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MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 1 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL L e c t u r a 3 Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. Pp 204-260 Para lograr el objetivo específico de presentarte el origen filosófico y científico de la psicología de la Unidad I de Origen filosófico y científico de la psicología referente a la unidad mínima de aprendizaje Los grandes filósofos y el umbral de la psicología: el siglo XIX revisa y analiza la siguiente lectura. EL MUNDO DEL SIGLO XIX UU NN II DD AA DD II .. O R Í G E N E S F I L O S Ó F I C O S Y C I E N T Í F I C O S D E L A P S I C O L O G Í A El consenso de la Ilustración finalizó con la Revolución Francesa, que fue acogida al principio como el inicio de una Edad de la Razón aún más gloriosa, pero que después fue temida y odiada por su Reinado del Terror. Las implicaciones reales del espíritu geométrico se hicieron patentes y los pensadores del siglo xix se vieron ante la precisión de enzarzarse en un cuerpo a cuerpo con el naturalismo. Esta tarea se hizo más urgente con la teoría de la evolución de Darwin, que no sólo equiparó al hombre con el mono, sino que también desterró cualquier tipo de intencionalidad o progreso de la historia. A todo lo largo del período, el problema de la naturaleza humana fue, pues, planteado por numerosos filósofos, fisiólogos, literatos y revolucionarios. La segunda mitad del siglo presenció la fundación de la psicología científica y la formulación de sus tres variantes: el estudio de la conciencia, del inconsciente y de la adaptación. Un especialista del siglo xix, Franklin Baumer (1977), ha sugerido una útil división conceptual de este período, por considerarlo demasiado complejo para ser tratado cronológicamente. Propone la existencia de cuatro mundos decimonónicos, tesis que, grosso modo, seguiremos aquí. El prime-ro es el mundo romántico, que reaccionó vigorosamente contra el naturalismo de les philosophes. El segundo mundo es la Nueva Ilustración, que llevó a término, en forma algo modificada, el programa de les philosophes. El tercero es el mundo del darwinismo y la evolución. Al cuarto mundo le llama Baumer el fin d e siécle (fin de siglo), un mundo de angustia surgido de la desesperación con respecto a la Naturaleza, la Humanidad y el futuro. La reafirmación de lo Trascendental: la rebelión romántica Aunque de ordinario pensamos en el romanticismo como en un movimiento artístico que puso el acento en el sentimiento humano, fue mucho más que eso. Constituyó una rebelión general contra la concepción del mundo de cuño cartesiano-newtoniano. El primer poeta romántico, William Blake (1757-1827), confiando en que la humanidad pudiera escapar de la perspectiva científica, MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 2 Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL escribía, por ejemplo: «¡Ojalá nos guarde Dios / de la visión Única y del sueño de Newton»• s. Allí donde los escritores de la Ilustración habían valorado las «pasiones» moderadas y mora-les, los románticos tendieron a idolatrar todas las emociones fuertes —aun-que fuesen violentas o destructivas—. Sobre todo, los románticos querían ser algo más en el universo que átomos y vacío. En cierto sentido, el romanticismo reafirmó la creencia racionalista en algo que trasciende la apariencia material. Es, pues, lógico que el movimiento romántico, al menos en filosofía, se iniciara con Kant. Ya hemos advertido cómo sus sucesores idealistas hicieron de la realidad material la expresión de algo espiritual, que se manifiesta a sí mismo en las apariencias. El poeta romántico Coleridge adaptó y elaboró la distinción kantiana entre la Verstand, el proceso limitado del entendimiento descrito por Locke, y la Vernuft, la facultad intuitiva ca-paz de trascender las apariencias y aprehender la verdad nouménica. En el romanticismo se ponen de manifiesto varios conceptos importan-tes para la Psicología. Uno de ellos es el de inconsciente. El pensamiento consciente y discursivo fue la herramienta de la Ilustración, tanto en el terreno del arte como en el de la filosofía. Por el contrario, el romanticismo, en su búsqueda del infinito, sostuvo que el inconsciente era más importante. Los poetas, por ejemplo, confiaban en escribir automáticamente en un trance extático, de forma que el Infinito quedara registrado sobre el papel. En filosofía, Schopenhauer postuló que la Voluntad es la realidad nouménica oculta tras las apariencias. La Voluntad de Schopenhauer, y en concreto la voluntad de vivir, empuja al hombre a una búsqueda sin fin e inútil de algo mejor. Semejante descripción de la Voluntad se anticipa al id de Freud. Schopenhauer escribió en los Parerga: «En el corazón de todo hombre habita una bestia salvaje». La inteligencia intenta controlar la Voluntad, pero su furor inflige dolor al yo y a los demás. También prefiguraron a Freud aquellos escritores que vieron en los sueños el lenguaje del inconsciente, que sólo precisaba ser descifrado para revelar los secretos del Infinito. • Blake se mofó de les philosóphes: «Refros, reíros, Voltaire, / Rousseau: reíros. reíros: ¡̀ todo es inútil'!» Como otros románticos, Blake detestaba la Revolución Industrial, cuyas «lóbregas, satánicas hilanderías» contaminaban «de Inglaterra las verdes montañas». En la Voluntad de Schopenhauer —el núcleo de la vida mental— des- cubrimos otro importante y complejo concepto romántico: el de actividad mental y libertad. La Voluntad es una bestia salvaje, pero al paso que lo salvaje entraña dolor, también implica libertad de elección. La filosofía de Schopenhauer resultaba así una reacción voluntarista y romántica contra el determinismo materialista de la Ilustración. Por regla general, esto llevó a los románticos a idolatrar a los héroes, los genios y los artistas —a todos aquellos que afirmaban sus Voluntades y no se plegaban a los dictados del mundo—. Thomas Carlyle, por ejemplo, veneró a héroes que iban desde Odin hasta Shakespeare y Napoleón. Desde un punto de vista psicológico, esta nueva forma de voluntarismo dio al traste con la tabula rasa. Una mente tan voluntarista como la contemplada por los románticos, difícilmente podía ser un mero receptáculo pasivo de estímulos externos. Coleridge, por ejemplo, equiparaba la mente a una lámpara que irradia luz intelectual. El influjo de Schopenhauer se evidencia también en la psicología de la conciencia de Wundt, pues éste hace un gran hincapié en la capacidad de la mente para organizar su propio contenido, forma de voluntarismo que contrasta radicalmente con la pasividad del asociacionismo. No sólo rechazaron los románticos la idea de que una persona fuese una máquina, sino que también repudiaron la misma idea en lo tocante al universo. Fueron vitalistas y teleologistas, para quienes la naturaleza no era materia muerta —meros átomos en el vacío—, sino algo orgánico, en desarrollo y que se perfecciona a sí mismo con el tiempo. La Biología, y no la Física, debe suministrar el modelo de reflexión sobre las cosas, afirmaban los románticos. Herder expresó este sentimiento en Alemania. En Inglaterra fue convincentemente formulada por el intelectual conservador Edmund Burke (1729-1797), quien declaró que la naturaleza humana y la sociedad se desarrollan lentamente al correr de los siglos. Puso en la picota el intento de la Revolución Francesa de erigir una sociedad basada tan sólo en la razón pura y geométrica, ignorandola sabiduría de la historia. Semejante concepción romántica de la Naturaleza era progresista y optimista, pero pronto quedaría reducida a añicos por la teoría de la selección natural de Darwin. Los románticos ya creían en la evolución, pero ésta no consistía en el proceso dirigido por el azar del darvinismo. El vitalismo romántico significa que, si bien podemos ver en el roman- ticismo una reafirmación de la búsqueda racionalista de la Verdad tras- MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 3 cendente, los románticos no fueron defensores del Ser. Carlyle, por ejemplo, insistía en que la Verdad está siempre deviniendo, y nunca se limita a ser. La Verdad no es un conjunto estático de Formas, sino algo vivo, algo que siempre se está perfeccionando. Esta idea, al menos, podría compaginarse a la perfección con el evolucionismo darvinista. Hubo un concepto de la Ilustración que inspiró a los románticos y que ellos enriquecieron. El asociacionismo de Hartley constituyó un elemento importante de la teoría crítica romántica. La poesía clásica abundaba en abstracciones escritas con mayúsculas, tales como «Belleza», mientras que los románticos escribían sobre las bellezas concretas e individuales a partir de las cuales nos formamos la idea de Belleza. En el asociacionismo, los juicios estéticos y morales son sentimientos, reacciones subjetivas y emo- cionales, relativamente independientes de la razón discursiva. Los románti- cos realzaron lo subjetivo y pasional, e intentaron servirse del análisis aso- ciacionista de la mente como forma de evocar respuestas emocionales en sus lectores. Enriquecieron el asociacionismo al acentuar el concepto de coalescencia, es decir, al recalcar que la imaginación activa puede sintetizar los elementos atómicos en una creación que es más que la suma de las propias unidades atómicas, como cuando los colores elementales se mezclan para dar otro cualitativamente diferente. Wundt dio gran importancia al poder de la mente para sintetizar los elementos mentales, al paso que los psicólogos de la Gestalt adoptaron una postura todavía mucho más holística. Podemos concluir diciendo que los románticos se opusieron al mecani- cismo en todos los terrenos y promovieron conceptos rivales, tales como libertad individual, voluntarismo, holismo, vitalismo y teleología. Aunque el romanticismo fue avasallado por los desarrollos posteriores de la ciencia, y en especial por el darvinismo, desempeñó un papel en la formación de la psicología —sobre todo en su lugar de nacimiento, Alemania— y, en una forma u otra, ha preservado siempre un fuerte atractivo para todos aquellos desazonados por el espíritu geométrico y sus productos. La nueva Ilustración Por supuesto, no todo el mundo se desencantó del naturalismo. Hubo numerosos pensadores importantes que llevaron adelante el espíritu y las ambiciones de la Ilustración, sobre todo en Inglaterra y Francia. Varios mo- vimientos de la Nueva Ilustración tienen interés para la Psicología. Utilitarismo y asociacionismo El utilitarismo y el asociacionismo son doctrinas inextricablemente en- trelazadas. El utilitarismo describe los aspectos motivacionales y dinámicos de la mente; el asociacionismo describe la mecánica cognitiva de la mente. El primero estaba implícito en las enseñanzas de los asociacionistas del siglo xvm, desde Hume en adelante, para quienes las sensaciones son, o bien agradables —deseamos que se repitan—, o bien desagradables —de-seamos evitarlas—. El utilitarismo intentó simplemente aplicar este sistema motivacional al conjunto de la sociedad. La doctrina motivacional del utilitarismo fue elaborada en su forma más acabada por el reformista inglés Jeremy Bentham (1748-1832). Este iniciaba su Introducción a los principios de la legislación moral (1789) con una ardorosa proclama de hedonismo utilitarista: «La Naturaleza ha colo-cado a la Humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Sólo a ellos toca señalarnos lo que debemos hacer, así como determinar lo que haremos... Nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos.» En consecuencia, el individuo debe orientar su vida eligiendo aquellas lineas de acción que maximicen su placer y minimicen su dolor: he aquí la única ética científica. Los legisladores —el blanco preferido de Bentham en cuanto reformista—deben seguir idéntico criterio, procurando promover la mayor felicidad de la mayoría en todos las actos de gobierno. Bentham creía que el gobierno es, por naturaleza, opresivo; daba por supuesto --como el primer economista, Adam Smith— que un gobierno mínimo permitiría a cada individuo procurar su propia felicidad. Las leyes benthamianas del principio del placer se parecen a las leyes de asociación propuestas por Hume, Hartley y Brown. El valor del placer y del dolor viene determinado por la intensidad, duración, certeza y proximidad de la sensación correspondiente. Bentham pretendió cuantificar tanto el placer como el dolor, de suerte que las decisiones morales pudieran tomarse haciendo un balance del placer o dolor netos que cabía esperarse siguieran de la selección de actos posibles y posterior elección de aquél que satisficiera el principio de utilidad. Siguiendo también a los asociacionistas, Bentham distinguía entre placeres o dolores simples y placeres o do-lores combinados y complejos. Procede a continuación a suministrar una elaborada enumeración de los tipos de placer, resultando la lista mucho más larga de lo que un postfreudiano actual pudiera esperar. Hay, sin duda, placeres y dolores sensuales, pero Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 4 también están los placeres de riqueza, poder, piedad y benevolencia, por citar sólo unos pocos. Bentham analizó, asimismo, las características individuales y raciales que modifican la acción del principio de utilidad según la disposición personal. Consagró entonces sus mayores esfuerzos a desarrollar un programa de buen gobierno, basándose exclusivamente en el principio racional de utilidad, y desechando cualquier consideración emanada del contexto histórico o de los derechos humanos. Fue una demostración de espíritu geométrico y filosofía mecanicista que hubiese hecho estremecerse a Edmund Burke o a cualquier romántico. Uno de los seguidores más entusiastas de Bentham fue James Mill (1773- 1836), un político que derivó hacia la Filosofía. Expuso ardiente-mente el benthamismo, pero su fama en psicología se debe a su asociacionismo mecanicista. Mili no aportó en realidad nada nuevo al asociacionismo; más bien representó su manifestación más extrema. Sigue a Hume y a Hartley, al distinguir entre las sensaciones y sus copias i d e a s — , y a Condillac, cuando intenta reducir toda la actividad mental a la asociación. Mill adopta lo que podríamos llamar teoría-mecano de la mente. Según tal concepción, la mente es una pizarra pasiva y en blanco, receptiva a las sensaciones simples l o s nódulos del mecano—, a partir de las cuales se forman las sensaciones complejas o ideas por medio de eslabones asociativos —las varillas que unen los nódulos— entre las unidades atómicas. Los eslabones asociativos se construyen de dos formas. Algunas sensaciones siempre ocurren juntas, o sincrónicamente, y acaban engarzándose. Oler una rosa sugiere s'is restantes atributos, con los que el olor se halla regularmente asociado en nuestra experiencia. Otras sensaciones se producen regularmente en secuencia, o sucesivamente, y Mill sigue a Hume al reducir la causalidad a series asociativas regulares. Mill analiza el habla como un rosario de palabras atómicas asociadas, ignorando totalmente el control del significado de una frase por parte del discurso.Su asociacionismo mecanicista suele tomarse como una buena muestra de reductio ad absurdum de la psicología asociativa. En su Análisis de los fenómenos de la mente humana Mill presenta, por ejemplo, la idea de una casa como un compuesto de numerosas unidades más simples, tales como los clavos, las tablas y las hojas de cristal. A renglón seguido concluye: «¿Cuántas más (ideas componen) la idea que llamamos Todo?» Uno se imagina a la mente ocupada por una colosal e inmanejable construcción de mecano. El asociacionismo de Mill prescinde de las facultades mentales preservadas por Hartley y otros asociacionistas. Hecho que, combinado con el hedonismo utilitarista, da como resultado una imagen de la mente completamente mecánica, en que una idea sucede a otra automáticamente sin que haya lugar para el control voluntario. El ejercicio de la voluntad es una ilusión, argüía Mill. El razona-miento no es más que la combinación asociativa de las ideas contenidas en los silogismos. La atención se reduce al hecho de que la mente está ocupada con cualesquiera ideas que le resultan particularmente agradables o dolorosas. La mente no dirige la atención; su atención viene dirigida mecánica-mente por el principio de utilidad. Como Bentham y otros muchos que escribieron sobre la mente, Mill expuso su psicología con propósitos de re-forma. No era un psicólogo. Influido por Helvetius, como también lo estuvo Bentham, Mill sentía un especial interés por la educación. Si la persona es completamente pasiva cuando nace, es deber de la educación moldear correctamente su mente. Mili puso sus ideas en práctica mediante la rigurosa educación que dio a su hijo, enseñándole griego clásico a los tres años y latín a los ocho; hijo que a la edad de diez años escribió una Historia del Derecho Romano. Con todo, el mencionado hijo, John Stuart Mill (1806-1873), no se convirtió en el perfecto utilitarista que su padre esperaba. Aunque al principio se adhirió a Bentham, un colapso nervioso de que fue víctima le llevó a considerar el benthamismo estéril, estrecho y excesivamente calculador. Incluso llegó a calificar de «un mal» el programa de Bentham. Al fin ter-minó por atemperar los principios hedonistas de Bentham con la visión romántica de la naturaleza y el sentimiento humano propios de Wordsworth. Incluso suscribió la preferencia romántica por lo natural y crecido espontáneamente sobre lo manufacturado, y negó que el ser humano fuera una máquina. Consideraba que las personas eran cosas vivientes, cuyo desarrollo y crecimiento autónomos deben fomentarse. La versión del asociacionismo propia de J. S. Mill quedó atenuada por la inclinación romántica a la síntesis. Esta combinación le llevó a su idea de la química mental. Los primeros asociacionistas, incluido su padre, habían reconocido que ciertos eslabones asociativos se hacían tan fuertes que las ideas engarzadas parecían inseparables. J. S. Mill llegó más lejos, man- teniendo que las ideas elementales pueden fusionarse en una idea global, no reducible a sus elementos. Los elementos generan la nueva idea, no se limitan a componerla. Propuso los colores como ejemplo de dicho proceso. Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 5 Dése vueltas a una rueda dividida en sectores, cada uno de ellos pintado de un color primario, y a cierta velocidad se tendrá la experiencia de blancura, no de colores que giran. Los colores atómicos de la rueda están generando un nuevo color, un tipo diferente de experiencia. Sin embargo, debemos destacar que, si bien Mill diluyó el benthamismo asociacionista de su padre con las concepciones más amplias del ro- manticismo, su objetivo seguía siendo mejorar el utilitarismo y el empirismo, no refutarlos. Siempre aborreció el intuicionismo místico de Coleridge, Carlyle y demás románticos. Recuperó el análisis de la materia de Berkeley, aunque privado de Dios, no admitiendo ninguna realidad noumémica más allá de las apariencias. Para J. S. Mill, la materia no es más que la permanente posibilidad de sensación. La pluma en nuestro despacho, por ejemplo, existe únicamente porque puede siempre ser percibida, se la perciba o no en un momento dado. Ni tampoco aceptó Mill el voluntarismo romántico. Su química mental, aunque reconocía la posible coalescencia de sensaciones e ideas, siguió siendo una descripción pasiva de la mente. No es la actividad autónoma de la mente lo que acarrea el cambio químico cualitativo, sino la forma en que las sensaciones son asociadas en la experiencia: no nos es dado elegir ver o no ver el disco blanco que gira, ya que la experiencia es impuesta a nuestra percepción por las condiciones del experimento. John Stuart Mill fue el último gran filósofo asociacionista. Su asocia- cionismo surgió en un contexto de discusiones lógicas y metafísicas, y no nuevamente psicológicas. Mill creyó en la posibilidad de la ciencia de la naturaleza humana de Hume, y, de hecho, intentó contribuir a su metodología. Los asociacionistas posteriores adoptaron un sesgo más claramente psicológico; por ello los reservaremos para un apartado ulterior. Positivismo Ya hemos tenido ocasión de encontrarnos con filósofos, como Berkeley, Hume y Newton, que, al menos parcialmente, son positivistas, puesto que patrocinan una epistemología que limita el conocimiento humano a lo que es inmediatamente observable. Sin embargo, a medida que la ciencia de la Naturaleza y la tecnología cosechaban éxito tras éxito, se extendió por Europa un talante generalizado, denominado cientismo, que encarnaba la fe en la capacidad de la Ciencia para contestar todas las preguntas, para resolver todos los problemas. Era natural, pues, que la ciencia, basada desde Newton y Bacon en una epistemología positivista, fuera elevada a la ca- tegoría de nueva religión —de concepción del mundo que pretendía su- plantar al ya asediado cristianismo—. Tal fue la empresa de Augusta Comte (1798-1857). Comte la bautizó con el nombre de positivismo, el cual englo- baba una epistemología, sendas filosofías de la ciencia y de la historia y una religión. En cuanto epistemología, el positivismo adoptó un empirismo radical. La especulación metafísica y las explicaciones de la Naturaleza en términos de entidades inobservables debían ser abandonadas. En su lugar, el cono- cimiento humano había de ceñirse a recopilar y correlacionar hechos con el fin de obtener una descripción fidedigna del mundo. Según Comte, no había otro método y filosofía apropiados para la Ciencia. Con la capacidad de predecir la Naturaleza viene la capacidad de controlarla. Por eso, en el momento en que surja una ciencia de la Humanidad, la sociedad y los individuos quedarán por igual sujetos a control. Comte presentó un cuadro panorámico de la historia, en que ésta cons- tituía un proceso ascendente e ineluctable compuesto por tres amplios es- tadios. El primer estadio es el teológico, en que el hombre se explica los acontecimientos naturales postulando dioses invisibles o espíritus responsa- bles de aquéllos. El segundo estadio es el metafísico, en el que los dioses y espíritus se han trocado en abstracciones u otras causas inobservables, ideadas para explicar la Naturaleza. El tercer estadio es el científica, donde la explicación es abandonada en aras de la descripción, la predicción y el control, y donde la Religión de la Humanidad suplanta al Cristianismo. Comte proporciona elaboradas descripciones de su nueva religión. Se trata de una construcción acabada, con su élite de sacerdotes científicos, su manifiesto revolucionario en favor del control científico de la sociedad y su bandera. Algunas de las opiniones de Comte son curiosamente victorianas: por ejemplo, su creencia en que la adoración por la Mujer formabaparte prioritaria de la veneración por la Humanidad. El interés de Comte no iba a la Ciencia como tal, sino a cómo la Ciencia podía ser usada para perfeccionar a la Humanidad. Su epistemología y sus filosofías de la ciencia y de la historia están todas ellas supeditadas a la construcción de una nueva sociedad científica. Su público real se compuso de mujeres y trabajadores, a quienes Comte consideraba oprimidos por los intereses creados que entonces regían la sociedad. Estaba convencido de que Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 6 sólo mediante los esfuerzos de esos grupos llegaría la revolución positiva. Si bien sería una élite de científicos la que regiría la sociedad, Comte pretendía en primer lugar convencer a las masas. Las opiniones de Comte sobre psicología son interesantes. Establece una lista jerárquica de las ciencias, desde las más básicas —y primeras que se desarrollaron— hasta las más comprehensivas— y últimas en desarrollar-se—. Dicha jerarquía es como sigue: Matemáticas, Astronomía, Física, Química, Fisiología y Biología, y Sociología. Habitualmente se le atribuye el mérito de ser uno de los fundadores de la Sociología, concebida por él como la ciencia que haría posible su nuevo mundo dirigido por la Ciencia. La Psicología, en cambio, no aparece en la lista. Comte desaprobaba la psicología introspectiva, a la que consideraba confusa y metafísica. Mantuvo cierta esperanza en la Frenología, que se esforzaba por ligar los rasgos de la personalidad a las distintas áreas del cerebro. De aquí que escindiese la Psicología en dos, arruinándola como disciplina coherente. Asignó el estudio del individuo a la Fisiología y la Biología, como en la Psicología frenológica. El estudio del hombre en cuanto animal social pertenecía a la Sociología. Por añadidura, parece que a Comte la psicología filosófica de su época se le antojaba demasiado intelectual. Recalcó una y otra vez que los seres humanos son, antes que nada, criaturas que sien- ten y, sólo después, criaturas inteligentes. El positivismo de Comte y su Religión de la Humanidad inspiró a un sinfín de personas a todo lo largo y ancho de Europa. Algunas intentaron realizar su programa religioso-revolucionario, fundando sociedades positivistas e incluso abriendo iglesias positivistas. Sin embargo, los pensadores más serios miraron con desagrado la religión de Comte, prefiriendo en su lugar su epistemología. Tal fue, por ejemplo, la actitud de john Stuart Mill, quien mantuvo una voluminosa correspondencia con Comte. Como consecuencia, el positivismo se convirtió cada vez más en un movimiento puramente filosófico y, por último, en una filosofía de la ciencia. Dos figuras se han hecho acreedoras a una mención en este aspecto: Claude Bernard (1313-1878) y Ernst Mach (1838-1916). Bernard fue un fisiólogo francés, autor de una influyente obra sobre filosofía de la ciencia: Introducción al estudio de la medicina experimental (1865). Aunque rechazó el sistema y la religión de Comte por acusar los mismos vicios que otros sistemas metafísicos y religiones, su concepción de la Ciencia es eminentemente positivista. Sólo la rigurosa comprobación de las hipótesis objetivas científicas con métodos objetivos puede producir conocimiento. Toda cuestión no susceptible de tal tratamieiito carece de sentido. El mundo debe ser contemplado como un sistema perfectamente determinista, porque sólo desde tal punto de vista es posible la Ciencia. El primer objetivo de la ciencia son la predicción y el control. Ernst Mach fue un gran físico alemán que propuso como filosofía de la ciencia una versión radical del positivismo, en un intento de explicar los fundamentos verdaderos de la Ciencia. Admiró a Berkeley, y, al igual que éste, consideró que la conciencia humana es un conjunto de sensaciones, más allá de las cuales no podemos penetrar sin incurrir en el crimen de lesa metafísica. El objetivo de la ciencia es el ordenamiento económico de las sensaciones, y nada más. Así, por ejemplo, Mach rehusó creer en la existencia de los átomos, porque nadie los había visto todavía. La teoría es algo que debe evitarse, salvo cuando establece correlaciones entre experiencias y resulta útil para formular predicciones. Para Mach, el conocimiento cumplía en última instancia una función pragmática y biológica. Organizar nuestra experiencia nos ayuda a adaptamos a nuestro ambiente; pero no significa que penetre la realidad más allá de las apariencias. Mach introdujo, asimismo, un método crítico e histórico en el estudio de la ciencia. Según él, muchos conceptos científicos habían incorporado excrecencias metafísicas en el curso de su desarrollo, y la mejor forma de desembarazarlos de tales excrecencias y reducirlos a su base sensorial era estudiar dicho desarrollo. Haciéndose eco de Comte, Mach señaló que la ciencia primitiva había crecido en la atmósfera teológica del siglo xvii y, en consecuencia, conceptos tales como fuerza habían adquirido atributos «di-vinos», en cuanto trascendían de la mera experiencia. La influencia del positivismo, en una forma u otra, fue enorme, abarcando a físicos y a novelistas realistas por igual. En Psicología, afectó a las escuelas inglesas y norteamericanas, más que a las europeas. Wundt, por ejemplo, se mostró sumamente crítico con respecto a Comte. Aunque en ciertos aspectos su psicología individual se asemejaba a la ciencia de Mach, en el sentido de que ambas eran análisis de la experiencia inmediata, Wundt postuló la existencia de procesos mentales no percibidos para explicar los eventos mentales experimentados. La filosofía de Mach tuvo más influencia en el discípulo inglés de Wundt, Titchener, quien consideró la ciencia como una empresa descriptiva, y no explicativa, y en los psicólogos de la Gestalt, quienes estudiaron los objetos en cuanto dados inmediatamente a la experiencia. La explicación freudiana del inconsciente, que por definición es inobservable, es, Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 7 sin lugar a dudas, no positivista, aportando otro ejemplo de la relativa inmunidad alemana a esta concepción de la ciencia. En Norteamérica, sin embargo, la influencia del positivismo fue consi- derable. William James fue un gran admirador de Mach, cuyo concepto del conocimiento como una adaptación práctica a la vida, es plenamente com- patible con el pragmatismo de james. Mach constituyó una fuente de inspi- ración para Ios positivistas lógicos del siglo xx, quienes tuvieron considerable influencia sobre el conductismo. El ejemplo más claro de influencia positivista se encuentra en B. F. Skinner. Aunque la psicología de Mach fue introspectiva, es decir, una psicología del sujeto, una vez que los conductistas hubieron decidido a tratar los seres humanos como objetos de observación, la filosofía de Mach condujo en línea recta al conductismo radical. Skinner sostiene que la única meta de la Ciencia es descubrir relaciones legales entre variables independientes y dependientes que desemboquen en la predicción y el control. Toda referencia a procesos «mentales» inobservables es, para Skinner, pura metafísica, tan ilegítima como lo fuera para Mach. Y lo que es más, la aspiración de Skinner a una utopía dirigida por la Ciencia y no democrática es comtismo secularizado. Ambos creen en la perfectibilidad del hombre a través del control científico. Marxismo Es imposible pasar por alto el pensamiento de Karl Marx (1818-1883) en cualquier interpretación del siglo xlx. El marxismo, en sus diversasma- nifestaciones —muchas de las cuales hubiesen sido desautorizadas por el propio Marx—, ha constituido una de las filosofías más importantes de los tiempos modernos. Además, Marx erigió su sistema, no sólo en base a con- sideraciones de historia económica, sino también sobre una particular con- cepción de la Humanidad. Marx sostenía que, si bien la conciencia humana está determinada por la estructura económica de una época dada, hay subyacente una naturaleza humana real, cuyas necesidades son sofocadas por todas las formas de sociedad históricamente existentes. De aquí que las personas estén alienadas de sus verdaderos yoes, y esta alienación es la fuerza motivadora del perfeccionamiento humano y de la revolución política. Sólo una auténtica sociedad comunista —nunca alcanzada en época de Marx, ni en nuestra propia época— haría que los hombres dejaran para siempre de estar alienados de sus propios yoes. Dada la fama e influjo universal de Marx, resulta sorprendente el escaso impacto que su pensamiento ha tenido en la Psicología fuera de la Unión Soviética, donde, por supuesto, constituye el dogma oficial. Cabe sospechar que la razón de esta falta de influencia es política. Después de 1848, el comunismo fue el fantasma que recorre Europa, fantasma que cobró cuerpo en forma aterradora en la Revolución Rusa de 1917, y en las sucesivas revoluciones. En los primeros tiempos de la Psicología, el marxismo probablemente era una filosofía cuyo estudio —y no digamos ya la toma de partido en su favor— resultaba peligroso; amén de que siempre cabía racionalizar el hecho de ignorar tal filosofía aduciendo su aparente falta de relevancia para la Psicología. Pocos psicólogos occidentales sienten simpatía por Marx; del contado número de simpatizantes, los más destacados son el psicólogo humanista Erich Fromm y el psicólogo del desarrollo Klaus Riegel, quienes gozan en el mundo de la Psicología de una amplia reputación como excéntricos sin remedio. Y con todo, el pensamiento de Marx es perfecta-mente compatible con otras influencias aceptadas en Psicología. Su concepción de la historia por estadios y su exportación revolucionaria a las masas le emparentan con Comte; aceptó el naturalismo y el materialismo; estudió la influencia del ambiente sobre la personalidad humana, sin dejar por ello de sostener una concepción más bien humanista de la naturaleza humana. Pese a todo, el otro pensador revolucionario del siglo xix fue un burgués más apacible y feliz, pero también mucho más influyente. El triunfo de Heráclito: la revolución darvinista Antecedentes El mundo mecanicista newtoniano-cartesiano era inmutable. Dios, o algún otro Creador, había construido una maravillosa máquina, perfecta en su concepción e infinita en su duración. Cada objeto, cada especie biológica, quedaba fijada para la eternidad, inmutablemente perfecta en su obediencia a las leyes naturales establecidas. Semejante cosmovisión resultaba compatible, al mismo tiempo, con las Formas de Platón, las esencias de Aristóteles y la teología cristiana. Desde esta óptica, el cambio era algo insólito en la naturaleza. Incluso la doctrina geológica del uniformismo, que ayudó a Darwin a inventar su teoría de la evolución, era antievolucionista, al remontar el continuo de las fuerzas naturales a millones de años atrás. En biología, la idea aristotélica de que las especies eran fijas e inmutables era un dogma suscrito por todas las más altas autoridades científicas anteriores a Darwin. Supuestos Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 8 el concepto cartesiano-newtoniano de que la Materia es inerte, incapaz de actuar y exclusiva-mente pasiva, y de que eI cambio espontáneo es el origen de nuevas especies, la mutación de la vieja parecía imposible. Una vez que la Inteligencia suprema había actuado creativamente, la materia muerta no podía producir nada nuevo. Sin embargo, en la atmósfera de progreso característica de la Ilustración, esta visión estática de la Naturaleza empezó a cambiar. Las ideas evolucionistas se remontan, por lo menos, hasta Anaximandro (véase el capítulo 2), pero sólo en el siglo xvui empezaron realmente a prender. Un viejo concepto, de cuño teológico-aristotélico, que ayudó al desarrollo del evolucionismo, fue el de la Gran Cadena del Ser, o la scala natura de Aristóteles. Los pensadores medievales contemplaban la Cadena como una medida de la proximidad de una criatura a Dios y, en consecuencia, de su grado de perfección espiritual. A ojos de los pensadores naturalistas, por su parte, se convirtió en el acta certificadora del ascenso de los seres vivientes hacia la cima más perfecta de la Naturaleza: la Humanidad. Para que se verificase el paso desde un universo estable y perfecto a otro cambiante y que se afana por la perfección, era necesaria una concepción diferente de la materia; la materia inerte, estúpida, ni puede cambiar, ni tampoco perfeccionarse. Fue precisamente en el siglo xviii cuando surgió la concepción necesaria. La materia —para algunos pensadores, incluso la materia inorgánica— fue dotada ahora de vitalidad y de una ten- dencia al progreso. De tal suerte resultaba posible para muchos autores afirmar que el universo había evolucionado a partir de simples principios y que las especies habían cambiado y progresado desde el comienzo de los tiempos, y podían seguir cambiando y progresando por siempre jamás. Esta concepción se encarnó, de una u otra forma, en el transformismo francés y en la Filosofía de la Naturaleza alemana. Ciertamente no supone un abandono del naturalismo, ya que permite al mismo tiempo prescindir de Dios por completo y ofrecer una teoría perfectamente naturalista del origen de la tierra y sus habitantes. Semejante concepto de la evolución no es, empero, mecanicista, puesto que dota a la materia de atributos divinos. Para el newtoniano, la materia estúpida se ponía en movimiento mecánico por obra de un Creador inteligente y en posesión de un propósito. Para el vitalista, la propia materia es inteligente y dotada de propósito. El vitalismo supone, pues, una concepción romántica de la Naturaleza: ésta se autoperfecciona y autodirige, desplegándose a sí misma progresivamente a lo largo del tiempo. La insigne contribución de Charles Darwin al concepto de evolución consistió en mecanizarlo, desrromantizar la Naturaleza y ganar la evolución para la concepción newtoniana del mundo. No obstante, antes de examinar la teoría de Darwin, debemos considerar primero la alternativa romántica más importante a la misma, cuyo atractivo sigue siendo todavía fuerte en la actualidad —y a la que ni siquiera el mismo Darwin pudo resistirse del todo— : la teoría evolutiva de Jean Baptiste Lamarck (1744-1829). Lamarck, que era un naturalista muy conocido por sus trabajos sobre taxonomía, fue el exponente más científico de la concepción romanticoprogresista de la evolución. Había dos aspectos importantes en la teoría de Lamarck. De acuerdo con el primero, la materia orgánica es fundamentalmente diferente de la inorgánica, y cada especie viviente posee un impulso in-nato a perfeccionarse a sí misma. Cada organismo se esfuerza por adaptar-se a su entorno y se modifica a medida que lo hace, desarrollando diversos músculos y adquiriendo hábitos variados. La segunda parte de su tea ría pretendía que tales características adquiridas podían transmitirse a la descendencia. Así, cada esfuerzo del individuo por perfeccionarse era re- gistrado y transmitido, y al correr de las generaciones las especies vegetales y animales irían perfeccionándose a sí mismas, realizando sus impulsos de perfección. La genética moderna ha destruido la visión de Lamarck. Actualmente, se considera que la materia orgánica está compuestade meras moléculas inorgánicas y dispuestas en forma compleja: un conjunto de aminoácidos. La cadena de ADN no se altera por las modificaciones que sufre el cuerpo de un individuo. (Determinadas influencias externas, como los fármacos o la radiación, pueden afectar a la información genética, pero esto no es lo que quería decir Lamarck.) Fuera de la genética, sin embargo, la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos resulta plausible, e incluso Darwin la admitió a ratos, aunque nunca aceptó la concepción vitalista de la materia. Posteriormente, tanto Wundt como Freud creyeron que los hábitos y las experiencias adquiridos podían ser transmitidos a través de la herencia. De modo que por los días de Darwin la evolución era ya un concepto ampliamente difundido, con respecto al cual sólo se mostraban incrédulos Ios religionarios puros y la biología oficial, que seguían aceptando la fijeza de las especies. Una concepción naturalista, aunque romántica, de la evolución existía en el ambiente. La frase «supervivencia de los más aptos» había sido ya acuñada en 1852 por Herbert Spencer, un lamarckiano inglés. Y en 1849, una década antes de la publicación del Origen de las especies de Darwin, lord Alfred Tennyson escribió en su poema más importante, In Memoriam, versos Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 9 que ancipaban la nueva concepción de la evolución, donde el individuo se sacrifica por la especie en la lucha por la su-pervivencia, concepción que Tennyson desaprobaba: ¿Están, pues, Dios y la Naturaleza tan a la greña, que la Naturaleza tales maldades sueña? Del tipo (la especie) se muestra cuidadosa, de la. vida individual, en cambio, generosa. Más adelante en el mismo poema, y en un verso cien veces citado, Tennyson presenta a la Naturaleza «con los dientes y zarpas teñidos de rojo». Un revolucionario victoriano: Charles Darwin (1809-1882) El evolucionismo no podía permanecer por mucho tiempo reducido a la condición de simple efusión poética, aunque el propio abuelo de Darwin, Erasmo Darwin, anticipara la teoría de su nieto en un poema científico, Zoonomia. Ni tampoco podía perdurar como una fantasía romántica, su- gerente, pero a fin de cuentas no plausible. El mérito de Darwin consistió en convertir la evolución en una teoría científica, pertrechándola de un mecanismo: la selección natural. Entonces, se hizo necesario desencadenar una campaña para convencer a los científicos y al público en general del hecho de la evolución. Darwin nunca hizo campaña por sí mismo. En cierto modo era un hipocondríaco —su biógrafo (Irvine, 1959) le llamaba el «paciente ideal»— y después de su viaje en el Beagle se recluyó, saliendo raras veces de su casa de campo. La lucha por la supervivencia de la se- lección natural fue librada por otros, y de modo muy espectacular por Thomas Henry Huxley (1825-1895), «el bulldog de Darwin». Darwin era un joven naturalista que tuvo la fortuna de ser incluido en un viaje científico alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle, entre 1831 y 1836. Quedó impresionado, especialmente en América del Sur, por la enorme variación intra e interespecífica. Observó que hay innumerables formas naturales diferentes, cada una de las cuales está peculiarmente adaptada a su hábitat particular. No resultaba difícil deducir que cada subespecie había emanado de un antepasado común, y que había sido seleccionada para adaptarse a alguna región del entorno. Entonces, algún tiempo después de su vuelta a Inglaterra, Darwin empezó a reunir datos sobre las especies, su variación y origen. En su Auto-biografía afirmó que acopió datos «al por mayor», con arreglo a «principios auténticamente baconianos». Parte de su investigación se centró en la selección artificial, es decir, en cómo los criadores de plantas y animales mejoran sus razas. Conversó con aficionados a la cría de palomas y a la horticultura, y leyó sus folletos. Uno de éstos, «El arte de mejorar las razas de los animales domésticos», escrito en 1809 por John Sebright, señalaba que también la Naturaleza seleccionaba algunos rasgos y rechazaba otros, igual que hacían los criadores: «Un invierno severo, o una carestía, al aniquilar a los débiles y enfermizos, consiguen todos los buenos resultados de la selección más experta» (Ruse, 1975). Así, pues, en la década de 1830 Darwin se hallaba ya en posesión de una teoría rudimentaria de la selección natural: la Naturaleza produce innumerables variaciones entre los seres vivientes, y algunas de tales variaciones son seleccionadas para perpetuar- se. Con el paso del tiempo, las poblaciones aisladas llegan a adaptarse a sus entornos. Lo que no estaba en absoluto claro era qué mantenía el sistema de selección. ¿Por qué ha de haber un perfeccionamiento en las especies? En el caso de la selección artificial, la respuesta salta a la vista. La selección es realizada por el criador para producir una clase deseable de planta o animal. Pero ¿qué fuerza de la Naturaleza corre pareja con el ideal del criador? Darwin no podía aceptar el impulso innato a la perfección propuesto por Lamarck. La causa de la selección, insistía, debe residir fuera del organismo; ¿pero dónde? Darwin dio con la respuesta en 1838, mientras leía el Ensayo sobre el Principio de Población en cuanto afecta a la futura mejora de la sociedad (1798), de Thomas Malthus (1766-1834). Malthus atacaba las fantasías utópicas de ciertos escritores, al aducir que el aumento de la población necesariamente excede del crecimiento en la provisión de alimentos, con la consecuencia ineludible de que la vida es una lucha de demasiada gente por recursos en extremo escasos. Una gran parte de la humanidad queda reducida, por fuerza, a un nivel económico de subsistencia, en el mejor de los casos. En su Autobiografía, Darwin consignó que por fin «había dado con una teoría sobre la que era posible trabajar». Era la lucha por la su-pervivencia la que motivaba la selección natural. Demasiadas criaturas luchaban por demasiados pocos recursos, y quienes eran «débiles y enfermizos» no podían sustentarse a sí mismos y perecían sin descendencia. Los fuertes y sanos sobrevivían y procreaban. De esta forma, las variaciones favorables eran preservadas y las Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 10 no favorables se eliminaban. La lucha por la existencia era el motor de la evolución. Darwin no necesitaba haber acudido a Malthus en demanda del concepto de lucha individual por la supervivencia. Como William Irvine (1959) señala: «En sus aspectos evolutivos la Naturaleza responde casi trivial-mente al espíritu de la primera mitad de la época victoriana.» La teoría de Darwin, «encantó»... a los optimistas de mediados del siglo xix, que aprendían que «la Naturaleza camina hacia el futuro según los sólidos y comprobados principios empresariales del laissez-f aire». Es posible. que la selección ofendiese los sentimientos de los beatos, pero no los del empresario victoriano de la Revolución. Industrial, quien sabía que la vida era una lucha constante, donde el fracaso se veía sancionado con la pobreza y la desgracia. El perfeccionamiento de las especies por obra de la lucha de los individuos no era sino la «mano invisible» de Adam Smith actuando una vez más. Lo esencial de la teoría de Darwin estaba formulado para 1842, época en que la consignó por escrito por primera vez sin intención de publicarla. Cabe sintetizar tal teoría como un argumento lógico (Vorzimmer, 1970). En primer lugar, de Malthusdeduce Darwin que hay une lucha constante por la existencia, que resulta de la tendencia de los animales a crecer más que sus fuentes de alimentos. Segundo, la Naturaleza produce incesantemente formas variantes intra e interespecíficas. Algunas variantes se adaptan mejor a la lucha por la supervivencia que otras. En consecuencia, haciendo que sus rasgos desaparezcan. Por último, a medida que un pequeño cambio adaptativo siga a otro a lo largo de eones, las especies se diferenciarán del tronco común, de suerte que cada forma se adapte a su peculiar ambiente. Y lo que es más, los ambientes cambiarán, seleccionan-do nuevos rasgos para su perpetuación, y conforme un ambiente suceda a otro, las especies divergirán más y más de sus formas ancestrales. De este modo, la diversidad observada en la Naturaleza puede explicarse como resultado de unos pocos principios mecánicos operando a lo largo de millones de años, conforme unas especies evolucionan a partir de otras. La teoría, tal y como se presenta, es deficiente. Sin nuestros conocimientos de genética, el origen de las variaciones y la naturaleza de su transmisión no podrían ser explicados. Darwin nunca fue capaz de superar estas dificultades, y de hecho, se vio empujado cada vez más hacia el lamarckismo ante la necesidad de defender sus teorías contra las críticas. Constituye una ironía de la historia que, mientras Darwin se dedicaba a escribir y defender su Origen de las especies, un oscuro monje polaco, Gregor Mendel (1822-1884), llevara a cabo las investigaciones sobre la herencia que habían de suministrar al fin la respuesta a las dificultades de Darwin. No fue sino hasta el año 1900 cuando el trabajo de Mendel, publicado sin pena ni gloria en 1865, fue redescubierto y saludado como el fundamento de la genética moderna. Al morir, Darwin se había hecho ya acreedor a un nicho en la Abadía de Westminster, y su pensamiento había revolucionado la cosmovisión occidental; pero hasta el siglo xx la evolución no afectó seriamente a la Biología. Darwin consignó por escrito sus ideas en 1842, pero no publicó su Origen de las especies hasta 1859. ¿Por qué? Parece que, incluso para su descubridor, la evolución era una idea demasiado peligrosa. En una carta Darwin afirmó que admitir que las especies no son fijas «es como confesar un asesinato» (Irvine, 1959). Se ha sugerido que la hipocondría de Darwin y sus variados síntomas físicos fueron resultado de una crisis nerviosa causada por la enormidad de la idea de la selección natural. Comoquiera que sea, Darwin se dedicó también a otros intereses, consagrando, por ejemplo, ocho años al estudio de los percebes. Entonces, el 18 de junio de 1858, Darwin se quedó sorprendido al descubrir que alguien iba a publicar su teoría. La evolución se respiraba realmente en el ambiente: Alfred Russell Wallace (1823-1913) había viajado también a América del Sur, había que-dado impresionado por la variación natural, y había leído a Malthus. Más joven que Darwin, tenía menos escrúpulos para publicar sus conclusiones. De hecho, en años posteriores Wallace permaneció leal a la selección natural, después de que Darwin se hubiera replegado al lamarckismo. Se acordó que Darwin y Wallace escribirían cada uno un artículo sobre la selección natural. Ambos trabajos fueron leídos el 1 de julio de 1858, en ausencia de sus autores, ante la Linnean Society de Londres, quedando de esta forma establecidos Darwin y Wallace como los codescubridores de la selección natural. Darwin puso a punto rápidamente una versión breve de su proyectado trabajo sobre la evolución, que apareció en 1859 con el título de El origen de las especies por medio de la selección natural, o preservación de las razas favorecidas en lucha por la vida. Presentó su teoría, respaldándola con una gran cantidad de detalles corroborativos. Tuvo que revisarla continuamente hasta su sexta edición en 1872, dado que Darwin intentó responder a sus críticos científicos -infructuosamente, como se ha visto— sin conocimientos de genética. Darwin escribió otras muchas obras, Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 11 incluidas dos sobre la ascendencia del hombre y la expresión de la emoción en hombres y animales. Estos dos últimos trabajos forman parte de la fundación de la psicología de la adaptación, por lo que se considerarán en el capítulo 9. Acogida e influencia El mundo estaba bien maduro para la teoría de Darwin. La idea de evolución gravitaba ya en el ambiente antes de 1859, y cuando se publicó el Origen fue tomado en serio por los eruditos de todo el mundo. Biólogos y naturalistas saludaron la obra con diferentes grados de crítica. Parte de las tesis de Darwin, como la de que todos los seres vivientes descienden de un antecesor común del remoto pasado, apenas entrañaban no-vedad y fueron ampliamente aceptadas. Sin embargo, surgieron grandes dificultades con la teoría de la selección natural, y no fue sino hasta 1930 cuando los nuevos conocimientos de la genética pusieron la selección natural sobre una firme base científica. Con anterioridad, seguía siendo fácil para los científicos aferrarse a alguna forma de lamarckismo, ver la mano de Dios en la evolución progresiva (como hizo Charles Lyell, un gran geólogo, a pesar de que fue un vigoroso defensor de las ideas de Darwin), o exceptuar al hombre de la selección, natural —como hizo casi todo el mundo. Si la acogida del Origen fue tan tranquila, ¿cómo podemos hablar de una revolución darvinista? Para empezar, un semblante de revolución lo proporcionó la acogida denigrante que a la evolución reservaron los fun- damentalistas cristianos. Comenzando por el obispo Wilberforce y continuando con William Jennings Bryan, los paladines de la Biblia atacaron la evolución, sólo para ser, a su vez, aplastados por personalidades tan poderosas como T. H. Huxley y Clarence Darrow. Tales enfrentamientos son de la textura de que se construyen los dramas y dan visos de revolución a la situación. Los literalistas bíblicos, con todo, habían sido dejados ya muy atrás por la marcha de los tiempos. La Biblia había sido objeto de dos siglos de escrutinio histórico y se le había encontrado deficiente en cuanto documento histórico. Incluso la católica Dublin Review no se escandalizó por las ideas de Darwin. Para considerar el darvinismo como una revolución intelectual, debemos distinguir entre el darvinismo en cuanto hipótesis científica y el darvinismo como nueva metafísica en la tradición de la Ilustración. Al propio Darwin le importaba tan sólo lo primero, su retoño intelectual, aunque era sensible a las posibilidades de lo segundo. El darvinismo en cuanto metafísica naturalista fue creación de otros. Herbert Spencer, que había creído en la supervivencia de los más aptos antes que Darwin y que la había aplicado sin escrúpulos al hombre y a la sociedad, fue un vigoroso exponente del darvinismo metafísico. También lo fue T. H. Huxley, quien usó la evolución para batir en brecha la Biblia, los milagros y la iglesia en general. Huxley hizo mucho por popularizar el darvinismo en cuanto metafísica. La teoría de Darwin no desencadenó la moderna crisis de conciencia. Las dudas profundas acerca de la existencia de Dios y el sentido de la vida se remontan al siglo xviii. El darvinismo no fue el comienzo de la alternativa científica a la vieja concepción del mundo de cuño medieval- renacentista. Fue la culminación de esta alternativa, dificultando al máximo la tentativa de excluir a los seres humanos de la ley natural, inmutable y de-terminada. En su obra El lugar del hombre en la Naturaleza, Huxley puso un gran empeño en relacionar la humanidad con los monos vivientes, los animales inferiores y los fósiles ancestrales, mostrandoque ciertamente hemos evolucionado de las formas inferiores de vida, y que no es necesaria la Creación. En manos de personas como Huxley, la ciencia se convirtió entonces, no en el mero agente destructor de las ilusiones humanas, sino en una metafísica que ofrecía una nueva clase de salvación a través de la misma ciencia. Huxley escribió que: Esta nueva naturaleza engendrada por la ciencia a partir del hecho... (constituye) la base de nuestra riqueza y la condición de nuestra salvación... es el vínculo que une en un todo sólido regiones más extensas que cualquier imperio de la antigüedad; nos asegura contra la reaparición de las pestilencias y hambrunas de épocas pretéritas; es la fuente de consuelos y comodidades sin fin, que no son meros lujos, sino que conducen al bienestar físico y moral. En forma más efusiva, Winwood Reade escribía en El martirio del hombre: «El Dios de la Luz, el Espíritu del Conocimiento, el Intelecto Divino se esparce gradualmente sobre el planeta... El hambre y la inanición dejarán entonces de conocerse... La enfermedad será extirpada... se inventará la inmortalidad... El hombre será perfecto... y, en consecuencia, será lo que el vulgo adora como Dios» (Houghton, 1957). Esta esperanza es similar al positivismo de Comte, al que Huxley caracterizó como «catolicismo menos cristianismo». Es claro que para algunos la nueva religión de la humanidad científica estaba a la vuelta de la esquina. Huxley hacía, asimismo, alarde de los frutos prácticos de las ciencias: «Toda sustancia químicamente pura empleada en la manufactura, toda especie de plantas anormalmente fértil, o toda casta de animales que crece y engorda rápidamente...» Es algo que de inmediato nos trae a la mente los productos químicos cancerígenos de la actualidad, los tomates insípidos y el ganado atiborrado de hormonas. El darvinismo no espoleó la duda moderna, pero la intensificó. Darwin, llevó Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 12 a cabo una revolución newtoniana en biología, despojando a la Naturaleza de su N mayúscula, reduciendo la evolución a la variación aleatoria y al triunfo fortuito en la lucha por la supervivencia. Inaugurábase el comienzo de la reducción de la naturaleza biológica a la naturaleza química, que había de completarse con el descubrimiento del ADN. En psicología, el darvinismo desemboca en la psicología de la adaptación. Una vez aceptada la evolución, cabe preguntarse cómo la mente y la conducta, en cuanto distintos a los órganos corporales, ayudan a cada criatura a adaptarse a su entorno. En psicología, el último heredero del darvinismo es el conductismo; Skinner modeló minuciosamente su teoría del aprendizaje animal sobre la variación, la selección y la retención darvinistas. El darvinismo contribuyó, asimismo, a la mecanización de la naturaleza humana. En uno de sus momentos de mayor efusión, Huxley proclamó que con gusto aceptaría ser un mecanismo de relojería, si a éste se le hubiese dado cuerda para pensar y actuar correctamente. Es precisamente una imagen del hombre de este tipo la que suministra una justificación a la proyección skinneriana de una Utopía científica. Fueron muchos, sin embargo, los que no pudieron aceptar el naturalismo o se sintieron angustiados por él. El propio Huxley, en sus últimos escritos, decía que el hombre era único entre los animales, porque gracias a su inteligencia podía escapar del Proceso Cósmico natural y trascender la evolución orgánica. Sentimientos como éste no eran infrecuentes, tanto entre científicos como entre profanos, y ayudan a explicar la popularidad, antes y después de la época de Darwin, de diversas orientaciones semi o pseudocientíficas, basadas en la singularidad del hombre. En las afueras de la Ciencia, y el Fin de Siécle Seguidamente abordaremos tres movimientos que, en un primer momento, parecen no estar relacionados: el mesmerismo, o creencia en que un fluido imponderable, que impregna el universo, puede manipularse para curar ciertas enfermedades; la frenología, o creencia en que las protuberancias de la cabeza corresponden a facultades mentales bien desarrolladas y que no son sino la expresión de las partes más pronunciadas del cerebro; y el espiritualismo, o creencia en que existe un nivel de existencia independiente de las apariencias materiales y que puede conocerse por medio de ciertas experiencias y prácticas ocultas. De hecho, tales creencias están, sin embargo, históricamente interrelacionadas; los partidarios de cualquiera de ellas casi siempre lo eran de las demás. Afloran combinadas de forma di-versa en la psicología popular de andar por casa del siglo XIX. Dos de estos movimientos, el mesmerismo y la frenología, contribuyeron, en última instancia, de modo apreciable a la Psicología; y el tercero, el espiritualismo, fui tomado muy en serio por numerosos científicos, y de forma muy des-tacada por William james. Los tres guardan una estrecha relación con la forma en que la ciencia colmó gradualmente el vacío dejado en el pueblo por el debilitamiento de la religión. La fe en la ciencia comenzaba a reemplazar a la fe en la Iglesia. Al mismo tiempo, los tres por igual, pero más en concreto el espiritualismo, sirvieron en muchas ocasiones de consuelo para los que se sentían angustiados por el materialismo naturalista. Tal angustia se intensificó después de 1859, en la etapa finisecular, y hubo personalidades del pensamiento, entre ellas filósofos y científicos, que se volvieron hacia lo oculto en busca de consuelo espiritual. El mesmerismo: un embrión de ciencia popular El término mesmerismo procede del nombre del fundador del movimiento, Franz Anton Mesmer (1734-1815), médico vienés que atribuyó numerosas enfermedades del cuerpo a un fluido impalpable que impregnaba todo el universo. Mesmer creía que este fluido era vital para la actividad nerviosa del cuerpo, y que los médicos podían curar diversas enfermedades manipulando el fluido en el cuerpo del paciente. Mesmer empezó por usar imanes para extraer el fluido fuera de las áreas afectadas, pero pronto llegó al convencimiento de que el fluido se mostraba, en realidad, más susceptible al magnetismo animal que al magnetismo mineral. Elaboró una complicada y extravagante terapia para sus pacientes, que incluía, entre otras cosas, golpear las partes enfermas del cuerpo con las manos o con una varita mágica, aplicar tinas de agua con barras de hierro a los síntomas del paciente, y una «habitación de crisis» dispuesta con colchones don-de se verificaban las curas de Mesmer, transcurso de algo que se parecía a un acceso. Se especializó en lo que hoy día llamamos enfermedades «funcionales», emanadas de causas puramente psicológicas. Aunque ya entonces se sugirió que al menos algunas de las curaciones eran resultado de la sugestibilidad del paciente, Mesmer se resistió firmemente a esta suerte de hipótesis,. haciendo hincapié en su teoría de los fluidos animales. Ni .asno solo de los ingredientes del mesmerismo entrañaba novedad. La curación de enfermedades, en apariencia físicas, por individuos ilu- minados se remonta por lo menos a los tiempos de jesús. Fue también Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 13 practicada por contemporáneos de Mesmer, tales como Valentine Greatraks en Inglaterra y johann Gassner en Alemania. La especialidad de Greatraks era la escrófula, o Mal del Rey, llamada así porque se decía que un toque del monarca la curaba. Si la práctica de Mesmer no era nueva, tampoco' lo era la hipótesisde un inefable fluido universal. El éter, fluido sutil, portador de ondas electromagnéticas y que definía el espacio absoluto, ocupaba un puesto central en el universo de Newton. Toda una estirpe de doctores de la alquimia habían creído en un fluido universal, esencial para la salud, e incluso un químico tan moderno como Robert Boyle atribuyó las curas de Greatraks a partículas invisibles que pasaban del doctor al paciente. La novedad del enfoque de Mesmer radicaba en intentar colocar tales curaciones y su teorización sobre una base científica. Trató de convencer a la medicina oficial, primero en Viena y después en París, de que sus curas eran genuinas y que el magnetismo animal era real. Una y otra vez, los médicos admitieron que Mesmer había realizado, al parecer, grandes curaciones,' pero consideraron sus métodos demasiado estrafalarios y su teoría de cabo a rabo acientífica. Algunos incluso llegaron a sugerir que era un charlatán. El mesmerismo estaba demasiado cerca de lo oculto — al servirse de trances, pases de manos mágicos y colgaduras en la sesión—para satisfacer a ningún doctor newtoniano. Mesmer acabó por cansarse de estos constantes desaires y de lo que consideró traiciones de algunos de sus seguidores, y en 1784 abandonó París, para vivir el resto de su vida apartado del movimiento qué había iniciado. Dicho movimiento fue enormemente popular. En los años anteriores a la Revolución Francesa se convirtió en una manía absorbente, acaparan-do mucho más la atención del público francés que las vicisitudes de la Revolución. Por toda Francia brotaron logias mesmerianas a lo largo de la década de 1780. Mesmer reclutó al marqués de Lafayette como mecenas, y mantuvo una corta correspondencia con George Washington. Mesmer y el mesmerismo parecían llenar a entera satisfacción el vacío dejado por la influencia menguante de la religión. La Ciencia era la cuestión de moda a finalesudel: siglo xviii y su influencia aumentó en el xlx. La gente estaba ávida de un nuevo sistema de certezas que sustituyeran a las antiguas. Mesmer brindaba, por lo menos, la fachada de la ciencia —una teoría razonada sobre por qué se producían sus curas, explicación que también abarcaba a los taumaturgos de la Antigüedad— . Y, sin embargo, al mismo tiempo la práctica de Mesmer se adornaba de un disfraz místico y mágico, que resultaba más atractivo que el austero racionalismo de la ciencia de Newton. En suma, Mesmer ofreció precisamente la pseudociencia adecuada para captar la atención de su época. Era lo bastante científica para ganarse al nuevo racionalismo, aunque también lo bastante espiritul para satisfacer igualmente las necesidades religiosas latentes. Si Mesmer fue o no asimismo un charlatán es cuestión muy difícil de elucidar. Cierto es que exigió una obediencia absoluta de sus seguidores, a fin de que no traicionaran su invento. Pero algo parecido hizo Freud. Sus sesiones, dé trata-miento eran espectáculos espeluznantes, con Mesmer ataviado de ropas de mago y esgrimiendo una varita de hierro. Al final de su vida, . Mesmer derivó hacia el ocultismo puro, utilizando el magnetismo animal' para explicar la clarividencia, la telepatía y la precognición. Con todo, Mesmer se esforzó siempre por convencer a la medicina oficial, inclúso si ello no le deparaba más que ridículo. Mesmer fue a la vez un charlatán :y.un adelantado de la psicología anormal. En el centro del mesmerismo yacía un instrumento útil para el trata- miento de las neurosis. Mesmer curó a mucha gente de un amplio espectro de síntomas histéricos, desde la ceguera histérica a dolores misteriosos. Borró las pistas de las causas de sus curaciones con las galas de la sesión y la teoría del fluido universal. Sin embargo, lo que resultaba básico en las curas de Mesmer era el trance que era capaz de inducir en sus pacientes. En dicho trance podía dirigir sus acciones y realizar una curación. Aunque Mesmer atribuyó el trance al magnetismo animal. resultó claro, incluso para algunos de sus seguidores, que sucedía algo más simple. El trance se debía al control psicológico de una persona sobre otra, más que al paso de un fluido invisible de un cuerpo a otro. Una vez obtenida esta visión clara del problema, fue posible extraer el trance del contexto místico de que le había revestido Mesmer, y cunver- tirlo en un instrumento para el médico ordinario. El mesmerismo se había convertido en hipnotismo. Semejante transformación se produjo en Francia, escenario de los ma- yores éxitos de Mesmer y de las denuncias más graves contra él; y en In- glaterra, apenas influida por la manía mesmerista. En 1825 la Real Aca- demia Francesa de Ciencias decidió examinar nuevamente el Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 14 magnetismo animal, y su informe, hecho público en 1831, demostró mucha más comprensión de la que Mesmer había recibido a lo largo de toda su vida. En ausencia de la atrabiliaria personalidad de Mesmer y de su teoría esotérica, el trance magnético podía ser contemplado, de forma más objetiva, como un estado mental insólito, pero real, aprovechable por los doctores y merecedor de investigaciones más profundas. A finales de la década de 1830 el magnetismo animal fue importado a Inglaterra por el barón Dupotet de Sennevoy, quien presidió una serie de exhibiciones magnéticas. Estas captaron la atención de un médico joven, radical e innovador, llamado John Elliotson (1791-1868). Este empezó a utilizar el magnetismo a la vez como cura para diversas enfermedades y como anestésico en las operaciones quirúrgicas. Como Mesmer, Elliotson fue expulsado finalmente de la medicina oficial por sus convicciones. Fundó una revista dedicada al magnetismo animal y a la frenología y alentó a otros médicos a utilizar el magnetismo en su práctica profesional. James Esdaile (1808-1859) fue otro médico inglés perseguido, que intentó aplicar el mesmerismo, especialmente como anestésico. A despecho de su popularidad entre los nativos de la India, donde trabajó, el gobierno le negó apoyo para su hospital mesmérico. En un aspecto, Esdaile permaneció demasiado próximo a Mesmer, sosteniendo en Clarividencia natural y mesmérica que la «condición esencial del estado mesmérico es la transmisión de materia nerviosa extraña [según Esdaile, un fluido] al cerebro del paciente desde el cerebro del agente». Sin embargo, la vieja teoría del fluido de Mesmer resultaba cada vez menos plausible en el siglo xix, a medida que se iba conociendo la naturaleza eléctrica de la conducción nerviosa. La transformación del mesmerismo fue consumada por James Braid (1795- 1860), quien lo llamó neurohipnotismo, o más brevemente hipnotismo, del griego hypnos, que significa sueño. Braid consideraba que el estado hipnótico era un «sueño nervioso». En un principio, se mostró escéptico con respecto al mesmerismo, pero sus propias investigaciones le convencieron de que los fenómenos tenían una base ciertamente real, aunque la teoría del magnetismo animal fuese incorrecta. En Neurohipnología, Braid escribió: «Los fenómenos del mesmerismo se explican en base al principio de un trastorno del estado del centro cerebroespinal... inducidos por una mirada fija, el absoluto reposo del cuerpo [y] la atención fija...» El estado hipnótico, según Braid, depende «de la condición (mental) física y psíquica del paciente... y en absoluto de la voluntad o los pases del hipnotizador, que emitiría no se sabe bien qué fluido magnético, o pondría en actividad algún fluido místico o médium universales». Braid rescató el ,hipnotismo del ambiente ocultista del mesmerismo y lo incorporó a la medicina científica. Pero el propio Braid encontró oposición en la medicina oficial. El desarrollo de los anestésicos químicoshizo que el uso de la hipnosis en la cirugía resultara innecesario, e incluso en la actualidad todavía no ha con- seguido desprenderse por completo de sus connotaciones ocultistas. En Francia, el hipnotismo logró abrirse paso como método de trata-miento de la histeria. En este contexto, surgieron dos teorías acerca de la naturaleza del trance hipnótico. A. A. Liebeault (1823-1904) inauguró una escuela de pensamiento en Nancy, Francia, que fue continuada por su discípulo Hippolyte Bernheim (1837-1919). La Escuela de Nancy sostenía que el estado hipnótico era una intensificación de ciertas tendencias presentes en el sueño o en la vigilia ordinaria. Algunas acciones, incluso de índole compleja, son automáticas: todos respondemos impulsivamente a ciertas sugestiones; todos producimos alucinaciones en sueños. Según la Escuela de Nancy, durante la hipnosis la voluntad consciente pierde su estrecho control habitual sobre la percepción y la acción, y las órdenes del hipnotizador se transmiten inmediata e inconscientemente a la acción o la percepción alucinatoria. La escuela rival del hospital de la Salpatriére, en París, sostenía que, dado que la sugestión hipnótica podía utilizarse para eliminar síntomas histéricos, el estado hipnótico tiene que ser por fuerza un estado completamente anormal, que sólo se da en pacientes histéricos. Tanto la hipnosis como la histeria se consideraban como una prueba de la existencia de un sistema nervioso patológico. El principal portavoz de la Escuela de la Salpétriére fue Jean Martin Charcot (1825-1893), bajo cuya dirección estudió Freud durante varios meses. Con la llegada de Freud, el estudio del hipnotismo se convirtió en parte integrante de la psicología del inconsciente, pues aquél utilizó la hipnosis en sus primeras actividades como psicoterapeuta. Debe señalarse que el desarrollo posterior ha venido a apoyar el concepto de hipnosis de la Escuela de Nancy, pero que actual-mente todavía permanece sin elucidar la naturaleza exacta del estado hipnótico, e incluso su existencia misma como estado mental distinto. Volviendo a Braid, comprobamos que en II el hipnotismo aparece vinculado a otra de nuestras tres ciencias marginales: la Frenología. Braid practicó lo que él llamaba frenohipnosis, convencido de que en un trance Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall. UNIDAD I LOS COMIENZOS DE LA PSICOFISIOLOGÍA EXPERIMENTAL MÓDULO 2101- ANTECEDENTES DE LA PSICOLOGÍA 15 hipnótico se podían manipular diferencialmente las diversas facultades men- tales, localizadas, segun la frenología, en las diferentes partes del cerebro. Primera Psicología Fisiológica: la Frenología Hasta ahora, al ocuparnos de la historia de la Psicología, hemos visto que ésta formaba parte de la Filosofía. Incluso los médicos-psicólogos ocasionales basaban generalmente su psicología sobre principios filosóficos, y no fisiológicos. Hartley es buen ejemplo de ello. Erigió su psicología sobre los principios de la filosofía asociacionista y únicamente se limitó a apuntalarla con la teoría especulativa de Newton sobre la función nerviosa. La separación entre los aspectos fisiológico y filosófico de la psicología de Hartley fue tan tajante que su seguidor, Priestley, llegó a publicar una edición de las Observaciones sobre el hombre, de Hartley, que omitía toda la fisiología. Hartley deseaba crear una psicología que combinara la filoso-fía y la fisiología, pero la filosofía era a todas luces dominante. Constituyó el logro de Franz Joseph Gall (1758-1828) invertir tal relación.l Gall fue una personalidad poco común, ya que se tomó en serio la idea dé que el cerebro es el asiento del alma. No puede decirse que la idea fuese nueva: Platón creía en ella; los científicos helenísticos de Alejandría la demostraron; los psicólogos medievales de las facultados localizaron cada facultad en un sitio diferente del cerebro. Sin embargo, fuera de alentar el materialismo, el concepto apenas influyó en el pensamiento psicológico. Las localizaciones asignadas a las facultades en la Edad Media se basaban en un análisis previo de la mente, y no del cerebro, y la psicología filosófica nada había hecho por cambiar esta situación. Gall, en cambio, afirmó que el cerebro era el órgano específico de la actividad mental, en idéntica forma que el estómago es el órgano de la digestión y los pulmones el órgano de la respiración. En consecuencia, el estudio de la naturaleza humana debía empezar por aquellas funciones del cerebro que dan pie al pensamiento y la acción, y no por averiguaciones abstractas e introspectivas sobre la mente. El trasfondo filosófico de los trabajos de Gall lo constituía el empirismo francés, y en particular el sensacionismo de Condillac. Gall formuló varios reproches contra el enfoque filosófico de la psicología (Young, 1970). En primer lugar, los empiristas proclamaban que la experiencia era la base adecuada de la ciencia; sin embargo, su propia psicología, la ciencia de la naturaleza humana de Hume, era de cabo a rabo especulativa, sin la menor referencia a la conducta objetiva o al cerebro que la controla. Además, las categorías de análisis usadas por los philosophes eran «meras abstracciones». Ninguna de las facultades enumeradas por los filósofos — como la memoria, la atención y la imaginación— eran lo bastante específicas para explicar la conducta humana real y las diferencias individuales concretas. En Sobre las funciones del cerebro, Gall escribió: «¿Cómo vamos a explicar, por la sensación en general, por la atención (etc.)... el origen y ejercicio del principio de propagación; el del amor a la prole, el del instinto de apego? ¿Cómo explicar por todas estas generalidades los talentos para la música, la mecánica, el sentido de las relaciones espaciales, la pintura, la poesía, etc...?» Las facultades de los filósofos existen, pero «no son aplicables al estudio detallado de una especie o de un individuo. Todo hombre, excepto un idiota, disfruta de todas estas facultades. Pero todos los hombres no tienen el mismo carácter intelectual o moral. Tenemos necesidad de facultades cuya diferente distribución determine las diferentes especies de animales, y cuyas diferentes proporciones expliquen las diferencias entre individuos» (Young, 1970). Resumiendo, los conceptos de los filósofos son inútiles para las concretas investigaciones empíricas que la ciencia requiere. Las ideas de Gall le llevaron a entrar en conflicto con los filósofos empiristas de una manera definitiva. Condillac había intentado derivar cada facultad de la mente a partir de la sensación. Gall, en cambio, consideran-do que el cerebro es el órgano de la mente, procedió a concluir que cada una de sus facultades era innata, asentada en una región particular del cerebro. El enfoque de Gall implica también una psicología comparativa. Dado que los cerebros de las especies difieren a lo largo de la Gran Cadena del Ser (Gall escribía antes de Darwin), lógicamente las facultades correspondientes deben ser distintas. De hecho, Gall y sus seguidores llevaron a cabo estudios comparativos para apoyar esta argumentación. 'El problema para Gall consistía, pues, en establecer la correlación entre funciones conductuales específicas y regiones concretas del cerebro. Aunque llevó a cabo estudios anatómicos detallados del cerebro y el sistema nervioso, consideró que las técnicas de su época eran demasiado toscas para responder a las cuestiones que él planteaba y, al mismo tiempo, sintió escrúpulos morales a la hora de experimentar con animales vivos, pero «martirizados». El método de Gall, por ello, fue diferente. Pensó que las facultades de vigoroso desarrollo se corresponderían con las partes del ce- Para profundizar en este tipo de contenidos puede consultar la obra: Leahey, T.H. (1993) Historia de la Psicología. Madrid. Prentice-Hall.
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