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JHON JAIRO JÁCOME RAMÍREZ 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA IDEA DE DIOS EN JEAN-JACQUES ROUSSEAU 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA 
FACULTAD DE FILOSOFÍA 
2014 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
JHON JAIRO JÁCOME RAMÍREZ 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA IDEA DE DIOS EN JEAN-JACQUES ROUSSEAU 
 
 
 
Trabajo de grado presentado por Jhon Jairo Jácome Ramírez bajo 
la dirección de la profesora María Cristina Conforti Rojas como 
requisito parcial para optar al título de Licenciado en Filosofía. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA 
FACULTAD DE FILOSOFÍA 
2014 
 
 
 
Agradecimientos 
 
 
A Dios, por hacerme sentir que siempre está ahí a pesar de mis olvidos. 
A mi mamá, porque su amor es la fuerza que me ha sostenido toda la vida. 
A Cristina Conforti, por su paciencia durante la construcción de este trabajo. 
A las víctimas que he conocido a lo largo de mi trabajo como periodista y que me han 
enseñado que, a pesar de las adversidades, siempre vale la pena intentarlo una vez más. 
 
 
 
CONTENIDO 
Pág. 
INTRODUCCIÓN 7 
1. DIOS EN LOS ESCRITOS PREVIOS A LA PROFESIÓN DE FE DEL 
VICARIO SABOYANO 12 
1.1 ¿Calvinista o católico? Al fin, un mismo Dios 12 
1.2. Primer registro escrito del joven Rousseau acerca de Dios en el fragmento 
“Sobre Dios” 17 
1.3. Rousseau, el escritor piadoso 20 
1.4. Rousseau, el escritor famoso 29 
1.5 Rousseau, conciencia crítica de su tiempo 31 
1.5.1. La tarea inconclusa de la filosofía 37 
1.5.2. Cristo: la manifestación de la verdad 42 
1.6. El desastre de Lisboa, ¿por qué existe el mal? 46 
1.6.1. El contenido del Poema sobre el desastre de Lisboa 48 
1.6.2. Carta de Rousseau a Voltaire sobre la Providencia 52 
2. DIOS EN LA PROFESIÓN DE FE DEL VICARIO SABOYANO 65 
2.1 Contexto en el que nace la Profesión de fe del vicario saboyano 65 
2.2. ¿Quién habla y quién escucha? 68 
2.2.1.El corazón del joven y el corazón del vicarioal momento de encontrarse 69 
2.2.2. El ofrecimiento del vicario 72 
2.3. El camino de la dicha humana: desde fuera, hacia dentro de sí mismo 76 
2.4. ¡Conciencia: sin ti no siento nada en mí que me eleve por encima de los 
animales! 78 
 
 
2.5. El Dios del vicario saboyano:la evolución del pensamiento religioso de 
Rousseau. 85 
2.5.1.Como si Dios y mi alma fueran de igual naturaleza 88 
2.5.2.¿Dónde buscar las reglas que guiarán la vida humana? 91 
2.6. Conciencia, ¿a qué me mueves? 93 
2.7. Si sigo lo que mi conciencia me dicta, ¿necesito a Dios? 95 
2.7.1. Ni profecías, ni milagros ni libros revelados 98 
2.8. El Dios del entendimiento 101 
3. CONCLUSIÓN 105 
BIBLIOGRAFÍA 110 
ANEXOS 112 
 
 
LISTA DE ANEXOS 
Pág. 
Anexo A. Carta de autorización de los autores 112 
Anexo B. Descripción de la tesis o trabajo de grado 114 
Anexo C. Carta de presentación de la tesis 116 
Anexo D. Calificación del trabajo 117 
 
 
 
 
 
7
INTRODUCCIÓN 
 
Es mi interés en el presente trabajo abordar la reflexión filosófica de Jean Jacques Rousseau 
acerca del problema de Dios. Es innegable el aporte de Rousseau a la reflexión filosófica; 
obras como el Emilio, El contrato social, El discurso sobre el origen de la desigualdad 
entre los hombres, entre otros,son un testimonio de la agudeza filosófica de este pensador y 
de su interés por temas fundamentales de la vida humana en los campos de la educación, la 
ética y la política. Mi acercamiento a Rousseau se dio precisamente a través de sus obras 
más conocidas durante mis estudios en la Facultad de Filosofía, tiempo durante el cual, a 
nivel personal, estaba en la búsqueda de una concepción de Dios cercana al campo práctico 
de la vida, sin desconocer con ello la importancia de la reflexión en torno a la idea de Dios 
que proporciona la metafísica o la epistemología, que tuve la oportunidad de conocer 
durante mis estudios. Esta búsqueda vio sus primeras luces al encontrarme con el texto de 
La profesión de fe del vicario saboyano durante la lectura delEmilio en un seminario de 
Rousseau que hacía parte del componente pedagógico del programa de la Licenciatura en 
Filosofía.A partir de este encuentro, me interesé por ahondar en la concepción particular de 
este autor sobre Dios, pues intuía que su estudio me permitiría establecer un puente entre la 
idea de Dios y la vida práctica. 
 
En este proceso de acercamiento e investigación sobre la idea de Dios en la obra de 
Rousseau, a través de la lectura de sus obras y comentaristas, me encontré con que 
generalmente se ha tomado a este filósofo como un gran pensador de la educación, la 
política y la ética, pero pocas veces encontré referencias a él como un pensador religioso. 
Parece ser que en el ámbito académico este aspecto de su pensamiento se ha visto relegado 
a un nivel secundario, desconociendo en cierta parte, la importancia que tiene este capítulo 
en la obra de Rousseau. 
 
 
 
8
Antonio Pintor-Ramos, en su texto sobre El deísmo religioso de Rousseau1, afirma que el 
hecho de que este aspecto del pensamiento del escritor ginebrino sea tan olvidado en los 
estudios que sobre él mismo se hacen se debe esencialmente a lo que él llama un acrítico 
anacronismo. 
 
Anacronismo, en primer lugar, porque es manifiesto que para su autor este punto tenía la 
mayor importancia y, (…) en pocos temas desplegó un esfuerzo tan amplio, tan sostenido y 
tan riguroso; ello no por ninguna veleidad o circunstancia coyuntural, sino porque lo 
consideraba un punto clave de su pensamiento y su amputación precipitaría el 
desmoronamiento de todo el edificio. Por tanto, aquellos autores que intentan reconstruir el 
pensamiento rusoniano cercenándole el “lastre” de la religión están en su legítimo derecho, 
con la única condición de que no reclamen en tal empeño una fidelidad al ginebrino2. 
 
Además, es también un anacronismo interesado, pues los historiadores que tomaron la obra 
de Rousseau años más tarde de su muerte, cuando corría el período de La Ilustración, 
adecuaron el pensamiento de nuestro autor a sus intereses y lo colocaron al servicio de sus 
propias convicciones personales. Ello produjo una “acrítica selección del material histórico 
considerado como significativo componiendo así una línea esquemática y simplista que no 
responde a la complejidad real de los hechos”3. El interés de Rousseau en torno a la idea de 
Dios y una religión natural versus una religión revelada e institucionalizada lo marcó como 
un “progresista” de su época, como un pensador “incendiario”. El porqué de la exclusión de 
esta parte de su pensamiento, se lo dejamos a los que así quisieron que no se conociera a 
Rousseau como “progresista”. Sin embargo, sea cualfuera el motivo de esta omisión, no es 
conveniente privarnos de esta parte fundamental del pensamiento de Rousseau que como se 
expondrá en las páginas siguientes, está ampliamente cargado de contenido religioso. 
 
                                                            
1 PINTOR-RAMOS, Antonio, El deísmo religioso de Rousseau, Universidad Pontificia Salamanca, 
Salamanca, 1982. 
2Ibíd, pp. 13 – 14. 
3Ibíd, p. 14. 
 
 
9
Precisamente este carácter “progresista” e “incendiario”, llevó a Rousseau a ser 
considerado en su momento como una persona antirreligiosa y fue utilizado como punto de 
apoyo para distintos intentos de reforma. Pero aquí antirreligioso no debe ser tomado como 
ateo, sino como anti-dogmático, como no seguidor de una corriente de pensamiento y 
creencia que por gozar de siglos de institucionalidad pretendía inmiscuirse en todos los 
ámbitos de la vida humana. Palabras más exactas, la lucha de Rousseau no era por excluir a 
Dios de la vida humana, sino por otorgarle un espacio más preciso y más acorde con su 
naturaleza dentro de la misma. En este sentido, las primeras páginas del presente trabajo 
están consagradas a mostrar la faceta creyente de Rousseau y al análisis de su vinculación 
con la institución religiosasea católica o calvinista. De esta manera empezaré a trazar el 
camino de un Rousseau que creía en la existencia de un Dios, Dios que más adelante 
tomará forma en este trabajo a lo largo del análisis y el estudio de los textos donde nuestro 
autor plasmó su inquietud con relación a este tema. 
 
Pues bien, rescatar el ejercicio de reflexión filosófica de este autor que lo vincula con el 
sentir religioso tras el cual habita la idea de Dios y rastrear la manera en que esta misma 
idea se va configurando a través de los años y de los textos, es la intención que se verá 
plasmada a lo largo de este trabajo. La apuesta por saber cómo se esclarece y toma forma 
definitiva la idea de Dios en Rousseau desde sus primeros escritos hasta su obra culmen, la 
Profesión de fe del vicario saboyano, en la que deja sentada definitivamente su postura 
sobre este tema, será el horizonte a seguir en esta reflexión. 
 
Cuando se trata deprofundizar en el pensamiento de un filósofo, es necesario, en primera 
instancia, delimitar los textos del autor que se van a considerar. No es mi intención en este 
trabajo hacer un comentario a las Obras Completas de Jean Jacques Rousseau, pero sí creo 
conveniente para esta investigación, hacer una breve observación de los textos que de 
manera directa voy a tratar, ya que es en ellos donde se puede apreciar de manera clara la 
forma como Dios, en el pensamiento de Rousseau, se va configurando a través de los años 
y de la madurez de su pensamiento. 
 
 
10
 
Ahora bien, para la observación inicial que haré de los textos que voy a emplear en este 
trabajo, seguiré al autor Antonio Pintor-Ramos4, quien divide la producción de Rousseau 
en cuatro grandes grupos de obras donde se hallan las que me atañen directamente, a 
ber5: 
ovela de gran relevancia en 
gica, absteniéndose de anteponer su subjetividad, 
ousseau 
clarar 
apartes de su pensamiento que no eran del todo claros en los textos originales. 
                                                           
sa
 
1. En el primer grupo encontramos los escritos de creación literaria, que 
consisten básicamente en ballets, piezas teatrales y una n
el mundo literario de su época: Julia o La Nueva Eloísa. 
2. El segundo grupo, donde el autor propone de manera abierta una temática a 
tratar y lo hace con consistencia ló
son los llamados escritos teóricos. 
3. El tercer grupo es donde el autor nos brinda sus escritos autobiográficos, que 
son básicamente escritos realizados entre 1770 y 1778 y que muestran a un R
ya bastante entrado en años y que se encuentra en el ocaso de su existencia. 
4. Finalmente, tenemos los textos polémicos, entre los cuales encontramos la 
defensa que hace el propio Rousseau de sus escritos a algunos de los lectores de sus 
obras, entre las cuales encontramos el Discurso sobre las ciencias y las 
artes,Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, El Emilio y El 
Contrato Social. Las respuestas a las inquietudes que sobre los mismos tuvo que dar 
por la polémica suscitada encierran un claro aporte a los textos mencionados y 
constituyen a su vez una contribución novedosa a los mismos que ayuda a a
 
En estos cuatro grupos, sin que se pretenda hacer de ellos un sistema dogmático, podemos 
encontrar inmersos los escritos de Rousseau. Se podría añadir un grupo más, que consiste 
 
4ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, Introducción, traducción y notas: Antonio Pintor-Ramos, 
Ediciones Paulinas, Madrid, 1978, pp., 8 – 14.  
5Cfr. Ibíd, pp. 8 - 14.  
 
 
11
en su extensa correspondencia, no obstante, una vez estando en ella, se puede ver que 
clasifica dentro de alguno de los grupos aquí mencionados. Por esta razón creo que en la 
medida en que era necesaria para reafirmar algunas de sus propuestas, Rousseau recurría a 
este género epistolar con el fin de ahondar aún más en la temática tratada en alguno de sus 
textos, pero ya no de manera abierta al público, sino de manera personal, es decir, 
spondiendo de forma directa a su interlocutor. 
medida en que el trabajo me lo vaya exigiendo, me remitiré a 
tros textos de Rousseau. 
 
 
 
                                                           
re
 
El problema de Dios en Rousseau y la forma como se va configurando esta idea en el 
pensamiento del autor ginebrino, eje central de este trabajo, se encuentra básicamente 
consignado en sus Escritos Religiosos6, en su texto Julia o La Nueva Eloísa7, en el que 
Rousseau empieza a vislumbrar la idea de Dios que logra de forma más madura en la 
Profesión de fe del vicario saboyano8, y finalmente, en la colección de textos conocidos 
como sus Escritos polémicos9. Aunque en estos escritos se expone de manera clara el 
problema que quiero tratar, con ello no afirmo que me supedito estrictamente a su 
contenido, sino que en la 
o
 
 
 
 
 
6Ibíd.  
7ROUSSEAU, Jean Jacques, Julia o La Nueva Eloísa, Traducción de Pilar Ruíz Ortega, Ediciones Akal, 
Madrid, 2007. 
8ROUSSEAU, Jean Jacques, Emilio, o De la educación, Prólogo, traducción y notas de Mauro Armiño, 
Alianza Editorial, Madrid, 2002. 
9ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos polémicos, Estudio preliminar de José Rubio Carracedo, Traducción de 
Quintín Calle Carabias, Editorial Tecnos, Madrid, 1994. 
 
 
12
 
 
1. DIOS EN LOS ESCRITOS PREV OFESIÓN DE FE DEL VICARIO 
SABOYANO 
cer una 
x
 
Schopenhauer, Crítica de la filosofía kantiana. 
 
 
.1 ¿Calvinista o católico? Al fin, un mismo Dios 
spectos significativos de la relación 
el joven Rousseau con el clima religioso de su época. 
IOS A LA PR
 
 
Es mucho más fácil señalar las faltas y errores en 
a obra de una gran inteligencia que hal
e posición precisa y completa de su valía. 
 
1
 
Desde su más temprana edad, el problema de Dios y de la religión ocupó una posición 
privilegiada en las reflexiones de Rousseau. Esta situación puede considerarse apenas 
natural dado el contexto religioso en el que se desenvolvió el pensamiento de nuestro autor, 
sin embargo, como lo expondré a continuación, el tema de Dios, se presenta de entrada 
como un asunto vital que lo lleva a declararse a sí mismo como creyente.En este sentido, es 
conveniente iniciar este recorrido presentando algunos a
d
 
En mayo de 1535 la ciudad de Ginebra, donde vivían los antepasados de Rousseau, se 
adhiere totalmente al “culto nuevo”, es decir, da inicio a la Reforma Ginebrina y se apodera 
de las iglesias que hasta entonces habían pertenecido al clero “papista” y las da a los 
“nuevos predicadores”; se apodera de las escuelas, declara obligatoria la asistencia a los 
sermones de los reformistas y mediante edictos, so pena de prisión, confiscación, destierro 
y muerte a los opositores, anuncia una nueva fe en Dios. El pueblo ginebrino, reunido en 
 
 
13
consejo general, “promete y jura a Dios, levantando las manos al aire, abandonar todas las 
misas y otras ceremonias y abusos papales, imágenes e ídolos…”10. Calvino, considerado 
un todopoderoso en Ginebra, daba inicio así a su nuevo culto y se convertía en amo y señor 
de todos los ámbitos de la vida de sus conciudadanos y perseguía a los opositores de su fe, 
 cual, creía, nunca era bastante rigurosa. 
 
objeción que se le hiciere, era siempre una obra de Satán, un crimen digno del fuego?”11 
nte terminaron viciadas y 
ontaminadas con todo aquello mismo que decían combatir. 
emisarios, adaptada en cada pueblo según su idiosincrasia, terminó convirtiéndose a su vez 
                                                           
la
 
En palabras del mismo Rousseau podemos dar fe de la situación que para esta fecha se 
imponía, “¿qué hombre ha sido más contundente, más imperioso, más decisivo, más 
divinamente infalible, a su antojo, que Calvino, para quien la menor oposición, la menor
 
Es en este contexto en el que Rousseau nace, un contexto cargado de ferviente anti 
catolicismo, donde el poder que la Iglesia y sus sacerdotes ejercíanhabíallegado a un grado 
tal de corrupción,quevendían el perdón y las indulgencias por una suma de dinero tasada 
según el delito. Lutero, consciente de esta situación y crítico acérrimo de ella misma,es 
quien da inicio a esta nueva fe que rápidamente se propagó por Europa, encontrando en 
ciudades como Ginebra y en personajes como Calvino, una fuente infinita donde beber y 
donde anclar sus propuestas. Propuestas que rápidame
c
 
La protesta de Lutero contra el papado y sus emisarios era justa en un principio. Él mismo 
se alzó como el redentor de un pueblo que yacía oprimido bajo el yugo de una tiranía 
religiosa que se vendía al mejor postor y que a cambio de unas cuantas monedas podía 
redimir el peor pecado. Se alzó como el campeón de la dignidad humana y la moral. Pero 
poco duró su bondad. Más pronto de lo pensado, su propuesta de reforma junto con sus 
 
10DIDE, Augusto, Juan Jacobo Rousseau (El protestantismo y la revolución francesa), Traducción de José 
Prat, F. Sempere y Compañía, Editores, Valencia, 1909, p. 6. 
11Ibíd, p. 7. 
 
 
14
en cortesana de los príncipes y creando una institución eclesiástica más opresiva y más 
incoherente que el despotismo de la vieja Iglesia. 
 
Calvino, inmerso en este espíritu de confusión, escribía al regente de Inglaterra 
predicándole la matanza y el exterminio de los amotinados y de los supersticiosos de Roma: 
 
Por lo que comprendo, monseñor, tenéis dos especies de amotinados que se han levantado 
contra el rey y el estado del reino; unos son gentes fantásticas que so pretexto del Evangelio 
quisieran confusionarlo todo; los otros son gentes obstinadas en las supersticiones del 
Anticristo de Roma. Todos juntos merecen ser reprimidos por la espada que se ha puesto en 
vuestras manos, visto que atacan no solamente al rey, sino a Dios que le sentó en la silla real 
y os ha confiado la protección tanto de su persona como de su majestad12. 
 
Incitaba, como se puede apreciar, al uso de la espada para reprimir las revueltas que se 
alzaban en contra de la Reforma. Se amparaba en la biblia, al igual que Lutero, para dar 
muerte y destrucción a todos aquellos que no se adherían a su propuesta. El protestantismo, 
queda de esta manera, no como la emancipación del espíritu humano y el triunfo del libre 
pensamiento, sino como “una empresa del todo diferente y hasta contraria; es la 
vulgarización de la Biblia, hasta entonces reservada a los doctores y a los sacerdotes. Es la 
obligación de someterse a un libro que a priori se proclama divino y del que se hace el 
regulador de los destinos humanos. Jamás hubo en la historia de las ideas paradoja tan 
extraña, y so pretexto de libertad, conclusión más liberal y más loca”13. 
 
Rousseau, al igual que los ciudadanos de su natal Ginebra, fue obligado, por ley, a escuchar 
las predicaciones y los sermones de los pastores protestantes hasta la edad de dieciséis 
años. Es a esta edad cuando,al volver a la ciudad y encontrar las puertas cerradas, decide 
abandonarla para iniciar una vida de vagabundo y mendigo. Escasos siete días después lo 
encontramos tocando las puertas de la casa de Madame de Warens. Ella, una señora de la 
                                                            
12Ibíd, pp. 20-21.  
13Ibíd, p. 15. 
 
 
15
alta sociedad, católica, apostólica y romana, no ve en la creencia de Rousseau un aliciente 
para poderlo favorecer con su ayuda. Pero esto no es problema para nuestro autor, quien 
“abjuró los errores de la secta el día 21 (de abril de 1728), y el 23 del mismo mes le fue 
administrado el bautismo, teniendo por padrino al señor Andrés Ferrero y por madrina a 
Cristina Rovea”.14 Esta conversión le significó a Rousseau veinte francos. 
 
Más allá de los datos anecdóticos de la vida de Jean Jacques que aquí traigo a colación, lo 
que quiero realmente señalar es que independientemente de la creencia bajo la cual lo 
encontremos en distintos períodos de su vida, encontramos a un Rousseau creyente en Dios. 
Y como lo demuestra una carta suya dirigida a su padre con ocasión de un reproche de éste 
a la firmeza de sus convicciones religiosas, en otoño de 1745, siempre tuvo religión y 
siempre fue temeroso de Dios, como se puede apreciar en este fragmento,“por lo demás, 
todo el mundo puede justificarme respecto a mi conducta; amo las buenas costumbres y no 
creo que nadie pueda reprocharme ninguna cosa importante contra su pureza; tengo religión 
y soy temeroso de Dios, aunque víctima de muchas debilidades y con más defectos que 
nadie en el mundo”15. 
 
Rousseau, calvinista o católico, cree en Dios. Que su pensamiento no se ajuste a los 
parámetros establecidos por la iglesia católica porque excluye de su religión todo tipo de 
misterios (Encarnación, Redención, etc.) fundamentales en el mundo católico y llegue 
incluso a llamar al catolicismo histórico “la síntesis de todos los defectos de las religiones 
establecidas, hasta el punto de que esto lo hace inservible para el hombre racional y para el 
virtuoso ciudadano”16, es parte de su apuesta por construir una religión natural. Religión 
que dicho sea de paso compartiría en algunas cosas la propuesta calvinista de dejar de lado 
todo el aparato eclesiástico y toda la dogmática católica, pero que tampoco podría ser 
tomada como una prolongación de la propuesta de Calvino, pues lo de Rousseau responde 
                                                            
14Ibíd, p. 37 
15ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op.cit., p. 9.  
16Ibíd, p. 19 
 
 
16
más a un protestantismo liberal, como bien lo señala Antonio Pintor-Ramos en la obra que 
cité anteriormente. También a este nivel, Ronald Grimsley afirma que “la religión es 
natural porque se basa exclusivamente en la evidencia de las facultades humanas. El buen 
uso de sus facultades, especialmente de los ojos, la conciencia y el raciocinio, muestra al 
hombre que Dios se manifiesta a través de sus obras y de sus corazones. Para encontrar la 
verdad religiosa, el hombre sólo tiene que mirar al interior de sí mismo o al orden universal 
externo”17. 
 
Años después, encontraremos nuevamente a Rousseau convirtiéndose al calvinismo ante las 
persecuciones que en su contra se iniciaron a raíz de la aparición de El Emilio y El 
Contrato Social. Pero como él mismo lo deja entrever en sus Confesiones, ésta no era más 
que un artificio para poder volver a Ginebra, en donde creía no sería juzgado por sus ideas. 
Sabemos que de allí también fue echado y que por más abjuraciones que hiciera, no era por 
su religión que era perseguido, sino por la polémicaque sus reflexiones encendían dentro 
del lugar o creencia donde se encontrara. A pesar de ello, una vez iniciadas las 
persecuciones, Rousseau ya había configurado una idea de Dios, de su Dios, y de aquello a 
lo que éste mismo Dios lo movía. Corría el año de 1762 y en El Emilio Rousseau, con su 
Profesión de fe del vicario saboyano daba fe de su creencia, de su Dios y de la manera 
como a éste mismo había que seguirlo. 
 
Ahora bien, lo que Rousseau allí consignaba no era fruto de un insight divino, sino la 
maduración de una idea en la que venía trabajando desde muchos años atrás. Así, 
encontramos que la primera vez que Rousseauplasmó por escrito su pensamiento acerca de 
Dios fue cuando contaba con la edad de 23 años, en 1735, fecha de la que data el primer 
texto donde de manera explícita nuestro autor deja ver su parecer acerca de este tema. Y 
será precisamente por este texto que inicie el recorrido, de la mano de Rousseau, que me 
                                                            
17GRIMSLEY, Ronald, La filosofía de Rousseau, Traducción de Josefina Rubio, Editorial Alianza, Madrid, 
1997, p. 104 
 
 
17
llevará poco a poco y texto a texto, a la configuración de un Dios que quedará de manera 
definitiva plasmado en su Profesión de fe del vicario saboyano. Una vez Rousseau escribe 
esa profesión, sienta las bases delo que él entiende por Dios, bases de las cuales nunca más 
volverá a moverse y que se convertirán en su sólida apuesta por mostrar al mundo lo que él 
entendía cuando hablaba de ese tema. 
 
1.2. Primer registro escrito del joven Rousseau acerca de Dios en el fragmento “Sobre 
Dios” 18 
 
El texto Sobre Dios, que se presume fue escrito hacia 1735, muestra a un Rousseau joven 
que se pregunta por la incoherencia existente en una persona que dice creer en Dios pero 
que a su vez lleva una vida totalmente ajena a lo que ese mismo Dios encierra como idea, 
con lo cual busca establecer una conexión entre la creencia en Dios y la vida práctica. 
Creemos, afirma Rousseau, que la idea de Dios es “inseparable de las ideas de eterno, de 
infinito en inteligencia, en sabiduría, en justicia y en poder”19, pero no podemos lograr, 
siguiendo a Rousseau, que estas mismas ideas concuerden con los principios según los 
cuales dirigimos nuestra conducta en esta vida. Ahora bien, si esto es así, deberíamos 
afirmar que la idea de Dios que tenemos es independiente de la forma como obremos en 
este mundo. Dicho de otra manera, podemos imaginarnos y creer en el mejor Dios posible, 
pero esa misma creencia no llevarnos a obrar de ningún modo, es más, podríamos incluso 
llevar una vida totalmente contraria de la idea que de ese Dios tenemos,afirmando de esta 
forma que no importa qué idea de Dios se tenga, mi vida puede conducirse 
independientemente de la misma. Pero, siRousseau nos dice que “más fácil sería aniquilar 
dentro de uno mismo el sentimiento de la divinidad que concebir un Dios sin reconocerle 
esos atributos”20 anteriormente mencionados, es porque la unión de esos atributos con la 
                                                            
18Este breve fragmento se encuentra ubicado en el texto de Jean Jacques Rousseau, Escritos Religiosos, que 
he venido mencionando hasta este momento.  
19Ibíd, p. 47 
20Ibíd.  
 
 
18
idea de Dios, encierran el único modo en que aquél mismo puede representarse a nuestro 
espíritu, siendo así, que Dios sólo se nos puede y debe representar de esta única manera. 
 
Ahora, si la idea de Dios sólo puede y de hecho debe, para que nuestro espíritu la 
reconozca, representársenos de esta manera y con esos atributos, la pregunta que sigue sería 
¿por qué nuestro espíritu, que conoce esos principios divinos, no se gobierna por ellos 
mismos? La respuesta de Rousseau es tajante y certera. Dios perfectamente “podría 
obligarnos a ello y colocarnos en la necesidad de seguir el orden de sus decretos, que 
forman los fundamentos de la virtud y de la religión”21, pero si así lo hiciera “sería absurdo 
imaginar que hubiesen podido sustraerse en algún modo a él”22. Es por esto que no siendo 
obligados por el poder divino a seguir tales principios, podemos reconocer que de él 
provienen y, sabiendo que él es la fuente inmensa de esos beneficios, darnos cuenta de los 
medios que él mismo ha puesto en las manos de los hombres para poder llegar a ser 
dichosos. 
 
De las anteriores afirmaciones de Rousseau podemos colegir que ese Dios, siendo todo 
poderoso, deja al hombre en capacidad de escoger sus propios principios de conducta, pero 
no porque así lo considere mejor, sino porque sólo de esta manera el hombre, incurriendo 
en el error, podrá reconocerlo a él como la única fuente de donde provienen todas las cosas 
buenas. Quizás nuestro autor no lo haya dicho de manera explícita porque con ello pondría 
en riesgo su vida en una sociedad regida por la institución católica o calvinista, pero es 
claro que el Dios que nos muestra ha optado por abstenerse de grabar en el corazón del 
hombre sus principios, ya que con ello no habría manera de reconocerlo a él como la fuente 
de donde tales principios provienen. Un Dios así no obsequia nada, sólo señala el camino 
para llegar a las cosas. Cuando Rousseau publique en 1762 El Emilio, podrá poner en boca 
del vicario saboyano lo que en este momento se privó de decir: “Dios, dicen, no debe nada 
                                                            
21Ibíd.  
22Ibíd, p. 48 
 
 
19
a sus criaturas; creo que les debe todo lo que les prometió al darles el ser. Y es prometerles 
un bien darles la idea de él y hacerles sentir su necesidad”23. 
 
Llegados a este punto podemos darnos cuenta de que Rousseau se ha tomado el 
atrevimiento, aunque de manera soterrada y con tan sólo 23 años, de poner en cuestión la 
bondad divina, para mostrarnos a un Dios que no da porque así lo desea, pues evitando dar 
sabe que el hombre llegará a él en busca de aquello mismo que él se ha encargado de 
hacerle carecer, pues es obvio que de la idea de Dios y los atributos que ella misma 
encierra, no se puede desprender un comportamiento acorde a estos mismos atributos. El 
hombre cree en un Dios infinitamente bueno, eterno, sabio e inteligente, pero no por ello 
mismo puede emularlo, tan sólo y si acaso, podrá desear ser como aquello en lo que cree. 
En cuanto a la manera de llegar a lograrlo, de ser esto posible, será indicado, en nombre de 
Dios mismo, a través de la religión, llámese católica o calvinista, al menos en el contexto 
en el que nuestro autor escribe. 
 
Rousseau cree en Dios, pero también cree en la iglesia católica y sus ministros, pues para 
este momento y por su abjuración de 1728 se encuentra profesando una fe que no es la de 
su infancia. Quizás por esa razón su idea de Dios necesariamente requiere de una 
institución que la respalde, una institución que promueva, enseñe y guíe por los 
fundamentos de la virtud y de la religión. Una religión que dictamine la forma como cada 
quien debe guiarse por la vida. Hasta este momento Rousseau no ve como posible que tales 
principios puedan ser dados por cada uno y para sí mismo, necesita ese agente externo que 
oriente la conducta humana y que predique en nombre de Dios lo que se debe hacer. Para 
este momento de su vida Rousseau tiene claro que “lo que se debe hacer depende mucho de 
lo que se debe creer; él creyó que los hombres viven de acuerdo con la forma de su 
                                                            
23ROUSSEAU, Jean Jacques, Emilio, o De la educación, op. cit., p. 421. 
 
 
 
20
pensamiento y de acuerdo con las ideas y creencias que tienen”24, aunque para la fecha en 
la que redacta este fragmento sigue teniendo más prelación en su vida guiarse en ella según 
lo que se cree, no tanto por lo que se piensa. Faltarán alrededor de 15 años más, hasta la 
“iluminación de Vincennes” en 1749, para que Rousseau inicie su verdadera apuesta por un 
hombre que vive de acuerdo a su pensamiento y que sólo desde allí organiza sus creencias. 
 
Por esta razón, finaliza su fragmento con una reafirmación de su creencia e incluso con una 
profesión de fe propia de quien se sabe hijo de Dios: “puesto que no nos hemos dado el ser 
a nosotros mismos, debemos ser obra de otro: es éste un razonamiento sencillo y claro por 
sí mismo, mientras que nos sería imposible concebir cómo algo podría ser producido por la 
nada”25. Lo que sigue, no será otra cosa que ahondar aún más en el Rousseau creyente y 
practicante que incluso escribe oraciones para la mañana y la tarde, oraciones donde 
manifiesta la sumisión de su voluntad a los mandamientos de la providencia. 
 
1.3. Rousseau, el escritor piadoso 
 
Las oraciones fueron escritas por Rousseau hacia 1738 ó 173926 mientras permanecía en 
Les Charmettes con Madame de Warens, a quien llama en sus Confesiones “mamá”. Había 
llegado allí en busca de un lugar propicio para el reposo ya que se encontraba padeciendo 
                                                            
24ARANGO, Iván Darío, Revista de extensión cultural, Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, 
Número 39, julio de 1998. 
25ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op cit., p. 48 
26Tanto esta oración como la siguiente presentan claros rasgos arcaicos. No cabe dudade que debieron ser 
escritos en “Les Charmettes”, pero es difícil precisar la fecha: quizá, como dicen algunos investigadores, 
hacia 1738 ó 1739. Entonces Rousseau era católico, pero algún estudioso ha encontrado en estos textos restos 
de la literatura ginebrina. En el libro VI de las Confesiones, Rousseau cuenta que en esa época se levantaba 
antes de salir el sol, abandonaba la mansión de “Les Charmettes” y se iba a un jardín cercano; mientras se 
paseaba, hacía su oración “en medio de una sincera elevación del corazón hasta el autor de esta amable 
naturaleza cuyas bellezas estaban ante mis ojos”, (ROUSSEAU, Jean Jacques, Las Confesiones, Traducción 
de Aníbal Froufe, Biblioteca EDAF, Madrid, 1965, p. 220). Todo inclina a pensar que estos dos textos son los 
restos de esos devotos paseos de Rousseau. Nota de Antonio Pintor-Ramos en el libro Escritos Religiosos, 
citado anteriormente, página 49. La edición de Las Confesiones que aparece citada arriba es la que manejaré a 
lo largo de este trabajo y no corresponde a la citada por Pintor-Ramos en la nota aclaratoria que aquí 
transcribo.  
 
 
21
de una grave dolencia en el pecho que le provocaba fiebre y lo mantenía falto de fuerzas, en 
un “estado de languidez”, como él mismo señala. Tomaron posesión de aquella casa a 
finales del verano de 1736. “Yo estaba transportado de gozo el primer día que dormimos 
allí. “¡Oh Mamá – le dije a aquella querida amiga, abrazándola e inundándola de lágrimas 
de ternura y de alegría -; ésta es la mansión de la dicha y de la inocencia! ¡Si no la 
encontramos aquí juntos, no hay que buscarlas en ninguna otra parte!”27 
 
El tiempo que vivió Rousseau en ese lugar será para él, como señala en sus Confesiones, “el 
breve período de felicidad de mi vida”28. Será en Les Charmettes donde él afirmará que 
“aquí transcurren los apacibles, pero rápidos instantes que me dan derecho a decir que he 
vivido”29. Por eso, el hecho de que haya escrito las Oraciones allí, en aquel lugar que tanta 
felicidad le brindaba, deja entrever mucho de lo que ellas mismas significan. Rousseau 
hablará, en su Profesión de fe del vicario saboyano, de la vida dichosa que lleva el vicario y 
nos mostrará, además, la forma cómo él mismo, el vicario, llegó a tal estado. Por eso, él 
mismo nos dice en sus Confesiones, después de haber escrito la Profesión,que: 
 
me levantaba con el sol, y era dichoso; me paseaba, y era dichoso; veía a Mamá, y era 
dichoso; la abandonaba, era dichoso; recorría los bosques, las lomas, erraba por los valles, 
leía, estaba ocioso, trabajaba en el jardín, recogía la fruta, ayudaba al arreglo de la casa, y por 
todas partes me seguía la dicha; no se hallaba ésta en ningún objeto determinado, estaba toda 
en mí mismo, y no podía abandonarme ni un solo instante30. 
 
Todo este tiempo fue un espacio donde en su vida Rousseau pudo llamarse a sí mismo un 
ser dichoso. Por esta razón, los escritos que datan de ese período, específicamente las 
Oraciones sobre las cuales trabajaré, son fiel reflejo de ese sentimiento interno que lo 
invadía. Dichos escritos serán concebidos de una manera tan especial, que dejan entrever a 
                                                            
27ROUSSEAU, Jean Jacques, Las Confesiones, Traducción de Aníbal Froufe, Biblioteca EDAF, Madrid, 
1965, p. 210. 
28Ibíd, p. 211. 
29Ibíd.  
30Ibíd, p. 211-212.  
 
 
22
un Rousseau que no sólo dispone todo su ser para orar, sino que además acomoda y adecúa 
su entorno para llevar a cabo dichas oraciones: 
 
Nunca me ha gustado orar en la habitación: me parece que las paredes y todas esas pequeñas 
obras de los hombres se interponen entre Dios y yo. Me gusta contemplarle en sus obras, 
mientras mi corazón se eleva a él. Mis oraciones eran puras y por lo tanto dignas de ser 
escuchadas. No pedía para mí, y para aquella de quien mis votos jamás se separaron, más que 
una vida inocente y tranquila, exenta de vicios, de dolor, de necesidades penosas, la muerte 
de los justos y su suerte en la posteridad. Por lo demás, este acto consistía más en admiración 
y en contemplación que en súplicas de los verdaderos bienes los que nos son necesarios es, 
más que pedirlos, merecerlos.31 
 
Dicho esto, estamos claramente frente a un ser que se sabe, se siente y se reconoce dichoso 
por la vida que lleva. Y de esto mismo nos hablan sus textos. 
 
La primera Oración inicia con una oblación de Rousseau en nombre del género humano a 
“Dios creador y conservador del universo”32. El Dios que aquí nuestro autor nos presenta es 
un ser ante el cual el hombrese arrodilla y humillacon el fin de ser escuchado. “No somos 
más que polvo y ceniza ante vos y sólo temblando deberíamos presentarnos ante vuestra 
temible presencia”33. Rousseau agradece los beneficios que siente ha recibido de Dios y se 
acerca a él nuevamente para manifestarle sus “humildes oraciones”34. El Dios es un ser 
distante, omnipotente, que sabe de su poder y se lo hace sentir al hombre. Sin embargo, es 
un Dios con “más misericordia que majestad”35, clemente y bondadoso. Rousseau reconoce 
en este Dios a su padre, y a los hombres, entre los cuales se incluye, como los hijos de ese 
                                                            
31Ibíd, p. 220. 
32ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op.cit.,p. 49.  
33Ibíd.  
34Ibíd.  
35Ibíd.  
 
 
23
padre y por esta misma razón, Dios padre debe recibir “favorablemente nuestras súplicas, 
nuestras oraciones y nuestras acciones de gracias”36. 
 
Rousseau en su acción de gracias a Dios pasa a distinguir entre dos tipos de favores y 
bienes recibidos. Unos son aquellos “con que colmáis a los hombres”37, y los otros, por los 
cuales agradece de modo particular, son “todos los que hemos recibido desde nuestro 
nacimiento”38. Estos segundos bienes, que nos son innatos y que nos vienen con la creación 
misma, son para Rousseau, un alma razonableo la capacidad de pensamiento, de 
racionalidad; el conocimiento de la divinidad o la capacidad que Dios nos concede de llegar 
a conocerlo; el que Dios se haya ocupado mediante su providencia de las necesidades de 
nuestra miseria mediante la creación de todo lo que nos rodea y que está ahí para nuestro 
beneficio; el alivio de nuestras enfermedades y, finalmente, el habernos unido uno al otro39. 
 
De los bienes anteriormente mencionados por Rousseau hay uno en especial que merece ser 
analizado con más cuidado y es el que él llama el conocimiento de la divinidad. Con este 
bienpuede apreciarse que el pensamiento del ginebrino es aún inmaduro y se encuentra 
cargado de un pietismo del cual se irá despojando con el paso de los años. En sus 
Confesiones encontramos una clara negación de dicho conocimiento innato que aquí señala 
Rousseau. Allí, nos dice que “en general, los creyentes hacen a Dios a su imagen y 
semejanza; los buenos lo hacen bueno, los malos, malo; los beatos, rencorosos y odiosos, 
no ven más que el infierno, porque quisieran condenar a todo el mundo; las almas dulces y 
amantes apenas creen en él”40, dejando vislumbrar, muchos años después, que quizás la 
piedad religiosa que lo invadía a esa edad no reflejaba lo que sería su pensamiento acerca 
de estas cosas años después cuando escribe en sus Confesiones. 
                                                            
36Ibíd, p. 50. 
37Ibíd.  
38Ibíd.  
39Cfr. Ibíd.  
40ROUSSEAU, Jean Jacques, Las Confesiones, op. cit.,p. 214. 
 
 
24
En efecto, con el paso de los años y la maduración de su intelecto, Rousseau va a disentir 
mucho de estas primeras ideas acerca de la divinidad, siendo ésta, la que versa acerca del 
conocimiento divino como un don innato, la que más modificaciones sufrirá, como tendré 
opción de demostrarlo más adelante en mi reflexión. 
 
Rousseau continúa su oración suplicando todo aquello que un alma devota quiere para sí. 
No abusar de las gracias que Dios brinda; la voluntad de poder servirle de la mejor maneraposible, del modo en que a Dios más le agrade; caminar siempre por el sendero de la virtud 
y, quizás lo más importante, que “lleguemos a ser nunca tan desdichados como para dudar 
de vuestra divina existencia”41. El temor de Dios y la caridad con el prójimo también entran 
en sus súplicas, para finalmente, pedir de manera sucinta, lo que más importa, “todo aquello 
que veis que necesitamos para contribuir a vuestra gloria y trabajar en nuestra salvación”42. 
 
La segunda oración que se recoge en la obra de losEscritos Religiosos inicia nuevamente 
con el ofrecimiento de Rousseau en cuerpo y alma al Dios todopoderoso. “Mi alma, 
penetrada de vuestra inmensa majestad, de vuestro temible poder y de vuestra grandeza 
infinita, se humilla ante vos con los sentimientos de la más profunda veneración y de la más 
respetuosa humildad”43. A su vez, vuelve Rousseau a hacernos partícipes de un 
reconocimiento a Dios “como el creador, el conservador, el dueño y soberano absoluto de 
todo lo que existe; como el ser absoluto e independiente que sólo necesita de sí mismo para 
existir, que lo ha creado todo mediante su poder y sin cuyo sostenimiento todos los seres 
volverían inmediatamente a la nada”44. Hasta este momento, las dos oraciones no disienten 
mucho entre sí. 
 
Ahora bien, hay un elemento que vuelve de su fragmento Sobre Dios, escrito 3 ó 4 años 
antes de estas oraciones y que tiene que ver con la idea de la nada expuesta en ese texto. En 
                                                            
41ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 50.  
42Ibíd.  
43Ibíd, p. 53. 
44Ibíd.  
 
 
25
el fragmento de 1735 Rousseau afirmaba con vehemencia que nada puede provenir de la 
nada y que esto lo deduce por la sencilla razón de que, al no podernos dar el ser a nosotros 
mismos, necesariamente debemos ser obra de alguien más, “mientras que nos sería 
imposible concebir cómo algo podría ser producido por la nada”45. Pero en esta segunda 
Oración Rousseau le agradece a Dios el que lo haya sacado de la nada46 y que “cualquiera 
que sea la magnificencia que reina en la construcción de este vasto universo, concibo que 
no fue necesario para que saliera de la nada en toda su perfección más que un instante de 
vuestra voluntad”47, con lo que estaría dando a entender que sí provenimos de la nada, pero 
por un acto creador de Dios que nos da la vida. Previo a todo lo que conocemos estaría la 
nada y desde allí se daría la vida por un acto de la voluntad de Dios que no le representaría 
a él mayor esfuerzo y que además estaría muy lejos de constituirse, este acto mismo de la 
creación, en el último esfuerzo del poder divino. Es claro que la nada no realizó la creación, 
pero también es claro que previo a lo que conocemos y existe, todo se encontraba en la 
nada, otorgándosele así un espacio y un tiempo a esa misma nada; y dándole a Dios 
también la tarea de ir hasta esa misma nada a sacarnos para darnos la existencia. Sigue 
siendo claro que la nada no puede producir algo, pero ella sí alberga, según Rousseau, algo 
de lo cual Dios mismo se valió para crearlo todo. Con su afirmación “me sacasteis de la 
nada”48 deja notar que previo a todo lo que existe, ya estábamos, de alguna manera, 
habitando en esa misma nada. 
 
Pero no sólo lo concerniente a la nada sufre una variación entre el fragmento de 1735 y esta 
oración. En la primera oración Rousseau daba gracias a Dios por ese bien innato que nos ha 
otorgado de conocerlo, pero en esta segunda ya se reconoce incapaz de penetrar en la 
extensión de las divinas perfecciones49, e incluso, duda de dar gracias a Dios por los bienes 
recibidos pues, “¿qué boca podría enumerar dignamente todos los bienes que he recibido de 
                                                            
45Ibíd, p. 48. 
46“Me sacasteis de la nada”. Cfr. Ibíd, p. 54. 
47Ibíd, p. 53. 
48Ibíd, p. 54. 
49Cfr. Ibíd, pp. 53-54. 
 
 
26
vos?”50. Sin embargo, trae a colación nuevamente una serie de bienes otorgados por Dios a 
los hombres, entre los cuales algunos se repiten con relación a la primera oración y otros 
son nuevos. Nos dice Rousseau: 
 
Me habéis dado la existencia, me habéis dotado de un alma racional, habéis grabado en el 
fondo de mi corazón las leyes a cuyo cumplimiento habéis unido el premio de una dicha 
eterna, leyes plenas de justicia y de dulzura y cuya práctica tiende a hacerme feliz incluso en 
esta vida. Habéis unido dulzuras a mi suerte en esta vida y, poniendo ante mis ojos el 
espectáculo enternecedor y magnífico de este vasto universo, no habéis desdeñado 
concederme una gran parte de él para mi comodidad y mis placeres51. 
 
La existencia, el alma racional, la ley divina en el corazón y el interés de Dios por suplir las 
necesidades del hombre, son elementos comunes entre las dos oraciones. Pero la dicha 
eterna por el cumplimiento de las leyes divinas es algo que no se encuentra en la primera 
oración. Introduce Rousseau aquí el elemento de la salvación del hombre si es fiel al 
mandato divino. Es algo nuevo que no tiene registro en ninguno de los dos textos 
consultados hasta este momento, pues aunque en la oración anterior Rousseau pedía fuerzas 
para trabajar por su salvación, aquí él ya está convencido de que siendo fiel a los mandatos 
divinos grabados en el fondo de su corazón alcanzará la salvación y el gozo de la dicha 
eterna. Este elemento será muy importante en los textos futuros a trabajar aquí, sobre todo 
en la Profesión de fe del vicario saboyano, pues esa ley interna, que aquí es dada por Dios 
de manera innata al hombre, no será otra que la dictada por la conciencia, dando así el 
poder al hombre de dictaminarse a sí mismo sus propias leyes sin esperar que le sean 
impuestas por alguien más. La conciencia pasa a iluminar toda forma de conocimiento y se 
convierte en la referencia de la acción moral. Dicho por Rousseau mismo, “hay pues en el 
fondo de las almas un principio innato de justicia y de virtud por el cual, a pesar de nuestras 
propias máximas, juzgamos nuestras acciones y las de los demás como buenas o malas, y es 
                                                            
50Ibíd.  
51Ibíd.  
 
 
27
a ese principio al que doy el nombre de conciencia”52. Conciencia que en ningún momento 
es otorgada por Dios, sino que hace parte del hombre como esencia misma constitutiva de 
su naturaleza. Ya no serán las leyes de Dios puestas en el corazón humano las que guíen al 
hombre, sino que será ella,la conciencia y sus principios, el nuevo derrotero a seguir. Será 
el hombre dándose a sí mismo sus propias leyes morales. Ronald Grimsley nos dice,con 
relación a esto último que “en el Émile, Rousseau señala que la moralidad no consiste en 
simples ideas impuestas al individuo desde fuera, sino en principios que tienen su origen en 
su propia naturaleza”53. 
 
Rousseau en esta segunda oración habla de su conciencia54, pero se refiere a ella como 
aquella voz que le recrimina el haber actuado mal. Es una conciencia que acusa pero que no 
guía ni ofrece pautas de comportamiento al hombre. Hasta este momento la conciencia se 
asemeja más a lo que usualmente llamamos de manera coloquial “la voz de la conciencia”, 
que a un principio innato de justicia que guía y orienta al hombre en su proceder moral. El 
ginebrino se arrepiente de su pasado y de sus debilidades gracias a su conciencia que le 
reprocha su conducta y por ello ofrece a Dios su arrepentimiento por las faltas cometidas y 
hace “el firme propósito de repararlas a través de una conducta llena de rectitud y de 
sabiduría”55. Pero no será aquí la conciencia quien lo guíe, sino que, y es apenas entendible 
para la fecha en que escribe, seguirá recurriendo a Dios para obtener las fuerzas que le 
ayuden en este nuevo caminar: “En adelante dirigiré hacia vos todas mis acciones, meditaré 
en vos, os bendeciré, os serviré, os temeré; tendré siempre vuestra ley en mi corazóny 
todas mis acciones la practicarán”56. 
 
Además, Rousseau no está convencido de obrar el bien porque así se lo dicte su conciencia, 
sino porque cada vez que va a hacer el mal se acordará de que Dios es testigo de todas sus 
                                                            
52ROUSSEAU, Jean Jacques, Emilio, o De la educación, op. cit., p. 431. 
53GRIMSLEY, Ronald, La filosofía de Rousseau, op. cit., p. 71. 
54ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 55. 
55Ibíd.  
56Ibíd.  
 
 
28
acciones y por ello evitará hacerlo57. Evita el mal por temor de Dios, no porque exista en él 
algo que lo lleve a obrar de otra manera. Como se puede ver, tenemos a un Rousseau 
excesivamente piadoso que está lejos de convertirse en el filósofo que descubre en su 
interior una conciencia capaz de dictarle una ley moral que lo guíe. 
 
Rousseau continúa la oración reafirmando la opción de servir a Dios todos los días de su 
vida y clamando perdón por sus faltas cometidas. Tratará de evitar hacer el mal hacia los 
demás, pues como él mismo nos lo dice, “estaré siempre sometido perfectamente a todo lo 
que agrade a vuestra divina providencia ordenarme y recibiré siempre con una total 
resignación a vuestra suprema voluntad todos los bienes o males que os plazca 
enviarme”58. Todo lo que se propone Rousseau lo encomienda a la suprema voluntad 
divina, pues siente que sin ella no es capaz de nada: “sabiendo por triste experiencia que sin 
el socorro de vuestra gracia los propósitos más firmes se volatilizan, pero que vos no se la 
negáis nunca a quienes os la piden de corazón y con humildad y fervor”59. Finalmente, 
concluye su oración pidiendo a Dios que le socorra las mismas gracias que él ha pedido 
para sí, a su mamá, a su papá y a su querida bienhechora Madame de Warens. 
                                                           
 
El fragmento de 1735 llamado Sobre Diosy las dos Oraciones que he traído a colación 
hasta este momento me han servido para mostrar el pensamiento joven de un Rousseau que 
escribe de manera piadosa acerca de su concepción de Dios. No ha sido otra la finalidad 
que mostrar la forma cómo desde la temprana edad de 23 años nuestro autor se va haciendo 
a una idea de Dios que tendrá que recorrer algunos años y muchos textos más para alcanzar 
una imagen definitiva, pero que a partir de los textos analizados hasta el momento, es 
posible enunciar el germen de esa idea. El Dios de Rousseau sufrirá variaciones, aparecerán 
nuevos elementos que le otorgarán mayor poder al hombre y en la misma medida le 
acortarán terreno a Dios en la vida de éste mismo, pero el sentimiento de dependencia hacia 
 
57Cfr. Ibíd.  
58Ibíd, p. 56. 
59Ibíd.  
 
 
29
él y la importancia que éste ocupa en la existencia humana se perfilan desde el inicio de su 
reflexión. 
 
Lo que sigue en el presente trabajo será ahondar en la forma como ese Dios que aquí 
aparece de manera germinal, se va configurando hasta alcanzar su culmen en el texto de la 
Profesión de fe del vicario saboyano. Siguen, pues,dos textos claves dentro de ese camino 
hacia la constitución del Dios de Rousseau. En primer lugar, está su Ficción o fragmento 
alegórico sobre la revelación60;y finalmente, está laCarta de Rousseau a Voltaire sobre la 
Providencia61. De esta manera, quedarán sentadas las bases que he creído necesarias para 
dar el salto definitivo al texto clave donde Rousseau expone, a manera de profesión, su idea 
de Dios. Idea de la cual, jamás se alejará. 
 
1.4. Rousseau, el escritor famoso 
 
Siguiendo la línea cronológica que he llevado hasta este momento y que me ha permitido 
abordar los textos donde más claramente se hace presente la idea de Dios que va 
construyendo Rousseau a lo largo de su vida, iniciando desde 1735 con el fragmento Sobre 
Dios, siguiendo con las Oraciones, escritas entre 1738 ó 1739, nos encontramos ahora con 
el texto Ficción o fragmento alegórico sobre la Revelación, escrito, según los estudios, en 
el año de 1756, antes del mes de agosto. Es claro que para esta fecha nuestro autor ya 
cuenta no sólo con cuarenta y cuatro años de edad, sino con un vasto reconocimiento en el 
mundo de las letras y en el ámbito académico. Sobre todo después de la publicación de su 
Discurso sobre las ciencias y las artes, escrito que le mereció el premio otorgado por la 
Academia de Dijon en el año de 1750. 
 
De este concurso se enteró Rousseau cuando iba a visitar a su amigo Diderot, quien se 
encontraba purgando una pena y a quien le habían dado por prisión el castillo y el parque 
                                                            
60ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p.59 
61Ibíd, p. 75. 
 
 
30
de Vincennes. Cuando Rousseau leyó en el Mercure de France “Si le progres des sciences 
et des arts a contribué à corrompreou à épurer les moeurs”62, se transportó a otro universo 
y se convirtió en otro hombre63. Este episodio de su vida es el que se conoce como la 
“iluminación de Vincennes” y tuvo lugar en 1749. “De lo que me acuerdo perfectamente es 
que, al llegar a Vincennes, me encontraba en un estado de agitación que parecía delirio”64. 
Al contarle a Diderot la causa de su estado, éste lo animó a participar en el concurso, como 
de hecho sabemos que lo hizo, aunquepara nuestro autor, dicha participación se convirtiera 
en su perdición y la fuente de sus desgracias. Para Rousseau, todo lo malo que siguió en su 
vida fue consecuencia inevitable de ese instante de extravío65. 
 
Después de esa “iluminación” Rousseau nos manifiesta, muy a su estilo, lo que sucedió con 
su vida: “Mis sentimientos aumentaron, con la misma inconcebible rapidez, al tono de mis 
ideas. Todas mis pequeñas pasiones fueron ahogadas por el entusiasmo de la verdad, de la 
libertad, de la virtud, y lo que es aún más asombroso es que esta efervescencia se mantuvo 
en mi corazón, a tan alto grado como tal vez jamás haya estado en el corazón de ningún 
otro hombre”66. 
 
Rousseau pasó rápidamente de ser un hombre enfermo, mantenido por sus amigas, viajero y 
sin un trabajo claro que le brindara sustento, a ser un escritor de tiempo completo con todo 
lo que ello implica. No sólo debía contestar a las refutaciones que hacían los lectores de su 
texto, sino que además debía emplear su tiempo en la vida social que la fama le había traído 
consigo. 
 
El éxito de mis primeros escritos me había puesto de moda. El estado que había tomado 
excitaba la curiosidad; se quería conocer a aquel hombre raro que no buscaba a nadie ni se 
                                                            
62“Si el progreso de las ciencias y de las artes ha contribuido a corromper o a depurar las costumbres” 
63Cfr. ROUSSEAU, Jean Jacques, Las Confesiones, o.p. cit., pp. 310 – 311 
64Ibíd, p. 311. 
65Cfr. Ibíd.  
66Ibíd.  
 
 
31
preocupaba de nada más que de vivir libre y feliz a su manera: esto bastaba para que no lo 
consiguiese. (…) comprendía entonces que no siempre es tan fácil como uno se lo imagina 
ser pobre e independiente. Yo quería vivir de mi oficio; el público no quería. Me imaginaba 
mil pequeños medios para resarcirme del tiempo que se me hacía perder. (…) no vi más 
remedio que rehusar los regalos grandes y pequeños y no hacer excepción con quienquiera 
que fuese67. 
 
He ahí a Rousseau en los años de fama. He ahí a Rousseau convertido en un gran escritor. 
He ahí a nuestro escritor piadoso convertido en un escritor famoso. He ahí a nuestro 
Rousseau escribiendo como un filósofo. 
 
1.5 Rousseau, conciencia crítica de su tiempo 
 
El textoFicción o fragmento alegórico sobre la Revelación constituye en el pensamiento de 
Rousseau un salto y una evolución frente a sus anteriores trabajos aquí mencionados. Y 
esto por dos razones principalmente. La primera de ellas es el alejamiento de la escritura 
piadosa y cargada de sentimentalismo hacia Dios, para envolverse en una escritura muchomás cargada de un componente filosófico que apela a la fantasía para exponerse. Y la 
segunda razón, porque este textose constituye como uno de sus planteamientos más críticos 
en contra de las religiones reveladasy la historia de la filosofía y,que además,se alza a sí 
mismo como un mito que descubre el advenimiento de una verdad que llegará por medio de 
las palabras puestas por Rousseau en la boca de Cristo. “La denuncia del oscurantismo y de 
las pasiones fanáticas, la apología de la tolerancia y del respeto de las conciencias que 
hallamos por doquier en Rousseau sólo adquieren realmente su sentido si las relacionamos 
con lo que aquí aparece representado”68 en el texto de la Ficción. 
 
                                                            
67Ibíd, pp. 323 – 324. 
68ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos de combate, Traducción y Notas de Salustiano Masó, Introducción, 
cronología y bibliografía de Georges Benrekassa, Ediciones Alfaguara S.A., Madrid, 1979, p. 30. 
 
 
32
El personaje que atraviesa el relato propuesto por Rousseau es alguien que él hace llamar 
“el primer hombre que pretendía filosofar”69 y, que se encuentra en un estado tal de 
contemplación, que lo hace abrazar todo el universo guiado por el entusiasmo involuntario 
que a veces transporta el alma fuera de su morada, llegando por medio del pensamiento tan 
lejos como le está permitido a la sabiduría humana70. Este personajea su vez, describe el 
espacio que le circunda con minucioso detalle. Los sonidos, el aire fresco, los animales, el 
rocío, las flores, los jardines, los bosques, el murmullo de los arroyos, todo el espacio que 
lo rodea ofrece una tranquilidad y una paz que va a contrastar con lo que más adelante 
observará. Centrando su mirada en el cielo y maravillado por la perfección que éste mismo 
ofrece en el movimiento preciso de sus astros y la luz inagotable que ellos mismos irradian, 
se pregunta 
 
 ¿Qué inconcebible mecanismo ha podido someter todos los astros a esta ley, qué mano ha 
podido unir de ese modo todas las partes del universo entre sí; por qué extraña facultad mía 
todas esas partes, unidas fuera por esa ley común, también lo están en mi pensamiento a 
través de una especie de sistema que sospecho sin ser capaz de concebirlo?71 
 
Esta pregunta, en principio, pareciera no encontrar respuesta en su reflexión, pues no sabe 
quién pueda haber establecido las leyes que hacen que todos los cuerpos se sometan a ellas 
y logren la regularidad simétrica del movimiento que vemos en los astros. Estas leyes, 
afirma, no pueden ser efecto de un juego fortuito y aunque pueda concebir que en el 
universo reina una cierta suma de movimientos que, modificando sucesivamente los 
cuerpos, sea siempre la misma en cantidad, esto tampoco daría solución a la inquietud, ya 
que la idea del movimiento no es más que una abstracción y al no poder concebirlo fuera de 
una substancia movida, deja siempre la pregunta abierta acerca de qué fuerza ha podido 
mover la materia, sin hablar de la complicación que ésta idea sufriría si pensáramos que 
dicha suma de movimiento fuera susceptible de aumentar o disminuir. Tales son los 
                                                            
69ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 59. 
70Cfr. Ibíd.  
71Ibíd, p. 61. 
 
 
33
pensamientos que invaden al filósofo que yace recostado en el prado con la mirada fija en 
el cielo y rodeado de una tranquilidad que lo abstrae de sí mismo. Pero es este mismo 
estado el que le roba la felicidad de poder gozar de la naturaleza que contempla y que ahora 
lo confunde. Los misterios de la naturaleza que pretende resolver, le han generado una 
inquietud que le arrebata el placer que subyace en la contemplación sin más de la 
naturaleza misma. El espectáculo que antes lo maravillaba ahora lo confunde. Lo que antes 
lo había encantado ahora lo priva del gozo que le había generado. 
 
Cansado de vagar con tanta contención entre la duda y el error, exasperado por repartir su 
espíritu entre sistemas sin pruebas y objeciones sin réplica, estaba dispuesto a renunciar a 
profundas y frívolas meditaciones, más adecuadas para inspirarle orgullo que para aportarle 
saber. Entonces, de golpe, un rayo de luz impresionó su espíritu y vino a desvelarle esas 
sublimes verdades cuyo conocimiento no pertenece al hombre por su propia naturaleza y en 
las cuales la razón humana sirve para su confirmación, pero no sirve para su descubrimiento. 
Un nuevo universo, por decirlo así, se ofreció a su contemplación; se dio cuenta de la cadena 
invisible que une entre sí a todos los seres, vio una mano poderosa extendida sobre todo lo 
que existe, el santuario de la naturaleza se abrió a su entendimiento como lo está a las 
inteligencias celestes, y todas esas sublimes ideas que comprendemos con la palabra Dios se 
presentaron ante su espíritu.72 
 
Ante Rousseau se abre la verdad. Le adviene como una “revelación divina” que desmorona 
todo el trabajo previo de especulación filosófica. El filósofo y su tarea de indagación 
quedan menguados ante un Dios que, a modo de revelación, brinda respuestas a las 
preguntas vitales del hombre. Esta revelación a su espíritu es el premio a su amor sincero 
por la verdad y a la no búsqueda de hacer de sus indagaciones un trabajo filosófico, pues 
antes preferiría confesar su ignorancia que “consagrar sus errores a los ojos de los demás 
                                                            
72Ibíd, p. 63. 
 
 
34
con el bello nombre de filosofía”73. Para Rousseau todas sus dudas quedaron resueltas 
inmediatamente. 
 
El curso de los cielos, la magnificencia de los astros, el ornato de la tierra, la sucesión de los 
seres, las relaciones de conveniencia y utilidad que encontraba en ellos, el misterio de la 
organización, el del pensamiento; en una palabra, el funcionamiento de toda la máquina, todo 
ello fue algo que pudo concebir como la obra de un ser poderoso, director de todas las cosas 
(…) se fiaba del sentimiento interior, que le hablaba con tanta energía a favor de su 
descubrimiento, antes que de ciertos sofismas embarazosos cuya fuerza dependía en su 
totalidad de la flaqueza de nuestro espíritu74. 
 
Rousseau atribuye toda la creación a Dios y, además, como lo mencionabaanteriormente, 
cuando hablaba de los bienes innatos que Dios nos da, es Dios mismo quien concede la 
posibilidad de saber que él es el creador de todo lo existente. Con su afirmación Rousseau 
quiere excluir a los filósofos de este conocimiento, de esta revelación. Ellos, los filósofos, 
seguirán especulando siempre e inundando al mundo con sus especulaciones, las cuales 
llaman filosofía, pero no podrán acceder a esta gran verdad si Dios mismo así no lo 
considera. Ahora bien, hay algo que Rousseau menciona muy rápidamente en la anterior 
cita y que se convierte en pieza fundamental para su filosofía desde este momento en 
adelante. Además, porque eso mismo constituye la clave para que la revelación divina se 
dé: el “sentimiento interior”. Toda la filosofía de Rousseau otorga una gran importancia al 
sentimiento, e incluso, éste mismo se antepondrá en muchas ocasiones, como lo estamos 
viendo, a cualquier tipo de deducción racional75. Según Rodolfo Mondolfo, “con Rousseau 
aparece una afirmación diversa del sujeto: se proclama la superioridad del sentimiento 
                                                            
73Ibíd.  
74Ibíd, p. 64. 
75Cfr. IZUZQUIZA, Ignacio, La Profesión de fe del vicario saboyano de J.-J. Rousseau, Versión de Mauro 
Armiño, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 133. 
 
 
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sobre la razón”76. Y es que para Rousseau existir es sentir, como bien nos lo manifiesta en 
su Profesión de fe del vicario saboyano: 
 
Nuestra sensibilidad es, de modo irrefutable, anterior a nuestra inteligencia, y hemos tenido 
sentimientos antes que ideas. Sea la que fuere la causa de nuestro ser77, ella ha provistoa 
nuestra conservación dándonos sentimientos convenientes a nuestra naturaleza, y no podría 
negarse que estos al menos son innatos. Por lo que al individuo se refiere, esos sentimientos 
son el amor de sí, el temor al dolor, el horror a la muerte, el deseo del bienestar.78 
 
Sentir y pensar empiezan a ir de la mano en el proceso de conocer para Rousseau. Cada 
nuevo conocimiento estará impregnado de un sentimiento que le acompañará y que le 
confirmará,pues como se puede ver en gran parte de sus investigaciones posteriores sobre 
diversos temas como la educación, la política, las artes y la divinidad misma, éstas iniciarán 
por el sentimiento interno que dichos temas originan en su ser y que lo movilizan a 
emprender tareas investigativas que han dado como resultado algunas de la obras aquí 
mencionadas. 
 
Y es que para Rousseau, como se puede apreciar en el textoFicción o fragmento alegórico 
sobre la Revelación que vengo trabajando, es el sentimiento el que lo moviliza después de 
la revelación que acaba de sucederle. En boca del filósofo, personaje central del relato, 
Rousseau pone estas palabras; “con estas grandes y arrebatadoras ideas, su alma, llena de 
admiración y elevándose, por así decirlo, hasta el objeto que la ocupaba, se sintió penetrada 
por una sensación viva y deliciosa”79 que lo impulsaba a querer transmitirle a todo el 
género humano lo que él de una manera tan clara acababa de “ver” con su espíritu. El 
                                                            
76MONDOLFO, Rodolfo, Rousseau y la conciencia moderna, Editorial Eudeba, Buenos Aires, 1962, p. 30. 
77En este trabajo posterior y, como ya lo he anticipado, Rousseau va a disentir mucho respecto de la idea de 
Dios presentada en sus textos anteriores, pues no atribuye, como sí lo está haciendo en el Fragmento o ficción 
y como lo ha hecho en las obras ya trabajadas por mí en este escrito, nuestra creación y la de todo lo que nos 
rodea, a una obra divina. 
78ROUSSEAU, Jean Jacques, El Emilio,op. cit., p. 433. 
79ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 64. 
 
 
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filósofo quiere proponer proyectos de sabiduría y felicidad a sus semejantes mostrándoles 
las perfecciones de Dios, autor de todo lo creado y quien se manifiesta de igual manera para 
todos. “Vamos, exclamaba transportado de celo, llevemos por todas partes con la 
explicación de los misterios de la naturaleza la ley sublime del señor que la gobierna y que 
se manifiesta en sus obras”80. Es el sentimiento el que lo impulsa, lo mueve, lo agita para 
que, a través de la razón, termine imponiendo cierta idea de Dios. La idea de un Dios 
creador que domina la naturaleza y que además se manifiesta a través de ella misma. El 
hecho de que el filósofo afirme que, a través de la explicación de los misterios de la 
naturaleza, quiere mostrar la ley sublime del señor que la gobierna, muestra claramente a un 
Rousseau que pone en boca de su personaje la idea que lo domina: la razón debe servir de 
medio para el conocimiento divino, puesla razón no se excluye en el conocimiento de Dios, 
aunque se debe tener claro que ella, la razón humana, “sólo sirve para su confirmación, 
pero no sirve para su descubrimiento”81, pues obedece al querer de Dios manifestarse o no 
al hombre. Rousseau ha sido beneficiario de ese querer divino que tuvo a bien manifestarle 
todas “esas sublimes verdades cuyo conocimiento no pertenece al hombre por su propia 
naturaleza”82y, ahora que ha sido testigo de tal revelación, debe transmitirle a todo el 
género humano la idea que en ella subyace. Idea que no es otra que la que él mismotiene de 
Dios y la forma como el hombre debe relacionarse con él. 
 
Enseñemos a los hombres a contemplarse como los instrumentos de una voluntad suprema, la 
cual los une entre ellos y con el todo mayor; enseñémosles a despreciar los males de esta 
corta vida, que es tan sólo un tránsito, para retornar al ser eterno del cual recibimos la 
existencia, y a amarse todos como otros tantos hermanos destinados a reunirse un día en el 
seno del padre común83. 
 
                                                            
80Ibíd.  
81Ibíd, p. 63. 
82Ibíd.  
83Ibíd, pp. 64 – 65.  
 
 
37
Rousseau quiere predicar al mundo, por boca del filósofo, su idea de un Dios creador al 
cual volvemos con la muerte. Un Dios que se da a conocer por medio de la naturaleza y de 
toda la creación. Un Dios que no excluye a ningún hombre de los beneficios otorgados con 
el acto creador. Pero también un Dios que no se revela en su totalidad sino a quien él quiere 
y que no otorga el conocimiento pleno de su ser y su creación por medio de la razón, sino 
por medio de la revelación, dejando así de lado todo el trabajo de la filosofía para darle 
prevalencia a la fe y a la creencia. 
 
Después de esta primera contemplación, el filósofo, cansado por el esfuerzo que la anterior 
meditación le había generado, cayó en un profundo sueño, dando inicio de esta manera 
Rousseau, con el dormir de su personaje, a la crítica de la filosofía, de la sociedad en la que 
vive y de la religión, críticaque abarcará el resto del escrito. 
 
1.5.1. La tarea inconclusa de la filosofía 
 
Es curioso que Rousseau anteponga al sueño toda la contemplación sobre la creación y 
sobre Dios mismo. Podría haber sido su intención mostrar lo que el hombre es capaz de 
pensar por sí solo (acto que genera la confusión y el descontento frente a aquello mismo 
que contempla, en este caso la naturaleza) y lo que el hombre es capaz de conocer por 
medio de la revelación divina (las más sublimes verdades sobre la naturaleza y Dios 
mismo), para finalizar su escrito con aquello que el hombre, teniendo como base lo 
anterior, logra entender a manera de conclusión: Dios suple los vacíos que la filosofía (en 
calidad de representante de la razón) deja cuando de instruir al hombre en la vida diaria se 
trata. Y lo digo así, en la vida diaria, porque la pretensión de Rousseau con este texto 
también es develar la incapacidad que tiene el filósofo para lograr que el hombre lleve una 
vida buena, lejos de los vicios y acorde a lo que Dios desea. No es que el filósofo deba 
hacer prédica cristiana, pero Rousseau sí antepone el ideal de vida cristiana por encima del 
ideal de vida filosófica. 
 
 
38
 
Una vez dormido el filósofo, empieza a soñar que está “en medio de un edificio inmenso 
formado por una cúpula deslumbrante, a la que sostenían, en lugar de columnas, siete 
estatuas colosales”84. Cada una de las estatuas representauno de los siete pecados capitales. 
De allí que Rousseau señale,al referirse a estas, que si se apreciaban de cerca se podía ver 
que eran horribles y deformes. Ahora bien, vistas en perspectiva, “si se miraban desde el 
centro del edificio, cada una de ellas cambiaba de apariencia y presentaba al lado de la otra 
una figura atractiva”85. Rousseau pretende señalar que todos los pecados, condensados bajo 
la palabra “vicio”, pueden parecernos horribles, pero también, que hay una perspectiva 
desde la cual se ven tan atractivos que el hombre no tiene manera de impedir caer en ellos. 
“Este lugar en el que reina la seducción nefasta del parecer es un templo, y es la morada de 
la humanidad”86. 
 
La invitación del templo era clara: “Pueblos, servid a los dioses de la tierra”87. En el centro 
del mismo había un altar donde los humanos iban a depositar sus ofrendas y peticiones a las 
siete estatuas. Lo hacían de mil maneras distintas, llamando cada uno de una manera 
diferente a la estatua de su predilección, o mejor, al pecado de su mayor agrado. El altar 
también servía de base para una octava estatua, a la cual estaba consagrado todo el edificio. 
Tenía un velo impenetrable que la hacía desconocida para todos. Pero esto no era 
impedimento para que cada uno de los asistentes pusiera sobre su rostro al ídolo al cual 
estaba más apegado. Tan pronto el filósofo contempla este escenariose da cuenta que entre 
la multitud hay unos cuantos hombres que están vestidos de una manera distinta y que 
reflejan en su actitud el orgullo y la crueldad. Eran los encargados de aquel edificio y los 
que guiaban a los visitantes hacia el culto, previamente habiéndoles vendado los ojos. 
 
                                                            
84Ibíd, p. 65. 
85Ibíd.  
86STAROBINSKI, Jean, Jean-Jacques Rousseau, La transparencia y el obstáculo, Versión castellana de 
Santiago González Noriega, Taurus Ediciones S.A., Madrid, 1983, p. 84 
87ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 66. 
 
 
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El culto a la estatua que somete a los hombres a su subjetividad irracional toma la forma del 
crimen universal: se desarrolla en la penumbra, a los pies de la estatua cubierta del ídolo; las 
víctimas están fascinadas por su ilusión y los sacerdotes-verdugos, ocultando su crueldad 
“bajo un aire de modestia y recogimiento”, consiguen cegar a los hombres vendándoles los 
ojos; por otra parte, también tienen el poder de castigar a sus víctimas recalcitrantes 
desfigurándoles ante los ojos de los otros88 
 
En efecto, si durante la procesión hacia el altar, alguno intentaba quitarse la venda, era 
maldecido por los sacerdotes y el maldito se convertía de inmediato en un monstruo cuya 
figura horrible y desconocida para sus compañeros hacía que la misma asamblea lo matase. 
Lo realmente “chocante”, como Rousseau mismo lo señala, es que los ministros del templo, 
quienes sí veían las estatuas como las figuras horribles que eran, las adoraban con la misma 
efusividad que el vulgo ciego bajo las vendas. Todos yacen alienados y son partícipes del 
mismo error. La escena dantesca es concluida por Rousseau con los asesinatos, las orgías, 
el avivamiento del fuego con niños y hombres que se mezclaban con el cedro y los suspiros 
de los moribundos que eran enterrados vivos por haber escuchado la voz de la naturaleza 
donde se trasluce la voz de Dios. El filósofo, aturdido por semejante espectáculo, exclamó 
“¿por qué han sido manchados mis ojos? Apresurémonos a dejar esta mansión infernal”89. 
 
Es aquí donde Rousseau introduce en su relato a tres personajes que vendrán a traer la luz 
allí donde sólo reinaba la tiniebla. El primero es un hombre vestido exactamente igual que 
él y que podríamos decir es un filósofo. En la entrada del templo y al parecer sin tener los 
ojos vendados, quitaba con un toque sutil la venda de los que iban directamente al altar. 
Estos, al contemplar con sus ojos lo horripilante de aquella escena hicieron un alboroto tal 
que terminó por poner al descubierto a aquel personaje. De inmediato se convirtió en “un 
mártir de la verdad”90, pues fue inmolado allí mismo y frente a todos por parte de los 
ministros. La ovación hacia ellos por su acto fue unánime por parte de los ciegos. Con este 
                                                            
88STAROBINSKI, Jean, Jean-Jacques Rousseau, La transparencia y el obstáculo, Op. cit,, p. 86. 
89ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit., p. 69. 
90STAROBINSKI, Jean, Jean-Jacques Rousseau, op. cit., p. 87. 
 
 
40
primer personaje Rousseau pone de relieve el papel de la filosofía sin más. Si se me permite 
la expresión, presenta a un filósofo ‘común’. Aquel que señala la verdad pero desde lejos, 
sin comprometerse con ella, pues todo lo hacía desde la puerta del templo, ya que no fue 
capaz de llegar hasta el altar y atacar al ídolo supremo, la octava estatua. Esta es una 
filosofía que podría representar también lo que le pasó al personaje principal del relato 
antes de caer en el sueño profundo, cuando indagaba pero no alcanzaba más que confusión 
en sus indagaciones, todo para terminar perdiendo el gozo por aquello mismo que generaba 
sus preguntas. Este primer héroe libertador, que muere sacrificado por los beneficiarios de 
su proeza, pasa sin pena ni gloria, pues no hace más que dejar ver lo que ya todos, de 
alguna manera, veían. Faltará alguien que ataque el mal desde la raíz y descubra la falacia y 
el engaño que subyacen en el rito. Es la hora del segundo héroe. 
 
Nuestro filósofo, aún conmovido por la escena que acababa de presenciar, dirigió su mirada 
a otra de las entradas del templo y “vio allí a un viejo de muy mal aspecto, pero cuyos 
modales insinuantes y conversación familiar hacían que se olvidase pronto la fisonomía”91. 
Según el relato se puede notar, y como lo afirman los estudios de Antonio Pintor-Ramos y 
Jean Starobinski, que este personaje al que hace mención Rousseau es Sócrates. Éste se 
hace pasar por ciego y evita ser vendado. Lo acompaña un joven a quien Sócrates parece 
estar formando para que pueda “trabajar algún día en la instrucción de los hombres”92. Por 
tal razón, logra llegar hasta el altar y descubrir la octava estatua que permanecía bajo el 
velo. 
 
Inmediatamente, el pretendido ciego saltó con ligereza sobre el altar y descubrió con mano 
atrevida la estatua, exponiéndola sin velo a todas las miradas. En su rostro se observaban 
pintados el éxtasis con el furor; bajo sus pies ahogaba a la humanidad allí personificada, pero 
sus ojos estaban tiernamente levantados hacia el cielo; en la mano izquierda tenía un corazón 
inflamado y en la otra esgrimía un puñal. Semejante aspecto hizo temblar al filósofo, pero 
                                                            
91ROUSSEAU, Jean Jacques, Escritos Religiosos, op. cit.,p. 69. 
92Ibíd, p. 70. 
 
 
41
lejos de alborotar a los espectadores, éstos vieron, en lugar de ese aire de crueldad, un 
entusiasmo celestial, y sintieron que el celo que tenían por la estatua antes de conocerla 
aumentaba por ella una vez descubierta.93 
 
Una vez cometida su hazaña, Rousseau pone en boca de Sócrates un discurso que incita a la 
rebelión de los asistentes en contra de los dioses que los oprimen y los exalta a “servir a 
quien quiere que todos sean felices”94. Un discurso piadoso por parte de Sócrates, a quien 
Rousseau pone en contra de las religiones paganas y lo alza como el poseedor de la verdad 
revelada. Pretende llevarlos al camino de Dios, aquél que quiere que todos vivamos felices. 
Pero fracasa en su intento. Sócrates, al igual que el primer filósofo que se atrevió a mostrar 
la verdad, es vituperado por los ministros del templo quienes lo acusan de impío, pues 
gritan a la asamblea que este personaje al recobrar la vista sobre el altar de la diosa, no la 
alaba sino que la profana y reniega de su culto. 
 
La condena está dictada. Lo obligan a beber del agua verde (cicuta), “tipo de muerte 
frecuentemente impuesta a los sabios”95. Con ello no sólo evitan que la turba lo masacre 
con sus propias manos, sino que pretenden dar a esta ejecución un aire de justicia. “Los 
ministros, cuando ya veían su muerte asegurada, quisieron revestirla de una forma 
jurídica”96. Y es allí, cuando está a punto de morir, que Sócrates fracasa según Rousseau, y 
con él, toda la filosofía que representaba. 
 
- Dejadme -les dijo- que vaya a recibir el premio de mi celo de aquel a quien lo he entregado. 
Viviendo en medio de estos pueblos, ¿no me habría sometido a sus leyes? ¿Y debo 
maltratarlos en el momento en que me coronan? Después de haber consagrado mis días al 
progreso de la verdad, ¿no soy demasiado dichoso por poder consagrarle el fin de una vida 
que la naturaleza iba a reclamarme? Amigos míos, el ejemplo de mi último día es la única 
                                                            
93Ibíd.  
94Ibíd.  
95Ibíd, p. 71. 
96Ibíd.  
 
 
42
instrucción que os dejo o, por lo menos, la que debe dar su peso a todas las demás. 
Sospecharían que he vivido como un sofista si temiese morir como un filósofo.97 
 
Este último discurso de Sócrates “fue un homenaje muy distinto a esa misma estatua que 
antes había descubierto, lo cual arrojó en el espíritu del filósofo una duda y una perplejidad 
de las que jamás se

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