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Capítulo 3 COMPLETO - Etnomedicina y usos sociales de la enfermedad

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ETNOMEDICINA 
 
 
La etnomedicina es una rama del desarrollo de la teoría antropológi-
ca. Aquella que se especializa en el análisis de la salud en las sociedades 
simples, y más tarde en las sociedades complejas periféricas. 
Por etnomedicina se entiende el estudio del significado cultural que 
se le otorga a las enfermedades, las prácticas que se desarrollan para 
combatirlas y su vinculación con otros rasgos culturales en las socieda-
des simples. 
Luego aplica estos conocimientos en las sociedades complejas, donde 
si bien existe un cuerpo de conocimientos científicos de la salud, también 
existen interferencias de lo religioso, lo moral y los hábitos de vida coti-
dianos, en el origen e interpretación de la enfermedad, como también en 
la percepción y aplicación de las técnicas curativas o preventivas de la 
salud. 
No se puede hablar de la etnomedicina en un sentido singular; en rea-
lidad existen diversos tipos de etnomedicina, definidas de acuerdo a la 
relación que establecen con la forma dominante de hacer medicina en 
la sociedad contemporánea, con la medicina mecanicista. Hay dos formas 
posibles de interactuar con la medicina mecanicista: de forma comple-
mentaria o de forma contradictoria. En función de la alternativa que se 
tome, la etnomedicina se dividirá en dos grandes corrientes: la etnomedi-
cina aplicada y la etnomedicina crítica. 
 
La etnomedicina aplicada 
 
La etnomedicina aplicada es aquella que no pretende desplazar la 
forma de hacer medicina del paradigma mecanicista, sino más bien refor-
zar su capacidad explicativa y fortalecer su eficacia con la incorporación 
de conocimientos del campo antropológico. 
Dentro de esta etnomedicina aplicada se destaca la aplicada a la cu-
ración. Es la más dinámica dentro de la etnomedicina aplicada por ser 
más consecuente con los postulados del paradigma mecanicista, al operar 
en el plano curativo y al ofrecer menos intersticios que puedan dar lugar a 
la crítica social, tan resistida por la medicina dominante, fiel al sistema y 
preocupada por ser funcional con él. Se la conoce como etnomedicina 
auxiliar. 
yfrezzotti@hotmail.com
Highlight
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Lo que pretende esta etnomedicina es mejorar la eficacia de la terap-
éutica mecanicista, incorporando a su diseño y a su aplicación la perspec-
tiva cultural del paciente. Se trata de una etnomedicina que problematiza 
en torno a la carga cultural del paciente referente a temas de salud, y pre-
gona su consideración para mejorar la actitud del paciente ante el trata-
miento prescripto por la medicina mecanicista. 
Evitar el choque cultural es su preocupación, neutralizar los efectos 
del mismo en la eficacia del tratamiento su misión. Su herramienta el 
diálogo. Representa el sector de la medicina mecanicista que busca recu-
perar consenso en la población corrigiendo el aspecto de la incomunica-
ción. Fortalecer la comunicación, y con ella relevar los factores cultura-
les que porta el paciente y que pueden representar un obstáculo o un im-
pedimento o un facilitador para el buen desarrollo de la terapéutica. 
En este sentido, la etnomedicina aplicada auxiliar es tributaria de una 
hipótesis auxiliar del paradigma social. La consideración de la cultura del 
paciente, expresada en su medicina genérica como forma de mejorar la 
aceptabilidad, la aplicabilidad y la efectividad de la terapéutica. En el 
caso particular de esta etnomedicina, de la terapéutica mecanicista. Cons-
tituye la etnomedicina aplicada auxiliar un ejemplo de las estrategias de 
defensa, que desarrolla un paradigma hegemónico en estado de crisis, 
adoptando de forma resignificada una hipótesis auxiliar de un paradigma 
rival. 
Considerar los filtros culturales en la terapéutica contribuye a mejorar 
la comunicación con el paciente y a mejorar la respuesta de éste ante las 
prácticas curativas del médico. 
Su principal representante es Leininger, enfermera norteamericana 
que abordó el estudio de la antropología para aplicar sus aportes cultura-
listas en el campo de la salud. El objetivo de esta enfermera antropóloga 
era tratar de reducir la resistencia de los pacientes, que por su extracción 
étnica se mostraban reticentes a los tratamientos de la medicina mecani-
cista. 
Leininger parte de la interpretación del paciente como ser cultural, 
portador de cultura. Una cultura que no necesariamente se corresponde 
con la cultura capitalista que la medicina mecanicista representa. 
La realidad cultural de la población objetivo de la medicina está lejos 
de ser uniforme. Presenta una diversidad cultural importante, que es im-
prescindible que sea reconocida si se pretende alcanzar una terapéutica de 
real impacto. Los pacientes con los que la medicina mecanicista entra en 
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contacto son practicantes de diversas culturas, puras o sincréticas, que 
contienen específicos conocimientos en torno a la salud, no siempre coin-
cidentes con los de la medicina profesional. De acuerdo a su cultura, el 
paciente tendrá una particular interpretación de los síntomas, un análisis 
de la etiología de su enfermedad, una previsión de sus consecuencias y 
una expectativa del tratamiento que debe recibir. Estos 4 elementos 
constituyen el filtro sociocultural que intercede entre la enfermedad y el 
padecimiento. Según como se configuren estos 4 elementos, el padeci-
miento se potenciará o se reducirá, definiendo el grado de disfunción 
social ocasionado por la enfermedad. Es decir, en la secuencia enferme-
dad, padecimiento y disminución de las capacidades interviene la cultura 
del paciente. En función de ésta, la enfermedad tomará forma de padeci-
miento, y en función de la cultura también éste último determinará el 
grado de incapacidad que la enfermedad provoque. 
Pero la intervención de la cultura no termina en este punto. Se pone 
de manifiesto, una vez más, ante el diagnóstico del médico y la prescrip-
ción del tratamiento. Si la interpretación que la cultura del paciente hace 
de los síntomas, la etiología, las consecuencias y el tratamiento de la 
enfermedad no son coincidentes con los de la medicina mecanicista, so-
brevendrá el choque cultural, con las resistencias que ello implica, po-
niendo en peligro el buen desarrollo del tratamiento y la efectividad del 
mismo. 
Por tanto, lo que propone Leininger para afrontar y resolver esta si-
tuación, producto de la distancia cultural que separa al paciente del médi-
co, es trabajar sobre los aspectos emic de la cultura del paciente. No los 
aspectos objetivos de su medicina genérica, susceptible de ser relevado a 
través de la observación, lo etic, sino lo que el paciente piensa y siente 
respecto a su enfermedad a través de sus propios dichos, convirtiendo la 
información obtenida en la entrevista con el paciente en un recurso es-
tratégico para la elaboración y la implementación de la terapéutica. 
Lo que no está en la propuesta de Leininger es el contexto social. El 
análisis de la enfermedad tomando la cultura del paciente comienza en la 
etapa patogénica. Se parte de una anamnesis que se remonta al momento 
en que se manifiestan los primeros síntomas. No hay consideración algu-
na de las variables socioculturales en la etapa prepatogénica, y por tanto 
aporte alguno en cuanto a la incidencia que la cultura del paciente pudo 
haber tenido en el desarrollo de la enfermedad. 
El procedimiento de Leininger debe seguir la siguiente secuencia: 
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1. Trabajar el aspecto emic de la medicina genérica del pa-
ciente, utilizando como principal herramienta el diálogo. Desatar un 
ejercicio de comunicación intenso entre el curador y el enfermo, con 
el objeto de conocer el PSE del paciente. 
2. Obtenida la información sobre lo que el paciente piensa, 
siente y espera desde su perspectiva cultural, en cuanto a los sínto-
mas, etiología, consecuencias y tratamientoposible de su enferme-
dad, lo que sigue es evaluar el desfase que hay entre esta perspectiva 
del paciente y la interpretación que el médico mecanicista hace de los 
síntomas, la etiología, las consecuencias y el tratamiento que la en-
fermedad requiere. En función del grado de desfase se resolverá la 
forma de abordar la etapa siguiente: la negociación. 
3. Conociendo ya las diferencias entre lo que piensan, 
sienten y esperan enfermo y médico respecto a la enfermedad, se de-
be emprender la negociación. Con ésta, lo que se pretende es acercar 
a las partes a través de un proceso de persuasión del paciente, donde 
se busca que comprenda el diagnóstico y el tratamiento de la medici-
na mecanicista desde su perspectiva cultural. Se buscan los puntos de 
contacto entre ambas perspectivas, la del paciente y la del médico, y 
desde ellos se busca vencer las resistencias del primero con una pre-
sentación sincrética del diagnóstico y del tratamiento de la medicina 
mecanicista. Se los presentan al paciente, usando su propio lenguaje 
y haciendo especial mención en los aspectos de contacto. 
4. De acuerdo a los resultados de la negociación habrá tres 
alternativas posibles. 
a. La preservación de la terapéutica propuesta por la medicina 
mecanicista, en el caso que la negociación arroje resultados favora-
bles. Lo mismo se hará en los casos que no presenten desfase alguno. 
La diferencia en estos últimos consiste en la preservación de la terap-
éutica propuesta por la medicina dominante, sin previa negociación. 
b. La adaptación de la terapéutica prescripta por la medicina me-
canicista, en el caso que la negociación termine con resultados par-
ciales. 
c. El rediseño de la terapéutica ofrecida por la medicina mecani-
cista, en el caso que la negociación tenga resultados desfavorables. 
El primer caso, la preservación es la consecuencia de una negociación 
que ha logrado, explotando algunos aspectos de la medicina genérica del 
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paciente, una persuasión completa de éste en cuanto a las bondades de la 
medicina mecanicista. 
El segundo caso, la adaptación es el resultado de una negociación que 
no ha logrado persuadir completamente al paciente en cuanto a los bene-
ficios de aceptar la aplicación de la terapéutica propuesta por la medicina 
mecanicista. Por tal motivo se requiere, para evitar la resistencia del pa-
ciente y facilitar la aplicación del tratamiento, una modificación parcial 
del mismo, adaptando algunos de sus aspectos secundarios a las perspec-
tivas y expectativas de la medicina genérica del paciente. 
El tercer caso constituye el escenario más complicado. Es el producto 
de una negociación que no ha logrado persuadir ni mínimamente al pa-
ciente. Éste, en una clara situación de choque cultural se mantiene cerrado 
en su postura, rechazando de plano el diagnóstico y el tratamiento pres-
cripto por la medicina mecanicista. De manera tal, aún con los riesgos que 
supone para la salud del paciente, no queda más alternativa que optar 
entre el rediseño del tratamiento, eliminando aspectos sustanciales para 
que el paciente acepte su aplicación, o resignarse a que el mismo abando-
ne el tratamiento, buscando el recupero de la salud en alguna otra forma 
de medicina alternativa. 
En todos los casos lo que se pretende lograr son varios objetivos se-
cuenciados: 
1. Eludir el choque cultural, el rechazo de la terapéutica 
con la deserción del paciente. 
2. Evitar que el desfase cultural, entre la medicina mecani-
cista y la medicina genérica, propicie una actitud de resistencia del 
paciente, complicando el desenvolvimiento del tratamiento. 
3. Impedir que el desfase cultural, entre la medicina meca-
nicista y la medicina genérica, ocasione un estado de insatisfacción 
por parte del paciente que desate reacciones somáticas que compli-
quen su estado y retarden el recupero de la salud. 
4. Lograr una actitud de docilidad del paciente gracias al 
pleno convencimiento en cuanto al tratamiento mecanicista. 
5. Conseguir, gracias a la aceptación convincente de la 
postura de la medicina mecanicista, un estado de satisfacción por par-
te del paciente que movilice el placebo potenciando los efectos del 
tratamiento. 
La propuesta parece razonable, sin embargo un análisis más detenido 
deja ver su debilidad. 
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Lo que se le escapa al planteo de Leininger es la cuestión del poder. 
Propone la relación paciente curador como una relación simétrica. Lejos 
está la realidad de este estado de cosas. Tal relación es asimétrica por 
varios motivos. El paciente, en cuanto enfermo, se encuentra con su capa-
cidad disminuida por la disfunción orgánica que padece, y por tanto dis-
minuida también su capacidad de negociación frente a los agentes de la 
salud. Estos además cuentan con el respaldo de la ley para intervenir de 
forma forzosa si la situación así lo exige, lo que debilita aún más la posi-
ción del paciente en la instancia de la negociación. De manera tal que la 
negociación no es tal. Toda negociación es posible ante correlaciones de 
fuerzas equilibradas; si la fuerza está concentrada en una de las partes, la 
negociación no es posible en cuanto tal. Si hay una instancia de negocia-
ción en un escenario de concentración de poder en una de las partes, la 
misma no será más que una formalidad o un acto de encubrimiento de la 
imposición. Por tanto, en la medida que la negociación no es más que una 
imposición táctica es improbable que el resultado de la misma sea el redi-
seño de la terapéutica mecanicista. Siempre el resultado será la preserva-
ción o la adaptación de ésta, con un consentimiento fingido por parte del 
paciente. Es improbable entonces que, en un escenario de desfase de la 
interpretación de la enfermedad por parte de la medicina genérica del 
paciente y la medicina mecanicista del curador, el modelo de Leininger 
logre evitar un estado de insatisfacción del paciente, con las consecuen-
cias de resistencia o abandono de tratamiento y reacciones somáticas 
adversas. 
 
La etnomedicina crítica 
 
La etnomedicina crítica es aquella que se enrola en las filas del para-
digma médico social o en el paradigma hipocrático. Su objetivo es contri-
buir al desarrollo del cuerpo de conocimientos de estos modelos de salud, 
y por tanto sostener una relación de impugnación con la medicina meca-
nicista, pretendiendo su desplazamiento como forma dominante de aten-
der la problemática de la salud. 
La etnomedicina crítica opera en dos planos. Uno de crítica directa al 
paradigma mecanicista, y otro más propositivo, de crítica indirecta al 
paradigma mecanicista, con la acumulación de conocimientos que corro-
boren la incidencia de lo sociocultural y lo ecológico en el fenómeno de la 
enfermedad y en el proceso de recupero de la salud. 
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La primera de ambas es la que se conoce como etnomedicina crítica 
epistemológica, concentrada en el desarrollo de pruebas que fundamenten 
la falta de rigurosidad científica en los desarrollos teóricos y metodológi-
cos de la medicina mecanicista. Su postura es netamente crítica. No pro-
picia la acumulación de nuevos conocimientos sino que se limita a cues-
tionar la validez de los conocimientos desarrollados y acumulados por la 
medicina hegemónica. Es la etnomedicina que se ejerce en el capítulo II 
del presente libro. 
La etnomedicina propositiva se divide en dos corrientes: la dedicada a 
la prevención, asociada al paradigma médico hipocrático, y la concentra-
da en la producción de conocimientos alternativos, tributaria del paradig-
ma médico social. 
La primera, aplicada a la prevención, es la que se conoce como et-
nomedicina crítica ecológica. Deviene esta denominación de la particular 
atención que presta a las variables ambientales como forma de prevenir la 
enfermedad. Se suma con su aporte a la tradición de los higienistas y 
sanitarias, que pretendían colaborar con la reducción de los índices de 
morbilidad mediantela difusión de prácticas de higiene personal y am-
biental. Lo hace aportando experiencias y conocimientos rescatados de la 
diversidad cultural, en cuanto a la relación del individuo y su medio am-
biente natural o ergonómico, como forma de obstaculizar la propagación 
de las enfermedades. 
Se distingue de la medicina social por la forma en que aborda la men-
cionada relación individuo ambiente. En primer término lo hace ignoran-
do las relaciones sociales; no se consideran éstas como factores determi-
nantes en la forma que se configura la relación del individuo con su me-
dio. Se vacía de todo contenido social la vinculación del individuo con su 
medio. Se ignora la implicancia que tiene la extracción social, la clase, el 
grupo. La forma en que estos núcleos de relaciones sociales constriñen 
una determina relación con el medio, menos aún los conflictos que encie-
rran. En segundo lugar, lo hacen de forma individual. La problematiza-
ción de la relación con el medio toma al individuo como unidad de estu-
dio. No al grupo, menos aún a la clase social. La escala más colectiva que 
alcanza es la familia, pero no se permite generalizaciones que rebasen sus 
límites. 
Se trata de una etnomedicina que opera en torno al reconocimiento, 
interpretación, modificación de hábitos culturales vinculados a la higiene 
y saneamiento ambiental, con la misión de prevenir enfermedades, pero 
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siempre trabajando con el individuo, su familia, como si se tratara de una 
unidad aislada, cerrada, y por tanto libre de determinaciones sociales que 
moldean las formas de sus hábitos y delimitan los alcances de sus prácti-
cas. 
Por su condición de preventiva y por los riesgos que supone, en cuan-
to al cuestionamiento o la denuncia de determinadas situaciones sociales 
que limitan o distorsionan las posibilidades de higiene o saneamiento en 
los individuos y sus familias, es una forma de etnomedicina que ha entra-
do en franca decadencia, que recibe fuerte resistencia por parte del siste-
ma y no encuentra espacios de aplicación. 
La segunda es la que se conoce como etnomedicina social. Su crítica 
a la medicina mecanicista es indirecta, pasa por la acumulación de cono-
cimientos que destacan el papel preponderante que las variables sociocul-
turales tienen en el desarrollo de las patologías, proponiendo de esta ma-
nera una línea de análisis contraria a la línea biologicista de la medicina 
dominante. 
Sus estudios se concentran en demostrar la relación de causalidad que 
hay entre precarias condiciones de vida de la población y el desarrollo de 
patrones de morbilidad, pero fundamentalmente radican su unidad de 
estudio en las condiciones de trabajo. El grueso de sus estudios tratan de 
identificar la relación de causalidad directa que hay entre la morbilidad en 
los distintos grupos de trabajadores y las variables fundamentales del 
ámbito laboral, como la ergonomía del establecimiento de trabajo, la 
intensidad nerviosa o física del proceso de trabajo, el tipo de tecnología y 
materiales de trabajo. En este sentido, la etnomedicina crítica social es 
tributaria de las hipótesis del paradigma social, referidas a las condiciones 
de vida como causantes de enfermedad y a la correlación entre la distribu-
ción de la enfermedad y la distribución de otras variables sociales, como 
el asentamiento demográfico, las funciones sociales o el ingreso. 
Amplía la interpretación de la enfermedad, abandonando el reduccio-
nismo biologicista e incorporando una nueva perspectiva basada en la 
consideración de las condiciones de vida. Centra su atención en la diver-
sidad sociocultural, en la historia, en las clases sociales y en los grupos 
sociales. Con estos cuatro ejes de estudio busca probar el carácter socio-
cultural en la etiología de la enfermedad, demostrando como la morbili-
dad se modifica a medida que se modifican las condiciones de vida, y 
como éstas encierran el conflicto que origina la insatisfacción causante de 
la enfermedad. 
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 La enfermedad en la diversidad sociocultural 
La diversidad cultural, tomada en forma sincrónica, es una de las 
formas de demostrar la sugestiva relación que hay entre la cultura y la 
enfermedad. Hay enfermedades que han logrado trascender la diversidad 
cultural y se las puede encontrar en todas las culturas, pero otras presen-
tan una distribución dispar, ya que parecieran no poder penetrar las fron-
teras de determinadas culturas. Hay enfermedades asociadas a unas cultu-
ras, así como culturas que parecen inmunes a ciertas patologías. 
Neurosis en las sociedades simples y en las sociedades complejas. 
Patología generalizada en las sociedades complejas contemporáneas, que 
sin embargo no se registra en las sociedades simples. Muchas son las 
explicaciones que se han intentado, como el estrés o la competitividad de 
las sociedades complejas. 
Quién pretenda a las sociedades simples liberadas de estrés, es porque 
nunca se dio la oportunidad de pasar por la incertidumbre de comer o no 
comer en una sociedad de cazadores. Los resultados de la caza son incier-
tos e impredecibles. Difícilmente los animales se pongan en fila y se nu-
meren para que el cazador disponga a gusto. Pueden pasar días e incluso 
semanas sin que la caza arroje resultado alguno. 
De igual forma la competitividad. Las sociedades simples pueden ser 
muy competitivas. Basta como ejemplo los grupos cusitas, donde se exige 
a los varones, para alcanzar su condición de hombres preparados para 
pretender esposa y una familia, reunir el requisito de haber dado muerte a 
otro hombre de la propia comunidad, preferentemente al hombre que haya 
escogido la mujer que él pretende, o bien el hombre que la pretenda, en 
caso de ser el pretendiente aceptado. Sólo quien haya matado a otro hom-
bre puede considerarse un varón completo y realizado. 
La ausencia de la neurosis encuentra su causa en otro factor: la fami-
lia. Específicamente la familia nuclear. La escasa incidencia de la familia 
nuclear, desplazada por la familia extensa y el clan como grupo íntimo y 
exogámico donde se desarrolla la persona. Grupo que por su dimensión 
evita el desarrollo de relaciones demasiado estrechas e intensas entre 
padres e hijos. El sujeto cultiva múltiples relaciones y cuenta con la posi-
bilidad de optar por aquellas que más se acomodan a sus gustos, expecta-
tivas e intereses. Relaciones éstas que no necesariamente son las que papá 
y mamá representan. De esta forma, la relación con los padres está media-
tizada, intercedida por múltiples vínculos con tíos, primos, abuelos y tíos 
abuelos que ofrecen una efectiva vía de escape ante el conflicto con pa-
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dres y hermanos. El resultado: individuos con pocos trastornos de perso-
nalidad y la ausencia de neurosis en el conjunto social. 
La expectativa de vida se ha convertido en una de las obsesiones de 
la sociedad capitalista contemporánea, sobretodo de las centrales. Sin 
embargo, el ranking en esta materia no lo dominan aquellas con mayor 
desarrollo de la cirugía o la farmacopea específica para la conservación de 
la salud o la prolongación de la juventud. El primer puesto, por abruma-
dora diferencia, lo controlan ciertas comunidades rurales del Cáucaso. 
Lejos están éstas de contar con la versión más avanzada de la medicina 
mecanicista. Es más, ni siquiera controlan el desarrollo de una medicina 
alternativa más efectiva que ésta para la prolongación de la vida. Lo que 
parece es que ya hace tiempo han descubierto el enunciado de la oxida-
ción como explicación al envejecimiento. Si el descubrimiento es volunta-
rio o involuntario es materia de otro análisis; lo cierto es que la combina-
ción de un aspecto ecológico con otro cultural les ha dado el promedio de 
vida más envidiado de la actualidad. Son comunidades que viven en va-
lles de gran altura, donde la composición del aire es de baja densidad de 
oxígeno, y que mantienen unadieta antioxidante en base a verduras fres-
cas. El resultado: una comunidad donde superar la barrera de los noventa 
años es lo menos que se espera y alcanzar los ciento cinco o ciento diez 
años no sorprende a nadie. 
El cólera y malaria en las sociedades periféricas y en las sociedades 
centrales. Ambas son enfermedades infectocontagiosas de amplia difusión 
mundial. 
El paludismo, más conocido como malaria, ampliamente difundida en 
los países periféricos de clima tropical, subtropical, incluso templado, es 
causado por un organismo unicelular llamado plasmodio, transmitido por 
la picadura del mosquito anófeles. Es la primera causa de mortalidad a 
nivel mundial. Si bien un tratamiento intensivo puede revertir el cuadro, 
no existen vacunas de eficacia probada. En 1994 se presentaron vacunas 
pero su resultado fue controvertido. 
La intensidad de su distribución es variada, siendo de muy fuerte a 
leve su presencia; incluso hay países que no presentan casos, aunque están 
en el rango de regiones tropicales y subtropicales. La razón es simple: el 
saneamiento ambiental producto de un desarrollo urbano consolidado y el 
uso generalizado de pesticidas como consecuencia de la tecnologización 
de la producción agrícola. Así se explica su ausencia en Taiwan o en 
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Cuba, naciones comprendidas dentro del nicho ecológico de esta enfer-
medad. 
El cólera, enfermedad causada por la bacteria Vibrio Comma, pre-
sente en el agua dulce de consumición humana, que se contamina como 
consecuencia de las deyecciones de los enfermos de cólera. Es una enfer-
medad erradicada en los países centrales, incluso en algunos periféricos 
con menor nivel de subdesarrollo. Las causas de esta erradicación no 
estriban en tratamientos médicos curativos ni preventivos, sino sólo en la 
disponibilidad generalizada de sistemas de red de agua potable, acompa-
ñados por una red de cloacas que permiten el debido tratamiento de las 
aguas servidas. Equipamiento e infraestructura consecuencia del desarro-
llo de las fuerzas productivas, no de la medicina. 
La triquinosis, es una enfermedad presente en la sociedad occidental 
y cristiana. Variados son los controles bromatológicos que se aplican a los 
efectos de su prevención, sin embargo los casos se presentan igual. Esta 
enfermedad no tiene la menor presencia en las sociedades musulmanas. 
La explicación es simple: el portador de la enfermedad no está presente en 
ellas, por la sencilla razón que la consumición de carne de cerdo es un 
tabú religioso. 
 La enfermedad en la historia 
La diversidad cultural no sólo es sincrónica, también es diacrónica. 
Las sociedades cambian en el tiempo, sufren permanentes transformacio-
nes que las modifican sustancialmente. Como consecuencia de ello, lo que 
en un tiempo pudo ser un hecho regular pasa a convertirse en un fenóme-
no ausente. Esto no escapa al plano de la morbilidad como otro indicador 
más de la estrecha relación de lo sociocultural y la enfermedad. Patologías 
que en una misma sociedad marcaban una fuerte presencia pasan a un 
estado de completa ausencia, no por la conquista de curaciones efectivas 
sino por la transformación de la sociedad, poniendo en evidencia la inci-
dencia de lo sociocultural en la etiología de la enfermedad 
El escorbuto era una enfermedad laboral recurrente en los marineros 
de la edad moderna como consecuencia de la falta de consumo de vitami-
na C, dadas las dificultades de contar con alimentos frescos que la con-
tengan en largos períodos de navegación. Hoy es un dato del pasado. En 
la era contemporánea la enfermedad desapareció. No fue el impacto de 
una técnica curativa ni de una política de salud preventiva, sino de la 
transformación de la tecnología y la diversificación de la dieta de los 
marineros. El desarrollo de la economía, sobretodo en la agricultura, el 
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avance de los medios de transporte, los logros en materia de tecnología de 
conservación de alimentos hicieron posible, de una forma combinada y 
espontánea, que los marineros embarcados por largos períodos pudieran 
contar en su dieta con la permanente cantidad de vitamina C como para 
impedir el desarrollo de la enfermedad. Ésta paso así a la historia. 
Las pestes en Europa eran un fenómeno habitual y recurrente. Al-
gunas incluso de alto impacto, como las que asolaron su territorio en los 
siglos XIV y XVII, que comprometieron la supervivencia de la población 
con índices de mortalidad que superaron el 80% en algunas regiones co-
mo en Escandinavia, donde la peste negra terminó con 8 de cada 10 per-
sonas. Entrado el siglo XIX las mismas desaparecieron. 
No se puede adjudicar tal erradicación a las conquistas de la medici-
na. Lejos estaban aún los antibióticos y los planes de vacunación. Es más, 
ni siquiera se sabía con certeza que tipo de enfermedad fue la que afectó a 
la población. La peste bubónica que hizo estragos en el siglo XIV estaba 
sin clasificar. Si bien se conocía su sintomatología por documentos histó-
ricos, y se sabía también que las picaduras de las pulgas eran su agente 
transmisor, no se podía precisar qué enfermedad era. Difícilmente enton-
ces se pueda adjudicar a la medicina su eliminación del escenario euro-
peo. La medicina no puede curar ni prevenir una enfermedad que no co-
noce. Simplemente, la transformación de la sociedad europea concretó 
espontáneamente su eliminación. Hoy no se registra esta peste ni casos 
aislados con tal sintomatología. La enfermedad bubónica simplemente ya 
no existe. Son los altos niveles nutricionales, que mejoraron la inmuno-
logía de la población; la higiene habitacional; los avances en materia de 
saneamiento urbano, que redujeron al mínimo la presencia de roedores y 
de pulgas en el hábitat humano los que hicieron posible que esta peste 
desapareciera. 
Para cuando Alexander Yersin logró identificar a la yersinia pestis en 
la región de Manchuria, para fines del siglo XIX, como causante de la 
peste bubónica, ésta misma hacía tiempo había abandonado el escenario 
europeo, presentándose únicamente en regiones del mundo donde la po-
breza extrema alcanzaba niveles masivos. 
Pero no es necesario remontarse a regiones tan remotas y tiempos tan 
alejados. El mal de los rastrojos en Argentina es elocuente en esta mate-
ria. Enfermedad infectocontagiosa que hizo estragos en el siglo XX en la 
región pampeana, y que registró su epicentro de mayor intensidad en los 
partidos de Chacabuco y Junín. Los afectados eran principalmente los 
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trabajadores rurales, los estacionarios, los que se ocupaban de levantar la 
cosecha de maíz de forma rudimentaria y manual. Los roedores de los 
campos cultivados eran el agente transmisor de la enfermedad; el contacto 
directo con el cultivo la causa del contagio. 
Hoy la enfermedad está ausente. No hubo planes de vacunación que 
mediaran en su eliminación ni siquiera políticas de saneamiento o higiene 
ambiental. Simplemente el desarrollo tecnológico del agro. La incorpora-
ción de maquinaria, las cosechadoras con cabinas herméticas, que eliminó 
el oficio de cosechero estacionario, permitiendo levantar la cosecha sin el 
menor contacto corporal con el cultivo. A esto se sumo el uso generaliza-
do de herbicidas y pesticidas altamente contaminantes, como el glifosato 
(que provoca cáncer en los mamíferos) o el DDT (que provoca envene-
namiento en los animales) que diezmaron la población de roedores. 
La temible enfermedad dejó de ser una preocupación. El progreso 
tecnológico de la producción agropecuaria acabó con ella. 
De hecho, la relación entre las enfermedades y la historia es tan ínti-
ma que se puede hablar de "enfermedad de época". Se entiende por ésta 
aquella patología que fue característica de un período de la historia de una 
sociedad. Enfermedad arquetípica de una etapa histórica, cuya sola men-
ción es sinónima de ella. 
Una enfermedad de época responde a dos causales simultáneas: la 
presenciade condiciones y estilos de vida que propiciaron la proliferación 
de tal enfermedad, y la identificación resaltada de la enfermedad por parte 
de la producción de conocimiento médico especializado del momento. La 
primera podría designarse como la causa objetiva de la enfermedad, y la 
segunda como la causa subjetiva de la misma. Ambas causalidades, nece-
sarias pero insuficientes en forma particular, hacen posible, al combinar-
se, la formación de una enfermedad de época. Poco importa que una en-
fermedad haga estragos en la población si la medicina no la concientiza y 
poco importa que la medicina subjetive una enfermedad, con una detalla-
da descripción de su sintomatología y ciclo de desarrollo, si la misma no 
prolifera afectando de manera significativa la mortalidad y la morbilidad 
de la sociedad. Cuando ambas condiciones se dan, estamos frente a una 
enfermedad de época. 
No es la novedad lo que distingue una enfermedad de época. No im-
plica que sea exclusiva de un momento histórico particular. Enfermedades 
de larga data adquirieron repentinamente rango de enfermedad de época 
284 285
-Hermenéutica de la Medicina- 
 278 
porque proliferaron en cuanto a su extensión y frecuencia, y además pasa-
ron a ocupar un lugar relevante en el pensamiento médico del momento. 
El cáncer es un buen ejemplo de ello. Es una enfermedad de época en 
la actualidad, pero que registra antecedentes de miles de años. Razones 
objetivas contribuyeron a distinguirla hasta alcanzar el rango de enferme-
dad de época, como el incremento en el promedio de vida, multiplicando 
los casos al aumentar la proporción de población de avanzada edad donde 
es más frecuente, impulsando así su participación en la tasa de mortali-
dad. Pero también razones subjetivas, como la resolución de otras enfer-
medades por parte de la medicina, creando así la posibilidad de concentrar 
más atención, recursos y esfuerzos en el estudio de esta enfermedad dege-
nerativa, lo que permite registrarla con mayor precisión, adjudicando 
ahora al cáncer episodios necrológicos que antes se adjudicaban a otras 
enfermedades o carecían de diagnóstico, ganando así protagonismo en los 
miedos de la conciencia colectiva por la cantidad de muertes que se le 
atribuyen y por las abominables descripciones de sus efectos. 
Incluso en muchas ocasiones, la propia medicina crea las condiciones 
objetivas y subjetivas que hacen de una patología una enfermedad de 
época. Tal es el caso de las enfermedades psíquicas, con el desarrollo de 
la psiquiatría a fines del siglo XIX. Episodios patológicos que pasaban 
desapercibidos o eran objeto de diagnósticos difusos, con la categoría de 
desordenes mentales, empezaron a ser claramente identificados por la 
medicina y difundidos en la cultura de la época, al punto de convertirlos 
en un recurso cultural para las prácticas evasivas. Fue así como se dispa-
raron los registros de casos de esquizofrenia o paranoia en las estadísticas 
de morbilidad a principios del siglo XX, y de depresión a fines del mismo 
siglo, adquiriendo así condición de enfermedades de época. 
El desdoblamiento de personalidad, del Yo, que supone la esquizo-
frenia, o las fijaciones obsesivas con alteración de los sentidos, que supo-
ne la paranoia, se convirtieron en patologías diagnosticadas con frecuen-
cia, sea porque se presentaban en realidad o porque se recurría a ellas 
como prácticas evasivas o de represión, cuando antes pasaban desaperci-
bidas bajo la categoría de personalidades excéntricas, en el caso de la 
esquizofrenia, o atributos como la terquedad de quienes sostienen convic-
ciones intransigentes en el caso de la paranoia. Lo mismo sucede hoy con 
la ausencia de deseo que supone la depresión, patología cada vez más 
frecuente, diagnosticada con regularidad, sea porque se presenta de forma 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 279 
veraz, sea porque opera como mecanismo cultural de evasión para legiti-
mar la desidia o la indolencia. 
Algo semejante sucedió con la melancolía en el siglo XVI. Enferme-
dad creada y divulgada por la medicina humoral hasta convertirla en en-
fermedad de época. En ella quedaban enrolada una multiplicidad de en-
fermedades psíquicas y fisiológicas, al punto de expandirla artificialmente 
como un mal del momento histórico, ganando lugar en la conciencia co-
lectiva, que no dudo en apelar a ella con usos sociales como la evasión 
individual a mandatos sociales o la represión de conductas incongruentes 
con ellos. 
 La enfermedad y las clases sociales 
Hay enfermedades que son de una clase social. Por lo general de las 
clases sociales subalternas, objeto de algún mal trato por parte de la clase 
dominante. No hay enfermedades de la clase hegemónica. Tal parece que 
la riqueza no enferma a nadie. 
Los que si se enferman, por pertenecer a una determinada clase so-
cial, son los obreros. Éstos padecen patologías directamente asociadas al 
desgaste físico que supone la rutina laboral que afrontan cotidianamente. 
Tal como propone Laurell, el tipo de desgaste físico al que están ex-
puestos varía según el tipo de valoración del capital que se trate. Si es una 
valoración a través de trabajo intensivo o mediante capital intensivo. En el 
primer caso tendremos una valoración del capital a partir de la extracción 
de plusvalía absoluta, y en el segundo caso la valoración del capital será 
consecuencia de la obtención de plusvalía relativa. 
En términos más simples. La valoración del capital es la consecuen-
cia de un ciclo de inversión para la producción del algún bien o servicio. 
Si el resultado final es rentable, se habrá obtenido una multiplicación del 
capital, un volumen de capital mayor al invertido una vez consumada la 
venta del bien o servicio producido. La diferencia entre lo invertido y lo 
obtenido con la venta constituye la ganancia. Ésta no es más que el plus-
valor generado por el trabajador. 
Todos los componentes de la inversión (máquinas, herramientas, 
energía, establecimiento, materia prima, etc.) trasladan a la mercadería el 
valor que contienen. Lo que se pagó por ellos. El único componente que 
traslada a la mercadería un valor superior al pagado es el trabajo. Esta 
diferencia entre lo que se pagó por él y lo que traslada a la mercadería o 
servicio producido no es más que el plusvalor que constituye la ganancia. 
286 287
-Hermenéutica de la Medicina- 
 280 
Si el plusvalor obtenido se logra prolongando la jornada de trabajo y 
pagando magros salarios será de tipo absoluto, típico de las inversiones de 
trabajo intensivo (mucho trabajo manual, poca maquinaria, como en la 
industria textil o en la salud) 
Si el plusvalor obtenido se logra intensificando la jornada de trabajo, 
haciendo con la maquinaria que el empleado produzca mucho en muy 
poco tiempo, será de tipo relativo, característico de las inversiones de 
capital intensivo (poco trabajo manual y mucha maquinaria, como en la 
industria automotriz o farmacéutica) 
Para cada caso de plusvalía, absoluta o relativa, corresponde un de-
terminado tipo de desgaste de la fuerza de trabajo, y por tanto de morbili-
dad en la clase obrera. 
Cuando la valoración del capital es a base de plusvalía absoluta, la 
morbilidad de la clase obrera serán las enfermedades infectocontagiosas 
del grupo familiar, producto de la mala nutrición y las malas condiciones 
sanitarias de la vivienda, a consecuencia del mal salario percibido por el 
sostén de hogar, o bien las patologías de deterioro físico del propio traba-
jador como consecuencia del esfuerzo realizado en las prolongadas jorna-
das de trabajo. 
En cambio, cuando la valoración del capital es con plusvalía relativa, 
la morbilidad de la clase obrera no alcanza a la familia del trabajador, la 
que tiene buen nivel de vida por el salario alto del sostén de hogar, pero 
afecta directamente la salud del propio trabajador, ya sea por el desgaste 
nervioso que ocasiona la intensa jornada de trabajo a la que es sometido, 
ya sea por la contaminación sonora y de los agentesquímicos que se invo-
lucran en el uso de tecnologías intensivas. En ambos casos, el resultado 
son las enfermedades degenerativas del trabajador. 
Variados son los ejemplos que se pueden dar para ambos casos. Muy 
típico de la valorización del capital con plusvalía absoluta son: la hernia 
de disco en trabajadores de la construcción, sometidos a un continuo 
esfuerzo físico con posturas de fuerza con flexión lumbar o la silicosis o 
neumoconiosis en la industria minera, sobretodo en canteras y minas de 
carbón donde el trabajo intensivo para la extracción de piedra produce 
una polución permanente de polvos finos de sílice, mineral muy abundan-
te en el suelo rocoso, que al ser inhalados producen la obstrucción de las 
vías respiratorias y lesiones pulmonares. 
Propios de la valoración del capital con plusvalía relativa son el sa-
turnismo y la asbestosis. El saturnismo es la consecuencia del uso del 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 281 
plomo en la industria química o en las industrias donde se aplican pintu-
ras sintéticas sobre la superficie de los productos, que termina por intoxi-
car al trabajador por la incorporación de volúmenes excesivos de este 
mineral, desatando una sintomatología múltiple a nivel neurológico, gas-
trointestinal, hematológico y urinario. La asbestosis por el uso de asbes-
tos (amianto) en la industria eléctrica o de revestimientos, material que 
desprende fibras cortantes y punzantes, volátiles, que al ser inhaladas 
desatan esta enfermedad, que se caracteriza por lesiones pulmonares e 
incluso el desarrollo de cáncer de pulmón. 
 La enfermedad y los grupos sociales 
La distribución de enfermedades concentradas en determinados gru-
pos sociales, que se focalizan en ellos y no superan sus límites, dan cuenta 
de la particular relación entre la modalidad de vida que imponen las con-
diciones de trabajo de algunas ramas de la producción y el desarrollo de la 
morbilidad. 
El mal de chagas es un ejemplo cercano y gráfico de esta situación. 
Su presencia está perfectamente delimitada en los grupos de trabajadores 
rurales, autónomos o asalariados, de regiones periféricas de la producción 
agropecuaria, con niveles de productividad bajos y de sobreexplotación 
altos, que no posibilitan garantizar viviendas consolidadas. Trabajadores 
rurales condenados a los ranchos, donde no es posible la higiene completa 
y donde anida con facilidad la vinchuca, insecto portador del triponosoma 
cruzi que produce el mal de chagas, y transmisor del mismo a través de 
sus excretas, las que deposita en la piel luego de efectuar la picadura. 
288 289
-Hermenéutica de la Medicina- 
 282 
OTROS VÍNCULOS DE LA CULTURA Y LA SALUD 
 
El hecho que la etnomedicina haga de la etiología de la enfermedad la 
principal unidad de análisis para demostrar la relación estrecha entre la 
cultura y la morbilidad, no significa que desdeñe el estudio de otras ins-
tancias de esta relación. También trabaja en torno a la incidencia de la 
cultura en la interpretación de la enfermedad y en los usos sociales que se 
hace de ella. 
 
Cultura y padecimiento 
 
La categoría por excelencia para abordar la incidencia de la cultura en 
la interpretación de la enfermedad es el padecimiento. Éste es distinto de 
la enfermedad. La enfermedad es una realidad objetiva, una anormalidad 
o disfunción orgánica, en cambio el padecimiento es la manifestación 
sensitiva del episodio patológico. Sensibilidad mediante, la enfermedad 
adquiere rango psicológico, alcanza el plano cognitivo, quedando a mer-
ced de la intervención sociocultural. 
Todo lo que suceda en el terreno de nuestras conciencias esta gober-
nado por la cultura, siendo el padecimiento, como hecho sensitivo, la vía 
de acceso de la dimensión sociocultural hacia la enfermedad. Ahora bien, 
el padecimiento no es sólo el portal de acceso de la cultura hacia la en-
fermedad, también constituye la materia con la cual la cultura opera sobre 
la enfermedad. El padecimiento activa los esquemas cognitivos provistos 
por la cultura para la interpretación de la enfermedad, los que reaccionan 
interfiriendo entre la disfunción orgánica y el mismo padecimiento. Una 
vez activados los recursos culturales del sujeto, la relación entre la enfer-
medad y el padecimiento quedará interferida por la cultura, a tal punto 
que la primitiva relación mecánica entre disfunción corporal y sensibili-
dad de sus efectos muda a una relación negociada, donde la cultura opera 
como árbitro entre las partes, propiciando o distorsionando su congruen-
cia. 
La enfermedad es un hecho corpóreo, en cambio el padecimiento es 
el acto sensitivo, moldeado por la cultura, que conduce a la conciencia 
de la enfermedad. La cultura controla la forma y la intensidad que ad-
quiere el padecimiento, y con él magnifica, distorsiona e incluso oculta la 
enfermedad. 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 283 
La distribución de la enfermedad y el padecimiento no se correspon-
den por completo. Los seres humanos, como seres sociales, tienen que 
filtrar el estado de su cuerpo a través de filtros culturalmente construidos. 
Por tanto, la valoración de la disfunción corporal a través de estos filtros 
culturales pueden propiciar, potenciar, amortiguar o neutralizar el pade-
cimiento. 
La acción de los filtros culturales se desarrolla en dos sentidos: mol-
deando un padecimiento existente, con la interpretación de la enfermedad 
que lo produce, o creando un padecimiento inexistente al consagrar una 
alteración corporal como enfermedad. De esta manera, no es improbable 
que enfermedades de igual naturaleza presenten padecimientos distintos 
según las épocas y las culturas, como tampoco registrar padecimientos 
ante una patología que en otras culturas no merece registro psicosomático 
alguno. 
Estos filtros culturales operan además como reactivos ante el pade-
cimiento. Constituyen modelos explicativos del origen de la enfermedad y 
su consiguiente padecimiento, crean una causalidad, culturalmente cons-
truida, que orienta el desarrollo de una serie de prácticas socialmente 
pautadas a los efectos de afrontar el padecimiento. La intensidad de estas 
prácticas estará dispuesta por la interpretación que los filtros culturales 
hagan del padecimiento. 
Los componentes de los filtros culturales que interfieren entre los 
trastornos corporales y su sensibilidad son múltiples, pero se pueden iden-
tificar algunos que se destacan por su regularidad. Normalidad, diversi-
dad y utilidad son tres componentes característicos. Factores que inter-
vienen en la interpretación cultural del padecimiento, otorgándole rango 
de enfermedad o de salubridad, con respectivos efectos agudizantes o 
inhibitorios del padecimiento, o bien en una dirección causal opuesta, 
provocando un estado de padecimiento al definir una manifestación orgá-
nica con la categoría de enfermedad. 
La cultura asimila la normalidad a la salud. Todo lo saludable queda 
constreñido dentro de los límites de la normalidad, y es la cultura la que 
determina con precisión su trazado. De esta manera, todo lo que rebasa las 
fronteras culturales de la normalidad pasa al territorio de lo patológico. La 
cultura siempre interpreta la enfermedad en oposición a la normalidad. 
Cualquier afección o síntoma anormal es considerado enfermedad, dando 
lugar a alguna forma de padecimiento, mientras que sintomatologías nor-
males, como producto de la generalización de una enfermedad, no son 
290 291
-Hermenéutica de la Medicina- 
 284 
consideradas como tales y no registran padecimiento alguno. En definiti-
va, es la cultura la que define lo que es normal y lo que no lo es. En fun-
ción de ello, lo que es enfermedad y lo que es salud. 
La obesidad ha sido recientemente definida en occidente como una 
patología con múltiples complicaciones. Ha sido identificada como una 
anormalidad, desterrada fuera de las fronteras de lo normal. Como conse-
cuencia de ello, el obeso de la segunda posguerra manifiesta un conjunto 
de padecimientos emocionales y somáticosque en otros tiempos no se 
hacían presentes. Dejar de definir el sobrepeso como un estado normal, 
propio de la calidad de vida, abrió paso al terreno cognitivo toda una 
sensibilidad que estaba neutralizada por este precepto cultural, ahora 
redefinido. Mientras que en oriente, concretamente en la India, el viejo 
precepto cultural de interpretación del sobrepeso se sostiene y en conse-
cuencia los gordos no están expuestos a padecimiento alguno. 
El alcance de la categoría normalidad define los límites entre la di-
versidad y la enfermedad. Si el alcance es muy estrecho la gran parte de la 
diversidad humana será entendida como enfermedad. Si el alcance es 
amplio la gran parte de la diversidad quedará dentro de los parámetros de 
la salud. 
La enfermedad puede ser considerada como sinónimo de diversidad. 
En este caso, los efectos sensitivos de la disfunción orgánica serán inhibi-
dos o minimizados. En dirección opuesta, la diversidad puede ser explica-
da por la cultura como una manifestación patológica, provocando así un 
estado de padecimiento sin que se presente una disfunción orgánica con-
creta. 
El factor diversidad puede alejar el padecimiento ante la enfermedad 
o convocarlo en su ausencia. El primer caso es la locura en las sociedades 
simples, entendida sólo como una diversidad, ahuyentando el padecimien-
to ante patologías que en nuestras sociedades complejas producen desga-
rradoras experiencias sensitivas. El segundo caso es la homosexualidad en 
la sociedad occidental capitalista, que reduce esta práctica sexual distinta 
a una patología congénita, augurando a quienes incurran en estas prácticas 
múltiples padecimientos psicosomáticos en lugar de los placeres que 
garantizaba en los tiempos de la antigüedad. 
El factor utilidad, asociado a la funcionalidad social del individuo, 
también es incorporado por la cultura como componente de los filtros 
para interpretar la enfermedad. La cultura suele entender como enferme-
dad la disminución de las capacidades para poder cumplir con las tareas 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 285 
que al sujeto se le han asignado en la división social del trabajo. Tal es el 
caso de las mujeres inuit, que ante el desgaste de las piezas dentales se 
abandonan y son abandonadas a las inclemencias del clima, una suerte de 
eutanasia, porque se las considera portadoras de una patología irreversible 
que les impide cumplir con buena parte de sus obligaciones sociales. Si 
bien en nuestras sociedades perder piezas dentales no es interpretado 
como un signo de salubridad, lejos está de entorpecer las posibilidades de 
desempeño laboral para la abrumadora mayoría de la población, la que no 
experimenta un padecimiento tan extremo ante el desgaste de las piezas 
dentales. 
La locura se presenta como ejemplo nuevamente, pero en el sentido 
inverso. Los trastornos sicológicos no encuentran utilidad alguna en las 
sociedades complejas. La civilización occidental no ha podido otorgar 
funcionalidad alguna a las alteraciones mentales paranormales, poten-
ciando así los padecimientos de quienes las presentan y condenándolos a 
una categoría social de excluidos, objetos de la discriminación, el despre-
cio o la reclusión. 
Los filtros culturales que interfieren entre la enfermedad y el padeci-
miento no operan en el vacío, responden a modelos cognitivos que varían 
con la cultura. Los modelos se estructuran de acuerdo a múltiples ejes. El 
más recurrente, siempre presente, es el eje que define según la etiología 
de la enfermedad, constreñida en la cerrada opción de asociar o disociar el 
origen de la enfermedad al contexto sociocultural. En el primer caso se 
trata de culturas que interpretan la enfermedad de una manera antro-
pogénica, considerando que la misma es la consecuencia de situaciones 
sociales insatisfactorias o violación de alguna pauta cultural, como es el 
caso de las sociedades simples o la civilización oriental. El segundo caso 
se trata de culturas que entienden la enfermedad de una manera fisiogé-
nica, percibiendo la enfermedad como una cuestión únicamente corpórea, 
como es el caso de la civilización occidental, tanto en los tiempos de la 
modernidad como en la época actual. 
Ambos modelos tienen efectos divergentes ante al padecimiento. El 
modelo antropogénico por un lado potencia los padecimientos, ya que a la 
sensibilidad que impone la sintomatología, propia de la disfunción orgá-
nica, se suma el agravante de la culpa que impone el filtro cultural, pero 
por otro lado ofrece el componente analgésico de una comprensión de la 
enfermedad más rica en significados. El modelo fisiogénico por un lado 
atenúa los padecimientos, pues exime de toda culpabilidad al enfermo en 
292 293
-Hermenéutica de la Medicina- 
 286 
el desarrollo de la disfunción corporal, pero por otro lado agrava los pa-
decimientos al abstenerse de explicaciones dotadas de significados, y por 
tanto carentes de los atributos reconfortantes, sedantes, que la compresión 
integral del episodio patológico ofrece. 
Sintetizando, una vez que los filtros culturales accedieron y se apro-
piaron del sentido de la enfermedad a través del padecimiento, para si-
tuarse entre estos como un canal de comunicación se distorsiona la natural 
relación mecánica-orgánica entre el padecimiento y la enfermedad, a 
causa de la interferencia cultural que los filtros culturales imponen. 
Como resultado de esta distorsión que aportan los filtros culturales se 
constituye una relación multifacética entre el padecimiento y la enferme-
dad, que reconoce 5 consecuencias posibles: 
1. Los filtros culturales puede potenciar o minimizar la en-
fermedad, provocando reacciones sicosomáticas patológicas y/o 
terapéuticas respectivamente. 
2. Los filtros culturales puede tener efecto analgésico y/o 
irritante sobre el padecimiento. 
3. Los filtros culturales pueden crear padecimientos, donde 
no hay disfunciones orgánicas. 
4. Los filtros culturales pueden crear enfermedades donde 
sólo hay manifestaciones orgánicas funcionales. 
5. Los filtros culturales son reactivos, provocan acciones 
ante el padecimiento y definen la orientación e intensidad de las 
mismas. 
Por cierto, la medicina como profesión especializada en la problemá-
tica de la salud, la enfermedad y el padecimiento, hace gran parte de las 
contribuciones cognitivas que conforman la relación entre estas tres di-
mensiones, pero no lo hace de manera independiente sino sujeta a los 
modelos culturales imperantes a los que se subsume siguiendo sus precep-
tos ordenadores. Es decir, gran parte de los conceptos que conforman los 
filtros culturales son creación de los distintos paradigmas de salud, pero 
esto no significa que la medicina gobierne la cultura, pues la producción 
del conocimiento médico no opera sobre el vacío sino sujeta a los manda-
tos culturales de la sociedad donde se desenvuelve. 
 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 287 
Los usos sociales de la enfermedad5 
 
La enfermedad no sólo puede ser ignorada, interpretada, aceptada o 
combatida por la cultura, también puede ser aprovechada por ésta para 
distintos fines sociales, en función de variados intereses y necesidades 
políticas, económicas, laborales, etc. 
La enfermedad encuentra, en interacción con la cultura, un com-
ponente instrumental. La etnomedicina ha encontrado ejemplos del valor 
instrumental de la enfermedad, tanto en el plano de la experiencia social 
colectiva como individual. 
 Los paradigmas de salud y el sentido utilitario de la en-
fermedad 
Los distintos paradigmas de salud incursionan en el carácter utilitario 
de la enfermedad dando respuestas al para qué de la misma. 
La respuesta no está presente en todos los paradigmas. El paradigma 
humoral y el mecanicista nada tienen para decir al respecto. No se aventu-
ran en este sentido. No responden a la pregunta del para qué de la enfer-
medad. En ambos paradigmas la enfermedad no tiene utilidad alguna, es 
completamente perjudicial. Sus efectos son nocivos y no guardan en sen-
tido algunoconsecuencia positiva. Lo mejor que se puede esperar de la 
enfermedad es que no deje secuelas de consideración, sólo un incremento 
del nivel inmunológico para un rango muy pequeño de enfermedades 
infectocontagiosas; por lo demás, la enfermedad no arrojará beneficio 
alguno. 
Esta postura obedece al perfil biologicista de ambos paradigmas. Re-
ducirse a las variables corporales no permite encontrar derivación utilita-
ria alguna a la experiencia mórbida. En el terreno somático, la enferme-
dad no deja consecuencias positivas, éstas se concentran en el terreno 
extrasomático. Un terreno que ambos paradigmas ignoran. 
Los demás paradigmas, como incursionan en el plano extrasomático 
de la enfermedad, tienen respuestas que dar ante el para qué de la expe-
riencia mórbida. Encuentran el perfil benéfico de la enfermedad. Los 
episodios patológicos terminan siempre revelando un sentido utilitario. En 
todos ellos la enfermedad no es un fenómeno inútil. Para algo sirve. La 
 
5 El análisis de los usos sociales de la enfermedad esta parcialmente basado en 
Susan Sontag. 
 
294 295
-Hermenéutica de la Medicina- 
 288 
enfermedad tiene consecuencias reparadoras o superadoras para el indivi-
duo y su entorno social. Consecuencias que encuentran su explicación en 
la etiología misma de la enfermedad. El origen mismo de la enfermedad, 
siempre extrasomático, hace posible que ésta resulte útil. En las causas 
fundantes de la enfermedad radica el sentido utilitario de la misma. En el 
plan de Dios para la medicina popular, en las contradicciones sociales 
para la medicina social, en el equilibrio energético para la medicina orien-
tal, en la armonía con la dynámesis para los hipocráticos y en la convi-
vencia con los espíritus en la medicina aborigen. 
En el paradigma social la enfermedad tiene su lado benéfico. Este pa-
radigma responde a la pregunta del para qué de la enfermedad y encuentra 
una respuesta de rango propositivo y excitante. El episodio patológico 
constituye un hecho que contribuye a tomar conciencia y movilizar a los 
grupos sociales, a los efectos de resolver las contradicciones que degradan 
las condiciones de vida. El impacto de la enfermedad es propositivo por-
que contribuye a mejorar las condiciones de vida. El saldo final de la 
enfermedad debe ser un incremento, una mejora en los ingresos, los servi-
cios, en la consolidación habitacional, en el saneamiento ambiental, en los 
dispositivos de las condiciones laborales y en las relaciones laborales. Un 
resultado que exige la excitación del paciente, que debe activarse, movili-
zarse en procura de mejorar sus condiciones de vida. 
La enfermedad tendrá así una utilidad social. Mejorar las condiciones 
de vida del grupo de pertenencia del paciente. Pero también una utilidad 
cultural. La enfermedad habrá despertado las conciencias de los enfermos 
y sus grupos de pertenencia, constituyendo un episodio que pondrá en 
evidencia, ante sus mentes, las contradicciones y los conflictos sociales 
que los agobian. 
En los paradigmas aborigen, oriental e hipocrático la respuesta al para 
qué de la enfermedad es de índole reparadora, correctiva. La enfermedad, 
en estos tres paradigmas constituye un fenómeno que permite retrotraer 
las cosas a su estado original. El saldo de la enfermedad no agrega nada 
nuevo a la realidad, sólo recupera lo que se había perdido: la armonía, el 
equilibrio entre las distintas dimensiones de lo real. Recuperar el equili-
brio energético para los orientales, la observación de la norma para los 
aborígenes y la armonía del hombre con la dynámesis para los hipocráti-
cos. Es pobre el beneficio del episodio patológico, sólo permite recuperar 
un estado anterior de cosas, nunca superarlo. Corregir la conducta desvia-
da del paciente es el beneficio sobresaliente de la enfermedad en estos tres 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 289 
paradigmas. En este punto se detiene la utilidad de la enfermedad para los 
paradigmas oriental e hipocrático. Sólo en el aborigen la utilidad trascien-
de el plano individual del paciente, logrando un impacto de escala social. 
La enfermedad habrá contribuido a ratificar las normas sociales que son 
comunes para todos, que hacen a la cohesión del conjunto y contribuyen a 
la armonía social. 
El paradigma popular se caracteriza por tener un estilo muy propio en 
el tratamiento de la utilidad de la enfermedad. Encuentra en la pregunta 
del para qué de la enfermedad una respuesta propositiva y sedante. Gra-
cias a la enfermedad el paciente aumentará dos atributos: la sabiduría y la 
calma. Obtendrá un saldo benéfico. Un beneficio cognitivo y otro emo-
cional. Una completa redención que le asegura una visión superadora de 
la realidad circundante y existencial, y una actitud serena para sobrellevar 
el padecimiento patológico. La enfermedad, como experiencia de sacrifi-
cio estimulará su reflexión, incluso cambiará la perspectiva de la misma, 
alcanzando conocimientos que hasta el momento habían resultado imper-
ceptibles. Y al percatarse del tal saldo positivo, volverá sobre la enferme-
dad misma para resignificarla en un sentido benéfico, causante de una 
actitud tolerante y calmada ante el padecimiento. 
La enfermedad tendrá así un beneficio individual, pero de escasa pro-
yección social que no trasciende los límites del grupo íntimo del paciente. 
 Enfermedad como señal de conflictos sociales 
La peste de gripe del siglo XVI, que diezmó el 80% de la población 
en el virreinato del Perú, representó el desenlace final de la acumulación 
de conflictos sociales de gran escala e intensidad. La sobreexplotación de 
la fuerza de trabajo de las comunidades aborígenes, a través de la mita 
(trabajo rotativo) en las minas, terminó por desestructurar estas comuni-
dades, las que desprovista de la fuerza de trabajo necesaria para los traba-
jos agrícolas, pues los hombres en plenitud de sus capacidades laborales 
eran retenidos en los socavones, perdieron la posibilidad de asegurar los 
cultivos para su subsistencia, generando un estado de desnutrición genera-
lizado que redujo las defensas orgánicas de la población frente a las nue-
vas enfermedades introducidas por el español. El resultado final: una 
epidemia de gripe que terminó con el grueso de la población. Epidemia 
que fue la consecuencia más grave del conflicto social, pero también la 
alarma más elocuente de su nivel insustentable. 
 Enfermedad como potenciador del cambio social. 
296 297
-Hermenéutica de la Medicina- 
 290 
La peste negra del siglo XIV en Europa es el dato por excelencia de 
la enfermedad como herramienta para el cambio social. La peste bubóni-
ca, así llamada por el síntoma característico de la buba o inflamación de 
los ganglios linfáticos, terminó con el 50% de la población de Europa 
occidental. 
La enfermedad, que encuentra su ámbito favorable en sociedades aso-
ladas por la pobreza extrema a escala masiva, donde las ratas y las pulgas 
proliferan en la precariedad material que la pobreza impone, tiene como 
agente de contagio a estas mismas pulgas que comparten hombres y ratas, 
socios de la miseria. Las ratas portadoras de la bacteria yersinia pestis 
infectan a las pulgas, y éstas a los hombres que conviven con ambas. Lo 
que sigue es una ola de contagios por el aire a través del aliento de los 
enfermos, que emana gotas minúsculas que quedan suspendidas en el aire, 
provistas de la bacteria, y que otras personas cercanas inhalan al respirar. 
La propagación de la pulga al hombre y de éste a sus congéneres se hace 
de forma vertiginosa, sobretodo en un escenario de hambre, desnudez y 
mugre. 
La tasa de mortalidad es muy elevada, la enfermedad evoluciona muy 
rápido y en pocos días ocasiona la muerte, la que se multiplica con un alto 
impacto demográfico. La considerable disminución de la población y la 
forma abrupta en que lo hizo dejó a la clase hegemónica sin capacidad de 
respuesta ante el despoblamiento de sus campos. Esto desatóuna compe-
tencia entre los señores feudales para proveerse de la fuerza de trabajo 
necesaria para explotar sus tierras. Los siervos sobrevivientes a la peste 
aprovecharon muy bien esta demanda y consiguieron las conquistas socia-
les (salarios en dinero, trabajo por arrendamiento, mayores libertades) que 
dieron lugar a las cimientes de la sociedad burguesa. La yersinia pestis, 
causante de la peste bubónica, nos sacó del medioevo. 
 La enfermedad como expresión corporal de los conflic-
tos individuales. 
Está consolidada la idea de los efectos sicosomáticos sobre la salud. 
La presencia del componente anímico y existencial en el desarrollo de las 
patologías. Enfermedades respiratorias, dérmicas, alérgicas están asocia-
das al cuerpo como recurso para la expresión de problemáticas vinculadas 
al estado emocional y a las vivencias de la persona. También es de fácil 
comprobación la incidencia de las crisis personales, con fuerte registro 
emocional y conmoción de los valores existenciales, en la ocurrencia de 
accidentes cardiovasculares. 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 291 
Los ejemplos podrían extenderse, todos operando como enunciados 
observacionales, que comprueban la hipótesis de la unidad psíquico física 
del individuo. Unidad que hace del cuerpo un factor más de manifestación 
del conflicto personal, junto a los canales verbales y de conducta, sobre-
todo cuando estos dos se ven sobrepasados o interferidos. 
La relación cuerpo mente sería dual y cíclica. De acción y reac-
ción. Así como la disfunción orgánica tiene su registro mental (miedo, 
angustia, ansiedad ante la enfermedad) la crisis anímica existencial tiene 
su registro corporal. En palabras de Galeno: "El cuerpo, instrumento del 
alma" 
 La enfermedad como herramienta para la discrimina-
ción. 
Hay hechos claros en la historia de los padecimientos que comprue-
ban este uso social de la enfermedad. Algunos vinculados al pasado, co-
mo la lepra o la epilepsia. 
Desde la antigüedad, y sobretodo en la Edad Media, pues la eclosión 
de la lepra se alcanzó entre los siglos X y XIV, los leprosos eran confina-
dos, marginados y expulsados del medio social. Era una enfermedad es-
tigmatizante, causa segura de la exclusión por la deformidad corporal que 
producía y el alto riesgo de contagio. Disipada la propagación de la lepra, 
la viruela ocupó su lugar en los siglos XIX y primera mitad del XX, exac-
tamente con los mismos resultados culturales: la exclusión de los afecta-
dos por la deformidad corporal y el riesgo de contagio. 
Los epilépticos, sobretodo de género femenino, acusadas de brujas y 
víctimas de la inquisición. Carne para la hoguera en los autos de fe públi-
cos, tendientes a reafirmar la religiosidad cristiana por medio del miedo y 
la violencia. 
Todas estas enfermedades, consagradas como vehículos para la dis-
criminación social, comparten una particularidad, implican una estigmati-
zación que opera a escala individual, pero que de ninguna manera se aso-
cia a una extracción social o pertenencia grupal. La discriminación por 
estas patologías se hace a individuos, no a grupos sociales. El conjunto de 
personas que las padecen, y son discriminadas por ello, no presentan 
límites sociales que sean coincidentes con algún grupo social o clase 
social en particular. Son simplemente el grupo de personas que padecen la 
enfermedad, que motiva la discriminación; ésta es la única particularidad 
que los define, no pudiéndose identificar alguna otra particularidad común 
fuera de ella. La enfermedad que padecen no se concentra en alguna clase 
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-Hermenéutica de la Medicina- 
 292 
social o en algún grupo social en particular, se extiende transversalmente 
en la estructura social, sin proliferar especialmente en algunos de sus 
segmentos. Por tanto, padecerla no es sinónimo de pertenencia a ningún 
grupo que presente especificidades culturales o socioeconómicas, sólo se 
trata del grupo que comparte una especificidad estrictamente mórbida, la 
enfermedad estigmatizante. 
En la actualidad, el protagonismo de las enfermedades estigmatizan-
tes que operan a escala individual lo tiene el cáncer. 
Enfermedad aborrecible, que avergüenza a los que la padecen, que 
genera una actitud de rechazo o aversión por parte de los sanos, aún sa-
biendo que no existen posibilidades de contagio. El rechazo está centrado 
en la presencia de la muerte. El cáncer expresa la muerte de forma multi-
facética. 
El enfermo de cáncer provoca aversión porque la enfermedad tiene 
resultados deformantes; las células han degenerado, han desviado su re-
producción, provocando el desarrollo de tejidos que subvierten el estado 
corporal y devoran el organismo. 
Pero la deformidad del cáncer trasciende lo meramente estético, vi-
sual. Adquiere un significado más potente debido a que el sarcoma, la 
metástasis, representan la corporización de la muerte. La muerte, con la 
reproducción celular subversiva del cáncer, desarrolla su propia corpora-
lidad devorando la corporalidad del enfermo. El enfermo de cáncer, ante 
los ojos de los demás, se encuentra en estado de gravidez. Una gravidez 
abominable, pues la criatura que alimenta en sus entrañas no es otra cosa 
que la muerte misma, la que ha logrado materializarse con un desarrollo 
independiente y parasitario del enfermo. 
La presencia estigmatizante de la muerte se manifiesta también por su 
condición de enfermedad mortal. Se trata de una enfermedad que carece 
de tratamiento eficaz, que irremediablemente conduce a corto o mediano 
plazo a la muerte. Hablar de cáncer es referirse a la muerte. Cáncer es el 
nuevo significante de la muerte. 
También el cáncer es sinónimo de muerte, porque implica la ausencia 
de la fuerza vital por parte de quien lo contrajo. La interpretación cultural 
que se hace del cáncer encuentra su referencia en la frustración y la des-
esperanza. En el fracaso de vivir, en la ausencia o agotamiento de las 
razones existenciales, y por tanto en la manifestación somática de una 
vida que carece de contenidos vitales. Contrariamente a otras enfermeda-
des que se asocian a determinadas acciones, el cáncer es la enfermedad de 
-Lic. Andrés M. Raggio- 
 293 
la inacción, de aquellos que ya no tienen la capacidad de afrontar las 
acciones vitales que supone la vida. La sombra de Bichat se cierne sobre 
esta idea. Definió la vida como el conjunto de acciones tendientes a evitar 
la muerte. El cáncer es entendido, de acuerdo a esta lógica, como la inca-
pacidad anímica, sicológica de emprender las acciones vitales que permi-
ten eludir la muerte. El individuo que padece cáncer rememora el zombi 
de las religiones africanas, un estado intermedio entre la vida y la muerte, 
de alguien que aún está entre nosotros pero que ya carece de la fuerza 
vital vedada a los muertos. 
Fuera de las enfermedades que suponen una estigmatización discri-
minatoria, que opera a escala individual, están aquellas que implican una 
estigmatización, que opera a escala colectiva. Que se asocian con conduc-
tas o condiciones de vida propia de determinados grupos sociales. Hay en 
estos casos una correspondencia de límites sociales entre el grupo que 
comparte el padecimiento mórbido y un grupo que comparte determina-
das especificidades culturales o socioeconómicas, pues se trata de enfer-
medades que no avanzan indiscriminadamente en la estructura social, sin 
hacer distinción de clases o grupos sociales sino que se concentran en un 
grupo social particular, proliferando especialmente dentro de sus fronteras 
sociales. De esta manera, padecer la enfermedad se convierte en indicador 
de una específica extracción social, y no cualquiera, por el contrario, una 
que presenta cualidades económicas o culturales que no gozan de aproba-
ción social. Esta forma de exclusión, vehiculizada por la enfermedad, es 
más fuerte pues implica la reacción del grupo de los sanos, no sólo con la 
actitud de aislar a los enfermos sino también de combatir al grupo social 
donde la enfermedad prolifera.Es una enfermedad estigmatizante, que 
refuerza una discriminación social preexistente. Es decir, la discrimina-
ción rebasa los límites del conjunto de los enfermos y se hace extensiva al 
grupo social al que pertenecen, sin importar que hayan contraído o no la 
enfermedad. La enfermedad termina legitimando la discriminación belige-
rante del grupo social donde prolifera, alcanzando tanto a los individuos 
enfermos como a los sanos. 
En el siglo XV, la protagonista de esta forma de discriminación por 
razones patológicas se ubicará en el terreno de la sífilis, verdadera pan-
demia de fines de la Edad Media y comienzos de la modernidad. Fue 
estigmatizante por estar asociada a conductas moralmente reprobables. La 
inconducta sexual, actos de promiscuidad y fornicación, sumamente con-
denables para la ética católica dominante en aquellos tiempos, centrada en 
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-Hermenéutica de la Medicina- 
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los hábitos sexuales. Era la enfermedad de los pecadores, con conductas 
sexuales reprochables, que terminó legitimando la represión de este tipo 
de conductas y al conjunto de los libertinos sin importar la presencia o 
ausencia de los síntomas de la enfermedad. 
El cólera siguió este mismo camino. Alcanzó su máxima extensión 
en el siglo XIX. Reemplazó el lugar que había ocupado la sífilis. Pero esta 
vez, el segmento social al que se hizo extensiva la discriminación lo cons-
tituyeron los marginales. La enfermedad se interpretó como manifestación 
de la pobreza extrema, del atraso, de la negligencia en materia de higiene, 
de la ignorancia sanitaria, del abandono y la falta de iniciativa para prove-
erse de las condiciones materiales mínimas de vida. El cólera reforzó la 
discriminación a los pobres. Aportó nuevos argumentos para legitimar su 
marginalidad, para promover su aislamiento y confinamiento en zonas 
apartadas, su desplazamiento para evitar el contacto con la parte sana de 
la sociedad. Los segmentos sociales privilegiados por el sistema, ante la 
irrupción de los brotes de cólera, reclamaron, con renovados ímpetus y 
argumentos, la exclusividad de sus ámbitos, libres de la presencia de los 
pobres. 
En nuestra sociedad aún quedan médicos que describen la homo-
sexualidad como una patología de orden genético. El homosexual sería 
por tanto un enfermo, susceptible de ser como cualquier otro enfermo, 
suspendido en sus funciones sociales, discriminado, relegado. Un desvia-
do, con hábitos sexuales contra natura. Lo que legitima la discriminación, 
no sólo a todos los que tengan conductas sexuales disociadas del sexo 
opuesto, sino también a todos aquellos que no tengan los rasgos masculi-
nos o femeninos culturalmente pautados, lo suficientemente acentuados. 
Las sospechas y el desprecio por la homosexualidad se hace extensiva así 
a afeminados, castos, onanistas, impotentes, solteros empedernidos, ami-
gos entrañables y todo aquél que se aparte de la heterosexualidad mo-
nogámica consagrada en el matrimonio. Lo curioso es que genéticamente 
somos descendientes de españoles e italianos, pueblos que en los tiempos 
del Imperio romano practicaron la homosexualidad en forma generaliza-
da. Si hay algo que no se pierde, con el paso de los siglos, es el registro 
genético. Si la homosexualidad fuera genética deberíamos seguir siendo 
homosexuales, como nuestros ancestros. 
Hoy el ejemplo más paradigmático es el SIDA. Enfermedad recurren-
temente asociada a prácticas que se consideran culturalmente inapropia-
das, como el consumo de alucinógenos y la homosexualidad. La enferme-
-Lic. Andrés M. Raggio- 
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dad de inmunodeficiencia adquirida es un efectivo mecanismo para refor-
zar la discriminación de estos grupos sociales. Incluso va más allá. Es una 
enfermedad asociada a los negros africanos. La culpa original recae en 
ellos y se traslada a los grupos vulnerables, afectos al consumo de drogas 
o la vida sexual desordenada. Como en todos estos casos, la discrimina-
ción no se limita a los que presentan síntomas declarados, se hace exten-
siva a todos los grupos sociales asociados a la patología. Negros, homo-
sexuales y drogadictos. Todos discriminados por igual, culpables de un 
mal endémico que por su alta mortalidad y su condición de infectoconta-
giosa amenaza a los grupos sociales inocentes, la parte sana de la socie-
dad, que sostiene patrones de conducta culturalmente aceptables, y 
además es blanca y que reivindica para sí misma acciones profilácticas 
para protegerse de la infección. Acciones profilácticas que incluyen la 
represión de los drogadictos, la marginación de los negros y la exclusión 
de los homosexuales en su conjunto, portadores o no de la enfermedad. 
Refuerza esta generalización discriminatoria el comportamiento de 
propio virus causante de la enfermedad. Su transmisión no implica nece-
sariamente el desarrollo de la enfermedad. Se puede tener el virus sin 
desarrollar la enfermedad. La figura del portador sano legitima poner a 
todos bajo sospecha. Todos los miembros de los grupos sociales donde 
prolifera la enfermedad SIDA son susceptibles de ser discriminados, no 
sólo por su condición de negros, drogados y homosexuales sino también 
por la presunción de enfermedad; la ausencia de síntomas no es garantía 
de la ausencia del virus contagioso. 
 La enfermedad como figuración social. 
No siempre la enfermedad es maléfica. Ocurre que tenga significado 
positivo. Que se transforme en manifestación somática de cualidades 
personales o sociales. 
En las sociedades simples, la enfermedad está íntimamente vinculada 
a las condiciones de admisibilidad para la única profesión que existe, la 
de curar. Para ser reconocido como Shaman es necesario, en la mayoría 
de ellas, dar cuenta de padecer trastornos siquiátricos. No se puede pre-
tender el desempeño de tal función social sin dar cuenta de locura a través 
de una persistente conducta desordenada. En otras sociedades simples, se 
es más exigente todavía: se requiere, como condición de ingreso a la 
profesión shamánica, haber hecho de la enfermedad una hazaña. Haber 
alcanzado la figuración social, superando la prueba de una enfermedad 
considerada incurable. Es imperativo distinguirse socialmente con la 
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hazaña de la curación en un escenario patológico de pronóstico fatal para 
promoverse y ser promovido como el shaman de la comunidad. 
La obesidad en la India sigue siendo un motivo de distinción social. 
Para nosotros es un problema, causal de múltiples problemas derivados; 
los molestos kilos de más que perjudican el desenvolvimiento social, 
antiestéticos, pero también disfuncionales para el organismo. En países 
como la India, donde el hambre es moneda corriente, donde comer lo 
justo, mínimo necesario es una ambiciosa aspiración, estar gordo es un 
indicador de privilegio. Los kilos de más no están realmente de más, no 
en lo concerniente a lo social; es un rasgo claro que hace indisimulable un 
rango social propio de las clases dominantes. 
Algo semejante sucedía en la Europa decimonónica con la patología 
de la gota. Era una enfermedad de señoras y señorones. Padecer esta 
enfermedad era sinónimo de buena mesa, de vida sedentaria, propia de 
familias pudientes que contaban con los suficientes recursos como para 
gozar de una dieta abundante, y con las rentas necesarias como para verse 
liberados de la obligación de trabajar. Presentar los síntomas de la gota 
era un signo de membresía social. Lejos estaban sus portadores de ocultar 
el padecimiento de la gota. Escombro se hacía entorno al tema, sobretodo 
en público. Recomendable era poner en evidencia la enfermedad como 
forma de destacar la pertenencia a una clase social privilegiada. La gota 
conformaba todo un ritual de gestos, actitudes, comentarios para pavonear 
una situación socioeconómica destacada. 
Semejante en algunos aspectos era la significación social de la tuber-
culosis. Era una enfermedad estetizante durante el siglo XIX y primeras 
décadas del XX. Los síntomas

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