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verdad de la situación, resultaba tan sumamente irritante que Duncan olvidándose de todo salvo sus iras, apuntó con su pistola y disparó. La detona...

verdad de la situación, resultaba tan sumamente irritante que Duncan olvidándose de todo salvo sus iras, apuntó con su pistola y disparó. La detonación sonó como la erupción de un volcán dentro de la caverna; y cuando se disipó el humo por efecto de la corriente de aire que venía desde la salida que daba al río, el lugar en el que estaba el malvado guía se encontraba ya vacío. Corriendo hacia la salida, Heyward percibió su oscura silueta, escabulléndose por una oquedad baja y estrecha, quedando completamente fuera de su vista. Una quietud temblorosa hizo presa entre los salvajes al oír la explosión, la cual se sintió surgir de las entrañas de la tierra; pero cuando Le Renard hizo una larga y determinante llamada con su voz, fue correspondido por los gritos espontáneos de todos y cada uno de los indios que pudieron oírle. De nuevo se oyeron bajar por toda la isla los clamorosos alaridos; y antes de que Duncan se pudiera recuperar del sobresalto, la frágil barrera de ramas fue pulverizada, a la vez que la caverna fue invadida desde ambos extremos y tanto él como sus acompañantes se vieron arrastrados fuera del refugio. Ya bajo la luz del día, estaban completamente rodeados por los victoriosos hurones. Capítulo X Me temo que dormiremos la próxima mañana, ¡Tanto como hemos estado velando durante esta noche! El sueño de una noche de verano. En cuanto se sobrepuso a la sorpresa del momento, Duncan comenzó a fijarse en la apariencia y los modos de sus captores. Al contrario de lo que era común entre los salvajes cuando concluyen una acción con éxito, estos nativos no sólo respetaron la integridad de las temblorosas hermanas, sino también la suya propia. Los llamativos ornamentos de su atuendo castrense llamaban poderosamente la atención de muchos de los guerreros que no pudieron disimular sus deseos de poseer las insignias; pero antes de que brotara más violencia en el lugar, un mandato por parte del guerrero corpulento ya mencionado, expresado en tono autoritario, impidió el conflicto y convenció a Heyward de que les estaban reservando para algo mucho más importante. Sin embargo, mientras los más jóvenes y vanidosos del grupo se entretenían en las menudencias antes referidas, los guerreros más veteranos continuaron su búsqueda por ambas cavernas con tal ímpetu que denotaba lo poco satisfechos que estaban con los resultados provisionales de su conquista. Incapaces de dar con ninguna víctima más, los vengativos individuos no tardaron en enfrentarse a sus prisioneros masculinos, pronunciando el nombre de La Longue Carabine con extremada fiereza. Duncan simuló no entender el significado de sus violentas y repetitivas preguntas, mientras que a su compañero no le hizo falta recurrir a engaño alguno, dado su total desconocimiento del francés. Era tal la insistencia mostrada por sus captores que Duncan temió que se volvieran peligrosamente impacientes ante su silencio y comenzó a buscar a Magua con su mirada, esperando poder entenderse mejor con él. La conducta de este salvaje en particular constituía una solitaria excepción con respecto a la del resto de sus compañeros. Mientras los otros se ocupaban en dar rienda suelta a sus más primitivas pasiones, yendo tras ornamentos militares o deleitándose en la destrucción de las escasas pertenencias del explorador al no poder dar con su propietario, Le Renard había permanecido a poca distancia de los prisioneros, con una actitud tan callada y satisfecha que claramente dejaba entrever que ya había cumplido el gran propósito de su traición. Cuando su mirada se cruzó con la de Heyward, la expresión siniestra —y a la vez tranquila— del salvaje hizo que el hombre blanco apartara la vista horrorizado. No obstante, logró sobreponerse de tal sensación de repugnancia y pudo, aunque con asco, mirarle a la cara a su enemigo. —Le Renard Subtil es demasiado guerrero como para no comunicarle a un hombre desarmado lo que le dicen sus vencedores. —Preguntan por el cazador que conoce los caminos del bosque — contestó Magua en su defectuoso inglés, mientras colocaba su mano sobre la cataplasma de hojas que cubría la herida que tenía en el hombro—. ¡La Longue carabine! Su fusil es bueno y su ojo no duerme; pero, al igual que la pequeña pistola del jefe blanco, no es rival para Le Subtil. —¡Le Renard es demasiado valiente como para recordar las heridas recibidas en la guerra, así como las manos que las provocaron! —¿Fue momento de guerra cuando el indio cansado se detuvo en aquel árbol para saborear su maíz? ¿Quién llenó el bosque de enemigos ocultos? ¿Quién sacó el cuchillo? ¿Quién habló de paz mientras su corazón pedía sangre? ¿Acaso dijo Magua que el hacha estaba desenterrada y que su mano la sacó de la tierra? Dado que Duncan no quiso contestar las acusaciones del indio por medio del reproche a su propia actitud traidora, y tampoco estaba dispuesto a admitir la culpa de las mismas, permaneció en silencio. Magua también parecía dispuesto a dejar las cosas así, sin más controversia ni discusión, ya que volvió a apoyarse en la roca de la cual se había levantado momentáneamente. De todos modos, la exclamación «¡La Longue Carabine!» volvió a oírse nada más concluir el breve diálogo, reanudándose así el interrogatorio de los impacientes salvajes. —Ya lo oyes —dijo Magua, con terca indiferencia—. ¡Los hurones de piel roja reclaman la vida de «Carabina Larga» o, de lo contrario, cobrarán tributo con la sangre de aquéllos que lo ocultan! —Se ha ido lejos; está más allá de su alcance. Renard sonrió despectivamente, mientras le contestó: —Cuando el hombre blanco muere, cree estar en paz; pero los pieles rojas saben cómo torturar incluso los fantasmas de sus enemigos. ¿Dónde está su cadáver? ¡Que los hurones vean su cabellera! —No está muerto, sino huido. Magua movió la cabeza con gesto de incredulidad. —¿Acaso es un ave, volando con alas; o un pez, que puede nadar sin respirar aire? ¡El jefe blanco cree todo lo que dicen sus libros y piensa que los hurones son tontos! —Aunque no sea un pez, «Carabina Larga» puede nadar. Flotó río abajo cuando se acabó la pólvora y los ojos de los hurones estaban tras una nube. —¿Entonces por qué se quedó el jefe blanco? —exigió saber el indio escéptico—. ¿Acaso se hundiría como una piedra, o tiene ganas de perder la cabellera? —Tu camarada muerto podría dar buena cuenta de que no soy una piedra, si estuviera vivo —dijo el joven ante tanta provocación, presumiendo de su hazaña con la acritud y la ira que podrían despertar la admiración de un indio —. El hombre blanco piensa que sólo los cobardes abandonan a sus mujeres. Magua balbuceó algunas palabras entre dientes antes de continuar diciendo, en voz alta: —¿Es que los delaware pueden también nadar, del mismo modo en que se arrastran por la maleza? ¿Dónde está «Le Gros Serpent»? Duncan se percató, por el uso de estos apelativos canadienses, que sus anteriores compañeros eran mejor conocidos entre sus enemigos que por él mismo. Contestó despectivamente: —También se ha ido por el agua. —¿No está aquí «Le Cerf Agile»? —No sé quién es el que llamas «El Ciervo Ágil» —dijo Duncan, dispuesto a ganar tiempo eludiendo la cuestión. —Uncas —insistió Magua, pronunciando el nombre en delaware con más dificultad que las palabras en inglés—. El hombre blanco se dirige al joven mohicano por la expresión «Alce que salta». —Debe de haber cierta confusión de nombres entre nosotros, Le Renard —dijo Duncan, esperando desencadenar un debate—. Daim es la palabra adecuada para referirse a la hembra, mientras que el ciervo macho viene expresado por cerf, elan sería el término más apropiado si se trata de un alce. —Sí —murmuró el indio en su lengua nativa—. ¡Los rostros pálidos son como mujeres charlatanas! Tienen dos palabras para cada cosa, mientras que al piel roja le basta un sonido para hacerse entender —tras esto, dejó de hablar en su idioma y se adscribió a la nomenclatura de sus instructores lingüísticos—. El ciervo es rápido, pero débil; el alce es rápido, pero fuerte; y el hijo de «Le Serpent» es «Le Cerf Agile». ¿Acaso ha huido por los bosques? —Si te refieres al delaware más joven, también se fue por el agua. Dado que para un indio ese modo de escapar no

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

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