en nuestra reflexión cristiana. Pero hay que dejar bien sentado que no tratamos de hablar a los demás sobre este tema sin antes tener nuestra casa bien ordenada. Nuestra actitud global ante los grupos menos privilegiados, excepcionales y minoritarios, que tra- bajan con nosotros o por nosotros, necesita someterse a un escrupuloso escrutinio, porque precisamente es en esta área personal donde debe comenzar la búsqueda de una mayor justicia en el mundo. Cuando tomamos en serio este aspecto de nuestra vida, nuestra solidaridad con todos los pobres —incluso con aquellos que disfrutan de bienestar material— irá adquiriendo un sentido nuevo y más significativo. Abandono. Jesús tuvo una experiencia real de abandono muchas veces en su vida. Se sometió voluntariamente a esta sensación porque quería ser como nosotros en todo menos en el pecado. Sufrió un montón de incertidumbres, frustra- ciones y angustias, manteniendo su confianza ilimitada en el 33 Cf lo dicho en nota 29. 35 amor indefectible del Padre. Pero tenemos que preguntar- nos: ¿Existe una voluntad similar de sufrir todo esto por parte de aquellos religiosos —pocos en número, ciertamen- te— que parece que están sufriendo de eso que podemos definir como actitud de un futuro posible de dificultades? Esta clase de tipos son los que tienden a surtirse de los últimos gritos de la moda en el vestir y a preocuparse por verdaderas nimiedades; los que se procuran amigos influ- yentes y otras ayudas foráneas, no porque estén interesados en promover los valores del Reino o en ayudar a las nece- sidades de la comunidad, sino más bien por intereses pura- mente personales. En el trasfondo de toda esta ansiedad parecen existir algunas condiciones no expresas que han hecho que se tambalee la generosidad original que estuvo presente con toda seguridad cuando comenzaron su vida religiosa: "Si abandono.. ." , o "si no puedo aceptar mi pró- ximo destino.. .", o "si el superior se pone así o asá...". También yendo contra los principios básicos del espíritu de pobreza, este tipo de actitudes despliega una repugnancia básica a confiar en el Señor. Si no estamos dispuestos a confiar en el Señor y a correr riesgos prudentes, ¿cómo vamos a aprender a profundizar en nuestro amor, que es la auténtica meta de nuestra vida común? Dependencia. Se puede tener experiencia del sentido de dependencia de dos maneras: o con respecto a los demás (la comunidad) —en cuyo caso quedaría mejor expresado por ' interdependencia'— o con respecto al Señor. De nadie se dice que su dependencia se basa tanto en los demás que es incapaz de funcionar solo. Todos necesitamos un cierto mar- gen de autonomía para desarrollar nuestros talentos y per- sonalidad a tope de nuestras capacidades y en sintonía con las necesidades de la Iglesia y de nuestro instituto religioso. Una pequeña anécdota va a enseñaros muy bien la clase de dependencia que no queremos fomentar. Durante unas recientes vacaciones de verano me encontraba en una de nuestras mayores casas, que en sus cercanías tenía una gran- ja. Estábamos rezando vísperas al caer de la tarde cuando 36 estalló una tormenta formidable, con gran aparato eléctrico. De repente se apagaron todas las luces en muchas millas a la redonda. Justamente entonces se estaba procediendo al ordeño de las vacas del establo. Para ello se empleaban los medios más sofisticados y modernos. Cuando toda la ma- quinaria se paró por falta de energía eléctrica, las vacas se negaron a dejarse ordeñar con métodos "pasados de moda" . Todo intento fue vano. Resultado: rebosantes de leche, las vacas comenzaron a sufrir tanto que sus mugidos se dejaban oír lejos de la granja. Cesaron sus mugidos de dolor a las tres de la madrugada, tras arreglarse la avería eléctrica, cuando se reinició el ordeñado moderno. No es ésta la clase de dependencia deseable en la vida religiosa. Pero si la autonomía degenera en independencia, no le faltarán sufrimientos a la comunidad. Cuando alguien puede disponer de grandes sumas de dinero, muy por encima de lo que requieren las responsabilidades pastorales,y si además tiene a su disposición un coche sin límite de horario, es muy fácil que se vaya independizando gradualmente de la comunidad. Análogamente, quienes se quedan con los dona- tivos que les vienen de fuera de la comunidad se van auto- marginando de hecho del resto de la comunidad, aunque no se den cuenta. La posesión de estas cosas, en especial en el caso del dinero, los hace diferentes, una especie de excep- ción, como si ello derivara de las restricciones normales de la vida de comunidad. Y por extraño que parezca, estos individuos son refractarios a compartir con la comunidad lo que les han regalado, pero continúan firmes en su voluntad de compartir todo lo que la comunidad ofrece a sus miem- bros. Cuando me pongo a pensar en una anomalía como ésta, no puedo menos de recordar la escena bíblica de Ana- nías y Safira34. Este matrimonio insistía en que habían en- tregado todas sus posesiones a los apóstoles, pero en realidad se habían quedado con ellas. Quizá también ellos sufrieran el síndrome del " tu turo muy oscuro". 34 He 5,1-11. 37 En última instancia, sin embargo, todo tipo de dificul- tades puede reducirse a una reluctancia a aceptar la depen- dencia del Señor, a confiar en él, a buscarle y amarle a él y a los demás en él. Si lo que intentan algunos es la adquisi- ción o posesión de cosas materiales, es difícil imaginar que su intención vaya encaminada a Dios, que quieran se- guir a Jesús más de cerca o que se empeñen en amar a sus compañeros religiosos con mayor generosidad. Como dice Agustín: "Es demasiado insaciable aquel a quien Dios no bas ta" 3 5 . Como conclusión está bien que recordemos que, para Agustín, compartir en común o profesar la pobreza evangé- lica es precisamente un medio más —aunque esencial— para fundir los miembros de la comunidad en uno solo, haciendo que sean uno como "el alma única de Cristo"36. Los sacrificios necesarios para vivir una oblación como la po- breza evangélica son aceptables cuando tenemos presente la globalidad del cuadro, es decir, la verdadera razón por la que nos hemos reunido: para tener un alma sola y un solo corazón —en Cristo— en nuestro caminar hacia Dios. 35 Citado en A. SAGE, La contemplation dans les communautés de vie fratemelle", en "Recherches Augustinniennes" VII (1971) 283. 36 Véase lo dicho en la nota 5; Carta 243,4. 38 3. Verdaderos amigos en Cristo HASTA HACE relativamente poco tiempo la noción de amistad en la vida religiosa suscitaba sentimientos de aprensión y con frecuencia levantaba oleadas de temor irra- cional. De hecho, cabe la posibilidad de que se llegara a considerar improcedente, o al menos poco avisado, escribir o hablar sobre la amistad a la luz positiva con que actual- mente la consideramos. El único uso realmente aceptable de la palabra parece que tuvo lugar dentro del contexto de relaciones altamente espirituales o "sobrenaturales", estilo que, según se apreciaba, tuvo lugar entre los santos a lo largo de los siglos. Cuando escriben sobre el tópico de la amistad, los tratadistas de ascética mencionan con frecuen- cia estas amistades espirituales calificándolas de admirables, pero no siempre resultan fáciles de practicar o de mante- nerlas limpias de toda ganga de sentimentalismo peligroso. Hacen luego hincapié en los males de lo que ha venido a llamarse amistades "part iculares", es decir, relaciones que en realidad son exclusivistas, egoístas, separatistas y que, en última instancia, revisten un carácter sensual. De la bondad y honradez de los niveles intermedios de la amistad apenas si se hizo mención '. Quizá un cierto temor moroso ante la corriente jansenista les hiciera considerar las cosas así ante la experiencia de la naturaleza humana caída. 1 A este respecto, véase, por ejemplo, ADOLPHE TANQUEREY, The Spiritual Life, Newman Press, Westminster, MD, 1930, 285-291. Un buen ejemplo de amistad espiritual o sobrenatural puede ser el de san Francisco de Sales y santa Juana Francisca de Chantal. 39 Innovaciones de un capítulo general Incluso después del concilio Vaticano II el cambio de mentalidad se tomó su tiempo. Recuerdo muy bien en 1968 el capítulo general especial de los agustinos, que se celebró en el campus de la Universidad de Villanova (EE. UU. ) , primer capítulo general que la Orden tenía en el nuevo mundo. Este capítulo especial y otros muchos que los insti- tutos religiosos celebraron por aquellos años habían sido ordenados por la Santa Sede para renovar las Constituciones de la Orden. Se esperaba una respuesta clara a la urgente llamada del Vaticano II, dirigida a los religiosos, a volver a sus raíces y a poner al día su estilo de vivir la vida reli- giosa2 . El anteproyecto de estas nuevas Constituciones, tal como se presentaron al capítulo para su consideración, con- tenían referencias muy específicas al puesto que tiene la amistad en la vida religiosa agustiniana. En los inicios del capítulo este hecho suscitó algunas críticas duras por parte de un buen número de miembros capitulares, que consideró estas nociones completamente extrañas a nuestro estilo de vida. En efecto, sus argumentos se basaban en que la vida religiosa que vivimos tenía como fundamento un vínculo jurídico libremente aceptado, y no en sentimientos que po- dían cambiar de un día para otro. Pero estas críticas fueron perdiendo fuerza desde el mo- mento en que se cotejaron con las declaraciones de unos pocos que consideraban como fuera de lugar en las Consti- tuciones el concepto de "fraternidad", nuevo y amplio, que se estaba introduciendo. En sintonía con el Vaticano II, haría que todos nos consideráramos verdaderos hermanos, iguales y acreedores al mismo respeto, sin tener en cuenta distinciones o privilegios que dimanaran de talentos perso- nales, títulos universitarios, ordenación sacerdotal o profe- 2 Véase PC 2. (Todas las citas del concilio Vaticano II las he tomado de The Documents of Vatican II, editado por Walter M. Abbot, SJ, Guild Press, Nueva York 1966). 40 siones ejercidas con anterioridad. Afortunadamente, tras larga discusión e intensa oración, prevalecieron la fraterni- dad y la amistad y hallaron su puesto exacto en la reforma aprobada de las Constituciones. Como agustinos, habíamos olvidado realmente o habíamos hecho dejación de la mara- villosa herencia recibida de san Agustín. Nosotros, como muchos otros religiosos, habíamos infravalorado el calor de la amistad humana en la vida religiosa, considerándola sos- pechosa o peligrosa, aunque el mismo Agustín la hubiera considerado como una de las dos cosas más necesarias en el mundo 3 . Fuera temores ante la amistad Agustín no le tenía miedo a la amistad ni a hacer amigos. Más bien al revés. Hacer amigos le era tan connatural que le resultaba imposible concebir su personalidad sin estar en contacto vital con ellos. Tal fue la realidad que vivió antes y después de su conversión a la fe católica4 . Sin embargo, esto no implica que sus ideas acerca de la amistad no sufrie- ran algunos cambios significativos con su acepción de la fe de Jesucristo y con su entrada en la Iglesia católica por el bautismo. En aquellos momentos su conversión le llevó a reflexionar sobre un hecho: sus antiguos amigos habían sido hasta cierto punto deficientes por no haber estado aglutina- dos con Dios mediante ese amor que procede del Espíritu Santo5 . Tras fundar su primera comunidad religiosa en Tagaste, sus primeros compañeros eran amigos ya desde mucho antes, a los que se unieron unos pocos hombres de buena volun- tad 6 . Algunos de éstos le siguieron a Hipona tres años más tarde, cuando hizo su segunda fundación. Alipio, Evodio y 3 Sermón 299D.1; Carta 130,6.13. 4 Véase, por ejemplo, Confes., 2,5,10; 4,8,13; 4,9,14; 6,16,26; Carta 73,3; etc. 5 Confes.4,4,7. 6 POSIDIO, 3; Sermón 355,1,2. 41 Severo son los nombres de algunos de estos amigos que vivieron la vida religiosa en su compañía desde los inicios; posteriormente se les añadieron Posidio y otros 7 . La amistad de Agustín con estos hombres no perdió vigor con el com- promiso que hicieron ante el Señor de vivir la vida común. Tampoco disminuyó, como lo prueba la correspondencia epistolar posterior, cuando algunos de ellos abandonaron la comunidad para dar respuesta a la llamada de la Iglesia en calidad de obispos. De hecho fue multiplicando amistades con otros clérigos y laicos, hombres y mujeres, durante estos años8 . Podemos afirmar con toda clase de garantías que no pocos de estos escritos fueron inspirados por las consultas de sus amigos y, a veces, por el diálogo subsi- guiente con ellos9 . El estilo de acción de Agustín a este respecto no se diferenciaba del estilo del mismo Jesucristo, tanto en sus enseñanzas como en sus prácticas. Entre los doce que esco- gió, al igual que entre sus muchos otros seguidores, Jesús tenía también amigos especiales: Juan, el discípulo amado; María Magdalena; María, Marta y su hermano Lázaro, y otros. Pero aunque tenía amigos especiales, Jesús deseaba extender su amistad a todos los hombres y mujeres que estuvieran dispuestos a guardar su doble mandamiento de amor 10. Llegó a afirmar que el colmo del amor era dar la propia vida por los amigos n . Una inequívoca indicación de que los discípulos eran sus amigos de verdad halló su confir- mación compartiendo con ellos los secretos íntimos que su Padre le había confiado n. Más aún, las enseñanzas y la actitud de Jesús están en perfecta consonancia con la alta 7 MARIE AGUINAS MCNAMARA, OP, Friends and Friedshipfor St. Augustine, Alba House, Staten Island 1964, 129.133.137.142. Véase también TEÓFILO VIÑAS, OSA, La amistad en la vida religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid 1982, 173ss. 8 M. A. MCNAMARA, 144-211. 9 Retractationes, I, 22,55; De libero arbitrio; también los diálogos de Casiciaco. 10 Jn 15,12-14. 11 Jn 15,13. 12 Jn 15,15. 42 estima que las páginas del Antiguo Testamento tienen de los amigos y de la amistad l3. A pesar de los cambios de mentalidad y de otros tipos de mejoras que se han dejado notar desde la conclusión del concilio Vaticano II, aún siguen persistiendo hoy en día algunos temores respecto de la amistad en la vida religiosa, quizá porque a continuación del concilio aparecieron algu- nas exageraciones en nombre de una amistad descaminada o mal entendida l4. A pesar de todos los pesares y aun habida cuenta de que pueden existir algunos errores, en estos últi- mos años se han dado pasos muy importantes hacia una mejor apreciación del valor y dignidad de la persona huma- na y del sentido de la verdadera amistad en la vida religiosa. Concepto agustiniano de amistad Personalmente Agustín no escribió nunca un tratado sistemático sobre la amistad, aun cuando, como ya hemos dicho, este tópico llenó gran parte de su vida y de su pen- samiento. Libando en sus variados escritos podemos sinteti- zar brevemente su pensamiento sobre el tema en tres ideas básicas: 1.a La amistad es esencial para el bienestar personal en el mundo; pero la verdadera amistad, la única que perdura, sólo existe cuando está inspirada por Dios y cuando Dios hace de soldador o aglutinador. 2.a La amistad presupone amor, una verdadera unión de corazones y un compartir mutuo de cargas, al estilo de lo que Jesús hizo por nosotros. 3.a La amistad está caracterizada por la confianza y la franqueza, y en su más amplia interpretación hay que extenderla a todos. Pro- fundicemos en estas ideas básicas que nos ayudarán a apre- ciar el profundo concepto que Agustín tenía de la amistad, 13 Por ejemplo, Job, passim; Sal 41,9; 55,13; Prov 17,17; 18,24; 27,6. 14 Existieron, por ejemplo, excesos infiltrados en ciertas sesiones de sensiblería o en un exagerado sentimentalismo que hizo de la noción de amistad algo indesea- ble para algunos. Siempre ha habido unos pocos, especialmente entre los superio- res, que, aun sin darse cuenta cabal de ello, han tenido favoritos entre sus amigos y que, como resultado, han dividido sus comunidades. 43 y que también gozó de alta estima incluso entre los no creyentes de la antigüedad. Sin un amigo nada es amable En el transcurso de su vida, Agustín experimentó una variada gama de amistades. Este abanico abarca desde las amistades muy íntimas, pasa por aquellas de cobertura me- nos emocional y llega a una especie de relación universal, comprensiva y global, donde no existe distinción real entre amistad y amor fraterno. Agustín cristianizó el concepto ciceroniano clásico de esta virtud, demostrando que la autén- tica amistad es un don y una gracia especial de Dios, que sólo se mantiene de forma garantizada cuando se la vive en Cristo. Algunas citas bastarán para clarificar estos puntos: "La verdadera amistad no es auténtica si tú (Dios) no haces de aglutinante entre aquellos que están unidos a ti por medio de la caridad derramada en nuestros corazones por el Espí- ritu Santo" ,5. "No te desdeñaste... de ser amigo del humilde ni de responder con amor al amor de que fuiste objeto. Porque, ¿qué es la amistad sino esto? Deriva su nombre sólo del amor, es fiable sólo en Cristo y sólo en él puede ser eterna y fel iz"1 6 . "Si unidos a mí guardáis con valentía estos dos mandamientos (el amor a Dios y el amor al pró- j imo), nuestra amistad será auténtica y duradera y nos unirá no sólo los unos a los otros, sino también y sobre todo a Dios" 1 7 . Como un autor observa sobre estas ideas de Agustín: "Éste es el núcleo de la concepción agustiniana de la amistad y su gran innovación. Sólo Dios puede unir a Dios personas entre sí. En otras palabras: la amistad está fuera del alcance del control humano. Se puede desear ser amigo de otro que 15 Confes. 4,4,7. 16 Contra duas epístolas Pelagianorum, I, 1. 17 Carta 258,4; véase también Confes. 4,9,14: "Dichoso el que te ama a ti (Señor), y al amigo en ti y al enemigo por ti. Porque no pierde a ningún ser querido sólo aquel a quien todo le es querido en quien no se ha perdido". 44 anda buscando la perfección, pero sólo Dios puede efectuar la unión" l8. Agustín es muy claro ante el hecho personal de que le resultaba imposible vivir sin amigos. Necesitaba de verdad, y esto le ayudaba a promocionarse humanamente, las rela- ciones humanas cálidas, donde los intereses comunes, las alegrías, las penas y las ideas fueran objeto de comparti- miento fecundo 19. Para el modo de pensar de Agustín, esto no era sin más ni más una amistad puramente espiritual. Por el mero hecho de que la amistad entraña un intercambio de amor, debe extenderse a toda la persona en su realidad integral. Más aún: Agustín fue mucho más lejos al no cali- ficar la amistad como necesidad personal referida a él solo. Consideró que la amistad era una necesidad para todo el mundo. De hecho sitúa la salud y la amistad en el mismo plano, como bendiciones especiales de la naturaleza2 0 . A la vez que Dios nos creó para existir y vivir en plena forma, también nos dio amistades para no encontrarnos solos en la vida2 1 . Precisamente por esta razón Agustín puede concluir que sin amigos la vida es un vacío total, aunque se puedan disfrutar grandes riquezas y buena salud: "Cuando alguien se encuentra sin amigos, no hay nada en el mundo que le satisfaga"22. Por otra parte, la pobreza, los pesares y hasta el dolor mismo pueden soportarse cuando uno dispone de buenos amigos que le sirvan de apoyo, le alienten y le aligeren la carga. 'Cuando nos oprime la carga y los pesares nos ponen tristones, cuando los sufrimientos corporales nos quitan el descanso y acaban