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El Hambre

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El Hambre
El hambre es un impulso que siente el hombre de ingerir alimentos y con esto cubrir las necesidades de nutrientes que le hace falta al organismo para sobrevivir y mantener las funciones celulares así como la energía para realizar actividades diarias. Este es un proceso que se da en tres fases, tales como:
· Fase de inicio: Sensación de ingerir alimentos.
· Fase de consumo: Al ingerir los alimentos, donde tiene presencia los movimientos rítmicos de la boca y dientes, así como la secreción de saliva.
· Fase de término: Sensación de saciedad y llenado.
Desde el punto de vista Psico-cultural y cultura, la sensación de hambre se da en el ser humano por normas preestablecida en la sociedad. Desde que el ser humano nace tiene un horario para desayunar, almorzar y cenar, y el cerebro responde a esto enviando señales de hambre a la hora en que se acostumbra a comer. Además, la disponibilidad de alimentos dispara esa necesidad de ingerirlos. Desde el punto de vista biológico, surgen distintas teorías que explican el hambre como una sensación que puede darse desde la contracción del estómago (una teoría que luego fue rechazada), la disminución de glucosa en la sangre (fuente de energía), el incremento de insulina, la disminución de la temperatura corporal, y muchas otras. 
El hipotálamo, actúa como ente regulador del hambre y la saciedad, y es el responsable de dos patologías como son la obesidad que se da al sufrir daños los núcleos hipotalámicos ventromedial y paraventricular; y la anorexia, que se da al sufrir daños el hipotálamo lateral. Para regular las ganas de comer, el cerebro sondea continuamente las reservas energéticas y nutricionales del organismo. Los intercambios nerviosos con el sistema digestivo desempeñan un papel fundamental. El sistema de regulación neuroendocrina por el cual el hipotálamo mantiene la homeostasis, regulando la reproducción, el metabolismo, la conducta de comer y beber, la utilización de energía, se divide en dos grandes grupos según el sitio donde se origina: señales centrales y señales periféricas, que dependiendo de la duración de su acción se clasifican en señales de corto plazo y de largo plazo. El sistema, en el corto plazo, se encarga de regular el apetito o inicio y finalización de comidas individuales. El sistema a largo plazo involucra la regulación del balance energético del organismo a través de la liberación de factores de adiposidad como la leptina e insulina.
El mantenimiento o ganancia de peso corporal se da a partir del sistema anabólico y el mantenimiento o pérdida de peso se da a partir del sistema catabólico. A corto plazo desde que se perciben los alimentos hasta el inicio de su ingesta, van a tener lugar la intervención de toda una serie de señales como el olor de los alimentos, sabor de los mismos, textura, temperatura e incluso la apariencia o presentación de éstos, que van a ser transmitidas hasta el sistema nervioso central (SNC). Por otra parte, en el tracto gastrointestinal la contracción rítmica gástrica es el factor más importante pues genera la sensación de hambre.
En las células endocrinas del tubo digestivo se produce una serie de hormonas con un papel muy importante en la regulación del tamaño de las comidas. Las más importantes son la gastrina, la secretina, la colecistoquinina (CCK), péptido inhibitorio gástrico (GIP), péptido similar a glucagon (GLP) y la ghrelina. El primer péptido gastrointestinal involucrado en la regulación de la ingesta es la CCK, este péptido gastrointestinal es un regulador de la cantidad de ingesta y de la sensación de saciedad entre las comidas.
Las señales que controlan la ingesta a largo plazo comprenden hormonas producidas en órganos periféricos, así como neuropéptidos y señales nerviosas que regulan el consumo de alimento y el balance energético a lo largo de un periodo extenso, de forma que contribuyen a una cierta constancia del peso corporal y de las reservas energéticas. Entre las hormonas más importantes que participan en esta regulación, se encuentra la insulina, la leptina y la ghrelina. Cuando el gen de la leptina está ausente, se produce obesidad. Por eso se dice que tiene un papel más importante que la insulina en la regulación de la homeostasis energética. Por otra parte, la ghrelina estimula la ingesta alimenticia, eleva el peso corporal, disminuye la utilización de grasa y muchos otros efectos. 
El estudio de estos conceptos ayuda a entender y tal vez considerar que el origen de las patologías como la obesidad y anorexia están más asociadas por desequilibrios neurológicos, que por desarreglos metabólicos.
Ahora bien, la leptina es una hormona involucrada en la regulación del peso corporal causando pérdida de grasa, disminución del apetito u otras funciones, dependiendo del lugar donde actúe. Por tanto, una deficiencia de esta hormona produce el efecto contrario: la obesidad. Mediante la leptina el hipotálamo controla el estado nutricional del organismo, modula la ingestión de alimentos, y contrarresta un balance energético positivo. 
Existen otras hormonas que regulan también la sensación de hambre y saciedad, por lo que se ha llegado a hablar de un “cerebro intestinal” del que hacen parte hormonas como la colecistoquinina que interviene en procesos como la digestión y el apetito, generando una sensación de saciedad que ayuda a regular el apetito. La incretina es otra de las hormonas reguladoras del hambre, cuya función es la secreción de insulina por el páncreas y la disminución en los niveles de glucosa en sangre. “La secreción de GLP1 en respuesta a la ingestión de alimentos está reducida en obesos, y se ha concluido que la pérdida de peso puede normalizar los niveles séricos de esta incretina” (Ochoa y Muñoz, 2014, p.273). La oxintomodulina, es otra hormona que reduce la secreción digestiva, retrasa el vaciamiento gástrico y reduce la ingesta de alimento, causando un efecto inhibidor del apetito de forma paralela al GLP-1. Otra hormona importante es la ghrelina, esta modula el control del apetito a corto plazo, para comer cuando el estómago está vacío y para parar de comer cuando el estómago está lleno. “Los niveles séricos de grelina están aumentados en el ayuno y disminuidos tras la ingestión de alimentos y en la obesidad” (Ochoa y Muñoz, 2014, p.273). 
El estudio de estas hormonas permite entender porque muchas veces la dieta y el ejercicio en personas con obesidad no resultan efectivos. Se ha comprobado que la ingesta de proteínas, tiene un poder de saciedad que facilita la pérdida de peso mediante la reducción del consumo de energía. Un mayor consumo de proteínas en la dieta genera una rápida saciedad, reduciendo de esta manera las cantidades de alimentos que se ingieren, ayudando a regular el peso corporal.
A través de los años se ha implementado el uso de fármacos para aumentar esta sensación de saciedad, representando a las proteínas que deben ingerirse. Un ejemplo de ello es la Sibutramina, que activa el centro de la saciedad. Sin embargo, el uso de fármacos y drogas para la disminución de peso, suele presentar efectos secundarios no deseados.
En el ámbito social, el hambre es definida como el estado general de carencia de alimentos que afecta a todos los grupos de población, principalmente aquellos de bajos recursos. Está asociada a la desnutrición que se manifiesta en un amplio déficit del consumo de nutrientes. La desnutrición produce un estado de mala salud que expone al individuo al riesgo de contraer infecciones o enfermedades crónicas. Es decir, que el organismo de una persona que padece hambre se defiende de las enfermedades menos bien que el de una persona bien alimentada.
La población de muchos países en América Latina no cuenta con una buena alimentación y el alto nivel de pobreza en algunas zonas les dificulta tener acceso a alimentos, esta falta de nutrientes se refleja en la disminución de la energía necesaria que les permita desarrollar una vida activa.
“El hambre secular, que vienen afectando a una vasta zona de América Latina (no es la única) desde hacegeneraciones, transmitiéndose de padres a hijos, está agravada por la aparición de desastres naturales (terremotos, inundaciones, volcanes, etc.) que se repite cada cierto tiempo sin dar tiempo a su recuperación, y que hunden periódicamente a ingentes grupos humanos en la miseria” (Bengoa, 2008, p.112).
Bibliografía:
Bengoa, J. (2008). Significación social del hambre en América Latina. Anales Venezolanos de Nutrición 2008; Volumen 21 (2), pp. 110-112. http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0798-07522008000200008
Ochoa, C. y Muñoz, G. (2014). Hambre, apetito y saciedad. Revista Cubana de Alimentación y Nutrición, Volumen 24 (2), pp.268-279. https://www.medigraphic.com/pdfs/revcubalnut/can-2014/can142k.pdf
González, M. et al. (2006). Regulación neuroendocrina del hambre, la saciedad y mantenimiento del balance energético. Vol. VIII (3). https://www.medigraphic.com/pdfs/invsal/isg-2006/isg063i.pdf

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