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(Machado et al., 2008). Hebb, por su parte, desarrolló el concepto asamblea de neuronas, que postulaba que los estímulos y sus respuestas activan d...

(Machado et al., 2008). Hebb, por su parte, desarrolló el concepto asamblea de neuronas, que postulaba que los estímulos y sus respuestas activan diferentes grupos neuronales, y que cuando esto ocurre las conexiones internas y entre los grupos de neuronas se refuerzan, esto es, las neuronas que se activan juntas refuerzan su unión, lo que facilita que se reactiven estas conexiones, cuya permanencia representa el almacén de memoria (Molter et al., 2007). El decenio de 1950-59 del siglo XX, marcado por la aparición y extensión de las computadoras, revolucionó la investigación en el campo de la psicología cognitiva, al poner en el centro de atención el llamado mecanismo de procesamiento de la información (Sternberg, 2011). Una de las propuestas más difundidas es el denominado modelo de procesamiento de la memoria en tres etapas de Atkinson y Shiffrin (1968), un modelo estructural que concibe la memoria en términos de tres almacenes (figura 2-2); a saber: Memoria sensorial. Registro inmediato e inicial de la información sensorial. Es un almacén de capacidad ilimitada, aunque de muy escasa persistencia temporal. Memoria a corto plazo. Es también un almacén transitorio, aunque más duradero. En él continúa el procesamiento de la información sensorial, la cual, según su pertinencia, podría ser transferida a un almacén de carácter más permanente. Memoria a largo plazo. Almacenamiento relativamente permanente y de capacidad ilimitada. Pese a todos los esfuerzos, los modelos estructurales no daban respuesta a todas las incógnitas sobre el funcionamiento de la memoria, por lo cual surgieron, alrededor del decenio de 1970-79 del siglo pasado, modelos teóricos alternativos que enfatizaban los aspectos funcionales de la memoria. Entre estas aproximaciones destaca el enfoque de los niveles de procesamiento de Craik y Lockhart (1972) y la memoria operativa o de trabajo de Baddeley y Hitch (1974). El enfoque de niveles de procesamiento postula la existencia de una “jerarquía de estadios de procesamiento, hablando de ‘profundidad de procesamiento’, en que una mayor profundidad implica un mayor grado de análisis semántico o cognitivo” (Craik y Lockhart, 1972: 676), esto es, el procesamiento de la información no se relaciona con almacenes precisos, sino con la complejidad del propio procesamiento (desde niveles sensoriales hasta niveles semánticos y cognitivos). Por su lado, el concepto de memoria de trabajo, desarrollado en un inicio por Baddeley y Hitch (1974), y luego revisado y actualizado con frecuencia por Baddeley (Baddeley, 1986, 1996, 2000, 2003a y 2003b; Baddeley et al., 1988), postula la existencia de un sistema activo, ejecutivo, que permite mantener la información relevante para alcanzar un determinado objetivo. Es un constructo teórico que pretende explicar cómo se manipula y almacena de forma temporal la información en el desempeño de tareas complejas de diversa naturaleza. Está constituido por cuatro subsistemas o componentes: Ejecutivo central. Encargado de ejercer un control general sobre los otros sistemas, focalizando, dividiendo y distribuyendo la atención de una manera flexible. Bucle fonológico. Especializado en tratar con material del lenguaje hablado, esto es, almacena información de tipo lingüístico. Este componente, por tanto, contiene un almacén temporal de datos acústicos y un sistema de mantenimiento de la información acústica-verbal (habla) (Baddeley, 2003a). Agenda visoespacial. Especializado en mantener y operar de modo temporal con información visual, espacial y kinestésica (Baddeley, 2003b). Búfer espisódico. Integra la información de los otros componentes (la agenda y el bucle) para generar una representación unitaria coherente. Es una especie de sitio donde se contrasta el conocimiento depositado en la memoria a largo plazo con la experiencia en curso. En la figura 2-3 se puede apreciar el esquema inicial de Baddeley y Hitch (1974), y en la figura 2-4 la propuesta enriquecida con el búfer episódico. Otra importante tendencia en cuanto a modelos teóricos sobre el tema es la clasificación de la memoria a largo plazo en dependencia de diversos criterios (Carrillo, 2010). Si se trata de la forma de adquisición de la nueva información se reconocen la memoria declarativa o explícita y la memoria implícita o no declarativa (Agrest, 2001). La declarativa o explícita guarda información y conocimientos de hechos y acontecimientos que es posible relatar verbalmente; es consciente e intencional y responde a la proposición “saber qué” (Eichenbaum, 2004; Machado et al., 2008). En tanto, la memoria implícita o no declarativa se refiere al “saber cómo”, esto es, a cómo hacer las cosas, por lo cual se trata de un conocimiento consolidado e inconsciente (Tulving, 1995). En función de la naturaleza de la información almacenada se reconocen la memoria episódica o autobiográfica y la memoria semántica. La primera es un almacén para acontecimientos personales, de modo que permite guardar todas las experiencias pasadas en el contexto espacio-temporal de otros eventos de la vida personal (Wikinski, 2001; Boyano, 2012); la memoria semántica, en cambio, reúne datos generales sobre el mundo, que constituyen los conocimientos de la persona, con independencia del contexto espacio-temporal. La figura 2-5 es un esquema de los tipos de memoria descritos, a manera de ilustración didáctica, con la recomendación a los lectores de tomar en cuenta las discrepancias terminológicas que hay entre los autores, aunque históricamente manejen los mismos términos o unos muy semejantes. Al respecto, y muy atinadamente, Ruiz et al. (2006: 293) refieren que “unos [autores] dan más importancia al formato en el que se almacena la representación, otros al formato que dicha representación toma a la hora de salir del sistema y otros a la consciencia o inconsciencia, bien en el almacenamiento, bien en la recuperación”. Es así que algunos estudiosos hablan de metamemoria como el “conocimiento sobre nuestra propia memoria, lo que implica aspectos tan complejos como la estimación de la capacidad de nuestro aprendizaje, la selección de las estrategias de memorización, la evaluación o monitorización del aprendizaje, la consciencia de lo que conozco y no conozco o las creencias sobre nuestra memoria” (Tirapu y Muñoz, 2005: 478). Estos autores también abordan la memoria prospectiva, la cual permite recordar propósitos e intenciones para el futuro, a diferencia de la retrospectiva, con la que se rememoran hechos del pasado; para Tirapu y Muñoz (2005), la memoria prospectiva forma parte de la memoria episódica o autobiográfica. Un modelo teórico surgido en los últimos años, producto de los estudios en el campo de la neurociencia cognitiva, es el paradigma reticular de la memoria. Éste se enmarca en el concepto de red cognitiva o “cógnito”, que “es la unidad de conocimiento o memoria en la corteza cerebral que contiene, asociados entre sí, todos los elementos de percepción o acción relacionados con un hecho, un objeto, un acontecimiento vivido o una expresión lingüística” (Fuster, 2009 y 2010). Esta perspectiva concibe al evento cognitivo, en este caso la memoria, como producto del funcionamiento de una red de neuronas corticales que se ha formado a lo largo de la vida, sobre la base de la experiencia ambiental y educativa del individuo. Resulta interesante cómo este paradigma explica la creación de la memoria emocional mediante “las conexiones que se forman entre los ‘cógnitos’ corticales y las aferencias emocionales que llegan del sistema límbico en coincidencia temporal con los estímulos que forman aquellos ‘cógnitos’” (Fuster, 2010), aunque se sabe que la modulación emocional de la memoria está mediada no sólo por cambios funcionales y morfológicos en determinadas regiones cerebrales (sobre todo en la amígdala), sino también neurobioquímicos y neurohormonales (Solís, 2012).

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