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Información y poder por O_Toole

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“INFORMACIÓN Y PODER” – JAMES O´TOOLE. 
 
 
El impacto potencial de la nueva tecnología en la sociedad casi 
siempre es doble: puede centralizar y/o descentralizar el poder; es capaz de 
dividir y/u homogenizar la cultura; y puede deshumanizar y/o dar poder a los 
obreros y ciudadanos. 
La tecnología no es una fuerza impulsora de la historia, independiente 
de la voluntad del hombre. En sí misma, la nueva tecnología no va a destruir 
las estructuras jerárquicas del poder; sin embargo, es capaz de lograrlo si la 
humanidad decide aplicarla con ese fin. 
Desde el punto de vista de un tirano, la tecnología más o menos 
sencilla de la fotocopiadora y el teléfono puede ser más amenazante que la 
supercomputadora de más alta velocidad. De hecho, una de las decisiones 
más difíciles en un estado policial consiste en decir cuáles son las tecnologías 
más “peligrosas” y, por lo tanto, las que es más urgente controlar. Con su 
aspecto más o menos inocente, la ubicua reproductora portátil de casete es 
una infraestructura incontrolable de la libertad, en las dictaduras modernas. 
En sí misma, la tecnología no es una amenaza para los dictadores. El 
problema consistió en que la tecnología moderna fue el vehículo para llevar la 
cultura popular a quienes vivían detrás de la cortina de hierro. 
La irrupción de esta revolución cultural global, alimentada por las 
nuevas tecnologías de la comunicación, ha dado lugar a la rápida reducción de 
lo que antes eran grandes diferencias entre los sistemas económico – políticos 
del mundo, sobre todo en los países desarrollados. Un rasgo común de todos 
esos sistemas es el pluralismo político, que representa la legitimación de un 
aspecto medular de la vida social: los ciudadanos tienen distintos valores y, por 
lo tanto, buscan fines diferentes dentro de la sociedad. El pluralismo protege a 
los individuos y les da poder, al permitir que se organicen en forma voluntaria 
con quienes comparten sus ideas. Así mismo, fomenta la expresión de las 
sanas diferencias de opinión; es importante el vehículo del cambio y el 
progreso en la sociedad; y es un bastión contra el poder del estado central. 
También es un mecanismo por medio del cual los grupos que tienen disputas 
entre sí pueden aceptar, a pesar de todo, que el sistema general es justo y 
equitativo. 
El pluralismo es el enemigo jurado del totalitarismo. En un estad donde 
sólo hay un partido, toda concesión a grupos no partidistas diluye el poder 
autoritario de los gobernantes. Por lo tanto, cuando las dictaduras le dan cabida 
al simple barniz de libertad que se requiere para alentar la innovación y dar 
nueva vida a sus economías, corren el riesgo de que muy pronto sus sistemas 
queden “fuera de control”. Esa situación “fuera de control” es lo que los 
occidentales identifican como una democracia que en verdad funciona, pues 
protege la libertad de sus ciudadanos frente al poder del estado. Por supuesto, 
el totalitario ve esa situación como un sinónimo de la anarquía. 
El pluralismo es hoy especialmente insidioso porque la primera 
influencia externa que se infiltra en un sistema totalitario son los valores de la 
cultura popular. Esa cultura es el movimiento más igualitario de la historia – 
mucho más que el comunismo – porque les dice a todas y cada una de las 
personas: “Tú tienes derecho. Ocúpate de tus asuntos. Toma ahora mismo lo 
que es tuyo. Busca tu propia expresión a través de la adquisición y exhibición 
de bienes materiales”. Para socavar el pensamiento colectivista, la difusión del 
popular programa de televisión “Dallas” es más eficaz que la trasmisión de una 
serie de tipo intelectual, sobre la economía capitalista. El nuevo movimiento 
cultural les habla a las masas en un lenguaje que ellas pueden entender. 
 La libertad se fomenta cuando los medios de comunicación se 
dispersan, se descentralizan y son fácilmente asequibles, como en el caso de 
la imprenta o la microcomputadora. El control central es más probable cuando 
los medios de comunicación están concentrados, se monopolizan y escasean. 
Gilder afirma que el dominio absoluto de las tres cadenas de 
radiodifusión más importantes, y de los grandes concesionarios del servicio 
por cable, plantea el mismo tipo de amenaza a la libertad (aunque no en el 
mismo grado) en los Estados Unidos, que el monopolio del partido comunista 
sobre las comunicaciones en la Unión Soviética. Más aún, él cree que el mismo 
remedio es apropiado en ambos casos: aconseja que la industria de la 
información de los EUA se disperse, se descentralice y se difunda, en bien de 
la libertad. 
Las posibilidades que tendría la unión de las siguientes tecnologías en 
un solo sistema interactivo: la televisión de alta definición, el disco compacto, la 
computadora y la fibra óptica, en lo que él llama la “telecomputadora”. Basta 
imaginar el uso de ésta como recurso educativo. 
Le daría acceso a textos, gráficos y voces, todo lo cual se podría 
actualizar en pocos segundos, gracias a la óptica de fibras. Las consecuencias 
de este sistema futurista son enormes. El impacto de esto sería impresionante 
en instituciones tales como universidades, escuelas, bibliotecas y museos. La 
educación de por vida, sin distraerse del trabajo, sería una realidad. 
La telecomputadora puede ofrecer miles de canales para la expresión 
empresarial y artística, a diferencia de la programación centralizada de las 
cadenas de TV. El poder pasaría entonces, de unos cuantos distribuidores o 
estaciones de TV, a miles de productores y millones de consumidores. 
Muy pocos dudan que la nueva tecnología sea capaz de fortalecer la 
libertad. Sin embargo la libertad no es la única estrella en el firmamento de los 
valores estadounidenses. Por ejemplo, ¿cuáles serían las consecuencias de la 
telecomputadora para los valores de la comunidad y la cultura? Gilder escribe: 
“La amenaza más peligrosa para la economía y la sociedad de los 
EUA es la desintegración de nuestras instituciones culturales – la familia, la 
religión, la educación y el arte – que conservan y transmiten la civilización a las 
nuevas generaciones. Si esta urdimbre social se sigue desgastando, no sólo 
perdemos nuevos logros tecnológico y nuestra competitividad económica, sino 
también el significado de la vida misma”. 
La ironía estriba en que la solución tecnológica propuesta por Gilder 
amenaza los valores de la cultura y la comunidad a los que él profesa aprecio. 
Si bien esta amenaza puede no existir si la telecomputadora se aplica a la 
educación, dicha tecnología se vuelve una amenaza potencial cuando se una 
para trasmitir programación cultural y política (que son los principales fines a 
los que él la destinaría). Su propuesta es nada menos que la difusión total de la 
cultura y de la política. 
La confusión de la libertad individual con la satisfacción personal es 
parte integral de la fragmentación de la comunidad y la cultura. Es significativo 
que cuando los tecnófilos de hoy nos hablan de la capacidad de la 
computadora para “crear comunidades”, se refieren a estrechas “comunidades 
de interés” y no a los nexos que unen a toda la sociedad. Sin duda alguna, es 
factible establecer enlaces de computadora entre todos los entusiastas al 
ciclismo de montaña que existen en el mundo, pero eso no coincide con la 
definición jeffersoniana de comunidad. Para Jefferson, la comunidad significaba 
valores sociales era la fraternité. La tecnología moderna permite que las 
comunidades que tienen intereses en común interactúen por separado en 
cientos de longitudes de onda, pero hace omiso de la armonía, la hermandad y 
la fraternidad, de lo comunitario y del trabajo mancomunado para resolver los 
problemas colectivos. 
Por supuesto, el hecho de tener los mismos intereses no es un modelo 
de la “libertad” que nos puede traer la telecomputadora. Los tecnófilos 
aprueban la reciente desaparición de las revistas para las masas y la 
profileración de pequeñas publicaciones especializadas, como un augurio del 
futurodeseable para todos los medios de comunicación masiva. 
Ya no se obliga a la gente a tomar en cuenta cómo viven los demás, 
cuáles son sus preocupaciones o por qué piensan y actúan como lo hacen. Los 
medios impresos hicieron que la sociedad se fragmentara; hoy, con la 
telecomputadora, es posible que se divida aún más. Llegará el día en que será 
preciso hacer una transacción entre la libertad y la comunidad. Resulta claro 
que la telecomputadora está aparte de la libertad. 
En vista de que la información es un requisito para ejercer el poder de 
una organización, lo mismo que en un país, la autoridad central se debilita 
cuando la información está compartida, y todos los que tienen acceso fa la 
información no se les puede dar un poder de decisión proporcional la 
información que ahora poseen, pero la experiencia de redistribución de la 
autoridad aumentan. 
 Una característica primordial de las tecnologías de la información es 
su capacidad de registrar y documentar con gran eficacia los errores; estos se 
pueden rastrear con rapidez hasta su fuente, lo cual permite sancionar a los 
culpables, con poco riesgo de “culpar al inocente”. 
La tecnología lo puede cambiar todo, menos la naturaleza humana. Y 
un aspecto de esa naturaleza consiste en preocuparse más por adquirir poder, 
que por actuar en la forma debida (eficiencia de la organización). Hasta hoy, 
nadie ha podido suprimir a la gente en la ecuación de la productividad. Por sí 
solo, ni el equipo más avanzado puede garantizar una alta productividad.

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