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debía al cromo. Análisis más exhaustivos que sólo fueron posibles más de un siglo después explicaron finalmente por qué estas gemas han sido muy ap...

debía al cromo. Análisis más exhaustivos que sólo fueron posibles más de un siglo después explicaron finalmente por qué estas gemas han sido muy apreciadas desde hace mucho tiempo. El rojo oscuro de los rubíes y el límpido verde de las esmeraldas es sólo la mitad de la historia: el cromo de ambas piedras también fluoresce con luz roja, de manera que parece que las piedras titilan con un fuego interior. Si el mismo metal contaminante, el cromo, podía ser responsable de dos colores tan brillantes y contrastantes, ello sugería que había algo que valía la pena investigar acerca de la matriz básica de los cristales de rubíes y berilos en los que el cromo estaba encerrado y que podría explicar esta diferencia espectacular. Vauquelin volvió a analizar los berilos en más detalle, y descubrió que estaban constituidos por diversos minerales básicos. El constituyente principal era la sílice, o dióxido de silicio, como en la arena, el cuarzo y la amatista. La alúmina formaba buena parte del resto. Esta forma cristalina del óxido de aluminio es el principal ingrediente del corindón, del que están hechos rubíes y zafiros. Pero también había, ahora se dio cuenta Vauquelin, un nuevo óxido que no había sido detectado anteriormente debido a su normal semejanza con los demás. Sin embargo, aislado y purificado, este óxido poseía ciertamente una propiedad excepcional. Era dulce al gusto, y por esta razón Vauquelin lo llamó «glucina». Al nuevo elemento metálico que él sabía que tenía que contener lo denominó «glucino», aunque nadie fue capaz de producirlo durante otros treinta años. (El zirconio, otro elemento nuevo, descubierto de una forma bastante parecida en piedras de jergón, o zircón, en 1789 por Martin Klaproth, un amigo alemán de Vauquelin, pasó también por una prolongada cuarentena, y no fue aislado hasta 1824, por Berzelius.) Posteriormente se descubrió que la glucina no era el único compuesto metálico de sabor dulce, y fue rebautizada como berilia, y su elemento asociado como berilio. Para aquellos que buscaban riquezas, las noticias de estos experimentos tuvieron que suponer una frustración. Se demostraba que incluso las piedras más preciosas no contenían ninguna esencia preciosa, como seguramente los investigadores de mentalidad más alquímica habían esperado que ocurriera. A diferencia de los minerales sucios, de los que se podía extraer metal reluciente, estos cristales perdían todo su valor cuando eran procesados en el laboratorio. Sólo dos años antes de los experimentos de Vauquelin con esmeraldas y rubíes, el químico inglés Smithson Tennant había quemado un diamante hasta que no quedó nada, con lo que demostraba que estaba constituido por algo tan poco exótico como el carbono. Pero los químicos modernos tuvieron su recompensa: Vauquelin tuvo su cromo y su berilio, Sefström y Berzelius su vanadio, Klaproth su zirconio. Su trabajo clarificó muchas confusiones en el negocio de las joyas. Los relatos de artefactos preciosos que exploradores excitables habían visto en países remotos podían someterse ahora a un examen más escéptico. Por ejemplo, se hizo evidente que muchas piedras presentadas como esmeraldas eran demasiado grandes para ser verdaderas gemas, y que el término se empleaba simplemente como un símil admirativo para todo tipo de objetos verdes que en realidad estaban hechos de jade o incluso de vidrio. En la actualidad, cuando se han hecho muchos avances en la fabricación de piedras artificiales, el término «gema» se reserva por lo general para los ejemplares naturales. La clasificación en función del color es más problemática. Puesto que el color de las piedras preciosas surge de impurezas que hay en ellas, no existe una definición rigurosa de qué es lo que las hace una esmeralda o un rubí. Un berilo es, por lo tanto y simplemente, una piedra demasiado pálida para que reciba el nombre de esmeralda en una escala arbitraria de color. El comercio colonial creciente con países ricos en estos minerales, como Birmania y Colombia, junto con las técnicas de corte mecanizado, contribuyeron a que las joyas de colores aumentaran en popularidad a lo largo del siglo XIX. Las joyas eran cautivadoramente ambivalentes en una época en la que la severidad moral tenía su contrapunto en la suntuosidad de los aderezos. Sólo las mujeres virtuosas y la sabiduría son más raras que los rubíes, según la Biblia.* Llevar joyas era una indicación de virtud, pero también de seducción. Las propias piedras son naturalmente bellas, pero hay perversidad en el arte con que son cortadas, y no resulta muy sorprendente ver que Mefistófeles le ofrece a Margarita un tentador cofre de joyas en el Fausto de Goethe. La famosa «canción de las joyas» en la versión operística de la narración, de Gounod, amplifica esta transacción pues la casta heroína se imagina transformada en una princesa mundana; en la traviesa parodia del aria en Candide, de Bernstein, Cunégonde reflexiona de manera sarcástica que si ella no es pura, al menos lo son sus joyas. La imputación de pureza es sin duda una de las razones por las que Ruby y Beryl* se convirtieron en nombres propios populares en la época victoriana, y sólo dejaron de serlo en la década de 1930. En la actualidad, Ruby puede estar experimentando un renacimiento, pero hay que buscar un poco más para encontrar otros nombres inspirados en gemas: Esmeralda está ahora de moda para las chicas, Jasper** para los chicos. La difusión de las piedras preciosas como artículos de consumo de lujo ha promovido alusiones más informadas en la literatura. Las esmeraldas a las que se refería Edmund Spenser en The Faerie Queene, o las del Paraíso perdido de Milton, podían ser cualquier gema verde, al ser su color preciso menos importante que su rareza general. Pero nos imaginamos que la Ciudad Esmeralda, de la fábula de L. Frank Baum El maravilloso mago de Oz, de 1900, está realmente construida de esta piedra preciosa

Esta pregunta también está en el material:

La Tabla Periodica La curiosa historia de los elementos
722 pag.

Biologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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