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mejorar casi cualquier afirmación de los fabricantes. El fertilizante Aurora Radium se vendía con la promesa de que «caldea el suelo». Se ponía rad...

mejorar casi cualquier afirmación de los fabricantes. El fertilizante Aurora Radium se vendía con la promesa de que «caldea el suelo». Se ponía radio en el pienso para gallinas con la esperanza de que los huevos se incubaran solos, si no de que realmente se cocieran solos. La lana Oradium para bebés estaba «dotada de un tratamiento fisicoquímico de notable poder: radiactividad»: «Todo el mundo conoce los extraordinarios efectos de la estimulación orgánica de la excitación celular que el radio transmite... La lana así tratada combina las ventajas típicas del tejido con un valor higiénico innegable. Para tejer la canastilla del bebé, los vestidos de lana de los niños, su ropa interior y su suéter, use LAINE ORADIUM». A menudo se invocaba el apellido Curie para respaldar estos remedios, en muchos casos de manera ilícita. Se decía que el Tónico Capilar Curie restauraba el crecimiento y el color del cabello, por ejemplo. Esta licencia comercial puede excusarse en cierta medida pues el propio Instituto del Radio de los Curie concedía su imprimátur a productos que contenían de manera genuina una fuente de emanación de radio. Esto se hacía por probidad científica: un sello «du Laboratoire Curie de Paris» garantizaba discretamente que una preparación contenía, por ejemplo, «5 milimicrogrammes de Radium élément pour 1 gramme de Crème». El Instituto del Radio había conseguido asimismo la licencia para garantizar dispensadores de radiación cromados para instalar junto a la bañera. Estos émanateurs o «fuentes» hacían burbujear gas radón procedente de una fuente de radio que se desintegraba a lo largo de un tubo de goma en el agua de la bañera; también se utilizaban para añadir efervescencia a las bebidas. Ahora son objetos muy buscados. El aura de un elixir es más evidente en los libros ilustrados de aventuras para adolescentes que hacían del elemento el objetivo central de su indagación. Presentaban el radio como un material exótico que había que saquear de tierras remotas con mucha intrepidez. La espléndida cubierta de uno de estos libros, La Course du Radium (que, incidentalmente, se traduce mejor por La carrera por el radio y no por La marcha del tratamiento de radio), presenta a jinetes de una tribu galopando a través del desierto, demasiado tarde para alcanzar a nuestro héroe, que huye en un biplano. Todo esto era pura fantasía. Para la mayoría de fines prácticos, las únicas fuentes de radio preparado se encontraban en las dos ciudades más elegantes y refinadas de Europa, París y el laboratorio de los Curie, y Viena con su rival Instituto de Investigación del Radio. En la década de 1930 ya era absolutamente evidente que el radio era un grave peligro para la salud. El caso de las «chicas del radio» de Nueva Jersey, que pintaban las esferas de los relojes luminosos, se había ocupado de ello. En 1925, una de estas mujeres llevó a los tribunales a su patrón, la US Radium Corporation, por lesiones a su salud. Ella y sus colegas tenían la costumbre de utilizar sus labios para hacer que los pinceles que usaban tuvieran una punta fina. Al final, al menos quince obreras murieron padeciendo síntomas extremos de anemia y destrucción del tejido de la mandíbula. Marie Curie sabía de la muerte de varios ingenieros franceses que habían estado implicados en la preparación de fuentes terapéuticas de radio, aunque en aquella fase ninguno era de su instituto, un hecho que ella atribuyó a precauciones de seguridad superiores, que en realidad eran notablemente concienzudas para la época. Pero muy pronto, varios colegas de Curie empezaron a sucumbir a la enfermedad por radiación. A pesar del peligro que se reconocía de manera creciente, la popularidad del radio como marca no se empañó. Las farmacias francesas vendían agua de colonia, polvos, jabón de crema y lápiz de labios Tho-Radia, «según la fórmula del Dr. Alfred Curie»; dicho doctor era o bien un impostor o una invención de la imaginación del fabricante, pues en la familia Curie no había nadie de este nombre. Los cosméticos Tho-Radia, anunciados como «productos científicos de belleza» y promovidos por una tal Jacqueline Donny, que fue miss Francia en 1948 y miss Europa en 1949, pudieron haber contenido o no torio y radio: el Instituto Curie no encontró ninguno de estos elementos cuando los sometió a análisis. Claramente, otros muchos productos no tenían por qué incorporar radio en absoluto. No obstante, las navajas Radium se comercializaban sobre esta base, prometiendo que tenían «el filo científico». Una marca de «parfum atomique» presentaba una botella etiquetada como «Atome 58» con un halo brillante a su alrededor, con independencia de que el elemento con el número atómico cincuenta y ocho es el inofensivo cerio. Las últimas marcas fracasaron a medida que la oposición del público a las armas nucleares y a la potencia nuclear se hizo mayor en la década de 1960. En la actualidad el empleo del radio se halla restringido a las clínicas radiológicas. El cuarto en el que Curie descubrió el polonio y el radio, que más tarde ella recordaría como «una choza de tingladillo con el suelo de asfalto y un techo de vidrio que ofrecía una protección incompleta contra la lluvia», ya no existe. La ciencia no santifica los espacios en los que se hacen los descubrimientos, sólo los propios descubrimientos, y ocasionalmente a quienes los hacen. El matrimonio Curie encarnaba los extremos de las actitudes que los científicos pueden tomar hacia sus logros. Marie admiraba la actitud de Pierre de que no importaba quien hiciera el descubrimiento, mientras éste se hiciera, pero no podía compartirla, y cada vez se sentía más posesiva acerca de sus propios logros científicos. Si hubiera sobrevivido, el laboratorio hubiera servido como recordatorio de que el descubrimiento no requiere un entorno confortable, sino simplemente el equipo adecuado en el momento adecuado, en este caso la pecblenda y la sensible balanza de cuarzo de Pierre. Marie Curie escribió de aquella época que ella y Pierre habían

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La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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