Logo Studenta

2022 Etica y cultura organizacional Etica y moral

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

CLASE 23 Y 24 DE AGOSTO. 
ÉTICA Y CULTURA ORGANIZACIONAL 
TSM-TSE SEGUNDO AÑO 
PROFESORA: LIC. Laura Fernández 
 
UNIDAD I 
 
“Ética y moral”. En la base de todo estudio de la ética se requiere, para 
evitar confusiones y malentendidos, una clara distinción entre los significados de los 
términos “ética” y “moral”. Nosotros tomaremos aquí los criterios convencionales 
que cuentan con mayor acuerdo entre los eticistas actuales. No se trata meramente 
de ciertas acepciones que suele conferirles el habla cotidiana, como también, en 
ocasiones, la jerga periodística, política, etc. 
Kant había distinguido entre “moralidad” y “legalidad”, entendiendo la primera de 
estas expresiones como lo que caracteriza a las acciones realizadas “por deber” (es 
decir, “por respeto a la ley”), mientras que la segunda aludía a la mera “conformidad 
con la ley”, propia de las acciones neutras desde el punto de vista moral. 
Hegel centraba ahí su principal crítica a la ética kantiana, ya que consideraba 
la moral kantiana abstracta y revinculada de los factores históricos, e introducía en 
cambio, la mencionada distinción entre “moralidad” y “eticidad”, aludiendo con esta 
última a las formas concretas de ethos, en las que también están ya integradas la 
legalidad y la moralidad: 
Pero los pensadores pos-hegelianos comenzaron a utilizar “moral” como 
sinónimo de “moralidad” (o, al menos, como reflexión sobre ésta), y “ética” como 
sinónimo de “éticidad”(o, al menos, como reflexión sobre ésta). 
En ese nuevo uso terminológico, “moral” remite entonces a los 
fundamentos universales en el sentido kantiano, mientras que la “ética” 
alude al ethos concreto, es decir, a la facticidad de las costumbres de una 
comunidad determinada. 
Lo cual representa, casi, una inversión de las significaciones con que venimos 
distinguiendo aquí ambos vocablos y que es la convención más frecuentemente 
adoptada. No se trata de una inversión lisa y llana, sino que en este uso se vincula 
“ moral” especialmente con los deberes-lo deontológico- y “ética”, en cambio, con 
los “valores”- lo axiológico- perseguidos como ideales de vida de una comunidad 
concreta, histórica. 
 
Ética y ethos. La ética como tematización del ethos. 
El modo más genérico de definir la ética consiste en decir que ella es la 
“tematización del ethos”. El vocablo “ética”, separado de todo contexto, resulta 
ambiguo, ya que puede ser sustantivo que designa una disciplina, y puede ser 
también la forma femenina del adjetivo “ético”. Este último, a su vez, puede aludir 
tanto a la cualidad propia de los elementos del ethos como a la de los de la ética 
(en tanto disciplina). Queda claro, entonces, que lo que tratamos de definir es el 
sentido de la “ética” como sustantivo con el que se nombra una disciplina. 
La tematización de la ética consiste como se verá, en el carácter reflexivo de 
la misma. La ética es, en efecto, una de las formas en que el hombre se 
autoconserva, una operación consistente en dirigir la atención hacia operaciones 
propias. 
Así ocurre también, por ejemplo, con la gnoseología la antropología, la 
psicología, etc. Pero en el caso de la ética, resulta que la reflexión que en ella se 
ejerce es también parte constitutiva del ethos, es decir, el objeto de tal reflexión. El 
ethos mismo no es indiferente a que se lo observe o no, sino que consiste él mismo, 
al menos parcialmente, en su observación, su tematización, su reflexión. 
Aunque hay, sin duda, áreas del ethos extrareflexivas o prerreflexivas, éstas 
no cubren todo el fenómeno sui generis (variado) que se acostumbra designar con 
ese nombre. El ethos (o fenómeno de la moralidad) comprende también todo 
esfuerzo por esclarecerlo, lo cual da lugar a la paradoja de que la ética, en cuanto 
tematización del ethos, resulta ser, a la vez, tematización de sí misma. 
No es que “ética” y “ethos” sean sinónimos. Por el contrario, es necesario 
distinguirlos, y así lo iremos haciendo. 
Lo que ocurre es que la ética se integra en el ethos, se adhiere a él, 
enriqueciéndolo y haciéndolo más complejo. 
En el lenguaje corriente suele emplearse el término “ética” como equivalente 
al término “moral”. 
Digamos, por ahora, que, si se atiende a la etimología, podrían considerarse 
en efecto como equivalentes. Pero por una convención bastante extendida, se tiende 
a ver en la “ética” la disciplina (la “tematización”) y en la “moral”, lo “tematizado” 
(por ejemplo; las costumbres, los códigos de normas, etc). 
Sin embargo, en razón de lo que se ha considerado antes, es decir, en la 
inevitable integración de la “ética” en el “ethos”, nuevamente se acercan ambas 
significaciones, y se advierte que la distinción no puede ser tan sencilla. 
Esta circunstancia explica por qué la “ética” es particularmente difícil: no 
porque su objeto de estudio sea extraño o insólito, sino más bien por lo contrario: 
porque no puede salir de él, porque es demasiado cercano. Esto quiere decir que, 
esta dificultad se explica por no haber salido nunca de ese laberinto que de lo bueno 
y de lo malo, de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que estando bien 
pudiera estar mejor, de lo que estando mal pudiera empeorarse. Porque toda visión 
requiere distancia, y no hay manera de ver las cosas sin salirse de ellas. 
 La reflexión ética, al menos en algunos de sus niveles puede hacerse, sin 
embargo, sin “tomar distancia”. Es, en tal caso, algo más que una reflexión, ya que 
involucra un comportamiento, una actitud práctica, normativa. Cabe aclarar que no 
es lo mismo un “moralista”, o predicador de normas, que un investigador de tales 
normas, esforzado en fundamentarlas. 
Así aparece otro aspecto de la dificultad: hay grados, y hay variantes 
cualitativas del compromiso asumido en la reflexión ética. Y, además, una cosa es 
el compromiso como tal, y otra, su cumplimiento efectivo. Como de hecho la 
reflexión puede y suele ir acompañada de incumplimiento, y viceversa, el 
cumplimiento puede y debe llevarse a cabo al margen de la reflexión, los 
cuestionamientos, más o menos escépticos, de la ética como tal se elaboran muy a 
menudo como denuncias de tal incongruencia. 
” No se puede disertar sobre la moral”, decía Albert Camus. “He visto a 
personas obrar mal con mucha moral y compruebo todos los días que la honradez 
no necesita reglas” (A.Camus, El mito de Sísifo). Hay quienes por el contrario piensan 
que sí se puede disertar sobre la moral, pero admiten, que ello es arriesgado, porque 
es un campo donde el disertante se expone, más que en otras disciplinas, a dejar al 
descubierto sus propias limitaciones, y porque existe el peligro de que el disertante 
sea tomado en serio por los demás, quienes pueden así extraviarse en cuestiones 
realmente importantes. 
Todas estas referencias, al “compromiso” de quien diserta sobre cuestiones 
éticas, o al influjo que, con ellas, puede ejercer sobre otros agentes morales, 
conduce a la consideración del problema del carácter “práctico” o “normativo” de la 
ética. 
¿Es és ta una teoría de lo práctico, o es realmente práctica ella misma? La 
expresión “filosofía práctica” suele usarse como la significación genérica que abarca 
la ética, la filosofía política y la filosofía del derecho; a veces también la filosofía de 
la economía o, más recientemente, la teoría de la acción, etc. Incluso la antropología 
filosófica ha sido vista, en los últimos tiempos, como una rama de la “filosofía 
práctica”, o al menos como una disciplina con resonancias prácticas. 
Pero ¿qué es la “filosofía práctica”? ¿Mera observación de la praxis? Esto 
puede formularse asimismo como pregunta por la “normatividad” de la ética. La 
ética trata sobre lo normativo; pero ¿es ella misma normativa? Es un problema que 
requiere ser analizado sobre la base de una discriminación de “niveles de reflexión”. 
A su vez, una discriminación semejante presupone algunas aclaraciones 
previas sobre el sentido general de “Ética” y “Ethos”. 
 
EL CONCEPTO DE ETHOS 
La palabra “ethos” es un términotécnico. Se debe explicitar, el contenido del 
correspondiente concepto. Si se recurre para ello a la etimología del vocablo, surge 
ya una dificultad, puesto que en griego existen dos palabras, cuyos sentidos, aunque 
mutuamente vinculados, no son equivalentes. 
Ambas podrían traducirse, en un sentido muy general, como “costumbre”; 
pero la segunda significación es de mayor connotación moral y se lo suele entender 
como “carácter”. Se alude así a aquello que es lo más propio de una persona, de 
su modo de actuar. El otro vocablo tiene en cambio el sentido de “costumbre” o 
“hábito”. En tal sentido, se sugiere, por ejemplo, que el “carácter” se forma a través 
del “hábito”, de modo que, por así decir, el marco etimológico encuadra una 
determinada concepción ético-psicológica. 
En el lenguaje filosófico general, se usa hoy “ethos” para aludir al conjunto 
de actitudes, convicciones, creencias morales y formas de conducta individual o de 
un grupo social, o étnico, etc. 
En este último sentido, el término es usado también por la antropología 
cultural y la sociología. El ethos es un fenómeno cultural (el fenómeno de la 
moralidad), que suele presentarse con aspectos muy diversos, pero que no puede 
estar ausente de ninguna cultura. Es la facticidad normativa (lo práctico de las 
normas) que acompaña ineludiblemente a la vida humana. Cuando se quiere 
destacar el carácter concreto de esa facticidad, en oposición a la “moralidad” 
(entendida entonces como abstracta o subjetiva), se suele hablar de “eticidad”. 
Es interesante destacar el hecho de que “ethos” tenía en griego clásico una 
acepción más antigua, equivalente a “vivienda”, “morada”, “sede”, “lugar donde se 
habita”. Esta significación no es totalmente extraña a la otra: ambas tienen en 
común la alusión a lo propio, lo íntimo, lo endógeno: aquello de donde se sale y 
adonde se vuelve, o bien aquello de donde salen los propios actos, la fuente de tales 
actos. 
En otros términos: aquello que es en el hombre lo más característico, su 
peculiaridad, es también lo que determina su destino. 
El ethos, en todo caso, en su carácter de facticidad normativa, remite siempre 
a determinados códigos de norma o a (también determinados) sistemas de valores, 
o a ciertos tipos de concepciones sobre lo que es moral y sobre lo que no lo es. Que 
hay una pluralidad de tales códigos, o sistemas o concepciones, es un hecho de 
experiencia, que puede ser siempre corroborado. De ese hecho suele arrancar el 
relativismo ético, en el que, se produce una confusión entre la “vigencia” y la 
“validez” de las normas o de los principios. 
Por ahora simplemente tenemos que tomar nota de esa pluralidad 
(creencias, leyes, modos de vida cotidianos, cutura). Ella es percibida no sólo por 
medio de la observación metodológica, desde la ética entendida como disciplina 
particular, sino también por casi todos los hombres, aunque con tanta mayor claridad 
cuanto mayor es su experiencia en el tiempo y en el espacio, es decir, cuanto mayor 
es su radio de observación espontánea. El viajero percibe esa pluralidad mejor que 
quien no se mueve de su aldea natal, y los viejos la perciben mejor que los jóvenes. 
Este tipo de experiencia puede, conducir al relativismo; pero es también el detonante 
de la reflexión ética racional, de la aplicación de la razón a la consideración de los 
problemas normativos, de la “tematización del ethos”. Cuando se advierte que no 
todos opinan unánimemente sobre lo que “se debe hacer”, y-en caso de que se 
obtenga para ello alguna respuesta-la de “por qué” se lo debe hacer. 
Con ese tipo de preguntas se inicia entonces la ética filosófica que representa 
la continuación sistemática de la tematización espontánea: en ella se procura 
explicitar (“reconstruir”) los principios que rigen la vida moral, es decir, se intentan 
fundamentar las normas. 
La reflexión filosófica se efectúa, según diversos criterios, también allí se 
mantiene la pluralidad, y es así como a determinados tipos de ethos les 
corresponden determinados tipos de ética. Mencionaremos a continuación 
las posturas de distintos filósofos. 
Aristóteles, el primer filósofo que estableció la ética como disciplina 
filosófica autónoma, intenta con ella la fundamentación del ethos de la “eudemonía”, 
o sea, como ciencia para acceder a la felicidad, fin supremo de la experiencia 
humana. 
San Agustín, en cambio, verá lo esencial en el amor cristiano. 
Los filósofos modernos- Bacon, Hobbes, Descartes y otros- tematizan el ethos de 
la “emancipación”, en el que se articula el orden cósmico con el orden político o civil. 
Kant inaugurará la tematización del ethos de la “autonomía”. 
Hegel, la del ethos de la “eticidad concreta”. Hay una historia de la ética, paralela 
a la historia del ethos y en estrecha conexión- aunque no identificable- con ella. 
 
La ética filosófica o “filosofía moral” se desarrolla como un permanente esfuerzo por 
poner claridad en un fenómeno sumamente complejo, cuya complejidad 
precisamente ella ha descubierto. La claridad se logra, indagando la estructura 
general del ethos, aquello que es común a las diversas formas y a los diversos tipos 
de ethos. 
 
SENTIDO DE LA TEMATIZACIÓN 
La tematización del ethos tiene que ver directamente con la reflexividad de la 
ética. Ella es un modo de reflexión que apunta principalmente a dos cosas: 
 
1- a fundamentar las normas (o a cuestionar presuntas fundamentaciones), y 
2- a aclarar lo mejor posible el sentido y el uso de los términos propios del lenguaje 
moral. 
 
Este es pues el doble aspecto que presenta la tematización reflexiva, que 
corresponde a dos niveles de reflexión ( el de la “ética normativa” y el de la 
“metaética”). 
“Tematización” significa convertir algo en “tema”, es decir en el “asunto” 
sobre el que ha de versar la ética, y puede hacerse mediante: 
 
 1) Explicitaciones: Procedimientos por medio de los cuales se procura dar 
expresión a lo que está implícito o tácito. Es la tarea de hacer hablar al ethos, esto 
es la “reconstrucción normativa”, o sea, volver, revisar nuevamente las normas. 
2) Problematizaciones: no solo el planteamiento de problemas, sino también 
descubrimiento de ellos. Son lo propio de la actitud crítica en el examen de un tema. 
En ética equivale a asumir las dificultades de comprensión de los elementos del ethos 
y de las relaciones entre ellos. Los problemas descubiertos exigen a la razón el 
esfuerzo de las investigaciones y las teorizaciones. 
3) Investigaciones: esfuerzo por hallar soluciones posibles a los problemas. La 
investigación se traduce en acopio de información; pero su finalidad esencial no está 
en ese acopio, sino en las teorizaciones que esa información posibilita. 
4) Teorizaciones: elaboración de respuestas teóricas (apoyadas en la 
investigación) a los problemas descubiertos o afrontados. En su sentido originario, 
la “teoría” es un esfuerzo por ver mejor, es un modo de observación sistemática y 
detenida, una inspección ordenada que, aun cuando no llegue a la solución, ha de 
proporcionar al menos una manera de salvar la dificultad propia del problema, que 
coincidiendo con Popper, será un aporte al avance del conocimiento. 
5) Ordenación o sistematización: El orden de cada uno de los pasos de la 
“tematización”. El material disponible tiene que ser clasificado, para que sirva de 
apoyo a una teoría, o para que permita aclarar los términos de un problema. 
6) Meditaciones: toda auténtica reflexión filosófica es a su vez una “meditación”, 
o por lo menos está ligada a alguna. Se trata pues de meditar a partir de los 
resultados obtenidos de una investigación, inclusive se requiere de una meditación 
entre los resultados y las teorizaciones. 
7) Discusiones: ya Sócrates había advertido que para que el pensamiento “de a 
luz” ideas, es necesaria una especie de arte de obstetricia (mayéutica), consistente 
en una secuencia de preguntas y respuestas que ponen en funcionamiento los 
mecanismos del pensar. Las preguntas van exigiendo definicionesde conceptos, las 
cuales, ante nuevas preguntas, se vuelven como insuficientes y obligan al 
interlocutor a intentar nuevas definiciones más precisas. Las preguntas- que hoy 
calificaríamos como preguntas “críticas” -están formuladas de tal modo que le 
revelan al interlocutor interrogado su propia ignorancia acerca de un determinado 
tema. 
El diálogo, la discusión mediante argumento hace descubrir problemas, 
posibilita la “problematización” y obliga a la “teorización”. 
Si la ética filosófica puede ser entendida como “mayéutica de la conciencia 
moral”, entonces es claro que la “tematización del ethos” alcanza sus formas 
culminantes en el diálogo, o sea en las discusiones o “disputaciones” 
 
LA RECONSTRUCCIÓN NORMATIVA 
La ética contemporánea ha descubierto el carácter “reconstructivo” de la 
tematización del ethos. Esto significa que, cuando alguien se ocupa de ética, re-
construye elementos del propio ethos. 
La reconstrucción constituye, como lo aclara Habermas, la elaboración 
sistemática de un saber pre-teórico. Pues para obrar moralmente no se necesitan 
conocimientos de ética filosófica. Precisamente el supuesto más general con el que 
trabaja toda tematización del ethos es el de que, en principio, todo ser humano 
puede ajustar su obrar a determinadas normas y puede asimismo juzgar los actos 
humanos (propios y ajenos) de acuerdo con la adecuación de tales actos a aquellas 
normas y a los valores aceptados. 
Esto significa que existe un saber moral (al que a su vez corresponde, una 
reflexión moral) de carácter prefilosófico, independiente de la tematización como tal. 
En los procedimientos reconstructivos, se opera casi de manera análoga a lo 
que ocurre en una novela policial: ésta en realidad no narra una historia, sino que 
va reconstruyendo un hecho, o sea, en tal caso, el crimen cuyo autor se trata de 
descubrir. 
 
La ética filosófica constituye el esfuerzo sistemático por explicar un saber que 
ya posee todo ser racional dotado de voluntad, un saber que resulta, sin embargo, 
imposible de expresar sin el recurso a la terminología y la metodología filosóficas 
 
Como ese saber es parte del ethos mismo, la ética, con su tematización, 
reconstruye el ethos. La tematización es la reconstrucción normativa crítica de un 
saber intuitivo, pre-teórico, es decir, poner en palabras las normas y las prácticas ya 
conocidas mediante el accionar para de este modo reflexionar sobre ellas. 
 
La problematización pone al descubierto la dificultad, hace ver el hecho de 
que aun ese saber no es explícito; este es, entonces el primer paso de la 
reconstructivo. 
También la lógica, y algunos aspectos de la lingüística, constituyen formas de 
reconstrucción normativa. 
Toda reconstrucción normativa es una especie de “saber acerca de un saber”. Es un 
saber sapiente, en tanto que el saber sabido (objeto de reconstrucción) no es 
realmente conciente mientras no está reconstruido, 
La reconstrucción normativa es una tarea ardua, porque se “conoce” y, a 
la vez no se conoce lo que se trata de reconstruir: se está cierto de su existencia, 
de su efectividad, de lo que cabe llamar “facticidad normativa”; pero no hay una 
aprehensión clara, aparecen confundidos los niveles de reflexión, y ni siquiera se 
han problematizado los aspectos en sí mismos más problemáticos. 
La reconstrucción normativa progresa a través de sucesivas superaciones de las 
dificultades inevitables, y en la medida en que las correcciones “circulares” van 
reduciendo el campo de implícito y aumentando correspondientemente el radio de 
la explicitación. 
 
El sentido de la ética depende, en última instancia, de que en el fenómeno 
del ethos está incluido ese saber pre-teórico, que efectivamente es puesto en juego 
en las decisiones prácticas de los agentes morales. En su carácter de “reconstrucción 
normativa”, entonces, la ética filosófica tematiza el ethos, no meramente 
contemplando o analizándolo como objeto de estudio, sino configurándose ella 
misma, en cuanto forma peculiar de saber, a partir del saber que constituye ese 
objeto de estudio. 
Con el sentido teórico de la ética se entrelaza indisolublemente un sentido 
social: cada agente moral tendría que poder reencontrar en ella lo que ya sabía de 
modo vago, sin poder expresar adecuadamente. Por eso Kant desarrolla su ética 
como doctrina de un principio de la moralidad que está presente en todo ser racional 
bajo la forma de un “factum” de la razón. 
 
Fuente bibliográfica: Ricardo Maliandi, Ética: conceptos y problemas. 
Edit.Biblos, Bs.As, 2004. 
 
LA ÉTICA ES UN TIPO DE SABER QUE ORIENTA A LA ACCIÓN 
(UN TIPO DE SABER PRÁCTICO) 
 
La ética es un tipo de saber que pretende orientar la acción humana en un 
sentido racional; es decir, pretende que obremos racionalmente. A diferencia de los 
saberes preferentemente teóricos, contemplativos, a los que no importa en principio 
orientar la acción, la ética es esencialmente un saber para actuar de un modo 
racional. 
Pero no sólo en un momento puntual, como para fabricar un objeto o 
conseguir un efecto determinado, como ocurre con otro tipo de saber- el saber 
técnico-, sino para actuar racionalmente en el conjunto de la vida, consiguiendo de 
ella lo más posible, para lo cual es preciso saber ordenar las metas de nuestra vida 
inteligente. 
Por eso desde los orígenes de la ética occidental, en Grecia, hacia el siglo IV 
a. C., suele realizarse una primera distinción en el conjunto de los saberes humanos 
entre los teóricos, preocupados por averiguar ante todo qué son las cosas, sin un 
interés implícito por la acción, y los saberes prácticos, a los que importa discernir 
qué debemos hacer, cómo debemos orientar nuestra conducta. 
Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre ellos que 
dirigen la acción para obtener un objeto o un producto concreto (como es el caso 
de la técnica o el arte) y los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar 
bien, racionalmente, en el conjunto de nuestra vida entera, como es el caso de la 
ética. 
 
Ahora bien, las sencillas expresiones “racional” y “obrar bien” son más 
complejas de lo que parecen, porque a lo largo de la historia han ido ganando una 
multiplicidad de significados, que son los que han hecho que el saber ético se 
entendiera de diferente manera. 
MODOS DE SABER ÉTICOS (MODOS DE ORIENTAR RACIONALMENTE LA 
ACCIÓN) 
 
Estos modos serán fundamentalmente dos: aprender a tomar decisiones 
prudentes y aprender a tomar decisiones moralmente justas. 
 
 La forja del carácter (tomar decisiones prudentes). 
 
“Obrar racionalmente” significa, en principio, saber deliberar bien antes de 
tomar una decisión con objeto de realizar la elección más adecuada y actuar según 
lo que hayamos elegido. Quien no reflexiona antes de actuar sobre los distintos 
cursos de acción y sus resultados, quien no calibra cuál de ellos es más conveniente 
y quien, por último, actúa en contra de la decisión que él mismo reflexivamente ha 
tomado, no obra racionalmente. 
La ética, en un primer sentido, tiene por tarea mostrarnos cómo deliberar 
bien con objeto de hacer buenas elecciones. 
Pero, como hemos dicho, no se trata sólo de elegir bien en un caso concreto, 
sino a lo largo de nuestra vida. Por eso la ética invita desde sus orígenes en Grecia 
a “forjarse un buen carácter”, para hacer buenas elecciones, como indica el 
significado etimológico del término “ética”. 
En efecto la palabra “ética” viene del término griego “ethos”, que significa 
fundamentalmente “carácter” o “modo de ser”. El carácter que un hombre tiene es 
decisivo para su vida porque, aunque los factores externos lo condicionen en un 
sentido u otro, el carácter desde el que los asume es el centro último de decisión. 
Por eso decía Heráclito de Éfeso que “el carácter es para el hombre su 
destino”: según el carácter que un hombre tenga, afrontará la vida con ánimo o con 
desánimo, con ilusión y esperanza o con pesimismo y amargura. 
Sin duda las “circunstancias”también influyen, como dice la famosa expresión 
de Ortega “yo soy yo y mis circunstancias”, pero habitualmente se silencia la 
segunda parte de la expresión: “y si no salvo mis circunstancias, tampoco me salvaré 
yo”. Cosa que no puede hacerse sino desde el carácter que se encuentra “alto de 
moral”, en forma, como indica la expresión “moral”, que significa lo mismo que 
“ética”. 
En efecto el término latino “mos” significa “carácter” o “modo de ser” y por 
eso en la vida cotidiana hablamos indistintamente de “valores morales- valores 
éticos” o “normas morales-normas éticas”. 
En ambos casos nos estamos refiriendo a valores y normas de los que nos 
podemos apropiar activamente o que podemos rechazar, porque la moral y lo ético 
siempre nos refieren a valores, actitudes o normas que podemos elegir, de los que 
nos podemos apropiar. Desde el origen griego de la ética cabe distinguir en el mundo 
humano entre el temperamento (phatos), constituido por aquellos sentimientos y 
actitudes con los que se nace y que no se pueden cambiar (la dimensión pasiva de 
la persona), y el carácter que cada uno se ha forjado, el modo de ser del que cada 
quien se va apropiando a lo largo de su vida al hacer sucesivas elecciones en un 
sentido. 
Ciertamente, nacemos con una determinada constitución genética y 
psicológica, que no elegimos, como tampoco el contexto social. Por eso algunos 
filósofos hablan de que a cada hombre desde el nacimiento les toca una determinada 
“lotería” natural (genética y psicológica) y social, que no elige. Sin embargo, a 
diferencia de los animales, los hombres nos vemos obligados a modificar nuestra 
herencia o bien a reforzarla, eligiendo nuestro propio carácter, aunque en esa tarea 
nos encontremos sumamente condicionados. A esa necesidad originaria de elegir el 
propio carácter la llamamos “libertad” en un primer sentido de ese término y, puesto 
que estamos “condenados” a ser libres, a tener que elegir, más vale que nos 
esforcemos por hacer buenas elecciones. 
 
La ética es, pues, en un primer sentido, el tipo de saber que pretende orientarnos 
en la forja del carácter, de modo que siendo bien concientes de qué elementos no 
está en nuestras manos modificar, transformemos los que sí pueden ser 
modificados, consiguiendo un buen carácter, que nos permita hacer buenas 
elecciones y tomar decisiones prudentes. 
 
Quien esto consiga será un hombre sabio, pero sabio por acumular 
conocimientos o por deslumbrar a sus semejantes con elevadas reflexiones, sino 
sabio por “prudente”, por saber hacer buenas elecciones. 
La finalidad originaria de la filosofía, como amor al saber, fue la de gestar 
hombres sabios, que no sólo fueran conocedores de un gran número de secretos de 
la naturaleza, sino que supieran vivir y, sobre todo, que –como decía Aristóteles- 
supieran vivir bien. La ética entonces se propone aprender a vivir bien. ¿Cómo se 
logra esto? 
 
Fines, valores, hábitos 
 
Una configuración inteligente del carácter requiere percatarse en primer 
lugar de cuál es la meta a la que queremos tender nuestras acciones, cuál es el “fin” 
que deseamos perseguir en el conjunto de nuestra vida. 
Desde él podemos ir fijando entonces los “modos de actuar” que nos 
permitirán alcanzarlo, las “metas intermedias y los valores” que son precisos orientar 
para llegar tanto a los objetivos intermedios como al fin último. Si descubrimos todo 
esto, lo inteligente es orientarse en la acción por esos valores e incorporar a nuestra 
conducta esos modos de actuar, de forma que no nos veamos obligados a hacer un 
esfuerzo cada vez que queramos obrar en ese sentido, sino que “nos salga” sin 
esfuerzo y forme ya parte de nuestro carácter. 
Esto no significa que lo inteligente sea convertirse en un autómata, que siempre 
elige los mismos medios, sin ninguna capacidad de innovación, porque un individuo 
semejante sería incapaz de adaptarse a los cambios sociales y técnicos y además 
carecería de creatividad, dos características-capacidad de adaptación y creatividad- 
indispensables en la vida humana, y muy concretas en la vida empresarial. 
”Habituarse a hacer buenas elecciones” significa más bien ser bien conciente 
de los fines últimos que se persiguen, acostumbrarse a elegir en relación con ellos 
y tener la habilidad suficiente como para optar por los medios más adecuados para 
alcanzarlos. 
Tener conciencia de los fines que se persiguen y habituarse a elegir y 
habituarse a elegir en relación con ellos es la clave. 
Esos modos de actuar ya asumidos, que nos predisponen a obrar en el sentido 
deseado y que he ido incorporando a nuestro carácter por repetición de actos, es a 
lo que tradicionalmente se llama “hábitos”. Cuando están bien orientados reciben el 
nombre de “virtudes”, cuando no nos predisponen a alcanzar la meta, se llaman 
“vicios”.Podemos decir, entonces, que la ética es un tipo saber práctico, preocupado 
por averiguar cuál debe ser el fin de nuestra acción, para que podamos decidir que 
hábitos hemos de asumir, cómo ordenar las metas intermedias, cuáles son los 
valores por los que hemos de orientarnos, qué modo de ser o carácter hemos de 
incorporar, con objeto de obrar con prudencia, es decir, tomar decisiones acertadas. 
Los hombres somos libres para actuar en un sentido u otro, por muy 
condicionada que esté nuestra libertad; porque-como decía Kant- “si debo, es 
porque puedo”: si tengo conciencia de que debo obrar en un sentido determinado, 
es porque puedo elegir ese camino u otro. De ahí que el sentido de la libertad sea 
un elemento indispensable del mundo ético, al que va estrechamente ligada la 
responsabilidad. 
 
Responsabilidad y libertad: son indispensables en el mundo ético, como así 
también los proyectos de futuro desde donde cobran sentido las elecciones 
presentes. 
Los proyectos éticos, no son, pues, proyectos inmediatos, que puedan llevarse 
a cabo en un breve lapso de tiempo, por ejemplo, en el presente y en el futuro 
inmediato, sino que necesitan contar con el futuro, con tiempo, y con sujetos que, 
por ser en alguna medida libres, puedan hacerse responsables de esos proyectos, 
puedan responder por ellos. 
 
ÉTICA COMO FILOSOFÍA MORAL. (MORAL VIVIDA Y MORAL PENSADA) 
 
La moral y la ética, tal como las hemos descrito hasta ahora, no son un 
invento de los filósofos, sino que acompañan la vida de los hombres desde el 
comienzo, porque todas las civilizaciones se han preguntado cómo llevar una vida 
buena y cómo ser justos, aunque las respuestas hayan sido distintas. Por decirlo 
como X.Zubiri y J.L.L Aranguren, los hombres poseemos una estructura moral, 
aunque los contenidos cambien históricamente. 
La moral no es, pues, un invento de los filósofos, sino un saber que acompaña 
desde el origen de la vida de los hombres, aunque haya ido recibiendo distintos 
contenidos. 
Sin embargo, lo que sí han hecho, hacen y deberían hacer los filósofos es 
reflexionar sobre el hecho de haya moral, igual que reflexionan sobre la religión, la 
política o la ciencia. A la parte de la filosofía que reflexiona sobre la moral la 
llamamos ética o filosofía moral, y como asignatura, aparece en los planes de estudio 
de distintas facultades y de la enseñanza media. 
La ética, como filosofía moral, tiene tres funciones: 
1. aclarar qué es lo moral, cuáles son sus rasgos; 
2. fundamentar la moral, es decir, tratar de inquirir cuáles son las razones 
para que los hombres se comporten moralmente; 
3. aplicar a los distintos ámbitos de la vida social los resultados de las dos 
primeras, que es lo que hoy se llama “ética aplicada”. 
 
Desde esta perspectiva, la ética empresarial sería una de las partes de la ética 
aplicada, la que se ocupa de la actividad empresarial, en el sentido en que lo hemos 
hecho hasta ahora. 
 
En la ética, como filosofía moral, podemos distinguir, pues, ante todo dos partes: 
la fundamentación y la aplicación. 
 
FUNDAMENTACIÓN DE LA ÉTICA 
 
Esta parte trata de contestar algunas preguntas: ¿por qué nos comportamos 
moralmente?,y son muchas las respuestas que se han dado a lo largo de la historia. 
Trataremos de dar noticia de las más relevantes. 
 
Los hombres son estructuralmente morales: 
 
 Según esta primera posición, hay moral porque los hombres, a diferencia de 
los animales, tienen que justificar sus respuestas al medio. Mientras que los animales 
responden a estímulos que les incitan de forma perfectamente ajustada (lo que 
llamamos “ajustamiento”), los hombres no responden de forma ajustada, sino que 
pueden elegir entre distintas posibilidades de respuesta, y se ven obligados a 
justificar sus elecciones. 
Ésta es la posición de X. Zubiri y de J.L.L.Aranguren, que tiene, entre 
muchos otros méritos, el de conectar la ética con la biología, y el de mostrar cómo 
los hombres somos estructuralmente morales, necesariamente morales: hay 
hombres inmorales, con respecto a un determinado código moral, pero no existen 
hombres inmorales. 
 
Los hombres tienden necesariamente a la felicidad (eudemonismo): 
Desde esta segunda perspectiva, puesto que los hombres tienden 
necesariamente a la “felicidad” y son seres dotados de razón, se comporta 
racionalmente quien aprende a deliberar bien sobre los medios más adecuados para 
lograr la felicidad. La felicidad no puede elegirse porque ya viene dada por 
naturaleza, pero los medios sí pueden elegirse, y ése es el terreno de lo moral. 
Éste es el modo de fundamentación que defienden los aristotélicos, 
acogiéndose a la Ética a Nicómaco. Aunque Aristóteles no pretendía fundamentar 
la moral, su obra permite diseñar una fundamentación como la descrita. 
 
Todos los seres vivos buscan el placer (hedonismo): 
Según los hedonistas, puesto que, como muestra la más elemental de las 
psicologías, todos los seres vivos buscan el placer y huyen del dolor, tenemos que 
reconocer como primera premisa que el móvil del comportamiento animal y humano 
es el placer. 
La moral es entonces el tipo de saber que invita a perseguir la mayor felicidad 
del mayor número posible de seres vivos, a calcular las consecuencias de nuestras 
decisiones teniendo por meta la mayor felicidad del mayor número. 
Se denomina “hedonistas” a los defensores de esta posición, que nace en Grecia de 
la mano Epicuro. Pero a partir de la Modernidad la más relevante de las posiciones 
hedonistas en ética es el llamado “utilitarismo”, que utiliza la máxima de la mayor 
felicidad del mayor número como criterio para decidir ante dos cursos alternativos 
de acción. Como para hacer ese cálculo es preciso tener en cuenta las consecuencias 
de cada uno de los cursos de acción y valorarlos desde la perspectiva del placer que 
proporciona cada uno de ellos, se denomina e este tipo de ética “teleológica o 
consecuencialista”, y se le suele contraponer a las éticas llamadas deontológicas, 
que se ocupan ante todo del deber y de las normas que nacen del respeto a 
determinados derechos de los hombres. 
Los representantes clásicos del utilitarismo son autores como J. Bentham, 
J.S. Mill (con su libro El Utilitarismo), y en nuestros días aun sigue vigente sobre 
todo en el mundo anglosajón. 
 
Autonomía y dignidad humana 
Una cuarta posición defiende que, aunque todos los seres vivos tiendan al 
placer, no es ésta la cuestión moral por excelencia, sino más bien la de qué seres 
tienen derecho a ser respetados, qué seres tienen dignidad y no pueden ser tratados 
como simples mercancías y, por lo tanto, qué deberes han de cumplirse en relación 
con ellos. 
Entre todos los seres existentes-afirman los defensores de esta posición – 
sólo los hombres tienen dignidad, porque sólo ellos son libres. Pero sólo son libres 
porque pueden elegir, sino porque son “autónomos”: porque pueden regirse por sus 
propias leyes. 
 “El fundamento de la moral es entonces la autonomía de los hombres” 
(Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, E. Kant) el hecho de que 
puedan darse leyes a sí mismos, que son, por tanto, válidas para todos ellos. De ahí 
que consideremos como exigencias morales aquellas que cada hombre querría para 
toda la humanidad. 
Estas éticas, que consideran como elemento moral por excelencia los deberes 
que surge de considerar a los hombres como sujetos de derecho, se suele denominar 
“deontológicas”, en contraposición con las teleológicas, que ven en el cálculo de las 
consecuencias el momento moral central. 
Quien por primera vez defendió la posición ética deontológica fue I.Kant en 
su obra “Fundamentación de la metafísica de las costumbres” y, aparte del gran 
número de kantianos que ha habido y hay en ética, su afirmación de que “los seres 
racionales son fines en sí mismos, tienen un valor absoluto y no pueden ser tratados 
como simples medios”, es defendida por todas las éticas actuales, y constituye el 
fundamento de la idea de “dignidad humana”, que es a su vez fundamento de los 
derechos humanos. 
 
Todos los hombres son interlocutores válidos (ética del diálogo) 
 Siguiendo la tradición kantiana, un buen número de autores propone desde 
los años setenta reconocer que la razón humana es “dialógica” y que, por lo tanto, 
no se puede decidir qué normas son morales si no es a través de un diálogo que se 
celebre entre todos los afectado por ellas y que llague a la convicción por parte de 
todos de que las normas son correctas. 
Esta posición recibe indistintamente los nombres de “ética dialógica, ética 
comunicativa o ética discursiva”, son sus creadores K.O.Apel y J.Habermas, y 
tiene hoy en día un buen número de seguidores de todos los países. 
La ética discursiva es, en principio, deontológica porque no se ocupa 
directamente de la felicidad ni de las consecuencias, sino de mostrar cómo la razón 
humana sí ofrece un procedimiento para decidir qué normas son moralmente 
correctas: entablar un diálogo entre los afectados por ellas que culmine en un 
acuerdo, no motivado por razones externas al diálogo mismo, sino porque todos 
están convencidos de la racionalidad de la solución. 
 
Ética aplicada: La ética aplicada tiene por objeto como su nombre lo indica, aplicar 
los resultados obtenidos en la parte de fundamentación a los distintos ámbitos de la 
vida social: a la política, la economía, la empresa, la medicina, la ecología, etc. 
Porque si al fundamentar hemos descubierto unos principios éticos, la tarea 
siguiente consiste en averiguar cómo pueden orientar esos principios los distintos 
topos de actividad. 
Es decir, tendremos que averiguar de qué modo pueden ayudarnos a tomar 
decisiones la máxima utilitarista de lograr mayor placer del mayor número, la 
máxima kantiana de tratar a los hombres como fines en sí mismos y no como simples 
medios o el mandato dialógico de no tener por correcto una norma si no la deciden 
todos los afectados por ellas, tras un diálogo celebrado en condiciones de simetría. 
 
“La ética de la empresa es, en este sentido, una parte de la ética aplicada, 
como lo es toda ética de las organizaciones y de las profesiones, y tiene que 
reflexionar sobre cómo aplicar los principios mencionado a la actividad empresarial. 
Sin embargo, esto no basta, porque la aplicación no puede consistir 
simplemente en tomar unos principios generales y aplicarlos a todos los campos, 
como si cada uno de ellos no tuviera su especificidad. Como si la actividad 
empresarial fuera igual que la sanitaria o la docente, y ninguna de las aportara por 
sí misma ningún tipo de exigencias morales y valores morales.Por eso la tarea de la 
ética aplicada no consiste sólo en la aplicación de los principios generales, sino en 
averiguar a la ve cuáles son los bienes internos que cada una de éstas actividades 
debe proporcionar a la sociedad, qué metas debe perseguir, por tanto, que cada una 
de ellas, y qué valores y hábitos es preciso incorporar para alcanzarla. 
La fundamentación filosófica, por tanto, puede proporcionar aquel criterio 
racional, pero éste no debe aplicarse sin tener en cuenta la peculiaridad de la 
actividad a la que quiere aplicarse-en nuestro caso, la empresa- yla moral civil de 
la sociedad correspondiente. 
 
Fuente bibliográfica: Adela Cortina, La Ética de la empresa, Ed.Trotta, 
Madrid, 2000. 
 
ACTIVIDAD PRÁCTICA: 
1. ¿Cuál es según su comprensión la diferencia entre ética y moral? 
2. ¿A qué se refiere la tematización del Ethos? Realice un cuadro 
sinóptico con los diferentes pasos de la misma. 
3. ¿Cuál es la propuesta de la reconstrucción normativa? 
4. Realice una síntesis del tópico, “Ética como filosofía moral (moral 
vivida, moral pensada) 
5. ¿Cuál sería desde su interpretación la racionalidad más adecuada 
para el abordaje de una ética empresarial?.

Continuar navegando