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gastrointestinal, y participa en la formación de los jugos digestivos, en la absorción de los alimentos y en la cicatri- zación de las lesiones producidas por la acidez gástrica; está regulado por mecanismos distintos a aquellos que controlan el flujo de la capa muscular. El aumento de secreciones digestivas incrementa el flujo mucoso y sub- mucoso, mientras que el aumento de la actividad motora gastrointestinal incrementa, fundamentalmente, el flujo muscular. Durante las contracciones musculares peristálti- cas o segmentarias disminuye la entrada de sangre arterial y aumenta la salida de sangre venosa, mientras que duran- te la relajación estos cambios se invierten. Por el contrario, el aumento del tono gastrointestinal reduce tanto la entrada arterial como la salida venosa, por lo que tras una contrac- ción tónica tiene lugar un aumento transitorio del flujo por encima de sus valores habituales (hiperemia reactiva). Por otro lado, durante la digestión se producen en la mucosa intestinal diversas hormonas peptídicas (VIP, sustancia P, gastrina, colecistoquinina, bradiquinina, neurotensina, somatostatina), que aumentan el flujo gastrointestinal y la absorción de alimentos; por el contrario, catecolaminas, angiotensina II y vasopresina producen una vasoconstric- ción intestinal. El flujo gastrointestinal también se regula por los alimentos (glucosa y ácidos grasos aumentan el flujo sanguíneo intestinal) y los cambios en la presión intraluminal, de tal forma que cuando ésta aumenta de for- ma patológica (p. ej., distensión abdominal aguda, íleo obstructivo) el flujo gastrointestinal disminuye y se facili- ta la extravasación de líquido a la luz intestinal. Control nervioso. La estimulación vagal aumenta el flujo sanguíneo, las secreciones, el tono y los movimien- tos gastrointestinales. Por el contrario, la estimulación simpática esplácnica produce una marcada vasoconstric- ción que desaparece al cabo de unos minutos. Este “esca- pe autorregulador” sería debido a que diversos factores metabólicos locales vasodilatadores, producidos durante la isquemia, contrarrestarían la vasoconstricción simpática, asegurando el flujo digestivo necesario para la secreción y los movimientos digestivos. CIRCULACIÓN HEPÁTICA El hígado recibe 1.4-1.5 L/min de sangre venosa pro- cedente de la vena porta y 400-500 mL/min de sangre arte- rial a través de la arteria hepática, lo que equivale a un 29% del volumen minuto cardíaco. El hígado es, además, el órgano que consume mayor cantidad de O2 (13-15 mL/min/100 g de tejido). Casi la mitad del O2 utilizado por el hígado procede de la sangre venosa, lo que explica por qué la saturación de O2 en la vena suprahepática es inferior a la de la vena porta y la gran capacidad del híga- do para extraer O2 de la sangre. Por tanto, el flujo sanguí- neo hepático aumenta cuando las demandas de O2 hepáticas se incrementan. La unidad funcional del hígado es el ácino, que está perfundido por una vénula terminal portal y una arteriola terminal, que acaban en capilares (sinusoides hepáticos) que carecen de membrana basal, y sus células endoteliales presentan regiones fenestradas que permiten el intercam- bio a su través de líquidos, nutrientes e incluso proteínas. Desde los sinusoides la sangre drena a las venas centrolo- bulillares, a las venas suprahepáticas y, finalmente, a la vena cava inferior. Esta característica explica el alto conte- nido (6%) proteico de la linfa hepática y el rápido inter- cambio de materiales nutritivos a nivel hepático. Control del flujo hepático Los flujos sanguíneos venoso portal y arterial hepáti- cos están interrelacionados, de tal forma que el flujo arte- rial hepático aumenta cuando el flujo venoso portal disminuye y viceversa. Esta característica permite que el hígado realice sus múltiples funciones metabólicas de for- ma continua e independiente de las variaciones del flujo sanguíneo portal. El sistema venoso portal carece de auto- rregulación, pero el sistema arterial hepático sí la presen- ta, de forma que cuando la presión y el flujo aumentan las resistencias vasculares disminuyen. El flujo hepático está controlado por aquellos factores que regulan el flujo a través de la vena porta y de la arte- ria hepática. La presión de los sinusoides hepáticos, a su vez, depende del tono arteriolar hepático y de la presión venosa hepática (determinada por la presión en la vena cava inferior). Además, la propia actividad metabólica del hígado regula el flujo hepático, aumentando éste cuando la PO2 disminuye. El músculo liso de las ramas intrahepáticas de la vena porta está inervado por fibras simpáticas vasocons- trictoras procedentes de las raíces torácicas 3-11 y de los nervios esplácnicos, y el de la arteria hepática recibe inervación simpática vasoconstrictora del plexo esplácni- co. Sin embargo, no parecen existir fibras vasodilatado- ras hepáticas. Función de reservorio de la circulación hepática Los vasos de capacitancia esplácnicos pueden acu- mular hasta un 20% de la volemia, actuando como un reservorio de sangre cuando la volemia es excesiva o facilitando su liberación cuando ésta disminuye. En efec- to, en situaciones de estrés, tras una hemorragia intensa o durante la realización de un ejercicio físico intenso, el aumento del tono �-adrenérgico produce la vasoconstric- ción de las venas de los territorios esplácnico y hepático, lo que permite desviar la sangre almacenada a este nivel hacia la circulación sistémica. Ello se traduce en un aumento de la volemia, que a su vez incrementa el retor- no venoso, el volumen minuto cardíaco y la perfusión de los músculos que trabajan. Por el contrario, en pacientes con insuficiencia cardíaca, el aumento de presión de la aurícula derecha incrementa la presión venosa central y el sistema portal hepático puede acumular hasta 1 L de sangre. C I R C U L A C I O N E S R E G I O N A L E S 579
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