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Editorial UOC 127 Capítulo V. La personalidad autoritaria Capítulo V La personalidad autoritaria José Luis Sangrador García La historia humana está plagada de grandes dosis de violencia y todo tipo de masacres colectivas. Y el siglo XX no se libró de ello. En 1933 Hitler subió al po- der en Alemania, y los acontecimientos que siguieron son de todos conocidos. Pero no fue un caso aislado: las purgas de Stalin, la violencia étnica en la antigua Yugoslavia, las masacres étnicas en Ruanda, las matanzas acontecidas en el Viet- nam, el exterminio de los kurdos por Sadam Hussein, etc. muestran bien a las claras cómo los seres humanos somos capaces de comportamientos absoluta- mente violentos, crueles e inhumanos. Se han ofrecido muchas explicaciones para ellos: presión intra-grupal, obediencia a órdenes recibidas de una autoridad reconocida como tal, clima bélico-militar, fuertes prejuicios étnicos o raciales, odio generado hacia el enemigo, desinhibición por la actuación en grupo, etc. Pero esos mismos ca- sos muestran también diferencias individuales al respecto: no todos se com- portaron igual. No cabe, por tanto, descartar variables psicológicas o de personalidad. En otro orden de cosas, los conocidos estudios de Milgram mostraron, a su vez, la sorprendente predisposición de buena parte de los sujetos experi- mentales a “obedecer” las instrucciones del investigador. Muchos de ellos continuaron con las descargas eléctricas sobre el aprendiz, incluso a niveles muy elevados que suponían un riesgo grave para aquél. Pero de nuevo hubo personas que se negaron a proseguir con las descargas y abandonaron el ex- perimento. ¿Que conclusión cabe extraer de estos datos, tanto de la historia como de la experimentación psicosocial? La situación era bastante similar para todos, y las presiones “sociales” también. ¿Por qué algunos obedecieron y otros se ne- Editorial UOC 128 Capítulo V. La personalidad autoritaria garon a proseguir con las descargas? ¿Cuál es el substrato psicológico-social de la obediencia? ¿Existe una base psicológica del racismo y los prejuicios étni- cos? ¿Por qué el pueblo alemán cerró los ojos, cuando no colaboró, con el ex- terminio de los judíos? ¿Es posible que determinadas presiones sociales, al reforzar unos rasgos o creencias individuales frente a otros, puedan generar ta- les conductas en unas personas y no en otras? ¿Cuál es el papel de las presiones sociales y cuál el de las diferencias individuales? A lo largo de la turbulenta primera mitad del siglo XX pudo plantearse, pues, la tentación de adscribir la tendencia a la obediencia acrítica, los prejui- cios racistas o étnicos, y la predisposición a ideologías fascistas a un substrato psicológico común. ¿Es la personalidad un elemento importante tanto en la obediencia, y en los “delitos de obediencia”, como en el origen del fascismo o, cuando menos, en el apoyo de los individuos a la ideología antidemocrá- tica? Las presiones que una sociedad impone a sus miembros ¿pueden facilitar la emergencia de determinados tipos de personalidad (como la denominada personalidad autoritaria) y el predominio de determinadas actitudes (prejuicios raciales, por ejemplo) o ideologías (fascismo)? Tales eran las cuestiones a resolver. Pero fueron los hechos acaecidos en la Alemania nazi los que más influye- ron en la génesis de las investigaciones que comentaremos. Aquel escenario reflejó perfectamente la obediencia sumisa a la autoridad, los prejuicios étni- cos (antisemitismo) dominantes, y el mundo asistió atónito al holocausto ju- dío. A partir de estos sucesos, los científicos sociales iban a tratar de bucear en el análisis de los procesos que pudieran explicar lo que allí ocurrió, situándose en los distintos niveles antes comentados: procesos de influencia, personali- dad, opiniones, prejuicios o ideologías, etc. Y la monumental obra colectiva de Adorno y otros (1950), en la universi- dad de Berkeley, y a la que dedicaremos una atención especial, es un buen ejemplo del intento de integrar todo lo anterior (obediencia, agresividad, pre- juicios, racismo, etc.) en un constructo teórico, que acabaría denominándose la personalidad autoritaria o potencialmente antidemocrática. Pero esta obra no surgió como una isla en un desierto, sino que pudo inspirarse en un conjunto de estudios previos, que aparecieron en las décadas de los treinta y cuarenta, en los que trató de analizarse el autoritarismo y fascismo, cuya emergencia pa- recía clara en la Europa de entonces. Editorial UOC 129 Capítulo V. La personalidad autoritaria 1. Los precursores de la investigación de Berkeley: el autoritarismo en la primera mitad del siglo XX En la década de los veinte, Europa se había empobrecido, y la crisis afectó espe- cialmente a las clases medias y bajas. Desde una perspectiva marxista, cabría esperar conatos revolucionarios en tales circunstancias. Es lo que predecían los miembros del Instituto de Investigación Social (ISR) de Frankfurt. Sin embargo, se encontra- ron con algunas investigaciones de la época que mostraban más bien sumisión e identificación con líderes anticomunistas y resignación apática en las personas em- pobrecidas. Nada que hiciera pensar en el levantamiento de la clase social explo- tada contra sus explotadores. Ello llevó a los investigadores a tratar de explicar tal fenómeno, que luego terminaría generando la victoria del nazismo. Desde un punto de vista empírico, por ejemplo, ya Stagner (1936) había mos- trado un interés específico por la ideología fascista, tratando de elaborar un ins- trumento de medición. Pensaba Stagner que no sería productivo preguntar directamente a los sujetos sobre el grado en que aceptaban tal ideología. Por ello, elaboró una escala con elementos de la misma ideología extraídos de do- cumentos fascistas italianos y alemanes, así como de literatura científica sobre el fascismo. Este procedimiento sería seguido por otros autores, y fue también adoptado por el grupo de Adorno. Pero los precedentes más claros de la investigación sobre “La Personalidad Autoritaria” del grupo de Adorno se encuentra fundamentalmente en un con- junto de estudios anteriores de carácter más teórico, inspirados en distintas co- rrientes (psicoanálisis, marxismo, etc.). Es el caso, por ejemplo, de Freud, quien en su obra Moisés y el monoteísmo (Freud, 1939) ya se refería al antisemitismo como resultado de mecanismos proyectivos. Igualmente, resulta relevante la propuesta de Maslow (1943) sobre la estructura del carácter autoritario, que a su juicio vendría dada por algunas de estas características: – Visión del mundo como una selva peligrosa, llena de seres egoístas. – Visión jerárquica de la estructura social. – Alta valoración de signos externos de poder y estatus. – Valoración negativa de la simpatía y la generosidad (identificadas con in- ferioridad) y positiva de la fuerza y la crueldad (identificadas con una na- turaleza “superior”). Editorial UOC 130 Capítulo V. La personalidad autoritaria – Fuerte inclinación a estereotipar a las personas como fuertes o débiles, su- periores o inferiores. – Tendencia a la disciplina y el orden. No muy lejos de tales tesis se encontraría W. Reich. Psicoanalista austriaco y miembro del partido comunista, trató de integrar el marxismo con la teoría psi- coanalítica. Rechazado en los entornos tanto psicoanalíticos como marxistas por su falta de ortodoxia, terminó emigrando (como tantos otros europeos) a EE.UU. Ante el fracaso de la clase trabajadora en jugar su papel revolucionario, tal como predecía la teoría marxista, trató de dar una explicación acudiendo a la represión sexual, la cual generaría ansiedad, inseguridad, y pasividad política. Y coincidiendo con la subida de Hitler, publicó La psicología de masas del fascis- mo(1933), en la que intentó explicar el apoyo de las masas al fascismo, defen- diendo que sus raíces profundas se encontraban en la estructura del carácter de las clases medias y bajas. La sociedad tradicional, a través de la familia, “genera- ría” individuos sumisos, atemorizados y reprimidos, conservadores y con “mie- do a la libertad”, que luego serían más fácilmente manejables desde las estructuras de poder. Es interesante, al respecto, un estudio de Erikson (1941) que trató de analizar las características psicológicas que pudieran explicar el apoyo de los alemanes a Hitler. Erikson señaló que los alemanes podrían carecer de una fuerte autoridad interna que compensaban siendo duros con sus hijos y exi- giéndoles obediencia. Mencionó asimismo su tendencia a la crueldad y el sadismo. Sin embargo, uno de los más claros precursores, sino el que más, de las ideas que años más tarde elaboraría el grupo de Adorno, fue Erich Fromm. Aunque su aportación no fue adecuadamente reconocida por los autores del grupo de Berkeley, resulta clara la relevancia al respecto de las tesis que Fromm mantu- vo en los años anteriores. En 1929, Fromm había propuesto tres categorías de sujetos en base a las respuestas a un cuestionario aplicado a trabajadores en Alemania: una de ellas era, precisamente, el “tipo autoritario”. El carácter con- servador-autoritario vendría definido por un fuerte impulso emocional a some- terse a líderes poderosos, símbolos de poder y fuerza, y una notable tendencia a identificarse con ellos en orden a obtener seguridad. Fromm se sorprendió, ade- más, al encontrar una cantidad desproporcionada de tipos autoritarios entre vo- tantes del partido nacional socialista, y pocos, pero más de los que él esperaba, Editorial UOC 131 Capítulo V. La personalidad autoritaria entre los votantes de partidos democráticos, socialistas y comunistas. La historia le iba a dar la razón. Pocos años después, en enero de 1933, Hitler subió al poder. Fromm había trabajado en una síntesis de las perspectiva marxista y freudia- na. Pensaba que la opción ideológica del individuo tenía que ver con racionali- zaciones de impulsos y deseos inconscientes, que a su vez eran catalizados por su situación socioeconómica (por ejemplo, la clase social). La personalidad tam- bién se vería afectada por las influencias parentales y el propio substrato fami- liar del individuo, la posición de la familia en la estructura social de clases. Para Fromm, la sumisión a la autoridad sería un fenómeno normal en la sociedad burguesa. Primero al padre, luego a los profesores, más tarde a la sociedad en ge- neral, esta sumisión indicaría un débil yo que necesitaba ser compensado con un fuerte superyó que reprimiera los impulsos inconscientes. Este tipo de perso- nalidad sería reproducido sistemáticamente por la relación dialéctica entre el superyó y las autoridades en general. Así, personalidades débiles tenderían a proyectar normas previamente internalizadas sobre las autoridades, que luego demandarían sumisión a esas normas que habían sido añadidas al superyó. Es- tos sujetos autoritarios vendrían caracterizados, además, por la agresión a quie- nes se desvían de las normas, no se someten a las autoridades o muestran debilidad de algún tipo. En El miedo a la libertad, escrito en 1941, Fromm reformula buena parte de sus anteriores tesis. A su juicio, el logro de la libertad individual (fruto en parte del protestantismo) podría paradójicamente debilitar al individuo ante la ame- naza capitalista o de estructuras autoritarias, tornándole al tiempo aislado. El “miedo” a esa libertad podría llevarle a renunciar a ella a cambio de una cierta protección sociogrupal, lo cual podría favorecer una estructura social autoritaria y la adhesión a regímenes autoritarios. El autoritarismo aparece aquí ya clara- mente descrito como una de las posibilidades para “huir” de esa libertad, y la situación social de la época reforzaría ese tipo de personalidad, que tiende a ge- nerar la reproducción de personalidades débiles dentro de familias autoritarias. En otra de sus conocidas obras, Ética y Psicoanálisis (1953), describe Fromm lo que denomina conciencia autoritaria, que vendría caracterizada por la interio- rización de autoridades externas (padres, autoridades reconocidas como tales, el Estado), cuyas normas y castigos se internalizan también. La identificación con la autoridad produce un sentimiento de bienestar y de seguridad: enfrentarse a ella produciría temor, inseguridad. Editorial UOC 132 Capítulo V. La personalidad autoritaria Como es fácil apreciar, Fromm no andaba muy descaminado. La historia mostró que las personalidades autoritarias eran susceptibles a aceptar la ideolo- gía fascista, en la que, como luego se verá, el antisemitismo y el etnocentrismo iban a ser elementos cruciales. En suma, la obra de Fromm es un claro precedente de las tesis de Adorno, por mucho que no le fuera reconocido por el grupo de Berkeley. Es posible que su giro desde el marxismo a una orientación “positiva” y “humanista” a partir de los años cuarenta tuviera algo que ver con ello, así como el hecho de que los trabajos de Fromm fueran publicados en alemán (lo que los hacía inaccesibles a los estudiosos norteamericanos y, entre ellos, a buena parte de los investigado- res del grupo de Adorno). Pero el hecho incontrovertible es que Fromm descri- bió, años antes que Adorno, los rasgos fundamentales del autoritario: convencionalismo, sumisión autoritaria, agresividad autoritaria, identificación con el poder, etc. y ofreció además una perspectiva psicoanalítica sobre la es- tructura de personalidad del autoritario. 2. Las investigaciones del grupo de Berkeley sobre la personalidad autoritaria Sin duda alguna, la monumental monografía de T. W. Adorno y su grupo de colaboradores de la Universidad de Berkeley, publicada originalmente en 1950 bajo el título de La personalidad autoritaria, supuso un hito en la Psicología Social y, más en concreto, en el área de los estudios sobre actitudes sociales (específi - camente, sociopolíticas) y su influencia en los comportamientos. Pero su relevancia supera en mucho los límites meramente “académicos” o “teóricos”, al tratarse de uno de los ejemplos más claros de influencia mutua en- tre historia (política) y Psicología Social. Es claro que esta obra se inscribe clara- mente en el curso de determinados avatares socio-históricos que influyeron en su génesis y que, al mismo tiempo, pudieron tratarse de explicar o comprender al menos en parte, a partir de las propuestas de Adorno y sus colaboradores. El auge del nazismo y de los fascismos en general, el antisemitismo y el holocausto judío, la emergencia de prejuicios raciales, etc. no fueron ajenos a las preocupa- ciones que inspiraron a los autores del texto en cuestión. Editorial UOC 133 Capítulo V. La personalidad autoritaria Por lo demás, estos hechos no están tan lejanos en el tiempo como a veces desearíamos, lo que hace irrenunciable que su memoria histórica se mantenga firme a fin de evitar su repetición. Porque, al tiempo, los substratos ideológicos y psicológicos de tales eventos (uno de los cuales es la personalidad autoritaria) no son tampoco algo propio y específico de una determinada época, sino que podrían tener que ver con determinadas mentalidades (Pinillos, 1989) que han podido ir adaptándose a los avatares históricos, y que pueden rastrearse en otras épocas pasadas o podrían operar en el futuro. Todo ello habla bien a las claras de la gran relevancia social de las investigaciones que ahora comentaremos. 2.1. La personalidad autoritaria y la escala F La publicación de La Personalidad Autoritaria, en 1950, fue el resultado de una larga elaboración colectiva. Los autores de esta magna obra provenían de dife- rentes backgrounds:Sanford y Levinson eran dos psicólogos norteamericanos, cercanos al psicoanálisis freudiano pero, al tiempo, no ajenos a la metodología científica. Por su parte, Frenkel-Brunswik y Adorno habían llegado a EE.UU. provenientes de la Europa azotada por Hitler: la primera, doctorada en la uni- versidad de Viena; el segundo, un conocido filósofo y sociólogo alemán (a más de musicólogo). Adorno llegó al grupo por sugerencia de Horkheimer (también emigrado a Estados Unidos), el que fuera director del Instituto de Investigación Social en Frankfurt. Como resultado de esta singular mixtura, la obra terminaría reflejando, al tiempo, la perspectiva de quienes habían huido del fascismo, el enfoque psicoa- nalítico, la perspectiva marxista y una metodología de investigación relativa- mente sofisticada (para la época), característica de la sociología norteamericana. En ese sentido, el libro es una curiosa mezcla de entrevistas clínicas, estudios de caso, técnicas psicoanalíticas, escalas de actitudes, cuestionarios, análisis esta- dísticos. Y sus conclusiones provienen de varias fuentes: análisis cuantitativos, cualitativos, interpretaciones psicoanalíticas, estudios previos de algunos de los autores, literatura publicada sobre el tema (antisemitismo, fascismo, etc.). Su objetivo fundamental era el estudio de la persona “potencialmente antide- mocrática o fascista”, especialmente susceptible por tanto a la propaganda en tal Editorial UOC 134 Capítulo V. La personalidad autoritaria dirección. Tal objetivo vendría sustentado en un supuesto básico: las creencias y actitudes sociopolíticas de las personas constituyen una constelación actitudinal coherente en torno a una “mentalidad” o “espíritu” común, que sería expresión de profundas tendencias de la personalidad. Existiría así un síndrome, la perso- nalidad autoritaria o potencialmente fascista, relacionado positivamente con la receptividad de las personas a la propaganda antidemocrática. Pues bien, el caso es que, en la década de los treinta, tras abandonar Europa, Adorno y Horkheimer coincidieron en Estados Unidos, y comenzaron a trabajar sobre tesis muy similares a las planteadas por Fromm años antes. A primeros de la década de los cuarenta, recibieron fondos de instituciones norteamericanas pro-semitas interesadas en el análisis y lucha contra el antisemitismo. Sus inves- tigaciones sobre el antisemitismo dieron lugar a un instrumento de medida, la escala de antisemitismo (AS), formada por 51 ítems de contenido antisemita, dis- tribuidos en cinco subescalas fuertemente correlacionadas entre sí. Con ella se trataba de probar una doble hipótesis: a) El antisemitismo no es un fenómeno aislado sino parte de una estructura actitudinal más amplia. b) La susceptibilidad de un individuo hacia esta ideología depende funda- mentalmente de sus necesidades psicológicas. La sospecha de que los individuos con prejuicio antisemita podrían mostrar también prejuicios hacia otros grupos minoritarios, llevó a la elaboración de una segunda escala, la de etnocentrismo (E), compuesta por 34 ítems de conteni- do negativo, distribuidos en tres subescalas (negros, minorías, patriotismo) tam- bién fuertemente intercorrelacionadas entre sí. Las correlaciones entre esta escala y la de antisemitismo fueron elevadas, lo que llevó a los investigadores a pensar que el antisemitismo formaría parte de una actitud más general hacia otros grupos: el etnocentrismo. Esta actitud revelaría la tendencia del individuo a establecer una rígida distinción entre el grupo propio y los ajenos, consideran- do acríticamente al grupo propio como el mejor, y manteniendo actitudes ne- gativas (y en ocasiones hostiles) hacia otros grupos raciales o culturales. El paso siguiente consistió en la elaboración de una escala de conservadurismo político-económico (CPE), que podría explicar las condiciones ideológicas subya- centes al etnocentrismo. Esta escala, que en su última redacción quedó reducida Editorial UOC 135 Capítulo V. La personalidad autoritaria a 5 ítems, mostró correlaciones significativas con las dos anteriores (antisemitis- mo, etnocentrismo) pero no tan elevadas como las de estas dos entre sí. Ello pa- recía sugerir que, en conjunto, los tres constructos analizados no eran similares, pero podrían tener una base común. Y consecuentemente, el grupo de Adorno aventuró la hipótesis de que el antisemitismo, etnocentrismo y conservadurismo podrían ser manifestaciones de una tendencia más profunda anclada en la per- sonalidad del individuo, que podría denominarse fascismo potencial o personali- dad potencialmente antidemocrática. Este constructo teórico trataría de medirse con la conocidísima escala F, de la que fueron construyéndose distintas versiones desde su elaboración original. Al comprobar que la escala F correlacionaba más con la de etnocentrismo que con la de conservadurismo político-económico, llegaron a la conclusión de que el etnocentrismo se encontraría más cerca del núcleo mismo de ese fascismo po- tencial medido por la escala F, mientras que la dimensión ideológica conserva- durismo, aun apareciendo relacionada con el fascismo potencial, podría tener que ver también con las diversas circunstancias sociales del entorno del indivi- duo. Sobre este punto se generaría un debate años después, respecto a si el au- toritarismo o fascismo potencial “es” más bien de derechas o independiente de la dimensión ideológica. Ese patrón fundamental de personalidad que daría lugar a la conocida escala F (fascismo potencial o autoritarismo), estaría integrado por los nueve componen- tes que se indican a continuación: 1) Convencionalismo: adhesión acrítica a los valores convencionales de la clase media. Los autoritarios tienden a idealizar esos valores, al igual que a los grupos étnicos, religiosos o políticos que los defienden (y a los que ellos pertenecen). 2) Sumisión a la autoridad: tendencia a someterse y aceptar incondicionalmen- te a figuras de autoridad reconocidas como tales por el propio grupo, o a quienes están en posiciones elevadas en las organizaciones o la sociedad en general. Aun- que los autoritarios tienden a ser dominantes respecto a quienes consideran infe- riores (más débiles, de menor estatus), al tiempo manifiestan una tendencia a la sumisión respecto a las figuras de autoridad (una tendencia exagerada, que va más allá del respeto “normal” que las personas tienen hacia los superiores). 3) Agresividad autoritaria: tendencia a rechazar, perseguir o castigar a los transgresores de los valores convencionales. Como derivado lógico de su adhe- Editorial UOC 136 Capítulo V. La personalidad autoritaria sión inquebrantable a tales valores, los autoritarios están prontos a condenar con la mayor dureza los insultos al honor, los delitos sexuales, etc. mostrando un especial interés en la dureza del castigo inflingido. El autoritario dirige su agresión hacia otros grupos, a menudo minorías raciales, en un intento de com- pensar su sentimiento de inferioridad o debilidad personal. 4) Anti-intracepción: rechazo y desprecio hacia lo subjetivo, lo imaginativo, los sentimientos, todo lo cual será asociado con debilidad. Los autoritarios no gustan de consideraciones psicológicas o emocionales sobre los comportamien- tos humanos. 5) Superstición y estereotipia: creencia en determinantes místicos u ocultos del destino de las personas, así como inclinación a pensar con categorías rígidas. Los autoritarios tienden a dividir el mundo en categorías estrictas, donde la am- bigüedad o la complejidad no son permitidas (nosotros/ellos, fuertes/débiles, pro-americanos/anti-americanos). 6) Poder y dureza: tendencia a entender las relaciones en términos bipolares como dominio-sumisión, fortaleza-debilidad, e identificación con el primero de ambos polos y con las figurasde poder. Tal cosa les lleva a menudo a alinearse con quienes tienen poder, lo que gratifica al tiempo su necesidad bipolar de do- minio-sumisión. 7) Afán destructivo y cinismo: hostilidad generalizada, y desprecio hacia la humanidad, que se considera envilecida. Concepción del mundo como una jungla llena de peligros, porque lo propio de la naturaleza humana es la guerra contra el vecino. 8) Proyectividad: los autoritarios tienden a proyectar sus propios (e inacepta- bles) impulsos hacia fuera. Así, tienden a creer que el mundo se encuentra do- minado por el peligro y la maldad, como proyección de la inseguridad personal y de sus propias tendencias violentas, que les llevan a ver amenazas y conspira- ciones por doquier. 9) Sexo: preocupación exagerada, plena de puritanismo, por el comporta- miento sexual, así como gran intolerancia hacia las conductas sexuales no con- vencionales, como la homosexualidad. En suma, el grupo de Adorno identificó al autoritario como una persona que, más que dar órdenes, gusta de seguirlas; busca conformidad, seguridad, estabi- lidad; es ansioso e inseguro cuando las circunstancias o los sucesos amenazan Editorial UOC 137 Capítulo V. La personalidad autoritaria su modo de ver el mundo. Son personas muy intolerantes respecto a cualquier divergencia de lo que consideran normal (en el ámbito religioso, racial, históri - co, nacional, cultural, lingüístico, etc.). Tienden a ser supersticiosos y a creer en interpretaciones de la historia que se ajusten a sus preexistentes definiciones de la realidad. Piensan de modo rígido hacia minorías, mujeres, homosexuales, etc. Tienden a ver el mundo de un modo dualista, dividido entre lo que está bien (su modo de ver las cosas) y lo que no. Dos patrones, la sumisión y la agresivi - dad, les caracterizan, patrones ambos que aunque pudieran parecer opuestos, no lo son en absoluto: la sumisión es hacia los superiores, la agresividad hacia quienes parezcan inferiores en algún sentido, o diferentes en algún aspecto. Pero la investigación de Adorno y colaboradores no se limitó a la elaboración y aplicación de escalas. En su intento de relacionar los aspectos psicológicos y de personalidad con las dimensiones ideológicas, utilizaron también cuestionarios, entrevistas así como pruebas proyectivas. La lógica seguida era tratar de “validar” la escala F con grupos de personas a los que se aplicaban alguno de los instrumen- tos antes citados, a fin de indagar tanto aspectos psicológicos como sus relaciones sociales o grupales, familia, sexo, etc. Buena parte de las conclusiones extraídas se interpretaron en términos psi- codinámicos, actuando así el psicoanálisis como una suerte de substrato teórico que permitía enlazar las diversas piezas del puzzle de la “personalidad autorita - ria”. Y como no podía ser menos, la infancia, la educación infantil y las prácti - cas de crianza recibieron un elevado peso en la génesis propuesta del sujeto autoritario. Así, se comprobó que los sujetos más prejuiciosos solían mostrar una mayor separación entre sexo y afecto, y más agresión compulsiva. Al tiem- po, estaban más preocupados por el éxito y el estatus, lo que les llevaba a dar a sus hijos una educación adecuada, que les pudiera diferenciar de las clases infe- riores, fomentando una rígida masculinidad en los varones (reprimiendo toda debilidad) y feminidad en las mujeres. Esta educación estricta y punitiva gene- raba un conflicto en los hijos, entre el resentimiento que debía ser reprimido ante una fuerza más poderosa, y la necesidad de someterse a la autoridad pater- na. Tal rígida educación podría generar en los hijos tendencias agresivas que, al ser reprimidas, acabarían desplazándose hacia blancos menos peligrosos: los grupos “diferentes”. Los padres autoritarios mostrarían una escasa sensibilidad hacia las necesida- des e impulsos básicos de sus hijos, y tratarían de imponer normas de disciplina Editorial UOC 138 Capítulo V. La personalidad autoritaria bastante severas, sin detenerse en razonarlas. Los hijos, imposibilitados de ma- nejarse con sus impulsos sexuales y agresivos, terminaban elaborando defensas psicológicas inconscientes respecto a ellos. Y, bajo la apariencia de una cierta normalidad, habrían internalizado un profundo conflicto. Los autoritarios entrevistados por el grupo de Berkeley mostraban asimis- mo una autoimagen más favorable, así como una idealización de sus padres. Esta tendencia a no reconocer fácilmente defectos en uno mismo o en los pro- pios padres, podría generar a modo de mecanismo proyectivo una descarga de juicios negativos en las minorías. Pero al tiempo, los autoritarios recorda- ban su infancia como un periodo amenazante y traumático. Forzados a la su- misión por los padres, desarrollaban una hostilidad, que naturalmente era reprimida (no podía ser descargada sobre los padres, puesto que los idealiza- ban) y tarde o temprano se dirigía hacia objetivos socialmente mas acepta- bles, dando lugar a esa hostilidad generalizada hacia los exogrupos (grupos ajenos), antes comentada. Las características del autoritario vendrían pues, en buena medida, de esa educación restrictiva y punitiva. Padres autoritarios producirían hijos autorita - rios. Como podría haber dicho Erich Fromm, la personalidad autoritaria forma- ría parte de su concepto de carácter social: los miembros de una sociedad deben ser moldeados por ésta, la cual crea, entre otras cosas, determinados tipos de personalidad que le son necesarios para mantenerse. En suma, pues, la dinámica inconsciente establecida tempranamente en la vida del individuo por sus experiencias familiares sería en buena medida respon- sable de la personalidad autoritaria. El conjunto de nueve rasgos definitorios del autoritarismo reflejaría una estructura más profunda, la personalidad autoritaria. Un poderoso ello, inconsciente, y un fuerte superyó, generarían un conflicto al débil yo, el cual debería recurrir a mecanismos de defensa (proyección, desplaza- miento) para manejarse con impulsos reprimidos (hostiles, por ejemplo). 2.2. Críticas y nuevas aportaciones Como no podía ser menos, el impacto producido en Estados Unidos por la publicación en 1950 de la obra de Adorno y sus colaboradores fue enorme. Se ge- neró pronto toda una corriente de investigaciones sobre la personalidad autori- Editorial UOC 139 Capítulo V. La personalidad autoritaria taria desde distintas perspectivas psicológicas y sociológicas, así como diversos intentos de purificación del instrumento de medida, y nuevas aportaciones sobre correlatos del autoritarismo. Y también, inevitablemente, surgieron críticas va- riadas sobre el constructo en sí y la metodología seguida en su elaboración. De hecho, buena parte de lo publicado sobre la monografía de Adorno mostró un tono claramente crítico. Especialmente crítico con la metodología utilizada y con algunas de las conclusiones ofrecidas. En su descargo, debe decirse que la escasa sofisticación metodológica de la investigación resulta más evidente, y cuestionable, desde los estándares de la investigación científica actual que si se considera la época en que se gestó (década de los cuarenta). La obra del grupo de Adorno fue un producto de su época, de las circunstancias históricas y el estado de desarrollo que la Psico- logía Social tenía por entonces: así debe ser considerada y valorada. Por lo demás, las debilidades metodológicas no necesariamente permiten afirmar que la teoría general propuesta sea falsa: algunos datos son relativamente in- controvertibles, como por ejemplo, las correlaciones entre etnocentrismo, antisemitismo y autoritarismo. Es posible, asimismo, que las críticas aparecidas hubieran sido menos si la obra de Adorno no hubiese tenido tanto impacto social. Y finalmente, es posible tambiénque algunos críticos vieran la obra como un producto final, cuando en realidad el propio Adorno afirmó años después que su grupo no trató de probar la teoría sino de derivar de ella líneas de investigación. Como señaló Duckitt (1989), quizá la avalancha de críticas al constructo en sí y su pretendida inutili - dad para explicar el comportamiento humano, puede también deberse a una desconsideración de los objetivos reales de la obra de Adorno: explicar la sus- ceptibilidad de algunos individuos a la ideología fascista, al etnocentrismo, al antisemitismo. Como quiera que fuese, sólo cuatro años después de su publicación aparece una obra colectiva dirigida por Christie y Jahoda, en la que el propio Christie (1954) termina concluyendo lo siguiente: • La escala F mide algo peculiar de la filosofía del fascismo, algunos aspec- tos de la personalidad relacionados con el fascismo potencial, pero todo ello difícil de precisar. • La validez de la escala F no es demasiado elevada. Editorial UOC 140 Capítulo V. La personalidad autoritaria • No parece que la escala permita ser utilizada como instrumento predicti- vo de prejuicios étnicos, aunque sí parece bien establecida la relación en- tre prejuicio étnico y ciertos factores de personalidad. • No quedan claras las condiciones sociales bajo las que emerge el autorita- rismo, ni queda demostrada la importancia del entorno temprano en la génesis del autoritarismo. Sin embargo, sí parece resultar evidente la im- portancia de la personalidad de los individuos que se identifican selecti - vamente con ciertos grupos. • Parecen quedar claras las relaciones entre la personalidad y la génesis del autoritarismo en la infancia, pero no cómo se produce esa influencia. • La escala F no mide un autoritarismo desvinculado de la ideología, sino más bien un autoritarismo de derechas: así, por ejemplo, los comunistas no aparecen como autoritarios en la escala F. Algunas de las críticas metodológicas fueron especialmente fuertes. Bass (1955), por ejemplo, en un artículo con un revelador título, “Authoritarianism or acquiescence?”, defendía que al consistir la escala F en un conjunto de ítems no balanceados (en los que una respuesta favorable puntuaba siempre a favor del autoritarismo) podría generar el conocido sesgo de aquiescencia. Por su par- te, Hyman y Seatsley (1954) concluyeron que la investigación de Adorno no cumple los requisitos científicos de una investigación rigurosa: las muestras uti- lizadas no son representativas, las correlaciones entre algunas escalas (como la F y la CPE) son artificiales al solaparse el contenido de las mismas, los análisis cualitativos derivados de entrevistas y pruebas proyectivas no son científicos (se basan en procesos psicodinámicos, operan con recuerdos de los adultos sobre su infancia, etc.), y, en suma, la teoría de la personalidad autoritaria propuesta no queda probada. Sin duda, muchas de estas críticas eran atinadas. Es un hecho cierto, por ejemplo, que el grupo de Adorno no llevó a cabo validación factorial alguna de su escala F. Y los análisis factoriales realizados sobre la escala no han verificado totalmente las hipótesis básicas. No ha surgido un factor general que pudiera entenderse como autoritarismo, ni tampoco nueve factores correspondientes a los nueve componentes teóricos del fascismo potencial. O’Neil y Levinson (1954), por ejemplo, encontraron cuatro factores independientes, y en España Pinillos (1963) encontró siete. No obstante, debe reconocerse que en estos estu- Editorial UOC 141 Capítulo V. La personalidad autoritaria dios emergen una serie de factores relacionados de algún modo con los compo- nentes teóricos del autoritarismo, si bien no aparece ese factor general común. Es difícil, en todo caso, resumir y valorar en unas pocas páginas el conjunto de debates y polémicas que surgieron en torno a la obra en cuestión, y lo co- mentado puede valer como botón de muestra. Pero no todo fueron críticas, también surgieron aportaciones favorables. Y con el paso de los años, se ha ido produciendo un progresivo aumento del interés por esta temática, lo que ha ge- nerado una revitalización de los debates en torno a las propuestas del grupo de Adorno. En buena medida, la visión moderna sobre la aportación del grupo de Berkeley ha ido serenándose (con la perspectiva que dan los años transcurridos), lo que ha supuesto una suerte de reevaluación, que le ha liberado bastante de la carga negativa que durante varias décadas echaron sobre ella los críticos. Una de las cuestiones más debatidas en su momento, y recuperada ahora, es la de la validez de la escala F. Es decir, si responde al objetivo inicialmente perseguido en su elaboración: si mide tendencias antidemocráticas. Pues bien, en su excelente meta-análisis llevado a cabo cuarenta años después, Meloen (1993) trató de verifi- car en efecto si, a la postre, la escala F es o no un buen predictor de tendencias an- tidemocráticas y profascistas, esto es, su grado de validez. Revisando cientos de estudios realizados, finalmente se centró en 125 y sobre ellos, desarrolló cuatro cri- terios, respecto a los cuales obtuvo los resultados que se indican: 1) Los grupos que apoyan principios antidemocráticos y fascistas deberían obtener altas medias en la escala F. Los resultados verificaron la hipótesis. Gru- pos relacionados con ultranacionalismo, fascismo, antisemitismo, racismo, apartheid, etc. obtuvieron puntuaciones elevadas en la escala. Es decir, aunque sus ideologías políticas tuvieran diferentes etiquetas, parecían tener un conjun- to de tendencias psicológicas en común. 2) Los grupos antidemocráticos y fascistas deberían obtener medias más ele- vadas en autoritarismo que la población general. Los datos obtenidos en EE.UU. y Europa apoyan esta tesis, pues las medias de autoritarismo encontradas en la población general de distintos países son inferiores a las de este tipo de grupos indicados en el primer criterio. 3) Los grupos que apoyan valores democráticos y antifascistas deberían obtener medias inferiores a las de la población general. También fue verificado: colectivos de objetores de conciencia, antisistema, antifascistas, mostraron valores inferiores. Editorial UOC 142 Capítulo V. La personalidad autoritaria 4) Las diferencias regionales en autoritarismo en EE.UU., resultado de sus di- ferentes desarrollos históricos, deberían ser confirmadas por puntuaciones en la escala F (o similares). Se encontró que, efectivamente, zonas más tradicional - mente propensas al racismo y a los discursos antidemocráticos mostraron tam- bién puntuaciones más elevadas. Las conclusiones de Meloen son claras: la escala F está más fuertemente rela- cionada con el extremismo de derechas de lo que se ha acostumbrado a asumir. Sin embargo, el que mida autoritarismo o no, es otra cuestión, y depende de qué entendamos por autoritarismo. Los contenidos de la escala F claramente se diri- gen hacia un autoritarismo de derechas. Pero debe recordarse, siempre, que en la época en que se gestó la escala, la asociación entre autoritarismo y fascismo era evidente. Si consiguiera demostrarse que la escala F también predice apoyo a sistemas autoritarios comunistas, resultaría evidente que, en efecto, la escala mide autoritarismo y no solo autoritarismo de derechas. Esa cuestión será co- mentada más adelante. Cosa distinta es que haya sido demostrada la capacidad de la escala F para predecir comportamientos. Los datos al respecto no han sido especialmente con- cluyentes. Christie (1993a) sugiere que buena parte de la decepción generada con la escala en tanto que predictora de comportamientos se basó en un supues- to excesivamente optimista (quizá propio de una época en la que la relación ac- titud-conducta se presuponía más lineal y directa de loque hoy se sabe): que el síndrome autoritario se iba a manifestar en casi todas las situaciones. Sin embar- go, el entorno y la interacción entre la persona y la situación son cruciales, por lo que la pregunta debiera ser: ¿en qué condiciones una persona autoritaria se comportaría como tal? Desde esta perspectiva, existen algunos resultados favo- rables a la escala. Por ejemplo, el propio Christie (1993b), examinando estudios experimentales de punitividad, encontró que los autoritarios son significativa- mente más punitivos a la hora de aplicar penas a los culpables de delitos, desde los más triviales a los más serios. En suma, confirmó una relación entre el auto- ritarismo y la agresión autoritaria. Ante la dificultad de verificar la virtualidad del constructo para predecir com- portamientos, buena parte de las investigaciones se ha centrado en la búsqueda de los correlatos empíricos del autoritarismo, o lo que es lo mismo, las caracte- rísticas (rasgos clínicos, ideología, aspectos psicológicos, etc.) que parecen ir aso- Editorial UOC 143 Capítulo V. La personalidad autoritaria ciadas a la personalidad autoritaria. Así, algunos de los datos obtenidos han mostrado cierta relación negativa con la inteligencia, la creatividad y el nivel edu- cativo. Igualmente, se han encontrado relaciones positivas entre autoritarismo y ciertos síntomas clínicos. También se ha verificado que los sujetos que puntúan alto en la escala F tienden a ser más conformistas en escenarios experimentales, así como a ser más “obedientes” en situaciones experimentales tipo Milgram. Se ha comprobado igualmente que el autoritarismo parece generar un sesgo hacia la convicción de los jueces sobre la culpabilidad de los acusados de delitos. En efecto, los datos obtenidos en distintas investigaciones indican que, en general, los jueces más autoritarios tienden más a condenar como culpables a los acusados de delitos. Con una excepción: son menos punitivos en sus juicios de culpabilidad cuando se trata de delitos de obediencia (por ejemplo, un soldado que mata en respuesta a la orden de un superior) o cuando el acusado es una figura de autoridad (por ejem- plo, un policía, o incluso, un padre acusado de abuso por usar medios de disciplina con su hijo). Al tiempo, algunas de las investigaciones han reforzado la relación postulada en la monografía del grupo de Berkeley entre el autoritarismo y el etnocentris- mo y la tendencia a sostener prejuicios varios (raciales, sexistas, contra grupos desviados –enfermo mentales, afectados por el SIDA, etc.), relación que parece sólidamente establecida, tanto en los Estados Unidos, como en países europeos, y en otros entornos culturales. Tales datos, empero, no deben llevar a la conclu- sión de que el origen de las actitudes hostiles y los prejuicios radica en una dis - posición de personalidad concreta. Como ha señalado atinadamente Brown (1995), existen varias limitaciones a este enfoque. a) De una parte, se infravalora el papel del entorno social (otras personas, grupos) inmediato en la configuración de las actitudes de las personas, así como del entorno socio-cultural más amplio. b) En segundo término, el reduccionismo psicológico que supone basar el prejuicio en una personalidad autoritaria o dogmática dificulta dar cuenta de la elevada uniformidad de actitudes prejuiciosas en determinados colectivos de personas (piénsese en la Alemania nazi, en los países racistas como Sudáfrica hasta hace unos años): sería problemático explicar tal uniformidad atribuyendo a todos ellos una determinada personalidad. Editorial UOC 144 Capítulo V. La personalidad autoritaria c) Finalmente, los avatares históricos de los prejuicios tampoco son enten- dibles desde una perspectiva tan psicológica: el antisemitismo galopante en la Alemania nazi, por ejemplo, no puede ser despachado sin más con la pretensión de que toda una generación de familias alemanas pudiera haber utilizado deter - minadas prácticas educativas y de crianza con sus hijos. Es un lugar común en la Psicología Social, verificado en distintas investigaciones, que los prejuicios y estereotipos negativos cambian, de hecho, en función de los avatares históricos (a menudo bélicos) que se producen entre los grupos, pueblos y naciones. Por ello, una interpretación más plausible del papel de la personalidad autorita- ria en comportamientos y actitudes prejuiciosas, sería el de señalar que tal perso- nalidad podría también verse influida por determinadas situaciones sociales. Visto así, prejuicios, etnocentrismo, y autoritarismo, correlacionados a menudo entre sí, serían también un producto de determinados factores sociales o culturales. En cualquier caso, y como señalan Stone y sus colaboradores (1983, p. 5), aunque la teoría no pueda mantenerse como explicación de la predisposición a favor de ideologías fascistas basada en la personalidad, sin embargo, y contem- plada en un contexto más relativista y sociológico puede ayudar a conocer mu- chos de los fenómenos del mundo actual, y colaborar en la construcción de explicaciones de la atracción hacia el fascismo tanto en el pasado como en la actualidad. Por lo demás, y dejando de lado los arduos debates (especialmente los metodológicos) que generó, algunas cuestiones quedaron sin resolver y pa- recen ser recurrentes, porque han reaparecido en las últimas décadas dando lu- gar a nuevas propuestas y posicionamientos. • Por un lado, la archidebatida cuestión sobre la virtualidad de un autoritaris- mo de izquierdas ha seguido generando polémica, y de ella han surgido nue- vas perspectivas sobre un autoritarismo no sesgado ideológicamente (Rokeach). • Por otra parte, la cuestión relativa a los orígenes del síndrome, pues las ex- plicaciones psicoanalíticas (mecanismos de defensa, necesidades incons- cientes, proyección, etc.) no han llegado a encontrar evidencias claras, y se han ofrecido explicaciones alternativas, difíciles de rechazar, basadas por ejemplo en el aprendizaje social (Altemeyer) y el papel del entorno grupal y social del individuo. Todo ello será comentado en los apartados siguientes. Editorial UOC 145 Capítulo V. La personalidad autoritaria 3. Hacia un autoritarismo no sesgado ideológicamente Algunos datos obtenidos de la aplicación de la escala F a distintos colectivos, mostraron resultados un tanto sorprendentes. Entre ellos, que los comunistas de países occidentales no aparezcan como autoritarios, o que mientras los obre- ros puntúen por encima de las clases medias en autoritarismo, aparezcan sin embargo como menos conservadores. Estos y otros datos plantearon una rela- ción problemática entre la dimensión ideológica (conservadurismo) y el autori - tarismo. Si muestras de comunistas (en países democráticos) no parecían ser especialmente autoritarios, ¿es que realmente no lo eran, o es que la escala F mi- de, como era sospecha general, autoritarismo de derechas? ¿Cabría hablar, en- tonces, de un autoritarismo de izquierdas? A mediados del siglo XX existían ya sobradas muestras de prejuicios, intole- rancia y agresividad, en suma, de autoritarismo, tanto en regímenes fascistas como comunistas, tanto en dictaduras de derechas como de izquierdas: la de- mocracia y las libertades podían ser atacadas desde ambos extremos. Así, pudo resultar una tentación fácil la búsqueda de una similitud entre ambos extremos, un denominador común que identificara fascismo y comunismo. Aunque en la dimensión ideológica ocupaban polos opuestos (unos a la derecha, otros a la iz- quierda), cabría plantearse qué aspectos psicológicos o de personalidad podrían tener en común. Sin embargo, los autores de la obra que comentamos no parecieron muy prestos a hacer notar estas consideraciones, quizás por las raíces marxistas de algunos de ellos, a pesar incluso de las matanzasde millones de personas en la Rusia de Stalin. Y lógicamente, ello generó ataques de quienes pensaban que el enfoque dado por Adorno y su grupo estaba sesgado ideológicamente. No menos cierto pudo resultar que en la misma época que en que se gestó la obra de Adorno, el fascismo fue finalmente derrotado, y el nuevo enemigo (para los Estados Unidos) pasó a ser el comunismo. Buena parte de los cien- tíficos sociales pudieron captar el espíritu de los tiempos y comenzaran a percibir la amenaza que suponía el comunismo. No tardó mucho, pues, en plantearse tal cuestión. Y Shils (1954) fue uno de los primeros, en un conocido trabajo “Autoritarismo, derecha e izquierda”. A su juicio, Adorno y colaboradores no habían analizado a fondo el caso de quienes Editorial UOC 146 Capítulo V. La personalidad autoritaria mostraban características fascistas en las entrevistas pero puntuaban como poco autoritarios en la escala F. Dado que buena parte de los rasgos propios del auto- ritario se podrían dar también en regímenes de izquierdas (Lenin, Stalin), si tal cosa no era reconocida dejaba claro, a su juicio, que la escala F mide específica- mente un autoritarismo de derechas: habría un tipo de autoritarismo de izquier- das olvidado en la obra de Adorno. La extrema hostilidad de los autoritarios de derechas hacia judíos y otros grupos, y la demanda de los bolcheviques para la completa y acrítica lealtad al partido serían, ambas, manifestaciones de autoritarismo. A partir de aquí, una plétora de investigadores posteriores, y fundamental- mente Eysenck (con su constructo de mentalidad dura) y Rokeach (con el dog- matismo), tratarían de llegar a una dimensión actitudinal relacionada con variables de personalidad pero independiente de la dimensión ideológica, esto es, de las opiniones políticas tradicionalmente organizadas en el continuo derecha-izquierda. 3.1. Eysenck y la mentalidad dura Mientras en EE.UU. Adorno y su grupo llevaban a cabo la investigación antes comentada, Eysenck investigaba en Europa sobre actitudes sociopolíticas. Pocos años antes de la publicación del libro de Adorno, Eysenck (1944) había propuesto que las actitudes sociopolíticas se estructuran en dos dimensiones independien- tes: el conservadurismo-radicalismo (factor R) y la mentalidad dura-blanda (factor T). Mientras la primera responde a la tradicional distinción ideológica derecha-iz- quierda, la segunda, de carácter más temperamental, vendría especificada por el predominio de valores realistas, temporales y egoístas (dureza) frente a valores éti- cos y altruistas (blandura), y no estaría relacionada con la dimensión tradicional derecha-izquierda (a la que denominó el factor R). De algún modo, esta segunda dimensión vendría a equiparase a un autoritarismo no ideológico. En 1951, y con una muestra compuesta por liberales, socialistas, comunistas y conservadores, tanto de clase media como obrera, encontró que los individuos de clase obrera eran, sistemáticamente, más “duros” que los de clase media. Al tiem- po, obtuvo que comunistas y fascistas eran más “duros” que los otros grupos, aun- Editorial UOC 147 Capítulo V. La personalidad autoritaria que opuestos lógicamente en la otra dimensión: los primeros radicales, los segundos conservadores. La mentalidad dura sería, pues, común a fascistas y co- munistas, quienes solo diferirían en el contenido ideológico de sus actitudes. Reunidas sus propuestas pocos años después en un solo texto, The psychology of politics (1954), recibieron una lluvia de críticas, difíciles de resumir siquiera, algunas de ellas muy duras (incluso se le acusó de falseamiento de datos). Sus muestras, se dijo, no son representativas; comunistas y fascistas difieren clara- mente en aspectos esenciales no considerados; la escala de dureza-blandura con- tiene ítems saturados de religiosidad, lo que no explica Eysenck (¿por qué la mentalidad blanda o humanitaria tiene que ser religiosa?). Los datos de análisis factoriales realizados con su escala tampoco han apoyado las tesis de Eysenck, el cual, con el tiempo, terminó suavizando algo su postura sobre la dureza de los co- munistas, que quedarían algo por debajo de los fascistas, pero siempre muy por en- cima de los restantes grupos políticos. 3.2. Rokeach y el dogmatismo Frente a la obra de Eysenck, muy contestada, la propuesta de Rokeach (1954, 1960) parece más rigurosa, aunque no siempre bien comprendida. Frente a la escala F que parece medir más específicamente un autoritarismo de derechas, Rokeach se plantea si cabe hablar de un autoritarismo de izquierdas. Expresiones tales como dictadura del partido o dictadura del proletariado sugieren una respuesta afirmativa. Pues bien, a esta cuestión trata de responder Rokeach con su propuesta del dogmatismo, constructo que sustituiría (mejorándolo) al autoritarismo, reflejando una suerte de autoritarismo general no teñido ideológicamente. Rokeach (1960), en efecto, lleva a cabo una distinción crucial entre contenido y estructura de los sistemas ideológicos, esto es, entre las creencias (contenido) de las personas y el modo de defenderlas o adherirse a ellas (estructura). Un individuo puede poseer creencias democráticas pero, en cambio, adherirse a las mismas de modo autoritario o intolerante con quienes discrepen de ellas. Reconoce, por ejemplo, que el comunismo, en cuanto a contenidos ideológicos, puede defender postulados e ideas (humanitarismo y igualitarismo) distintos a los del fascismo. Sin embargo, la “estructura” de ambas ideologías podría ser igualmente autoritaria. Editorial UOC 148 Capítulo V. La personalidad autoritaria En ese sentido, propone que la estructura de un sistema de creencias se ubica en un continuo de mentalidad abierta-cerrada, y propone la denominación de dogmatismo al polo de mentalidad cerrada. A continuación, va analizando las características de un sistema de creencias cerrado, esto es, del dogmatismo, a lo largo de las tres dimensiones que Rokeach considera en todo sistema de creencias: 1) Dimensión creencia-no creencia. Un sistema de creencias representa, obvia- mente, las creencias que una persona acepta como verdaderas; un sistema de no creencias se compone de los subsistemas de creencias que una persona rechaza o considera falsas. Esta dimensión permite diferenciar sistemas de creencias en función de su capacidad de aceptar creencias contradictorias entre sí, distinguir matices entre quienes piensan de modo contrario a uno mismo, admitiendo en parte las razones del contrario, etc. Pues bien, un sistema cerrado y dogmático vendría caracterizado por un re- chazo intenso de subsistemas de creencias contrarios, gran discrepancia entre las creencias y las no creencias, y poca diferenciación entre las no creencias en- tre sí, que no se evalúan objetivamente sino a partir la opinión de autoridades de su propio grupo. 2) Dimensión centro-periferia. Distingue Rokeach tres regiones o estratos en todo sistema de creencias: una región central donde se ubican las creencias pri - mitivas, no cuestionadas, a modo de principios fundamentales (creencias sobre el propio yo, sobre la gente en general, sobre el mundo, etc.); una región inter- media, donde se ubican las creencias sobre la naturaleza de la autoridad (adhe- sión racional a la misma versus adhesión acrítica y absoluta) y de las personas bajo la autoridad (se valoran por sí mismas, o en función de que sean leales o no a la autoridad); y una región periférica, formada por creencias y no creencias aceptadas o rechazadas en función de que procedan de una autoridad aceptada o no (como por ejemplo, creencias a favor del control de la natalidad). Pues bien, un sistema dogmático vendría caracterizado por una visión más amenazante del mundo (creencias primitivas), creencia en una autoridad abso- lutay una valoración de las personas según se ajusten o no a la autoridad reco- nocida como tal, y creencias periféricas no estructuradas coherentemente y relativamente aisladas. Editorial UOC 149 Capítulo V. La personalidad autoritaria 3) Dimensión temporal. Versa sobre las creencias del individuo acerca de la importancia y mutuas relaciones entre el pasado, presente y futuro. Una pers- pectiva temporal amplia, característica de los sistemas abiertos, valora equilibra- damente y relaciona adecuadamente los tres momentos temporales. Una perspectiva temporal limitada, propia de los sistemas cerrados o dogmáticos, tiende a sobrevalorar el pasado, el presente o el futuro, con una fijación en uno de ellos, por ejemplo en el pasado (como ocurre en el nazismo con el mito de la raza aria, o en el fascismo con el imperio romano), o en el futuro (como ocurre con algunas religiones: sistemas cerrados fijados en el futuro). En suma, un sistema de creencias cerrado o dogmático se ve dominado por la función defensiva (frente a las amenazas de la realidad) frente a la cognitiva (comprender el mundo); en uno abierto, predominará esta última función, y cualquier información del exterior será evaluada según sus propias característi- cas, sin que influyan en exceso esos factores irrelevantes (motivaciones irracio- nales, necesidad de poder o de autoafirmación, defensa frente la ansiedad, normas sociales, etc.) que operan más en un sistema cerrado. Resultado del anterior andamiaje teórico es la conocida escala de Dogmatismo (D), la cual debería, a juicio de Rokeach, superar el sesgo conservador de la escala F, y ser capaz por tanto de medir el grado de apertura o dogmatismo de cual- quier sistema de creencias sea cual sea su contenido ideológico (conservador o no). El propio Rokeach manifiesta haber obtenido unas correlaciones entre las escalas F y D superiores a 0,50, mientras que las correlaciones entre su escala D y la de conservadurismo de Adorno fueron siempre inferiores a 0,30, lo que pa- rece verificar la hipótesis de que se trata de una medida de autoritarismo, pero menos ligada a la opción conservadora como lo estaba la escala F. Aunque la escala D no se ha librado de críticas, como las relativas al mismo set de aquiescencia que la escala F (por puntuar todos los ítems en dirección dog- mática si se contestan afirmativamente), no por ello ha dejado de ser utilizada sistemáticamente. Y desde entonces, se han llevado a cabo revisiones de las in- vestigaciones sobre el constructo, que han ayudado a definirlo. Así, por ejemplo, Vacchiano (1977) concluyó que los individuos altos en D pa- recen ser más inmaduros, tensos, impacientes, y menos tolerantes a la frustración que los bajos en D; asimismo, suelen tener un yo más débil y peores autoimáge- nes, y acostumbran a ser más conformistas, inflexibles y rígidos en su modo de Editorial UOC 150 Capítulo V. La personalidad autoritaria pensar, así como más propensos a trastornos psicológicos. Como se puede apre- ciar, un retrato cercano al de los autoritarios, en la perspectiva de Adorno. Al fin y al cabo, Rokeach compartía con Adorno sus tesis sobre la influencia de la socia- lización infantil y las relaciones con los padres en la génesis del dogmatismo. Años después de sus propuestas sobre el dogmatismo, Rokeach (1973) trató de caracterizar las ideologías y sus defensores en términos del peso relativo otor- gado a dos valores: libertad e igualdad. En ese esquema, los fascistas tendrían en baja estima ambos valores, los socialistas los colocarían en una posición elevada en su jerarquía de valores; los conservadores harían gran énfasis en la libertad, pero una baja prioridad a la igualdad. Los comunistas, finalmente, valorarían la igualdad mucho más que la libertad. 3.3. Otras aportaciones sobre el autoritarismo de izquierdas A partir de las tesis de Shils, Eysenck y Rokeach, entre otros, se ha generado una cierta polémica respecto a la existencia de un autoritarismo de izquierdas. Veamos algunas aportaciones. Uno de los primeros que intervino en el debate fue Ray. En una larga serie de publicaciones, caracterizadas más por su cantidad que por su impacto en el área, ha formulado una alternativa a las propuestas de Adorno y a la escala F, en parti- cular la escala A. La obra de Ray no goza, sin embargo, de especiales simpatías en- tre los estudiosos del área, quizá por su peculiar estilo polémico y provocativo. A su juicio, no termina de quedar claro si la escala F mide conservadurismo, o tam- bién etnocentrismo, por lo que se requieren nuevos instrumentos de medida. Así, Ray (1972) elaboró una escala (escala A) para medir un concepto de autoritarismo definido como el deseo de una forma de organización social similar a las institu- ciones y procedimientos militares, con la consiguiente restricción de la libertad, falta de participación en la toma de decisiones, falta de responsabilidad indivi- dual, aceptación de la agresión y claridad de las definiciones de rol. Uno de los datos más relevantes respecto a la escala A fue la escasa relación encontrada (Ray, 1984) entre ella y una escala de etnocentrismo o, lo que es lo mismo, que el etno- centrismo o el racismo puede encontrarse sin duda en sujetos autoritarios, pero no está restringido a ellos, lo que lleva a justificar el propio título del artículo de Ray: “La mitad de todos los racistas son de izquierdas”. Editorial UOC 151 Capítulo V. La personalidad autoritaria De algún modo, esa tesis apoya los argumentos defendidos años antes por Shils (1954) respecto a la virtualidad de un autoritarismo de tanto de derechas como de izquierdas, este último inasequible a su medición por la escala F. Algunos autores aceptan tal posibilidad, como McCloskey y Chong (1980), quienes apelan a la evidencia “intuitiva” respecto a las semejanzas entre dictadores de izquierdas y de derechas. A su juicio, los hallazgos de investigaciones que utilizaron la escala F no se corresponden con lo que parece obvio desde una observación casual de regímenes políticos de ambos extremos de la dimensión ideológica. No hay que ser un experto para intuir semejanzas en estilo político, práctica y organización entre regímenes autoritarios de izquierda (las antiguas Unión Soviética y Alema- nia del Este, por ejemplo) y de derecha (la Alemania nazi). Sin embargo, los pro- pios autores, aunque logran encontrar algunas semejanzas entre extremistas de derecha e izquierda, tampoco llegan a demostrar mucho más: las diferencias entre ambos permanecen. No obstante, datos recogidos en la Unión Soviética han mos- trado altos valores de autoritarismo (medido por la escala RWA de Altemeyer, que será comentada más adelante) entre seguidores del partido comunista. Paradóji - camente, estas personas serían consideradas de derechas, según la propia defini- ción de Altemeyer, puesto que su escala mide explícitamente autoritarismo de derechas. Sin embargo, otros autores, como Stone (1980) niegan la posibilidad de un au- toritarismo de izquierdas, defendiendo que los datos y argumentos ofrecidos a favor de ella son inconsistentes. Stone defiende que el autoritarismo es esencialmente de derechas, y que la existencia de posibles autoritarios de izquierdas sería, en todo ca- so, testimonial. “El concepto de autoritarismo de izquierdas es relativamente im- productivo y podría bien ser rechazado”, señala Stone (1980). A su juicio se trata, simplemente, de un mito, y los argumentos aportados no han ido acompañados con una revisión sistemática de investigaciones empíricas que apoyen la existencia de un autoritarismo de izquierdas. Por lo demás, aportar ejemplos históricos de re- gímenes de izquierdas que han podido actuar “autoritariamente”, supone una mo- dificación del nivel de análisis, que pasa de ser psicológico (cuando se hablade personas autoritarias) a sociológico (regímenes autoritarios). Eysenck (1981), por su parte, trató de desmontar las argumentaciones de Stone, a partir entre otras cosas de sus propios estudios, así como de la realidad política- social de comportamientos autoritarios en personas o regímenes de izquierdas. Editorial UOC 152 Capítulo V. La personalidad autoritaria El debate sigue. Globalmente, parece que la creencia en un autoritarismo de izquierdas, aún siendo polémica y en buena medida coloreada ideológica y po- líticamente, se encuentra relativamente bien asentada entre buena parte de los científicos sociales (notablemente, norteamericanos); pero no en otros muchos, que mantienen su imposibilidad “metafísica”. 4. El concepto de autoritarismo en las últimas décadas Las dos últimas décadas del siglo XX han contemplado una cierta recuperación del interés en la temática que estamos comentando, aunque ahora bajo nuevas formas, y tal afirmación puede hacerse extensiva a los albores del siglo XXI (ver, por ejemplo, Stone y otros, 1993, o Roccato, 2003). Tras cientos de artículos pu- blicados, y cuando parecía que el tema se había agotado y ya no daba más de sí, la emergencia de autoritarismos más o menos solapados en países occidentales, junto al interés y la tenacidad de algunos investigadores, así como la utilización de nuevas perspectivas respecto al autoritarismo, han generado toda una plétora de publicaciones al respecto. Ante la dificultad de reseñarlas todas, centraremos el análisis en las que parecen más relevantes. 4.1. Altemeyer: el autoritarismo como conglomerado actitudinal Altemeyer (1981, 1988, 1996) es uno de los máximos responsables de la re- cuperación del interés por el autoritarismo en las dos últimas décadas del siglo pasado. Su energía infatigable y su constante y minuciosa labor investigadora ha terminado por establecer un concepto y una escala de medición, ampliamen- te aceptada como la mejor elección para medir el autoritarismo. Al tiempo, los hechos históricos de los últimos años han coadyuvado también a ese renovado interés por el autoritarismo: los problemas en nuestra cultura asociados con la personalidad autoritaria han permanecido, y en muchos aspectos han crecido. A su juicio, el autoritarismo no ha muerto, y sigue siendo una amenaza latente a la libertad, como lo reflejan la emergencia de personas y movimientos autori- Editorial UOC 153 Capítulo V. La personalidad autoritaria tarios en el seno de regímenes democráticos. Altemeyer (1981) comienza llevan- do a cabo una detenida revisión de los principales hitos en la investigación sobre autoritarismo, concluyendo que “después de 35 años de investigación que han generado cientos de estudios, usado cientos de sujetos y costando mucho dinero, podemos preguntarnos qué sabemos realmente sobre el autoritarismo de derechas, y pienso que no sabemos prácticamen- te nada.” Altemeyer (1981, p. 112). En su opinión, la elaboración teórica que subyace a la teoría de la personali- dad autoritaria es, sencillamente, incorrecta. Por ejemplo, no existe evidencia de que los nueve rasgos definitorios de la personalidad autoritaria estén adecua- damente representados en la escala F, ni covarían lo suficiente como para poder hablar de un síndrome unitario: tal cosa conduciría a pensar que, o bien la es - cala no puede medir el constructo que pretende medir, o el modelo de los nueve rasgos no conceptualiza adecuadamente el autoritarismo. Es cierto que se han encontrado correlaciones entre la escala F y ciertas actitudes, prejuicios, etc.; pero no menos cierto resulta que ha fracasado en predecir comportamientos in- terpersonales que podrían estar relacionados con tal dimensión. Y tal cosa resul- ta especialmente grave, dado que ese objetivo sería, de algún modo, uno de los pretendidos en la investigación. Es una paradoja, señala Altemeyer, que un concepto formulado originaria- mente para explicar fenómenos psicosociales típicamente intergrupales o co- lectivos, como los prejuicios, etnocentrismo, susceptibilidad a la ideología fascista, etc., no fuera formulado a ese nivel (pertenencia grupal) sino que, de un modo reduccionista, se conceptualizase como un rasgo de personalidad, y por tanto, más relevante para un nivel interpersonal o intrapersonal. Los in- tentos posteriores no parecen haber abandonado esta paradoja, y quizá aquí radicó el núcleo de su declive. Centrando sus análisis en el autoritarismo de derechas, que es a su juicio la amenaza más importante para las democracias occidentales de hoy, Altemeyer llevó a cabo un laborioso proceso de revisión de los ítems de la escala F, encon- trando que los relacionados con tres de los elementos originales del autoritaris - mo sobrevivían a sus rigurosos criterios de análisis. Ello le llevó a la propuesta Editorial UOC 154 Capítulo V. La personalidad autoritaria de una renovada conceptualización de autoritarismo de derechas caracterizado por la covariación de esos tres “conglomerados actitudinales” (1981, p. 148): • Sumisión autoritaria: a las figuras de autoridad percibidas como legítimas en la sociedad. • Convencionalismo: elevada adhesión a valores y creencias percibidas como aceptadas por la sociedad y las autoridades reconocidas como tales. • Agresividad autoritaria: contra quienes violan tales valores y normas, que es percibida como sancionada por las autoridades reconocidas. Altemeyer propone pues una teoría simplificada del autoritarismo centrada en tres actitudes, que deja fuera buena parte de los nueve “síntomas” de la pro - puesta original del grupo de Berkeley (superstición, anti-introspeccionismo, etc.). Estos tres conglomerados sí mostrarían una covariación elevada, lo que le llevó a definir el autoritarismo, sencillamente, como la covariación de tales con- glomerados actitudinales. Así definido, operativizó su concepción del autorita- rismo a través de la escala de autoritarismo de derechas (RWA, right-wing authoritarianism), una escala compuesta, originariamente, de quince ítems pro- autoridad y otros quince anti-autoridad. Altemeyer indica que su investigación confirma mucho de lo que aparecía en la obra de Adorno. De hecho, sus tres componentes del autoritarismo ya apare- cían como parte de la personalidad autoritaria de Adorno; también se confirma la relación entre autoritarismo y tendencia a la utilización de estereotipos y a mantener prejuicios. Sin embargo, en otros aspectos las tesis de Adorno no se ven confirmadas. Es el caso, por ejemplo, de la debilidad del yo, o la tendencia a la superstición. Y de hecho, Altemeyer niega algunos aspectos del enfoque del grupo de Berkeley, singularmente sus connotaciones psicoanalíticas. A su juicio, la tesis básica del citado grupo (que el individuo autoritario reprime la hostilidad hacia sus pa- dres, por la educación estricta y punitiva que reciben de ellos, que ese resenti - miento es desplazado y termina en forma de agresión contra exogrupos) no ha sido demostrada. Y sus propios datos (Altemeyer, 1881, 1988) tampoco la veri- fican: tras aplicar su propia escala de autoritarismo y unos cuestionarios sobre experiencias infantiles a estudiantes y sus padres, concluyó que no parece haber mucho en las experiencias infantiles que pudiera explicar el autoritarismo de los Editorial UOC 155 Capítulo V. La personalidad autoritaria estudiantes. Aunque reconoce que los datos disponibles tampoco son suficien- tes para descartarla –pues, como él mismo señala, la teoría psicoanalítica es real- mente difícil de verificar–, en la práctica defiende que las explicaciones psicoanalíticas aportadas por el grupo de Berkeley deben ser abandonadas, y su lugar ser ocupado por la teoría del aprendizaje social (Bandura). No hay pues que recurrir al inconsciente,experiencias infantiles, procesos de proyección o desplazamiento, etc. Estímulos, modelado, cogniciones, ocupan el lugar de los procesos inconscientes y los mecanismos de defensa. De ese modo, Altemeyer rehuye hablar de “personalidad autoritaria”, y se centra en las “actitudes autoritarias”, que formarían el conglomerado antes alu - dido. Frente a Adorno y su grupo que pensaban que estos tres “síntomas” serían manifestaciones de algo más profundo (la personalidad autoritaria), Altemeyer no bucea en tales profundidades, y los contempla, simplemente, como un con- glomerado de actitudes. Y como cualquier otra actitud, su génesis habrá que bus- carla en los refuerzos recibidos de los padres u otros adultos, en el seno de los grupos, a partir de los medios de comunicación, en la interacción con los objetos de esas actitudes, a través de la imitación, del refuerzo vicario, etc. A su juicio, las personas autoritarias de derechas aprenden las normas sociales que apoyan la agresión contra quienes violan los valores convencionales. Esas normas sociales hacia la aceptación de la agresión son también importantes para explicar la agre- sión autoritaria: el hecho de que los altos en autoritarismo tengan más prejuicios hacia aquellos colectivos sociales hacia los que el prejuicio es más aceptable so- cialmente, habla a favor del papel de las normas en la génesis del mismo. Por su parte, el modelado parental se evidencia al comprobar que hay mayor incidencia de violencia física en familias de sujetos con alto autoritarismo de derechas. Al tiempo, da importancia creciente al papel de las experiencias vitales en la confi- guración de esas actitudes autoritarias. En su segunda obra, Enemigos de la libertad (1988), Altemeyer refuerza sus tesis con abundante estudios realizados con su escala, de los que deduce que “parece ser la mejor medida de autoritarismo personal que tenemos por ahora” (p. 12). Al tiempo, se preocupa de establecer con claridad que su concepto de autoritarismo de derechas no equivale al de conservadurismo. El conservadurismo, señala, es una disposición a preservar el status quo, a mantener la estabilidad social y a pre- servar la tradición; es algo cercano al concepto de convencionalismo, uno de los tres componentes de su conceptualización del autoritarismo de derechas. Pero un Editorial UOC 156 Capítulo V. La personalidad autoritaria autoritario es alguien que, además, tiende a someterse a la autoridad establecida y es altamente agresivo contra minorías y objetivos socialmente sancionados. Respecto de la posibilidad de existencia de un autoritarismo de izquierdas, Altemeyer era, entonces, muy claro: “No hemos encontrado evidencia. Uno puede llamar a los extremistas de izquierdas muchas cosas, pero no parece haber una base psicológica para llamarlos autoritarios.” Altemeyer (1988, p. 329). Sin embargo, en una obra posterior, The authoritarian specter (1994), relativiza su posición anterior, y propone ahora el término autoritarismo de izquierdas, cuida- dosamente dibujado como lo opuesto al autoritarismo de derechas, esto es, con los mismos componentes que éste, pero a la inversa: tendencia a oponerse a las auto- ridades, agresividad contra lo establecido, y convencionalismo revolucionario. Paradójicamente, aparecen correlaciones positivas (aunque bajas) entre am- bos polos del “espectro”. Tal cosa, sugiere Altemeyer, podría indicar que bastan- tes autoritarios tienen una orientación política relativamente indiferenciada, y por tanto cambiable. Los casos de Mussolini, Hitler, y otros, que comenzaron como socialistas y terminaron como fascistas, apoyarían esta explicación. Ya, para concluir, cabe señalar que Altemeyer es hoy reconocido sin duda como una de la más importantes aportaciones a los estudios del autoritarismo de la segunda mitad del siglo pasado. No obstante, también ha recibido críticas diversas, algunas muy duras (Ray): desde quienes le han acusado de haber ela- borado una escala más de conservadurismo, hasta críticas sobre deficiencias me- todológicas de todo tipo. Por lo demás, existe considerable evidencia sobre el grado de validez de la escala de Altemeyer. En distintos estudios se ha verificado, por ejemplo, que sujetos altos en la escala tendían más a mantener elevados pre- juicios, así como a votar a partidos de derechas. Sin embargo, en algunas otras investigaciones se han encontrado diferencias no tan grandes de validez entre la escala de Adorno y la de Altemeyer, desde luego no suficientes para descartar la primera. El que ambas escalas hayan obtenido correlaciones elevadas entre sí sugiere que, en buen grado, miden lo mismo. En cualquier caso, la escala de Al- temeyer se ha convertido, con el tiempo, en el instrumento de elección para la medición del autoritarismo. Editorial UOC 157 Capítulo V. La personalidad autoritaria Sin embargo, y por decirlo todo, también debe reconocerse que la postura de Altemeyer a favor de una explicación del autoritarismo basada en el aprendizaje social no ha sido acompañada de pruebas concluyentes a favor de tal explicación frente a la psicoanalítica que rigió la obra original del grupo de Adorno. 4.2. Duckitt: el autoritarismo como función de la identificación grupal Duckitt (1989) ha ofrecido una nueva visión del autoritarismo desde una in- teresante perspectiva que difiere bastante de la tradicional. Redefine el autorita- rismo como “la concepción que se tiene de la relación adecuada o normativa entre un grupo y sus miembros, determinada primariamente por la intensidad de la identificación de los miembros con el grupo”. Esta dimensión variaría entre dos posiciones extremas, desde la que defiende que las necesidades, inclinaciones y valores personales de los miembros deben subordinarse a la cohesión y requerimientos grupales, hasta la inversa, superan- do una de las limitaciones de la concepción tradicional del autoritarismo. Auto- ritarismo y “libertarianismo” serían las etiquetas de ambas posiciones extremas. A partir de esta conceptualización, Duckitt reinterpretó los tres componentes de Altemeyer desde el punto de vista de la identificación del individuo con un gru- po social. Así, cuanto mayor sea la identificación del individuo con su grupo, – mayor será su incondicional obediencia a los líderes (sumisión), – mayor será la conformidad con las normas y valores del grupo (conven- cionalismo), – mayor será la intolerancia y punitividad hacia quienes no se conforman a las normas y valores grupales (agresividad). Tal concepción, además, ofrece un marco común para analizar el autori- tarismo, que puede ser entendido y estudiado tanto a nivel individual (como un constructo que diferencia entre personas) como a nivel social o colectivo, tanto a nivel de grupos pequeños como de grandes grupos, instituciones, o culturas. Ello supera otra de las tradicionales debilidades del enfoque tradi- Editorial UOC 158 Capítulo V. La personalidad autoritaria cional, centrado en el nivel psicológico-individual, y abre un enorme campo de posibilidades, un poco en la línea de los recientes estudios sobre el indi- vidualismo-colectivismo, constructo este que ha mostrado su relevancia a la hora de explicar diferencias transculturales o transnacionales. Así, por ejem- plo, una investigación llevada a cabo por Meade (1985) mostró notables di- ferencias entre respuestas de personas de culturas más autoritarias (China) y menos autoritarias (EE.UU.) a estilos de liderazgo autoritario o democrático. Los índices de satisfacción y productividad de los miembros eran más altos en grupos con liderazgo autoritario en China, y justamente a la inversa en Estados Unidos. En contraste con la concepción tradicional del autoritarismo en tanto que rasgo personal, el enfoque de Duckitt propone claramente que tal síndrome
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