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CHARTIER HISTORIA DE LA LECTURA CARTILLA

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g a n z l 9 l 2
Bajo la dirección de GugÜelrno Cavaüo y Rogcr Chartier
HISTORIA DE LA
g a n z 1 9 1 2
Título original: Histo?ie de la lecture dtins le monde occidental 
© 1997, Editíons Laterza et Editions du Seuíl
© 2001, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
©De esta edición:
Grupo Santillana de Ediciones, S. A., 2001 
Santillana Ediciones Generales, S. L., 2004 
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid 
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• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.
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México, D.F. C. P. 03100
• Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A. 
Calle 80, n." 10-23
Teléfono: 635 12 00 
Santafé d e Bogotá, Colombia
Diseño de cubierta: Pep Carrió y Sonia Sánchez,
Fotografía de cubierta: Enrique Cotarclo 
ISBN: 84-306-0431-6 
Dep. Legal: M-49.078-2004 
Printed in Spain - Impreso en España
Primera edición en esta colección: mayo de 2 001 
Segunda edición: diciembre de 2004
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U 'E K POR LEER; UN PORVENIR PiARA LA L lífriU R A 6 1 5
pronto ni siquiera será editado, al menos enuna cantidad tal 
que responda a un requerimiento masivo.
E l desorden de la lectura
D e cuanto hemos dicho hasta el m om ento parece evi­
dente que en el ámbito de las áreas culturahnente más avan­
zadas (E E U U y Europa) se va abriendo camino un modo de 
lectura de masas que algunos proponen expeditivamente 
que se defina como “posm oderno” y que se configura com o 
“anárquico, egoísta y egocéntrico”, basado en único impe­
rativo: “leo lo que me parece” 22.
C om o ya se ha dicho, esto se ha originado a causa de la 
crisis de las estructuras institucionales e ideológicas que has­
ta ahora habían sustentado el anterior “orden de la lectura”, 
es decir, la escuela com o pedagogía de la lectura dentro de un 
determinado repertorio de textos autoritarios; la Iglesia com o 
divulgadora de la lecu ra orientada hacia finespiadososy mora­
les; y la cultura progresista y dem ocrática que centraba en la 
lectura un valor absoluto para la form ación del ciudadano 
ideal. P ero esto es también el fruto directo de una más poten­
te alfabetización de masas, del acceso al libro de un número 
m ucho más elevado de lectores que el de hace treinta o cin­
cuenta años, de la crisis de oferta de la industria editorial res­
pecto a una demanda caóticamente nueva en términos de gus­
to y en términos numéricos. Todos ellos son elementos que 
se parecen en gran medida a la crisis que ya atravesara la lec­
tura com o hábito social y el libro com o instrumento de este 
hábito durante el siglo XVIII europeo; cuando nuevos lecto­
res de masas plantearon nuevas demandas y la industria edi­
torial no consiguió responder a sus crecientes necesidades más 
que de un modo incierto y con retraso; cuando las tradicio­
nales divisiones entre los libros llamados “populares” y los libros 
de cultura se debilitaron para numerosos lectores burgueses 
y para algunos de los nuevos alfabetizados urbanos.
22 P. Innocenti, “La pratica del leggere", en Quaderni di Bihlioteche oggi, n.° 4, Mi­
lán, 1989, p. 12.
6 1 6 11 ISTORlA IJF LA LECTURA E'\f E LM UN DO OCCIDENTAL
Contrariam ente a lo que sucedía en el pasado, hoy en 
día la lectura ya no es el principal instrumento de culturiza- 
ción que posee el hom bre contem poráneo; ésta ha sido des­
bancada en la cultura de masas por la televisión, cuya difusión 
se ha realizado de un modo rápido y generalizado, en los últi­
mos treinta años. E n Estados Unidos, en 195 5, el 78% de las 
familias tenían un televisor; en 1978 este porcentaje creció al 
95% y en 1985 llegó al 98% . Al mismo tiempo, en la socie­
dad norteamericana disminuía el número de periódicos: en 191O 
había más de 2.500, que descendieron a l.7 5 0 e n 1945 y a 1.676 
en 1985 23. L a situación europea y la japonesa son, desde este 
punto de vista, similares a la estadounidense, aunque no se pre­
sentan con las mismas características. En general, se puede afir­
m ar con seguridad que hoy día en todo el mundo el papel de 
información y de formación de las masas, que durante algu­
nos siglos fue propio de la producción editorial, y, por tanto, 
“para leer”, ha pasado a los medios audiovisuales, es decir, a los 
medios para escuchar y ver, com o su propio nombre indica.
P o r primera vez, pues, el libro y la restante producción 
editorial encuentran que tienen una función con un público, 
real y potencial, que se alimenta de otras experiencias informativas 
y que ha adquirido otros medios de culturización, como los audio­
visuales; que está habituado a leer mensajes en movimiento; que 
en muchos casos escribe y lee mensajes realizados con proce- 
dinúentos electrónicos (ordenador, máquina de vídeo o fax); que, 
además, está acostumbrado a culturizarse a través de procesos 
e instrumentos costosos y muy sofisticados; y a dominarlos, o 
a usarlos, de formas completamente diferentes a las que se uti­
lizan para llevar a caboun proceso normal de lectura. Las nue­
vas prácticas de lectura de los nuevos lectores deben convivir 
con esta auténtica revolución de los comportamientos cultu­
rales de las masas y no pueden dejar de estar influenciados.
23 M. L. de Fleur, “How Massive are Mass-Media?", en Syracuse Scholar, X, 1 (1990), 
pp. 14-34. Sínembargo, ya en 1963 el estudioso inglés Ronald Mortis podía afinnar 
que la lectura había perdido terreno con respecto a la televisión y a otros medios de 
comunicación no escrita y que tal proceso se había acentuado en los últimos diez 
años; vid. R. Morris, Succesrs atl'lUi Fat/are in Learning ío Read, D. McKay (Ed.), Lon­
dres, 1973 (3.‘ ed.), p. 25.
LEER POR LEER: UN PORVENIR P ^ LA LECTURA 6 1 7
Com o es sabido, el uso del mando a distancia del televi­
sor ha proporcionado al espectador la posibilidad de cambiar 
instantáneamente de canal, pasando de una película a un deba­
te, de un concurso a las noticias, de un anuncio publicitario a 
una telenovela, etc., en una vertiginosa sucesión de imágenes 
y episodios. D e un hábito de estas características nacen en el 
desorden no programado del vídeo nuevos espectáculos indi­
viduales realizados con fragm entos no hom ogéneos que se 
superponen entre sí. El telespectador es el único autor de cada 
uno de estos espectáculos, ninguno de los cuales se incluye en 
el cuadro de una cultura orgánica y coherente de la televisión, 
pues, efectivamente, son a la vez actos de dependencia y actos 
de rechazo y constituyen en ambos casos el resultado de situa­
ciones de total desculturización, por una parte y de original 
creación cultural, por otra. E l zapping (nombre angloameri­
cano de esta costumbre) es un instrumento individual de con­
sumo y de creación audiovisual absolutamente nuevo. A través 
del mismo, el consumidor de cultura mediática se ha habituado 
a recibir un mensaje construido con mensajes no hom ogé­
neos y, sobre todo, si se le juzga desde una perspectiva racio­
nal y tradicional, carente de “sentido”; pero se trata de un men­
saje que necesita de un mínimo de atención para que se le siga 
y disfrute y de un máximo de tensión y de participación lúdi- 
ca para ser creado.
Esta práctica mediática, cada vez más difundida, supo­
ne exactamente lo contrario de la lectura entendida en sen­
tido tradicional, lineal y progresiva; mientras que está muy 
cercana a la lectura en diagonal, interrumpida, a veces rápi­
da y a veces lenta, com o es la de los lectores desculturizados. 
P o r otra parte, es verdadque el telespectador creativo es en 
general también capaz de seguir, sin perder el hilo de la his­
toria, los grandes y largos enredos de las telenovelas, que son 
las nuevas compilaciones épicas de nuestro tiempo, síntesis 
enciclopédicas de la vida consumista, cada una de ellas pue­
de corresponder a una novela de mil páginas o a los grandes 
poemas del pasado de doce o más libros cada uno.
E l hábito del zapping y la larga duración de las teleno­
velas han forjado potenciales lectores que no sólo no tienen
6 1 8 HISTORIA DE LA LECTURA EN E L MUNDO OCCIDENTAL
un “canon” ni un “orden de la lectura”, sino que ni siquiera 
han adquirido el respeto, tradicional en el lector de libros, por 
el orden del texto, que tiene un principio y un final y que se 
lee según una secuencia establecida por otros; por otra parte, 
estos lectores son también capaces de seguir una larguísima 
serie de acontecimientos, con tal de que contenga las carac­
terísticas del hiperrealismo mítico, que son propias de la fic­
ción narrativa de tipo “popular”.
Los modos de leer
E l orden tradicional de la lectura consistía (y consiste) 
no sólo en un repertorio único y jerarquizado de textos legi­
bles y “leyendas”, sino también en determinadas liturgias del 
com portam iento de los lectores y del uso de los libros, que 
necesitan ambientes convenientem ente preparados e ins­
trumentos y equipos especiales. E n la milenaria historia de 
la lectura siempre se han contrapuesto las prácticas de utili­
zación del libro rígidas, profesionales y organizadas con las 
prácticas libres, independientes y no reglamentadas. E n Euro­
pa, durante los siglos XIII y XIV, por ejemplo, la lectura de los 
profesionales de la cultura escrita, rodeados de libros, atri­
l es y otros instrumentos, se oponían a las libres experiencias 
de lectura del mundo cortés y a las que carecían de discipli­
na y de reglas del “pueblo” burgués de lengua vulgar.
Mientras ha durado, el orden de la lectura imperante dic­
taba incluso a la civilización contem poránea algunas reglas 
sobre los modos en que debía realizarse la operación de la lec­
tura y los comportamientos de los lectores; esas reglas des­
cienden directamente de las prácticas didácticas de la pedagogía 
moderna y han encontrado una puntual aplicación en la escue­
la burguesa, institucionalizada entre los siglos XIX y XX. Según 
tales reglas, se debe leer sentado manteniendo la espalda rec­
ta, con los brazos apoyados en la mesa, con el libro delante, 
etc.; además, hay que leer con la máxima concentración, sin 
realizar movimiento ni ruido alguno, sin molestar a los demás 
y sin ocupar un espacio excesivo; asimismo, se debe leer de un 
modo ordenado respetando la estructura de las diferentes par-
LEER POR LEER: Ul\' PORVENIR PARA LA LECTURA 6 1 9
tes del texto y pasando las páginas cuidadosamente, sin doblar 
el libro, deteriorarlo ni maltratarlo. Sobre la base de estos prin­
cipios se proyectaron las salas de lectura de las public librarles 
anglosajonas, lugares sagrados para la lectura “de todos”, y 
que en consecuencia resultan prácticamente idénticas a las salas 
de lectura tradicionales de las bibliotecas dedicadas al estu­
dio, al trabajo y a la investigación.
L a lectura, teniendo com o base estos principios y estos 
modelos, es una actividad seria y disciplinada, que exige esfuer­
zo y atención, que se realiza con frecuencia en común, siem­
pre en silencio, según unas rígidas normas del comportamiento; 
los demás modos de leer, cuando lo hacemos a solas, en algún 
lugar de nuestra casa, en total libertad, son conocidos y admi­
tidos como modos secundarios, se toleran de mala gana y se 
consideran potencialmente subversivos, ya que comportan acti­
tudes de escaso respeto hacia los textos que forman parte del 
“canon” y que, por tanto, son dignos de veneración.
Según una investigación llevada a cabo por Piero Inno- 
centi sobre un grupo de lectores italianos completamente alea­
torio, todos ellos de cultura media-alta, los hábitos de lectu­
ra de los italianos, al menos en niveles de edad y clase social 
documentados, son más bien tradicionales. Sobre ochenta 
entrevistados, sólo algunos desean leer al aire libre; doce de 
ellos señalan que prefieren leer sentados ante una mesa o un 
escritorio; y cuatro indican también la biblioteca com o lugar 
de lectura. De todos modos, el espacio favorito es la casa y 
dentro de ella su habitación (el que la tiene), mientras que la 
forma de leer varía entre la cama y el sillón; la mayoría con­
sidera el tren com o un óptimo lugar para la lectura, prácti­
camente equivalente al sillón casero. Sustancialmente se tra­
ta de respuestas que remiten a un código del comportamiento 
que aún está vigente desde los siglos y XX, vinculado a unas
costumbres (con excepción del tren) que se establecieron 
hace algunos siglos en la Europa moderna y que básicamen­
te carece de novedades relevantes 24.
24 IInocenti, La pratka.. ., cit., pp. 219-225.
6 2 0 HISTORIA D E L A L E tcn ;R A EN EL MUNDO OCCIDENTAL
E l convencionalism o y el tradicionalismo de los hábi­
tos de lectura de los entrevistados de esta investigación 
proceden tanto del elevado grado de cultura, com o de la cla­
se social, la edad y del hecho de que se trata de europeos cul- 
turizados. E n este sentido, no es casual que la única joven 
del grupo de menos de veinte años de edad y que sólo tenía 
estudios primarios ha mostrado preferencias y hábitos cla­
ramente opuestos a los de los demás, y entre las maneras de 
leer ha señalado también la de tumbarse en el suelo sobre 
una alfombra 25.
Ya seh a apuntado el hecho de que los jóvenes de menos 
de veinte años de edad representan potencialm ente a un 
público que rechaza cualquier clase de canon y que prefiere 
elegir anárquicamente. E n realidad, rechazan también las reglas 
de comportamiento que todo canon incluye. Com o se ha escri­
to recientemente, “los jóvenes afirman que leen de todo, siem­
pre y en cualquier lugar. E l tebeo tiene esta característica, que 
se adapta a todos los ambientes ...” 26.
La impresión que se tiene cuando se frecuentan los luga­
res de estudios superiores en Estados Unidos y en especial algu­
nas bibliotecas universitarias (si es que una experiencia per­
sonal y casual puede asumir un significado general) es que los 
jóvenes lectores están cambiando, com o en todos los países, 
las reglas del com portam iento de la lectura que hasta ahora 
han condicionado rígidamente este hábito. Y esto se advier­
te enlas bibliotecas, lo cual es aúnmás impo^rtante para el obser­
vador europeo, porque significa que el modelo tradicional ya 
no tiene validez ni siquiera en el lugar de su consagración, que 
en otros tiempos fue triunfal.
¿Cóm o se configura el nuevo modus legendi que repre­
sentan los jóvenes lectores?
Este com porta, sobre todo, una disposición del cuerpo 
totalmente libre e individual, se puede leer estando tumba-
15 Es la n° 6\,ibíd., p. 271.
26 F. Marini-Mariucci, U testo, i/ lettore. Analisi teorico-pratica della comprensione, 
Roma, 1979i p. 49 (tomo la cita de Innocenti, Laprotica..., cit., p. 152).
LEER POR LEER: UN PORVENIR PARA LA LECTURA 6 2 1
do en el suelo, apoyados en una pared, sentados debajo de las 
mesas de estudio, poniendo los pies encim a de la mesa (éste 
es el estereotipo más antiguo y conocido), etc. E n segundo 
lugar, los “nuevos lectores” rechazan casi en su totalidad o los 
utilizan de manera poco común o imprevista los soportes habi­
tuales de 1a operación de la lectura: la mesa, el asiento y el escri­
torio. Pues ellos raramente apoyan en el mueble el libro abier­
to, sino que más bien tienden a usar estos soportes com o apoyo 
para el cuerpo, las piernas y los brazos, con un infinito reper­
torio de interpretaciones diferentes de las situaciones físicas 
de la lectura. Así pues, el nuevo modus legendi comprende asi­
mismo una relación física con el libro intensa y directa, mucho 
más que en los modos tradicionales. El libro está enormemente 
manipulado,lo doblan, lo retuercen, lo transportan de un lado 
a otro, lo hacen suyo por medio de un uso frecuente, prolon­
gado y violento, típico de una relación con el libro que no es 
de lectura y aprendizaje, sino de consumo.
E l nuevo m odo de leer influye en el papel social y en la 
presencia del libro en la sociedad contem poránea, contribu­
yendo a modificarlo con respecto al pasado más próximo, com o 
es fácil constatar si examinamos las modalidades de conser­
vación. Según las reglas de com portam iento tradicionales, el 
libro debía — y debería— ser conservado en un lugar adecuado, 
como la biblioteca, o dentro de ambientes privados en m ue­
bles específicos, com o librerías, estanterías, armarios, etc. Sin 
embargo, actualmente el libro en una casa (incluso ahora tam­
bién en las bibliotecas en donde los materiales de consulta ya 
no son sólo los libros) convive con un gran núm ero de obje­
tos diferentes de información y de formación electrónicos y 
con los abundantes gadgets tecnológicos o puramente sim­
bólicos que decoran los ambientes juveniles y que caracteri­
zan su estilo de vida. E n tre estos objetos el libro es el menos 
caro, el más manipulable (podemos escribir en él, ilustrarlo, etc.) 
y el que más se puede deteriorar. Las modalidades de su con­
servación están en estrecha relación con las de su utilización: 
si éstas son casuales, originales y libres, el libro carecerá de 
un lugar establecido y de una colocación segura. Mientras que 
los libros sean conservados, se encontrarán entre los demás
6 2 2 HISTORIA DE LA LECTURA EN E L MUNDO OCCIDENTAL
objetos y con los otros elementos de un tipo de mobiliario muy 
variado y seguirán su misma suerte que es, en gran medida, 
inexorablemente efímera.
Todo ello termina por tener a su vez algún reflejo en los 
hábitos de lectura, en el sentido de que la breve conservación 
y la ausencia de una colocación concreta y, por tanto, de una 
localización segura, hacen difícil, incluso imposible una ope­
ración que se repetía en el pasado: la de la relectura de una 
obra ya leída, y que derivaba estrechamente de una concep­
ción del libro com o un texto para reflexionar, aprender, res­
petar y recordar; muy diferente al concepto actual del libro 
corno puro y simple objeto de uso instantáneo, para consu­
m ir, perder o inclusive tirarlo en cuanto se ha leído.
H ace ya algún tiempo HansM agnus Enzensberger, des­
pués de haber afirmado perentoriamente que “la lectura es un 
acto anárquico”, reivindicaba la absoluta libertad del lector, con­
tra el autoritarismo de la tradición crítico-interpretativa:
El lector tiene siempre razón y nadie le puede arrebatar la liber­
tad de hacer de un texto el uso que quiera;
y continúa:
Forma parte de esta 1 ibertad hojear el libro por cualquier par­
te, saltarse pasajes completos, leer las frases al revés, alterarlas, ree­
laborarlas, continuar entrelazándolas y mejorándolas con todas las 
posibles asociaciones, recavar del texto conclusiones que el texto 
ignora, enfadarse y alegrarse con él, olvidarlo, plagiarlo, y, en un 
momento dado, tirar el libro en cualquier rincón 27.
Ausencia de cánones y nuevos cánones
La situación en la que nos encontramos actualmente pare­
ce, pues, que se caracteriza por fuertes síntomas de disolu­
27 H. M. Enzensberger, “Un:.i modesta proposta per difendere la giovenru dalle 
opere di poesia”, en Sulla piccola borghesia. Un capriccio ŝociologico" seguito da a/tri 
saggi Milán, 1983, pp. 16-26; las citas son de la p. 20.
LEER POR LEER; VN POR\'ENIR I.A LEC l'URA 6 2 3
ción del “orden de la lectura” propio de la cultura escrita- occi­
dental, tanto en lo concerniente ai repertorio com o en lo que 
se refiere a los hábitos de utilización y de conservación. A ello 
contribuye intensamente un sistema productivo que se com ­
porta de un m odo irracional, que tiende a recoger el máxi­
m o provecho en el m ínim o tiempo, sin prestar atención a las 
perspectivas futuras; mientras que la coexistencia de los libros 
(y otros materiales editados) con los elementos audiovisua­
les margina a los prim eros, que se debilitan por su sustancial 
incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos y a los hábi­
tos de utilización, y los métodos de aprendizaje cada vez tien­
den más a prescindir del escrito tradicional. U n aspecto com ­
plementario de este fenómeno es el nacimiento de esas nuevas 
prácticas de lectura que ya se han analizado y que se encar­
nan en la figura del “lector anárquico”, hasta ahora repres en- 
tado sobre todo por los jóvenes, pero que está destinado a mul­
tiplicarse y, probablemente, a llegar a ser el modelo prevalente 
del futuro próximo.
A este nuevo lector y a sus innovadoras prácticas de lec­
tura corresponde de alguna form a, en e1 ám bito del ciclo 
productivo del libro, o tra figura anóm ala y potencialm en­
te “anárquica”: la del escritor de consumo, que escribe textos 
de seudoJiteratura, que reescribe textos de otros autores, que 
redacta novelas rosas o novelas negras, o recoge y transcribe 
noticias de periódicos; con frecuencia esta clase de escritor está 
condenado al anonimato y excluido de las redacciones de los 
periódicos. Se trata de un fenómeno que no es nuevo enla lar­
ga historia de la cultura escrita occidental, que ha aparecido 
en todos los m om entos de crisis de la producción, de eleva­
do crecimiento de público y de variedad en la demanda del pro­
ducto, como por ej emplo en la Francia de la segunda mitad del 
siglo XVIII, en vísperas de la Revolución 28. En las distintas 
fases de su historia esta ambigua figura ha asumido con fre­
cuencia un papel activo de protesta contra el sistema cultural
28 Vid R. Chartier, Les originescdtwrellesde la Revo/wí/onfranfotív, París, 1990, pp. 73­
80,98-102.
6 2 4 HISTORIA DE u , LECTURA EN E L MUNDO OCCJDKNITAL
(y político) vigente, del mismo modo en que podría suceder, 
y en parte ha sucedido, con su análogo: el lector “anárquico”.
Todo cuanto se ha expuesto hasta el m omento es válido 
sobre todo, si no exclusivamente, para el muno occidental avan­
zado, que, además de Europa, incluye a E E U U , la URSS (al 
menos hasta 1 989), Japón y algunas otras áreas diseminadas; 
no es válido para otras fuertes tradiciones culturales que aún 
se identifican profundamente con sus específicos “cánones” 
textuales y poseen sus propias liturgias de lectura; en primer 
lugar, para el mundo islámico, que tiene un rico patrimonio 
de amplia cultura escrita al cual no parece dispuesto a renun­
ciar ni siquiera con vistas a un dificultoso proceso de occi- 
dentalización del consumo; y tam poco para el universo chi­
no, aún cerrado desde el punto de vista cultural con respecto 
a una tradición muy compacta y dogmática, aunque riquísi­
ma en cuanto a producción escrita de desiguales niveles.
El hecho de que el m undo esté dividido en áreas cultu­
rales notablemente diferentes entre sí, también en el campo 
de la producción y del uso de la cultura escrita, no es, natu­
ralmente, una novedad, pues así ha sido siempre y cabe decir 
que las diferencias entre la producción escrita y las prácticas 
de lectura entre las diferentes áreas eran en el pasado más leja­
no y en el próximo mucho más pronunciadas de lo que lo son 
en estos momentos. Sin embargo, exactamente por esto el pro­
blema de un devenir unívoco o múltiple de la lectura se plan­
tea con urgencia en este final de siglo en el que en el ámbito 
de la cultura mediática las tendencias a los monopolios y a la 
desaparición de las diferencias, del mercado y de los productos, 
se hacen cada vez más claras.
Endefinitiva, porlo que podemos prever parece que, por 
una parte, desde una perspectiva general, el debilitamiento del 
canon occidental ysu mezcla con otros repertorios, en situa­
ciones de conflicto y de pluralidad de razas , y por otra par­
te, desde una perspectiva individual, encontram os la conso­
lidación de prácticas “anárquicas” que están convirtiendo a 
la lectura en un fenómeno fragmentado y diseminado y abso- 
lu^mente carentede reglas, excepto a nivel personal o de peque­
ños grupos. Completamente opuesto, pues, a lo que sucede con
L.LU.R POR LEER'. l!N PORVENIR PARA l.A LECTURA 6 2 5
los medios de comunicación electrónicos y en especial con la 
televisión, cuyo “canon” de programas tiende rápidamente a 
uniformarse a nivel m undial y a homologar al público de cual­
quier tradición cultura] a la que pertenezca. Aunque la bata- 
11a del zapping com ienza a constituir un factor de anárquico 
desorden individual dentro del férreo “orden del vídeo”.
Realmente puede parecer erróneo (aunque tal vez inevi­
table) preguntarse en este m om ento si el p orvenir de la lec­
tura tal como la hemos planteado aquí, hecha de prácticas 
individuales, elecciones personales y de rechazo de reglas y 
jerarquías, de caos productivo y de consumo salvaje, de métis- 
sages de repertorios diferentes, de niveles de producción dife­
rentes pero paralelos, puede ser considerado o no como un fenó­
meno positivo. E n realidad, éste parece configurarse com o un 
fenómeno difundido y complejo, destinado a consolidarse y 
a afirmarse en una o dos décadas, coincidiendo con el paso 
del segundo al tercer milenio. Sólo dentro de cincuenta o cien 
años podremos saber a dónde nos ha conducido y si lo desea­
mos, em itirem os una opinión. P o r ahora, no, es demasiado 
prematuro.

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