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aspectos de nuestras vidas: todo vale. Pero el problema no es que todo valga, sino que todo valga lo mismo, hecho que conlleva una inevitable pérdi...

aspectos de nuestras vidas: todo vale. Pero el problema no es que todo valga, sino que todo valga lo mismo, hecho que conlleva una inevitable pérdida de puntos de referencia, de asideros culturales, intelectuales, éticos y sociales, pero también de valor y de sentido. Aquel paradigmático “enanos a hombros de gigantes” (se ha utilizado aquí la expresión atribuida –no exactamente- a Isaac Newton de manera adaptada al contexto) que nos convertía en herederos de la tradición cultural y en responsables de un patrimonio artístico milenario, deja de tener un sentido piramidal y se posiciona de forma horizontal: no hay ya árbol ni bosque, hay océano. La democratización-mercantilización de absolutamente todo hace de las actuales generaciones “enanos” que navegan eternamente en el océano de internet por medio de un avatar y de un nickname. Nuestro Perspectivas contemporáneas de la educación artística… “nuevo mundo” se vacía de cosas y se llena de información: la digitalización descorporeiza y desmaterializa. En vez de almacenar recuerdos, almacenamos datos (Han, 2021). A su vez, también el discurso se sustituye por datos, manejados algorítmicamente por infómatas que nos proporcionan la información que creemos que necesitamos; Google o Siri nos prestan más atención que los propios alumnos y que cualquier adulto en una conversación en la que seguro mirará el móvil al menos una vez mientras le estamos contando nuestro último éxito laboral; Google o Siri aciertan con nuestros gustos y nuestra situación emocional con precisión y buen criterio, ofreciéndonos alivio espiritual bien a través de una canción, película o reserva de hotel para esa inevitable “desconexión” en la que ambos seguirán con nosotros, más de lo que jamás lo hará cualquier otro de nuestros seres humanos queridos. Es más, resultan tan condescendientes, con sus atractivas voces inapreciablemente electrónicas, que no sería difícil acabar enamorándose de cualquiera de ell@s, dependiendo, claro está, del sistema operativo en el que hayas depositado tu alma tecnológica. Aludimos aquí a la película Her, de Spike Jonze (2013) en la que el solitario Theodor, interpretado por un extraordinario Joaquin Phoenix, entabla una relación romántica con Samantha, la voz del sistema operativo que acaba de comprar. El Smartphone o el iPhone refuerzan la sensación de poder y de control; al tocar la pantalla sometemos el mundo a nuestras necesidades a través de imágenes que son información concentrada. Nuestras constantes elecciones de información en medios digitales y webs varias, todos ellos “productos informativos”, nos hacen creer que somos sujetos libres en un mundo libre colmado de posibilidades, que elegimos lo que queremos en cualquier momento, con acierto y entusiasmo. Pero no es exactamente así: creemos perseguir algo personal y lo que estamos haciendo es perdernos en acciones e intereses programados por otros (Ferraris, 2017). Y a esta programación completa de la vida digital de la mayoría de las personas en nuestros días han contribuido tres aspectos que consideramos esenciales y que comentaremos aquí brevemente: la postverdad, la vida líquida y el aceleracionismo. La denominada postverdad ha sido –y sigue siendo- un elemento de creación de incertidumbre fundamental. A través de sus postulados Perspectivas contemporáneas de la educación artística… se ha pretendido, desde sus orígenes, una distorsión deliberada de la realidad en pro de emociones y creencias personales que permitieran transformar la opinión pública. Se basa en la máxima de que la información tiene que aparentar ser verdad, no ser verdadera. Desde esta fórmula, cimentada en la mentira, podemos entender muchos de los acontecimientos de nuestros días, también en las aulas, donde existe el temor a que aquello que estamos enseñando pueda ser cuestionado en cualquier momento, no ya partiendo de datos científicos o históricos, sino de una idea tergiversada o distorsionada. Los propios alumnos tienen la sensación en ocasiones de que lo que están aprendiendo -más bien lo que se les está enseñando- está en los márgenes de lo cierto, de lo creíble y lo confiable. En educación este aspecto es conflictivo y, sobre todo, peligroso. Recordaremos que hace menos de dos décadas los alumnos tomaban como referencia los libros y manuales editados en formato físico que les servían como puntos de referencia “verdaderos”. Acceder a un libro determinado que figuraba en las listas bibliográficas o que había sido recomendado por algún profesor -que podías incluso llegar a fotocopiar- era un hallazgo de valor incalculable. El contenido del mismo era el punto de partida para reconstruir el “más allá”: tus posibilidades como estudiante dependían de lo que pudieras retener del libro en cuestión. De este modo se configuraba un mundo intelectual, fundamentado en ideas y conceptos que tenían su base en aquello en lo que se creía con certeza, que era cierto, verdadero, o al menos no era intencionadamente falso. Ahora sencillamente todo se consulta en internet y allí está la aparente respuesta: sea o no cierta, está ahí, accesible, instantánea, presente. Puede que incluso ya exista aquello que necesitas, que lo hayan hecho otros por ti, antes que tú. Solo tienes que jugar a buscar. Incluso podemos jugar a cambiar la información en Wikipedia con facilidad, como bien sabemos. La ventaja de esta posibilidad ultrademocrática juega también en los límites de lo perverso, como todos hemos pensado alguna vez. La vida líquida (Bauman, 2014) es el segundo de los aspectos condicionantes de las actitudes contemporáneas que hemos decidido destacar. La idea de una vida en estado líquido nos hace pensar en lo inasible, en la transformación permanente de la materia y de las ideas, donde todo cambia antes de que se puedan consolidar hábitos y rutinas; un ejercicio colectivo de pérdida de referencias que nos lleva a vivir en una incertidumbre constante. Las opciones tecnológicas de resetear, borrar conversación, eliminar correo electrónico, son el reflejo de la necesidad del olvido, de evitar mantener las mismas reglas de juego durante más tiempo del necesario; hay que olvidar para poder interesarnos por las tendencias más novedosas, el llamado “último grito”, que proclama que no hay rumbo concreto. Nos cuesta reconocer que estar desactualizados nos provoca verdadero pavor; no estar al día, en la onda, quedarnos fuera de las principales tendencias y estilos, aunque estos sean denominados ugly, es nuestra verdadera disfunción – defunción-. La velocidad y no la duración es lo que importa: en las clases, los alumnos encuentran dificultad en seguir los discursos de sus profesores y la atención decae a los pocos minutos de comenzar. Cuántas más actividades se realicen, tanto mejor, aunque no se termine ninguna convenientemente. Lo que importa es la novedad, la motivación y el estímulo iniciales; si estos decaen durante la actividad es porque aquella no es lo suficientemente motivadora o faltan estrategias didácticas – metodológicas queríamos decir- para que así sea: la causa es siempre externa, el culpable es siempre el gobierno. Nosotros lo hacemos bien, seguimos el algoritmo de montaje del mueble de Ikea; hemos buscado la solución en Google y en el tutorial de la vida se nos indica que las cosas se hacen así, ergo tiene que ser verdad verdadera. El tercer aspecto que nos parece crucial en el análisis de las diferencias generacionales significativas es el aceleracionismo. Podríamos decir, en síntesis, que se trata de la creación de un futuro postcapitalista “por la vía rápida”; y cuando se patina sobre hielo fino, quebradizo, nuestra salvación pasa por ir muy rápido; la clave está en la velocidad con la que nos movamos (Bauman, 2014). Esta metáfora de Bauman es muy adecuada para comprender el sentido general de las situaciones que vivimos, también en el ámbito educativo. Si analizamos mínimamente lo que acontece en educación Infantil, Primaria y Secundaria, pese a que se actúa con las mejores intenciones, vemos como existe una tendencia a acelerar el proceso de madurez de los alumnos, haciéndoles avanzar por caminos cuyas rutas marcan una ta de seguir cantando la melodía principal, sino de encontrar un buen acompañamiento, un acompañamiento que nos permita a cada uno seguir nuestro “tempo”. Pero este ritmo se ha acelerado desmesuradamente y es hoy imposible de seguir, impidiéndonos desarrollarnos y evolucionar –si es que esto es posible- según nuestro ritmo personal, ese pulso que se repite incesante y que nos hace “ser quiénes somos”, única opción para elegir libremente, bien o mal, pero libremente, y que debe prevalecer sobre el “ser lo que tenemos” imperante en nuestros días desde hace décadas. Lo cierto es que la maquinaria es imparable: Paul Virilio (1997) o Hartmut Rosa (2016

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BOOK-2023-003
197 pag.

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