Cuando era niño teníamos un perrito, un Schipperke llamado Pogo.
Mi madre le dio un vaso medidor de cobre de 1/4 de taza y le puso una golosina. Desde entonces, en lugar de la rutina habitual de mendigar, Pogo iba de persona en persona presentando su tacita.
A veces se comía la golosina de la taza inmediatamente. Otras veces se llevaba la taza a otro lugar y disfrutaba de su golosina allí, luego volvía a traer la taza para que le dieran otra.
Después de haber comido unas cuantas, seguía presentando su taza, se dirigía a la otra parte de la habitación, sacaba la golosina y la escondía. Podría estar detrás de una maceta, de la pata de una silla o de una lámpara. Luego caminaba hasta donde estábamos sentados y lo miraba. Si lo veía, volvía al escondite y lo empujaba con la nariz para ajustar la posición, y luego volvía junto a nosotros para comprobarlo de nuevo.
Cuando estaba convencido de que no podíamos verlo, recuperaba su taza y pedía otra y el proceso se repetía. Cuando tenía unos cuantos escondidos, dejaba de hacerlo y, durante las siguientes horas, se comía su alijo de uno en uno.
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Comportamento Organizacional
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