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Assoun-Paul-Laurent-El-Perjuicio-Y-El-Ideal

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Paul-Laurent Assoun
EL PERJUICIO 
Y EL IDEAL 
Hacia una clínica social 
del trauma
Ediciones Nueva Visión 
Buenos Aires
159.964.2 Assoun, Paul-Laurent
ASS El perjuicio y el ideal - 1a ed. - Buenos Aires:
Nueva Visión, 2001
240 p.; 19x13 cm.
Traducción de Paula Mahler
ISBN 950-602-429-4
l Título -1 . Psicología Social
Título del original en francés:
Lepréjudice et l ’idéal. Pour une clinique social du trauma 
© Ed Anthrophos, 1999
Este libro se publica en el marco del Program a Ayuda a la Edición 
Victoria Ocampo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia 
y el Servicio Cultural de la Em bajada de Francia en la Argentina.
© 2001 por Ediciones Nueva Visión SAIC , Tucumán 3748, (1189) 
Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que 
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
Introducción
EL SUJETO DEL PERJUICIO: 
TRAUMA IDEALIZADO
¿Qué te han hecho, a ti, pobre niño?1
La pregunta de Goethe nos ubica en el centro mismo de lo cuestionado 
por el psicoanálisis, de lo que querríamos hacernos eco aquí, como lo 
que, al retornar, lo interroga: alusión a un cierto perjuicio de origen 
-en forma de exclamación a la patética perplejidad-, que se supone 
inflige a un niño -pues siempre se trata de un niño, hasta en las 
formas más “adultas” de daños inconscientes-, un “otro” enigmático, 
causa putativa de esta “adulteración”.
Quizás el creador del psicoanálisis, alimentado por el texto de 
Goethe, como en una reminiscencia, se haya recordado a sí mismo, en 
un momento decisivo -probablemente el que toma acto del mismo 
nacimiento del psicoanálisis-.2 Esto nos dice que hoy es preciso un 
redescubrimiento de este origen, cuando la figura del perjuicio está 
en el cénit de la “enfermedad de la civilización”.
En efecto, se trata de designarla como la pregunta simultáneamen­
te más actual -porque algo del síntoma colectivo adquiere significado 
aquí y ahora- y la menos nueva -ya que da cuenta del centro mismo, 
traumático, de lo originario infantil-. Cuestión de “época”, en la 
medida en que cada época le da su estilo -radicalmente singular- a 
este problema atemporal.
Lo que la práctica clínica muestra y encuentra en lo cotidiano de la 
enfermedad es este avance de un cierto sentimiento de perjuicio, 
configurado en el malestar de sus formas sociales singulares. Esta 
referencia a los “perjuicios” en su materialidad organiza una posición
1 Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister.
2 Carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897, citada por Jeffrey Moussai'eff 
Masson, Le Réel escamoté, Aubier, 1984, p. 132.
subjetiva que podemos denominar perjudicial: oímos que el sujeto 
organiza su habla y su acción alrededor de esta convicción de un 
perjuicio cuya eventual reparación exige —con formas más virulentas
o de modos más discretos-, pero que, sobre todo, organiza su estilo de 
vida (inconsciente) y su estar-en-el mundo y la relación con los demás.
Un sujeto que tiene de qué quejarse, por supuesto, pero que no sabe 
cuál es el tema del objeto de su queja. Aquí interviene la posición del 
inconsciente, en el nexo entre la clínica y lo social.
Pues el hecho es indisolublemente colectivo -perjuicio “generaliza­
do”, de alguna manera-y está articulado con la posición singular de 
los sujetos, uno por uno. Por consiguiente, parece pertinente y 
fecundo retomar la actualidad del malestar de la civilización a través 
del tem a del perjuicio, a través de ese “pliegue” del sujeto del malestar 
-en tanto viene a generar sus modos de idealización (mórbidos) y 
cuestionar el ideal-de-civilización (Kulturideal),3 lo que hace de él un 
factor de verdad.
La ecuación traumática
o la “pregunta de Mignon”
Cuando Freud percibe un cierto eco del trauma originario en el 
sufrimiento neurótico, le escribe a su amigo Fliess lo que Goethe 
había puesto en boca del personaje Mignon, en los Años de aprendi­
zaje de Wilhelm Meister.
Tomemos esta expresión, -esos versos extraídos de la Balada de 
M ignon- en su letra, para comprender por qué puede servir de 
epígrafe para nuestra cuestión -estructural- que quiere volver a 
lanzar de la manera más aguda la coyuntura (de un cierto malestar 
de estructura). Un espectrograma de la expresión muestra la proble­
mática a la que la pregunta de Mignon, la heroína miserable, da su 
valor de verdad con todo su pathos.
El centro de gravedad de la exclamación interrogativa está en el 
“qué”: “¿qué te hicieron?” En ese objeto del perjuicio está condensado 
el nudo de preguntas solidarias: ¿quién te hizo?, ¿cómo?, ¿por qué? Por 
un efecto de aspiradora nos vemos remitidos al punto oscuro del 
trauma, exorbitante real y enigmático.
3 P.-L. Assoun, Freud et les sciences sociales. Psychanalyse et théorie de la 
culture, Armand Colin, 1993, p. 124.
WAS = qué, objeto del trauma perjudicial
HAT MAN = te han, acto que perjudica al sujeto anónimo
DIR = a ti, sujeto destinatario de la demanda y objeto
del perjuicio: por lo tanto, sujeto-objeto 
ARMES KIND = pobre niño, calificación del sujeto del incali­
ficable perjuicio, objeto de compasión nom­
brado por su perjuicio (colocado, por reforza­
miento, en aposición de esta segunda perso­
na interpelada)
GETAN = hecho, acción -perjudicial- del Otro, que se
inscribe como “pasión “ de la “víctima”.
De esta manera, detrás de la expresión en su opresiva concisión, se 
dibuja una impactante ecuación de la cuestión del perjuicio origina­
rio y, con la densidad del verbo de Goethe, que Freud amaba, vuelve 
a su memoria, como eco de la pregunta sobre sí mismo, la pregunta 
sobre el sujeto de la “escena originaria”.
Por otra parte, no es indiferente que en este pasaje de los Años..., 
el sujeto de la interpelación sea impreciso: ¿es la misma interesada a 
la que se interpela, en ese momento de lamento que el autor pone en 
su boca? ¿O es el autor quien interroga y, en este caso, a quién se 
dirige, más allá de ella, sino al lector al que se le pide que sea testigo 
de este enigma? Ejemplo paradigmático de “polifonía” en el sentido 
bajtiniano, en la que es indiscernible el sujeto que habla en el texto.
Esta “polifonía” tiene más de un referente: el que habla o al que se 
habla es justamente el sujeto del perjuicio, colocado en posición de 
oráculo ciego, que se plantea como otro testigo. En efecto, él solo podría 
decirlo pero, ¿puede hacerlo, en cuanto es denominado y designado 
por su “siniestro”? La fórmula de Goethe echa mano de una cierta 
captación melancólica del sujeto en su malestar.
Ahora bien, éste es el hecho decisivo: con este auto-cuestionamien- 
to - “heterológico”-, Freud, confrontado con el reverso de la seducción 
fantasmática, propone hacer “una nueva divisa”.
Un trauma llamado Mignon
En efecto, Freud inscribe en un momento decisivo, en el frontispicio 
del psicoanálisis, este verso de la saga de Mignon. Decisión de erigir 
como “divisa” (Motto), como baütismo del psicoanálisis, para re- 
dirigirlo a aquellos de los que la recibe -y, por consiguiente, a todos
los analistas- es decir, los sujetos de la escena originaria: ¡esa ciudad 
siniestra cuyo príncipe es un niño!
¿Quién es Mignon, la heroína epónima del complejo que intenta­
mos circunscribir?
Es el personaje con el que se encuentra Wilhelm Meister durante 
sus peregrinaciones. A pesar de su nombre, es una “nena”, lo que 
podemos llamar “niño-nena”. Es significativo que Goethe haya duda­
do del sexo de su personaje, porque cuando lo forja habla de “él” o de 
“ella” -como una madre que ignora el sexo del niño por nacer-. De hecho, 
todo sucede como si Goethe presintiera como un elemento esencial en 
la naturaleza de “Mignon” una vacilación de la sexuación, como si el 
trauma que ella encarna debiera conjugarse con lo “neutro”. Mignon 
-que finalmente será una nena- es primero, “el pobre niño”, sacado de 
su patria-esa Italia que para Goethe es el lugar del deseo feliz-, raptado 
y maltratado, y al que se le impone, con el exilio, la desposesión, 
irreversible y dolorosa, de sí mismo. Objeto de malostratos tanto más 
impresionantes cuanto que dejan de evocarse -como algo “peor” que es 
indecente enunciar- y que, después, muere de nostalgia.
Mignon es la “criatura” (das Geschópf), “el niño” (das Kind) -pa­
labras de género neutro, traducción de un efecto de estructura que 
vamos a tratar de discernir-. Lo más preciso que podemos decir es 
que su desamparo -físico y moral- permite transparentar un trauma 
oscuro -que provoca una compasión fascinada en el que se propone 
ser su salvador, ese prototipo de la “novela de formación” (Bildungs• 
román) que es el viajero Wilhelm Meister-,
La que traiciona su significación es la “sombra” del trauma de 
origen sobre su persona. No sólo Mignon presenta la imagen de la 
traumatizada, sino que da su nombre de bautismo a un trauma que 
encarna en su persona y en su vida desafortunada. Esto no impide 
que Wilhelm Meister sea objeto de una seducción y el “tropismo” de 
una felicidad a recuperar. Embelesada, ella tiene el carácter “encan­
tador” de la traumatizada -lo que se confirma en una “elección de 
objeto particular” cuya existencia se comprueba-. Encanto trastorna­
do, entre la santidad y la anorexia, de las jóvenes traumatizadas por 
los hombres hasta la “oblación” un poco obsesiva -fila que va, sin 
dudas, de Mignon hasta Lol V. Stein-...4
La cita de Freud, epígrafe de nuestra problemática, aparece en la 
“balada” que abre el libro III de los Años...3
4 Marguerite Duras, Le ravissement de Lol V. Stein, 1964.
3 Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister.
Surge de manera inesperada en medio de la evocación idílica y 
sensual de la Italia natal, por la que sueña incurablemente y que no 
sabemos si pudo conocer. En todo caso, se trata de ese lugar de placer 
originario del que ha sido frustrada para siempre.
El incipit de esta balada es el verso célebre en el que vibra el mítico 
Heimat:
¿Conoces el país en el que florecen los limoneros?
Sobre el fondo “azul” de este paisaje lujurioso, de la casa acogedora 
ala que el enamorado querría llevar a su bienamada -soñando con la 
dulzura de vivir juntos allí-, surge, como una mancha, la evocación de 
esta irrecusable miseria, esa “sombra” en el sol:
Y las estatuas de mármol se levantan y me miran.
¿Qué te han hecho, a ti, pobre niño?
Este es el trauma originario: el lugar oscuro de un “error” y de un 
perjuicio que ponen una mancha en la belleza del mundo, lo que 
inscribe la sombra de la infelicidad en el cuadro festivo de la felicidad. 
Pasado inolvidable que viene a estropear las promesas de felicidad, do­
bladillo de “noche” en pleno mediodía.
Hay que señalar que las efigies de la Cultura -los monumentos de 
mármol que hacen al esplendor de Italia, al lado de los limoneros- 
toman la palabra para hacer la pregunta. Esta pregunta viene del 
Otro marmóreo -según una bella intuición de Goethe- que Mignon 
cree entender que le recuerda con compasión su infelicidad, que 
explota sobre la felicidad del Origen. Del otro proviene el lamento: 
“ ¡Pobre de mí!".
Clavada en el centro de esta balada surge “la idea negra” como lo 
que estropea la felicidad, en presencia de lo ideal. La imagen de mármol 
sugiere que la pérdida del objeto está idealizada. Goethe no se equivocó 
al hacer de Mignon el emblema de la poesía del duelo (de sí).
Del “trauma mignon” a la pregunta freudiana
¿Por qué Goethe bautizó Mignon6 a este ser definido por su infelici­
dad? Mignon, adjetivo nominalizado que evoca la ternura frente a
6 En francés, mignon, es un adjetivo que significa bonito, lindo. [N. de la T.]
alguna linda preciosidad -que, por otra parte, enseguida reprime el 
sentido original de la palabra, ya que “bonito” sirve para designar a 
un “mendigo”—. ¿Por qué dotó de una encarnación tan linda al ser 
traumático? ¿Qué vienen a hacer aquí el amaneramiento y la afecta­
ción de una atracción, para cubrir con ellos los despojos del ser 
desheredado? ¿Qué puede tener de “bonito” ese cuerpo frágil e 
hipersensible, atravesado de espasmos y repugnante en su género, ya 
que está marcado por malos tratos originarios? ¿Hay que compren­
der que la joven damnificada sigue siendo “bonita” a pesar del daño,
o que saca de ese daño una “preciosidad” particular?
De hecho, el efecto de contraste entre significado y significante 
contribuye misteriosamente a conferirle al personaje su alcance 
emblemático -a l punto que Goethe confesó que escribió toda la novela 
para introducirla a ella, que parecería no ser otra cosa que una silueta 
de encuentro del héroe-viajero-. Mignon es el niño inocente, “gracioso 
como un corazón”, pero damnificado. Manera de subrayar que el ser 
asesinado conserva, más allá del horror del tratamiento de que fue 
objeto, ese carácter “bonito” de la infancia que resiste. No podríamos 
decirle “bonita”. Lo que pasa es que en ella se encarna el trauma 
llamado “Mignon”.
En el texto de Goethe y en la actitud de Wilhelm Meister, Mignon 
detenta el encanto turbio del trauma: lugar del perjuicio innombra­
ble, también índice de un ideal. Allí se hace la pregunta de la 
“recepción” del perjuicio del otro: ¿qué quiere Wilhelm Meister de 
Mignon, qué espera de ella, qué pretende darle? Sin duda, emociona­
do por su desamparo, ayudarla, asegurarle su tierna compasión a la 
que llama “mi hijo”. Hijo adoptivo de su deseo que, marcado por el 
estigma del pasado, significa una promesa de “retorno” hacia ese país 
perdido. Prueba de que el ser que simboliza el trauma señala un cierto 
objeto de la pérdida de la que, exilado, sostiene y mantiene el placer... 
para el otro. La indigencia de Mignon parece destinada a proporcio­
narle al viajero la energía para seguir su ruta, para realizar su deseo, 
en tanto que ella morirá de nostalgia sin tocar la tierra prometida.
Esto proporciona el alcance del pensamiento goethiano de Freud, 
en ese período de “equinoccio” de la escena originaria,7 en la que se 
interroga sobre la ligazón entre realidad y fantasía y actualiza lo real 
traumático de lo infantil.
Lejos de denegar la realidad del trauma,8 ni de acceder inmediata­
7 Véase, P.-L. Assoun, P.sychanalyse, PUF, 1997, pp. 121 y ss.
8 Véase nuestra obra, L ’Entendement freudien. Logos et Ananké, Gallimard, 
1984.
mente a su testimonio, el gesto originario de Freud consiste en dejarse 
aprehender por la pregunta de Mignon, que repercute en sus “histé­
ricas”, un(a) por un(a): “¿y a ti, qué te han hecho, como niño?”, sin 
t'liminar la interrogación por medio de la compasión ni de la fascina­
ción, dejando, sin embargo, “impresionar”. Esto lo compromete a 
atravesar la línea de la posición subjetiva del trauma para extraer su 
más allá, es decir, el espacio de la verdadera pregunta: “¿qué vas a 
hacer, tú, con lo que te han hecho?”... para no reducirte más a ese rol 
de “pobre niño” en el que suponemos que “el otro”—aunque más no sea 
el padre- te ha puesto, con el que, para peor, te identificas?
Gesto decisivo por el cual el creador del psicoanálisis acepta dejar 
que ese perjuicio del sujeto le pregunte y, al mismo tiempo, le exija 
cuentas sobre su propia postura.
Momento trágico que abre la dialéctica de una posible libertad -pa­
ra usar una gran palabra necesaria aquí, ya que forma una pareja con 
la “necesidad”—.
El perjuicio y su ideal
Pero esto supone aprehender el vínculo entre la problemática del 
perjuicio y la del ideal, pues la línea de resistencia es la de la 
(auto)idealización del perjuicio.
En apariencia existe una oposición radical entre las dos nociones. 
El perjuicio dice la falta, el daño, el “dolo”, es decir, el sentimiento vivo 
en el sujeto de una “privación”, como consecuencia de un mal que se 
le hizo; el ideal apunta hacia un objeto de los más preciosos, verdadero 
“generador” narcisista que dinamiza la existencia del'sujeto. Tensión 
radical de la des-completud y de la completud.
Pero si miramos bien, precisamente, el ideal designa la falta que 
viene a suplir (lo que traiciona el trabajo del ideal, siempre activo 
para ensalzar un objeto que sostiene la búsqueda, precisamentede 
faltar). En cuanto al perjuicio, si se confronta con la des-completud, 
va a la caza de cualquier cosa que parezca llena. La subjetividad 
perjudicada encuentra en su propia falta la posibilidad de (re)ganar 
la fuerza de su propia fundación.
Nos acercamos al lugar que hay que extraer y explorar: interfase 
entre la “depresión perjudicial” y la “exaltación mental” del objeto. En 
su punto extremo, el efecto subjetivo del perjuicio es ensalzar el ideal. 
Lo sentimos en las Cruzadas redentoras, cuando los desarrapados 
adquieren vocación mítica.
Más allá de alguna psicología de la “sobrecompensación”, sistema­
tizada por Adler,9 tenemos que pensar en esta posición: un sujeto que 
basa su ideal en su perjuicio y que encuentra en su falta-de-ser el 
principio de su propio cierre.
Figura de dos caras (clínica y social) que puede ser caracterizada 
como “superlativización” de la miseria.
El “síndrome de excepcionalidad”
¿Cómo pasa el sujeto perjudicado del pensamiento de su falta a su 
idealización? Esto es lo que podemos denominar “posición de excep­
ción”.
En el centro de la situación analítica esta figura es descripta por 
Freud, quien sugiere el valor de este “tipo de carácter”.10
El “carácter” se revela por medio de una actitud sintomática que 
surge durante el trabajo analítico. Se trata del momento en que al­
gunos pacientes se irritan por las exigencias de renunciamiento 
parcial a una satisfacción, que el tratamiento exige: “Si se les pide a 
los enfermos un renunciamiento provisorio a cualquier tipo de satis­
facción de placer, o un sacrificio, una disponibilidad para aceptar 
durante un tiempo un sufrimiento (Leiden) con la meta de un fin 
mejor o, aunque más no sea, la decisión de someterse a una necesidad 
válida para todos, nos enfrentamos a ciertas personas (einzelne 
Personen) que se irritan ante este tipo de demanda con una motiva­
ción particular”.11 Éste es, por lo tanto, el hecho, el “incidente”, y éste 
es el discurso que lo motiva, ya que el sujeto perjudicado sostiene, más
o menos, este discurso:
“Dicen que resistieron bastante y que se sintieron bastante privados, 
que tienen derecho a la dispensa de nuevas exigencias y que no se 
someten más a una necesidad no amistosa, pues serían excepciones 
iAusnahmen) y entienden también que siguen siéndolo.” (Subrayado 
nuestro.)
Lo que Freud muestra aquí, en un texto decisivo, es lo que 
bautizamos como “síndrome de excepcionalidad”.
9 Véase, Psychanalyse, op. cit., pp. 254 y ss.
10 Quelques types de caracteres tirés du travail psychanalytique, II, “Les 
exceptions”.
11 “Les exceptions”, op. cit,, G.W., X, p. 366.
Esta expresión está escrita, de alguna manera, en “discurso indi­
recto”, que se utiliza cuando se refiere literalmente la sustancia de lo 
que un locutor dijo. En él encontramos el “razonamiento perjudicial”: 
referencia a antiguas pruebas y a una privación (Entbehrung) de 
origen que justifica negarse a dar consentimiento a nuevos renuncia­
mientos -aunque más no sea para obtener, en un determinado plazo, 
una “ganancia” personal en cuanto a la “capacidad para actuar y para 
disfrutar”-, pero, más allá, a la Ley de la Necesidad (Notwendigkeit), 
válida para todos y para cada uno -pero, justamente, para esas 
“personas particulares” (einzelne Personen)-.
En resumen, estos sujetos tienen el sentimiento de haber “ya dado” 
o, inclusive, “más a menudo de lo que correspondía” y a quién, en el 
fondo, si no a ese Otro que los desangró y del que, sin duda, tendrán 
“su religión”. Éste es el fundamento del rechazo a dar un paso de más 
en el camino del análisis, en la lógica de las concesiones, pero también 
del reconocimiento. Y se erige la pretensión de reivindicación (Ans- 
pruch) de verse exceptuados de las obligaciones de esta ley imposible 
para el “común de los mortales”.
Por lo tanto, esta especie de “avance” sobre el daño, por medio del 
perjuicio de origen, abre un “crédito” -simbólico- para el sujeto que, 
a partir de ese momento, plantea a todos los otros, actuales y futuros, 
como potenciales deudores: “Nadie tiene nada más que pedirme, que 
exigirme, dado lo que (ellos) -e l Otro- me hicieron”. Entonces puede 
argüir una cláusula de excepción, de legítima excepción.
Comprendemos que esta actitud implica mecánicamente, de algu­
na manera, un aplanamiento del trabajo en curso, pues el sujeto se ve 
enquistado en una posición de origen, inexpugnable. Pero (y esto es 
lo que nos interesa) lo que surge en el dispositivo analítico es lo que 
organiza un verdadero estilo de vida. Inclusive, es el análisis el 
que hace surgir el síntoma social.
La excepción
Existe la resistencia de carácter, pero no basta con darse cuenta de 
que estos sujetos son reacios al análisis: más bien, es necesario 
comprender por qué lo que se revela en el análisis, precisamente, de 
manera electiva, es un sujeto que nada contra la corriente. El 
“malestar de la civilización”, en este momento preciso, viene a visitar 
al análisis o, para decirlo de otra manéra, el analista está en posición 
de efectuar un sondeo en el “malestar de la civilización”. Esos sujetos
reacios a la lógica del intercambio analítico son los mismos que 
manifiestan en la atmósfera colectiva esa “manera de ser”.
Pero aparece una pregunta mayor: ¿contra qué chocan estos 
sujetos “chocados”? Es esencial no convertirlos en una clase aparte, 
como sostiene la teoría de los borderline, cuyo aparente parentesco 
con las “excepciones” está comprobado.
Freud se cuida de recordar que el psicoanálisis también es reacio 
a cierta lógica del sacrificio: cuando se requiere que los pacientes 
“renuncien”, no es de manera incondicional y, de ningún modo, sine 
die. No se trata de renunciar a “todo placer”. Y a conocemos los efectos 
perversos del “sacrificio” en la economía neurótica. Esto np quiere 
decir que no exista análisis sin la confrontación con eso “que hay que 
perder”. Condición sine qua non para anular esa “vida de placer” 
inconsciente mórbida que pone al sujeto a esperar su estancamiento. 
Por lo tanto, hay que creer que estos sujetos dieron demasiado -o, 
como dicen ellos, “los otros” tomaron demasiado de ellos- para 
tener todavía algo... que perder. Este es un “agarrotamiento” 
mayor, que refiere al síntoma en el análisis y que revela -en 
espejo- el síntoma social. Los sujetos van por el mundo con esta 
“reivindicación” (Anspruch) que configura su ser-en-el-otro.
Por otra parte, hay que recordar que todo el mundo tiene una 
tendencia a “considerarse una excepción” y “reivindicar privilegios 
en relación con los otros” . Hablar de excepción es hablar del sujeto 
-que se cree -crónicamente— “excepcional”-. Lo que se designa aquí 
es, más allá de esta disposición, una figura que configura su ser en 
un cierto trauma de origen, contemporáneo de sus “destinos de vida 
(Lebensschicksalen) precoces”.
La figura en cuestión se anuda a partir de un elemento doble: golpe 
de suerte y sentimiento de inocencia: “Sus neurosis estaban ligadas 
a un acontecimiento o a un sufrimiento de los primeros tiempos de la 
infancia, del que se sabían inocentes y al que podían considerar como 
una desventaja injustificada de su persona” (subrayado por nosotros).
Ricardo III o el “perjuicio monstruo”
Si hubiese que buscar un “patrón” (en el sentido en que la palabra 
figura en la expresión “santo patrón”, aunque el patronazgo en 
cuestión no tenga, como veremos, olor de santidad), lo encontraría­
mos en la figura shakesperiana de Ricardo III. Esto es, en todo caso, 
lo que sugiere Freud cuando toma el texto literario como indicador
clínico, según una estrategia fundamental que explicamos en otra 
obra.12
En efecto, Richard Glocester entra en la escena del texto freudiano 
<;n el lugar en el que podríamos haber esperado ejemplos clínicos “de 
carne y hueso”. Lo que pasa es que este personaje muestra ser, en 
acto(s), un portavoz de esta condición de reivindicación que tiene 
como fondo el perjuicio. Lo que lo caracteriza es ese “carácter” de la 
“reivindicación deexcepción” (Ausnahmeanspruch), correlativa con 
la “desventaja” (Benachteiligung) congénita. Este personaje poco 
atractivo y patibulario, cuyos actos cínicos llenan la acción dramática 
(a tal punto que se dudó de que el autor de Hamlet hubiese podido ser 
o] autor de un drama tan grandguiñolesco, que culmina con un 
inf anticidio en escena), dispuesto a todo y que hace de todo para llevar 
a cabo sus sangrientas ambiciones, en cierta medida, se ve promovido 
por Freud, de acuerdo con los indicios del inconsciente, a “santo 
patrón” de los “perjudicados”.
Pues este hombre, primero, tiene de qué quejarse: imagen de la 
desgracia, empieza por tomar la palabra para quejarse y hacerle oír 
al espectador un terrible “discurso-programa” de destrucción y un 
autorretrato justificativo. Allí exhibe su “deformidad” (Missgestalt). 
El “monstruo” se “muestra”: “Vean, dice, cómo me ha hecho ‘la 
naturaleza’, o más bien ‘contrahecho’”: “deformado” (entstellt), olvida­
do (verwahrlost), en resumen, “mal terminado” y “mal amado” (en 
contraste con los queridos hijos de la naturaleza, favoritos de los 
dioses, admirados por los hombres y amados por las mujeres).
En relación con el drama, la cuestión determinante para Freud es 
la del afecto del espectador: por lo tanto, hay que plantear la misma 
pregunta para Ricardo III y paraEdipo de Sófocles: ¿en qué consiste 
y cuál es el origen del efecto que produce? Ahora bien, aquí nos 
encontramos con una paradoja: ese ser eminentemente peligroso e 
inquietante, tan cercano a la abyección, por las palabras que el propio 
poeta pone en su boca, el Dichter Shakespeare, se beneficia con una 
simpatía difusa e inconfesable por parte del espectador. Algo del 
espectador adhiere a ese razonamiento que se repite en él como eco 
de ese sentimiento íntimo de perjuicio, que está adormecido, de 
alguna manera, en todo mortal.
Incluso antes del crimen, en Ricardo está la “discapacidad”. Lo que
12 P.-L. Assoun, Littérature et psychanalyse. Freud et la création littéraire, 
Ellipses Edition Marketing, 1995, cap. VIII, “Richard III ou Teffet monstre’: 
spectacle et narcissisme”, pp. 93-94.
en sustancia dice -a l que quiera escucharlo- es que él, que no tiene 
el amor de las mujeres, ni la consideración de los hombres, ni los 
bienes del mundo, no tiene otro remedio -hay que ponerse en su 
lugar- que el siguiente: hacer con ese perjuicio, hacer algo de ese 
perjuicio. Ese “algo” será lo peor. El desgraciado se queja del Otro que 
lo desfavoreció y lo dejó contrahecho, y alega, como un derecho, la 
indemnización... a través del crimen.
El “derecho de excepción”
o el perjuicio imprescriptible
Escuchémoslo. ¿Qué dice? “La naturaleza cometió una fuerte injusti­
cia contra mí... La vida me debe una indemnización que yo me 
procuraré.”13 ¿Y cómo? “Yo mismo debo cometer la injusticia porque 
se me hizo una injusticia.”
Lo vemos con este esquema: el sujeto (no) confía (más que) en sí 
mismo para tomar las medidas que se imponen, para forzar el destino 
en otro sentido -con el fondo, hay que señalarlo, de un profundo 
sentimiento “de destino”-. Como un desafío casi literal alas palabras 
socráticas que sostienen que “es preferible sufrir la injusticia que 
cometerla”, basa su derecho a cometer la injusticia en la creencia en 
lo Injusto -Unrecht, la equivocación que se le infligió basa el derecho 
imprescriptible de excepción-. Seguimos dentro de la lógica del 
Derecho, pero con la huella de su investidura, en conformidad con 
el aspecto perverso: en nombre del Un-Recht, de la “denegación de 
justicia” del Otro, el sujeto basa sus derechos en el acto transgresor. 
Lo que Freud encontrará en su práctica clínica, y el clínico del 
malestar actual sin dificultades, son pequeños Ricardo III.
Notemos que esta deformidad y esta injusticia están imputadas a 
la Naturaleza, a una figura Diosa-madre, y que también pretende 
exigirle la reparación a ella, en su nombre. No pasa por el padre -a l 
menos fue concebido “feo y malo” como su procreador, que así permite 
una identificación-. Con la referencia a ese Otro que lo “hizo mal”, 
abandona todo proyecto de identificación con una instancia simbólica: 
el perjuicio activado como un crimen es la manera de reafirmar la 
adhesión al Origen para mostrar allí una siniestra fidelidad.
En este monólogo vemos emerger el superyó criminal -y después 
de haber “dicho”, sólo se expresará por sus actos, en una escalada des­
13 G.W., X, p 365.
tructiva sangrienta: una vez que ha sido decretada la denegación de 
j usticia, el “actuar” no se detendrá-. El dios vengador del Perjuicio es 
(-1 Moloch que exige sin cesar nuevas víctimas: hasta los “hijos de 
Eduardo”, esos corderos cuya inocencia inmolada simbolizará la 
inocencia del crimen. Temible escalada que entrega a los niños, 
víctimas puras, a Moloch suscitado para realizar la venganza del 
perjuicio originario.
El niño del perjuicio
Si una cara del perjuicio muestra al criminal, la otra muestra a la 
víctima. Al respecto, Dostoievsky hace lo mismo que Shakespeare. En 
la gran tirada de Iván Karamasov, precursor de la parábola del Gran 
Inquisidor, encontramos la referencia al sufrimiento del hijo como 
paradigma del sufrimiento humano. “Quería hablar de los sufrimien­
tos de la humanidad en general, pero es mejor limitarse a los 
sufrimientos de los niños.”14 Pero esto es porque el sufrimiento del 
niño es el paradigma del sufrimiento humano, como si Dostoievsky 
adivinara que el que sufre es remitido a su infancia como al perjuicio 
originario.
En su metafísica, Dostoievsky hace del sufrimiento infligido al 
niño inocente el prototipo del mal. Esa imagen desastrosa de la 
víctima, que no tiene nada que ver con la crueldad que la alcanza, se 
enfrenta a una pérdida que no puede decirse.
Pero el mismo criminal basa su transgresión en una convicción de 
inocencia ontológica combinada con un “dolo” histórico, falta que le 
hizo el Otro.
La economía melancólica
o el reverso del ideal
Por consiguiente, el perjuicio abre una lógica de la pérdida que Freud 
considera en su ensayo mayor sobre la melancolía: “Las ocasiones 
(Anlasse) de la melancolía van mucho más allá del caso claro de la 
pérdida por la muerte y comprenden todas las situaciones de veja­
ción (Krankung), de humillación (Zurücksetzung) y de decepción 
(Entláuschung), por las que una oposición de amor y de odio puede
14 Los hermanos Karamasov, libro V, cap. IV.
ser introducida en la relación o por la cual una ambivalencia presente 
puede ser reforzada”.13
Prestemos atención a los tres términos que ordenan la subjetiva- 
ción del perjuicio.
• Krankung, es la herida del amor propio, es el hecho de que 
alguien se sienta herido (verletzt), en su “sentimiento del honor” 
(.Ehrgefühl), por algo que surgió como algo extremo, del lado del otro: 
este comportamiento, aquellas palabras, abren un desahogo narcisis- 
ta.
• Zürücksetzung, es el hecho de sentir que uno es tratado 
vilmente, sentirse menos bien tratado o sentirse menos estimado de 
lo que uno habría de esperar.
• Enttauschung, es el hecho de haberse equivocado en las 
expectativas o en las esperanzas de algo que debería haber venido del 
otro -sentimiento de pérdida como consecuencia de la no realización 
que, curiosamente, va a la par de una “des-ilusión”-.
Ésta es la trilogía de las modalidades subjetivas de la “herida del 
ideal” y de la mortificación: “vejado”, humillado, decepcionado, el su­
jeto “registra” una pérdida que se le vuelve sensible, es decir, un revés 
que viene a significarle en la realidad una falta de ganancia. El sujeto 
se encuentra confrontado a la “vergüenza de ser”. Observemos que la 
brecha por donde se abre la melancolía no es necesariamente la pérdida 
de objeto, sino la herida del ideal avergonzado. Es la “llaga” melancólica 
lo que hay que buscar en el corazón del sujeto perjudicado.
La economía anómica
o la lógica del perjuicio
Por lo tanto, tenemos el dibujo definitivo de la lógica jurídica que 
sostiene la espiral, del perjuicio al crimen:sentimiento de una 
injusticia (Unrecht) que remite a una “desventaja” (Benachteiligung) 
del sujeto-sujeto del perjuicio-y enlaza una reivindicación (Anspruch) 
con una compensación (Entschadigung) o indemnización. Esta, por 
un cambio y un sobre-enriquecimiento, llega a la demanda de 
“privilegios”. La sensibilidad hacia el Unrecht -no derecho- lleva a 
la demanda de Vorrecht (derecho prioritario).
15 Deuil et mélancolie, G.W., X, p. 437.
Los términos merecen pesarse. La Benachteiligung es, literalmen- 
l< \ «1 hecho de tratar a alguien por su desventaja (Nachteil), palabra 
que designa una circunstancia o una situación desfavorable: ahí 
iiímos la palabra “parte” (teil), es decir lo que a alguien le toca en 
suerte, “parabién” (Vorteil: ventaja) o “para mal” (Nachteil). El sujeto 
se estima y se siente dañado -estado de Beintrachtigung-.
Este “mal” se inscribe como “daño” (Schade) para el interesado que, 
desde ese momento, aspira al des-daño (Ent-schadigung).
También sabemos que en derecho, el demandante está habilitado 
para reclamar reparación de un perjuicio con el fundamento de que 
se cometió un error con él (y se supone que se establece un vínculo 
entre este error—de otro- y el perjuicio). Aquí se trata, más radical­
mente, del sentimiento de un perjuicio como consecuencia de un error 
absoluto del Otro contra él y que se basa en una convicción de haber 
sido perjudicado, articulado al Error del Otro.
Pero en la medida en que esta lógica jurídica -del sujeto del 
perjuicio- remite a una cierta relación con el otro, discernimos en ella 
nna especie de “teología” espontánea.
El tiempo y el Otro del perjuicio
Este camino por la temporalidad trágica del sujeto, que forja su ley 
contra la Ley, nos lleva al tiempo del síntoma, es decir, de estos 
“destinos de vida” organizados alrededor de la convicción de un 
perjuicio originario o de un origen perjudicial. En efecto, este origen 
funciona como un destino -referencia a una especie de catástrofe 
fatídica primitiva- pero que, por un efecto de retorno, instala una 
creencia sustitutiva de un orden de reparación.
Por un lado, el sujeto perjudicado, que se basa en su perjuicio 
pasado para negarse a anticiparse, se fija en el presente, punto en el 
cual, en efecto, “se apoya”. Ya no se trata de “dialectalizar” su historia. 
Por eso, como él cree que el punto actual es el punto-límite de las 
concesiones, se niega a ir más allá. El “pasado” funesto funciona como 
razón de “no-futurización”.
Pero, por otro lado, el sujeto, mezclado con la Necesidad, se libra a 
un poder providencial. Si bien, en efecto, como excepción, él está en 
disidencia con lo “universal” de la condición humana, obligada a la 
Necesidad, válida para todo hijo de los hombres, invoca una relación 
con cierto Otro y con un cierto futuro qué sólo podemos denominar 
“providenciales”.
Más precisamente, basa su “convicción” de excepcionalidad en la 
“creencia de que una providencia (Vorsehung) vela por él”. Oímos 
sehen (ver) en Vorsehung'. un Otro benévolo lo cobija con la mirada, 
vela por él, él, que por otra parte está tan “mal visto”, nadie lo 
“considera” ni lo “tiene en cuenta”.
Para un ser que aspira a “ceñir su existencia”, sin que ninguna Ley 
la fundamente, tenemos que suponer un poder que vele por él.
El perjuicio a lo femenino,
lo femenino del perjuicio
El texto-matriz de la teoría freudiana del perjuicio nos reserva una 
sorpresa, en su “caída”: se trata de una mujer.
Lo que encontramos ahí es la “reivindicación (Anspruch) de las 
mujeres a derechos (Vorrechte) y a la liberación de las muchas 
obligaciones de la vida”.16 ¿Se trata de un diagnóstico brutal sobre la 
“causa de las mujeres”? Mediante un vericueto bastante brutal, es 
verdad, Freud argumenta, con el testimonio de la experiencia analí­
tica, que revela el sentimiento de perjuicio infantil por haber sufrido 
“sin tener la culpa, el recorte de un pedazo”.
De aquí podemos entender (por un espíritu reducido a la letra) que 
Freud asimila la condición de ser-mujer a un perjuicio en sí, incluso 
como el colmo del perjuicio. Formulemos aquí el enunciado, en su 
propia indignidad, para medir la provocación freudiana. Por cierto 
que lo que hay que comprender no es esto (salvo que pensemos que “la 
mujer está castrada”), sino que, por una parte, se inserta en el marco 
de lo contencioso con la madre (a la que se le reprocha que la haya 
“traído al mundo como niña y no como varón”) y, por lo tanto, que el 
sentimiento de perjuicio se inscribe como una queja contra la figura 
materna; por otra parte (y este punto es estructural para nuestros 
objetivos), en el horizonte del perjuicio encontramos lo femenino.
¿Por qué y en qué se vinculan?
Porque el sujeto perjudicado -más allá de su sexo, nos atrevería­
mos a decir- ocupa un lugar de lo femenino. Lo femenino designa 
la posición de lo “insoportable” que, sin embargo, viene a encarnar 
-entendámoslo: dar carne-toda diferencia. Es lo íntimamente exclui­
do lo que acosa al sistema al recordarle la precariedad de su ideal de 
inclusión.
ieG.W, .X, p. 367
Sociología de la “exclusión” 
y psicoanálisis de la “excepción”
Sabemos que hubo una palabra en boga para designar la anomia 
nodal: la “exclusión”. Palabra que, más allá de la “pobreza”, designa 
una precariedad crónica de ciertos sujetos. C ategoría psicosociológica 
<|ue relaciona el concepto económico y lo dota de un aura “psicológica”.
La “exclusión” tiene peso como “fetiche verbal” del discurso social 
(del malestar y de su escritura). La palabra, como un (frágil) Schibbo- 
loth, será pronunciada cada vez que retorne el síntoma del sistema.
Por un lado, un discurso “científico” sobre la exclusión; por otro, 
una voluntad de “darle la palabra a los excluidos” (para atrapar el 
sabor amargo de la “miseria del mundo” en su propio centro).
El psicoanálisis interviene para delimitar este “eslabón perdido” 
ontre el discurso sobre y el testimonio de estos perjudicados.
En su vertiente sociológica, nuestra operación podría descifrarse 
con esta proposición: “Para introducir el síndrome (inconsciente) de 
cxcepcionalidad en la sociología de la exclusión” . Teoría de los Aus- 
nahme que toma al revés, y como a contrapelo, la problemática de la 
exclusión, que tiene como efecto reduplicar lo real de la exclusión por 
medio de un discurso de la “exclusión” .
En el orden del discurso y de la práctica sociales la palabra 
perjudicada puede caracterizarse como “lo inconsciente” de la exclu­
sión. Manera de asignarle el lugar de su ignorancia, el focus imagi- 
narius, el lugar imaginario de su producción.
Por consiguiente, no es casual que reconozcamos en las figuras 
inconscientes del perjuicio las formas reales de exclusión: privación 
económica, del saber, de la salud, del domicilio (deculturación, disca­
pacidad, vagabundeo, delincuencia), pero no se tratará de abordarlo 
desde lo externo (a través de la palabra de los dueños del sistema) ni 
creyendo en lo vivido por los “esclavos” del mismo sistema, sino 
colocándose en la falla de la fractura perjudicial (la que muestra la 
“fractura social”, imagen traumatológica con un fondo revelador, 
salvo que esté configurada con la Spaltung del sujeto).
Psicoanálisis del perjuicio
La postura del psicoanálisis frente a la subjetividad perjudicada se 
esboza justamente allí. Darle crédito a lo imaginario del perjuicio es 
comprometerse con su desprecio, ese sujeto que, justamente, hace del
desprecio para con él una cuestión vital. ¿Hay que decir que se tra­
ta de volverlo nuevamente deudor, como para hacer más pesado su 
"débito” social por alguna exigencia de norma simbólica? Sería el 
colmo, con seguridad.
En este caso hay que enfrentar la paradoja, pues constituye el 
centro de la ética del psicoanálisis cuando se enfrenta al malestar de 
la cultura. No hay que excluir los momentos en los que el suj eto vuelve 
a culparse pero... por cuenta propia.
La cuestión es que reevalúe elpretium doloris. Pues ese precio de 
su dolor lo realiza al preciode una abdicación de su posición de sujeto. 
Se subjetiva como el Objeto del perjuicio: especulación sintomática de 
su miseria material.
Figuras y destinos del perjuicio
Lo que se dibuj a en la escucha clínica del malestar de la cultura es una 
verdadera fenomenología inconsciente de la subjetividad perjudica­
da y áe su dialéctica idealizante. La paradoja está simbolizada por la 
doble efigie de que formamos parte, en las huellas freudianas, de 
Mignon a Richard Glocester, es decir, el niño inocente, víctima 
perjudicada, y el criminal cínico, perjudicado que se convirtió en 
“perjudicador”.
Esta fenomenología es la que este libro quiere restituir.
Es, justamente, lo que le confiere un “aire de familia” a figuras que, 
por más heterogéneas que sean, constituyen testimonio de los desti­
nos de un mismo conflicto, lo hacen resonar a través del síndrome 
descripto por Freud y reavivan los colores del malestar actual.
La propia unidad de estas figuras compromete la unidad de la 
presente investigación. Si hacemos que resuene el “síndrome de excep- 
cionalidad” haremos surgir el aire de familia de estas figuras, de 
manera que cada una de ellas permita su redefinición. Por lo tanto, 
haremos oír este leit motiv durante todo el trayecto, al releer el texto 
freudiano que lo atrapó al vuelo.
En un primer momento (capítulo 1), haremos una arqueología 
de la exclusión (a través de la cual es hablado el perjuicio so­
cial), de la que la descripción del “síndrome de excepcionalidad” 
prefigura el dibujo y de la que el drama de Mignon, de alguna 
manera, es la efigie. Lo que surge es una especie de clínica social 
del trauma.
Ésta debe intentar descrifrarse en una Metapsicología del perjui-
i i<>y del ideal, que debe deconstruir el guión inconsciente del perjui­
cio, de acuerdo con tres parámetros:
< 'orno se constituye lo real del perjuicio, por el trauma originario del 
"mal encuentro”-con sus efectos conexos desomatización-(capítuloll).
Cómo se instituye el Otro, por desempate entre el “destino” y el
11 zar, que le da al “infierno” esa forma tan particular de una existencia 
lan “azarosa” como “provocada por el destino” a partir de una visión 
de lo real que podemos asimilar al “mal encuentro”: en este caso hay 
que reconsiderar la dualidad entre Ananké (destino) y Tujé (azar), 
(capítulo III).
Cómo se forja el sujeto perjudicado, el déla vergüenza, de la herida 
del ideal al odio (capítulo IV).
Luego seguiremos los destinos de la vergüenza -ya sea en la 
reparación por el saber del no-saber originario- que exhibe la aven­
tura del “autodidacta” (capítulo V), ya sea por los ideales colectivos, 
a través de los celos, el odio del perjuicio (capítulo VII), la cuestión del 
I rabajo y del desempleo como transición (capítulo VI).
En un tercer momento, trataremos de aprehender El malestar de la 
cultura a p rueba. del perjuicio. Dicho de otro modo, se trata de comprender 
como el Otro social acusa recepción del perjuicio inconsciente (de qué 
manera el exilio que lo definió encuentra asilo en él). El primer acto es 
una socialización del perjuicio, desde la “exclusión” hasta la “rehabilita­
ción” (capítulo VII). El segundo acto se relaciona con la institucionaliza­
ción, a través del velo “institucional” (capítulo IX). El tercero se ocupa 
<le la reglamentación del “placer social” (capítulo X), de acuerdo con el 
principio que dice que la excepción, más que confirmar la regla, la 
establece y regula su reproducción.
No se trata de que cedamos al ambiente semántico, modernizando 
el discurso freudiano, sino de aprehender en sus palabras la actuali­
dad del malestar. No para vestir el modelo freudiano con los colores 
actuales -por otra parte, bastante lavados-, sino para aprehender lo 
que sigue operando de este modelo estructural en el presente.
Lo que se desprende de este operador crítico es una verdadera 
Economía de plusvalía social del perjuicio (como veremos en las 
conclusiones).17
17 La elaboración de la presente problemática se forjó a través de una serie 
de estudios que tejieron la temática del perjuicio y del ideal. Esta obra se basa 
en esos estudios, que nutrieron sus capítulos.
• “Le désir de réglement. Désir de légitimation et éthique administrative”, en 
Psyckologie et Science administrative, Publicaciones CURAPP, Presses Univer- 
sitaires de France, 1985 (cap. X).
Anexo
M i g n o n , s u e n ig m a y W il h e l m M e i s t e r :
PSICOANÁLISIS DE UNA UNIÓN
En la medida en que convertimos al personaje goethiano de Mignon en 
la heroína epónima de un verdadero “complejo”, se vuelve necesario 
explicitar su contexto dentro del texto de Goethe. De esta manera, la 
elucidación del enigma de Mignon es inseparable de la unión secreta que 
la une a Wilhelm Meister.
El encuentro con Mignon se hace bajo el signo altamente revelador del 
equívoco sexual: “Unajoven criatura dio un paso hacia él y de esa manera 
atrajo su atención. Un chaleco de seda corto y pequeño, con las mangas 
cortadas a la española, y un pantalón bombacha constituían una vesti­
menta muy sentadora. Tenía el cabello largo y negro, con bucles y 
trenzado alrededor de la cabeza. Él la miró asombrado, y se preguntó si 
debía considerarla un varón o una muchacha. Pero enseguida se decidió 
por la última opción...” (subrayado por nosotros) (Los Años de aprendi­
zaje de 'Wilhelm Meister, libro II, capítulo IV, p. 68). De esta manera, 
Mignon surge, de pronto, en el campo visual de Wilhelm, en primer
• “La passion d’apprendre ou l’inconscient autodidacte”, en Pratiques de 
formation, Formation permanente, Universidad de París VIII, “Éducation et 
psychanalyse”, 1992, (cap. V).
• “Transferí institutionnel et transfert ininstituable”, en Nouveaux lieux, 
nouvellespratiques, Les Cahiers d’IPPC, Instituí de Psycho-Pathologie Clinique, 
Universidad de París VII, 1992, (cap. IX).
• “Le symptóme comme destín: Ananké inconsciente et Tuche réelle”, en 
Cahier des psychologues, XVIII Jornadas de psicólogos, organizadas por el 
ANPASE sobre el tema: “El destino”, 1995 (cap. III).
• “La mauvaise rencontre ou l’inconscient traumatique”, en Traumatis- 
mes et ruptures de vie, Champ psychosomatique No. 10, septiembre de 1997 
(cap. II).
• “La jouissance au travail”, en “Le travail”, Trames, No. 25, octubre de 1997 
(cap. VI).
• “Le sujet de la psychanalyse: du préjudice inconscient au préjudice social”, 
en Rékabilitation du sujet et réhábilitation psychosociale, Revue pratique de 
psychologie de la vie sociale et d ’hygiéne mentale, No. 1, 1998 (cap. VIII).
• “Le préjudice et l’idéal: symptóme collectif et inconscient”, en La psycholo­
gie des peuples et ses dérivés, Centre National de documentation pédagogique, 
1999 (cap. VII).
• “Le sujet du préjudice: 1’ ‘exclusión’ á l’épreuve de la psychanalyse”, en 
Dire l ’exclusión, Editions Eres, 1999 (cap. I).
• “Le sujet du destín. Figures freudiennes du destín”, en Logos 0Ananké, 
No. 2 (cap. III).
■
Icnnino como una criatura (Geschópf): por un escaso margen “se da a 
conocer como una muchacha” y como consecuencia de la perplejidad. 
( loethe le atribuye a su propio personaje, Wilhelm, su duda en tanto 
(•mador de Mignon: convertirla en una muchacha o en un varón. Para ver 
culo, primero hay que ir al final de la historia: Mignon es enterrada 
disfrazada de “ángel”: prueba de que, de alguna manera, tiene el sexo del 
ángel, imposible de decidir, pero de un ángel desconsolado, golpeado por 
la desgracia. Y entre ambos, se coloca esta extraña exclamación, en el 
momento en que se le sugiera que use ropa femenina: “Mignon se apretó 
contra Wilhelm y dijo con un tono apasionado: ‘Soy un varón, no quiero 
h i t una muchacha’” (p. 161).
En este primer encuentro, ella aparece con un traje “andrógino” y una 
cierta “mirada negra y de acero” “de costado” (p. 69). Pero enseguida, 
Wilhelm, que corre a ayudar al niño maltratado por su raptor, siente que 
se anuda su vocación de benefactor. Adivina, a través de un sentido 
bastante seguro, que esta niña “fue raptada” (p.77). Después de verla 
bailar concibe la importancia que esta “interesante niña” tiene para él: 
“Lo que ya había sentido confusamente por Mignon, lo experimentó en 
ese instante de golpe: un ardiente deseo de hacer entrar en su corazón 
a esa niña abandonada, de adoptarla, de tomarla en sus brazos y de 
despertar en ella, por su amor paterno, la alegría de vivir” (libro II, 
capítulo VIII, p. 88). Mignon tiene para ella el encanto oscuro de la 
desgracia que lleva consigo. Y, al ejecutar un baile de equilibrista, al 
“bailar” -literalmente- “sobre huevos”, conquista definitivamente a 
Wilhelm.
De esta manera se forma esta comunidad, tan intensa como indefinible.
Como se considera un padre adoptivo, padre de amor, con un senti­
miento “muy puro” por ese niño, enseguida quiere educarlo. Ahí aparece 
el síntoma: primero, no hay que desconocerlo, una cierta dislexia. 
Hermosa intuición del vínculo entre el trauma originario y el trastorno 
de la letra.
Pero el síntoma más espectacular de Mignon aparece en el pasaje 
capital del fin del segundo libro en el que él le anuncia su partida y en el 
que el amor que creció en secreto, la fidelidad que se hizo más firme a 
escondidas, aparecen a la luz del día y se revelan a los interesados (p. 
110). Ahí estalla la crisis: “Sintió que ella se sacudía con una especie de 
espasmo primero muy débil, pero que luego se fue acentuando y progre­
sivamente, afectó todos sus miembros”. Ahí comienza el “espantoso 
espectáculo” (p. 111) que constituye nada menos que una de las más 
notables descripciones de la crisis de histeria traumática de la literatura.
En ella encontramos la anestesia de la atonía: “La atrajo contra él 
y le dio un beso. No respondió con ninguna presión de la mano, con 
ningún movimiento”. Luego viene la fase “hipertónica” y propiamen­
te “espasmódica”.
Nos enfrentamos con una crisis de forma epiléptica, en su aspecto
tetánico: “Los espasmos continuaban y, desde el corazón, se comunica­
ban a los miembros fofos; no tenía fuerza en los brazos... De pronto, sus 
músculos parecían tensarse de nuevo, como si soportara el sufrimiento 
físico más atroz y, enseguida, sus miembros se reanimaron con una 
nueva violencia; como movida por un resorte, se lanzó al cuello de 
Wilhelm, mientras en lo más profundo de su ser se producía una especie 
de violento desgarro y, en el mismo momento, un río de lágrimas sur­
gió de sus ojos y regó el pecho de su amigo”.
Lo que dice querer en esta ocasión es un padre: “¡Padre mío, exclamó, 
no quieres abandonarme! ¡Quieres ser mi padre! ¡Yo soy tu hija!” H ija un 
tanto incestuosa, si se juzga por esta explosión, que traduce en angustia 
una exultación corporal, entre miedo por el abandono y emoción erótica, 
de algún modo angustia erotizada, en una confusión de sentimientos 
tiernos.
Pero, ¿qué busca este “padre” en Mignon, más allá de su sincera 
oblatividad? U na huella del “objeto perdido”, configurada por Italia. 
Pensemos en la famosa balada. En su comentario, Wilhelm se vuelve un 
“buen entendedor”: “En el tercer verso, el canto se hacía más pesado y 
triste.” “¿Conoces el país?” se decía con misterio, como si ella pesara las 
palabras. El grito “allí, allí sentía una irresistible nostalgia” (p. 113). Ese 
país es Italia, pero frente a la pregunta “¿Ya estuviste allí, pequeña?”, 
mutis: “La niña no respondió y le fue imposible sacarle nada más”. Por 
lo tanto, quiere que su “padre” la lleve, pero nunca dirá si venía de allí. 
Mignon es, por consiguiente, el “marcador” para siempre mudo de este 
objeto nostálgico, de este exilio de un placer ignorado. Italia es el lugar 
al que el padre debe llevarla.
Por más enamorada que esté de su “maestro”, Mignon seguirá siendo 
ineducable. Goethe lo imagina a través de una intuición notable de la 
debilidad de lo simbólico que la marca: “Era infatigable y comprendía 
bien lo que se le explicaba; sin embargo sus letras seguían siendo 
desiguales y las líneas no eran derechas” (p. 104). Lo que arranca este 
comentario en forma de diagnóstico: “También en este caso su cuerpo 
parecía en conflicto con su alma”. De hecho, a Mignon no le faltan ni 
sensibilidad ni inteligencia, pero en ella hay un trastorno mayor de la 
letra, una “dislexia” que confirma su carácter de “exiliada”.
El homenaje fúnebre que le hacen a Mignon, a pesar de su carácter un 
tanto edificante -parece muerta casi con “un olor de santidad”, el abad' 
evoca su costumbre de besar “la imagen del crucifijo tatuado artística­
mente en su endeble brazo”(p. 448), símbolo de la afinidad de su calvario 
con el Calvario- es el acto de un extraño anonimato: “No podemos decir 
más que pocas palabras del niño al que damos sepultura. Todavía 
ignoramos su origen: no conocemos a sus padres y sólo podemos suponer 
su edad” (p. 447). Especie de daim ón con una breve encarnación terres­
tre, se llevó a la tumba el secreto de su ser: “aquí yace el objeto del 
perjuicio”...
LA “EXCLUSIÓN”. 
PARA U N A ARQUEOLOGÍA 
DEL SIGNIFICANTE SOCIAL DEL PERJUICIO
¿Qué puede aportar el psicoanálisis ala problemática de la exclusión?
Esta pregunta se duplica en dos perplejidades: ¿qué puede decir el 
psicoanálisis, considerado un saber y una terapia centrados en la 
individualidad, sobre lo colectivo?
¿Qué puede aclarar específicamente sobre las formas actuales de 
la crisis de lo colectivo y de sus “ideales”, que el síntoma de la exclusión 
-síntoma propiamente social- cristaliza?
A la primera pregunta dimos una respuesta global en otro trabajo:1 
el vínculo social se define por condiciones inconscientes, del lado del 
sujeto -término que preferimos, con derecho, al de individuo, salvo que 
asumamos su complejidad y construyamos su función-:* existe un suje­
to inconsciente que tiene, como un Jano de dos cabezas, un “lado” 
colectivo y un “lado” individual,M sin extensión a un “inconsciente co­
lectivo” que, como subraya Freud, es un pleonasmo que noexplica nada.4
Frente al segundo interrogante, es lícito sugerir que existe un decir 
del psicoanálisis sobre las formas, al mismo tiempo perennes -ya que 
son estructurales-y móviles -ya que son “históricas- de lo que Freud 
denomina Malestar de la civilización o de la cultura.5 En este punto 
se opera la regulación social del perjuicio.
1 Paul-Laurent Assoun, Freud et les sciences sociales. Psychanalyse et théorie 
de la culture, Armand Colin, “Cursus”, 1993.
2 Véase el examen de la función de sujeto inconsciente en Paul-Laurent 
Assoun, Introduction á la métapsychologie freudienne, PUF, “Quadrige”, 1993.
3 S. Freud, “Pour introduire le narcisisme”, y nuestro comentario en Freud et 
les sciences sociales, op. cit.
4 S. Freud, L ’hornme Mo'ise et la religión monothéiste, G.W., XVI, p. 241.
a S. Freud, Malaise dans la ciuilisation. Véase nuestro Freud et les sciences 
sociales, pp. 132 y ss.
La “exclusión”, Schibboleth o estereotipo 
de los discursos sociales
Con este telón de fondo de la dinámica del vínculo social y del malestar 
de la cultura puede releerse lo que se convirtió en una especie de 
Schibboleth6 o “contraseña” de los discursos sociales (un significante 
director que ordena todo discurso sobre la crisis, como una “clave de 
sol” musical destinada a hacer posible la escritura de las “disonan­
cias”).
La exclusión es evidente: es un hecho patente que se convirtió en un 
pliegue en los discursos. Se podría temer que esta “contraseña” se 
haya convertido en un estereotipo en el que se confunde la “represen­
tación de la palabra” con la “cosa” que se supone expresa.
La exclusión es evidente en un sentido más radical: está acompa­
ñada por una especie de mutismo, estupefacción de la palabra de los 
excluidos. En este punto es en el que se requiere el psicoanálisis, para 
hacer oír este silencio -en contraste con los discursos demasiado 
elocuentes y apurados por “decir la exclusión”, pero también en el 
vacío de su propia experiencia de la “miseria simbólica” que aclara, en 
cambio, el sujeto de la miseria real-.
La exclusión constituye una metáfora quese ha vuelto una verda­
dera categoría de análisis socioeconómico. El psicoanálisis puede 
intervenir para asignarle el reverso inconsciente (de acuerdo con su 
vocación de desciframiento de lo social, tal como lo expusimos e 
ilustramos en otro trabajo, es decir, lo social aprehendido en su 
dimensión de “inconfesable)”.7
El saber del inconsciente consiste en reconocer que las palabras 
tienen pleno alcance. ¿Quése dice cuando se dice “exclusión”?Y como, 
también aquí, “decir es hacer”, ¿qué se hace cuando se logra que 
suijan del registro de la exclusión estas formas de “anomia social” 
(para emplear la fuerte expresión de la sociología durkheimiana)?8
6 Según la Biblia (Libro de los jueces) Schibboleth es la palabra que hay que 
pronunciar para atravesar el Jordán.
7 Véase, P.-L. Assoun, “Le déréglement passionnel ou la socialité inavouable”, 
en P.-L. Assoun, M. Zafiropoulos, La régle sociale et son au-delá inconscient. 
Psychanalyse et pratíques sociales, Anthropos/Economica, 1994, pp. 11-37.
8 Sobre la noción de anomia, véase nuestro Freud et les sciences sociales, op. 
cit., pp. 102-103.
H1 diccionario9 -que tiene el mérito de atenerse a la letra de los signi­
ficantes de manera tan limitada como lúcida- nos dice que es la acción 
de excluir de un grupo, de una acción, de un lugar, por consiguiente, 
(lo “expulsar, de separar”. Excluir es “poner a alguien fuera, expulsar- 
l<>, echarlo de un lugar”.
El término es, por lo tanto, originariamente espacial: el excluido es 
puesto “fuera de lugar”. Pero esta idea enseguida se enlazó con la idea 
del rechazo: “excluir” es, entonces, “rechazar a alguien de un grupo, de 
una organización” .
Del rechazo a la prohibición no hay más que un paso: excluir es, 
entonces, “no permitir que alguien acceda a una acción, a una 
función”.
La noción encuentra su forma más rigurosa en la lógica en la que 
(lesigna “una relación de dos clases (faovacías’) tal que ningún elemento de 
una pertenece a la otra, o a alguna otra recíprocamente”. Vemos que la 
exclusión lleva a la segregación. Es una noción de lógica social.
Por lo tanto, es difícil transcribir el lenguaje de la exclusión en el 
campo social, en la medida en que en él hay algo preinscripto: el hecho 
de la exclusión hace converger el sentido propio y el figurado para 
recapitular la secuencia: de la puesta fuera de lugar a la segregación, 
pasando por el rechazo y la expoliación de los derechos, la exclusión 
constituye el borde negativo de la norma social.
En búsqueda de la exclusión
Aquí comienza la cuestión: ¿quién excluye a quién?, ¿de qué se está 
excluido?
“Alguien es excluido”, éste es el texto de esta fantasía social -al 
mismo tiempo precisa y ciega, singular y anónima- que parece 
parafrasear la fantasía paradigmática desplegada por Freud con el 
título de “Un niño es castigado”. Es verdad que esta “fantasía” se 
apoya en una realidad de las más certificadas, la de la miseria y la de 
la precariedad. Pero, detrás de la evidencia factual de esta constata­
ción, encontramos todo un trabajo de la representación social: “Se 
excluye a la gente”. ¿Qué significa este enunciado de alguna manera 
sin sujeto, que acecha en los discursos sociales e “imaginariza” las
9 Grand Diciionnaire Larousse.
prácticas? La exclusión se habla en una parte y se vive en otra: esta 
escisión se reproduce en los discursos.
No se trata de “psicologizar” (sobre) la exclusión, hecho social 
masivo. Sino, más bien, asignarle a este “funtor” que es la exclusión 
su verdadero alcance -en lo que el reverso inconsciente de lo real 
puede orientarnos-.
En apariencia todo es claro: comprobamos, con “indicadores” fla­
grantes, la constitución de individualidades o de grupos que están 
“excluidos”, al mismo tiempo que de un mínimo de placer social, de las 
normas que definen el habitus social que se supone define una 
socialidad mínima y “liminar”. Como este proceso se confirma y se 
agrava, en su amplitud y en su agudeza, y más aun por su longevidad 
-precariedad de largo alcance, es decir lo que no termina de termi­
nar- se trata de hacer derecho a esta noción de exclusión. De ahí una 
reflexión sobre las formas que toma lo que se perfila como una ver­
dadera condición de excluido y los medios de remediar sus consecuen­
cias, a falta de asignarle las causas.
La problemática de la exclusión sustituyó la temática clásica de la 
“pobreza” —por la misma lógica por la que la noción de “discapacidad” 
sustituyó la de “enfermedad”. Esto permite, evitando una peyoración 
imaginaria, transferir la cuestión al registro “funcional”, mientras se 
instituye una metáfora que, al mismo tiempo, vuelve más amplia la 
noción -la exclusión no se reduce a la pobreza económica, aunque se 
apoye en ella en lo material- y la disuelve y la pone en suspenso. Un 
compromiso revelador es el retorno de la imagen reprimida bajo una 
forma bastante misteriosamente “actualizada”, bajo la figura de los 
“nuevos pobres”. ¿Como concesión a la noción sin edad de pobreza, 
curiosamente combinada con la idea de una innovación: la moderni­
dad inventaría esto, una forma inédita de “carencia”?
Para una arqueología 
del discurso de la exclusión
Aquí se requiere una perspectiva histórica10 para aprehender la 
cuestión en su genealogía: lejos de surgir de golpe, como una consta­
tación empírica, la problemática de la exclusión se edifica según una 
cierta lógica discursiva ligada a elecciones y a contextos.
10 Véase, al respecto, el esclarecedor trabajo de Héléne Thomas, Laproduction 
des exclus, PUF, 1997.
Por más útil que sea esta investigación en el nivel de las ciencias 
Nocíales -en el sentido en que Foucault hablaba de scientia sexualis 
como de ese extraño saber forjado para proporcionar dispositivos 
discursivos a prácticas sociales- no podría más que hacer sobresalir 
puntos de apoyo para el imaginario social.
¿Qué imagen surge de este trayecto a través del significante 
"pobreza”? En primer término, la exclusión se lee como una “brecha” 
en la prosperidad -gap que inscribe los labios de una herida o las 
paredes de un foso que separa a sujetos de la masa entre sí-. Luego, 
ho define como un paso al lím ite-“umbrales” llamados “pobreza”-. En 
el primer caso, el excluido es el que vive, en cierto modo, en esos 
"islotes” en los que se refugia la pobreza; en el segundo, se supone que 
en un determinado momento atravesó una línea imaginaria y que, al 
hacerlo, quedó aparte en relación con una “media” o una “mediana”.
Pero, precisamente, en estos “islotes” no encuentra ningún refugio: 
la “corte de los Milagros”, forma de socialización de la miseria de hace 
I iempo,11 se desparramó y explotó: estos islotes son errantes, “islas 
llotantes” que miden el grado de naufragio según la posición respecto 
de la “línea de flotación”. En cuanto al “umbral”, se atraviesa en un 
punto que es difícil de decidir, en todo caso cuando el sujeto no puede 
soportar una restricción más -como el burro de la pequeña ciudad de 
Schilda de que habla Freud, del que se creía que podría levantar sin 
cesar una ración más y que asombró a todos cuando una simple ración 
de menos -y una frustración de más, y un agujero más en el cinturón- 
quebró su resistencia-.12
Luego, esto se vuelve un efecto de “bola de nieve”, de acumulación 
de “discapacidades”, que se inscribe en la precariedad.
El espacio-tiempo de la exclusión
La exclusión instaura una relación singular con las dos coordenadas 
del espacio y del tiempo.
Pensemos en el alcance de esta noción de “precariedad”. Se dice que 
es “precario” lo que “no ofrece ninguna garantía de duración, de es­
tabilidad”. Pero esto procede de que se denomina “precario” lo que “no 
existe o no se ejerce más que por una autorización revocable”: es 
asombroso que precarius signifique “lo que se obtiene por la súplica”.
11 La corte de los Milagros fue “disuelta” en 1673 por iniciativa del poder real.
12 Sobre el burro de Schilda, véase S. Freud, Sur la psychanalyse.
En consecuencia, es “lo que siempre puede ser cuestionado”y debe 
ser, sin cesar, repreguntado. La exclusión está acompañada por un 
sentimiento de algo potencialmente “revocable”... irrevocable.
Vemos qué relación con el tiempo abre esto: como no hay conti- 
nuum, sino sentimiento de una sucesión de días que siguen unos a 
otros, el sujeto puede ver cómo se abre ante sí de un momento a otro 
ese punto de ruptura en el que no puede “unir más las dos puntas”. 
Dificultad para anticiparse como sujeto de una vida. Tiempo “intem- 
porizable” de la “galera”, en la que el golpe de remo es un comienzo que 
recomienza sin cesar.
En la relación con el espacio, encontramos el efecto de espejo.
De alguna manera, la noción de falta de domicilio cierra este 
concepto que, con una fuente en una metáfora espacial, parece 
encontrar en esta noción de deslocalización temporalizada la 
marca material de esta categoría que, en cierto modo, corre 
después de sus marcas.
Como parte de una exigencia jurídica -puesto que todo sujeto debe 
justificar una “vivienda, domicilio o residencia fija”- ,13 la noción tomó 
tal amplitud que el acrónimo SDF14 se convirtió en una calificación 
subjetiva del ser-excluido. El excluido es el encerrado afuera.
Notemos que el acrónimo no es más que una comodidad para 
abreviar una categoría: es la condensación significante la que instau­
ra, de alguna manera, un verdadero “sujeto” suigeneris. Unésdééf15 
-para dar una transcripción fonética de una manera comprensible- 
es otra cosa, es algún otro que no es un mendigo. El sujeto de la 
exclusión “posmoderna” es literalmente acronímico, es el efecto del 
acortamiento de un sujeto a la función de síntoma social que debe 
encarnar -a l punto de identificarse con ella: “¿Qué dice usted que 
soy?” “Entonces voy a llamarme como usted me llama”-. Ésta es la 
forma de la lógica de servidumbre que contiene la moral de los 
mejores sentimientos sociales.
El excluido se ve definido exteriormente en términos de falta —falta 
de ganar, de alguna manera, que lo convierte en una persona despre­
ciada-. Más aun: encama una especie de condición de “exilio interno”:
13 Exigencia del Código penal (1804), actualizada por la ley del 3 de enero de 
1969 que se ocupa de las “personas que carecen de domicilio o residencia fija”: este 
artículo 10 contiene la noción jurídica que tuvo una espectacular difusión 
sociológica y mediática.
14 Sin domicilio fijo. [N. de la TJ
15 Transcripción de la pronunciación francesa del acrónimo. [N. de la T.l
i >h el que acampa en la sociedad -fórmula que parafrasea la expresión
i Uíl siglo xix para el proletariado que se instalaba en la nación, con esta 
diferencia mayor de que esta “clase” de los “nuevos pobres” es
i 'ininentemente lábil, en contraste con la categoría construida por los 
discursos sociopolíticos del siglo pasado-.
Kl sujeto de la exclusión: 
inconsciente del perjuicio
( Cómo puede abordar el psicoanálisis esta problemática discursiva de 
la exclusión?
Primero, debe intentar averiguar dentro de esta consideración 
niasiva - “estadística”y de la “sociología” ampliamente “empírica”- en 
qué se convierte el sujeto, al que se gratifica con la etiqueta, inclusive 
con el título, “de excluido”. No se trata solamente del recuerdo puro 
v s imple de los derechos de la “individualidad” frente al punto de vista 
"liolístico”. Lo propio del proceso de socialización es hacer del sujeto 
mismo, tomado en los retos de lo que se denomina proceso de 
exclusión, el síntoma vivo, de alguna manera, de una anomia social 
que lo descalifica como sujeto.
De esta manera, los discursos de la norma se acomodarían dema­
siado bien a los complementos humanistas sobre los derechos de la 
individualidad. La lógica más objetivamente cínica de la norma se 
resarce fácilmente de una retórica del derecho a la dignidad. Dere­
chos imprescriptibles que prescriben de la norma. Por el contrario, 
tenemos que instalar el imprescriptible derecho del sujeto incons­
ciente a su verdad.
¿Qué dice este sujeto? ¿Basta con dejarle al pobre la palabra y 
desgranar “la miseria del mundo”16 para que su verdad se levante 
y se oponga a lo que “se” -la instancia que enuncia los males del 
excluido y “quiere su bien”- dice de él, para que grite a la faz del 
mundo su verdad, reverso fraudulento de un mundo que se considera 
en su lugar?
A pesar del interés por apoderarse de lo real de la miseria al ras de 
la palabra de sus actores, parece que la referencia a lo vivido por el 
individuo no puede ser el eco del imaginario de la precariedad, que 
parece que sólo puede decirse si se repite -en un psitaquismo
16 La misére du monde, bajo la dirección de Pierre Bourdieu, París, Le Seuil, 
1993.
sacudido, es verdad, por acentos de verdad- lo que el discurso dice de 
él. “¿Quién dice usted que soy? ¿Un excluido? Entonces, voy a hablar con 
este nombre que usted me da.” La exclusión se convierte en el síntoma 
material que el sujeto convierte en rasgo para él y para los otros.
Círculo verificado en todas las patologías sociales: Corte de los 
milagros llena de “toxicómanos”, de “alcohólicos”, etc. -e l “acorta­
miento”17 es el efecto lingüístico pasmoso del idiolecto contemporáneo 
que da cuenta de esto—. La reducción silábica y la neutralización de 
la desinencia no tienen como efecto solamente acortar, recalifican: el 
drogado que intenta decir su falta, de toxicómano, se transforma en 
“toxico” y así se identifica con el papel que el discurso le imparte, 
convirtiendo en imaginario la etiqueta que le otorgó el saber “médico- 
social” .
Nos parece que el psicoanálisis -en su inspiración propiamente 
freudiana- interviene para romper este círculo de la palabra de la 
miseria a la miseria de la palabra, intentando darle a esta palabra su 
efecto de verdad.
Pero esto sólo es posible si-el psicoanálisis asume este desafío de 
una palabra que ni siquiera está ordenada por la creencia tácita en la 
verdad de la palabra que comporta la neurosis -que, como sabemos, 
basa su experiencia de escucha-. La palabra de la miseria no es, por 
cierto, ella misma miserable, tiene sus recursos, pero con el fondo de 
este desastre social que se inscribe como un desmoronamiento simbó­
lico. A partir de ahí, puede instaurarse el sujeto de la exclusión en su 
relación consigo mismo, lo que calificamos como sujeto del perjuicio.18
Lógica del perjuicio
¿Dónde se muestra, entonces, este reverso del mundo social?
No en la palabra de entrada. El psicoanalista, experto en palabras, 
debe saber reconocerlo. En el malestar silencioso, por una parte; en 
el acto sintomático, por otra.
Para el excluido, lo primero que llega como respuesta es el “déjeme 
tranquilo”. Luego, el acto-síntoma, en el que haremos entrar, más allá 
de los actos de calificación penal, todo modo de saber hacer y de 
“arreglarse” en la miseria.
17 En francés, a los toxicómanos se les dice, de manera abreviada “toxicos” y a 
los alcohólicos, “alcoolos”. Este recurso de creación de palabras es frecuente en 
francés pero prácticamente no se utiliza en español. [N. de la T.].
18 Véase la Introducción.
La palabra no está ausente, pero se vuelve auto-comentario de la 
miseria -en una inflación que enmascara mal el no-poder-decir-.
E n el lugar y en la ubicación de una p alabra viene el acto; en el lugar 
<lel síntoma, el malestar.
Los “síncopes” de la palabra están llenos de actos -vagancia y 
conductas anémicas- en tanto que el síntoma se disuelve en el 
malestar que lo sostiene.
Por lo tanto, es muy difícil encontrar un organizador central 
.sintomático de un habla de este tipo, en el que podría mostrarse la 
ver dad del sujeto, cuando hace otra cosa que presentarse como efecto 
de la miseria.
¿Cómo abrir un espacio a esta habla por detrás del malestar y del
i icto, que pueda dar derecho a ese íntimo sentimiento de exclusión? Lo 
encontramos, justamente, en un cierto “síndrome” de perjuicio mos- 
( rado por Freud, mucho antes de la aparición de la coyuntura de la 
exclusión, que podría darnos acceso a la posición subjetiva en cues­
tión.
Estase marca en ciertos pacientes, en un momento de crisis de la 
relación analítica basada en un compromiso de habla, pero también 
de renunciamiento -relativo- a ciertos modos de satisfacción sustitu- 
l.i vos que refuerzan la formación mórbida: “Si se le pide a los enfermos 
u n renunciamiento a la satisfacción de algún placer, un sacrificio, una 
disponibilidad a tomar un poco de tiempo de uno mismo, un sufri­
miento para un fin mejor o, cuanto mucho, la decisión de someterse 
a una necesidad válida para todos, nos enfrentamos a ciertas perso­
nas que se irritan con una demanda de este tipo con una motivación 
particular”.19
Lo que Freud ve como un “tipo de carácter” revelado en un 
momento crítico en el proceso de cura analítica nos parece revelador 
de un retorno de lo real en la escena del síntoma del sujeto, en 
resumen, de un verdadero “síntoma social”.
El “síndrome de excepcionalidad”
o la auto-exclusión legitimada
Recordemos los términos de esta invocación de una cláusula de 
excepcionalidad basada en el sentimiento de ciertos perjuicios anti­
19 Véase, Freud, “Les exceptions”, en Quelques types de caracteres tires du 
travail analytique, 1915, G.W., X, p. 366.
guos, incluso originarios: “Dicen que ya aguantaron bastante y que 
ya fueron lo suficientemente privados, que tienen derecho a estar 
dispensados de nuevas exigencias y que no se someten más a una 
necesidad no amistosa, pues constituyen excepciones y entienden que 
seguirán siéndolo”. El sujeto perjudicado invoca un trauma de origen, 
con efectos de recidiva durante la vida y que la organizan como un 
destino, pero que, por esta misma razón, lo justifican en la derogación 
de la Ley de la “Necesidad”.
Este perjuicio se inscribe en la realidad -malestar social u orgánico 
que se siente como una transmisión hereditaria o una catástrofe 
desorganizadora en un momento de la historia-, un trauma desorga­
nizador, de alguna manera, de una economía de la deuda simbólica. 
El sujeto arguye un “dolo” real anterior que lo pone fuera de la ley 
(más allá de las consecuencias que saquen de esto). En resumen, lo 
real de la ex-clusión genera el sujeto de la ex-cepción.
De la falla narcisista 
a la exclusión idealizada
Para el sujeto, el trauma se inscribe a través de una falla narcisista, 
es decir, una crisis de la relación del “yo” con su “ideal”. Sin esta 
dimensión, el sujeto no puede amarse. El sentimiento de autodesva- 
lorización debe entenderse, más allá de la “crisis de identidad”, como 
un siniestro espectacular: entendamos que el sujeto se ve confronta­
do, en la vergüenza, con una dificultad para organizar una relación 
viable Vergüenza de vivir, literalmente.20
Paradójicamente, la carga de sufrimiento en estos destinos de vida 
puede llevar a lo que Freud considera como una “deformación de 
carácter” (Charakterverbildung). Esta noción, de un manejo tan 
difícil como portador de potencialidad de análisis socio-clínico, sugie­
re una inflexión del ideal bajo el efecto del “pasado cargado de 
sufrimiento”.
Atención, que los discursos de la “rehabilitación”,21 como los de la 
“revalorización”, pueden sumergir a los “que hay que rehabilitar” en 
ese callejón sin salida de la miseria ideal.
20 Véase, infra, cap. IV.
21 Véase, infra, cap. VII.
Según una hermosa y pertinente sugerencia de Freud, cuando falta 
el amor, la “necesidad” (Ananké) se encarga de la educación de los 
miijetos. Esta es la escuela de la vida: los sujetos son educados 
"duramente” por esa divinidad vinculada con el padre.
El trayecto de la “deriva” se inaugura frecuentemente con un hecho
I ra umático que, al venir a desgarrar el continuum de una existencia, 
le abre al sujeto el camino de la “galera”. Tenemos que cuidarnos de 
las modalidades de esta fatal “desvinculación”. Si la pérdida de tra­
bajo tiene como efecto normal poner en crisis al sujeto y a sus afectos, 
nos damos cuenta de que la espiral que se abre de este modo se 
precipita a partir del momento en que el sujeto “levanta el pie” y entra 
en la anomia. Esto supone tener cuidado con el efecto simbólico, des- 
HÍmbolizante, de un trauma propiamente social. El accidente es este 
"mal encuentro”22 que en ese momento actualiza una “falla” subjetiva 
anterior: de esta manera, la partida de la mujer, como presunta 
consecuencia del desempleo y de los problemas en la relación conyu­
gal, es aun más apta que la pérdida de trabajo para abrir la espiral de 
la “falta de localización”, porque se relaciona con la posición 
(psico)sexual del sujeto. La disidencia social puede servir como la 
expresión de lo que dejó de mantenerse en la relación del sujeto con 
el otro.
Entonces aparecen estrategias de repliegue reconocibles. El “ex­
cluido” encuentra en la unión con el animal doméstico, compañero de 
vagabundeo, una afectividad sustituía, tanto más efectiva cuanto que 
se dirige a seres que no hablan y que, por consiguiente, dispensan 
ambivalencia y colman la demanda de amor.
También entonces aparecen, como forma de defensa frente a la 
tentación de consagrarse a un Destino persecutorio, formas de “pro- 
videncialismo” sustitutivo -e l sujeto que se dedica a la creencia en 
poderes protectores y tutelares, cuya evocación puede perfilarse 
en las palabras en las que se traiciona un poco la intimidad del ser- 
en-el mundo-.
22 Véase, infra, cap. III.
De la exclusión sin sujeto 
al sujeto de la exclusión
¿Cuáles son las conclusiones de esta especie de clínica de la patología 
social?
Con seguridad, el modelo del perjuicio subjetivado complica las 
representaciones acreditadas -ingenuas o (pseudo)cientíñcas- de la 
exclusión.
Observada del lado del sujeto, la exclusión, en caso de que responda 
a un proceso, supone que, de manera al mismo tiempo sutil y material, 
el sujeto se excluye. La forma pronominal es esencial en este caso; no 
hay nada de exclusión social sin un sujeto que produzca el gesto de 
excluirse.
Esto no deja de apuntar a cierta “responsabilidad”: se sabe muy 
bien que las posibilidades de “elección” son cada vez más raras en el 
estado designado como “precariedad”. Pero el sujeto agrega a esta 
exclusión objetiva un cierto ser-uno mismo, vivido en el modo de la 
exclusión -que no es otra cosa que un complemento “psicológico” del 
estatus social, pero, de alguna manera, es su adaptación subjetiva a 
este estado-
Paradójicamente, este gesto lo coloca frente a una alternativa que 
se trabaja: o bien identificarse con la posición subjetiva del excluido 
y repetir el malestar, con las palabras proporcionadas por la ciencia 
social que confirma, en este caso, su función ideológica; o bien 
“construir con hormigón” su posición al vivirse a sí mismo como “ex­
cepción” y construir un mito personal de la marginalidad. Este mito 
lo pone en vilo, y encarna un “dis-placer” convertido en un amargo 
placer, en toda dimensión de intercambio apta para mantenerlo en el 
orden del deseo. Doble encierro subjetivo en el ser-excluido.
A l cuestionar de esta manera al sujeto del perjuicio, el psicoanálisis 
apela a esta Caribdis del normativismo -pobreza autogestionada- y 
a esta Escila del miserabilismo -que encontró acentos seguramente 
fuertes en los Soliloques du Pauvre de Jehan Rictus, pero reproduce 
el callejón sin salida imaginario de una exclusión que se vuelve 
perenne con el goce de su propio “canto”-.
Visto desde el lado del Otro social, está el discurso de la exclusión 
que se apoya en una visión de la identidad: existiría una comunidad 
y sus excluidos -que vienen a recordar en la conciencia común los 
momentos de la “intemperie”- con el riesgo de asombrarse de que 
los excluidos, uná noche más fría que las otras, no salten para entrar 
al redil.
La experiencia muestra que el sujeto perjudicado está tironeado 
entre una tendencia al encierro y una tentación a la evasión.
Desde el primer punto de vista, la exclusión incluye, con mayor 
propiedad, una “sobreinclusión”: pues nadie es más dependiente del 
sistema que el sujeto que no se beneficia con él. Es como una mosca 
dentro

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