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1. La actividad de representación, sus objetos y su meta «Originariamente, la simple existencia de una representación constituía una garantía .de la realidad de lo representado». S. Freud, La negación. l. Consideraciones generales Este libro se propone poner a prueba un modelo del aparato psíquico que privilegia el análisis de una de sus tareas espe- cíficas: la actividad de representación. Este modelo no escapa al inconveniente que se observa en toda ocasión en la que se privilegia un aspecto de la acti- vidad psíquica: omitir otros aspectos igualmente importan- tes. Se puede lamentar el precio pagado y aceptarlo com- probando que, salvo raras excepciones (entre las que se cuenta Freud) , es difícil evitarlo. Queda por demostrar qué se puede esperar del enfoque elegido y qué puede aportar este tanto al proceso como a su aplicación en el campo clínico. Dedicaremos este primer capítulo a consideraciones genera- les referentes a la actividad psíquica, para mostrar los faci:- tores que en cada sistema, pese a la especificidad de su mo- do de operar, obedecen a leyes comunes al conjunto del fun- cionamiento psíquico. Por actividad de representación entendemos el equivalente psíquico del trabajo de metabolización característico de la actividad orgánica. Este último puede definirse como la fun- ción mediante la cual se rechaza un elemento heterogéneo respecto de la estructura celular o, inversamente, se lo tras- forma en un material que se convierte en homogéneo a él. Esta definición puede aplicarse en su totalidad al trabajo·. que oper·a la psique, con la reserva de que, en este caso, el «elemento» absorbido y metabolizado no es un cuerpo físico. sino un elemento de informaci6n .• Si consideramos la actividad de repre§l!ntación como la tarea 23 común a los procesos psíquicos, se dírá que su meta es meta- bolizar un elemento de naturaleza heterogénea convirtiéndo- lo en un elemento homogéneo a la estructura de cada siste- ma. Así definido, el término «elemento» engloba aquí a dos conjuntos de objetos: aquellos cuyo aporte es necesario para el funcionamiento del sistema y aquellos cuya presencia. se impone a este último, el cual se encuentra ante la imposi- bilidad de ignorar la acción .de aquel que se manifiesta er. su propio campo. Antes de proseguir, y adelantándonos al análisis que pro- pondremos luego, debemos hacer una aclaración terminoló- gica. Nuestro modelo defiende la hipótesis de que la activi- dad psíquica está constituida por el conjunto de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de rnetabolización: el proceso originario, el proceso primario, el proceso secun- dario. Las representaciones originadas en su actividad serán, respectivamente, la representación pictográfica o pictograma, la representación fantaseada o fantasía, la representación ideica o enunciado. Las instancias originadas en la reflexión de esta actividad sobre sí misma serán designadas como el re- presentante, el fantaseante o el que pone en escena, el enun- dante o el Yo Ue].b Por último, designaremos como espacio originario, espacio primario y espacio secundario a los luga- res hipotéticos que, se supone, constituyen el lugar en el que se desarrollan estas actividades y que contienen las produc- ciones que les debemos. A .los calificativos dé consciente y de inconsciente les volveremos a otorgar el sentido que con- servan en una parte de la obra de Freud: el de una «cuali- dad» 4 que determina que una producción psíquica sea si- tuable en lo que puede ser conocido por d. Yo o, inversa- mente, sea excluida de ese campo. Los tres proces0s que pos- tulamos no están presentes desde un primer momento en la actividad psíquica; se suceden temporalmente y su puesta en marcha es provocada por la necesidad que se le impone a la psique de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que el proceso anterior estaba obligado a \gnorar. Esta sucesión temporal no es mensurable. Todo in- duce a creer que el intervalo que separa el comienzo del proceso originario del comienzo del proceso primario es extremadamente breve; de igual modo, veremos que la ac- tividad del proceso secundario es sumamente precoz. La ins- tauración de un nuevo proceso nunca implica el silencia- mierito del anterior: en espacios diferentes, que poseen re- laciones no hom6logas entre sí, prosigue la actividad que 24 los caracteriza. La información que la existenCia de lo «ex- terior a la psique» impone a esta última seguirá metaboli- zada en tres representaciones homogéneas con la estructtJra de cada proceso. Entre los elementos heterogéneos que cada sistema podrá metabolizar se debe otorgar una importancia similar a aquellos originados en el exterior del espacio psí- quico y a aquellos que son endógenos a la psique, -.aunque heterogéneos en relación can uno de los tres sistemas. Los «objetos» psíquicos producidos por lo originario son tan he- terogéneos respectó de la estructura de lo secundario como la estructura de los objetos del mundo físico que el Yo en~ cuentra y de los que nunca conocerá riada más que la re- presentación que forja acerca de ellos. Entre el tratamiento impuesto por los tres procesos a los objetos que perténecen a la realidad física y el que imponen a los objetos pertene- cientes a la realidad psíquica existe una homología: de am- bos, y para cada sistema, solo puede existir una representa- ción que ha metabolizado al objeto originado en esos espa- cios, trasformándolo en un objeto cuya estructura se ha con- vertido en idéntica a la del representante. La acepción que le damos al término «estructura» depen~ de de l·a otorgada al oh jeto al que la aplicamos: la Repre- sentación. Toda representación confronta con una doble «puesta en forma»: puesta en forma de la relación que se impone a los elementos constitutivos del objeto representado -en este caso, también, la metáfora del trabajo celular de metabolización da perfecta cuenta de nuestra concepción- y puesta en forma de la re!;:i.ción entre el representante y e) representado. Esta última es el corolario de la precedente: en efecto, cada sistema debe representar al objeto de modo tal que su «estructura molecular» se convierta en idéntica a la del representante. Esta identidad estructural está garanti- zada por la inmutabilidad del esquema relacional caracterís- tico de cada sistema, y c:u primer resultado es que toda re- presentación, indisociablemente, es representación del objeto y representa..ción de la instancia que lo representa, y toda reptesentáción en la que la instancia se reconoce representa- ción de su modo de percibir al objeto. Si desplazamos a la esfera del proceso secundario, y del Yo, que es su instancia, lo que acabamos de decir, podemos plantear una analogía entre actividad de representacíón y actividad cognitiva. El objetivo del trabajo del Yo es forjar una imagen de la realidad del mundo que lo rodea, y de cu.., ya existencia está informado, que sea coherente con su pro- 25 pia estructura. Para el Yo, conocer el mundo equivale a re- presentárselo de tal modo que la relación que liga los ele- mentos que ocupan su escena le sea inteligible: en este caso, inteligible quiere decir que el Yo puede insertarlos en un esquema relacional acorde con el propio. En la _parte que le será consagrada, demostraremos por qué, según nosotros, el Yo no es más que el saber del Yo sobre el Yo: si acepta- mos por el momento esta definición, se deduce que la es- tructura relacional que el Yo impone a los elementos de la realidad es la copia de la que la lógica del discurso impone a los enunciados que lo constituyen. Esta relación de la que el Yo ha comenzado por apropiar~ constituye la condición previa necesaria para que le sea accesible el esquema de su propia estructura. Por ello, en un texto acerca del concepto de realidad, decíamos que, para el sujeto, esta última no es más que el conjunto de las definiciones que acerca de ella proporciona el discurso cultural. La representacióndel mundo, obra -del Y o, es, así, representación de la relación que existe entre los elementos que ocupan su espacio y, al mismo tiempo, de la relación que existe entre el Yo y estos mismos elementos. Mientras nos mantenemos en el registro del Y o, es fácil mostrar que esta puesta en relación no apun- ta a la adquisición de ningún conocimiento del objeto en sí, tal como lo supone la ilusión del Yo, sino a poder establecer entre los elementos un orden de causalidad que haga inte- ligibles para el Yo la existencia del mundo y la relación que hay entre estos elementos. De esa manera, la actividad de representación se convierte para el Yo en sinónimo de una actividad de interpretación: la forma de acuerdo con la cual el objeto es representado por su nominación devela la inter- pretación que se formula el Yo acerca de lo que es causa de la existencia del objeto y de su función. Por ello, dire- mos· que lo que caracteriza a la estructura del -Y o es el he- cho de imponer a los elementos presentes en sus represen- taciones -tanto si se trata de una representación de sí mis- mo como del mundo-- un esquema relacional que está en consonancia con el orden. de causalidad que impone la lógi- ca del discurso. El propósito de este rodeo en relación con una instancia era esdarecer lo que definimos como el postulado estruetural, o _relacional, o causal, que particulariza a cáda siste¡na: pos- tulado que da testimonio de la ley según la cual. funciona la psique y a la que no escapa ningún sistema. Si se pretende- expresar lo que por naturaleza no pertenece 26 a ese registro, ese postulado puede plantearse por medio de tres formulaciones, de acuerdo con el proceso que hemos considerado: l. Todo existente es autoengendrado por la actividad del sistema que lo representa; este es el postulado del autoen- gendramiento cuyo funcionamiento caracteriza al proceso originario. 2. Todo existente es un efecto del poder omnímodo del de- seo del Otro; este es el postulado característico del funcio- namiento de lo primario. 3. Todo existente tiene una causa inteligible que el discurso 5 podrá conocer; este es el postulado de acuerdo con el cual funciona lo secundario. A la diferencia de las formulaciones se le contrapone su in- mutabilidad para un sistema dado, de lo que se deduce que la ley característica del conjunto de la actividad de repre- sentación nos indica, al mismo tiempo, su propósito: impo- ner a los elementos en los que se apoya cada sistema para sus representaciones un esquema relacional que confirme, en cada caso, el postulado estructural característico de la ac- tividad del sistema. Podemos añadir que los elementos que no fuesen aptos para sufrir esta metabolización no pueden tener un representante en el espacio psíquico y, por lo tanto, carecen de existencia para la psique. El enfoque freudiano nos proporciona una prueba de lo que planteamos: si bien el ello o el inconsciente, tal como Freud los define, existían antes de su descubrimiento, de todas formas podemos afir- mar que antes de Freud no tenían existencia objetiva para el Yo. También, que solo pudieron lograrla a partir del mo- mento en que el mismo Yo fue capaz de construir repre- sentaciones ideicas que acomodasen a su propia estructura -es decir, los volviesen inteligib1es para la lógica del dis- curso-- esos «objetos» psíquicos que le. eran esencialmente heterogéneos. Tanto si se trata de lo originario, de lo primario o de lo se- cundario, podemos dar una misma definición del objetivo característico de la actividad de representación: metabolizar un material heterogéneo de tal modo que pueda ocupar un lugar en una representación que, en última instancia, es solo la representación del propio postulado. No podemos ir más allá mientras nos mantengamos en el registro de una ley ge- neral. 27 A continuad6n, nos ocuparemos de la relación que existe entre el postulado y lo que hemos designado corno el elemen- to que informa~ la psique acerca de la propiedad del obje- to. Podremos reflexionar así sobre la relación que existe en- tre la actividad de representación y la economía libidinal, teniendo en cuenta, una vez más, solo aquello que puede ser generalizable al conjunto de los sistemas. Hablar de infor- mación supone un riesgo que se debe denunciar de inme- diato: el de olvidar que para la psique no puede existir in- formación alguna que pueda ser separada de lo que llama- remos una «información libidinal». Considerarnos que todo acto de representación es coextenso con un acto de catecti- zación, y que todo acto de catectización se origina en la ten- dencia característica de la psique de preservar o reencon- trar una experiencia de placer. Al introducir este término, en mayor medida quizá que C-.J.alquier otró; nos vemos frente a la irreductible advertencia de Freud acerca de «.la obliga- ción que enfrentarnos de retraducir todas nuestras deduc- ciones en el lengua je mismo de nuestras percepciones:, des- venta ja de la que nos es imposible liberarnos».6 Se lo acepte o no, el término «p1acer», de fodos modos, está referido siempre en filigrana a una experiencia del Yo, a partir de la cual la teoría supone que una misma experiencia estaría presente en toda ocasión en la que una instancia, que no es el Yo, logre realizar el objetivo al que apunta su activi- dad. Si aplicarnos esta definición a la actividad de repre- sentación, en una primera aproximación podríamos llegar a la conclusión de que el placer define la cualidad del afec- to presente en un sistema psíquico en toda ocasión en la que este último ha podido realizar su meta. Pero la actividad de representación no puede alcanzar su meta, solo puede llegar a una representación que confirme el postulado característi-:- co del sistema al que corresponde. ¿Se debe afirmar, enton- ces, que toda «puesta en representación» implica una ex- periencia de placer? Responderemos afirmativamente, aña- diendo que, de no ser así, estaría ausente la primera condi- ción necesaria para que haya vida, es decir, la catectiza- ción de la act:vidad de representación. Es este, podríamos decir, el placer mínimo necesario para que existan una ac- tividad de representación y representantes psíquicos del mun- do, incluso del propio mundo psíquico. :Placer mínimo indispensable para que haya vida: esa defi- nición' prueba la omnipotencia del placer en la economía psí- quica, pero no debe llevar a dejar de lado el problema que 28 plantea la dualidad pulsional, la experiencia de displacer y la paradoja que representa para la lógica del Yo el tener que postular la presencia de un displacer que, pese a ser tal, podrí-a ser objeto de deseo: 7 el Yo no puede menos que rechazar la contradicción presente en un enunciado que p_retendiese que el placer puede originarse en una experien- cia de displacer. Contradicción que la teoría resolverá pos- tulando la presencia de dos propósitos contradictorios que escinden al propio deseo. Dualidad presente desde un pri- mer momento en la energfa en acción en el espacio psíquico y que es responsable de lo que definimos corno el deseo de un no deseo: deseo de no tener que desear, tal es .el otro objeto característico de todo deseo. Ello dará lugar a que la actividad psíquica, ~ partir de lo originario, forje dos re- presentaciones antinómicas de la relación entre el represen- tante y el representado, acorde, cada una de ellas, con la realización de un propósito del deseo. En una, la realización del deseo implicará un estado de reunificación entre el repre- sentante y el objeto representado, y justamente esta unión es la que se presentará como causa del placer experimenta- do. En la segunda, el propósito del deseo será la desapa- rición de todo objeto que pueda suscitarlo, lo que determi- na que toda representación del objeto se presente como cau- sa del displacer del representante. Esta dualidad inherente ·a los propósitos del deseo puede ilus- trarse recurriendo a los dos conceptos que el discurso Harriaamor y odio. El primero (amor o Eros) definirá al movi- miento que lleva a la psique a unirse al objeto; el segundo, al movimiento que la Peva a rechazarlo, a destruirlo. Dire- mos entonces que el placer y el displacer se refieren, en este texto, a las dos representaciones del afecto que pueden pro- ducirse en el espacio psíquico: el placer designa el afe_cto presente en toda ocasión en que la repre~entación da forma a una relación de placer entre los elementos de lo represen- tado y, por ello mismo, representa una relación de placer entre el representante y la representación; el displacer de- signará el estado presente en tod,a ocasión en que la repre- sentación da forma a una relación de rechazo entre estos mis- mos elementos, y, así, a una relación equivalente entre el re- presentante y la representación. Estas -definiciones aforísticas serán retomadas y discutidas cuando analicemos lo que determinan respecto del funoio- namiento de cada sistema. El propósito de este circunloquio sobre el placer era permitirnos explicitar la relación que 29 postulamos entre la puesta en actividad de un sistema y lo que hemos designado como elemento que informa a este último de una propied<1,d del objeto. En nuestra opinión, existe una relación entre los modos sucesivos de la actividad psíquica y la evolución del sistema perceptual: esta relación es consecuencia de la condición· propia de toda vida. Vivir es experimentar en forma continua lo que se origina en una situación qe encuentro: consideramos que la psique está su- mergida desde un primer momento en un espacio que le es heterogéneo, cuyos efectos padece en forma continua e in- mediata. Podemos plantear, incluso, que es a través de la representación de estos efectos que la psique puede forjar una primera representación de sí misma y que es ese el he- cho originario que pone en marcha a la actividad psíquica. El análisis de lo que entendemos como estado de encuentro nos permitirá explicitar la acepción que le otorgamos a los dos conceptos presentes en nuestro título: la violencia y la interpretación. 2. El estadó de encuentro y el concepto de violencia La psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro; son el resultado de un ~stado de en- cuentro al que hemos calificado como coextenso con el es- tado de existente. La inevitable violencia que el discurso teórico impone al objeto psique del que pretende dar cuenta se origina en la necesidad de disociar los efectos de este en- cuentro, que aquel puede analizar sólo en forma sucesiva y, en el mejor de los casos, en un movimiento de vaivén entre los espacios en los que surgen tales efectos. Reconocer este «remodelamiento» del ser y del objeto que la teoría exige no lo elimina: la concordancia exhaustiva entre el discurso ana- lítico. y el objeto psique es una ilusión a la que debemos re- nunciar. Decir que el encuentro inaugural ubica frente a frente a la psique y al mundo no explica la realidad de la situación vivida por la actividad psíquica en su origen. Si mediante el término «mundo» designamos el conjunto del espacio exte- rior .a' la psique, diremos que ella encuentra este espacio, en un primer momento, bajo la forma <le los dos frag- mentos particularísimos representados por su propio espacio 30 corporal y por el -espacio psíquico de los que lo rodean y, en forma más privilegiada, por el espacio psíquico materno. La primera representación que la psique se forja de sí misma como actividad representante se realizará a través de la puesta en relación de los efectos originados en su_ doble en- cuentro con el cuerpo y con las producciones de la psique materna. Si nos limitamos a este estadio, diremos que la única propiedad característica de estos dos espacios de la que el pro~eso originario quiere y puede estar informado con- cierne a la cualidad placer y displacer del afecto presente en este encuentro. En relación con el análisis del pictogra- ma, veremos cuáles son las consecuencias de este hecho. El comienzo de la actividad del proceso primario y del pro- ceso secundario partirá de la necesidad que enfrentará la actividad psíquica de reconocer otros dos caracteres particu- lares del objeto cuya presencia es necesaria para su placer: el carácter de extraterritorialidad, lo que equivale a recono- cer la existencia de un espacio separado del propio, infor- mación que solo podrá ser metabolizada por la actividad del proceso primario; y la propiedad de significar, o de signi- ficación, que posee ese mismo objeto, lo que implica recono- cer que la relación entre los elementos que ocupan el espacio exterior está definida por la relación entre las significaciones que el discurso proporciona acerca de estos mismos elemen- tos. Esta información no metabolizable por el proceso pri- mario, exigirá la puesta en marcha del proceso secundario, gracias a la cual podrá operarse una «puesta en sentido» del mundo que respetará un esquema relacional idéntico al esquema que constituye la estructura del representante, que en este último caso no es otro que el Y o. El encuentro se opera, así, entre la actividad psíquica y los e'.ernentos por ella metabolizables que la informan acerca de las «cualidades» del objeto que es causa de afecto. En lo re- ferente a lo originario, se comprueba que esta cualidad se re- duce a la representabilidad propia de determinados objetos. A partir de lo que hemos dicho, es evidente que, cualquiera que sea el sistema considerado, el término «representabili- dad» designa la posibilidad de determinados objetos de si- tuarse en el esquema relacional característico del postulado del sistema: la especificidad del esquema característico del sistema va a decidir cuáles son los objetos que la psique puede conocer. Esta definición aclara la interacción presente entre lo que metafóricamente se podría designar como poder de las objetos y los límites de la autonomía de la actividad de 31 T"epresentación. El poder de que dispone la psique (más que de poder, deberíamos hablar aquí de las condiciones inhe- rentes a su funcionamiento) concierne al remodelamiento que impone a todo existente al insertarlo en un esquema re- lacional pree!'ltablecido. Pero, en forma contrapuest·a, para que la activ~rl.-id psíquica sea posible, se requiere que pueda apropiarse de (o incorporar, si se prefiere este término) un material exógeno. Ese material no es, sin embargo, una ma- teria amorfa: tiene que ver con las informaciones emitidas por los objetos soportes de catexia, objetos cuya existencia, y, por lo tanto, la irreductibilidad de determinadas propieda- des, la actividad psíquica deberá reconocer. Por ello, la ex- periencia del encuentro (y, agregaremos, de todo encuentro) confronta a la actividad psíquica con un exceso de informa- ción que ignorará hasta el momento en que ese exceso la obligue a reconocer que lo que queda fuera de la represen- tación característica del sistema retorna a la psique bajo la forma de un desmentido concerniente a su representación de su relación con el mundo. Un ejemplo de este desmentido lo constituye la experiencia que puede realizar la psique del inf ans en el momento en que alucina la presencia del pecho: se forja así una representación de la unión boca-pezón y puede, repentinamente, vivir la experiencia de un estado de privación. Pero lo que se comprueba en esta fase inaugural de la actividad psíquica sigue siendo verdadero para la to- talidad de sus experiencias. Concluiremos este capítulo con algunas consideraciones generales acerca del estado de en- cuentro. Si nos propusiésemos definir el fatum del hombre mediante un único carácter, nos referiríamos al efecto de anticipa- ción, entendiendo con ello que lo que caracteri~ a su des- tino es el hecho de confrontarlo con una experiencia, un dis- curso, una realidad que se anticipan, por lo general, a sus posibilidades de respuesta, y en todos los casos, a lo que pue- de saber y prever acerca de las razones,el sentido, las conse- cuencias de las experiencias con las que se ve enfrentado en forma continua. Cuanto más retrocedemos en su historia, mayores caracteres de exceso presenta esta anticipación: ex- ceso de sentido, exceso de excitación, exceso de frustración, pero también exceso de gratificación o exceso de protección: · lo que se le pide excede siempre los límites de su respuesta, def mismo modo en que lo que se le ofrece presentará siem- pre una carencia respecto de lo que espera, que apunta a lo 32 ilimitado y a lo atemporal. Podemos añadir que uno de los rasgos más constantes y frustrantes en la demanda que se le dirige es perfilar en su horizonte la espera de una respuesta que no puede proporcionar, con el riesgo de que toda res- puesta sea percibida entonces como inevitablemente decep- cionante para aquel a quien se la proporciona, y de que to- da demanda de su parte sea recibida como prueba de una frustración que ella desea imponer. Las palabras y los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede cono- cer de ellos, si, como lo hemos escrito hace ya mucho tiem,- po, 8 la oferta precede a la demanda, si el pecho es dado an~ tes de que la boca sepa que lo espera; este desfasa je, por otra parte, es aún más evidente y más total en el registro del sentido. La palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que se anticipa en mucho a la capacidad del inf ans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia. La madre se presenta como un «Y o hablante» o un «Yo hablo» que ubica al infans en situación de desti- natario de un discurso, mientms que él carece de la posibi- lidad de apropiarse de la significación del enunciado y que «:lo oído» será metabolizado inevitablemente en un material homogéneo con respecto a la estructura pictográfica. Pero, si es cierto que todo encuentro confronta al sujeto con una e"1periencia que se anticipa a sus posibilidades de respl,lesta en el instante en que la vive, la forma más absoluta de tal anticipación se manifestará en el momento inaugural en que la actividad psíquica del infans se ve confrontada con las producciones psíquicas de la psique materna y deberá for- mar una representación de sí misma a partir de los efe,:tos de este encuentro, cuya frecuencia constituye una exigencia vital. Cuando hablamos de las producciones psíquicas de la madre, nos referimos en forma precisa ·a los enunciados me- diante los cuales habla del niño y le habla al niño. De ese modo, el discurso materno es el agente y el responsable del efecto de anticipación impuesto a aquel de quien se es- pera una respuesta que no puede proporcionar; este discur- so también ilustra en forma ejemplar lo que entendemos por vio:encia primaria. Mientras nos limitamos a nuestro sistema cultural, la madre posee el privilegio de ser para el inf ans el enuncíante y el mediador privilegiado de un «discurso ambiental», del que le trasmite, bajo una forma predigerida y premodelada por su propia psique, las conminaciones, las prohibiciones, y mediante el cual le indica los límites de lo posible y de lo lí- 33 cito. Por ello, en este texto la denominaremos la portavoz, término que designa adecuadamente lo que constituye el fundamento de su relación con el niño. A través del discur- w que dirige a y sobre el infans, se forja una representación ideica de este último, con la que identifica desde un comienzo al «ser» del infans definitivamente precluido de su conoci- miento. El orden que gobíerna los enunciados de la voz ma- terna no tiene nada de aleatorio y se limita a dar testimonio de la sujeción del Yo que habla a tres condiciones previa!11: el sistema de parentesco, la estructura lingüística, las conse- cuencias que tienen sobre el discurso los afectos que inter- vienen en la otra escena. Trinomio que es causa de la primera violencia, radical y necesaria, que la psique del infans vivirá en el momento de su encuentro con la voz materna. Esta violencia constituye el resultado y el testimonio viviente, }' sobre el ser viviente, del carácter específico de este encuen- tro: la diferencia que existe entre las estructuras conforme a las cuales los dos espacios organizan su representación del mundo. El fenómeno de la violencia, tal como lo entende- mos aquí,, remite, en primer lugar, a la diferencia que separa a un espacio psíquico, el de la madre, en que la acción de la represión ya se ha producido, de la organización psíquica propia del inf ans. La madre, al menos en principio, es un sujeto en el que ya se ha operado la represión e implau- tado la instancia llamada Yo; el discurso que ella dirige al infans lleva la doble marca responsable de lá violencia que él va a operar. Esta violencia refuerza a su vez, en quien ]a sufre, una división preexistente cuyo origen reside en la bi- polaridad originaria que escinde los dos objetivos contradic- torios característicos del deseo. Pero la sobrecarga semántica que pesa sobre el concepto de violencia exige que definamos nuestra acepción del término: nos proponemos separar, por un lado, una violencia prima- ria, que designa lo que en el campo psíquico se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una actividad que obedece a leyes heterogéneas al Yo; por el otro, una violencia secundaria, que se abre ca- mino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Y o, pése a la proliferación y a la di- fusión que demuestra. En el primer caso, encaramos una acción necesaria de la que el Yo del otro es el agente, tributo que la actividad psíquica paga para preparar el acceso a un modo de orgamzación 34 que se realizará a expensas del placer y en beneficio de la constitución futura de la instancia llamada Yo. En el segun- do caso, por el contrario, la violencia se ejerce contra el Yo,9 tanto si se trata de un conflicto entre diferentes «Yoes» co- mo de un conflicto entre un Y o y el diktat de un discurso social cuya única meta es oponerse a- todo cambio en los modelos por él instituidos. Es en esta área conflictiva donde se planteará el problema del poder, del complemento de jus- tificación que solicita siempre al saber, y de las eventuales consecuencias en el plano de la identificación. Volveremos a ocuparnos del tema cuando analicemos al Yo. Pero es im- portante señalar que, si esta violencia secundaria es tan am- plia como persuasiva, hasta el punto de ser desconocida por sus propias víctimas, ello se debe a que logra apropiarse abusivamente de los calificativos de necesaria y de natu- ral, los mismos que el sujeto reconoce .a posteriori como ca- racterísticos de la violencia primaria en la cual se originó su Yo. Por consiguiente, hablaremos de ellas al definir en nuestro trabajo lo que designa la categoría de lo necesario o de la necesidad: ,~1 conjunto de las condiciones (factores o situa- ciones) indispensables para que la vida psíquica y física puedan alcanzar y preservar un umbral de autonomía por debajo del cual solo puede persistir a expensas de un estado de dependencia absoluta. Por ejemplo, en el campo de la vida física es evidente que el sujeto afectado por una para- plejía sólo puede vivir si otro acepta aáti!lfacer sus necesida- des fisiológicas: ello determinará, entre otras cosas, que se pierda toda · autonomía en el campo de la alimentación y que se establezca una dependencia absoluta entre la necesi- dad del sujeto y otro sujeto que acepte procurarle el alimen- to, propordonárselo, decidir acerca de la cantidad y de la calidad adecuadas al estado del «enfermo». En el campo fí- sico, los ejemplos abundan. ¿Pero qué ocurre en el campo psíquico? Y, sobre todo, ¿qué se puede entender por vida psíquica? Si se designa con ese término toda forma de ac- tividad psíquica, lo único que ella exige son dos condiciones: la supervivencia del cuerpo y, para ello, la persistencia de una catexia libidinal queresista a una victoria definitiva de la pulsión de muerte. Cuando estas dos condiciones se cum- plen, se encuentra garantizada la presencia- de una actividad psíquica, cualesquiera que sean su modo de funcionamien- to y sus producciones. Por ello no hablamos de vida psíqui- ca en sentido general, sino de la forma que adquiere a par- 35 tir de determinado umbral uue no existe desde un primer momento. Una vez que alc~nza este umbral, podrá. con- solidarse la adquisisión de una cierta autonomía de la acti- vidad de pensar y de la conducta, cuya culminación coinci- dirá con la declinación del complejo de Edipo y con la represión, fuera del espacio del Yo, de una serie de enun- ciados que formarán la represión secundaria. Diremos así que en el registro del Yo existe un umbral por debajo del cual este último está imposibilitado de adquirir, en el regis- tro de la significación, el grado de autonomía indispensable para que pueda apropiarse de una actividad de pensar que permita entre los sujetos una relación basada en un patri- monio lingüístico y en un saber acerca de la significación, en relación con los que se reconocen derechos iguales; de no ser así, se impondrán siempre la voluntad y la palabra de un tercero, sujeto o institución, que se convertirá en el único juez de los derechos, necesidades, demandas e, implí- citamente, del deseo del sujeto. Expropiación de un derecho de existir que va a manifestarse en forma ·abierta en la vi- vencia psicótica, pero que puede estar presente sin que por ello adopte, ante los eventuales observadores, la forma de una psicosis manifiesta. En este caso, la expropiación expe- rimentada por el Yo será igualmente grave; sólo tiene la ilusión de funcionar de modo normal mientras en el afuera existe realmente un otro real que le sirve como prótesis y anclaje. Un ejemplo lo constituye el estado pasional, cual- quiera que sea el objeto de la pasión: la desaparición o privación del objeto provoca la de la «normalidad:» del Yo, y el mismo fenómeno puede aparecer en determinadas for- mas de dependencia ideológica. Si volvemos ahora al concepto de violencia, diremos que designamos como violencia primaria a la acción mediante la cual se le impone a la psique de otro una elección, un pen- samiento o una acción motivados en el deseo del que lo im- pone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde pa- ra e·l otro a la categoría de lo necesario. Al ligar el registro del deseo del uno al de la necesidad· deJ otro, el propósito de la violencia se asegura de su victoría: al instrumentar el deseo sobre el objeto de una necesidad, la violencia primaria alcanza su objetivo, que es convertir a la realización del c:leseo del que la ejerce en el objeto demandado por el que la sufre. Aparece la imbricación que ella determina entre estos tres registros fundamentales que son lo necesario, el dese-0 y la demanda. Esta imbricación )e 36 posibilita a la violencia primana impedir que se la de- vele como tal, al presentarse bajo la apariencia de lo de- mandado y de lo esperado. Se debe añadir que, por lo ge- neral, permite a los dos partenaires desconocer sus caracte- res constitutivos. La violencia primaria q'}e ejerce el efecto de anticipación del discurso n1aterno_ se manifiesta esencial- mente a través de esta oferta de significación, cuyo resultado es hacerle emitir una respuesta que ella formula en lugar del infans. Esta pre-respuesta constituye la ílustración pa- radigmática de la definición del concepto de violencia pri- maria, en medida tanto mayor cuanto que la conducta ma- terna responderá a lo que el analista definirá como <<nor· mal»: o sea, la conducta que favorece al máximo un f un· cionamiento del Yo cercano al modelo que de él propon~ la teoría psicoanalítica. Lo que acabamos de decir respecto de la acción y el discur- so materno nos hizo pasar insensiblemente del estado de en- cuentro, concebido como una experiencia coextensa con la vida misma, al momento en que se origina esta experiencia al producirse un encuentro original entre dos espacios psí- quicos. Dijimos que lo que los distingue es el desfasaje to- tal entre el jnfans que se representa su estado de necesidad o de satisfacción y la madre, que responde a los efectos de estas representaciones interpretándolas de acuerdo con una significación anticipada que solo en forma progresiva será inteligible para el inf ans y que exigirá la puesta en marcha de los otros dos procesos de metaboli:.:ación. El efecto anticipatorio de la respuesta materna está presente desde un primer momento, y el efecto anticipatorio de su pa- labra y del sentido que ella vehiculiza (y del cual el niño deberá apropiarse) no hará más que continuarla. Con ante- rioridad a todo análisis de lo que se juega en los dos espacios contrapuestos, debernos recordar que la separación entre los factores propios del representante y los que pertenecen al enunciante (la rnadte) es una necesidad derivada de la ex- posición y que en realidad la interacción es constante. De no ser así, se corre el riesgo, sea de cáer en una biologiza- ción del desarro1lo psíquico o, a la inversa, de optar por una teoría de la cadena significante que olvide el papel de1 cuerpo y de los modelos somáticos que él proporciona. La entrada en acción de la psique requiere como condición que al trabajo de la psique del infans se le añada la función de prótesis de la psique de J.a madre, prótesis que consideramos comparable a la del pecho, en cuanto extensión del cue1po 37 propio, debido a que se trata de un objeto cuya unión con la boca es una necesidad vital, pero también porque ese obje- to dispensa un placer erógeno, necesidad vital para el fun- cionamiento psíquico. Al considerar el primer encuentro boca-pecho -aun. sa- biendo que no coincide con la incorporación del recién na- cido al mundo, ya que es posterior a un. prÍmer grito cuya representación concomitante constituye para nosotros un enig- ma- como el punto de partida de nuestra construcción teó- rica, lo consideramos también como la experiencia origina- ria de un triple descubrimiento: para la psique del infans, la de una experiencia de placer; para el cuerpo, la de una experiencia de satisfacción, y para la madre ... en este caso no puede postularse nada universal, solo podemos plantear que la primera experiencia de lactancia será al mismo tiem- po para ella el descubrimiento de una experiencia física ---a nivel del pecho, sensación de un placer, de un sufrimiento o de una aparente neutralidad sensorial- y el primer aper- cibimiento posterior al embarazo de un don necesario para la vida del infans. Lo que siente en ese encuentro dependerá del placer vivido al tener al niño, del temor frente a él, de su displacer en ser madre, de su forma de concebir su rol, etc. Pero en todos los casos en los que el pecho es ofrecido, se imponen dos observaciones: 1. Cualquiera que sea la ambivalencia presénte, el acto es testimonio de un deseo de vida para el otro y, a minima, de una prohibición referente al riesgo de su eventual muerte. '2. En la mayor parte de los casos, el ofrecimiento del pecho se acompañará, en su forma y su temporalidad, con las formas culturales que instituyen la conducta de lactancia. Esta última, así, depende: a) del deseo materno en relación con el infans; b) de lo que se manifiesta de ese deseo en el sentimiento del Yo de la madre frente al recién nacido,10 y e) de lo que el discurso cultural propone como modelo ade- cuado de la función materna. Esta enumeración sería suficiente para demostrar la coro· plejidad, la sobredeterminación y la heterogeneidad de las fuerzas en juego, desde el primer encuentro que el proceso originario tendrá como función representar: en el momento en ,qli.e la boca encuentra el pecho, encuentra y traga un primer sorbo del mundo. Afecto, sentido, cultura, están co~ presentes y son responsables del gusto de estas primeras mo- 38 léculas de leche que toma el in/ ans: el aporte alimenticiose acompaña siempre con la absorción de un alimento psíqui- co que la madre interpretará como absorción de una oferta de sentido. Se asiste a la pasmosa metamorfosis que le hará vivir la actividad de lo originario. Concluyen aquí nuestras consideraciones generales acerca de la representación y el estado de encuentro. Confirman, una vez más, lo que hemos señalado en dos oportunidades en estas primeras páginas, sobre la arbitrariedad de toda separación entre los espacios psíquicos del infans y de la ma- dre, en los que un mismo oh jeto, una misma experiencia de encuentro, se inscribirá recurriendo a dos escrituras y a dos esquemas relacionales heterogéneos. En cada etapa, ob- servamos que la reflexión analítica choca con el mismo esco- llo: tener que separar lo inseparable. Se trata de una exi- gencia metodológica que el discurso impone, pero debemos recordar constantemente su presencia y advertir el precio que exige pagar en el momento en que cortemos arbitraria- mente el cordón umbilical que une a las dos psiques en pre- sencia para ocuparnos del inf ans y de la primera obra de su psique: la representación pictográfica. 39 2. El proceso originario y el pictograma 1. El postulado del autoengendramiento Hemos dicho que lo que caracteriza a cada proceso de me- tabolización, determinado por el encuentro entre el espacio psíquico y el espacio exterior a la psique, se define por la especificidad del modelo relacional impuesto a los elementos de lo representado. Por otra parte, este modelo es el calco del esquema estructural del propio representante. En la fase que analizamos, el conjunto de las producciones de la actividad psíquica se adecuará al postulado del autoengen- dramien to. En nuestro análisis, separamos lo que se rela- . dona con la economía placer-displacer, característica de este postulado, y lo que se relaciona con la particularidad de lo representado que él engendra: el pictograma. Hemos dicho que, en principio, el encuentro original se pro- duce en el mismo momento del nacimiento, pero que nos permitimos desplazar ese momento para situarlo en el de un.a primera e inaugural experiencia de placer: el encuen- tro entre boca y pecho. Cuando hablamos de momento ori- ginario, o de encuentro originario, nos referimos a ese punto de partida. Este desfasa.je hacia lo posterior será compensa- do por un trámite inverso cuando aludamos al Yo, instancia que el discurso del otro anticipa con mayor elocuencia. Si nos mantenemos en el campo del inf mu, podemos aislar una serie de factores responsables de la organización de la actividad psíquica en la fase considerada: 1. La presencia de un cuerpo cuya propiedad es preservar por autorregulación su estado de equilibrio energético. Toda ruptura de este estado se manifestará mediante una expe- riencia inconocible, una x que, en el a posteriori del lengua- je, se- designa como sufrimiento. Toda aparición de esta ex- . perie:qcia suscita, cuando es posible, una reacción que apunt0. a eliminar su causa. Esta reacción, que se origina eu la homeostasis del sistema, escapa a todo conocimiento por 40 parte de la psique. Sin embargo, esta última es informada acerca de un posible estado de sufrimiento del cuerpo, ante el cual responde mediante la única acción a su alcance: la alucinación de una modificación en la situación de encuen- tro, que niegue su estado de falta; vereIDOS luego que esta falta se relaciona de un, modo muy particular con lo que, en principio, constituye su equivalente fisiológico, el esta- do de necesidad. Se observa desde ya el principal escándalo del funciona- miento psíquico: su primer respuesta «natural» es descono-. cer la necesidad, desconocer el cuePpo y «conocer sola- mente el «estado» que la psique desea reencontrar. La con- ducta de llamada aparece solo frente al fracaso del poder omnímodo del pictograma. Escándalo que revela la presen- cia original de un rechazo de la vida en beneficio de la bús- queda de un estado de quietud y de un. estado de no deseo, que constituyen el propósito ignorado, aunque siempre ope- rante del deseo. Se debe reconocer que la presencia origina- ria de Tánatos es más escandalosa para el Yo que la de Eros: lo ya presente [déja-la] del odio es más perturbador que lo siempre presente [toujours-la] del amor. 2. Un. poder de excitabilidad al que se debe «la representa- ción en la psique de los estímulos originados en e"l cuerpo y que alcanzan al espíritu, exigencia de trabajo requerido al aparato psíquico como consecuencia de su ligazón con lo corporal». Esta definición qlle proporciona Freud de la pul- sión se aplica en todos sus aspectos .a la que proponemos para la actividad pictográfica. El trabajo requerido al apa- rato psíquico consistirá en metabo~izar un elemento de infor- mación, proveniente de un espacio que le es heterogéneo, en un material homogéneo a su estructura, para permitir a la psique represen,tarse lo que ella quiere reencontrar de su propia experiencia. 3. Un afecto ligado a esta representación, siendo la repre- sentación de un afecto y el afecto de la representación indi- sociables para y en el registro de lo originario. 4. Desde un, primer momento, la doble presencia de un vínculo y de una heterogeneidad entre la x de la experien- cia corporal y el afecto psíquico, que se manifiesta en y por su representación pictográfica. Efectivamente, el afecto es coextenso con la representación, y la representación puede 41 conformarse o no a la realidad de la experiencia corporal. Si imaginamos una representación de la unidad boca-pecho que acompaña a la experiencia del amamantamiento, se ob- serva una conformidad entre afecto y experiencia del cuer- po. Si, a la inversa, imaginamos la representación alucinato- ria de una unión boca-pecho que impone momentáneamen- te un silencio psíquico al estado real de la necesidad, se ob- servará una contradicción objetiva entre afecto y experien- cia corporal, contradicción que es totalmente ignorada por la psique y que a lo sumo existe solo para el observador. 5. La exigencia constante de la psique: en su campo no puede aparecer nada que no haya sido metabolizado previa- mente en una representación pictográfica. La representabi- lidad pictográfica del fenómeno constituye una condición necesaria para su existencia psíquica: esta ley es tan uni- versal e irreductible como la que decide las condiciones de audibilidad o de visibilidad de un objeto. Las ondas sonoras y las ondas luminosas exceden de lejos el espectro propio de la sensibilidad de los órganos humanos, pero fuera de este espectro no existen para el hombre. Del mismo modo, lo originario sólo puede «conocer» los fenómenos que respon- den a las condiciones de representabilidad; los restantes ca- recen de existencia para él. Las condiciones de representabilidad que deben poseer los objetos para proporcionar un material susceptible de ser utilizado por lo originario pueden reconstruirse solamente a partir de una fase posterior, en la que solo se observan al- gunos retoños. Esta reconstrucción nos permite considerar probable que deben responder a las propiedades particula- res que describiremos a continuación. 2. Las condiciones necesarias para la representabilidad del encuentro La actividad del proceso originario es coextensa con una ex- periencia responsable del desencadenamiento de la actividad de una o varias funciones del cuerpo, originada en la exci- tación de las superficies sensoriales correspondientes. Esta actividad y esta excitación exigen el encuentro entre un órgano sensorial y un objeto exterior que posea un poder 42 de estimulación frente a él. En sus «puestas en forma» el proceso originario retoma este modelo sensorial. La repre- sentación pictográfica de este encuentro exhibe la parti- cularidad de ignorar la dualidad que la compone. Lo repre- sentado se presenta ante la psique como presentación de eHa misma; el agente representante considera a la represen- tación como obrade su trabajo autónomo, contempla en ella al engendramiento de su propia imagen. La represen- tación, así, es una «puesta en presentación» de la psique pa ... ra la psique, autoencuentro entre una actividad originaria y un «producto», también originario, que se da como presen- tación del acto de representar para el agente de la repre- sentación. Esta sobresignificación y sobredeterminación de lo representado constituye su rasgo esencial. La primera condición de la representabilidad del encuentro nos remite, pues, al cuerpo y, más precisamente, a la activi- dad sensorial que lo caracteriza. Al referirnos a lo que la psique toma prestado del modelo sensorial, analizaremos en forma más detallada esta primera condición: podremos ex- plicitar así la estructura particular del pictograma. Antes, sin embargo, veamos en qué condiciones la representación del encuentro puede ser una fuente de placer y en cuáles otras, de displacer. En este punto encontramos una segunda ley general de la actividad psíquica: la meta a la que apun- ta nunca es gratuita, el gasto de trabajo que implica debe asegurarse una «prima de placer» ; de no ser así, la no ca- tectización de la actividad de representación pondría fin a la actividad vital misma. Por lo general, la psique previene este peligro gracias a la presencia de lo que hemos llamado el «placer mínimo», consecuencia de toda puesta en rela- ción, conforme al postulado, de los elementos de informa- ción que se abren camino en el espacio psíquico y del esta- do de quietud consecuente para la actividad de representa- ción: ello mientras lo representado se ofrece como un sopor- te que atrae y fija en beneficio propio la energía de que dis- pone ese proceso. Es evidente que si este «placer mínimo» fuese el único en juego, su sola meta podría ser la perenni- dad de una representación inaugural que se convertiría en soporte, primero y último, de la totalidad de la energía psí- qui~a. Propósito imposible de realizar pero que testimonia, en nuestra opinión, la complicidad que existe desde un pri- mer momento entre principio de placer y pulsión de muerte. Para que esta complicidad no se imponga con excesiva ce- leridad a la meta de Eros, es necesario que a este placer 43 rmmmo se le añada la búsqueda y Ja espera de una «prima de placer», equivalente psíquico de un «placer de órgano», prima que, a partir del momento en que se la experimenta, se convierte en meta de la actividad psíquica. Si bien es cierto que en lo representado del pictograma no puede exis- tir una diferencia entre la representaciá'n que acompaña al amamantamiento y la representación de esta experiencia en ausencia del pecho, postulamos que la psique percibe muy precozmente un suplemento de placer cuando ·a la repre- sentación la acompaña una experiencia de satisfacción real: a condición, sin embargo, de que esta satisfacción pueda proporcionar placer y no se reduzca a calmar la necesi- dad.11 Veremos a qué condiciones debe responder para que ello sea posib!e, pero señalemos desde ya que la condición esencial es que esta experiencia pueda representarse como aportando placer a las dos entidades de lo que definiremos como «el objeto-zona complementario». Así, la prima de placer, como meta de la actividad de representación, se en- cuentra relacionada cori la posibilidad de una representación y de una experiencia que puedan poner respectivamente en escena y en presencia la unión de dos placeres, el del re- presentan te y el del objeto que él r_epresenta y que encuen- tra en el trascurso de la experiencia (de la representación de la necesidad) . Si analizamos ahora las condiciones- relativas al aJ'ecto de disp!acer, diremos que este afecto está presente en toda oportunidad en la que el estado de fijación es imposible y en que la actividad psíquica debe volv~r a forjar una. repre:.. sentación. Podemos recurrir a la metáfora energética y decir que el trabajo requerido para el surgimiento de una nueva representacíón determina un estado de tensión, responsable de lo qu~ llamaremos el «displacer mínimo», simétrico de lo que herims designado placer mínimo. Más esencial para comprender el funcionamiento psíquico es la relación que existe entre el afecto de displacer y la re- presentación que está indisociablemente ligada a él. Esta re- lación nos obligará a abordar el problema que plantea la pulsión de muerte y a recurrir al concepto con el que alu- dimos a un odio radical, tan originario como su contrario. No es posible comprender la representación del afecto de displacer sin postular la presencia originaria de la antino- mia tjpica de los dos propósitos del deseo: deseo de ca- tectizar al objeto metabolizándolo en la representación de una parte del propio cuerpo y, gracias a elle>, deseo de. ca .. 44 tectizar al propio incorporante, y deseo de autoaniquilación que convierta a la representación de la instancia represen- tante en autopresentación de la instancia que engendra el displacer. En tt;:>da oportunidad en la que la persistencia de la necesidad obligue a la actividad psíquica a estar infor- mada acerca de ella y a representar, en y mediante el picto- grama, lo que constituiría la causa del displacer, se impon- drá una representación que respete, evidentemente, el pos- tulado . de lo originario pero que pruebe su sumisión a los propósitos de Tánatos: en este caso, la instancia que se es- peculariza en lo representado se contempla como fuente que engendra su propio sufrimiento, y lo que ella intenta anular y destruir es esta imagen de sí misma. El corolario y el si- nónimo del displacer es un deseo de autodestrucción, pri- mera manifestación de una pulsión de muerte que conside- ra a la activiqad de representación, en cuanto forma origi- nal de la vida psíquica, como la tendencia opuesta a su propio deseo de retorno al «antes» de toda representación. Esta hipótesis nos facilita la comprensión de lo que separa a los dos conceptos llamados por Freud principio de Nirvana y pulsión de muerte. Al primero es posible concebirlo como la actualización de un principio de placer que tiende a la quietud y a la persistencia inmutable de una primera re- presentacíón, que se ofrece a la psique como prueba de su omnipotencia de autoengendramiento del estado de placer y como testigo de su poder de crear el objeto conforme a su meta y definitivamente presente; en lo que se refiere a la pulsión de muerte, se la debe considerar como una tendencia igualmente arcaica e insistente. Todo ocurre como si el «te- ner que representar», como corolario del «tener que desear», perturbase un dormir [sommeil] anterior, un antes ininteli- gib~e para nuestro pensamiento y en cuyo trascurso todo era silencio. Observamos la manifestación de un odio radical, presente desde un primer momento, contra una actividad de representación cuyo inicio presupone, a causa de su «li- gazón con lo corporal», la percepción de un estado de nece- s:dad que ella tiene como función anular. En toda oportuni- dad en que la actividad psíquica se acompañe con una ex- citación que la informe acerca de un estado de necesidad, su meta será metabolizarla y representarla mediante su ne- gación: se explica así su ambivalencia frente a su propia producción. El estado de placer que ella induce recubre la percepción de u:na experiencia de la cual huye: el amor a la representación es el revés, pero también el corolario, del 45 odio a la necesidad en cuanto testigo de la existencia de un espacio corporal autónomo. Todo surgimiento del deseo de representar se origina en el deseo de precluir la posible irrup- ción de la necesidad y de lo que ella testimonia: de ese mo- do, y paradójicamente, el deseo mismo puede descubrirse co- mo deseante de un estado que lo haría inútil y sin objeto. El deseo de no tener que desear es un objetivo inherente al propio deseo. Deseo de no deseo: esta fórmula, que utiliza- mos a menudo, expresa nuestra concepción de la pulsión de muerte.12 Al ser parte constitutivade los objetivos del de- seo, el odio contra todo objeto que manifieste la presencia del deseo corre el riesgo de imponerse en toda ocasión en que lo represeptado ya no logre ignorar la necesidad y, por eso mismo, en toda ocasión en la que corre el riesgo de acompañarse con una experiencia de displacer. En este caso, la psique considerará el resultado de su propio trabajo co- mo demostración y prueba de la existencia de su otro lugm, el espacio corporal, que inevitablemente odiará y querrá de&- truir toda vez que este se revele sometido a un poder que ella no domina. Extraño destino el del cuerpo, y pleno de consecuencias: en efecto, el cuerpo, al mismo tiempo que es el sustrato necesa- rio para la vida psíquica, el abastecedor de los modelos so- máticos a los que recurre la representación, obedece a leyes heterogéneas a la de la psique. Estas, sin embargo, deberán imponer su exigencia y obtener una satisfacción real: de ese modo, el cuerpo aparecerá en un primer momento ante la instancia psíquica como prueba Irreductible de la presencia de otro lugar y, de ese modo; como objeto privilegiado de un deseo de destrucción. Pero l;ambién es cierto que, si la vida prosigue, el cuerpo, como conjunto de órganos y de funciones sensoriales gracias a los cuales la psique descubre su poder -de ver, de oír, de gust:ar, de tocar- se convierte en fuente y lugar de un placer erógeno, que permite que algunos de sus fragmentos sean catectizados de inmediato por la libido narcisista al servicio de Eros. Veremos que este autodescubrimiento del poder de sus fun- ciones sensoriales se presentará en el pictograma a través del modelo del tomar en sí un objeto autoengendrado. Lo que hemos dicho hasta el momento permite establecer un primer esquema de los elementos que organizan la situa- ción original del encuentro boca-pecho cuando se privilegia exclusivamente lo que ocurre en el infans. Hemos encontrado en forma sucesiva: a) una experiencia 46 del cuerpo, a la que hemos designado como el x inconoci- ble, que acompaña a una actividad de representación que da lugar al pictograma; b) un afecto que está indisoluble- mente ligado ·a esa experiencia, y que puede ser tanto de pla- cer cuanto de displacer; e) la presencia original de una am- bivalencia radical del deseo frente a su propia producción, que podrá ser tanto soporte de la tendencia a fijarse en ella como soporte de su deseo de destruirla, por ser prueba de la existencia de otro lugar que escapa a su poder, pero también de otro lugar que lo obliga a proseguir su trabajo de repre- sentación, que le impide preservar un estado de fijación; d) por último, la ambivalencia de toda catexia que concierne al cuerpo. Abastecedor de un modelo que el pictograma re~ toma por cuenta propia, aparecerá, sucesivamente, como conjunto de zonas erogenizadas (y, en consecuencia, espa- cio catectizado por la libido narcisista) y como «Otro lugar» detestado en toda ocasión en la que denuncie los límites del poder de la psique y desmienta, convirtiéndola en leyenda, la alucinaci6n de la inexistencia de lo exterior a ella. Concluida esta primera presentación de los factores que or- ganizan la actividad y la economía del proceso originario, examinatemos a continuación, desde otro ángulo, la relación psique-cuerpo; con ese fin, explicitaremos a qué nos referi- mos al hablar de lo que se «toma prestado» del modelo corporal. 3. El «Préstamo» tomado del modelo sensorial por la actividad de lo originario Partimos de la hipótesis de que el fundamento de la vida del organismo consiste en una oscilación continua entre dos for- mas elementales de actividad, a las que designamos como el «tomar en sí» [prendre-en-soi] y el «rechazar fuera de sí» [rejeter hors-soi], actividades que se acompañan con un tra- bajo de metabolización de lo «tomado», que lo trasforma en un material del cuerpo propio: los residuos de esta ope- ración, por su parte, son expulsados del cuerpo. . Respiración y alimentación constituyen un ejemplo simple y claro de ello. Mutatis mutandis, este doble mecanismo pue- de extrapolarse al conjunto de los sistemas sensoriales cuya función implica analógicamente la «torna en sí» de la infor- mación, fuente de excitación y fuente de placer, y el intento 47 de «rechazar fu era de sí» esta misma información cuando se convierte en fuente de displacer. Se debe tener en cuenta una primera diferencia: en esta etapa de la vida, es posi- ble vomitar la leche, no así taparse la nariz o cerrarse la cavidad auditiva. Además, toda información sensorial tiene el poder de exceder el umbral de tolerancia y trasformarse en fuente. de dolor.13 Al utilizar el término «información». que hemos introducido desde las primeras páginas, nos pro~ ponemos privilegiar el papel desempeñado por las funciones sensoriales. Al hablar de información no pretendemos en- cerrarnos en una nueva forma de organicismo inspirada en la cibernética; muy por el contrario, intentamos destacar un conjunto de funciones cuya tarea es informar a la psique y al mundo de su mutua interdependencia en un registro muy particular y muy «psíquico», si se me permite la expre- sión: el del placer y de su relación con el discurso. Tan pronto como se accede al lenguaje, la vista, el oído, el gusto y el tacto se encuentran bajo la égida de un enunciado que decidirá acerca del mensaje afectivo que el informado y la voz informante esperan y reciben uno de otro. La ins- trumentación del mensaje sobre el objeto sensible determi- nará que lo que decida acerca de la relación de la expe- riencia sensorial y el objeto sensible con el placer y con el displacer, con lo lícito y lo prohibido, será lo enunciado por el mensaje. Podemos añadir que las exper;.iencias recientes de desaferenciación sensorial parecen probar que, paralela- mente a los objetos de necesidad que son el alimento, el aire, el aporte calórico, durante la fase de vigilia es necesario un aporte de información sensorial continuo; de no recibirlo, la psique enfrenta dificultades para poder funcionar sin verse obligada a alucinar la información de la que carece. En términos psicoanalíticos, el «tomar en sí» y el «rechazar fuera de sí» pueden traducirse desde un primer momento en otro binomio: la catectización y la descatectización de aque- llo de lo que se es informado y del objeto de excitación res- ponsable de esta información. Importa señalar que, en esta fase, la representación pictográfica de los conceptos de «to- mar» y de «rechazar» es la única representación posible de toda experiencia sensorial: lo percibido por la vista, el oído, el gusto lo será por la psique como una fuente de placer au- toengendrado por ella, que forma parte por excelencia de lo que f<es tornado» en el interior de sí misma, o, de lo con- trario, como una fuente de sufrimiento que se debe rechazar: en tal caso, este rechazo implica que la psique se automutila 48 de aquello que, en su propia representación, pone en escena al órgano y a la zona, fuente y sede de la excitación. Al hablar de este doble modelo del tomar en sí y del recha- zar tuera de sí abordamos la descripción de la representa- ción que la psique se da de su experiencia de placer o de displacer. En efecto, los términos de modelo sensorial o cor- poral y de préstamo se refieren a los materiales presentes en la representación pictográfica, mediant~ la cual la psique se autoinforma de un estado afectivo que le concierne exclusi- vamente a ella. En este registro, sería inútil plantear un or- den de primacía entre el afecto y su representación, así co- mo entre la experiencia y la información que recibe la psi- que acerca de e1 la: del mismo modo, no tendría sentido ·considerar a la representación como la fuente de un afecto que su surgimiento desencadenaría, o ver en el afecto un es- tado preexistente que la actividad de representación pondría en escena. Se debe postular la coalescencia de una repre- sentación del afecto que es inseparable del afectode la re- presentación que la acompaña. Es tan dificil separarlos como separar la mirada de lo visto: ver constituye el encuentro de un órgano sensorial con un fenómeno que se caracteriza por su visibilidad: toda jerarquización temporal es imposi- ble. Si tuviésemos que hablar del Yo, se aceptaría fácilmen- te la incongruencia de pretender decidir si un sentimiento de alegría, de despecho, de envidia, precede o no a su nomi~ nación por parte del Yo: no existe sentimiento separable de la posibilidad de expresarlo mediante un enunciado. La ex- presión, interior o comunicada, explícita o implícita, del sen- timiento, es correlativa del estado que manifiesta y que sim- plemente no existiría para el Yo sin esta posibilidad de nom- brarlo. Si se acepta desigriar como sentimiento a los afectos presentes y que se manifiestan en la esfera del Yo -formu- lación que se convierte en equivalente de la representación para el afecto-, se comprenderá mejor la indisociabilidad de los términos de este segundo binomio. Se plantea aquí el problema de la relación que existe entre el término «préstamo» [emprunt] que proponemos y el de apuntalamiento [étayage] utilizado por Freud: su semejanza es evidente, pero se distinguen en un aspecto. En la acepción que le otorga Freud, el apuntalamiento se relaciona en ma- yor medida con una «astucia de la psique» 14 que aprove- charía el camino que abre la percepción de la necesidad, o el estado de ne<'.esidad, parn permitir a la pulsión que la informe de sus exigencias vitales, con el propósito, escribe 49 Freud:, «de obligar al sistema nervioso a elaborar activida- des más interdependientes y más complejas, capaces de pro- ducir modificaciones en el mundo exterior con el fin de sa- tisfacer la fuente de las estimulaciones endógenas».15 La heterogeneídad, planteada desde un primer momento por Freud, entre necesidad y pulsión constituye un con- cepto capital de la teoría psicoanalítica, pero dicha hetero- geneidad no impide que entre estas dos entidades exista una relación que ya no pertenece al orden del apuntalamiento, sino al de. una dependencia efeétiva y persistente en el re- gistro de lo representado. En las figuraciones escénicas for- jadas por lo primario, en las que aparecerá el lugar prepon- derante que ocupa la imagen del cuerpo, observaremos esta persistencia. Nuestra hipótesis acerca de lo originario como creación que se repite indefinidamente a lo largo de la exis- tencia implica una enigmática interacción entre lo que lla- mamos el «fondo representativo» sobre el que funciona todo sujeto y una actividad orgánica cuyos efectos en el campo psíquico sólo podemos percibir en momentos singulares y privilegiados o (en una forma disfrazada) en la vivencia psicótica. Habiendo definido el término «préstamo», podemos abordar el análisis de lo representado: vale decir, lo que suponemos que vería una hipotética e imposible mirada si pudiese con- templar la representación pictográfica. H;ablar de mirada hipotética e imposible basta para recordar que nos limitamos a reconstruir lo que nos parece probable, a partir del cono- cimiento que puede tener el analista de las vivencias de su- jetos que ya han superado hace mucho tiempo el momento en que solo estaba presente el proceso originario. 4. Pictograma y especularización En la parte reservada al Yo ver~mos el concepto de estadio del espejo tal como lo define Jacque~ Lacan. Sin embargo, mucho antes de ese estadio, en realidad desde el origen de la actividad psíquica, se comprueba la presencia y la preg- nancia de un f en6meno de especulari~ción: toda creación de la actividad psíquica se presenta ante la psique como re- flejo, representación de sí misma, fuerza que engendra esa imagen de cosa en la que se refleja; reflejo que contempla como creación propia, «imagen» que es simultáneamente 50 para la psique presentación del agente productor y de la actividad que produce. Si se acepta que en esta fase el mun- do -lo «exterior a la psique»- no existe fuera de la re- presentación pictográfica que lo originario forja acerca de él, se deduce que la psique encuentra al mundo como un fragmento de superficie especular, en la que ella mira su propio reflejo. De lo «exterior a sí» solamente conoce en un principio lo que puede presentarse como imag~n de sí, y el sí-mismo se presenta ante sí mismo como y por la actividad y el poder que han engendrado el fragmento de lo «exterior a sí» que constituye la especularización.16 Término que, en la acepción que le damos, se asemeja en gran medida al de complementariedad: si en la problemática que está en jue· go aquí se considera só1o lo que pertenece al campo de la actividad de representación, se comprueba que representante y representación del mundo son complementarios entre sí, siendo cada uno de ellos condición de existencia para el otro. Este trabajo de reflexión continua es la pulsación misma de la vida psíquica, su modo y su forma de ser, exigencia tan imperiosa como la exigencia de respirar para la superviven- cia del organismo. El modelo de representación de esta complementariedad es- pecular entre el espacio psíquico y el espacio del mundo está constituido por lo que toma la psique de la experiencia sen- sible. Lo pulsional se apoya en el «vector sensorial»; la per- cepción de la necesidad se abre camino hacia la psique gra"" cías a una representación que pone en escena a la ausencia de un objeto sensible, fuente de placer para el órgano corres- pondiente. Hemos escogido como punto de partida de nues- tra construcción la experiencia inaugural de 'l.lna vivencia de placer debido a la función que acordamos a la actividad sensorial, fuente original de un placer (del gusto, del oído, de la vista, del olfato, del tacto) que constituye condición necesaria y causa de la catectización de una actividad cor- poral cuyo poder descubre la psique. Experiencia· de un pla-: cer que ella obtiene y que constituye la condición previa necesaria para la catectización de la actividad de represen- tación y de la imagen que en ella se origina. Se debe señalar con claridad la imbricación sincrónica de estos diferentes momentos, que se unen para formar una experiencia global e indisqciable: a) percepción sensible de un ruido, de un gusto, de un tacto, de un olor, de algo visto, fuente de placer, que coincide temporalmente con la experiencia de la satis- facción de la nece5idad alimenticia y ]a excitación efectiva 51 de la zona oral; pero que coincide también con la satisfac- ción de una expectativa de la organización sensible, por enig- máticas que nos parezcan la presencia de esta necesidad ele- mental de información de los sentidos y el placer originado en su puesta en actividad; b) descubrimiento de un poder «ver, oír, oler, tocar, gustar» que será metabolizado por la psique en la representación de sü poder de autoengendrar el objeto y el estado de placer; e) representación de esta dualidad «zona sensorial-objeto causante de la excitación» mediante una imagen que los pone en escena como una en- tidad única e indisociable; a esta entidad la llamamos «la imagen de la zona corporal» o, preferiblemente, «la imagen del objeto-zona complementario». Esta imagen es el picto- grama,· en cuanto puesta en forma de un esquema relacional en que el representante se refleja como totalidad idéntica al mundo. Lo que la actividad psíquica contempla y catectiza en el pictograma es el reflejo de sí misma que le asegura que, entre el espacio psíquico y el espacio de lo exterior a la psique, existe una relación de identidad y de especularización recíprocas. Volveremos a ocuparnos en forma más detallada, en rel~ ción con la voz, del concepto de zona erógena; pero debe- rnos señalar desde ya que, ·a partir de la experiencia de pla- cer, todo placer de una zona es al mismo tiempo, y debe serlo, placer global del conjunto de las zonas. La experiencia de amamantamiento se acompaña con una ·serie de percep- ciones que afectan a Josdiferentes órganos sensoriales: el placer, desde su primera aparición, se anticipará paradójica- mente a esta experiencia de una totalidad indecible de la. vivencia que, en un a post.eriori lejano, será designada comú goce. Cuando examinemos el comienzo de la acción de lo primario, veremos que tal reflexión se produce en la primera fase de esta actividad: el primer reconocimiento de lo ex- terior a sí es tributario de una primera relación de identi- dad en Ja que una «alteridad» es, al mismo tiempo, recono- cida y negada. Reconocida como pl,lede ser'o el sosia del que acepto saber que él no es yo; negada puesto que se remplaza la realidad de la diferencia mediante la ilusión de la «mis- midad» entre lo que aparece «en otro lugar» reconocido co- mo tal y la f.orma como la psique se piensa y. representa. A partir de estas comprobaciones, podemos definir del si- guie:q.te modo lo que caracteriza a la representación picto- gráfica: la puesta en forma de una percepción mediante la que se presentan, en lo originario y para lo originario, los 52 afectos que allí se localizan en forma sucesiva, actividad inaugural de la psique pam la que toda representación es siempre autorreferente y nunca puede ser dicha, ya que no puede responder a ninguna de las leyes a las que debe obe- decer lo «decible», por elemental que sea. Esta especulari- zación sí-mismo mundo demuestra la ambigüedad de la acepción que se le da habítualmente al concepto de narci- sismo primario. Si el representante es el mundo, y a la in- versa, esta reflexión «loca» del mundo por parte del repre- sentante determina que este último se presente ante sí mismo como reflejo del «todo» o corno reflejo de la «nada»: Eros y Tánatos firman con su nombre dos autorrepresentaciones que subsumen en la totalidad de lo existente. Por lo tanto, junto a una presentación narcisista de un sí-mismo mundo, se debe plantear la presentación (¿narcisista?) de un sí- mismo nada: evidentemente, es posible calificar corno nar- cisista la reducción del mundo a una «nada» que refiere, de hecho, a un estado de la psique; en tal caso, sin embargo, se derrnmba la idea de una etapa original y paradisíaca en la que lo único que percibía la psique en el mundo era una to- talidad plena que se ofrecía como prueba de su omnipoten- ciá sobre el placer. 5. Pictograma y placer erógeno La importancia de la totalidad sincrónica de la excitación de las zonas es fundamental: condición previa necesaria pa- ra la integración del cµerpo como unidad futura, pero, tam- bién, causa de una fragmentación de esta «unidad» que da origen a una angustia de despedazamiento; por otra parte, la desintegración de la imagen del cuerpo que ella implica es fácil de comprender. Además, esta sincronía de los µlace- res erógenos es coextens-a con una primera experiencia de amamantamiento que reúne una boca y un pecho y se acom- paña con un primer acto de ingestión de alimento que, en el registro del cuerpo, hace desaparecer su estado de nece- sidad. El importantísimo lugar que ocupa el concepto de oralidad o de fase oral en la teoría analítica se origina, sin duda, en el hecho de que remite a esta experiencia inaugu- ral de placer, que hace coincidir: a) la satisfacción de la necesidad; b) la ingestión de un objeto incorporado; e) el encuentro, por parte de la organización sensorial, de objetos, fuente de excitación y causa de placer. 53 En este estadio, el pecho debe ser considerado un fragmen- to del mundo que presenta la particularidad de ser, simul- táneamente, audible, visible, táctil, olfativo, alimenticio y, así, dispensador de la totalidad de los placeres. Por su pre- sencia, este fragmento desencadena la actividad del sistema sensorial y de la parte del sistema muscular necesaria para el acto de succión: de ese modo, la psique establecerá una identidad entre lo que realmente es efecto de una actividad muscular que ingiere un elemento exterior y, al hacerlo, sa- tisface una necesidad, y lo que se origina en la excitación sensorial que, a su vez, podríamos decir, «ingiere» el placer que experimenta en el momento de su excitación. Por ello mismo, la boca se convertirá en representante, pictográfico y metonímico, de las actividades del conjunto de las zonas, representante que autocrea por ingestión la totalidad de los atributos de un objeto (el pecho) que, a su vez, será repre- sentado como fuente global y única de los placeres senso- riales. Zona y objeto primordiales que solo existen uno a través del otro, indisolubilidad correlativa de su representa- ción y de su postulado, exactamente a igual título que en la experiencia de la audición son indisociables la actividad del órgano sensorial y la onda sonora, fuente de excitación. Este «objeto-zona complementario» es la representación pri- mordial mediante la cual la psique pone en escena toda ex- periencia de encuentro entre ella y el m\lndo. Ella es la protorrepresentación de lo que se observará como fuente de la actividad fantaseada de lo primario, es decir, la fantasía originaria de una escena primaria. Lo que la actividad ori- ginaria percibe del medio (psíquico) en el que está inmersa, lo que intuye en lo tocante a los afectos de los que son res- ponsables las sombras que lo rodean, se presentará para ella y será por e1la representado mediante la única forma a su alcance: la imagen de un espacio exterior que, como solo puede ser el reflejo de sí misma, se convierte en el equiva- lente de un espacio en el que existe entre los objetos una mis- ma relación de complementariedad y de interpenetración recíproca. La presentación pictográfica, que lo primario trasformará en una escena primaria, metaboliza a la pareja parental en Ja representación de dos partes que únicamente pueden exis- tir, bajo una forma indisociada: incorporación o rechazo de la una por parte de la otra, sin que pueda existir preceden- cia temporal alguna. Hasta ahora hemos hablado del objeto-zona complementario 54 .:omo coextenso con una experiencia de placer. Pero tam- bién se observa la presencia de los fenómenos de displacer y de sufrimiento. Hemos visto antes cuál era la hipótesis que adoptarnos en lo atinente a la representación que acom- paña al afecto de displacer: lo que acabamos de decir acerca del pictograma clarifica nuestra posicion. La complementa- riedad zona-objeto y su corolario, es decir, la ilusión de que toda zona autoengend:ra el objeto adecuado a ella, determi- na que el displacer originado en la ausencia del objeto o en su inadecuación, por exceso o por defecto, se presentará co- mo ausencia, exceso o defecto de la zona misma. En este estadio, «el objeto malo» es indisociable de una «zona mala», el «pecho malo», de la «boca mala» y, más en general, lo malo corno totalización de los objetos, de lo malo como to- talización de las zonas y, ·así, como totalización del represen- tante. Pero como en el registro pictográfico su indisolubili- dad sigue siendo total, ello dará lugar a la puesta en escena de una- imposible separación, de un desgarramiento violente> y recíproco, que se perpetúa entre zona y objeto: una boca aue intenta arrancar el pecho, un pecho que intenta arran- carse de la boca. El pictograma representará una misma uni- dad «objeto-zona» como lugar de un doble deseo de destruc- ción, lugar en que se desarrolla un conflicto mortal e inter- minable. La primera ilustración del «rechazar fuera de sí» es la de la puesta en escena de un rechazo mutuo entre zona y objeto, o sea, entre la instancia representante y lo repre- sentado, consecuencia de la refracción especular caracterís- tica de ese estadio. El resultado será que el rechazo del ob- jeto, su descatectización, implicarán un mismo rechazo y descatectización de la zona complementaria. En lo origina- rio, el deseo de destruir el objeto se acompañará siempre con el deseo de aniquilar una zona eró~na y sensorial, al igual que la actividad que se produce en ella; en esta etapa, el objeto visto sólo puede ser