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Timothy Keller - La oración

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2 
 
Table of Contents 
Introducción: ¿Por qué escribir un libro sobre la oración? 
Parte Uno Deseando la oración 
Uno La necesidad de la oración 
Dos La grandeza de la oración 
Parte Dos Entendiendo la oración 
Tres ¿Qué es la oración?٤ 
Cuatro Conversando con Dios 
Cinco Encontrando a Dios 
Parte Tres Aprendiendo sobre la oración 
Seis Cartas sobre la oración 
Siete Las reglas de la oración 
Ocho La oración de las oraciones 
Nueve Las piedras de toque de la oración 
Parte Cuatro Profundizando en la oración 
Diez Como una conversación: Al meditar en Su Palabra 
Once Como un encuentro: Al buscar Su rostro 
Parte Cinco Orando 
Doce Asombro: Al alabar Su gloria 
Trece Intimidad: Al encontrar Su gracia 
Catorce Lucha: Al pedir Su ayuda 
Quince Práctica: La oración diaria 
Apéndice: Algunos otros modelos para la oración diaria 
Reconocimientos 
Bibliografía seleccionada comentada sobre la oración 
Notas 
3 
 
 
 
Table of Contents 
Introducción: ¿Por qué escribir un libro sobre la oración? 
Parte Uno Deseando la oración 
Uno La necesidad de la oración 
Dos La grandeza de la oración 
Parte Dos Entendiendo la oración 
Tres ¿Qué es la oración?٤ 
Cuatro Conversando con Dios 
Cinco Encontrando a Dios 
Parte Tres Aprendiendo sobre la oración 
Seis Cartas sobre la oración 
Siete Las reglas de la oración 
Ocho La oración de las oraciones 
Nueve Las piedras de toque de la oración 
Parte Cuatro Profundizando en la oración 
Diez Como una conversación: Al meditar en Su Palabra 
Once Como un encuentro: Al buscar Su rostro 
Parte Cinco Orando 
Doce Asombro: Al alabar Su gloria 
Trece Intimidad: Al encontrar Su gracia 
Catorce Lucha: Al pedir Su ayuda 
Quince Práctica: La oración diaria 
Apéndice: Algunos otros modelos para la oración diaria 
Reconocimientos 
Bibliografía seleccionada comentada sobre la oración 
Notas 
 
4 
 
 
5 
 
 
6 
 
 
La oración: Experimentando asombro e intimidad con Dios 
Copyright © 2016 por Timothy Keller 
Todos los derechos reservados. 
Derechos internacionales registrados. 
B&H Publishing Group 
Nashville, TN 37234 
Clasificación Decimal Dewey: 248 
Clasifíquese: ORACIÓN / CRISTIANA 
Publicado originalmente por Penguin Group con el título Prayer: 
Experiencing Awe and Intimacy with God © 2014 por Timothy Keller. 
Traducción al español: Anabella Vides de Valverde 
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni 
distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o 
mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro 
sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento 
escrito del autor. 
A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas se han tomado de 
La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por 
Biblica®, Inc. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. 
Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión 
Reina-Valera Revisada 1960, © 1960 por Sociedades Bíblicas en 
América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. 
Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se 
tomaron de la versión Reina-Valera Revisada 1960, © 1960 por 
Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 
Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. 
ISBN: 978-1-4336-4457-3 
7 
 
Impreso en EE. UU. 
1 2 3 4 5 * 19 18 17 16 
 
 
8 
 
 
Para Dick Kaufmann, 
amigo y hombre de oración 
 
 
9 
 
 
Introducción 
¿Por qué escribir un libro sobre la oración? 
ace algunos años me di cuenta de que, como pastor, no tenía un 
primer libro que ofrecer a alguien que quisiera entender y 
practicar la oración cristiana. Esto no significa que no haya grandes 
libros sobre la oración. Muchas obras escritas en el pasado son más 
acertadas y penetrantes que cualquier otra que yo pudiera producir. 
El mejor material sobre la oración ya ha sido escrito. 
Sin embargo, muchas de estas excelentes obras están escritas en un 
lenguaje arcaico que resulta inaccesible para la mayoría de los 
lectores contemporáneos. Además, esos textos tienden a tener ante 
todo un enfoque teológico, devocional o práctico, pero rara vez 
combinan lo teológico, lo vivencial y lo metodológico bajo una sola 
portada.1 Un libro sobre los aspectos esenciales de la oración 
debería tratar los tres aspectos. Asimismo, casi todas las obras 
clásicas sobre la oración invierten bastante tiempo en advertir a sus 
lectores sobre prácticas espiritualmente contraproducentes y 
perjudiciales que se daban en sus días. Estas advertencias deben 
actualizarse para los lectores de cada generación. 
¿Dos clases de oración? 
Los autores que han escrito recientemente sobre la oración suelen 
tener una de dos posiciones sobre el tema. La mayoría enfatiza la 
oración como un medio de experimentar el amor de Dios y conocer 
la unidad con Él. Prometen una vida de paz y de continuo descanso 
en Dios. Estos escritores a menudo ofrecen radiantes testimonios de 
sentirse constantemente rodeados por la presencia divina. Otros 
libros, sin embargo, ven la esencia de la oración no como un 
descanso interno, sino como un clamor a Dios para que venga Su 
reino. A menudo se considera la oración como un combate de lucha 
libre y, quizás por lo general, no se tiene una idea clara de la 
presencia inmediata de Dios. Un libro de esta clase es The Still Hour 
H 
10 
 
[La hora de quietud] por Austin Phelps.2 El autor parte de la premisa 
de que sentir la ausencia de Dios es la norma para el cristiano al orar 
y que es difícil para la mayoría de las personas experimentar la 
presencia de Dios. 
Otro libro con el mismo planteamiento es The Struggle of Prayer [La 
lucha de la oración] por Donald G. Bloesch. Él critica lo que llama «el 
misticismo cristiano».3 Rechaza la enseñanza que afirma que el 
objetivo primordial de la oración es la comunión personal con Dios. 
Piensa que esto hace de la oración un «fin egoísta en sí mismo».4 
Desde su punto de vista, el objetivo máximo de la oración no es la 
reflexión sosegada, sino la súplica ferviente para que se cumpla el 
reino de Dios en el mundo y en nuestras propias vidas. El objetivo 
final de la oración es «la obediencia a la voluntad de Dios, no la 
contemplación de Su ser».5 La oración no es fundamentalmente un 
medio para llegar a un estado interno, sino para conformarse a los 
propósitos de Dios. 
¿Cómo se explican estas dos posiciones, que podríamos llamar la 
posición «centrada en la comunión» y la posición «centrada en el 
reino»? Una explicación es que ellas reflejan la experiencia real de 
las personas. Algunos descubren que son insensibles hacia Dios y 
que aun estar atentos por unos minutos durante la oración les 
resulta muy difícil. Otros experimentan con regularidad un sentir de 
la presencia de Dios. Esto explica al menos en parte las distintas 
posiciones. Sin embargo, las diferencias teológicas también 
desempeñan un papel en esto. Bloesch argumenta que la oración 
mística concuerda más con la posición católica que enseña que la 
gracia de Dios se infunde de manera directa en nosotros mediante el 
bautismo y la misa, y menos con la creencia protestante que enseña 
que somos salvos mediante la fe en la promesa de la palabra del 
evangelio de Dios.6 
 
¿Cuál de estas posiciones es la mejor? ¿La adoración reposada o la 
súplica resuelta? Esta pregunta da por sentado que la respuesta es 
una de las dos, lo cual es poco probable. 
11 
 
La comunión y el reino 
En busca de ayuda examinaremos primero el libro de Salmos, el 
libro sagrado de oración de la Biblia. Allí vemos bien representadas 
ambas experiencias de oración. Hay salmos como los Salmos 27, 63, 
84, 131 y los «extensos aleluyas» de los Salmos 146–150 que 
describen la comunión llena de adoración con Dios. En el Salmo 
27:4, David declara que una cosa él le pide a Dios en oración, 
«contemplar la hermosura del Señor». Aunque David oró por otras 
cosas, él quiere decir, por lo menos, que nada es mejor que conocer 
la presencia de Dios. Por eso declara: «Oh Dios…
Mi alma tiene sed 
de ti… Te he visto en el santuario y he contemplado tu poder y tu 
gloria. Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán» 
(Sal. 63:1-3). Cuando el salmista adora a Dios en Su presencia, 
expresa: «mi alma quedará satisfecha como de un suculento 
banquete…» (Sal. 63:5). Esta es ciertamente la comunión con Dios. 
Hay, con todo, incluso más salmos de queja que claman pidiendo 
ayuda o para que Dios ejerza Su poder en el mundo. Hay también 
desoladas expresiones sobre la experiencia de la ausencia de Dios. 
Ciertamente, vemos aquí la oración como una lucha. Los Salmos 10, 
13, 39, 42–43 y 88 son solo unos pocos ejemplos. El Salmo 10 
comienza preguntando: «¿Por qué, Señor, te mantienes distante? 
¿Por qué te escondes en momentos de angustia?...». De pronto el 
autor clama: «¡Levántate, Señor! ¡Levanta, oh Dios, tu brazo! ¡No te 
olvides de los indefensos!» (Sal. 10:12). Sin embargo, parece que 
casi hablara tanto consigo mismo como con el Señor. «Pero tú ves la 
opresión y la violencia, las tomas en cuenta y te harás cargo de ellas. 
Las víctimas confían en ti; tú eres la ayuda de los huérfanos» (Sal. 
10:14). La oración termina con el salmista que se postra ante el 
tiempo y la sabiduría de Dios en todos los asuntos, pero a la vez 
clama pidiendo justicia sobre la tierra. Este es el combate de lucha 
libre con la oración centrada en el reino. El Salterio, entonces, afirma 
tanto la oración que busca la comunión como la que busca el reino. 
Además de considerar las oraciones reales de la Biblia, debemos 
también tomar en cuenta la teología de la oración en la Escritura, es 
12 
 
decir, las razones, en Dios y en nuestra naturaleza creada, que 
permiten que los seres humanos oremos.Se nos declara que 
Jesucristo se presenta como nuestro mediador de manera que 
nosotros, aunque indignos en nosotros mismos, podemos 
acercarnos al trono de Dios y clamar para que nuestras necesidades 
sean satisfechas (Heb. 4:14-16; 7:25). También se nos declara que 
Dios mismo mora dentro de nosotros a través del Espíritu (Rom. 
8:9-11) y nos asiste para orar (Rom. 8:26-27), así que, incluso ahora, 
por la fe podemos mirar y contemplar la gloria de Cristo (2 Cor. 
3:17-18). Por lo tanto, la Biblia nos da fundamento teológico tanto 
para la oración centrada en la comunión como para la oración 
centrada en el reino. 
Un poco de reflexión nos mostrará que estas dos clases de oración 
no son opuestas y ni siquiera son categorías distintas. Adorar a Dios 
es una actividad marcada por la súplica. Alabar a Dios es orar 
«Santificado sea tu nombre», es pedirle que muestre al mundo Su 
gloria para que todos le rindan honor como Dios. Sin embargo, así 
como la adoración contiene súplica, del mismo modo, buscar el reino 
de Dios debe incluir orar para conocerlo. El Westminster Shorter 
Catechism [Catecismo menor de Westminster], nos señala que 
nuestro propósito es «glorificar a Dios y gozar de Él para siempre». 
En esta conocida declaración, vemos reflejada la oración del reino y 
la oración de la comunión. Estas dos acciones, glorificar a Dios y 
gozar de Dios, no siempre coinciden en esta vida, pero a la larga 
deben ser la misma cosa. Podemos orar por la venida del reino de 
Dios, pero si no disfrutamos inmensamente de Dios con todo 
nuestro ser, no lo estamos honrando de verdad como Señor.7 
Por último, cuando consultamos a muchos de los más grandes 
escritores de la antigüedad, como Agustín, Martín Lutero y Juan 
Calvino, vemos que ellos no pertenecen claramente a ninguna de 
estas dos posturas.8 Sin duda, incluso el prominente teólogo católico 
Hans Urs von Balthasar ha buscado dar balance a la tradición 
mística y contemplativa de la oración. Advierte sobre el peligro de 
encerrarse demasiado en uno mismo: «La oración contemplativa… 
13 
 
ni puede ni debe ser autocontemplativa, sino [más bien] es 
considerar y escuchar con reverencia a… la negación del yo, es decir, 
la Palabra de Dios».9 
Pasando de la obligación al deleite 
Entonces, ¿a dónde nos lleva esto? No deberíamos crear una división 
entre la búsqueda de la comunión personal con Dios y la búsqueda 
del avance de Su reino en los corazones y en el mundo. Y, si se 
mantienen unidas, entonces la comunión no será solo un 
conocimiento místico sin palabras y nuestras peticiones no serán 
solo una manera de procurar el favor de Dios «… por sus muchas 
palabras» (Mat. 6:7). 
Este libro mostrará que la oración es una conversación y un 
encuentro con Dios. Estos dos conceptos nos dan una definición de 
la oración y nos proveen de un conjunto de herramientas para 
profundizar en nuestras vidas de oración. Las formas tradicionales 
de oración, adoración, confesión, acción de gracias y súplica, son 
prácticas concretas así como profundas vivencias. Debemos conocer 
el asombro de alabar Su gloria, la intimidad de encontrar Su gracia y 
la lucha de pedir Su ayuda; todo esto nos lleva a conocer la realidad 
espiritual de Su presencia. La oración, entonces, es asombro e 
intimidad, lucha y realidad. No todos estos componentes estarán 
presentes cada vez que oremos, pero cada uno debería ser un 
elemento importante de nuestra oración a lo largo de nuestras 
vidas. 
En su libro sobre la oración, J. I. Packer y Carolyn Nystrom ponen 
un subtítulo que resume todo esto de buena manera. La oración es 
«Encontrar nuestro camino pasando de la obligación al deleite». Esta 
es la travesía de la oración. 
 
14 
 
 
PARTE UNO 
DESEANDO LA ORACIÓN 
 
 
15 
 
 
UNO 
La necesidad de la oración 
«No lo lograremos» 
urante la segunda mitad de mi vida adulta, descubrí la oración. 
Tuve que hacerlo. 
En el otoño de 1999, dictaba un curso sobre el libro de Salmos. Se 
hizo evidente para mí que no estaba llegando al fondo de lo que la 
Biblia manda y promete en relación con la oración. Luego vinieron 
las semanas sombrías en Nueva York después del 11 de septiembre, 
cuando toda nuestra ciudad se hundió en una especie de depresión 
clínica colectiva, aun cuando se recobró de tal impacto. Para mi 
familia la oscuridad se intensificó porque mi esposa, Kathy, luchaba 
con los efectos de la enfermedad de Crohn. Y para acabar, se me 
diagnosticó cáncer en la tiroides. 
En cierto momento, en medio de todo esto, mi esposa me pidió que 
hiciéramos algo que nunca habíamos logrado hacer porque no 
habíamos tenido la disciplina para hacerlo de manera regular. Me 
pidió que orara con ella cada noche. Cada noche. Usó una ilustración 
que cristalizaba perfectamente sus sentimientos. Según recordamos, 
expresó algo como esto: 
Imagínate que te diagnostican con una enfermedad letal, que el 
doctor te ha dicho que morirás dentro de unas horas a menos que 
tomes una medicina determinada, una píldora cada noche antes 
de irte a dormir. Imagínate que se te informó que nunca podrías 
dejar de tomarla o morirías. ¿Olvidarías tomarla? ¿Dejarías de 
tomarla algunas noches? No. Sería tan importante que no lo 
olvidarías. Bien, si nosotros no oramos juntos a Dios, no vamos a 
lograrlo debido a todo lo que tenemos que enfrentar. Te aseguro 
que yo no podré lograrlo. Tenemos que orar; simplemente no 
podemos descuidarnos en esto. 
D 
16 
 
Quizás fue el poder de esta ilustración, quizás fue el momento 
preciso, quizás fue el Espíritu de Dios. O bien, lo más probable es 
que haya sido el Espíritu de Dios que usó el momento y la claridad 
de la metáfora. Ambos nos dimos cuenta de la gravedad del asunto y 
admitimos que cualquier cosa que fuera de verdad una necesidad no 
negociable era algo que podríamos hacer. Esto ocurrió hace más de 
doce años, y Kathy y yo no podemos recordar haber perdido una 
sola noche de oración juntos, aunque fuera por teléfono, incluso 
cuando hemos estado separados en diferentes hemisferios. 
El estremecedor desafío, junto con mi creciente convicción de que 
no entendía la oración, me llevó a una búsqueda. Yo quería una 
mejor vida personal de oración. Entonces comencé a leer mucho 
sobre la oración y a experimentar en ella.
Cuando miré alrededor, 
me di cuenta de que no estaba solo. 
«¿Puede alguien enseñarme a orar?» 
Cuando Flan Nery O´Connor, la famosa escritora del sur de Estados 
Unidos, tenía 20 años y estudiaba en Iowa sobre el arte de escribir, 
buscó profundizar su vida de oración. Tuvo que hacerlo. 
En 1946 comenzó a llevar un diario de oración escrito a mano. En 
él, O´Connor describe sus luchas por ser una gran escritora. «Yo 
quiero mucho triunfar en el mundo con lo que quiero hacer… Estoy 
tan desilusionada con mi trabajo… La mediocridad es una dura 
palabra para aplicársela a uno mismo… pero es imposible no hacerlo 
conmigo… No tengo nada de lo cual sentirme orgullosa. Soy 
insensata, tan insensata como las personas a las cuales ridiculizo». 
Esta clase de declaraciones pueden encontrarse en el diario de 
cualquier aspirante a artista, pero O´Connor hizo algo diferente con 
estos sentimientos. Ella los puso en oración y siguió el antiguo 
ejemplo de los salmistas en el Antiguo Testamento, quienes no solo 
identificaron, expresaron y dieron rienda suelta a sus sentimientos, 
sino que además los procesaron con total honestidad en la presencia 
de Dios. O´Connor escribió: 
17 
 
… el esfuerzo en este arte, más que pensar en Ti y sentirme 
inspirada con el amor que desearía tener. Querido Dios, no puedo 
amarte de la manera en que quisiera. Tú eres la aparición delgada 
de la luna creciente que veo y yo soy la sombra de la tierra que 
me impide ver toda la luna… lo que me asusta, querido Dios, es 
que mi propia sombra se haga tan grande que tape toda la luna y 
que me juzgue a mí misma por la sombra que no es nada. No te 
conozco, Dios, porque estoy en el camino. Por favor ayúdame a 
hacerme a un lado.10 
Aquí O´Connor reconoce lo que Agustín vio con claridad en su 
propio diario de oración, las Confesiones: vivir bien depende del 
reordenamiento de nuestros afectos. Amar nuestro éxito más que a 
Dios y a nuestro prójimo endurece el corazón, nos hace menos 
capaces de sentir. Lo que, irónicamente, nos hace artistas mediocres. 
Por eso, debido a que O´Connor era una escritora con dones 
extraordinarios quien podía convertirse en alguien arrogante y 
egocéntrica, su única esperanza estaba en la constante reorientación 
de su alma a través de la oración. «Oh Dios, ayúdame a aclarar mi 
mente. Ayúdame a limpiarla… Te suplico que me ayudes para 
escudriñar las cosas y encontrarte donde Tú estás».11 
 
O´Connor reflexionó sobre la disciplina de escribir sus oraciones en 
un diario. Reconoció el problema de la forma. «He decidido que esto 
[el diario] no es como un medio directo de oración. Además, la 
oración no es algo premeditado como esto; es espontánea y esto es 
demasiado lento para la espontaneidad».12 Por otro lado, existía el 
peligro de que lo que ella estaba escribiendo no fuera realmente una 
oración, sino un desahogo. «Yo… quiero que sea… algo para alabar a 
Dios. Es quizás más probablemente algo terapéutico… con el 
elemento de subrayar sus pensamientos».13 
Sin embargo, ella pensaba que el diario la ayudaba de esta forma: 
«He comenzado una nueva etapa en mi vida espiritual… librarme de 
ciertos hábitos de adolescente y hábitos de la mente. No hace falta 
mucho para darnos cuenta de qué tontos somos, pero lo poco que 
18 
 
toma tarda en llegar. Descubro lo absurda que soy poco a poco».14 
O´Connor aprendió que la oración no es solo la exploración solitaria 
de tu propia subjetividad. Tú estás con Otro, y Él es único. Dios es la 
única persona a la cual no le puedes ocultar nada. Ante Él, llegarás 
inevitablemente a verte a ti mismo bajo una nueva y única 
perspectiva. La oración, por lo tanto, lleva a un conocimiento sobre 
uno mismo que es imposible lograr de otra manera. 
La esencia en el diario de O´Connor era su simple deseo de 
aprender de verdad a orar. Ella conocía de manera intuitiva que la 
oración era la clave para todo lo demás que necesitaba hacer y ser 
en la vida. No estaba contenta con las prácticas religiosas 
superficiales de su pasado. «No pretendo negar las oraciones 
tradicionales que he pronunciado durante toda mi vida; pero las he 
estado pronunciando y no las he sentido. Mi atención es fugaz. En 
esta forma, la mantengo en todo momento. Siento la calidez del 
amor que late dentro de mí cuando pienso y escribo esto para Ti. 
Por favor, no permitas que las explicaciones de los psicólogos lo 
conviertan de pronto en algo frío».15 
Al final de una anotación, ella solo lanza el desafío: «¿Puede alguien 
enseñarme a orar?».16 Millones de personas hoy están haciendo la 
misma pregunta. Hay un sentir sobre la necesidad de orar; nosotros 
debemos orar. Pero ¿cómo? 
 
Un panorama confuso 
En la sociedad occidental ha ido creciendo el interés por la 
espiritualidad, la meditación y la contemplación que comenzó una 
generación atrás, quizás i-naugurado por el interés de los Beatles en 
las formas de meditación oriental, lo que se divulgó ampliamente, y 
alimentado por el debilitamiento de la religión institucional. Cada 
vez son menos las personas que conocen la rutina de los servicios 
religiosos regulares; sin embargo, permanece un deseo espiritual. 
Hoy, nadie parpadea al leer en un artículo del New York Times que 
Robert Hammond, uno de los fundadores del parque urbano High 
Line en el vecindario de Manhattan llamado Western Chelsea, 
19 
 
viajará a la India para un retiro de meditación por tres meses.17 
Muchos occidentales inundan cada año los ashrams [edificios 
religiosos hindúes] y otros centros de retiro espiritual en Asia.18 
Hace poco, Rupert Murdoch envió un mensaje por Twitter en el que 
compartía que estaba aprendiendo meditación trascendental. 
«Todos lo recomiendan», afirmó. «No es fácil comenzar, pero dicen 
que mejora todo».19 
Dentro de la iglesia cristiana, hay una explosión similar de interés 
en la oración. Hay un fuerte movimiento hacia las prácticas 
contemplativas y de meditación antiguas. En la actualidad, tenemos 
un pequeño imperio de instituciones, organizaciones, redes y 
practicantes que enseñan y adiestran en métodos como la oración 
centrada, la oración contemplativa, la oración «que escucha», la 
lectio divina y muchos otros sistemas que ahora se llaman 
«disciplinas espirituales».20 
Sin embargo, todo este interés no debería verse como una «ola» 
única y coherente. Más bien, es un conjunto de contracorrientes 
poderosas que están generando aguas turbulentas para muchos que 
preguntan. Ha habido críticas sustanciales presentadas en contra del 
nuevo énfasis en la espiritualidad contemplativa, tanto dentro de las 
iglesias católicas como de las protestantes.21 Al buscar recursos que 
me ayudaran en mi vida de oración, así como en la de otros, me di 
cuenta de cuán confuso era el panorama. 
 
«Un misticismo inteligente» 
El camino que seguí fue volver a mis propias raíces teológicas y 
espirituales. En Virginia, donde fui pastor por primera vez, y luego 
en la ciudad de Nueva York, prediqué la carta de Pablo a los 
Romanos. A la mitad del capítulo 8, Pablo escribe: 
Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al 
miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite 
clamar: «¡Abba! ¡Padre!». El Espíritu mismo le asegura a nuestro 
espíritu que somos hijos de Dios (vv. 15-16). 
20 
 
El Espíritu nos asegura del amor de Dios. Primero, el Espíritu hace 
posible que nos acerquemos y clamemos al gran Dios como nuestro 
padre amoroso. Luego, se acerca a nuestro espíritu y aporta un 
testimonio más directo. La primera vez que me enfrenté con estos 
versículos fue cuando leí los sermones de D. Martyn Lloyd-Jones, 
predicador inglés y autor de mediados del siglo XX. Argumentaba 
que Pablo estaba escribiendo sobre una profunda experiencia de la 
realidad de Dios.22 Con el tiempo descubrí que la mayoría de los 
comentaristas modernos de la Biblia en general coinciden en 
afirmar que estos versículos describen, como lo expresa un 
estudioso del Nuevo Testamento, «una experiencia religiosa que es 
inefable»
porque la certeza del amor seguro en Dios es «mística en el 
mejor sentido de la palabra». Thomas Schreiner añade que no 
debemos «darle poca importancia al campo emocional» de la 
experiencia. «Algunos se apartan de esta idea debido a su 
subjetividad, pero el abuso de la subjetividad en algunos círculos no 
puede excluir las dimensiones “mística” y emocional de la 
experiencia cristiana».23 
El planteamiento de Lloyd-Jones también me llevó de nuevo a 
escritores que había leído en el seminario, como Martín Lutero, Juan 
Calvino, John Owen, teólogo inglés del siglo XVII, y Jonathan 
Edwards, filósofo y teólogo estadounidense del siglo XVIII. Descubrí 
que no se ofrece alternativa entre verdad o Espíritu, entre doctrina o 
experiencia. Uno de los antiguos teólogos más destacados, John 
Owen, fue de especial ayuda para mí en este punto. En un sermón 
sobre el evangelio, Owen, con debida diligencia, expuso el 
fundamento doctrinal de la salvación cristiana. Pero luego, exhortó a 
sus oyentes a «tener una experiencia del poder del evangelio… en y 
sobre sus propios corazones o toda su profesión es un asunto que 
expirará».24 Esta experiencia del corazón del poder del evangelio 
puede suceder solo a través de la oración, tanto de manera pública 
en la asamblea de cristianos como de manera privada en la 
meditación. 
21 
 
En mi búsqueda de una vida más profunda de oración, escogí un 
camino algo inusual. A propósito, evité leer todo libro nuevo sobre la 
oración. En cambio, regresé a los textos históricos de teología 
cristiana que me habían formado y comencé a hacer preguntas 
sobre la oración y la experiencia de Dios, preguntas que no habían 
venido a mi mente con claridad cuando estudiaba estos textos en los 
cursos de posgrado décadas atrás. Encontré orientación sobre la 
vida interna de oración y la experiencia espiritual que me llevó más 
allá de las corrientes peligrosas de los debates y movimientos 
contemporáneos. Un autor que consulté fue John Murray, teólogo 
escocés, quien me proveyó de una de las ideas más útiles de todas: 
Es necesario que reconozcamos que hay un misticismo inteligente 
en la vida de la fe… de unión y comunión viva con el Redentor 
exaltado y siempre presente… Él conversa con Su pueblo y Su 
pueblo conversa con Él en amor recíproco consciente… La vida de 
la fe verdadera no puede ser un acuerdo hecho fríamente. Debe 
tener la pasión y el calor del amor y la comunión porque la 
comunión con Dios es la corona y la cúspide de la verdadera 
religión.25 
Murray no era un escritor propenso a los pasajes líricos. Sin 
embargo, cuando habla de «misticismo» y «comunión» con Aquel 
que murió y vive para siempre por nosotros, él asume que los 
cristianos tendrán una relación de amor palpable con Él y que tienen 
el potencial de un conocimiento personal y una experiencia de Dios 
que resulta inimaginable. Lo cual, por supuesto, se refiere a la 
oración, pero ¡qué oración! A la mitad del párrafo, Murray cita la 
Primera Epístola de Pedro: «Ustedes lo aman a pesar de no haberlo 
visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo 
indescriptible y glorioso» (1:8). La RVR1960 lo traduce como «gozo 
inefable y glorioso». La LBLA lo traduce «gozo inefable y lleno de 
gloria».26 
Al reflexionar sobre este versículo, me asombró que Pedro, al 
escribir a la iglesia, se dirigiera de esta manera a sus lectores. No 
dijo: «Entonces algunos de ustedes, que tienen una espiritualidad 
22 
 
avanzada, han comenzado a experimentar períodos de gran gozo en 
la oración. Espero que el resto de ustedes lo alcancen». No, él dio por 
hecho que experimentar, algunas veces, un gozo abrumador en la 
oración era normal. Estaba convencido de ello. 
Una frase de Murray que resuena en particular es que fuimos 
llamados a un misticismo inteligente. Esto se refiere a un encuentro 
con Dios que implica no solo los afectos del corazón, sino también 
las convicciones de la mente. No fuimos llamados a escoger entre 
una vida cristiana basada en la verdad y la doctrina, y una vida llena 
de poder y experiencia espirituales. Ellas van juntas. No fui llamado 
a abandonar mi teología y a lanzarme en la búsqueda de «algo más», 
de la experiencia. Más bien, tenía que pedirle al Espíritu Santo que 
me ayudara a vivir mi teología. 
Aprendiendo a orar 
Nos hacemos eco de la conmovedora pregunta de Flannery 
O´Connor y decimos: ¿Cómo, entonces, aprendemos a orar? 
En el verano posterior al que fui tratado con éxito del cáncer de 
tiroides, hice cuatro cambios prácticos en mi vida de devoción 
personal. Primero, pasé varios meses leyendo los Salmos y resumí 
cada uno de ellos. Esto me permitió comenzar a orar a través de los 
Salmos con regularidad, pasando por todos ellos varias veces en el 
año.27 Segundo, establecí un tiempo de meditación como una 
disciplina transicional entre mi lectura de la Biblia y mi tiempo de 
oración. Tercero, hice todo lo que podía para orar en la mañana y en 
la noche; no solo en la mañana. Cuarto, comencé a orar con mayor 
expectativa. 
Siempre lleva un tiempo para que los cambios den resultados, pero, 
después de mantener estas prácticas durante dos años, comencé a 
obtener algunos logros. Desde entonces, pese a los altibajos, he 
hallado nueva dulzura en Cristo y nueva amargura también, porque, 
a la luz de la oración enérgica, pude ver mi corazón con más 
claridad. Es decir, tuve más experiencias reposadas de amor al igual 
que más luchas por ver a Dios triunfar sobre el mal, tanto en mi 
corazón como en el mundo. Estas dos vivencias en la oración que 
23 
 
discutimos en la introducción crecieron juntas, como dos árboles 
idénticos. Ahora, entiendo que así es como debe ser. Una estimula a 
la otra. El resultado fue una vitalidad y fortaleza espirituales que no 
había tenido antes, a pesar de ser ministro del evangelio y haber 
predicado por tanto tiempo. El resto del libro es un relato de lo que 
aprendí. 
La oración es, no obstante, un tema en extremo difícil sobre el cual 
escribir. No se debe a que sea un concepto indefinible, sino que, ante 
ella, nos sentimos pequeños e incapaces. Una vez, Lloyd-Jones 
expresó que él nunca había escrito sobre la oración debido a un 
sentimiento de incompetencia en esta área.28 Dudo, sin embargo, 
que alguno de los mejores autores sobre la oración en la historia se 
sintiera más competente que Lloyd-Jones. P. T. Forsyth, escritor 
inglés de principios del siglo XX, expresó mi propio sentimiento y 
aspiración mejor de lo que yo mismo podría hacerlo: 
Es difícil e incluso formidable escribir sobre la oración, y uno 
teme tocar el arca del pacto… Pero quizás también el esfuerzo… 
pueda ser considerado con gracia por Él, quien vive para siempre 
para hacer intercesión como que fuera una oración para saber 
mejor cómo orar. 29 
 
La oración es la única entrada al genuino conocimiento de uno 
mismo. Es además la mejor manera para experimentar un cambio 
profundo, el reordenamiento de nuestros afectos. La oración es 
como Dios nos da muchas de las cosas inimaginables que Él tiene 
para nosotros. Ciertamente, la oración hace que sea seguro para 
Dios darnos muchas de las cosas que más deseamos. Es la manera en 
que conocemos a Dios, y el modo en que, a fin de cuentas, tratamos a 
Dios como Dios. La oración es simplemente la clave para todo lo que 
necesitamos hacer y ser en la vida. 
Debemos aprender a orar. Tenemos que hacerlo. 
 
24 
 
 
DOS 
La grandeza de la oración 
Por eso yo, por mi parte, desde que me enteré de la fe que tienen en 
el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los santos, no 
he dejado de dar gracias por ustedes al recordarlos en mis 
oraciones. Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre 
glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo 
conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del 
corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es 
la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán 
incomparable es
la grandeza de su poder a favor de los que 
creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz. 
Efesios 1:15-19 
La supremacía de la oración 
na rápida comparación de esta oración de Efesios 1 con las 
oraciones de Filipenses 1, Colosenses 1 y Efesios 3 revela que esta 
es la manera habitual en la cual Pablo oraba por aquellos a quienes 
amaba. En el corazón gramatical de la extensa oración de Pablo, hay 
una comprensión sorprendente de la grandeza e importancia de la 
oración. En el versículo 17, escribe: «Pido… para que lo conozcan 
mejor». 
 
Es extraordinario que en todos sus escritos las oraciones de Pablo 
por sus amigos no contienen peticiones por cambios en sus 
circunstancias. La verdad es que ellos vivían en medio de muchos 
peligros y privaciones. Enfrentaron persecución, muerte por 
enfermedad, opresión por parte de fuerzas poderosas y separación 
de los seres queridos. Su existencia fue mucho menos segura que la 
nuestra hoy. Sin embargo, en estas oraciones, no se encuentra ni una 
sola petición por un mejor emperador, por protección contra los 
ejércitos saqueadores o incluso por pan para la próxima comida. 
U 
25 
 
Pablo no ora por los bienes que nosotros solemos colocar al 
principio de nuestra lista de peticiones. 
¿Esto significa que es incorrecto orar por estas cosas? De ninguna 
manera. Como bien lo sabía Pablo, el mismo Jesús nos invita a que 
pidamos por nuestro «pan de cada día» y para que se nos «libere del 
mal». En 1 Timoteo 2, Pablo alienta a sus lectores para que se oren 
para tener paz, por un buen gobierno y por las necesidades del 
mundo. En sus propias oraciones, entonces, Pablo no nos provee de 
un modelo universal para la oración, como tampoco lo hizo Jesús. 
Más bien, en ellas Pablo revela lo que pedía con más frecuencia para 
sus amigos, lo que creía que era lo más importante que Dios podía 
darles. 
¿Qué es lo más importante? Conocerlo mejor a Él. Pablo lo explica 
con colores y detalles. Significa tener «… iluminados los ojos del 
corazón…» (Ef. 1:18). Bíblicamente, el corazón es el centro de 
control de toda la persona. Es el depósito de los compromisos 
básicos, los afectos más profundos y las esperanzas fundamentales 
que controlan nuestros sentimientos, pensamientos y conducta. 
Tener «iluminados los ojos del corazón» con una particular verdad 
significa que ha penetrado e invadido de manera tan profunda que 
cambia a la persona completa. Es decir, podemos saber que Dios es 
santo, pero cuando los ojos del corazón son iluminados en relación 
con esa verdad, entonces no solo conocemos cognitivamente, sino 
que emocionalmente descubrimos que la santidad de Dios es 
maravillosa y bella, y volitivamente evitamos actitudes y conductas 
que le desagradan o lo deshonran. En Efesios 3:18, Pablo indica que 
él quiere que el Espíritu les dé poder para que «puedan 
comprender» todos los beneficios pasados, presentes y futuros que 
recibieron cuando creyeron en Cristo. Sin duda, todos los cristianos 
conocen sobre estos beneficios en sus mentes, pero la oración es 
para algo más, es para tener un sentido más claro de la realidad de la 
presencia de Dios y de la vida compartida con Él. 
Pablo considera este mayor conocimiento de Dios como un asunto 
más crítico a recibir que un cambio en las circunstancias. Sin este 
26 
 
fuerte sentido de la realidad de Dios, las circunstancias buenas 
pueden conducirnos a una confianza excesiva o a la indiferencia 
espiritual. «¿Quién necesita a Dios?», podrían concluir nuestros 
corazones cuando los asuntos parecen estar bajo control. Por otra 
parte, sin este corazón iluminado, las malas circunstancias pueden 
conducirnos al desaliento y la desesperación, porque el amor de 
Dios sería una abstracción y no la presencia infinitamente 
consoladora que debería ser. Por eso, conocer mejor a Dios es lo que 
debemos tener por encima de todo en cualquier circunstancia de la 
vida que debamos enfrentar. 
La mayor preocupación de Pablo, entonces, concierne a la vida de 
oración de los creyentes tanto pública como privada. Cree que el 
bien más preciado es la comunión o compañerismo con Dios. Una 
vida de oración abundante, dinámica, consoladora, ganada con 
esfuerzo es la única que hace posible recibir todos los otros bienes 
correcta y provechosamente. Pablo no considera la oración solo 
como una manera de obtener cosas de parte de Dios, sino también 
como una manera de obtener más de Dios mismo. La oración es 
procurar «… aferrarse a [Dios]…» (Isa. 64:7) del mismo modo que en 
la antigüedad las personas se aferraban al manto de un gran hombre 
cuando recurrían a él o del mismo modo que nosotros abrazamos a 
alguien para demostrarle amor. 
Al orar de esta forma, Pablo estaba dando por sentada la prioridad 
de la vida interior con Dios.30 La mayoría de las personas en estos 
tiempos basa su vida interior en sus circunstancias externas. Su paz 
interior depende de la valoración que hacen otros, de la posición 
social, de la prosperidad y del desempeño en la vida. Los cristianos 
hacen esto tanto como cualquier otra persona. Pablo enseña que, 
para los creyentes, debería ser al contrario. De otro modo seremos 
golpeados por cómo van las cosas en el mundo. Si los cristianos no 
basan sus vidas en el inalterable amor de Dios, entonces tendrán 
que «aceptar como éxito lo que otros garantizan que así es e 
interpretar su felicidad como ellos la plantean, según los estándares 
del mundo. Ellos tiemblan, con razón, ante su destino».31 
27 
 
La integridad de la oración 
Si damos prioridad a la vida exterior, nuestra vida interior será 
sombría y aterradora. No sabremos qué hacer con la soledad. Nos 
sentiremos profundamente incómodos con la introspección y no 
podremos concentrarnos en ningún tipo de reflexión. Peor aún, a 
nuestras vidas les faltará integridad. Exteriormente, tendremos que 
proyectar confianza, salud, y plenitud espiritual y emocional, aunque 
por dentro estemos llenos de inseguridades, ansiedades, 
autocompasión y viejos rencores. Sin embargo, no sabremos cómo 
entrar en los espacios interiores del corazón ni ver con claridad qué 
hay allí y afrontarlo. En pocas palabras, si no le damos prioridad a la 
vida interior, nos convertiremos en unos hipócritas. John Owen, 
teólogo inglés del siglo XVII, advirtió a los ministros populares y 
exitosos: 
Un ministro puede llenar las bancas de su iglesia, la lista de la 
comunión, las bocas de la opinión pública, pero lo que ese 
ministro es de rodillas, en secreto, ante el Dios Todopoderoso, 
eso es y nada más.32 
Para descubrir tu verdadero yo, ponte a reflexionar en qué piensas 
cuando nadie te está viendo, cuando nada te está obligando a pensar 
en algo en particular. En esos momentos, ¿tus pensamientos se 
dirigen hacia Dios? Es posible que quieras que te vean como una 
persona humilde, sin pretensiones, pero ¿tomas la iniciativa de 
confesar tus pecados delante de Dios? 
 
Deseas que los demás te perciban como una persona positiva y 
alegre, pero ¿sueles agradecerle a Dios por todo lo que tienes y 
alabarlo por quien es Él? Quizás hables mucho sobre la «bendición» 
de tu fe y cómo «amas de verdad al Señor», pero, si no oras, ¿es esto 
cierto? Si no tienes gozo, si no eres humilde y fiel delante de Dios, 
entonces lo que quieres aparentar en el exterior no se corresponde 
con quien eres realmente. 
Poco antes de dar a Sus discípulos la oración del Padre Nuestro, 
Jesús ofreció algunas ideas preliminares, incluyendo la siguiente: 
28 
 
«Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les 
encanta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas 
para que la gente los vea… Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en 
tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto…» 
(Mat. 6:5-6). La prueba infalible de la integridad espiritual, afirma 
Jesús, es la vida privada de oración. Muchas personas oran cuando 
se sienten obligadas por las expectativas culturales o sociales, o 
quizás por la ansiedad que les causan las
circunstancias 
perturbadoras. Aquellos que tienen una genuina relación viva con el 
Padre, en cambio, tendrán un deseo interno de orar y por eso orarán 
aunque nada externo los presione a hacerlo. Incluso buscarán orar 
durante los tiempos de aridez espiritual, cuando no haya 
recompensa social o vivencial. 
Dar prioridad a la vida interior no se refiere a una vida 
individualista. Conocer mejor al Dios de la Biblia no es algo que 
puedas lograr tú solo. Exige la comunidad de la iglesia, la 
participación en la adoración como cuerpo así como en el tiempo de 
devoción personal, la instrucción en la Biblia y la meditación en 
silencio. En el meollo de todas las distintas formas para conocer a 
Dios está la oración tanto colectiva como personal. 
Un pastor y amigo, Jack Miller, una vez señaló que podía decir 
mucho sobre la relación de una persona con Dios al escucharla 
cuando oraba. «Se puede saber si un hombre o una mujer tiene de 
verdad una buena relación con Dios» indicaba Miller. Mi primera 
respuesta fue anotar en mi mente que nunca oraría en voz alta 
frente a Jack. He podido comprobar la tesis de Jack. Puedes ser 
florido, sano teológicamente y ferviente en tus oraciones públicas 
sin cultivar una vida abundante y personal de oración. No puedes 
fabricar la marca inequívoca de la realidad que solo viene de hablar 
no hacia Dios, sino con Él. Las profundidades de la oración pública y 
privada crecen juntas. 
La dificultad de la oración 
No se me ocurre nada bueno que además sea fácil. La oración debe 
ser, entonces, una de las cosas más difíciles del mundo. Admitir que 
29 
 
la oración es difícil, sin embargo, puede ser alentador. Si luchas 
mucho con esto, no estás solo. 
The Still Hour, un libro clásico sobre la oración, escrito por Austin 
Phelps, teólogo estadounidense del siglo XIX, comienza con el 
capítulo «La ausencia de Dios en la oración» y el versículo de Job 
23:3, «¡Ah, si supiera yo dónde encontrar a Dios!¡Si pudiera llegar 
adonde él habita!». El libro de Phelps empieza con la premisa de que 
«una consciencia de la ausencia de Dios es uno de los incidentes 
esperados en la vida religiosa. Incluso cuando las formas de 
devoción se observan de manera escrupulosa, el sentido de la 
presencia de Dios, como un Amigo invisible, cuya compañía es un 
gozo, no es en absoluto continuo».33 
Phelps explica las numerosas razones por las cuales hay cierta 
aridez en la oración y cómo salir adelante con ese sentir de la 
irrealidad de Dios. La primera cosa que aprendemos al intentar orar 
es nuestro vacío espiritual, y esta enseñanza es crucial. Estamos tan 
acostumbrados a estar vacíos que no reconocemos la vacuidad como 
tal hasta que comenzamos a tratar de orar. No la sentimos hasta que 
empezamos a leer lo que la Biblia y otros han expresado sobre la 
grandeza y la promesa de la oración. Entonces, finalmente 
comenzamos a sentirnos solos y hambrientos. Es un primer paso 
importante en la comunión con Dios, pero es desorientador. 
 
Cuando nuestra vida de oración por fin comienza a florecer, los 
efectos pueden ser notables. Quizás estés lleno de autocompasión y 
justifiques tu rencor e ira. Entonces te sientas a orar y la 
reorientación que viene delante del rostro de Dios revela, en un 
instante, la mezquindad de tus sentimientos. Todas las excusas para 
autojustificarte caen al suelo hechas pedazos. O quizás hayas sentido 
una gran ansiedad y durante la oración te preguntas por qué estabas 
tan preocupado. Te ríes de ti mismo y le agradeces a Dios por quien 
es Él y por lo que Él ha hecho. Esto puede ser dramático. Es la 
vigorizante claridad de una nueva perspectiva. Con el tiempo, esta 
puede ser la experiencia normal, pero nunca es así como comienza 
30 
 
la vida de oración. Al principio suele dominar el sentimiento de 
miseria y ausencia, pero la mejor guía para esta etapa nos insta a no 
volver atrás, sino a soportar y orar de forma disciplinada, hasta que, 
como lo afirman Packer y Nystrom, pasemos de la obligación al 
deleite. 
Debemos tener cuidado de no malinterpretar estas frases. Las 
épocas de aridez pueden retornar por una diversidad de causas. No 
pasamos un tiempo discreto de aridez hasta que nos abrimos paso 
de forma permanente hacia el gozo y los sentimientos. Más bien, en 
la reorientación vívida de la mente y el sentir general de Dios en el 
corazón se suelen intercalar tiempos de lucha e incluso de ausencia, 
algunas veces en formas sobrecogedoras. De todas formas, la 
búsqueda de Dios mediante la oración con el tiempo da fruto, 
porque Dios nos busca para que lo adoremos (Juan 4:23) y porque la 
oración es inmensamente abundante y maravillosa. 
La centralidad de la oración 
Toda la Biblia es sobre Dios, y es la razón por la cual la práctica de la 
oración permea en sus páginas. La grandeza de la oración no es más 
que una extensión de la grandeza y la gloria de Dios en nuestras 
vidas. La Escritura es un extenso testimonio de esta verdad. 
 
En Génesis vemos a cada uno de los patriarcas, Abraham, Isaac y 
Jacob, orando con familiaridad y franqueza. La oración tenazmente 
insistente de Abraham pidiendo la misericordia de Dios sobre las 
ciudades paganas de Sodoma y Gomorra es extraordinaria (Gén. 
18:23ss.). En Éxodo, la oración fue la manera en que Moisés aseguró 
la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. El don de la oración 
hace grande a Israel: «¿Qué otra nación hay tan grande como la 
nuestra? ¿Qué nación tiene dioses tan cerca de ella como lo está de 
nosotros el Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos?» (Deut. 
4:7).34 
No orar, entonces, no es solo quebrantar una regla religiosa; es no 
tratar a Dios como Dios. Es un pecado contra Su gloria. «En cuanto a 
mí», declaró el profeta Samuel a su pueblo, «que el Señor me libre de 
31 
 
pecar contra Él dejando de orar por ustedes…» (1 Sam. 12:23 
[énfasis mío]).35 El rey David, que compuso gran parte del Salterio, 
el libro de oración dado por Dios, lo llenó con peticiones al Señor 
«porque escuchas la oración…» (Sal. 65:2). Su hijo Salomón edificó el 
templo en Jerusalén y luego lo dedicó con una impresionante 
oración.36 La petición fundamental de Salomón por el templo fue 
que desde allí Dios escuchara las oraciones de Su pueblo; 
ciertamente, la oración culminante fue por el don de la misma 
oración.37 Además de eso, Salomón esperaba que los habitantes de 
otras naciones «… oirán hablar de tu gran nombre… y ore[n] en este 
templo» (1 Rey. 8:42). De nuevo, vemos que la oración es 
simplemente un reconocimiento de la grandeza de Dios. 
El libro de Job en el Antiguo Testamento es en gran parte el registro 
del sufrimiento y dolor de Job, superado con oración. Al final, Dios 
está enojado con los insensibles amigos de Job y les dice que Él se 
abstendrá de castigarlos solo si Job ora por ellos (Job 42:8). La 
oración permeó el ministerio de todos los profetas del Antiguo 
Testamento.38 Pudo haber sido el medio ordinario por el cual la 
Palabra les llegó.39 La preservación y el retorno de los judíos del 
exilio en Babilonia se realizó esencialmente a través de la oración. 
Su exilio comenzó con un llamado a orar por la ciudad y sus vecinos 
paganos (Jer. 29:7). Daniel, casi ejecutado por las autoridades 
babilónicas debido a su insistencia en orar tres veces al día, ora por 
el arrepentimiento de su pueblo, pide por su retorno a la tierra y es 
escuchado.40 Posteriormente, Nehemías reconstruye el muro 
alrededor de Jerusalén con una serie de grandes oraciones unidas a 
un sabio liderazgo.41 
Jesucristo enseñó a Sus discípulos a orar, sanó a personas mediante 
la oración, denunció la corrupción de la adoración en el templo 
(este, Él declaró, debería ser una «casa de oración») e insistió en que 
algunos demonios podían ser expulsados únicamente a través de la 
oración. Solía orar de forma regular con clamor y lágrimas (Heb. 
5:7) y algunas veces, durante toda la noche. El Espíritu Santo vino 
sobre Él y lo ungió mientras oraba (Luc. 3:21-22). Cuando Jesús 
32
enfrentó su mayor crisis, lo hizo con oración. Leemos que oró por 
Sus discípulos y por la iglesia la noche antes de Su muerte (Juan 
17:1-26) y que luego rogó a Dios en Su agonía en el jardín de 
Getsemaní. Por último, murió orando.42 
Justo después de la muerte de su Señor, los discípulos se 
prepararon para el futuro al estar «… [dedicados] a la oración…» 
todos juntos (Hech. 1:14). En todas las reuniones de la iglesia «se 
mantenían firmes… en la oración» (Hech. 2:42; 11:5; 12:5,12). El 
poder del Espíritu desciende sobre los primeros cristianos en 
respuesta a la oración poderosa, y los líderes son seleccionados y 
nombrados solo con oración. Se espera que todos los cristianos 
tengan una vida de oración que sea constante, fiel, dedicada y 
ferviente. En el libro de Hechos, la oración es una de las principales 
señales de que el Espíritu ha venido al corazón mediante la fe en 
Cristo. El Espíritu nos da la seguridad y el deseo de orar a Dios y nos 
permite orar incluso cuando no sabemos qué decir. A los cristianos 
se les enseña que la oración debe permear todas sus vidas y sus días, 
ellos deberían «[orar] sin cesar» (1 Tes. 5:17).43 
La oración es tan grande que, dondequiera que mires en la Biblia, 
allí está. ¿Por qué? Donde sea que Dios esté, también estará la 
oración. Puesto que Dios está en todas partes y es inmensamente 
grande, la oración debe estar presente en todas las áreas de nuestras 
vidas. 
 
La riqueza de la oración 
Una de las mejores descripciones de la oración, aparte de las que 
están en la Biblia, fue escrita por el poeta George Herbert (1593-
1633) en su obra «Prayer (I) [Oración (I)]». El poema es 
extraordinario porque aborda el inmenso tema de la oración en solo 
100 palabras y sin un solo verbo o construcción en prosa en el 
idioma original. Más bien, Herbert nos ofrece unas dos docenas de 
poderosas imágenes. 
En los próximos capítulos, nos esforzaremos por definir la oración, 
pero corremos peligro al hacerlo. Una definición busca reducir las 
33 
 
cosas a su esencia. George Herbert quiere, en cambio, movernos en 
la dirección opuesta. Quiere explorar la riqueza de la oración con 
todos sus infinitos e inmensidades. Lo hace al abrumar nuestras 
facultades analíticas e imaginativas. 
Oración ágape de la iglesia, la edad de los ángeles, 
Aliento de Dios cuando nace el hombre, 
El alma en paráfrasis, corazón en peregrinaje, 
La plomada cristiana que sondea cielo y tierra; 
Torre de asedio contra el Altísimo, torre del pecador, 
Trueno invertido, lanza que a Cristo en el costado hiere, 
El mundo de seis días en una hora transpuesto, 
Una melodía que todas las cosas escuchan y temen; 
Paz y ternura, alegría, amor y éxtasis, 
Maná exaltado, alegría suprema, 
El cielo en lo ordinario, hombre bien vestido, 
La Vía Láctea, el ave del Paraíso; 
Campanas eclesiales oídas allende las estrellas, sangre del alma, 
La tierra de las especias, algo entendido. 
 
La oración es «aliento de Dios cuando nace el hombre». Muchas 
personas que, por lo demás, son escépticas o que no son religiosas 
se asombran de encontrarse a sí mismas orando pese a no creer 
formalmente en Dios. Herbert nos da su explicación para ese 
fenómeno. La palabra hebrea para «espíritu» y «aliento» es la 
misma, y entonces, dice Herbert, hay algo en nosotros que proviene 
de Dios que sabe que no estamos solos en el universo y que no 
fuimos hechos para realizar el viaje solos. La oración es un instinto 
humano natural. 
La oración puede ser «paz y ternura, alegría, amor y éxtasis», el 
profundo descanso del alma que necesitamos. Es «sangre del alma», 
la fuente de la fortaleza y la vitalidad. Mediante la oración en el 
nombre de Jesús y la confianza en Su salvación, nos acercamos como 
un «hombre bien vestido», apropiado espiritualmente para estar en 
la presencia del Rey. Por eso nos podemos sentar con Él en el «ágape 
34 
 
de la iglesia». Los banquetes nunca eran solo para comer, sino 
también una señal y un medio de aceptación y comunión con el 
Anfitrión. La oración es una amistad estimulante. 
La oración también es «una melodía». Pone tu corazón en sintonía 
con Dios. Al cantar, todo el ser participa: el corazón a través de la 
música al igual que la mente a través de las palabras. Es también una 
melodía que otros pueden escuchar además de ti. Cuando tu corazón 
está en sintonía con Dios, tu gozo tiene un efecto sobre aquellos que 
están a tu alrededor. Tú no estás orgulloso, frío, ansioso o aburrido, 
sino que eres generoso, cálido, con una profunda paz y lleno de 
interés. Otros lo notarán. Todos «escuchan y temen». La oración 
cambia a los que te rodean. 
La oración puede ser «la tierra de las especias», un lugar de 
sobrecarga sensorial, de aromas y sabores exóticos, y «la Vía 
Láctea», un lugar de maravillas y prodigios. Cuando eso sucede, la 
oración es verdaderamente de «la edad de los ángeles», una 
experiencia que trasciende la eternidad. Sin embargo, nadie en la 
historia ha encontrado esa «tierra de las especias» rápida o 
fácilmente. La oración es también «el corazón en peregrinaje» y en 
la época de Herbert un peregrino era alguien que emprendía un 
viaje largo, difícil y agotador. Estar en peregrinación significa no 
haber llegado. Hay un anhelo en la oración que nunca es llenado en 
esta vida, y algunas veces las profundas satisfacciones que buscamos 
en la oración parecen escasas. La oración es una travesía. 
Incluso en tiempos de pobreza espiritual, la oración puede servir 
como una especie de maná celestial y reposada «alegría» que nos 
dan fuerzas para seguir, al igual que el maná en el desierto hizo que 
Israel avanzara hacia su esperanza. El maná era simple alimento, en 
especial delicioso, pero difícilmente un banquete. Sin embargo, los 
sustentó de maravilla y fue una clase de pan para el camino que les 
proveyó de resistencia interior. La oración nos ayuda a resistir. 
Una razón para lo arduo es porque la verdadera oración es «el alma 
en paráfrasis». Dios no solo exige nuestras peticiones sino a nosotros 
mismos, y ninguna persona que comienza el viaje arduo y vitalicio de 
35 
 
la oración sabe aún quién es. Nada más que la oración te revelará tu 
verdadero yo, porque solo ante Dios puedes ver y llegar a ser tú 
mismo. Parafrasear algo es captar lo esencial y hacerlo accesible. La 
oración es aprender quién eres delante de Dios y darle tu esencia. 
Significa conocerte a ti mismo al igual que te conoce Dios. 
La oración no es solo calma, paz y compañerismo. También es 
«torre de asedio contra el Altísimo», una frase sorprendente que con 
claridad se refiere a las máquinas de asedio llenas de arqueros que 
se usaban en los días de Herbert para tomar una ciudad. La Biblia 
contiene lamentos, peticiones y súplicas, pues la oración es rebelión 
contra el statu quo del mal en el mundo, pero no es en vano, porque 
son como «campanas eclesiales oídas allende las estrellas» y 
ciertamente son «trueno invertido». El trueno es una expresión del 
asombroso poder de Dios, pero la oración de alguna manera emplea 
ese poder para que nuestras peticiones no sean escuchadas en el 
cielo como un susurro, sino como un crujido, una explosión y un 
estruendo. La oración cambia las cosas. 
No obstante, Herbert también afirma que la oración es la «torre del 
pecador». Un espíritu arrogante no puede usar de manera adecuada 
el poder de la maquinaria de asedio de la oración. La «torre del 
pecador» se refiere a que la dependencia en oración de la gracia de 
Jesús es nuestro único refugio de nuestro propio pecado. No 
podemos acercarnos a la presencia de Dios a menos que 
dependamos del perdón de Cristo y de Su justicia delante de Dios, no 
de nosotros mismos. Ciertamente, la oración es la «lanza que a 
Cristo en el costado hiere». Cuando oramos pidiendo perdón sobre 
la base del sacrificio de Jesús a nuestro favor, la gracia y la 
misericordia fluyen aun cuando de Su costado fluyó agua y sangre. 
La oración es un refugio. 
Aunque la oración es un tipo de artillería que
cambia las 
circunstancias del mundo, su otro objetivo, incluso más importante, 
es cambiar nuestra propia comprensión y actitud hacia esas 
circunstancias. La oración es «una melodía» que transpone «el 
mundo de seis días». Los seis días no aluden al sábat, el día de 
36 
 
adoración, sino a la semana de trabajo de la vida cotidiana. Con todo, 
«una hora» de oración lo transpone todo, como la transposición de 
una pieza musical cambia su clave, tono y timbre. Mediante la 
oración, que trae el cielo a lo ordinario, vemos el mundo de manera 
diferente, incluso en las tareas más insignificantes y triviales. La 
oración nos cambia. 
Así como las líneas de plomada medían las profundidades de las 
aguas bajo las embarcaciones, la oración es una «plomada que 
sondea cielo y tierra». Eso significa que puede sumergirnos por el 
poder del Espíritu en las «… profundidades de Dios» (1 Cor. 2:10). 
Esto incluye la travesía indescriptible por la cual la oración puede 
llevarnos a través de lo ancho, largo, alto y profundo del amor 
salvífico de Cristo por nosotros (Ef. 3:18). La oración nos une con 
Dios mismo. 
¿Cómo termina esta fascinante serie de imágenes? Herbert 
concluye, de manera sorprendente, que la oración es «algo 
entendido». Muchos estudiosos han debatido el aparente anticlímax 
de este gran poema. Parece haber un «abandono de la metáfora… 
[pero] su culminante final».44 Después de todas las imágenes 
excelsas, Herbert pone los pies en la tierra. Mediante la oración 
«algo», no todo, se entiende y las conquistas de la oración son a 
menudo modestas. Pablo afirma que los creyentes en este mundo 
ven las cosas solo «en parte», así como el reflejo en los espejos 
antiguos estaba lleno de distorsiones (1 Cor. 13:12). No obstante, la 
oración despeja de manera gradual nuestra visión. Cuando el 
salmista estaba cayendo en una desesperación mortal, fue a orar al 
«… santuario de Dios; entonces comprendí…» (Sal. 73:17, LBLA). 
La oración es asombro, intimidad, lucha, pero es el camino a la 
realidad. No hay nada más importante, ni más difícil, ni más 
enriquecedor, ni más transformador. No hay absolutamente nada 
tan grande como la oración. 
37 
 
 
PARTE DOS 
ENTENDIENDO LA ORACIÓN 
 
 
38 
 
 
TRES 
¿Qué es la oración? 
¿ 
Qué es la oración? ¿Todas las innumerables formas de oración en 
el mundo son, en esencia, lo mismo? Y si no lo son, ¿cómo 
definimos y reconocemos la verdadera oración? 
Un fenómeno mundial 
Para las grandes religiones monoteístas, el islam, el judaísmo y el 
cristianismo, la oración es un elemento fundamental de lo que 
significa creer. Los musulmanes deben orar cinco veces al día, 
mientras que los judíos tradicionalmente oran tres veces al día. Cada 
grupo de la iglesia cristiana está saturado con distintas tradiciones 
sobre la oración en común, la oración privada y la oración pastoral. 
Sin duda, la oración no está limitada a las religiones monoteístas. 
Los budistas usan ruedas de oración, que lanzan oraciones de 
compasión hacia la atmósfera, para unir lo espiritual con lo natural, 
mitigar el sufrimiento y liberar la bondad.45 Aunque los hindúes 
oran pidiendo ayuda o paz en el mundo a cualesquiera de sus 
muchos dioses, el objetivo final es la unión con el ser supremo, 
Brahman, y escapar de los ciclos de la reencarnación.46 Los pueblos 
de otras culturas, como los beaver (pueblo del castor), tribu india 
del suroeste de Canadá y los pápagos, tribu india del suroeste de 
Estados Unidos, oran mediante el canto. Su poesía y su música 
funcionan como oraciones que unen el ámbito espiritual con el 
físico.47 La oración es uno de los fenómenos más comunes de la 
experiencia humana. 
Incluso la gente que procura no ser religiosa ora en determinados 
momentos. Los estudios han demostrado que en los países 
secularizados, la oración continúa practicándose no solo entre 
aquellos que no tienen una preferencia religiosa, sino incluso entre 
quienes no creen en Dios.48 Un estudio hecho en 2004 halló que 
 
39 
 
cerca de un 30% de personas ateas admiten que oran «algunas 
veces»,49 y otro estudio encontró que el 17% de los no creyentes en 
Dios oran con regularidad.50 La frecuencia de la oración se 
incrementa con la edad, incluso entre aquellos que no regresan a la 
iglesia ni se identifican con alguna fe institucional.51 El erudito 
italiano Giuseppe Giordan resumió: «En casi todos los estudios de la 
sociología sobre la conducta religiosa se deduce con claridad que un 
alto porcentaje de personas declara que ora todos los días, y muchos 
incluso expresan que lo hacen muchas veces al día».52 
¿Esto significa que todos oran? No, no significa eso. Muchos ateos se 
sienten con razón ofendidos por el refrán «no hay ateos en las 
trincheras». Hay personas que no oran siquiera en tiempos de gran 
peligro. Aun así, aunque la oración no es literalmente un fenómeno 
universal, es un fenómeno mundial, que habita en todas las culturas 
e implica a la abrumadora mayoría de las personas en algún 
momento de sus vidas.53 Los esfuerzos que se han hecho para 
encontrar culturas que no tuvieran alguna forma de religión o de 
oración han sido en vano, incluso en las áreas más remotas y 
aisladas. Siempre ha habido algún intento de «comunicación entre el 
ámbito humano y el divino».54 Al parecer hay un instinto humano 
para la oración. Karl Barth, teólogo suizo, lo denomina nuestra 
«enfermedad incurable de Dios».55 
Afirmar que la oración es casi universal no es, sin embargo, afirmar 
que toda oración es lo mismo. La oración presenta una diversidad 
confusa al ojo del observador. Basta con ver los trances religiosos de 
los chamanes nativos americanos; el cántico en los monasterios 
benedictinos; los que practican yoga en las oficinas de Manhattan; 
las oraciones pastorales interminables de los ministros puritanos 
del siglo XVII; el hablar en lenguas en las iglesias pentecostales; los 
musulmanes que participan en el sujud, con la frente, las manos y las 
rodillas en el suelo, en dirección a la Meca; los hasidim que se mecen 
y se inclinan en oración y el sacerdote anglicano que lee del Libro de 
Oración Común.56 Esto nos lleva a la pregunta: ¿En qué sentido todas 
40 
 
estas clases de oración son lo mismo y en qué sentido son 
diferentes? 
Tipos de oración 
Algunos de los primeros teóricos modernos que abordaron el tema 
de la oración fueron Edward B. Taylor (1832-1917); James Frazer 
(1854-1941), autor de The Golden Bough [La rama dorada] y 
Sigmund Freud (1856-1939). Cada uno de ellos usó un modelo 
darwiniano que teorizaba la oración como una forma que los seres 
humanos usan para adaptarse a su ambiente, para controlar las 
fuerzas de la naturaleza. Según esta teoría, la oración comenzó 
cuando la mente colectiva humana era «similar a la mentalidad del 
niño y el neurótico, cuyo rasgo principal es el pensamiento mágico 
infantil».57 
Con el paso del tiempo, la oración evolucionó y alcanzó formas más 
refinadas y contemplativas. No pretendía tanto comunicarse con un 
Dios personal sino mirar hacia adentro y buscar cambios de 
conciencia y paz interior. Según este punto de vista, los ejercicios 
contemplativos de los filósofos griegos eran una mejora respecto a 
los sacrificios y peticiones a Zeus para que lloviera sobre los 
cultivos. Aunque al final, estos teóricos creían que el futuro de la 
oración humana era sombrío. Puesto que la oración nació en medio 
de esfuerzos precientíficos con el propósito de usar la religión y la 
magia para controlar el mundo, ahora que ha surgido la ciencia, la 
oración ya no nos ayuda a adaptarnos a nuestro ambiente. En estas 
condiciones «se marchitará».58 
 
Otro importante pensador que debemos considerar es Carl Jung, 
psicólogo de principios del siglo XX, cuya comprensión de la 
experiencia religiosa también veía la oración más como un volverse 
hacia adentro, que como un extenderse hacia fuera.59 Jung creía, 
como los pensadores orientales, que los individuos humanos eran 
parte de una fuerza vital cósmica.60
Nos movemos hacia la salud y la 
plenitud cuando nos damos cuenta de nuestra unidad con toda la 
realidad y el mundo interconectado.61 Jung señalaba las similitudes 
41 
 
entre este proceso y la experiencia budista zen del satori.62 Los 
seguidores de Jung no alentaban la idea de que uno debería buscar 
el contacto con un Dios personal fuera de uno mismo.63 Era mejor, 
según esta postura, la transformación de la conciencia, el 
conocimiento puro y el sentimiento de unidad con toda la realidad 
que viene con la contemplación espiritual.64 
La oración mística versus la oración profética 
Vale la pena mencionar que en los estudios sobre la religión que 
realizaron Freud y Jung, la contemplación es considerada como una 
clase de oración más elevada y sofisticada que la petición a un ser 
divino personal. Sin embargo, el erudito alemán Friedrich Heiler 
propuso un estudio diferente. Heiler se refirió a la oración «mística» 
enfocada hacia lo interior y la oración «profética» enfocada hacia lo 
exterior, y a diferencia de teóricos anteriores, él consideró a la 
primera como superior. 
Aunque Heiler creía que la oración mística más pura se encontraba 
en las religiones orientales, criticó también algunas formas de 
oración mística cristiana.65 El misticismo, según Heiler, minimiza la 
diferencia entre Dios y la persona que ora, cuyo propósito es «que se 
disuelva la personalidad humana, que desaparezca y sea absorbida 
en la unidad infinita de la Deidad».66 La religión mística, por eso, ve 
la contemplación silenciosa, tranquila y sin palabras como la forma 
más elevada de la oración. Cuando lo logramos, ya no hablamos con 
Dios, sino que somos parte de Dios. Esto lo contrastaba Heiler con 
«el clamor y los gemidos apasionados… la demanda y la súplica», la 
lucha, la oración verbal de la religión profética.67 Con este último 
término, se refería a la clase de oraciones que vemos en la Biblia en 
los escritos de los profetas, y posteriormente, en los apóstoles y el 
mismo Jesús. 
Según la postura de Heiler, las dos clases de oraciones son distintas 
ante todo por su idea de Dios.68 La oración mística, pensaba él, 
enfatiza a Dios como un ser más inmanente que trascendente. Él 
está dentro de nosotros y dentro de todas las cosas. La mejor 
manera, entonces, de conectarte con Dios, es buscar dentro de ti 
42 
 
mismo y sentir tu continuidad con lo Divino. Por ejemplo, el teólogo 
ortodoxo Anthony Bloom, en su famoso libro Beginning to Pray 
[Comenzando a orar], expresa: «Antes que nada, el evangelio nos 
dice que el reino de Dios está dentro de nosotros… Si no podemos 
encontrar a Dios dentro de nosotros, en lo más profundo de nuestro 
ser, nuestras oportunidades de encontrarlo fuera de nosotros son 
muy escasas… Entonces, es hacia dentro que debemos dirigirnos».69 
La oración profética, por el contrario, enfatiza que Dios está fuera de 
nosotros, que nos transciende y está por encima de nosotros, que es 
glorioso y «distinto».70 
Otra gran diferencia entre las dos, según Heiler lo entendía, estaba 
en su comprensión de la gracia. Lo místico, pensaba él, podría 
convertirse en «una cosa… meritoria», un medio por el cual las 
personas intentaban salvar sus propias almas.71 La oración mística a 
menudo conlleva un largo proceso de «purificación», un «fatigoso 
ascenso gradual hasta llegar a nuevas alturas de visión y unión con 
Dios»72, mediante el cual el adorador logra alcanzar un estado de 
puro amor y llega a ser apto y digno de la presencia de Dios.73 
Sin embargo, Heiler percibió tanto en los profetas como en los 
salmistas que la oración no era una forma de purificarse a sí mismos 
para Dios, sino de depender de «la gracia “anticipatoria” de Dios y 
“Sus dones”. La oración no es nuestro descubrimiento, sino que es la 
obra de Dios en el hombre».74 El objetivo de la oración profética no 
es absorción en Dios, sino cercanía con Dios, la cercanía de un niño 
con el padre o de un amigo con otro amigo. La oración mística llega a 
su punto culminante sin palabras y de forma sosegada, mientras que 
la oración profética encuentra su expresión final en palabras de 
alabanza y una explosión de fuertes emociones. Mientras que la 
oración mística tiende a la desaparición de los límites entre uno 
mismo y Dios, la oración profética conduce a un mayor sentido de la 
diferencia entre sí mismo y el Dios majestuoso, un conocimiento del 
pecado. Sin embargo, también muestra la gracia que, a pesar de 
todo, abre el camino hacia la intimidad con Dios. Los místicos creen 
que la oración consiste de etapas sucesivas, que pasa de la petición a 
43 
 
la confesión y por último a la adoración, una contemplación sin 
palabras.75 Ahora bien, la oración profética se niega a ver una de 
estas formas de adoración como más elevada que las otras. Mezcla la 
meditación, la petición y las acciones de gracias, la confesión y la 
adoración, todas juntas. Ciertamente, en la oración profética las 
formas estimulan, profundizan y llevan unas a otras.76 
La oración mística profética 
¿Cuál es el punto de vista acertado sobre la oración? ¿Aquellos que 
defienden el volverse hacia adentro o aquellos que lo rechazan por 
ser demasiado «oriental» y no totalmente bíblico?77 Una respuesta 
es rechazar ambos puntos de vista. Philip y Carol Zaleski, en su libro 
Prayer: A History [La oración: Una historia], critican tanto las teorías 
«evolutivas» como la de Heiler. Afirman que cada planteamiento es 
demasiado negativo sobre algunas formas de oración y por eso 
«excluye un porcentaje importante del repertorio de oración en el 
mundo».78 Preguntan: ¿cómo puede alguien eliminar la mayoría de 
las oraciones de los seres humanos como algo que no tiene validez? 
Aunque reconocen algunas diferencias, se niegan a ver una clase de 
oración como mejor que la otra.79 
El análisis de los Zaleski es informativo, pero al final no le hace 
justicia a las profundas diferencias entre las formas de la oración 
humana. Por ejemplo, no convence su galante esfuerzo al comparar 
los trances de éxtasis del hindú Sri Ramakrishna con el hablar en 
lenguas entre los pentecostales.80 El bhava samadhi (éxtasis 
consciente) del Ramakrishna y el hablar en lenguas comparten la 
similitud externa del gozo emocional, pero buscan cosas contrarias. 
Un monje hindú al describir el samadhi indicó que cuando lo 
alcanzaba «no había ningún Dios, excepto yo mismo». También, los 
Zaleski afirmaban que «los judíos ortodoxos, los cristianos y los 
musulmanes no pueden realmente buscar esta unión y ser piadosos 
al mismo tiempo, porque perder la identidad propia y llegar a ser 
uno con el cosmos es una herejía mortal en sus enseñanzas».81 
Puesto que los objetivos y los dioses son tan diferentes en las 
44 
 
mentes de los que oran, insistir en que todas las formas de oración 
son en esencia lo mismo induce al error. 
Pienso que Heiler es mucho más sabio que los Zaleski en sus 
distinciones y más acertado en su idea básica. Él creía que la oración 
que asumía la personalidad de Dios era mejor que la oración que 
perdía el sentido de comunicación entre las personas.82 Heiler veía 
la oración ante todo como una conversación verbal más que como 
un encuentro místico, sin palabras. Con todo, algunas de las 
distinciones de Heiler son excesivas. Compara la calma y la 
serenidad que se buscan mediante la oración mística con el fuerte 
clamor y la lucha de la oración profética. Sin embargo, algunos de los 
salmos hablan de una serena contemplación de la belleza de Dios 
(Sal. 27:4) o de Su gloria y amor (Sal. 63:1-3). En el Salmo 131:2, 
David habla de un profundo contentamiento espiritual en Dios: «… 
he calmado y aquietado mis ansias. Soy como un niño recién 
amamantado en el regazo de su madre. ¡Mi alma es como un niño 
recién amamantado!». Alguien como Jonathan Edwards, más 
apegado a la tradición «profética» protestante que a la tradición 
mística católica, puede, pese a ello, hablar de ser «vaciado y 
aniquilado» en oración. En su «Personal Narrative [Diario personal]»,
un registro sobre sus experiencias, Edwards escribió: 
Una vez… [año]1737… en divina contemplación y oración, tuve 
una visión, que para mí fue extraordinaria, de la gloria del Hijo de 
Dios, como Mediador entre Dios y los hombres, y de Su gracia y 
amor maravillosos, grandiosos, plenos, puros y dulces, y de Su 
condescendencia mansa y gentil… La persona de Cristo parecía i-
nefablemente excelente, con una excelencia suficientemente 
grande como para absorber todo pensamiento e imagen, la cual 
continuó tanto por lo que recuerdo, por cerca de una hora, que 
me mantuvo la mayor parte del tiempo en un diluvio de lágrimas, 
y sollozando en voz alta. Sentía un anhelo en mi alma de ser, no sé 
cómo expresarlo de otra forma, vaciado y aniquilado; quedar 
postrado en el polvo, y estar lleno únicamente de Cristo; amarlo 
con un amor santo y puro; confiar en Él, vivir para Él, servirlo y 
45 
 
seguirlo; y ser completamente santificado y hecho puro, con una 
pureza divina y celestial.83 
Todo aquel que esté familiarizado con la teología de Edwards sabe 
que él no está hablando de fusionarse con la Deidad ni de una 
disolución panteísta de los límites entre sí mismo y el universo. 
Heiler tiene razón al señalar que los místicos a menudo buscan una 
clase de autosalvación mediante la meditación, y eso no puede estar 
más alejado de la comprensión de Edwards sobre la redención 
mediante la fe y la gracia únicamente. No obstante, su experiencia de 
comunión con Dios parece similar a las muchas experiencias de 
profundo amor y deleite en los registros de los escritores místicos. 
¿Por qué, entonces, Edwards puede hablar sobre la oración a un 
Dios personal, transcendente, con tales alusiones místicas? Porque, 
aunque el Dios de la Biblia no es lo mismo que yo, no está completa 
ni remotamente lejos de mí. Los creyentes cristianos tienen a «Cristo 
en ustedes, la esperanza de gloria» (Col. 1:27) mediante el Espíritu 
Santo. Además, Dios nos ha dado Su Palabra, las Escrituras, y porque 
Dios es divino, la Biblia no es solo un repertorio de información, sino 
un poder espiritual dinámico. Edwards escribió: 
En ese entonces, y en otros momentos, las Santas Escrituras eran 
mi mayor deleite, más que cualquier otro libro. Muchas veces al 
leerlas, cada palabra parecía tocar mi corazón. Alcanzaba una 
armonía entre algo en mi corazón y aquellas dulces y poderosas 
palabras. A menudo veía tanta luz emanando de cada frase y 
recibía un alimento tan refrescante que no podía continuar 
leyendo, muchas veces deteniéndome en una oración, para 
observar las maravillas contenidas en ella; de esta manera casi 
cada oración me parecía estar llena de maravillas.84 
Esto es en extremo místico y ricamente profético, a la vez. Edwards 
no se retrae en sí mismo para tocar el terreno impersonal del ser. 
Está meditando en las palabras de Dios en la Escritura, y la 
experiencia adquirida es una de tranquilidad sin palabras. Esto no es 
el «conocimiento puro» que va más allá de la predicación y el 
pensamiento racional. En realidad, Edwards se siente abrumado por 
46 
 
el poder de las palabras y la realidad a la cual las palabras apuntan. 
Pienso que Heiler tiene razón al respecto; la oración es, en última 
instancia, una respuesta verbal de fe a la Palabra y gracia de un Dios 
transcendente, no un descenso hacia el interior para descubrir que 
somos uno con todas las cosas y con Dios. La oración «profética» de 
Heiler se asemeja más a la comprensión bíblica de la oración que la 
de otros pensadores que hemos examinado. Aunque sus 
advertencias contra el misticismo son cruciales, debemos reconocer 
que la oración también puede conducir con regularidad a un 
encuentro personal con Dios, lo que sin duda puede ser una 
experiencia maravillosa, misteriosa y de sobrecogimiento.85 
Un instinto, un don 
Hemos visto que la oración es un fenómeno mundial y aun así hay 
diferencias genuinas e irreducibles entre las clases de oración. Esto 
nos lleva de nuevo a la pregunta: ¿Cuál es la esencia de la oración? 
¿Cómo podemos definirla de modo que logremos encontrarle 
sentido a su omnipresencia en la vida humana y aún cultivar la 
práctica fiel hacia la oración real? 
 
Desde el punto de vista bíblico, el fenómeno casi universal de la 
oración no resulta sorprendente. Todos los seres humanos estamos 
hechos a la «imagen de Dios» (Gén. 1:26-27). Llevar la imagen de 
Dios significa que estamos diseñados para reflejar a Dios y 
relacionarnos con Él. Es por esto que el reformador del siglo XVI, 
Juan Calvino, escribió sobre un divinitatis sensum, el sentido de la 
Deidad que tienen todos los seres humanos: «… los hombres tienen 
un cierto sentido de la divinidad en sí mismos; y esto, por un 
instinto natural» y, por eso, «la semilla de la religión es sembrada en 
cada persona».86 Otros teólogos también han entendido este 
divinitatis sensum como la razón por la cual la oración se ha 
extendido por toda la raza humana. Romanos 1:19-20 declara que 
podemos mirar el mundo y concluir que algún gran poder lo creó y 
lo sustenta. Una experiencia de debilidad y precariedad pueden 
47 
 
entonces desencadenar este conocimiento primigenio en súplicas 
pidiendo ayuda. 
El teólogo inglés John Owen también pensaba que el impulso 
natural para orar está presente en todas las personas, que es la «ley 
inicial de la naturaleza» y un «reconocimiento natural, necesario y 
fundamental del Ser Divino». Owen agregó que muchas religiones y 
culturas no cristianas han avergonzado a los cristianos frente a la 
diligencia de sus oraciones.87 Jonathan Edwards añadió que «Dios se 
complace algunas veces en contestar las oraciones de los no 
creyentes», no por causa de alguna obligación, sino estrictamente 
por causa de Su «compasión» y «misericordia soberana», al citar los 
ejemplos bíblicos en que Dios escucha las súplicas de los ninivitas en 
Jonás 3 e incluso las del malvado rey Acab (1 Rey. 21:27-28).88 
Con todo esto en consideración, podemos definir la oración como 
una respuesta personal y comunicativa al conocimiento de Dios. 
Todos los seres humanos tienen a su alcance cierto conocimiento de 
Dios. De algún modo, tienen un indeleble sentido de que necesitan 
algo o a alguien que está en un nivel superior y que es infinitamente 
mayor de lo que ellos son. La oración es intentar responder y 
conectarse con ese ser y esa realidad, aun si no es más que pedir 
ayuda al aire. 
Este es, creo, el denominador común de toda la oración humana. 
Ahora bien, debido a que nuestra definición entiende la oración 
como una respuesta al conocimiento de Dios, esto significa que la 
oración depende por completo de la cantidad y la precisión de ese 
conocimiento. Aunque todos pueden tener un divinitatis sensus, 
Calvino observó que todos rehacemos ese sentido de la Deidad para 
que se ajuste a nuestros propios intereses y deseos, a menos que a 
través del Espíritu y la Escritura nuestra perspectiva de Dios sea 
corregida y esclarecida.89 
La oración, entonces, es una respuesta al conocimiento de Dios, 
pero funciona en dos niveles. En un nivel, la oración es un instinto 
humano para pedir ayuda basado en un sentido bastante general y 
borroso de Dios. Es un esfuerzo para comunicarse, pero no puede 
48 
 
ser una conversación real porque el conocimiento de Dios es 
demasiado vago. En otro nivel, la oración puede ser un don 
espiritual. Los cristianos creemos que, mediante la Escritura y el 
poder del Espíritu Santo, nuestra comprensión de Dios puede llegar 
a ser clara. En el momento en que nacemos de nuevo por el Espíritu 
mediante la fe en Cristo (Juan 1:12-13; 3:5), ese Espíritu nos 
muestra que no solo somos los súbditos de Dios, sino también Sus 
hijos, y que podemos conversar con Él como nuestro Padre (Gál. 4:5-
6).90 
El conocimiento de Dios para la oración instintiva viene de forma 
intuitiva y por lo general a través de la naturaleza (Rom. 1:20). Lo 
que conocen los cristianos sobre Dios logra precisión verbal a través 
de las palabras de la Escritura

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