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http://rinconmedico.me Manual de Nefrología 7th Edition Editor Robert W. Schrier M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Disease and Hypertension, University of Colorado, Health Sciences Center, Aurora, Colorado Autores Sharon G. Adler M.D. Professor of Medicine, Division of Nephrology and Hypertension, University of California, UCLA School of Medicine, Los Angeles, California George R. Aronoff M.D. Professor of Medicine and Pharmacology; Chief Division of Nephrology, University of Louisville School of Medicine, Louisville, Kentucky Phyllis August, M.D. Professor of Medicine and Obstetrics, and Gynecology, Weill Medical College of Cornell University, New York, New York Tomas Berl, M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Michael E. Brier Ph.D. Professor of Medicine, Division of Nephrology, University of Louisville School of Medicine; Research Health Scientist, Department of Veterans Affairs, Louisville, Kentucky Michel Chonchol, M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Robert E. Cronin M.D. Professor of Medicine, VA Medical Center, Dallas, Texas Charles L. Edelstein M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases,and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado David H. Ellison M.D. Professor of Medicine, Head, Division of Nephrology and Hypertension, Oregon Health and Science University, Portland, Oregon Kenneth Fairley, M.D. Professorial Associate, Department of Medicine, University of Melbourne Hospital, Melbourne, Australia Sarah Faubel, M.D. Assistant Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Eric Gibney, M.D. Assistant Professor of Medicine, Division of Renal Diseases, Virginia Commonwealth University, Richmond, Virginia Alkesh Jani, M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado William D. Kaehny M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Catherine L. Kelleher M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Marilyn E. Levi M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Infectious Diseases, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Stuart L. Linas M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Rebecca Moore, M.D. Fellow, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Charles R. Nolan M.D. Professor of Medicine, University of Texas Health Sciences Center at San Antonio, San Antonio, Texas Chirag Parikh, M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Nephrology, Yale School of Medicine, New Haven, Connecticut Jeffrey G. Penfield M.D. Assistant Professor of Medicine, University of Texas Southwestern Medical Center, Veterans Affairs North Texas Health Care System, Dallas, Texas Robert F. Reilly M.D. Professor of Medicine, Division of Nephrology, Yale University Medical School, New Haven, Connecticut Barth L. Reller M.D. Professor of Medicine and Pathology, Departments of Medicine and Pathology, Duke University Medical Center, Durham, North Carolina Robert W. Schrier M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado David M. Spiegel M.D. Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Alexander Wiseman, M.D. Associate Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Joshua M. Thurman M.D. Assistant Professor of Medicine, Division of Renal Diseases and Hypertension, University of Colorado Health, Sciences Center, Aurora, Colorado Amir S. A. Naderi M.D. Fellow of Nephrology, Johns Hopkins University School of Medicine, Baltimore, Maryland 2009 Lippincott Williams & Wilkins 530 Walnut Street, Philadelphia, PA 19106 USA 978-84-96921-44-3 978-0-7817-9619-4 Av. Príncep d'Astúries, 61, 8.° 1.a08012 Barcelona (España)Tel.: 93 344 47 18Fax: 93 344 47 16e-mail: lwwespanol@wolterskluwer.com Traducción:M. Gonzalo Claros Díaz Revisión científica:Dra. M.a del Pilar Fernández CrespoDra. Laura Ribera TelloMédicos Especialistas en Nefrología Se han adoptado las medidas oportunas para confirmar la exactitud de la información presentada y describir la práctica más aceptada. No obstante, los autores, los redactores y el editor no son responsables de los errores u omisiones del texto ni de las consecuencias que se deriven de la aplicación de la información que incluye, y no dan ninguna garantía, explícita o implícita, sobre la actualidad, integridad o exactitud del contenido de la publicación. Esta publicación contiene información general relacionada con tratamientos y asistencia médica que no debería utilizarse en pacientes individuales sin antes contar con el consejo de un profesional médico, ya que los tratamientos clínicos que se describen no pueden considerarse recomendaciones absolutas y universales. El editor ha hecho todo lo posible para confirmar y respetar la procedencia del material que se reproduce en este libro y su copyright. En caso de error u omisión, se enmendará en cuanto sea posible. Algunos fármacos y productos sanitarios que se presentan en esta publicación sólo tienen la aprobación de la Food and Drug Administration (FDA) para un uso limitado al ámbito experimental. Compete al profesional sanitario averiguar la situación de cada fármaco o producto sanitario que pretenda utilizar en su práctica clínica, por lo que aconsejamos la consulta con las autoridades sanitarias competentes. Derecho a la propiedad intelectual (C. P. Art. 270) Se considera delito reproducir, plagiar, distribuir o comunicar públicamente, en todo o en parte, con ánimo de lucro y en perjuicio de terceros, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. Reservados todos los derechos. Copyright de la edición en español © 2010 Wolters Kluwer Health España, S.A. ISBN edición española: 978-84-96921-44-3 Edición española de la obra original en lengua inglesa Manual of Nephrology, 7th edition, de Robert W. Schrier, publicada por Lippincott Williams & Wilkins. Copyright © 2009 Lippincott Williams & Wilkins 351 West Camden Street Baltimore, MD 21201 530 Walnut Street Philadelphia, PA 19106 ISBN edición original: 978-0-7817-9619-4 Composición: Alimon, BarcelonaImpresión: Data Reproduction Corp.Impreso en: USA Prefacio La séptima edición del Manual de nefrología continúa centrándose en los aspectos clínicos prácticos del diagnóstico y el tratamiento de los pacientes con trastornos electrolíticos y acidobásicos, infecciones en las vías urinarias, cálculos renales, glomerulonefritis y vasculitis, insuficiencia renal aguda o crónica, hipertensión, hipertensión y nefropatía en el embarazo, así como la dosificación de fármacos en caso de disfunción renal. Debido al número creciente de pacientes con una insuficiencia renal terminal, ahora se incluyen capítulos separados para el tratamiento con terapia sustitutiva renal continua con diálisis y trasplante de riñón. Aspiramos a que el Manual de nefrología siga siendo de la máxima utilidad y valor para los profesionalesde la asistencia sanitaria que tratan a pacientes con los trastornos anteriormente citados. Esto incluiría a los médicos residentes, estudiantes de medicina, médicos de asistencia primaria, nefrólogos, enfermeros y subespecialistas en campos diferentes de la nefrología. Quisiera agradecer las excelentes contribuciones de los autores, que han hecho un gran esfuerzo por actualizar cada capítulo con los avances recientes en el diagnóstico y el tratamiento del amplio espectro de los trastornos hipertensivos y de riñón. Esto ha comportado la incorporación de nuevos autores que son destacados expertos en el ámbito clínico. Este Manual de nefrología vuelve a estar dedicado al catedrático Hugh de Wardener, por su destacada contribución a los campos de la hipertensión y la nefrología como médico, científico y profesor durante más de 60 años. Robert W. Schrier M.D. https://www.facebook.com/rinconmedico.me/ 1 El Paciente Edematoso: Insuficiencia Cardíaca, Cirrosis y Síndrome Nefrótico Robert W. Schrier David H. Ellison I. DISTRIBUCIÓN DEL LÍQUIDO CORPORAL. Del líquido total del cuerpo humano, dos tercios residen dentro de la célula (a saber, líquido intracelular) y una tercera parte reside fuera de las células (líquido extracelular [LEC]). El paciente con edema generalizado tiene un exceso de LEC. El LEC está en dos compartimentos: en el compartimento vascular (líquido plasmático) y entre las células del cuerpo, pero fuera del compartimento vascular (líquido intersticial). En el compartimento vascular, aproximadamente el 85 % del líquido reside en la circulación venosa y el otro 15 %, en la arterial ( tabla 1-1 ). Un exceso de líquido intersticial constituye un edema. Al aplicar la presión digital, el líquido intersticial generalmente se desplaza del punto de presión, dejando una impronta, que se describe como un edema con fóvea. Esto demuestra que el exceso de líquido intersticial se puede mover libremente dentro del espacio existente entre las células del cuerpo. Si la presión digital no deja una impronta en el paciente edematoso, entonces el líquido intersticial no se puede mover con libertad. Este edema sin fóvea puede aparecer en la obstrucción linfática (es decir, un linfedema) o con una fibrosis regional del tejido subcutáneo, lo cual ocurre en la insuficiencia venosa crónica. Aunque el edema generalizado siempre significa un exceso de LEC, particularmente en el compartimento intersticial, el volumen intravascular puede disminuir, ser normal o aumentar. Por ejemplo, dado que dos terceras partes del LEC se encuentran en el espacio intersticial y sólo un tercio en el intravascular, se puede producir un aumento del volumen total de LEC como consecuencia del exceso de líquido intersticial (es decir, un edema generalizado), aunque disminuya el volumen intravascular. A. La ley de Starling afirma que la velocidad con la que el líquido atraviesa una pared capilar es proporcional a la permeabilidad hidráulica del capilar, la diferencia de presión hidrostática transcapilar y la diferencia de presión oncótica transcapilar. Tal y como se muestra en la figura 1-1 , en condiciones normales, el líquido abandona el capilar en el extremo arterial porque la diferencia de presión hidrostática transcapilar que favorece la trasudación supera la diferencia de presión oncótica transcapilar, lo que favorece la reabsorción del líquido. En cambio, el líquido regresa al capilar en el extremo venoso porque la diferencia de presión oncótica transcapilar supera la diferencia de presión hidrostática. Como la albúmina sérica es el principal determinante de la presión oncótica capilar, que sirve para mantener el líquido en el capilar, la hipoalbuminemia puede conducir a un exceso de trasudación de líquido desde el compartimento vascular al intersticial. Aunque se podría esperar que la hipoalbuminemia desembocara con frecuencia en un edema, varios factores amortiguan los efectos de ésta sobre la trasudación del líquido. Primero, un aumento en la trasudación tiende a diluir el líquido intersticial, lo que reduce la concentración de las proteínas intersticiales. Segundo, el incremento del volumen del líquido intersticial aumenta la presión hidrostática intersticial. Tercero, aumenta el flujo linfático que llega a las venas yugulares, lo que devuelve el líquido trasudado a la circulación. De hecho, en la cirrosis, cuando la fibrosis hepática eleva la presión hidrostática capilar asociada a la hipoalbuminemia, el flujo linfático puede multiplicarse por 20 hasta alcanzar los 20 l/día, lo que atenúa la tendencia a acumular líquido intersticial. Cuando estos factores amortiguadores se ven sobrepasados, la acumulación de líquido intersticial puede conducir a edema. Otro factor que se debe tener en cuenta como causa de edema es el aumento de la permeabilidad de la pared capilar a los líquidos (aumento de la conductividad hidráulica). Este aumento es la causa del edema asociado a reacciones de hipersensibilidad y el edema angioneurótico, y puede ser un factor en el edema asociado a la diabetes mellitus y al edema cíclico idiopático. Compartimento Cantidad Volumen (l) en un hombre de 70 kg Líquido corporal total 60 % de la masa corporal 42 Líquido intracelular (LIC) 40 % de la masa corporal 28 Líquido extracelular (LEC) 20 % de la masa corporal 14 Líquido intersticial Dos tercios del LEC 9,4 Líquido en el plasma Un tercio del LEC 4,6 Líquido venoso 85 % del líquido plasmático 3,9 Líquido arterial 15 % del líquido plasmático 0,7 B. Estos comentarios se refieren al edema generalizado (es decir, a un aumento de la cantidad total de líquido intersticial en el cuerpo), pero hay que señalar que éste puede tener una predilección por algunas áreas específicas del cuerpo por diversas razones. En la cirrosis, la formación de edema tiene predilección por la cavidad abdominal debido a la hipertensión portal, como ya se ha mencionado. Debido a las horas que se pasan en posición ortostática, podría esperarse una acumulación de líquido intersticial en las extremidades inferiores, mientras que un exceso de horas en posición supina predisponen a la acumulación del edema en las áreas sacra y periorbital del cuerpo. El médico también ha de ser consciente de la posible presencia de edema localizado, que se debe diferenciar del edema generalizado. Figura 1-1. Efecto de las fuerzas de Starling sobre el movimiento del líquido a través de la pared capilar (LIS, líquido intersticial). Herramientas de imágenes C. Aunque el edema generalizado puede tener una predilección por determinadas zonas del cuerpo, el exceso de líquido intersticial es un fenómeno generalizado. Por otra parte, el edema localizado está causado por factores locales y, por lo tanto, no se trata de un fenómeno generalizado. La obstrucción venosa, como la producida por la tromboflebitis, puede causar edema localizado en una extremidad inferior. La obstrucción linfática (p. ej., debida a una neoplasia maligna) también puede causar una acumulación excesiva del líquido intersticial y, en consecuencia, edema localizado. Por lo tanto, la exploración física de un paciente con edema maleolar debe incluir una búsqueda de la insuficiencia venosa (p. ej., venas varicosas) y de indicios de linfopatía. Sin embargo, hay que reconocer que la trombosis venosa profunda puede no ser detectable en la exploración física y, por lo tanto, puede necesitar otros métodos diagnósticos (p. ej., una ecografía no invasiva). Por consiguiente, si la enfermedad venosa es bilateral, el médico puede buscar erróneamente las causas de edema generalizado (p. ej., insuficiencia cardíaca y cirrosis) cuando realmente el edema maleolar bilateral es debido a factores locales. La obstrucción linfática pélvica (p. ej., por una neoplasia maligna) también puede causar un edema en ambas extremidades inferiores y, por lo tanto, imitar el edema generalizado. Los traumatismos, las quemaduras, las inflamaciones y la celulitis son otras causas de edema localizado. Volver al principio II. REGULACIÓN DEL VOLUMEN DEL LÍQUIDO CORPORAL.El paciente edematoso representa un reto en la comprensión de la regulación del volumen del líquido corporal. En el sujeto sano, si el LEC se expande por la administración de una disolución salina isotónica, el riñón excretará el exceso de sodio y agua, lo que devuelve el volumen del LEC a la normalidad. La regulación del volumen por parte del riñón se conoce desde hace muchos años. Lo que no se entiende, sin embrago, es por qué los riñones continúan reteniendo sodio y agua en el paciente edematoso. Resulta comprensible que cuando existe una enfermedad renal que afecta al funcionamiento del riñón (es decir, una insuficiencia renal aguda o crónica), este órgano continúe reteniendo sodio y agua incluso hasta provocar hipertensión y edema pulmonar. Pero resulta mucho más complejo entender qué ocurre en los casos en que se sabe que los riñones normales continúan reteniendo sodio y agua a pesar de la expansión del LEC y de la formación del edema (p. ej., cirrosis, insuficiencia cardíaca congestiva). Por ejemplo, si los riñones de un paciente cirrótico son trasplantados a un paciente con insuficiencia renal terminal pero sin hepatopatía, la excesiva retención de sodio y agua no ocurre. Por lo tanto, se ha llegado a la conclusión de que ni el LEC ni su componente intersticial, que se expanden en el paciente con edema generalizado, son los moduladores de la excreción renal de sodio y agua; más bien, tal y como Peters sugirió en la década de 1950, otro compartimento del líquido corporal, que no es el LEC total ni el volumen del líquido intersticial, debe ser el que regula la excreción renal de sodio y agua. A. El término volumen sanguíneo efectivo se acuñó para describir este compartimento del líquido corporal enigmático e indefinido que hace que el riñón, a través de vías desconocidas, retenga sodio y agua a pesar de la expansión del LEC total. Como explicación a la retención de sodio y agua en la insuficiencia cardíaca, se sugirió que el riñón respondía a un gasto cardíaco bajo. Sin embargo, esta idea no proporcionó una explicación universal para todo edema generalizado, porque en muchos pacientes con cirrosis descompensada, que retenían agua y sodio con avidez, se encontró que el gasto cardíaco era normal o elevado. B. A continuación, se consideró que el volumen sanguíneo total o plasmático era un posible candidato al volumen sanguíneo efectivo que modula la excreción renal de sodio y agua. No obstante, pronto resultó evidente que la expansión del volumen plasmático y del sanguíneo estaban presentes con frecuencia en los estados en los que se retiene sodio y agua en el riñón, como la insuficiencia cardíaca congestiva y la cirrosis. También se ha propuesto que el componente venoso del plasma en circulación es el modulador de la excreción renal de sodio y agua y, por lo tanto, de la regulación del volumen, porque se sabe que un aumento de la presión auricular izquierda causa diuresis acuosa y natriuresis, debidas en parte a una supresión de la vasopresina y a una disminución de la resistencia vascular renal mediada por vía neurógena. También se ha encontrado que un incremento de la presión auricular derecha e izquierda hace aumentar el péptido natriurético auricular. Sin embargo, a pesar de sus efectos sobre el lecho circulatorio venoso de baja presión, la retención de sodio y agua en el riñón es característica de la insuficiencia cardíaca congestiva, una situación en que las presiones en los componentes auricular y venoso de la circulación aumentan con frecuencia. C. La porción arterial de los líquidos corporales (v. tabla 1-1 ) es el componente restante que puede ser clave en la regulación de la excreción renal de sodio y agua. Más recientemente, se ha propuesto que la relación entre el gasto cardíaco y la resistencia arterial sistémica (el volumen sanguíneo arterial efectivo [VSAE]) es un regulador predominante de la reabsorción de sodio y agua en el riñón. Esta relación establece la «plenitud» del árbol vascular arterial. En este ámbito, una disminución primaria del gasto cardíaco o la vasodilatación arterial sistémica, o una combinación de los mismos, puede causar el infrallenado arterial y, por lo tanto, iniciar y mantener un estado de retención renal de sodio y agua, lo que conduce a un edema generalizado. Los estados de retención de sodio y agua que se inician por una disminución del gasto cardíaco se muestran en la figura 1-2 e incluyen: a) el vaciado del volumen del LEC (p. ej., diarrea, vómitos, hemorragia); b) la insuficiencia cardíaca de bajo gasto, el taponamiento pericárdico y la pericarditis constrictiva; c) la depleción del volumen intravascular secundario a la pérdida de proteínas y la hipoalbuminemia (p. ej., síndrome nefrótico, quemaduras y otras dermopatías con pérdida de proteínas, enteropatía con pérdida de proteínas), y d) aumento de la permeabilidad capilar (síndrome de fuga capilar). Las causas del aumento de la retención de sodio y agua en el riñón que conducen al edema generalizado y comienzan por la vasodilatación arterial sistémica primaria son igualmente numerosas y se muestran en la figura 1-3 . La anemia grave, el beriberi, la enfermedad de Paget y la tirotoxicosis son causas de una insuficiencia cardíaca de elevado gasto que puede conducir a la retención de sodio y agua en unos riñones normales. Una fístula arteriovenosa grande de abertura amplia, la cirrosis hepática, la septicemia, el embarazo y los vasodilatadores (p. ej., el minoxidil o la hidralazina) son otras causas de la vasodilatación arterial sistémica que disminuye la excreción renal de sodio y agua. Figura 1-2. La disminución del gasto cardíaco es el iniciador del infrallenado arterial. (De Schrier RW. A unifying hypothesis of body fluid volume regulation. J R Coll Physicians Lond 1992;26:296. Reimpreso con autorización.) Herramientas de imágenes D. Dos procedimientos compensatorios principales protegen del infrallenado arterial, tal y como se define por la interrelación del gasto cardíaco y la resistencia vascular arterial sistémica. Uno de los dos procesos compensatorios es muy rápido y consiste en una respuesta hemodinámica neurohumoral y sistémica. El otro es más lento e implica la retención renal de sodio y agua. En el paciente edematoso se han producido estas respuestas compensatorias con distinta intensidad según el momento en el que se observe al paciente durante el curso clínico. Debido a la aparición de estos procedimientos compensatorios, la presión arterial media es un mal índice de la integridad de la circulación arterial. Tanto si el infrallenado arterial se inicia con una caída primaria del gasto cardíaco o con una vasodilatación arterial sistémica, las respuestas compensatorias son muy similares. Tal y como se describe en las figuras 1-2 y 1-3 , la respuesta neurohumoral común a un descenso del VSAE implica la estimulación de tres vías vasoconstrictoras: el sistema nervioso simpático, la angiotensina y la vasopresina. Además de los efectos directos, el sistema nervioso simpático también aumenta la angiotensina y la vasopresina porque los incrementos del aporte hipotalámico simpático central y la estimulación adrenérgica β por los nervios renales son componentes importantes del aumento de la liberación no osmótica de la vasopresina y de la estimulación de la secreción de la renina, respectivamente. Tras una caída primaria en el gasto cardíaco o la vasodilatación arterial sistémica primaria, se produce, respectivamente, un aumento posterior de la resistencia vascular arterial sistémica o el gasto cardíaco para mantener con precisión la presión arterial. Esta rápida compensación da tiempo para que se produzca una retención renal más lenta de sodio y agua, atenúandose así el infrallenado de la circulación arterial. Con una disminución en el volumen del LEC, como el que se produce con las pérdidas digestivas agudas, se puede producir una retención suficiente de sodio y agua para restaurar el gasto cardíaco a la normalidad y, por lo tanto, acabar con la retención de sodio y agua en el riñónantes de que se forme un edema. Esto puede que no sea el caso con una insuficiencia cardíaca de gasto bajo, incluso aunque estas respuestas compensatorias no devuelvan totalmente el gasto cardíaco a la normalidad. Figura 1-3. La vasodilatación arterial sistémica inicia el infrallenado arterial. (De Schrier RW. A unifying hypothesis of body fluid volume regulation. J R Coll Physicians Lond. 1992;26:296. Reimpreso con autorización.) Herramientas de imágenes 1. Por lo tanto, los mecanismos neurohumorales y de retención renal de sodio y agua continúan siendo procesos compensatorios importantes para mantener el VSAE. No obstante, ni los mecanismos compensatorios agudos ni los crónicos consiguen restaurar la contractilidad cardíaca, ni tampoco revertir el taponamiento cardíaco ni el taponamiento pericárdico constrictivo. Se produce una retención compensatoria de sodio y agua en el riñón con una expansión de la circulación venosa a medida que mejora el llenado vascular arterial, pero no alcanza la normalidad. El aumento resultante en la presión venosa mejora la presión hidrostática capilar y, por lo tanto, la trasudación de líquido hacia el espacio intersticial, lo que origina la formación de edema. En la hipoalbuminemia y el síndrome de fuga capilar se produce una trasudación excesiva de líquido a través del lecho capilar y también se impide la restauración del gasto cardíaco; por lo tanto, se produce una retención renal continua de sodio y agua que causa la formación de edema. 2. La vasodilatación arterial sistémica, el otro iniciador principal del infrallenado arterial, tampoco suele poder revertirse totalmente mediante los mecanismos compensatorios y, por lo tanto, puede conducir a la formación de edema. La vasodilatación arterial sistémica produce la dilatación de los esfínteres arteriorales precapilares, lo que aumenta la presión hidrostática capilar y, probablemente, la superficie capilar. Por tanto, en estos trastornos edematosos, una mayor proporción de sodio y agua retenidos atraviesa el lecho capilar hacia el intersticio ( fig. 1-3 ). E. Otra razón por la que un gasto cardíaco bajo o una vasodilatación arterial sistémica puede conducir a la formación de edema consiste en que los pacientes con estos trastornos, en comparación con los sanos, son incapaces de eludir el efecto de retención de sodio que tiene la aldosterona ( fig. 1-4 ). En un sujeto sano que recibe grandes dosis exógenas de aldosterona u otra hormona mineralocorticoesteroide, la expansión del LEC se asocia a un aumento de la filtración glomerular (GFR) y a un descenso de la reabsorción tubular proximal de sodio y agua, lo que conduce a un aumento de la llegada de sodio y agua a la nefrona distal, donde actúa la aldosterona. Este aumento de la llegada distal de sodio es el principal mediador del escape del efecto de retención de sodio que tienen los mineralocorticoesteroides en los individuos sanos, lo que evita la formación de edema. En cambio, en aquellos pacientes con cirrosis o insuficiencia cardíaca, la vasoconstricción renal que acompaña la respuesta neurohumoral compensatoria al infrallenado arterial se asocia a una disminución de la llegada de sodio y agua a la nefrona distal donde actúa la aldosterona. Esta reducción de la llegada distal, que se produce principalmente debido a una caída de la GFR y a un aumento de la reabsorción proximal de sodio, impide el fenómeno de escape de la aldosterona y, por lo tanto, causa la formación de edema. La importancia de la hemodinámica renal, particularmente de la GFR, en el fenómeno de escape de la aldosterona se ve acentuado por la observación de que, en el embarazo, un estado de vasodilatación arterial primaria, el escape de la aldosterona se produce a pesar del infrallenado arterial, debido a que se asocia a un aumento del 30 % al 50 % de la GFR. Todavía se tiene que determinar por qué el embarazo está asociado a este gran aumento de la GFR, que se produce entre las 2 y 4 semanas de la concepción. El aumento de la GFR no puede deberse a la expansión del volumen plasmático, porque esto no se produce hasta varias semanas después de la concepción. El incremento de la filtración de sodio y, por lo tanto, de la carga de sodio distal en el embarazo permite sin ninguna duda que en el embarazo normal aparezca el fenómeno de escape que tiene la aldosterona. El escape de la aldosterona en el embarazo atenúa la formación de edema cuando se compara con otros trastornos edematosos. Figura 1-4. Liberación de aldosterona en un sujeto sano (izquierda) y fracaso de la elusión de la aldosterona en los pacientes con un infrallenado arterial (derecha) (GFR, filtración glomerular; LEC, líquido extracelular; VSAE, volumen sanguíneo arterial eficaz). (De Schrier RW. Body fluid regulation in health and disease: a unifying hypothesis. Ann Intern Med 1990;113:155-159. Adaptado con autorización.) Herramientas de imágenes Volver al principio III. TRATAMIENTO DIETÉTICO Y DIURÉTICO DEL EDEMA: PRINCIPIOS GENERALES. La ingesta diaria de sodio en Estados Unidos suele ser de 4-6 g (1 g de sodio contiene 43 mEq; 1 g de cloruro de sodio [NaCl] contiene 17 mEq de sodio). Si no se añade sal en las comidas, la ingesta diaria de sodio puede reducirse a 4 g (172 mEq), mientras que una típica dieta «baja en sal» contiene 2 g (86 mEq). Se pueden recetar dietas más bajas en contenido de NaCl, pero muchos individuos las encuentran incomibles. Si se utilizan sucedáneos de la sal, es importante recordar que contienen cloruro de potasio; por lo tanto, no deben utilizarse diuréticos que retengan el potasio (p. ej., la espironolactona, la eplerenona, el triamtereno o la amilorida) junto con estos sucedáneos de la sal. También se deben utilizar con cautela otros fármacos que aumenten la concentración sérica de potasio cuando se ingieren sucedáneos de sal (es decir, los inhibidores de la enzima conversora, los antagonistas de los receptores de la angiotensina, los bloqueantes β y los antiinflamatorios no esteroideos [AINE]). Cuando se receta un tratamiento dietético para un paciente edematoso, es importante insistir en que hay que restringir el cloruro de sodio, incluso si se emplean diuréticos. El potencial terapéutico de los diuréticos es inversamente proporcional a la ingesta de sal de la dieta. Todos los diuréticos utilizados habitualmente actúan aumentando la excreción de sodio por la orina. Se pueden dividir en cinco clases, según su sitio de acción principal a lo largo de la nefrona ( tabla 1-2 ). Los diuréticos osmóticos (p. ej., el manitol) y los diuréticos proximales (p. ej., la acetazolamida) no se utilizan en el tratamiento de los trastornos edematosos. Sin embargo, los diuréticos del asa (p. ej., la furosemida), los diuréticos del túbulo contorneado distal (TCD; p. ej., la hidroclorotiazida) y los diuréticos de los túbulos colectores (p. ej., la espironolactona) desempeñan funciones importantes pero diferentes en el tratamiento de los pacientes edematosos. El objetivo del tratamiento del edema con diuréticos consiste en reducir el volumen del LEC y mantenerlo lo más bajo posible. Esto requiere una natriuresis inicial, pero, en estado de equilibrio, la excreción del cloruro de sodio en la orina se acerca a la concentración normal a pesar de la administración continua de diuréticos. Es importante destacar que un aumento de la excreción de sodio y agua no demuestra su eficacia terapéutica si el volumen del LEC no desciende. Por el contrario, un regreso a la cantidad «normal» de la excreción del cloruro de sodio en la orina no indica una resistencia al diurético. La eficacia continua de un diurético se documenta por un rápido retorno de la expansión del volumen del LEC que se produce si se suspende el diurético. Diuréticos osmóticos Diuréticos proximales Inhibidores de la anhidrasa carbónica Acetazolamida Diuréticos del asa (EFNa = 30 %) Inhibidores de Na-K-2Cl Furosemida Bumetanida Torasemida Ácido etacrínico Diuréticos del TCD (EFNa máxima = 9 %) Inhibidores del NaCl Clorotiazida HidroclorotiazidaMetolazona Clortalidona Indapamidaa Muchos otros Diuréticos del túbulo colector (EFNa máxima = 3 %) Bloqueantes de los canales de Na Amilorida Triamtereno Antagonistas de la aldosterona Espironolactona Eplerenona TCD, túbulo contorneado distal. a La indapamida también puede tener otras acciones. A. Cuando se inicia la administración de un diurético del asa como tratamiento contra el edema, resulta importante establecer un objetivo terapéutico, normalmente una masa corporal determinada. Si una dosis baja no conduce a la natriuresis, se puede duplicar varias veces hasta alcanzar la dosis máxima recomendada ( tabla 1-3 ). Cuando se administra un diurético por vía oral, la magnitud de la respuesta natriurética se determina por la potencia intrínseca del fármaco, la dosis, la biodisponibilidad, la cantidad que llega al riñón, la cantidad que entra en el espacio tubular (muchos diuréticos actúan desde la luz del túbulo) y el estado fisiológico del individuo. Excepto en los diuréticos proximales, se puede predecir la potencia natriurética máxima de un diurético a partir su lugar de acción. En la tabla 1-2 se muestra que los diuréticos del asa pueden como máximo aumentar la excreción fraccionada de sodio (Na) como máximo hasta el 30 %, los diuréticos del TCD pueden incrementarla hasta el 9 % y los bloqueantes de los canales de sodio, hasta el 3 % de la carga filtrada. La potencia diurética intrínseca de un diurético se define por su curva de dosis-respuesta, que generalmente es sigmoidea. La pronunciada relación sigmoidea es la razón por la que los diuréticos del asa suelen describirse como fármacos de umbral. Cuando se comienza el tratamiento con los diuréticos del asa, conviene asegurarse de que cada dosis alcanza la parte pendiente de la curva de respuesta a la dosis antes de ajustar la posología. Ya que los diuréticos del asa actúan rápidamente, muchos pacientes observan un aumento de la diuresis durante varias horas desde el momento en que toman el fármaco; esto puede resultar útil para demostrar que se ha alcanzado una dosis adecuada. Como los diuréticos del asa actúan durante poco tiempo, cualquier aumento de la diuresis que se produzca más de 6 h después de una dosis no se deberá a los efectos del fármaco. Por lo tanto, cuando se toman por vía oral, la mayor parte de los diuréticos del asa se deben administrar al menos dos veces al día. Furosemida (mg) Bumetanida (mg) Torasemida (mg) i.v. v.o. i.v. v.o. i.v. v.o. Insuficiencia renal GFR 20-50 ml/min 80 80-160 2-3 2-3 50 50 GFR < 20 ml/min 200 240 8-10 8-10 100 100 Insuficiencia renal aguda grave 500 ND 12 ND — — Síndrome nefrótico 120 240 3 3 50 50 Cirrosis 40-80 80-160 1 1-2 10-20 10-20 Insuficiencia cardíaca congestiva 40-80 160-240 2-3 2-3 20-50 50 GFR, filtración glomerular; ND, no disponible. La dosis máxima indica la dosis que produce el aumento máximo de la excreción fraccionada de sodio. Las dosis mayores pueden aumentar la natriuresis diaria neta al aumentar la duración de la natriuresis sin aumentar la velocidad máxima. B. La biodisponibilidad de los diuréticos varía ampliamente entre las clases de fármacos, entre diferentes fármacos de la misma clase e incluso en el mismo fármaco. La biodisponibilidad de los diuréticos del asa oscila entre el 10 % y el 100 % (media: 50 % para la furosemida, del 80 % al 100 % para la bumetanida y la torasemida). Normalmente, se puede superar esta escasa biodisponibilidad mediante una dosis adecuada, pero algunos fármacos, como la furosemida, se absorben de forma muy variable por el mismo paciente en días distintos, lo que dificulta una titulación precisa. Se acostumbra a duplicar la dosis de furosemida cuando se cambia del tratamiento intravenoso al oral, pero la relación entre la dosis oral y la intravenosa puede variar. Por ejemplo, la cantidad de sodio excretada durante 24 h es similar si se administra la furosemida a un individuo sano por vía oral o intravenosa, a pesar de que su biodisponibilidad es del 50 %. Esta paradoja se debe a que la absorción oral de la furosemida es más lenta que su eliminación, lo que conduce a una cinética «limitada por la absorción». Por lo tanto, una concentración efectiva de furosemida en el suero persiste durante más tiempo cuando el fármaco se administra por vía oral, porque una reserva en el tubo digestivo continúa suministrando furosemida al cuerpo. Esta relación resulta válida en los individuos sanos. Es difícil, por lo tanto, predecir la relación exacta entre las dosis oral e intravenosa. Volver al principio IV. RESISTENCIA A LOS DIURÉTICOS. Se considera que los pacientes son resistentes a los diuréticos cuando se observa una reducción inadecuada del volumen del LEC a pesar de las dosis cercanas al máximo permitido para los diuréticos del asa. Se pueden determinar varias causas de resistencia cuando se consideran factores que afectan a la eficacia diurética, tal y como se ha explicado anteriormente. A. Causas de la resistencia a los diuréticos 1. La ingesta excesiva de NaCl en la dieta es una de las causas de resistenciaa los diuréticos. Cuando se ingiere mucho NaCl, se puede producir una retención de NaCl renal entre períodos natriuréticos, lo que mantiene la expansión del volumen del LEC. Para diagnosticar una ingestión excesiva, puede resultar útil la medición del sodio excretado durante 24 h. Si el paciente se encuentra en un estado de equilibrio (el peso es estable), entonces la cantidad de sodio excretado en la orina durante 24 h es igual a la del NaCl ingerido por la dieta. Si la excreción de sodio supera los 100-120 mM (aproximadamente 2-3 g/día de sodio), entonces el consumo de NaCl mediante la dieta es demasiado elevado y se requiere un asesoramiento dietético. 2. La afectación de la liberación del diurético en su lugar de acción en el túbulo renal es otra causa de resistencia a los diuréticos. Muchos diuréticos, incluidos los diuréticos del asa, los diuréticos del TCD y la amilorida, actúan desde la luz del túbulo. Aunque los diuréticos son moléculas pequeñas, la mayoría de éstas circulan unidas a proteínas y alcanzan el polo luminal principalmente a través de la secreción tubular. Los diuréticos del asa y los del TCD son aniones orgánicos que circulan unidos a la albúmina y alcanzan la luz tubular fundamentalmente a través de la vía secretora de los aniones orgánicos en el túbulo proximal. Aunque los datos experimentales sugieren que la resistencia a los diuréticos aparece cuando la concentración de albúmina en el suero es muy baja, porque entonces aumenta el volumen de distribución de diuréticos, la mayoría de los estudios sugieren que este efecto es sólo clínicamente significativo de manera marginal y que se observa únicamente cuando la concentración de albúmina en el suero desciende por debajo de 2 g/l. La competencia de numerosas sustancias endógenas y exógenas que compiten con los diuréticos por ser secretadas en el líquido del túbulo son las causas más probables de resistencia a los diuréticos. Los aniones urémicos, los AINE, el probenecid y las penicilinas inhiben la secreción de los diuréticos del asa y de los diuréticos del TCD a la la luz del túbulo. En algunos trastornos, esto puede predisponer a presentar una resistencia a los diuréticos porque la concentración del fármaco que se alcanza en el líquido del túbulo no supera el umbral del diurético. Por ejemplo, la insuficiencia renal crónica desplaza la curva de respuesta a la dosis del diurético hacia la derecha, por lo que se requiere una dosis mayor para conseguir el efecto máximo. 3. La unión del diurético a las proteínas en el líquido tubular es otro factor que puede influir en la eficacia del diurético. Los diuréticos suelen unirse a las proteínas en el plasma, pero no una vez que se secretan a la luz del túbulo esta unión ya no es posible porque la concentración de proteínas en el líquido tubular suele ser baja. En cambio, cuando las proteínas séricas, como la albúmina, se filtran en cantidades apreciables, como en un síndrome nefrótico, losdiuréticos interaccionan con ellas y pierden eficacia. A pesar de las pruebas experimentales, en los estudios clínicos recientes se ha indicado que este fenómeno no contribuye significativamente a la resistencia diurética en el síndrome nefrótico. B. Tratamiento de la resistencia a los diuréticos. Existen varias estrategias para conseguir controlar con eficacia el volumen del LEC en los pacientes que no responden a las dosis máximas efectivas de los diuréticos del asa. 1. Se puede añadir un diurético de otra clase a un plan de tratamiento que incluya un diurético del asa ( tabla 1-4 ), lo que produce una verdadera sinergia: la combinación de fármacos resulta más eficaz que la suma de las respuestas a cada fármaco por separado. Los diuréticos del TCD son los que se administran en politerapia con mayor frecuencia con los diuréticos del asa. Los diuréticos del TCD inhiben los cambios adaptativos en la nefrona distal que aumentan la capacidad de reabsorción del túbulo y limitan la potencia de los diuréticos del asa. Dado que los diuréticos del TCD tienen una semivida más larga que los diuréticos del asa, previenen o atenúan la retención de NaCl durante los períodos interdosis de diuréticos del asa, lo que aumenta su efecto neto. Cuando se combinan dos diuréticos, el diurético del TCD se administra normalmente un poco antes que el diurético del asa (1 h es razonable) para asegurarse de que el transporte de NaCl en la nefrona distal esté bloqueado cuando dichos iones lleguen a este nivel. Cuando se prescribe el tratamiento intravenoso, se puede emplear clorotiazida (500-1.000 mg). La metolazona es el diurético del TCD que se utiliza en politerapia con más frecuencia con los diuréticos del asa, porque su semivida es relativamente larga y porque se ha descrito que es eficaz incluso cuando existe insuficiencia renal. No obstante, otra tiazida y los diuréticos del tipo tiazida parecen ser igualmente eficaces, incluso con una insuficiencia renal grave. La espectacular eficacia de la politerapia de diuréticos se acompaña de complicaciones en un número significativo de pacientes. Las pérdidas masivas de líquido y electrólitos (potasio y magnesio) han conducido al colapso circulatorio durante la politerapia, y hay que vigilar muy de cerca a los pacientes. La dosis eficaz más baja de los diuréticos del TCD debe añadirse al régimen de diuréticos del asa; los pacientes pueden tratarse con frecuencia con politerapia durante sólo unos pocos días y luego hay que volver a la monoterapia. Cuando se necesita continuamente politerapia, puede ser suficiente la administración de dosis bajas de diuréticos del TCD (2,5 mg de metolazona o 25 mg de hidroclorotiazida) sólo dos o tres veces a la semana. Diuréticos del túbulo contorneado distal Metolazona 2,5-10 mg/día por v.o.a Hidroclorotiazida (o equivalente) 25-100 mg/día por v.o. Clorotiazida 500-1.000 mg i.v. Diuréticos del túbulo proximal Acetazolamida 250-375 mg/día o hasta 500 mg i.v. Diuréticos del túbulo colector Espironolactona 100-200 mg/día Amilorida 5-10 mg/día a La metolazona generalmente se administra mejor durante poco tiempo (3 a 5 días) o debe reducirse la frecuencia hasta tres veces por semana una vez que el líquido extracelular haya disminuido hasta el nivel deseado. Sólo en los pacientes que tienen una expansión del volumen se debe continuar con dosis totales indefinidamente, basándose en el peso deseado. 2. Para los pacientes hospitalizados que son resistentes al tratamiento con diuréticos, la infusión continua de diuréticos del asa constituye un método alternativo. Las infusiones continuas de diuréticos ( tabla 1-5 ) presentan varias ventajas sobre la administración de los diuréticos por inyección intravenosa. En primer lugar, al evitar las concentraciones máximas y mínimas del diurético, la infusión continua previene la aparición de períodos de equilibrio positivo del NaCl (retención posdiurética de NaCl). Segundo, la infusión continua resulta más eficaz que el tratamiento en forma de bolos (es mayor la cantidad de NaCl excretada por cada miligramo del fármaco administrado). Tercero, algunos pacientes resistentes a dosis grandes de diuréticos administrados por inyección intravenosa sí que responden a la infusión continua. Cuarto, se puede valorar la respuesta diurética; en la unidad de cuidados intensivos, donde la administración obligada de líquido se debe equilibrar con la excreción del mismo, se puede obtener un control excelente de la excreción de NaCl y agua. Finalmente, las complicaciones asociadas a las dosis elevadas de diuréticos del asa, como la ototoxicidad, parecen ser menos habituales cuando se administran las dosis grandes en forma de infusión continua. Se han tolerado bien dosis diarias totales de furosemida que superan 1 g cuando se administran durante 24 h. Un método consiste en administrar una dosis de carga de furosemida de 20 mg y después una infusión continua de 4-60 mg/h. En los pacientes con la función renal preservada, el tratamiento con un margen de dosis menor debe ser suficiente. Cuando existe insuficiencia renal, se pueden utilizar dosis mayores, pero se deben monitorizar cuidadosamente los efectos secundarios de los pacientes, como el exceso de depleción de volumen del LEC y la ototoxicidad. Velocidad de infusión (mg/h) Diurético Inyección i.v.inicial (mg) GFR < 25 ml/min GFR 25-75 ml/min GFR > 75 ml/min Furosemida 40 20, después 40 10, después 20 10 Bumetanida 1 1, después 2 0,5, después 1 5 Torasemida 20 10, después 20 5, después 10 — GFR, filtración glomerular. 3. Cuando fracasa el tratamiento con diuréticos, se ha utilizado la ultrafiltración con el equipo de hemodiálisis o un aparato especializado de ultrafiltración. Aunque no se recomienda la utilización sistemática de este método, en un estudio controlado la respuesta a la retirada de volumen por ultrafiltración se mantuvo mejor que después de eliminar un volumen equivalente con diuréticos. En ese estudio, los diuréticos del asa indujeron un gran aumento de la secreción de renina y de angiotensina, probablemente al estimular directamente el mecanismo de la mácula densa. Esto puede explicar los resultados beneficiosos únicos que se observan algunas veces después de la retirada no farmacológica del volumen mediante ultrafiltración. Además, la ultrafiltración retira más sodio cuando se compara con el mismo volumen de líquido eliminado mediante diuréticos. Volver al principio V. INSUFICIENCIA CARDÍACA CONGESTIVA A. Los síntomas clínicos tempranos de la insuficiencia cardíaca se producen antes de los hallazgos físicos palpables del edema maleolar y la congestión pulmonar. Estos síntomas se relacionan con la retención compensatoria de sodio y agua en el riñón que acompaña al infrallenado arterial. El paciente puede presentar antecedentes de aumento de peso, debilidad, disnea al hacer ejercicio, disminución de la tolerancia al mismo, disnea paroxística nocturna y ortopnea. Se puede producir nicturia debido a que la posición supina puede potenciar la perfusión renal y, por consiguiente, el gasto cardíaco. Los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva pueden perder bastante peso durante los primeros días de la hospitalización debido a la posición en decúbito supino del descanso en la cama, incluso sin la administración de diuréticos debido a esta nicturia. Aunque el edema palpable no se detecta pronto en el transcurso de la insuficiencia cardíaca congestiva, el paciente puede quejarse de hinchazón de ojos al despertarse y de que le aprietan los zapatos y los anillos, en especial al final del día. Con un edema incipiente pueden retenerse hasta 3 l o 4 l de líquido antes de la aparición del edema palpable. Al período de edema incipiente le siguen síntomas más palpables y hallazgos físicos: estertores basales, edema maleolar, distensión de 30° en las venas del cuello, taquicardia y un ritmo cardíaco de galope con un tercer tono cardíaco. Aunque la radiografía de tórax sólo puede mostrar la cefalización de la trama pulmonar en los inicios dela insuficiencia cardíaca, más tarde se produce el aumento de la trama hiliar, de las líneas B de Kerley y de derrames pleurales, generalmente acompañados de un agrandamiento del corazón. B. Etiología. Se sabe que dos mecanismos que reducen el gasto cardíaco provocan la insuficiencia cardíaca congestiva: la disfunción sistólica y la disfunción diastólica. Ya que existe un tratamiento específico para la primera, resulta esencial determinar si se encuentra presente cuando un paciente muestra síntomas y signos de insuficiencia cardíaca. Aunque en este sentido resultan útiles la exploración física, la radiografía de tórax y el electrocardiograma, normalmente están indicadas otras pruebas diagnósticas. Un ecocardiograma proporciona información sobre las funciones sistólica (la fracción de eyección) y diastólica, y sobre la enfermedad valvular, que puede requerir una intervención quirúrgica. El hipotiroidismo o el hipertiroidismo ocultos y la miocardiopatía alcohólica, que son tratables, pueden presentarse como una insuficiencia cardíaca congestiva. La hipertensión incontrolada puede contribuir a la insuficiencia cardíaca congestiva, pero la arteriopatía coronaria es la causa más habitual. En un estudio se encontró una arteriopatía coronaria grave en 9 de los 38 pacientes que se sometieron a un trasplante cardíaco por una posible miocardiopatía dilatada idiopática, y en 3 de los 4 pacientes con una posible miocardiopatía alcohólica. Estos datos sugieren que el cateterismo cardíaco puede estar indicado en prácticamente todos los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva de nueva aparición. En los pacientes con una enfermedad cardíaca preexistente, la arritmia cardíaca, la embolia pulmonar, el cese de los fármacos, la anemia o la fiebre graves, el abuso del sodio en la dieta y el empeoramiento de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica con infección y la resultante hipoxia, constituyen ejemplos de las posibles causas tratables de empeoramiento de la insuficiencia cardíaca congestiva. Los fármacos con un efecto inótropo negativo, como el verapamilo, pueden empeorar la insuficiencia cardíaca al disminuir el gasto cardíaco. La interrupción a modo de prueba de estos fármacos es la mejor manera de determinar si desempeñan algún papel en el empeoramiento de la insuficiencia cardíaca congestiva. C. Tratamiento. Cuando no resulta detectable ninguna de estas causas específicas principales o desencadenantes de la insuficiencia cardíaca congestiva, entonces se pueden empezar a tener en cuenta las principios generales del tratamiento. Cada paciente con una disfunción sistólica sintomática o, si es asintomática, una fracción de eyección de menos del 40 %, debe empezar a recibir un inhibidor de la enzima conversora de la angiotensina (IECA), a menos que exista una contraindicación específica. Los IECA (y los inhibidores del receptor de la angiotensina) son los únicos fármacos que disminuyen la tensión arterial (reducen la poscarga), desplazan la curva de la función renal a la izquierda (favorecen las pérdidas continuas de sodio) y bloquean las hormonas neurorreguladoras inadaptadas ( fig. 1-5 ). Estos fármacos deben comenzar a tomarse en dosis bajas (2,5 mg de enalapril dos veces al día o 6,25 mg de captopril tres veces al día), pero ha de aumentarse la dosis, si se tolera, hasta los 10 mg de enalapril dos veces al día o los 50 mg de captopril tres veces al día, a menos que aparezca algún efecto secundario. Si la tos o el angioedema limita el uso de IECA, entonces se debe utilizar un bloqueante del receptor AT1 de la angiotensina (aunque se puede desarrollar un angioedema con esta clase de fármacos, la incidencia es menor si se toman). Si no se puede emplear con seguridad ninguno de los fármacos, entonces se debe utilizar el tratamiento con hidralazina y dihidrato o monohidrato de isosorbida. Se ha demostrado que los bloqueantes β mejoran los síntomas y la mortalidad en los pacientes con disfunción sistólica. Los bloqueantes β selectivos (metoprolol) y no selectivos con propiedades bloqueantes α (carvedilol) están aprobados por la Food and Drug Administration (FDA) de Estados Unidos para el tratamiento de la insuficiencia cardíaca congestiva. Ya que los bloqueantes β pueden conducir a exacerbaciones sintomáticas de la insuficiencia cardíaca, las dosis iniciales de estos fármacos deben ser bajas sólo cuando los pacientes se encuentran clínicamente estables y sin expansión del volumen del LEC. Gracias a unos recientes estudios controlados, se ha aclarado la acción de los glucósidos digitálicos. La digoxina mejora significativamente los síntomas y reduce la incidencia de la hospitalización de los pacientes con afectación del funcionamiento del ventrículo izquierdo, pero no parece alargar la vida. Por lo tanto, este fármaco está indicado para el tratamiento sintomático cuando se combina con IECA y diuréticos. Sin embargo, en determinados estados clínicos de insuficiencia cardíaca, se ha demostrado que los glucósidos cardíacos tienen poco valor terapéutico, por ejemplo, en asociación con la tirotoxicosis, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y la cardiopatía pulmonar. Los glucósidos cardíacos pueden realmente empeorar los síntomas en los pacientes con miocardiopatía obstructiva hipertrófica y estenosis subaórtica, taponamiento pericárdico y pericarditis constrictiva. También se debe recordar que la digoxina se excreta por los riñones; por lo tanto, el intervalo de dosis debe aumentar en el paciente con enfermedad renal crónica (v. cap. 16). Al paciente anciano también se le debe disminuir la dosis (p. ej., 0,125 mg en días alternos), incluso si la cantidad de creatinina en el suero no aumenta. Aunque el funcionamiento del riñón empeore con la edad, puede que la cantidad de creatinina en el suero no aumente en los ancianos debido a la pérdida concomitante de masa muscular. Aunque constituyen un tratamiento agudo que puede ser útil, se ha demostrado que los inhibidores de la fosfodiesterasa, como la milrinona, que también aumenta el gasto cardíaco, aumentan la mortalidad con el uso crónico, por lo que debe evitarse el uso continuo de estos fármacos. Si existe una congestión pulmonar sintomática o un edema periférico, está indicado el tratamiento diurético ( fig. 1-5 ). Normalmente se emplea un diurético del asa como tratamiento de primera línea, aunque se puede tratar a algunos pacientes con una tiazida. En los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva, se debe instaurar el tratamiento diurético con el conocimiento total de la curva de Starling-Frank de contractilidad miocárdica ( fig. 1-6 ). El paciente con insuficiencia cardíaca congestiva que responde a un diurético mostrará una mejora del conjunto de síntomas, como la disminución del volumen telediastólico y de la congestión pulmonar. Sin embargo, ya que la curva de Starling-Frank suele ser plana o de pendiente positiva incluso en los corazones que fallan, no se mejoraría el gasto cardíaco. Si durante el tratamiento diurético de un paciente con insuficiencia cardíaca congestiva se comienza a aumentar la concentración de creatinina en el suero y de nitrógeno ureico en la sangre, es probable que haya caído el gasto cardíaco. Esta situación es especialmente pronunciada en aquellos pacientes con un tratamiento a base de IECA. Estos fármacos afectan a la autorregulación renal y hacen que los pacientes sean propensos a la azoemia prerrenal. Cuando se manifiesta una azoemia leve en un paciente tratado con diuréticos y un IECA, normalmente se aconseja reducir la dosis del diurético o permitir la ingestión de sal en la dieta, siempre y cuando no se presente simultáneamente congestión pulmonar. Se ha demostrado que este método permite continuar la administración de los IECA en muchos pacientes. Puede ser preferible un cierto edema maleolar a una disminución del gasto cardíaco inducido por los diuréticos, tal como se estima por la aparición o el empeoramiento de la azoemia prerrenal. Los pacientes con una insuficiencia cardíaca congestiva son especialmentesensibles al deterioro funcional del riñón si se utilizan los AINE junto con diuréticos e IECA. Por lo tanto, deben evitarse los AINE, sin ninguna duda, en esta población de pacientes. La insuficiencia cardíaca congestiva y el tratamiento con diuréticos del asa estimulan el eje renina-angiotensina-aldosterona. Dos estudios amplios han proporcionado pruebas de que el bloqueo de los receptores de los mineralocorticoesteroides (aldosterona) disminuiría la mortalidad de tales pacientes. En un ensayo, la adición de espironolactona (de 25-50 mg/día) a un régimen que incluía un IECA y un diurético (con o sin digoxina) disminuyó la mortalidad en torno a un 30 % y redujo la hospitalización por insuficiencia cardíaca en torno a un 35 %. Se creía que este efecto era independiente de un equilibrio negativo del sodio, pero se debía más bien a la inhibición de la fibrosis cardíaca. La ginecomastia, que es un efecto secundario relativamente habitual de la espironolactona debido a los efectos secundarios estrogénicos, no parece producirse con un nuevo inhibidor del receptor de los mineralocorticoesteroides más selectivo: la eplerenona. Figura 1-5. Comparación del diurético y del inhibidor de la enzima conversora de la angiotensina (IECA), y los efectos vasodilatadores sobre la tensión arterial media y la natriuresis. Se muestra la curva de la función renal normal (línea continua). La adición de un vasodilatador reduce la tensión arterial media, pero también la natriuresis, debido a que disminuye la tensión arterial. Un diurético desplaza al individuo a una nueva curva de la función renal (línea discontinua), lo que aumenta la natriuresis, pero afecta poco a la tensión arterial. Un IECA desplaza al individuo a una nueva curva de la función renal y mantiene la natriuresis a una presión sanguínea menor. Herramientas de imágenes La hiperpotasemia resulta preocupante cuando se pone en práctica el bloqueo de la aldosterona. En la actualidad se recomienda que se monitorice el potasio sérico 1 semana después de iniciar el tratamiento con un bloqueante de la aldosterona, 1 mes más tarde y, de ahí en adelante, cada 3 meses. Un aumento del potasio sérico de más de 5,5 mEq/l debe motivar una evaluación de la ingesta de potasio de la dieta y la administración de medicaciones, como los complementos de potasio o los AINE, que pueden contribuir a la hiperpotasemia. Si no se detectan tales factores, debe reducirse la dosis del bloqueante de la aldosterona a 25 mg en días alternos. Es prudente evitar el uso de los bloqueantes de la aldosterona en pacientes con un aclaramiento de creatinina inferior a 30 ml/min, y usarlos con precaución y bajo atenta supervisión en aquellos con aclaramiento de creatinina de entre 30 ml/min y 50 ml/min. Figura 1-6. Relación entre el gasto cardíaco y la presión de llenado del ventrículo izquierdo en circunstancias normales (curva superior) y con insuficiencia cardíaca congestiva con un gasto cardíaco bajo (curva inferior). La reducción de la poscarga (p. ej., con un inhibidor de la enzima de conversión de la angiotensina [IECA] o con un vasodilatador) o la mejora de la contractilidad (fármacos inótropos) puede desplazar la curva inferior hacia la central. La reducción de la precarga inducida por los diuréticos u otras causas de la hipovolemia pueden disminuir el gasto cardíaco (p. ej., desplazar del punto A al punto B en la curva inferior). (De Schrier RW. Renal and electrolyte disorders, 4th ed. Boston: Little, Brown and Company, 1990. Reimpreso con autorización.) Herramientas de imágenes Las complicaciones del tratamiento diurético se muestran en la tabla 1-6 . Aunque el tratamiento con diuréticos se puede complicar con una hiponatremia, la furosemida, en politerapia con los IECA, puede disminuir la incidencia de hiponatremia en algunos pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva, posiblemente al mejorar el gasto cardíaco y disminuir la concentración en la orina. En los pacientes con insuficiencia cardíaca, la hipopotasemia y la hipomagnesemia son complicaciones frecuentes del tratamiento diurético debido al hiperaldosteronismo secundario, lo que aumenta el suministro de sodio a los sitios distales en los que la aldosterona estimula la secreción de iones de potasio y de hidrógeno. También se puede producir una pérdida de magnesio importante por el riñón cuando existe hiperaldosteronismo secundario y administración de diuréticos del asa. Ya que la depleción de magnesio y potasio causan unos efectos perjudiciales similares en el corazón, y la reposición de potasio es muy difícil cuando el magnesio es escaso, en los pacientes con insuficiencia cardíaca acaba siendo necesario reponer ambos cationes mediante la administración simultánea. El tratamiento de los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva y una función sistólica correcta no se define con tanta claridad. El control de la hipertensión es claramente esencial en estos pacientes, porque la hipertensión es una causa frecuente de hipertrofia cardíaca y disfunción diastólica. Los diuréticos suelen ser necesarios para mejorar los síntomas de la disnea y la ortopnea. Los bloqueantes β, los IECA, los antagonistas de los receptores de la angiotensina o los antagonistas del calcio no dihidropiridínicos pueden ser beneficiosos en algunos pacientes con disfunción diastólica. La disfunción diastólica es una causa muy común de insuficiencia cardíaca en los pacientes ancianos. Contracción del volumen vascular Hipotensión ortostática (debido a una hipovolemia) Hipopotasiemia (diuréticos del asa y del TCD) Hiperpotasiemia (espironolactona, eplerenona, triamtereno y amilorida) Ginecomastia (espironolactona) Hiperuricemia Hipercalciemia (tiazidas) Hipercolesterolemia Hiponatremia (especialmente con diuréticos del TCD) Alcalosis metabólica Molestias gastrointestinales Hiperglucemia Pancreatitis (diuréticos del TCD) Nefritis intersticial alérgica TCD, túbulo contorneado distal. Volver al principio VI. CIRROSIS HEPÁTICA. La patogenia de la retención renal de sodio y agua es similar en todas las variedades de cirrosis, incluidas las cirrosis alcohólica, vírica y biliar. Los estudios con humanos y con animales indican que la retención de sodio y agua en los riñones precede a la formación de ascitis en la cirrosis. Por consiguiente, parece que la clásica «teoría de infrallenado», que atribuyó la retención renal de sodio y agua en la cirrosis a la formación de ascitis con el resultado de hipovolemia, no puede seguir siendo el mecanismo principal de la retención. Debido a que la expansión del volumen en el plasma tras la excreción renal de sodio y agua se produce antes de la formación de la ascitis, se propuso la «teoría del desbordamiento» para la formación de la ascitis, que postulaba que un proceso indefinido, desencadenado por el hígado enfermo (p. ej., el aumento de la presión intrahepática), causa la retención renal de sodio y agua que, a continuación, se desborda en el abdomen debido a la hipertensión portal. Sin embargo, esta teoría del desbordamiento predice que la retención de sal en los riñones y la formación de la ascitis estarían asociadas a una disminución de la cantidad de vasopresina, renina, aldosterona y noradrenalina en el plasma. Ya que estas hormonas aumentan progresivamente a medida que la cirrosis avanza desde estados de compensación (sin ascitis) hasta estados de descompensación (con ascitis) y el síndrome hepatorrenal, la hipótesis del desbordamiento tampoco parece explicar el espectro de retención renal de sodio y agua asociado a la cirrosis avanzada. Más recientemente se ha propuesto la teoría de la vasodilatación arterial sistémica, que se resume en la figura 1-7 y es compatible con prácticamente todas las observaciones conocidas en los pacientes durante las diferentes etapas de la cirrosis. De acuerdo con esta teoría, la cirrosis causa la vasodilatación arterial sistémica con activación del eje neurohumoral. La causa principal de la vasodilatación arterial en la cirrosis no está clara, pero se sabeque aparece pronto y que se produce principalmente en la circulación esplácnica. Aunque se ha propuesto que varios mediadores, incluidos la sustancia P, el péptido intestinal vasoactivo, la endotoxina y el glucagón, intervienen en la vasodilatación arterial esplácnica, algunas informaciones recientes indican que el óxido nítrico tendría un papel crucial en ella. La abertura de las derivaciones arteriovenosas esplácnicas existentes puede explicar cierta vasodilatación arterial temprana. Más tarde, también se puede producir una derivación portosistémica y arteriovenosa anatómicamente nueva después de la hipertensión portal. Figura 1-7. Hipótesis de la vasodilatación arterial sistémica. Etapas de la progresión de la cirrosis (AVP, arginina vasopresina). *Dado el equilibrio de sodio y agua positivo que se ha producido, se podrían retirar estas hormonas del plasma en los sujetos sanos sin hepatopatía. **La retención progresiva de agua y sodio en los riñones hace aumentar el volumen de líquido extracelular, líquido intersticial y plasma. Sin embargo, la aparición simultánea de la hipoalbuminemia en la cirrosis descompensada y el síndrome hepatorrenal puede atenuar el tamaño de la expansión del volumen. Herramientas de imágenes A. Las opciones para tratar la ascitis cirrótica y el edema incluyen la restricción de NaCl en la dieta, la administración de diuréticos, la paracentesis evacuadora, la derivación peritoneovenosa, la derivación portosistémica (normalmente derivación portosistémica intrahepática transyugular [DPIT]) y el trasplante de hígado. Cada uno de estos métodos tiene su importancia en el tratamiento de la ascitis cirrótica, pero la mayoría de los pacientes se pueden tratar exitosamente con la restricción de NaCl en la dieta, los diuréticos y, ocasionalmente, la paracentesis evacauadora. El tratamiento inicial de la ascitis cirrótica es de apoyo, e incluye la restricción de sodio en la dieta y dejar de tomar alcohol. Cuando se comprueba que estas medidas resultan inadecuadas, debe comenzarse el tratamiento diurético con espironolactona, pues presenta varias ventajas. En primer lugar, en un ensayo controlado se demostró que la monoterapia con espironolactona es más eficaz que con furosemida a la hora de reducir la ascitis en los pacientes cirróticos. Segundo, la espironolactona es un diurético de acción prolongada que se puede administrar una vez al día en dosis que oscilan entre 25 mg y 400 mg. En tercer término, a diferencia de muchos otros diuréticos, no se produce hipopotasemia cuando se administra la espironolactona, lo cual es importante porque la hipopotasemia aumenta la producción de amoníaco en los riñones y puede precipitar una encefalopatía. El efecto secundario más habitual de la espironolactona es la ginecomastia dolorosa (la ginecomastia resulta mucho menos frecuente con la eplerenona, un nuevo antagonista más selectivo, que podría sustituir a la espironolactona). Aunque la amilorida, otro diurético que retiene el K, resulta una buena alternativa, la espironolactona es más eficaz a la hora de reducir la ascitis. En los pacientes que no responden a una dosis baja de espironolactona, se puede combinar con la furosemida, empezando con 100 mg de espironolactona y 40 mg de furosemida (hasta un máximo de 400 mg de espironolactona y 160 mg de furosemida). Este tratamiento presenta las ventajas de administrarse una vez al día y provocar una hipopotasemia mínima. La resistencia a los diuréticos en la cirrosis se ha definido como la falta de respuesta a 400 mg de espironolactona y 160 mg de furosemida. B. La tasa apropiada de diuresis depende de la presencia o la ausencia de edema sistémico. Ya que la movilización del líquido ascítico hacia el compartimento vascular es lento (aproximadamente 500 ml/día), se debe limitar la tasa de diuresis a fin de lograr un balance negativo de 0,5 kg/día en ausencia de edema sistémico. En presencia de edema sistémico, muchos pacientes pueden tolerar hasta un balance negativo de líquido de 1,0 kg/día. Ya que la ascitis en el paciente cirrótico descompensado está asociada a complicaciones importantes que incluyen: a) peritonitis bacteriana espontánea (mortalidad del 50 % al 80 %), que no se produce en ausencia de ascitis; b) afectación de la deambulación, la disminución del apetito, y la lumbalgia y el dolor abdominal; c) elevación del diafragma con disminución de la ventilación que predispone a una hipoventilación, atelectasia e infecciones pulmonares, y d) efectos estéticos y psicológicos negativos, resulta adecuado tratar la ascitis con diuréticos y restricción del sodio. Este abordaje es exitoso en casi el 90 % de los pacientes y se producen pocas complicaciones. Los primeros estudios que mostraron complicaciones con el tratamiento diurético utilizaron a menudo unas posologías de diuréticos más agresivas. Un método alternativo a los diuréticos reside en la paracentesis evacuadora en pacientes con cirrosis avanzada y ascitis. Se ha demostrado que la paracentesis total, realizada cada 3 o más días o de una vez, tiene menos complicaciones; en algunos estudios, la paracentesis parece tener una menor incidencia de complicaciones que el tratamiento diurético. Se deben infundir 8 g de albúmina por cada litro de líquido ascítico extraído para reducir el riesgo hemodinámico y la síntesis de las hormonas vasorreguladoras. Los pacientes prefieren a menudo la paracentesis, debido a que los síntomas mejoran con rapidez y a que disminuyen las hospitalizaciones; todavía se requiere la administración de diuréticos y la restricción de la sal entre las paracentesis. Normalmente, la derivación portosistémica se realiza como DPIT. En dos estudios no controlados, las DPIT condujeron a un aumento de la diuresis, con una marcada reducción de la ascitis y de la dosis de diuréticos. También mejoró la función renal. En otro ensayo controlado, la mortalidad aumentó en los pacientes que recibieron una DPIT en comparación con los controles, y las DPIT pueden precipitar la encefalopatía hepática, especialmente en los pacientes con Child-Pugh de clase C. Las contraindicaciones se demuestran en la tabla 1-7 . Una revisión reciente de la bibliografía confirmó que la DPIT puede reducir o eliminar la ascitis con eficacia, pero acarrea una tasa de complicaciones importante. Por lo tanto, se debe reservar para los pacientes verdaderamente resistentes que no recibirán un trasplante hepático. Se aplicarían consideraciones similares a la derivación peritoneovenosa (LeVeen). En estudios controlados se demostró que la derivación peritoneovenosa reducía la ascitis con más eficacia que la paracentesis o los diuréticos, pero se asociaba a una elevada tasa de complicaciones (p. ej., coagulación en la derivación) y no mejoraba la supervivencia. A pesar de las notificaciones de que puede reducirse la elevada tasa de complicaciones, la mayoría de los centros reservan este tratamiento para aquellos pacientes que son verdaderamente resistentes a los métodos más convencionales y los que no serán candidatos al trasplante hepático. Puntuación de Child-Pugh > 11 Bilirrubina en el suero > 5 mg/dl Encefalopatía hepática evidente o crónica Mayor de 70 años Creatinina en el suero > 3 mg/dl Disfunción cardíaca Trombosis en la vena porta La aparición de ascitis en un paciente con cirrosis previamente compensada puede suponer una indicación para el trasplante hepático si se han descartado las lesiones hepáticas o los fármacos que retienen sodio, por ejemplo, los AINE. En vista de la morbimortalidad asociada a la cirrosis descompensada resistente a los diuréticos, debe considerarse la inclusión del paciente en la lista de espera para un trasplante hepático. El empeoramiento de la ascitis en un individuo previamente estable está causado con mayor frecuencia por una hepatopatía progresiva, pero también debería ser motivo para buscar un carcinoma hepatocelular y una trombosis de la vena porta. C. El tratamiento dirigido a la vasodilatación arterial sistémica de la cirrosis sólo se ha utilizado previamenteen el estado agudo de los pacientes con hipertensión portal y hemorragia de las varices esofágicas. La hipertensión venosa portal está causada no sólo por la fibrosis capilar intrahepática que aumenta la resistencia al flujo, sino también por un aumento del flujo esplácnico. Por lo tanto, se ha demostrado que la administración de vasopresina, que constriñe selectivamente la vasculatura esplácnica, reduce la presión de la vena porta y, por lo tanto, disminuye la hemorragia de las varices esofágicas. El uso crónico de los vasoconstrictores, junto con la administración de la albúmina, ha emergido como un tratamiento del síndrome hepatorrenal. Se ha demostrado que este tratamiento es eficaz en algunos pacientes con el síndrome hepatorrenal de tipo 1. Las diferencias entre el síndrome hepatorrenal de tipos 1 y 2 se muestran en la tabla 1-8 . El agonista del receptor V1 (vascular) de la vasopresina, la terlipresina, se ha aprobado en Europa para su uso junto a la albúmina en el síndrome hepatorrenal de tipo 1. Sin embargo, ya que el receptor V2 antidiurético ya está ocupado en los pacientes con cirrosis avanzada, puede utilizarse la vasopresina, un agonista de V1 y V2, sin empeorar la retención de agua. Para el uso ambulatorio crónico se ha utilizado un agonista α, la midodrina, con la albúmina para tratar el síndrome hepatorrenal de tipo 1. Se ha demostrado que el método de tratamiento con un vasoconstrictor y la albúmina disminuye la creatinina sérica por debajo de 1,5 mg/dl durante 7 a 10 días en el 60 % al 70 % de los pacientes con síndrome hepatorrenal de tipo 1. Sin embargo, no ha mostrado ningún efecto sobre la mortalidad. Por lo tanto, la ventaja terapéutica de este método consiste en dejar tiempo para que revierta cualquier lesión hepática aguda o para que se realice un trasplante de hígado. La peritonitis bacteriana espontánea es probablemente la causa más frecuente del síndrome hepatorrenal de tipo 1, que se produce con frecuencia a la sombra del síndrome hepatorrenal de tipo 2. En un estudio aleatorizado y prospectivo se ha demostrado que la politerapia de albúmina y cefotaxima disminuye la aparición de insuficiencia renal y la mortalidad en comparación con la monoterapia de cefotaxima en los pacientes cirróticos con peritonitis bacteriana espontánea ( tabla 1-9 ). Por lo tanto, debe realizarse una paracentesis diagnóstica en todos los pacientes cirróticos con ascitis en los que el funcionamiento del riñón se va deteriorando independientemente de la ausencia de fiebre, leucocitosis o dolor abdominal. Tipo 1 Progresión rápida Duplicación de la creatinina sérica > 2,5 mg/dl o eliminación de la creatinina < 20 ml/min en < 2 semanas Pronóstico: el 80 % muere en 2 semanas Otros acontecimientos la precipitan con frecuencia (p. ej., peritonitis bacteriana espontánea) Tipo 2 Deterioro más lento Creatinina sérica > 1,5 mg/dl o eliminación de creatinina < 40 ml/min, pero la disminución es lenta La mayoría de los pacientes muere en unas semanas Causa más frecuente de ascitis resistente al tratamiento Volver al principio VII. SÍNDROME NEFRÓTICO. Otra causa importante del edema es el síndrome nefrótico, y sus características clínicas distintivas incluyen la proteinuria (mayor de 3,5 g/día), la hipoalbuminemia, la hipercolesterolemia y el edema. La intensidad del edema puede oscilar desde el edema maleolar hasta la anasarca corporal total, incluidas la ascitis y los derrames pleurales. Cuanto menor es la concentración de albúmina en el plasma, es más probable que se produzca anasarca; sin embargo, la cantidad de sodio ingerida también determina el grado del edema. El síndrome nefrótico tiene muchas causas (v. cap. 8). Las causas sistémicas del síndrome nefrótico incluyen la diabetes mellitus, el lupus eritematoso, los fármacos (p. ej., la fenitoína, los metales pesados y los AINE), los carcinomas y la enfermedad de Hodgkin, y algunas enfermedades renales primarias como la nefropatía de cambios mínimos, la nefropatía membranosa, la glomeruloesclerosis segmentaria focal y la glomerulonefritis membranoproliferativa. A. La patogenia de la expansión del volumen del LEC en el síndrome nefrótico parece ser más variable que la patogenia del edema en los pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva o ascitis cirrótica. Tradicionalmente se creía que la expansión del volumen del LEC en el síndrome nefrótico dependía de la hipoalbuminemia y del infrallenado de la circulación arterial. Sin embargo, varias observaciones han cuestionado esta hipótesis que siempre daban cuenta de la retención del sodio en los pacientes nefróticos. Primero, la presión oncótica intersticial en los individuos sanos es mayor que lo que se valoraba anteriormente. La trasudación del líquido durante la expansión del volumen del LEC reduce la presión oncótica intersticial, lo que hace que el cambio de la presión oncótica transcapilar sea mínimo. Segundo, frecuentemente, los pacientes que se recuperan de una nefropatía de cambios mínimos comienzan a excretar sodio antes de que aumente la concentración de albúmina en el suero. Tercero, la concentración en circulación de las hormonas reguladoras del volumen en muchos pacientes nefróticos no es tan elevada como en los pacientes con cirrosis grave o insuficiencia cardíaca congestiva. Estas y otras observaciones han sugerido que la retención primaria del NaCl en el riñón (hipótesis del desbordamiento) ejerce un rol en la patogenia del edema nefrótico. Resultado variable Cefotaxima (n = 63) Cefotaxima más albúmina (n = 63) p Insuficiencia renal, n (%) 21 (33 %) 6 (11 %) < 0,002 Muerte en un hospital, n (%) 18 (29 %) 6 (10 %) < 0,01 Muerte en el plazo de 3 meses, n (%) 26 (41 %) 14 (22 %) < 0,03 De Sort P, Navasa M, Arrroyo V, et al. Effect of intravenous albumin on renal impairment and mortality in patients with cirrhosis and spontaneous bacterial peritonitis. N Engl J Med 1999;341:403-409. Reimpreso con autorización. B. Mientras que la retención «primaria» de NaCl en el riñón puede contribuir al edema nefrótico en muchos pacientes, no suele ser el único mecanismo; con frecuencia interviene cierto componente del infrallenado, en particular en aquellos pacientes con una concentración de albúmina sérica por debajo de 2,0 g/l. Las pruebas de su intervención incluyen la observación de que la retención «primaria» del NaCl en el riñón por sí sola no conduciría a un edema en ausencia de una disminución del gasto cardíaco o la vasodilatación arterial sistémica. La infusión crónica de aldosterona, por ejemplo, conduce a la hipertensión y a un escape de la retención renal de sodio en ausencia de la formación de edema. Además, la concentración de las hormonas vasoactivas, aunque esté por debajo de la observada habitualmente en la cirrosis y la insuficiencia cardíaca congestiva, suele ser mayor de lo que se esperaría sobre la base de la expansión del LEC. Por lo tanto, parece que el síndrome nefrótico puede reflejar una combinación de la retención primaria de NaCl en el riñón y/o el infrallenado arterial relativo. Se puede observar una preponderancia de uno u otro mecanismo en el síndrome nefrótico debido a diferentes causas. Por lo general, una GFR normal o casi normal está asociada al síndrome nefrótico vasoconstrictor e hipovolémico, mientras que una disminución de la GFR, la retención primaria de sodio en el riñón y los indicios de expansión del volumen (p. ej., la disminución de la actividad de la renina en el plasma) son característicos del síndrome nefrótico hipervolémico. C. Tratamiento. El tratamiento debe centrarse inicialmente en esas causas sistémicas tratables del síndrome nefrótico, tales como el lupus eritematoso sistémico o los fármacos (p. ej., la fenitoína y los AINE). El tratamiento de las causas renales primarias del síndrome nefrótico se describe en el capítulo 8. El tratamiento del edema en los pacientes nefróticos implica la restricción de sodio en la dieta y de diuréticos. Como estos pacientes no pueden estar tan infrallenados como aquellos con cirrosis o insuficiencia