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por la creación, por Adán, y si, por humildad, se detiene en la época en que escribe el cronista, deja sobreentendida como verdadera conclusión el ...

por la creación, por Adán, y si, por humildad, se detiene en la época en que escribe el cronista, deja sobreentendida como verdadera conclusión el Juicio final. Como ya hemos dicho, toda crónica medieval es «un relato de la historia universal». De acuerdo con el genio del cronista, puede hacer de ese encuadre una causalidad profunda o un tic formal de exposición. En el primer caso se puede incluso utilizar —inconscientemente o no— como un instrumento pasional. Otón de Freising, a mediados del siglo XII, utiliza esta orientación de la duración para probar el carácter providencial, según él, del Sacro Imperio romano germánico. En cualquier caso, los lectores modernos quedan generalmente sorprendidos por el contraste entre la ambición de esta referencia global y la cicatería del horizonte concreto de los cronistas e historiadores medievales. El ejemplo de Raoul Glaber, a comienzos del siglo XI, causó impacto, aunque se podrían citar decenas de ellos. Al comienzo de su crónica la emprende contra Beda y Pablo Diácono por no haber escrito más «que la historia de su propio pueblo, de su patria», y afirma que su intención «es relatar los acontecimientos acaecidos en las cuatro partes del mundo». Pero en la misma página declara que establecerá «la sucesión de los tiempos» a partir de las fechas en que comienzan los reinados del sajón Enrique II y del capeto Roberto el Piadoso. Muy pronto se pone de manifiesto que el horizonte de sus historias queda reducido a los informes que ha podido obtener de la Borgoña, donde ha pasado la mayor parte de su vida, y de Cluny, donde ha escrito lo más importante de su obra. Todas las imágenes que la Edad Media occidental nos ha dejado de sí misma están construidas según este modelo. Grandes planes encerrados en un estrecho marco —los calveros de que hablábamos anteriormente— que de repente se ensanchan, en fulgurantes travellings, hasta el infinito, hasta las dimensiones del universo y de la eternidad. Esta referencia global es uno de los aspectos del totalitarismo medieval. Así pues, el tiempo, para los clérigos de la Edad Media y para aquellos a quienes se dirigen, es historia y esta historia tiene un sentido. Pero el sentido de la historia sigue la línea descendente de un ocaso. En la continuidad de la historia cristiana intervienen diversos factores de periodización. Uno de los más operantes es el esquema que calca la división del tiempo a partir de la división de la semana. Esta vieja teoría judía, a través de san Agustín, Isidoro de Sevilla y Beda, pasa a la Edad Media que la acepta en todos los niveles del pensamiento, tanto en la divulgación doctrinal de Honorio de Autún como en la alta teología de Tomás de Aquino. Las miniaturas del Líber floridus de Lamberto de Saint-Omer, en torno al año 1120, ponen de manifiesto el éxito de esta concepción. El macrocosmos —el universo—, lo mismo que el microcosmos, que es el hombre, pasa por seis edades a modo de los seis días de la semana. La enumeración habitual distingue la creación de Adán, la ley de Noé, la vocación de Abraham, la realeza de David, la cautividad de Babilonia y la venida de Cristo. De este mismo modo existen seis edades en el hombre: infancia, adolescencia, juventud, edad madura, vejez y decrepitud (cuyas edades, según Honorio de Autún, quedan establecidas en los 7, 14, 21, 50 70 y 100 años respectivamente). La sexta edad, a la cual ha llegado el mundo, corresponde a la decrepitud. Pesimismo fundamental que impregna todo el pensamiento y la sensibilidad medievales. Mundo limitado, mundo moribundo. Mundus senescit, el tiempo presente es la vejez del mundo. Esta creencia, legada por la reflexión del cristianismo primitivo en medio de las tribulaciones del bajo Imperio y de las grandes invasiones, permanece aún viva en pleno siglo XII. Otón de Freising escribe en su Crónica: «Estamos viendo cómo el mundo desfallece y exhala, por así decir, el último suspiro de la vejez terminal». El mismo tañido de campana surge en los medios goliardicos. El célebre poema de los Carmina Burana: Florebat olim studium..., es un lamento sobre el presente. E.R. Curtius lo parafrasea de este modo: «La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo entero va de cabeza, unos ciegos dirigen a otros ciegos2 y los precipitan en los bajos fondos, los pájaros quieren levantar el vuelo antes de aprender a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan y los palurdos se enrolan en el ejército. En cuanto a los Padres de la Iglesia, san Gregorio, san Jerónimo, san Agustín y san Benito, padre del monaquismo, se pueden hallar en la taberna, ante el tribunal o en la pescadería. A María ya no le va la vida contemplativa ni a Marta la vida activa; Lea es estéril y Raquel tiene légañas en los ojos; Catón frecuenta los figones y Lucrecia se convierte en una ramera. Lo que antes se había odiado, ahora se pone por las nubes. Todo ha salido de quicio». Del mismo modo, en el marco de una historia urbanizada y aburguesada, Dante, el gran reaccionario en quien se resume la Edad Media, pone en boca de su antepasado Cacciaguida la lamentación sobre la decadencia de las ciudades y de las familias. El mundo, al envejecer, mengua, se contrae, como «una capa que se encoge rápidamente» y en torno al cual «el tiempo gira con sus tijeras», para utilizar las palabras de Dante. Así les ocurre a los hombres. Al discípulo del Elucidarium, que pregunta por los detalles del fin de los tiempos, le dice el maestro: «El cuerpo de los hombres será más pequeño que el nuestro, lo mismo que el nuestro es más pequeño que el de los antiguos». «Los hombres de antaño eran altos y bellos, dice Guiot de Provins a comienzos del siglo XIII. Ahora son como niños o enanos.» Los actores de la escena medieval, como en una obra de Ionesco o de Beckett, tienen la impresión de encogerse sin cesar hasta el extremo inminente de este «Final de partida». No obstante, en ese proceso irreversible de decadencia, en ese sentido único de la historia hay, si no cortes, al menos momentos privilegiados. El tiempo lineal está dividido en dos por un punto central: la Encarnación. Dionisio el Menor, en el siglo VI, funda la cronología cristiana que avanza negativa y progresivamente en torno al nacimiento de Cristo: antes y después de Jesucristo. Cronología cargada de toda una historia de la salvación. El destino de los hombres es muy distinto según hayan vivido a uno u otro lado de este acontecimiento central. Antes de Cristo, no hay ninguna esperanza para los paganos. Sólo se salvarán los justos que esperaban en el seno de Abraham y a quienes Cristo fue a liberar cuando descendió a los infiernos (el limbo de los patriarcas).

Esta pregunta también está en el material:

LA_CIVILIZACION_DEL_OCCIDENTE_MEDIEVAL_4
342 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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