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LOS LAICOS EN LA ECLESIOLOGÍA DEL CONCILIO VATICANO II Santificar el mundo desde dentro RAMIRO PELLITERO (dir.) RAMIRO PELLITERO (dir.) LOS LAICOS EN LA ECLESIOLOGÍA DEL CONCILIO VATICANO II Santificar el mundo desde dentro José Ramón Villar - Lucas Francisco Mateo Seco - Fernando Ocáriz Julián Herranz - Leo Elders - Pedro Rodríguez José Luis lllanes - Raúl Lanzetti - Jutta Burggraf Mary Ann Glendon - José Luis Gutiérrez Martín - Arturo Cattaneo Ramiro Pellitero EDICIONES RIALP, S. A. MADRID © 2006 by EDICIONES RIALP, S. A., Alcalá, 290, 28027 Madrid No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informá- tico, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecá- nico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Fotocomposición: M. T., S. L. ISBN: 84-321-3575-5 Depósito legal: M-3288-2006 Impreso en España - Printed in Spain Gráficas Rógar, S. A., Navalcarnero (Madrid) SUMARIO Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 PARTE PRIMERA EL MARCO ECLESIOLÓGICO DEL CONCILIO VATICANO 11 l. Las posiciones personales en la estructura de la Iglesia, por José Ramón VILLAR ............................................................... 13 II. Novedad y radicalidad de la vocación cristiana, por Lucas Francisco MATEO SECO .. .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 29 111. La participación del laico en la misión de la Iglesia, por Fernando OCÁRIZ .. ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 4 7 IV. Relación entre los presbíteros y los laicos en la vida eclesial, por Julián HERRANZ ... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 65 V. La misión de los laicos en la propagación y defensa de la fe, por Leo ELDERS .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 77 PARTE SEGUNDA EN TORNO A LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA «CHRISTIFIDELES LAICI» VI. La identidad teológica del laico, por Pedro RODRÍGUEZ .. ..... 91 VII. La condición laica/ en la Iglesia, por José Luis ILLANES ...... 127 VIII. La índole secular propia de los fieles laicos, por Raúl LANZETTI ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 14 7 IX. La unidad de vida y la misión de los fieles laicos, por Raúl LANZETTI ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... 163 X. Secularidad: reflexión sobre el alcance de una palabra, por Jutta BURGGRAF ...................................................................... 181 XI. La hora del laico, por Mary Ann GLENDON ........................... 199 6 SUMARIO PARTE TERCERA EXISTENCIA CRISTIANA EN EL MUNDO XII. La experiencia litúrgica, camino de santidad en el mundo, por José Luis GUTIÉRREZ-MARTÍN ......................................... 217 XIII. Alma sacerdotal y mentalidad laica/, por Arturo CATTANEO . 233 XIV. El mundo como tarea moral, por Pedro RODRÍGUEZ .............. 255 XV. Josemaría Escrivá: santificación del mundo y transformación social, por Ramiro PELLITERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273 Índice general .... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... ..... ..... .... 289 PRESENTACIÓN La ocasión para esta publicación es el 40 aniversario de la solemne clausura del Concilio Vaticano 11, «el más grande evento eclesial de nuestro tiempo, decía Juan Pablo 11, que ha hecho confluir en la Iglesia una vasta corriente de promoción dellaicado» 1• En este libro se reúnen textos de trece autores que reflexionan desde el mensaje conciliar sobre la vocación y misión de los fieles laicos. El mismo Papa presentó el Concilio como «brújula» para orientarse en el vasto océano del tercer milenio2• En su testamento espiritual anotó: «Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas genera- ciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado»3• Los documentos del Concilio establecieron principios y orientacio- nes para hacer vida la renovada visión teológico-pastoral de la Constitu- ción dogmática Lumen gentium. Sin embargo, la puesta en práctica del Concilio Vaticano 11 sigue siendo la gran tarea que la Iglesia y todos los cristianos en ella tienen por delante. Benedicto XVI, en su primer mensaje al día siguiente de su elección, declaraba: «Con el gran jubileo [la Iglesia] ha entrado en el nuevo mile- nio, llevando en las manos el Evangelio, aplicado al mundo actual a tra- vés de la autorizada relectura del Concilio Vaticano Il». El nuevo Obispo de Roma ha querido reafirmar con fuerza su «decidida voluntad de pro- seguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano Il», a ejem- plo de sus predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil 1 JUAN PABLO 11, Discurso al Pontificio Consejo para los Laicos, 23-XI-2002. 2 Cfr. Novo millennio ineunte, 57-58. 3 La anotación corresponde al17-III-2000. 8 PRESENTACIÓN años de la Iglesia. «Los documentos conciliares -observaba- no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñan- zas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada»4• Pocos días antes de que se cumplieran cuarenta años de la aproba- ción del Decreto sobre el apostolado de los laicos, señalaba también Be- nedicto XVI: «"La fecundidad del apostolado de los laicos depende de su unión vital con Cristo" (Conc. Vaticano 11, Decr. Apostolicam actuosi- tatem, n. 4.), es decir, de una sólida espiritualidad, alimentada por la participación activa en la liturgia y expresada en el estilo de las biena- venturanzas evangélicas». Y añadía que «para los laicos son de gran im- portancia la competencia profesional, el sentido de familia, el sentido cí- vico y las virtudes sociales»5• * * * El presente volumen tiene tres partes. La primera parte presenta la figura del laico en el marco eclesioló- gico del Concilio Vaticano 11. El Concilio situó sus enseñanzas sobre los laicos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium. Los estudios contemporáneos han corroborado que sólo desde una eclesiolo- gía de comunión, pensada en relación con la misión que toda la Iglesia tiene respecto al mundo, puede desarrollarse una reflexión teológica so- bre los fieles laicos. Esa reflexión, en efecto, presupone la naturaleza de la Iglesia, con su estructura y su misión. Por ello, en el primer capítulo de este libro el Prof. José Ramón Villar estudia cómo en la Iglesia la con- dición común del «fiel cristiano» se diversifica en tres «posiciones per- sonales» complementarias: fieles laicos, vida consagrada, portadores del sagrado ministerio. Ese texto sirve, en este sentido, para encuadrar los temas restantes. El Prof. Lucas Francisco Mateo Seco expone la novedad y radicalidad de la vocación cristiana a la luz de la vida y escritos de los Padres de la Iglesia (cap. 11). Mons. Fernando Ocáriz aborda el tema del triple munus de Cristo, perspectiva que ha resultado particularmente fe- cunda en la eclesiología contemporánea (cap. III). De la relación entre los presbíteros y los laicos en la vida eclesial trata el Cardenal Julián He- rranz con un enfoque canónico (cap. IV). Cierra esta primera parte un texto del Prof. Leo Elders que analiza cuál ha sido y debe ser el papel de los laicos en la propagación y defensa de la fe (cap. V). La segunda parte gira en tomo a los trabajos del Sínodo de Obispos so- bre «la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo» (1987) 4 BENEDICTO XVI, Primer mensaje, al final de laconcelebración eucarística con los cardenales electores en la Capilla Sixtina, 20-IV-2005, n. 3. 5 Angelus, 13.XI.2005. PRESENTACIÓN 9 y la Exhortación apostólica Christifideles laici (30-XII-1988). El Prof. Pedro Rodríguez expone la secularidad propia del laico («índole secu- lar») considerada como carisma estructural en la Iglesia, consideración que ha iluminado decisivamente la cuestión que nos ocupa (cap. VI). La reflexión del Prof. José Luis Illanes completa el tema desde otra perspec- tiva que pone de relieve el modo de darse la Iglesia en la historia (la rela- ción Iglesia-mundo) y la dimensión antropológica del Evangelio (cap. VII). Dos textos del Pro f. Lanzetti ( t) inciden a continuación sobre puntos centrales de la Exhortación apostólica Christifideles laici: en primer tér- mino, la índole secular, verdadero «núcleo teológico» de la vocación y misión de los fieles laicos (cap. VIII); en segundo lugar, la «unidad de vida», como don y tarea, exigencia y horizonte de la formación de los «cristianos corrientes», que constituyen la mayoría del Pueblo de Dios (cap. IX). Los dos últimos textos de esta segunda parte corresponden a la Profl Jutta Burggraf, sobre el sentido de la realeza cristiana en el mundo (cap. X), y a la Profl Mary Ann Glendon sobre la participación activa de los laicos en la vida social y política (cap. XI). La tercera parte expone elementos fundamentales de la existencia cristiana en el mundo, desde la experiencia y mensaje de san Josemaría Escrivá, de tanta significación para nuestro tema. El Prof. José Luis Gu- tiérrez-Martín muestra el transfondo litúrgico de la vida cristiana y el modo en que la relación liturgia-vida se presenta en Camino, primer li- bro de san Josemaría (cap. XII). Dos expresiones típicas del santo, que formaban un binomio indisociable -«alma sacerdotal y mentalidad lai- cal»- centran el interés del Prof. Arturo Cattaneo, y esclarecen algunos presupuestos de la reflexión sobre los laicos (cap. XIII). Los dos últimos estudios se refieren a la configuración de la historia por el trabajo hu- mano y la tarea del laico en el mundo. El Prof. Rodríguez examina el significado eclesial y evangelizador de la «santificación del trabajo» (cap. XIV). Quien esto escribe se ocupa, finalmente, de la conexión entre la santificación del mundo y la transformación de la sociedad (cap. XV). Ambos textos tienen también como referencia el pensamiento y las ense- ñanzas de san Josemaría. Pamplona, 8 de diciembre de 2005 40 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano 11 Ramiro PELLITERO Facultad de Teología Universidad de Navarra PARTE PRIMERA EL MARCO ECLESIOLÓGICO DEL CONCILIO VATICANO II CAPÍTULO! LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA por José Ramón VILLAR Introducción. La Iglesia, Cuerpo sacerdotal pneumatológicamente configurado La Iglesia es comunión de carismas y ministerios, una unidad-totali- dad de elementos interrelacionados. Comprender el sentido de uno de ellos, reclama la comprensión de todos en su unidad. Este carácter orgá- nico de la estructura de la Iglesia implica «que no quepa una investi- gación de la posición eclesiológica de uno de sus elementos si no es en el seno de la comprensión teológica de la estructura»1• La comprensión teo- lógica de la estructura de la Iglesia pone de relieve el modo en que es convocada y constituida por Dios en la historia como «sacramento de salvación» (LG 9). Conviene hacer dos consideraciones al respecto. 1 a La Iglesia tiene origen cristo lógico y pneumatológico. Es consti- tuida por Cristo para ser comunión de vida, caridad y verdad; y es asu- mida, y enviada por Él al mundo entero, como instrumento de redención universal (LG 9). A esta Iglesia, Cristo «la llenó de su Espíritu y la pro- veyó de los medios aptos para su misión visible y social» (LG 10). Es comunidad sacerdotal, estructurada orgánicamente, y dinamizada por la acción del Espíritu de Cristo (LG 11). Esta organicidad del Cuerpo sacer- 1 P. RODRÍGUEZ, La identidad teológica del laico, en «Scripta Theologica» 19 (1987) 265-302, p. 270 [N. del E.: vid. el texto completo más adelante, cap. VI]. Es una idea que ha subrayado el Prof. Rodríguez en varias ocasiones (cf. El concepto de Estructura Fun- damental de la Iglesia, en A. ZIEGENAUS-F. COURTH-P. SCHÁFER (hrsg.), Veritati Catholi- cae. Festschrift für Leo Scheffczyk, Aschaffenburg 1985, pp. 237-246; Sacerdocio minis- terial y sacerdocio común en la estructura de la Iglesia, en «Romana». Bollettino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei, 4 ( 1987) pp. 163-176. 14 JOSÉ RAMÓN VILLAR dotal que es la Iglesia viene determinada, en su momento cristológico, por los «caracteres» sacramentales, que constituyen los diferentes modos de participación del sacerdocio de Cristo: el sacerdocio común de los fie- les y el sacerdocio ministerial. Y es también determinada, en su momento pneumatológico, por la acción carismática del Espíritu (LG 12)2• A esta estructuración orgánica originaria de la Iglesia podemos calificarla como estructura «fundamental», en la que se enraízan las correspondientes po- siciones «fundamentales», es decir, el binomio «fieles cristianos» y «mi- nistros sagrados», sobre quienes recae la acción carismática del Espíritu Santo. 2a Dicha acción carismática del Espíritu sobre fieles y ministros tiene consecuencias «estructurales» de índole histórica: la estructura fun- damental de origen sacramental (sacerdocio común y sacerdocio minis- terial) se configura existencialmente por la acción del Espíritu Santo en orientaciones permanentes y estables de vida cristiana. En efecto, en el caminar histórico de la Iglesia la conjunción de los caracteres sacramen- tales de los fieles cristianos (Bautismo-Confirmación) y de los ministros (Orden) con determinados carismas del Espíritu, hace emerger las tres grandes posiciones personales de lo que llamaremos estructura «histó- rica» de la Iglesia: el sagrado ministerio, ellaicado y la vida consagrada, según la trilogía tradicional. Aquí trataremos principalmente de estas tres posiciones, en cuanto configuraciones concretas que toman las posicio- nes fundamentales en la historia. l. LAS POSICIONES «FUNDAMENTALES» Para analizar las posiciones «históricas» en la Iglesia sería poco ade- cuado acudir de inmediato a los lugares donde el Concilio Vaticano 11 trata directamente de los ministros, laicos y religiosos como tales. Debe- mos tomar como punto de partida la condición fundamental de «fiel cris- tiano» y, con ella, la del «ministerio sagrado». 2 Los dos <<illomentos» cristológico y pneumatológico se hallan íntimamente entre- lazados. Esto es así por la doble misión conjunta del Verbo y del Espíritu Santo: ambos se distinguen, pero no deben separarse. Tanto en la acción sacramental como en la donación inmediata (no sacramental) de los carismas son siempre Cristo y su Espíritu quienes ac- túan conjuntamente, aun con modalidades diversas, que habitualmente se vienen desig- nando -quizá de manera algo simplificada- «sacramental-cristológica» (más vinculada a Cristo) y «carismática-pneumatológica» (más vinculada al Espíritu Santo). Este tema de la articulación de la presencia y acción del Señor resucitado por medio del Espíritu que Él envía a su Iglesia merecería un espacio por sí mismo. Por lo demás, la acción sacramental eventualmente supone la donación de un «carisma» (por ej., en el sacramento del Orden), y la donación de carismas no sacramentales por el Espíritu Santo está vinculada a la forma Christi de la vida cristiana. LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 15 l. El fiel cristiano (christijidelis) Pertenece al núcleo de la eclesiología conciliar el que las diversas maneras de ser y servir en la Iglesia sean entendidas desde los caps. I-11 de Lumen gentium, donde se expone la común vocación cristiana, es de- cir, la condición de christifidelis. Por este motivo, resulta impreciso iden- tificarsin más «laico» con «miembro del pueblo de Dios». En realidad, la condición de «miembro del Pueblo de Dios» es la común a todos los miembros de la Iglesia, sean laicos, religiosos o ministros3• De manera que la palabra christifidelis (o expresiones sinónimas) designa la condi- ción radical cristiana (y por lo mismo la identidad de los cristianos frente a los no cristianos). Lo cual tiene dos consecuencias: 1 o Todas las posi- bles ulteriores posiciones personales en la Iglesia asumen, íntegra e into- cada, la ontología cristiana, de la que son desarrollos y modalizaciones (bien sacramentales, bien carismáticas). 2° El contenido de la común condición bautismal no puede ser el elemento caracterizador de las di- versas posiciones -en cuanto diversas- por ser precisamente el conte- nido común a todas ellas. Dicho contenido común viene sintetizado en lo que se designa como «sacerdocio común» cristiano, cuyo análisis debe- mos ahora dar por conocido. 2. El sagrado ministerio Junto con la condición de fiel cristiano, existe también otro elemento fundamental y originario de origen sacramental. «De entre los fieles, al- gunos son ministros» (PO 2). Es conocida la doctrina católica sobre el ministerio ordenado, es decir, la existencia en la Iglesia, por institución que arranca del Señor Jesús, de un ministerio sagrado de naturaleza sacer- dotal, transmitido por medio de un sacramento específico y que recae so- bre algunos fieles que de este modo pasan a ser «ministros sagrados», sin dejar de ser «christifideles». El sagrado ministerio comporta una nueva manera de participar en el Sacerdocio del único Sacerdote. Esta nueva ma- nera determina lo característico de su posición estructural y lo peculiar de su servicio: la «repraesentatio Christi Capitis», en palabras del Conci- lio Gunto con la sagrada potestad que capacita para ejercitarlo). El minis- tro es un servidor de sus hermanos por la presencia de Cristo, Cabeza de su cuerpo, en las acciones ministeriales. El sacerdocio ministerial, en consecuencia, no es un «grado» que haga de los ministros unos «supercristianos», ni constituye una intensifi- 3 Vid. al respecto A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia, 3• ed. Pamplona 1991. 16 JOSÉ RAMÓN VILLAR cación del sacerdocio común cristiano. La ordenación otorga únicamente un proprium en la línea servicial, esto es, de servicio al sacerdocio común de los fieles. La Iglesia se constituye en cuerpo sacerdotal como resultado de la interrelación dinámica -ad invicem ordinantur (LG 10)- del sa- cerdocio común y del sacerdocio ministerial. Por lo demás, la distinción «fieles-ministros» es, en realidad, una distinción «inadecuada», pues pre- supone en los ministros la permanencia de lo común: vobis episcopus, vo- biscum chistianus, según las conocidas palabras de san Agustín. La dis- tinción clásica essentia non gradu tantum, significa, entre otras cosas, que el sacerdocio común no viene superado ni eliminado por la ordenación: el ministro sigue siendo christifidelis (pero no un «laico», como veremos), con todas las implicaciones de su condición de fiel cristiano. En síntesis, el nivel sacramental de la estructura fundamental de la Iglesia (las posiciones personales de «fieles-ministros») sólo permite es- tablecer el elemento común y radical de fiel cristiano (Bautismo, y Con- firmación) y el elemento ministerial (Orden). Ni la figura del laico ni la del religioso emergen en este plano sacramental de manera inmediata. Para que aparezcan debemos prestar atención a la acción histórica del Espíritu en la Iglesia. 3. Los carismas en la vida de la Iglesia En efecto, constituye otro elemento de la estructura fundamental de la Iglesia lo que podemos denominar la «donación de dones del Espí- ritu»: el Espíritu «dirige e instruye la Iglesia con diversos dones jerárqui- cos y carismáticos» (LG 4 ). Estas palabras invitan a indagar una verda- dera ubicación «estructural» de los carismas en la Iglesia, es decir, la existencia de determinados «dones carismáticos» que sitúan a los fieles cristianos en una determinada posición en la estructura de la Iglesia. Son aquellos que podemos denominar «carismas estructurales» en el sentido que se explica a continuación. La consideración estructural de los caris- mas supone las siguientes condiciones. 1 a Entendemos aquí la expresión «carisma» como la directa dona- ción de dones del Espíritu no vinculada al sacramento por razón de su origen inmediato. En otras palabras: no nos referimos a aquellos «caris- mas» que provienen en su caso de una acción sacramental. 2a Las posiciones originadas por los sacramentos consecratorios tie- nen una permanencia ontológica, y una definitividad «estructural», esto es, resulta esencial para que haya Iglesia que se den de manera perma- nente las condiciones de «fieles» y «ministros». 3a En cambio, las condiciones concretas en que sitúa el carisma, en sí mismas, aun en el caso de que suponga una configuración de la exis- tencia total y permanente, no tienen su consistencia en la ontología sa- LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 17 cramental, sino en la permanente actitud de compromiso y respuesta a la constante donación del Espíritu. De ahí que estas situaciones originadas por los dones carismáticos son múltiples, y pueden ser cambiantes, se- gún el Espíritu distribuya, y el cristiano responda. 4a Ahora bien, es fundamental y originario en la Iglesia elfactum his- tórico de que el Espíritu distribuya sus dones entre «fieles y ministros», es decir, que haya carismas en la Iglesia (unos u otros, en su mudable varie- dad, transitorios o duraderos, pero siempre algunos). El Espíritu, en efecto, tiene un aspecto imprevisible (sopla donde quiere), y distribuye la multi- plicidad de sus carismas, que concretan en cada momento histórico los ser- vicios y ministerios de cada uno para común utilidad de la comunidad. Muchos de esos carismas representan formas puntuales o provisionales --en cuanto a las personas- de articulación de los servicios in Ecclesia. Si se considera atentamente esa variedad de la constante donación del Espíritu pueden identificarse, sin embargo, determinados dones que dan lugar a posiciones permanentes de vida cristiana, mediante las cua- les el Espíritu dibuja la figura existencial de la Iglesia en la historia. La acción del Espíritu, en efecto, no es sólo puntual. Existen también «di- recciones carismáticas» estables, en el sentido de que afectan a la exis- tencia del sujeto de manera habitual, y que suponen un modo de vivir la totalidad de la vocación cristiana. Se trata de formas de prodigarse el Es- píritu que son permanentes en un doble sentido: comprometen al sujeto de manera total y abarcante (y no sólo bajo algún aspecto de su existen- cia o tarea cristiana); y son maneras recurrentes de ser y vivir el cristiano en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Son llamamientos del Espíritu que inciden en la entera existencia de quien los recibe (propiedad común a otros carismas, como el celibato), pero que además acontecen de ma- nera recurrente a lo largo de los siglos, lo cual no puede carecer de signi- ficación eclesiológica (y no sólo canónica o espiritual). En otras pala- bras, hay determinados carismas que recaen sobre fieles y ministros dando lugar a condiciones «estructurales» de vida cristiana que confor- man la estructura histórica de la Iglesia. e) Cabe discernir, en efecto, dos grandes y permanentes «dones ca- rismáticos» del Espíritu que tienen un impacto «estructural», cada uno a su modo, que son el carisma laical y el carisma de la vida consagrada4• 4 Cada uno de ellos tiene un estatuto «estructural» diferente. El carisma laical, como veremos, adviene siempre cum baptismo (aunque no pertenece a su ontología sacramen- tal), y es originario desde el primer momento de la vida de la Iglesia. El carisma de la vida consagrada no adviene simultáneamente con el bautismo, sino que es una llamada poste- rior al bautismo,y aparece con el tiempo en la vida de la Iglesia. No obstante, el carisma laical es «histórico», no porque aparezca a partir de un momento de la historia de la Igle- sia -es originario, decimos-, sino porque configura la forma concreta que va a tener la Iglesia en la historia. 18 JOSÉ RAMÓN VILLAR Debido a su recurrencia, no son fenómenos coyunturales o accidentales. Los religiosos individualmente o la vida consagrada institucionalizada con su pluralidad de familias, son situaciones estables originadas por el carisma a partir de un momento determinado de la vida de la Iglesia. Igual habrá que decir de la condición laical, que resulta un elemento ori- ginario e inseparable de la condición histórica de la Iglesia, por cuanto es la manera ordinaria que el Espíritu tiene de hacer que se dé en la Iglesia la simple condición de fiel, pues la gran mayoría de los bautizados son fieles laicos. Pero los laicos no son simplemente cristianos sine addito, «sin más», ya que en ellos la vocación bautismal se configura según un modo propio que, siendo el modo más universal cuantitativamente entre los fieles, no pertenece, sin embargo, a la ontología bautismal (que per- manece en quienes han dejado de ser laicos para pasar a ser religiosos o ministros). En breve, si la dimensión sacramental consacratoria da origen al bi- nomio fieles-ministros -posiciones fundamentales-, determinadas co- rrientes carismáticas modalizan esas mismas posiciones, haciendo emer- ger las posiciones «históricas» de los «cristianos-laicos» y de los «cristianos-religiosos». 11. LAS POSICIONES «HISTÓRICAS» Concretamente, laicos y religiosos son modos constantes de expre- sar el ser y la misión de la Iglesia, pues manifiestan la constante pre- sencia operante del Espíritu que modaliza y da origen a configuracio- nes estables de la relación de la Iglesia con el mundo. Las grandes «direcciones carismáticas» que representan la vida laical y la vida con- sagrada son las formas históricas que toma la misión eclesial en el mundo (y que, en cuanto formas históricas, desaparecerán en la Iglesia consumada). La relación con la misión en el mundo incide de manera decisiva en la caracterización de las condiciones personales in Ecclesia a la hora de realizar la existencia cristiana, especialmente en las dos grandes posiciones de laicos y religiosos. Esta tesis pide una explica- ción detenida. La Iglesia entera dice interna relación teológica al mundo. Es decir, el mundo no es un mero ámbito extrínseco de la misión, sino que consti- tuye el destinatario de la acción configuradora y transformadora de la Iglesia. Hay que añadir inmediatamente que toda la Iglesia es el sujeto de esta misión, de manera que debe hablarse de una «secularidad gene- ral» de la Iglesia o relación general de la comunidad cristiana con el mundo, pues todo cristiano debe contribuir a la conformación cristiana del mundo, y todos los miembros del Pueblo de Dios (ministro, religioso, laico) son corresponsables de la misión evangelizadora. LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 19 Ahora bien, la comunidad eclesial es «sacramento de salvación», «signo e instrumento» visible y externo dotado de una estructura orgá- nica que surge de diferentes elementos sacramentales y carismáticos, de los que emerge una pluralidad de condiciones cristianas (laicos, religio- sos, ministros) precisamente en orden a esa misión en el mundo. La Igle- sia ha ido profundizando, al discernir la acción del Espíritu en ella, esa manera orgánica de relacionarse sus miembros con el mundo, identifi- cando formas determinadas de vivir la «secularidad general» de que an- tes hablamos. De manera que «todos los miembros de la Iglesia son par- tícipes de su dimensión secular; pero lo son de formas diversas»5• Como es sabido, el Concilio Vaticano 11 significó el redescubri- miento de la plena vocación cristiana de todos los miembros del Pueblo de Dios, subrayando, consiguientemente, la llamada universal a la santi- dad y la participación corresponsable de todos en la única misión de la Iglesia. Juntamente no dejó de señalar la diversidad, principalmente cuando utiliza expresiones diferenciadoras entre las diversas posiciones personales en orden a la misión ( «suo modo», «peculiari modo», «pro parte sua» ). Veámoslo de cerca. l. Los fieles laicos El Concilio abordó la condición de los cristianos laicos a partir de la común dignidad bautismal, y además caracterizándoles por la «índole secular>>. a) Lumen gentium 31 atribuye formalmente a los laicos -los que no son ministros ni religiosos- la dignidad de la condición de cristiano, christifidelis; y afirma que «ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano pro parte sua, en la parte que les es propia» (LG 31 ). La expresión «pro parte sua>> podría evocar un presunto reparto estratégico, como en lotes separados, de la misión de la Iglesia en rela- ción con el mundo: al laico, el mundo y sus tareas; a los ministros, las actividades estrictamente eclesiales; a los religiosos, la escatología. En realidad, no existen dos esferas separadas (la espiritual para sacerdotes y religiosos, la temporal para los laicos). Lo propio de los laicos no es lle- var a cabo una parte de la misión, sino ser responsables de toda la mi- sión pero según un peculiaris modus que radica en algo que se da en al- gunos cristianos -en este caso, la mayoría, los laicos- que el Concilio llama «índole secular» (LG 31 ), y que constituye un modo concreto de relación cristiana con el mundo, diferente de la de ministros y religiosos. «Ciertamente, todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su di- mensión secular; pero lo son de formas diversas. En particular, la partid- 5 JUAN PABLO 11, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30.12.1988, n. 15. 20 JOSÉ RAMÓN VILLAR pación de los fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función, que, según el concilio, 'es propia y peculiar' de ellos. Tal moda- lidad se designa con la expresión 'índole secular'» (Christifidelis laici, n. 15). La «índole secular» es, pues, la forma propia de los laicos de realizar la «secularidad general» de la Iglesia entera; los religiosos y los minis- tros viven -ambos a su modo-la «secularidad general» de manera di- versa a los laicos. b) Hay que señalar que esta «índole secular>> no es la simple situa- ción sociológica del laico, esto es, el mero hecho de estar situado en la dinámica inmanente al mundo. En otras palabras, las condiciones natura- les o las situaciones humanas de las personas no determinan, como tal, la posición de laico en la Iglesia. Ahora bien, esa situación «natural» es el humus antropológico de la condición laical, que no es superado ni aban- donado con el bautismo; aún más, constituye el supuesto humano de su posición en la Iglesia, que viene cualificada teológicamente por el lugar que ocupan en la gestión del mundo en orden a la Redención. Esto su- cede cuando, por vocación divina, su situación mundanal se constituye en verdadera vocación cristiana por la donación del Espíritu, que asigna a ese cristiano, con finalidad escatológica -para buscar el reino de Dios-, el lugar que ya tenía en el orden de la creación. «Allí son llama- dos por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la san- tificación del mundo» (LG 31 ). Puede incluso aparecer formalmente como donación del Espíritu, lo que en su contenido material pertenece al orden de la creación (vid. 1 Cor 7, 7, respecto del celibato y matrimo- nio6). De esta manera, la vocación divina transforma en llamamiento ca- rismático una situación humana, de modo que a ese cristiano el carisma del Espíritu le «devuelve» su lugar en el mundo en términos de misión. La secularidad, por tanto, no es adyacente al laico, no se superpone a su condición cristiana como fruto de su situación sociológica en el mundo. La «índole secular» cristiana de los laicos consiste en esa donación sal- vífico-escatológicaque el Espíritu hace al sujeto cristiano de las mismas tareas del mundo en cuanto mundo, tareas en las que ya se encuentra in- serto. Cuando eso sucede, en esa situación humana hay donación de Dios, y el cristiano puede encontrarse en ella como vocación y mandato para la entrega y el servicio. Todavía más, crea en el cristiano laico esa peculiar vocación-misión y con ello determina su posición teológica en la Iglesia. El laico opera desde dentro, es decir, desde su inserción nativa 6 El hecho de casarse, o de no casarse y permanecer soltero, es un dato de orden na- tural y sociológico («contenido material») que se da también entre los no cristianos. En el plano cristiano tiene una significación de orden salvífico cuando se trata del matrimonio, signo sacramental del amor de Cristo por su Iglesia, o cuando se trata del carisma del celi- bato por el Reino de los cielos. LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 21 y mantenida en la dinámica del mundo; y desde ella surge su peculiar po- sición en la Iglesia. El Señor otorga al fiel bautizado como tarea propia in Ecclesia la santificación ab intra de la situación y de la dinámica in mundo en la que se encuentra inserto. e) Todo lo anterior es lo que supone el «carisma estructural» de la condición laical. La Iglesia ha discernido en su experiencia del Espíritu que es éste uno de los modos más radicales y ordinarios que el Espíritu de Cristo tiene de enriquecerla con sus dones. «El Concilio ha ofrecido una lectura teológica de la condición secular de los laicos, interpretán- dola en el contexto de una verdadera y propia vocación cristiana (Lumen gentium, 31 § 2)»7• Vocación cristiana verdadera y propia, y juntamente la más habitual. En efecto, la condición de cristiano laico, al constituirse desde una dirección carismática tan originaria, común y permanente, como es la «índoles saecularis», es la manera ordinaria que el Espíritu tiene de hacer que se dé en la Iglesia la simple condición de fiel, y esto desde las primeras manifestaciones de la vida de la Iglesia primitiva. La condición laical constituye la modalización más ordinaria y originaria de la «secularidad general» de la Iglesia, de su relación con el mundo. De este modo, se comprenden bien las designaciones habituales de los laicos como «cristianos corrientes», «fieles corrientes», etc. Estas ex- presiones (no técnicas) no suponen la identificación pura y simple del laico con la condición de christifidelis originada en el Bautismo, pues en ese caso carecería de sentido que el Concilio diferenciara a los laicos por lo común cristiano. En otras palabras, si la «índole secular>> fuera una ca- racterística inmanente a la común condición cristiana, los religiosos o ministros, al dejar de ser laicos a causa de su nueva posición, «perde- rían» ese rasgo de la vocación bautismal, es decir, un elemento intrín- seco del contenido bautismal y del sacerdocio común, lo cual no resulta posible. En realidad, la donación del mundo como tarea peculiar y pro- pia («índole secular>>), sin ser un elemento que se da intrínsecamente en el contenido mismo del bautismo (propter baptismum), sin embargo acompaña y adviene junto con el bautismo (cum bautismo); y de aquí su universalidad y constancia: desde el momento del bautismo todos los cristianos están llamados a vivir la secularidad general de la Iglesia -la relación con el mundo- según la «índole secular» propia del laico. Pero de ahí también la posibilidad posterior de otros modos de configurar la relación con el mundo según la diversidad de vocaciones (al ministerio o a la vida consagrada). En efecto, cuando sobre un «cristiano corriente», sobre un laico, re- cae la llamada de Dios al ministerio sagrado, o recibe la vocación a la 7 JUAN PABLO 11, A los miembros de la Secretaría General del Sínodo de los Obis- pos, 19-V-1984, enAAS 76 [1984] p. 784. 22 JOSÉ RAMÓN VILLAR vida consagrada, no dejan o pierden algo perteneciente al bautismo o al sacerdocio común (o al «carácter>> sacramental), sino que la «índole secu- lar» o carisma que acompaña al bautismo y que tenían como cristianos laicos, se «transforma»: el Espíritu «sopla» ahora de otro modo sobre esas personas, que adquieren así una nueva posición en la Iglesia, deter- minada bien por el «carácter» sacramental del Orden, o bien por el ca- risma religioso: dejan de ser cristianos laicos para ser cristianos dotados de otros carismas, de origen sacramental o no. Su relación con el mundo no desaparece, pero viene configurada de otro modo. 2. La vida consagrada Los carismas del Espíritu que configuran el estado religioso tienen tal importancia en la realidad de la Iglesia peregrinante, que el Concilio Vati- cano 11 ha podido decir que «aunque no afecte a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santi- dad» (LG 44). La Iglesia histórica es inconcebible sin el testimonio de los religiosos. La vida consagrada es una proclamación y un recordatorio pro- fético de aspectos centrales de la vida cristiana, una memoria viva que la Iglesia necesita de modo permanente. «Los religiosos --dice el Concilio- ' por razón de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espí- ritu de las bienaventuranzas» (LG 31 ). La vida consagrada, en cuanto signo de lo absoluto de Dios e imagen de entrega evangélica, «es un don especial de Dios a su Iglesia>>8• Históricamente esta dimensión carismática «estruc- tural» que supone la vida consagrada se ha expresado en una gran diversi- dad y riqueza de carismas concretos. Aquí consideramos solamente el esta- tuto eclesiológico de la vida consagrada en su núcleo teológico, abstraído de la riqueza de las terminologías y formas de darse ese núcleo. a) La vida cristiana modalizada por el «carisma religioso» aparece como una excepción, originada por el Espíritu, de la condición ordinaria de los fieles que hemos expuesto al analizar la noción de laico. La vida consagrada «designa la llamada a un tipo de vida no ofrecido a todos, que escapa a la ley normal de las cosas, pero al cual algunos se sienten llamados, tanto para los otros como para sí mismos»9• Un tipo de vida que supone una «distancia real y voluntaria» de los valores del mundo y de un cierto estilo de vida10• El carisma religioso implica, en mayor o 8 JUAN PABLO II, Exh. apost. Redemptionis donum, 25.3.1984, n. 14. 9 J. M. R. TILLARD, Religiosos, hoy, Bilbao 1969, p. 60. «Vi si rinuncia a un certo tipo di radicamento nel mistero della creazione e del mondo che appartiene anch'esso al Regno di Dio» (IDEM, La vita religiosa nella Chiesa, «Claretianum» 26 [1986] p. 76). 10 Cfr. ibidem, p. 82: un «distacco da certi valori mondani e di un certo stile di vita». LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 23 menor grado, abandonar la posición (el «peculiare modus», la «índoles saecularis») que se tenía como laico en la dinámica inmanente al mundo, para asumir otro distinto. «Este modo de vivir la vocación cristiana [la vida consagrada] no puede pretender abrazar toda la experiencia evangé- lica: implica necesariamente una opción y una 'renuncia' a ciertas rela- ciones, a un cierto tipo de inserción en la creación y en el mundo, perte- necientes también al misterio del Reino de Dios» 11 • La vida consagrada aparece así como institucionalización de una di- rección carismática del Espíritu, por la que el Espíritu exime, en uno u otro grado, a hombres y mujeres -por amor al mundo y para servir a la salvación del mundo-, de la inserción en la vida ordinaria de los hom- bres, siendo así testigos de la provisionalidad de lo humano y de la defini- tividad de los bienes celestiales. Desde esa distancia «formal», que cons- tituye otra manera peculiar de vivir la «secularidad general» cristiana, los religiosos enriquecen al mundo y a la Iglesia, tal como describe el Conci- lio Vaticano 11en textos bien conocidos. Así contribuyen los religiosos a la restauración del mundo en Cristo, para gloria del Creador y Redentor. b) En consecuencia, lo que principalmente define eclesiológicamente al religioso como tal, en la Iglesia y en el mundo, es su diferencia con el cristiano laico (no con el sagrado ministerio, que algunos religiosos pue- den recibir). Esa «diversa relación con el mundo» constituye, pues, el ele- mento relevante a la hora de identificar el «lugar>> eclesiológico de la vida consagrada, que tendrá su ulterior reflejo y tratamiento en la disciplina canónica y en la teología espirituaP2• Ciertamente, la polifacética evolu- ción del «estado de vida consagrada» contempla formas institucionales de mayor o menor implicación «material» en las condiciones ordinarias y actividades «seculares» (sanitarias, educativas, etc.) de los fieles laicos, con su consiguiente tratamiento disciplinar: desde la «distancia», bien vi- sible y externa, del monacato o de la estricta vida contemplativa, pasando por los diversos institutos de vida activa hasta la «cercanía>> de las diver- sas formas apostólicas de «consagración secular>> 13• Pero siempre la «for- u J. M. R. TILLARD, Consigli evangelici, en «Dizionario degli Istituti di Perfezione», t. 11, col. 1683. 12 La expresión canónica y espiritual de esa nueva «situación» de la vida religiosa tradicionalmente se ha concentrado en la fórmula de los «consejos evangélicos». Importa señalar que «no ha sido una doctrina sobre los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia la que ha dado origen a la vida religiosa, sino que, al contrario, ha sido la existencia de los institutos religiosos la que ha provocado la elaboración de esa doctrina ( ... ).Si se ha llegado a hablar de los consejos evangélicos( ... ) ha sido como consecuencia del esfuerzo teológico realizado para resumir en una fórmula breve y de valor técnico el apartamiento -al menos ascético o interior- del mundo que caracteriza la esencia de la vida religiosa» (J. L. ILLANES, Mundo y santidad, Madrid 1984, pp. 185-186). 13 «El testimonio público que han de dar los religiosos a Cristo y a la Iglesia lleva consigo un apartamiento del mundo que sea propio del carácter y de la finalidad de cada Instituto» (C.I.C., can 607 § 3). 24 JOSÉ RAMÓN VILLAR malidad» del carisma de la vida consagrada supone, en grados e intensi- dades diversas, constituir al fiel cristiano que lo recibe en una relación con el mundo distinta de aquella del laico y del pastor. Es cierto que la expresiónjitga mundi se ha cargado de tal complejidad histórica que hoy no refleja razonablemente la vida consagrada; en cualquier caso «la fuerza del religioso está exactamente en ser diferente» 14• Diferente por su modo racional de situarse en el mundo, no por otras razones: como una mayor o menor responsabilidad en la misión, o una mayor o menor «radicalidad» en la vivencia del Evangelio. Interesa anotar una consecuencia terminológica de lo dicho. Los reli- giosos que no son ministros, aunque puedan llamarse «laicos» a ciertos efectos canónicos (según un criterio sacramental negativo: los no-orde- nados), en cambio, no son laicos en el sentido teológico positivo que aquí hemos expuesto (según un criterio pneumatológico-carismático ). Por lo demás, si algunos fieles llamados a la vida consagrada reciben la ordena- ción para el ministerio, nada resta a su posición como religiosos. 3. Los portadores del «sagrado ministerio» El contenido del ministerio -en lo que consiste su servicio- es la representación sacramental en la comunidad cristiana de la persona de Cristo, que otorga gratuitamente la salvación, por la Palabra y los Sacra- mentos, en el aquí y ahora de la historia. Es Cristo mismo quien realiza la salvación, a través del ministro, «sacramento» de su presencia. En rea- lidad, lo característico y radical de los ministros podemos englobarlo bajo el término «ministerialidad», es decir, el modo típico y propio con que los ministros participan en el único Sacerdocio de Cristo (y su di- mensión espiritual es la «caritas pastoralis» ). El proprium del sagrado ministerio no se encuentra, en consecuencia, en su relación con el mundo. La posición ministerial surge del sacramento del Orden, y no se origina en un cambio de su relación cristiana con el mundo. La condi- ción teológica de los ministros no adviene por ese lado, sino por el don sacramental que los constituye en pastores. Sin embargo, la posición ministerial tiene consecuencias prácticas en la vivencia de la secularidad. El Concilio Vaticano 11 entiende, en efecto, el ministerio como «vocación particular>>: «Los que recibieron el orden sagrado( ... ) están destinados de manera principal y directa al sa- grado ministerio por razón de su vocación particular>> (LG 31 ). Esta des- tinación «principal y directa al sagrado ministerio» afecta a su relación con el mundo, de manera que «aunque algunas veces puedan tratar asun- 14 A los Religiosos enRio de Janeiro, 2. 7.1980 (subrayados originales). LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 25 tos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular», ésta no es su vocación «particular>>. Su condición ministerial no proviene -lo hemos dicho- de un novum en su relación con el mundo; pero el ejercicio de su relación con el mundo -de su secularidad- queda modalizado por su nueva posición sacramental en la Iglesia, cuyo proprium es lo que he- mos llamado la «ministerialidad», con unos condicionamientos distintos de los del laico tanto en la Iglesia como en el mundo. Esos condiciona- mientos no provienen de un confinamiento del ministerio a un ámbito separado del mundo, sino que son exigencias internas de la misión de los ministros en la Iglesia como factores de comunión, y por eso mismo so- metidas a consideraciones prudenciales de oportunidad15• Por su parte, los religiosos-ministros tienen la relación hacia el mundo propia de los ministros (pues todo ministro lo es para la Iglesia y el mundo), pero su vivencia personal de la secularidad viene configu- rada según el carisma religioso, en el sentido ya conocido. Se impone aquí una observación. La expresión clero «secular>> sólo tiene la función negativa de marcar la distinción con el clero religioso -«regular>>- y de las formas propias (espirituales y disciplinares) de los presbíteros-re- ligiosos en cuanto religiosos 16• Cumplido ese objetivo, la palabra «secu- lar» se prestaría a malentendidos si se aplicara en sentido unívoco al mi- nistro y al laico. La secularidad del ministro no es exactamente la «índole secular» de los laicos que antes hemos descrito (porque la condición de pastor en la Iglesia por la ordenación sacramental configura el ejercicio de la relación con el mundo). Esa identificación práctica sucede cuando se pretende vivir una espiritualidad sacerdotal derivada de la secularidad propia y peculiar de los laicos 17• En efecto, un ministro ordenado no es 15 Por ejemplo, condicionamientos en el ámbito político: «La 'discreción política' que se impone a los pastores de la Iglesia y que ha sido traducida en una norma canónica concreta, no es el efecto de una concepción sacral de la Iglesia que relegaría a lo profano la actividad política, dejándola a los laicos. No es un privilegio, sino un sacrificio que se impone al presbítero y al obispo para acrecentar su disponibilidad y así poner la sola Pala- bra de Dios en el centro de la comunidad, como la medida con la que todos deberán juz- garse y medirse» (S. DIANICH, La espiritualidad del presbítero desde la misión de la Igle- sia y su relación con el mundo, en C. E. DEL CLERO, «Espiritualidad del presbítero diocesano secular», Madrid 1987, p. 362). Observación que puede análogamente exten- derse al ámbito de otras determinadas actividades «seculares» (comerciales o mercantiles, responsabilidades civiles, etc.). 16 En ocasiones, las clarificaciones de los términos son iluminadoras. Se me permita reenviar,para el contexto de la Iglesia local, a J. R. VILLAR, Clero secular, clero dioce- sano, clero religioso, clero extradiocesano. Anotaciones terminológicas. en «La Forma- ción de los sacerdotes en las circunstancias actuales», Actas del XI Simposio Internacio- nal de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona 1990, 305-314. 17 «No han faltado en los últimos tiempos tentativas de concebirla y vivirla como eminentemente laical» (Comisión Episcopal del Clero, «Documento de Trabajo» Espiri- tualidad sacerdotal y ministerio, Madrid 1988, p. 14). 26 JOSÉ RAMÓN VILLAR un cristiano que permaneciendo «laico» recibe la capacidad de acciones ministeriales. El ministro no es un «laico-ministro», sino un «cristiano- ministro», y su secularidad viene condicionada en su ejercicio práctico por la «ministerialidad», según hemos dicho. 111. CONSIDERACIONES FINALES Conviene reiterar que es la Iglesia entera, comunidad sacerdotal or- gánicamente estructurada por los sacramentos y dinamizada por los ca- rismas «estructurales» (ministros, laicos y religiosos), la que se relaciona y lleva a cabo la misión en el mundo. Sería simplista interpretar las dife- rencias entre las diferentes posiciones en clave de reparto de competen- cias exclusivas en la misión: al laico, lo secular; al presbítero, lo sacra- mental-pastoral; al religioso, lo escatológico. Tanto en la Iglesia como en el mundo los cristianos están -si vale la expresión- todos a todo pero de distinto modo, es decir, bajo formalidades teológicas originadas en la pluralidad de vocaciones carismáticas. Es habitual encontrar en el tratamiento de la diversidad de posicio- nes eclesiales dos esquemas alternativos o excluyentes. De un lado, el que toma como punto de partida la distinción clero/laicos; y de otro lado, el esquema comunidad/ministerios, que con razón aspira a superar al an- terior. El primer esquema puede llegar a duras penas a la unidad, propi- ciando en la práctica una comprensión clerical de la Iglesia. El segundo esquema toma como punto de partida, no la diferencia, sino la unidad de vocación y misión que se da en la Iglesia-comunión, en cuyo seno se des- pliegan variados servicios y ministerios, entre ellos el cualificado minis- terio de sucesión apostólica. A nuestro juicio, este segundo esquema debería completarse pres- tando una mayor atención a la articulación de la relación de la Iglesia con el mundo. De lo contrario, se difuminan en la práctica los diferentes modos de vivir la secularidad general de la Iglesia, haciendo difícil la re- flexión sobre la diversidad de vocaciones, o renunciando a tal reflexión (por ej., al identificar al laico con el cristiano «sin más»), y relegando las diferencias entre laicado y vida consagrada al ámbito pastoral, espiritual o canónico, sin reconocer su relevancia eclesiológica estructural. En este sentido, Christifideles laici n. 55 ofrece, a nuestro juicio, un marco teoló- gico provechoso: «En la Iglesia-comunión los estados de vida están de tal modo rela- cionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Ciertamente es co- mún -mejor dicho, único- su profundo significado: el de ser modali- dad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfección del amor. Son modalidades a la vez diversas y complementarias, de modo que cada una de ellas tiene su LAS POSICIONES PERSONALES EN LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA 27 original e inconfundible fisonomía, y al mismo tiempo cada una de ellas está en relación con las otras y a su servicio. Así el estado de vida laica/ tiene en la índole secular su especificidad y realiza un servicio eclesial testificando y volviendo a hacer presente, a su modo, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, el significado que tienen las realidades te- rrenas y temporales en el designio salvífica de Dios. A su vez, el sacer- docio ministerial representa la garantía permanente de la presencia sa- cramental de Cristo redentor en los diversos tiempos y lugares. El estado religioso testifica la índole escatológica de la Iglesia, es decir, su tensión hacia el reino de Dios, que viene prefigurado y, de algún modo, antici- pado y pregustado por los votos de castidad, pobreza y obediencia. To- dos los estados de vida, ya sea en su totalidad como cada uno de ellos en relación con los otros, están al servicio del crecimiento de la Iglesia; son modalidades distintas que se unifican profundamente en el 'misterio de comunión' de la Iglesia y que se coordinan dinámicamente en su única misión». En el seno de la Iglesia-comunión se dan modalidades complemen- tarias de vida cristiana que se originan, según hemos expuesto, en la ac- ción sacramental y carismática-estructural de Cristo y de su Espíritu. So- bre esas posiciones eclesiológicas básicas (laicado, vida consagrada y ministerio) recaen ulteriores llamadas del Espíritu a diversos ministerios y servicios concretos en el seno de la comunidad cristiana. Esta eclesiología de comunión implica que no existe una teología «autónoma» del sagrado ministerio, laicado y vida religiosa, sino una eclesiología «total», de manera que el oscurecimiento de la identidad teo- lógica de alguna de esas posiciones, introduce oscuridad en las demás. Por esta razón, la comprensión sistemática de la pluralidad de vocacio- nes y ministerios debe fraguarse, al menos inicialmente, en sede eclesio- lógica; y, desde aquí, ceder el paso a la teología espiritual, la teología pastoral o la ciencia canónica, ámbitos en los que la eclesiología, a su vez, encuentra material de interés principal para su reflexión. La realidad de la que se debe partir es la Iglesia, a la que Cristo hace partícipe de su vida, y que envía al mundo como signo y sacramento del designio divino de salvación. La diversidad de vocaciones, ministerios y tareas no se ex- cluyen ni yuxtaponen, sino que están imbricadas en un todo orgánica- mente estructurado. Lo cual manifiesta, a nivel eclesiológico, que nin- gún cristiano singular o grupo de cristianos, ninguna concreta vocación, estado o condición de vida, es capaz de manifestar adecuadamente la perfección de Cristo, reflejo a su vez de la infinita riqueza de Dios. Solo la Iglesia, considerada en su conjunto, la expresa de algún modo. Este marco eclesiológico posee una clara ventaja teológica y pasto- ral. En efecto, todo intento de clarificar la pluralidad de vocaciones desde una perspectiva, por ejemplo, exclusivamente ético-espiritual, significa -de una manera o de otra- situar el criterio diferenciador en términos 28 JOSÉ RAMÓN VILLAR de mayor o menor perfección o radicalismo de la vida cristiana, lo que pone en serio trance la afirmación de que todas las vocaciones eclesiales dan acceso a la plenitud de la caridad18• Una consideración análoga po- dría hacerse desde la perspectiva de la responsabilidad en la misión de la Iglesia. Si una de las posiciones (laicado, ministerio o vida consagrada) se identificara como la vida cristiana integral, o como aquella más com- prometida con la misión, se introduciría confusión teológica y pastoral. El ideal cristiano y la misión común a todos no puede ser el criterio dife- renciador de las concretas vocaciones, estados o condiciones de vida ofrecidas a los cristianos. La diferencia está situada, en su raíz, en el modo de vivir la vocación y la misión en la articulación relacional de la Iglesia hacia el mundo. 18 Cf. J.L. ILLANES, La secularidad como elemento especificador de la condición laica[, en «Teología del sacerdocio» 20 (1987) 277-300 [N. del E.: vid. el texto en el cap. VII de este libro]; La discusión teológica sobre la noción de laico, en «Scripta Theolo- gica» 22 (1990) 771-789; Llamada a la santidad y radicalismo cristiano, en «Scripta Theo- logica» 19 (1987) 303-322; Mundo y santidad, Madrid 1984. CAPÍTULO 11 NOVEDAD Y RADICALIDAD DE LA VOCACIÓN CRISTIANA* por Locas F. MATEO-SECO l. LA VOCACIÓN CRISTIANA SEGÚN LOS PADRES DE LA IGLESIA l. Segúnla Patrística, ¿hay vocaciones divinas que abarcan toda la vida humana? Los Santos Padres abarcan ocho siglos de enorme vitalidad y de una variedad difícilmente reducible a síntesis. Someterles a tan precisa en- cuesta, en la que evidentemente subyacen unos planteamientos humanos muy diferentes a los suyos, es empresa que no puede menos de ser califi- cada como ardua, y cuyos resultados forzosamente han de dejarnos insa- tisfechos. Quizá esta misma insatisfacción -que se deberá en parte a la brevedad del trabajo y en parte a las cuestiones que no se plantean explíci- tamente los Padres- sea ya en sí misma una lección a nosotros tan preo- cupados por la realización personal y tan poseídos por el mundo subjetivo. La realidad que nos ocupa -existencia y exigencias de la voca- ción- se daba ya entonces y ciertamente con no menos fuerza que en la época actual. Desde los primeros escritos patrísticos se nota su presencia vital, aunque la reflexión a escala consciente vaya abriéndose paso lenta- mente, con el correr de los siglos. Al contestar a las preguntas que se me han presentado, me detendré largamente en la primera contestación ha- ciendo un recorrido histórico lo más detallado posible dentro de la bre- vedad exigida. En él irán apareciendo muchos datos concernientes a las demás preguntas. En la contestación a las restantes preguntas seré breve, remitiéndome a los datos que ya han aparecido. * Entrevista publicada en <<lus Canonicum» 11 (1971) 167-180 con el título Lavo- cación en la Patrística. [N. del E.: se han añadido los títulos en negrita, respetando la nu- meración de las preguntas]. 30 LUCAS F. MATEO-SECO l. Unidad y radicalidad de la vocación cristiana El concepto de vocación divina, entendida como llamada de lo alto, de Dios que interviene por propia iniciativa en la historia de la humani- dad o de los hombres particulares comprometiendo su conciencia y exi- giéndoles unos determinados comportamientos, se encuentra abundante- mente expresado en los escritos patrísticos, incluso desde los primeros tiempos. Nada más natural, dadas las evidentes afirmaciones bíblicas a este respecto y el conocido amor que los Padres profesan a la Sagrada Escritura. En concreto, Dios fue quien «llamó» a los hombres a la existencia. Los Padres expresan frecuentemente este pensamiento utilizando el verbo KaA.É:ro, llamar1, o su equivalente latino «vocare»2• Aparece así la existencia no sólo en su aspecto de don recibido, sino en su vertiente vo- cacional. Toda la existencia es en sí misma una vocación recibida de Dios. Con mayor abundancia de textos es reflejado el carácter vocacional de la existencia cristiana. «El Artífice de todas las cosas nos llamó (É:Ká- A.ecrev) por medio de su siervo amado Jesucristo de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de la gloria de su nombre»3, escribe San Clemente Romano con clara referencia a Act. 26, 18, texto que consti- tuye el clímax narrativo de la vocación de San Pablo. Para San Justino, los cristianos han recibado la misma vocación que en tiempos pasados fue dirigida aAbrahán: «¿Qué ventaja, pues, le con- cedió aquí Cristo aAbrahán? El haberle llamado por su voz con el mismo llamamiento que a nosotros, al decirle que saliera de la tierra que habi- taba. Por la misma voz nos llamó también a nosotros y ya hemos salido de aquella manera en que vivíamos y malvivíamos al hilo de los otros moradores de la tierra, y con Abrahán heredaremos la tierra santa ... Y es así que como Abrahán creyó a la voz de Dios y le fue reputado en justi- cia, también nosotros hemos creído a la voz de Dios, pues nos ha hablado nuevamente por boca de los Apóstoles de Cristo, después que fue anun- ciado por los profetas, y por esta fe hemos renunciado hasta la muerte a todo el mundo»4• El texto, por su antigüedad y por los datos que con- tiene, merece que nos detengamos unos momentos. S. Justino describe el hecho vocacional -tanto el de Abrahán como el de los cristianos- uniendo tres términos fuertemente expresivos: «KA.f\crt<;, <j>ovi¡, É:KáA.e- crev». En su pensamiento, existe una auténtica llamada (KA.i\crt<;), hecha por una voz divina ( <j>ovi¡), en una acción cuya naturaleza consiste en ser 1 Cfr. p. e., G. W. H. LAMPE, A patristic greek lexicon, Oxford 1962. 2 Cfr. p. e., D. LENEANT, Concordantiae augustinianae, Bruselas (reimpresión) 1965. 3 1 Clementis, 59, 2. 4 S. JUSTINO, Dial., 119, 5-6. NOVEDAD Y RADICALIDAD DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 31 intimación, imperio (KaA.É:ro). Ve Justino que en ambos casos se ha dado una auténtica intervención divina, objetivamente dirigida a personas con- cretas. La objetividad de esta intervención queda reflejada en el término foné, griego <j>ovi¡. Dios se dirigió a Abrahán con aquella voz de que ha- bla Gen. 15, 1 ss.: a nosotros nos ha hablado por medio de los Apóstoles, en sus palabras concretas. También en ambos casos esta palabra de Dios es de parecida naturaleza ( ÓJ.LOÍa<;) en las consecuencias que entraña, siendo determinada en el texto la coincidencia: Abrahán ha de salir de su tierra: nosotros hemos de salir de aquella manera en que malvivíamos al hilo de los moradores de la tierra. La llamada divina implica en ambos casos una incidencia sobre el desarrollo concreto de la vida y una res- ponsabilidad de conciencia, ya que el seguirla «es reputado enjusticia». El concepto que San Justino tiene de las exigencias que comporta la vocación cristiana queda patente en la última frase del texto citado: «por esta fe hemos renunciado hasta la muerte a todo el mundo». Dos consi- deraciones se imponen: a) la fe, que es respuesta a una vocación divina, compromete al hombre entero exigiendo una adhesión radical, absoluta y definitiva hasta la muerte; b) lo que San Justino tiene presente en pri- mer plano es la vocación cristiana en toda su desnuedez y grandeza. Las consecuencias concretas, a veces heroicas, a que la fidelidad a esa fe pueda conducir en determinadas situaciones -martirio, fidelidad conyu- gal, por ejemplo-, están ya contenidas ahí, en esa llamada, aunque to- davía sin explicitar. Puede decirse que hasta San Antonio ( + 336) la consideración de la llamada divina relativa a la realización concreta de la vocación cristiana en un determinado estado no aparece claramente formulada en los Pa- dres. Lo que en los tres primeros siglos aparece nítidamente formulado es la existencia de una única vocación divina que abarca la vida humana: la de ser cristianos. La radical y sincera frase de San Justino citada ante- riormente es buena prueba de ello. Y es, en esta perspectiva, en la que ocupa el centro, la grandeza y exigencias sin tasa, valga la expresión, del ser cristiano en la que hay que entender las ulteriores especificaciones que llevaron posteriormente a hablar de vocaciones en plural. En esta ra- dicalidad de la vocación cristiana, tan netamente evangélica, cuya acep- tación correcta comporta el «renunciar hasta la muerte a todo el mundo», encuentran las vocaciones el fundamento del carácter definitivo de sus exigencias. En los cuatro primeros siglos, los Padres subrayan el carácter único de la vocación cristiana y su exigencia absoluta. Volvamos a San Cle- mente Romano. «¿Acaso no es una nuestra vocación en Cristo», escribe con frase lapidaria5, exhortando a la unidad a los de Corinto. El texto 5 1 Clementis, 46, 6. « ... JlÍ<l KA:ijcrt<; ev Xetcrte\)». 32 LUCAS F. MATEO-SECO tiene importancia, no sólo por su concisión y claridad, sino por ser el ar- gumento base para exigir la concordia entre clero y fieles desunidos. Efectivamente, es notable que en el momento de exigir la sumisión de unos fieles rebeldes, el argumento esgrimido sea la unicidad de la lla- mada de que ambos participan. Esta vocación, calificada por el Pastor de Hermas como «grande y venerable»6, es frecuentemente relacionada con el bautismo7, siendo el «nuevo nacimiento» utilizado como cañamazo para expresar las hondas repercusiones morales que de él se derivan.Como contrapartida del fuerte subrayado efectuado en la unicidad de la vocación cristiana, preocupa a los Padres dejar clara la universalidad de la oferta por parte de Dios y la responsabilidad que incumbe a los hom- bres al no responder a ella8• Dos precisiones son necesarias para completar lo relativo a la voca- ción en la literatura anterior a San Antonio: a) A veces se describe lavo- cación de personas singulares, p. e., de Abrahán9 , de los Apóstoles 10, de San Pablo 11 , con lo que junto con la llamada general al cristianismo co- mienzan a dibujarse formas concretas en que personas singulares, por es- pecial llamada divina, han hecho vida la vocación cristiana, y b) la voca- ción al martirio. 2. El paradigma del martirio Sabida es la importancia que en los primeros siglos reviste el marti- rio como imitación de Cristo y perfección de la vida cristiana. Baste re- cordar las ardientes palabras de San Ignacio de Antioquía12• El martirio es concebido como el acto que consuma toda la vida cristiana, el que le da perfecto cumplimiento. He aquí cómo se expresa Clemente de Alejan- dría: «Nosotros llamamos consumación (teA.eirocrtv) al martirio, no por- que en él reciba el final ( tÉ:A.o<;) la vida del hombre, como dicen los de- 6 HERMAS, Pastor, mandamiento 4, 3, 6. 7 Cfr. p. e. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA,Paed., l. 7. PG 8. 321 B. « ... mas ahora so- mos niños a causa de la voluntad de Dios recientemente cumplida sobre nosotros, por cuanto hemos nacido recientemente a la vocación y a la salud ( «et<; KA:ijow Kai. O"CO't'TJeíav veoyvoí yeyóva¡.tev»). 8 <<Nuestro Jesús, sin haber venido aún glorioso, envió a Jerusalén una vara de justi- cia, es decir, la palabra de la vocación y conversión dirigida a todas las naciones». S. Jos- TINO, Dial., 83, 4. Esta preocupación puede decirse somún a todos los Apologetas. 9 JVSTINO,Dial .. 119, 5. 10 ORíGENES, Fragm. 21 in Johannem, PREUSCHEN, Der Johanneskommentar, en «Die griechischen christlichen Schriftsteller der ersten drei Jahrhunderte .. , Orígenes Werke IV», Leipzig-Berlin, 1903, p. 502. Cfr. también E. CORSINI, Commento al Vangelo di Giovanni di Origene, Turin 1968, pp. 835-836. u S. JUAN CRISÓSTOMO, De Laudibus Pauli, IV, PG 50, 487 ss. 12 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Rom., 4. NOVEDAD Y RADICALIDAD DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 33 más, sino porque en él muestra (el mártir) la obra perfecta y consumada (tEA.EÍov) de la caridad» 13• Según la mente del mismo autor, este acto su- premo del amor cristiano sólo es totalmente correcto, si responde a una auténtica llamada divina. Prosigue: «Y así (el verdadero mártir) se dis- tingue de aquéllos que se llaman a sí mismos mártires en que éstos se presentan a sí mismos y se lanzan a sí mismos (no sé cómo) a los peli- gros; aquéllos, evitándolos primero según la recta razón, después, cuando Dios los llama (KaA.É:cravto<; tou E>eou), entregándose con ánimo pronto y alegre, confirman la vocación (KA.f¡crtv), ya que no se presenta- ron temerariamente»14• El texto citado nos habla de la existencia de una auténtica vocación divina al martirio, que encuentra su manifestación clara en las circuns- tancias exteriores. Está, pues, ahí, al margen o en contra de la voluntad del llamado. Estas circunstancias, no buscadas por el sujeto, exigen un comportamiento determinado que no tiene por qué estar en consonancia con los sentimientos personales y que dimana, o es una concreción, de la vocacion cristiana «por la que hemos reununciado hasta la muerte a todo el mundo», en frase de San Justino. Esta vocación, además, compromete a la propia conciencia, ya que el no aceptarla constituye apostasía. Final- mente, esta vocación, paradigmática en los primeros siglos cristianos, es consumación irrevocable (teA.eiov) con la misma irrevocabilidad de la vocación cristiana. Por contrapartida, es el mismo Clemente quien nos recoge un frag- mento gnóstico en el que esta vocación al martirio parece moverse en pleno terreno subjetivo, desligada de la rotundidad de los hechos exter- nos15. Se trata de un fragmento de Heracleón en el que realiza la exégesis de Mt. 10, 32-33: «Pues a todo el que me confesare delante de los hom- bres, yo también le confesaré delante de mi Padre, que está en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo le negaré tam- bién delante de mi Padre, que está en los cielos». No vamos a entrar en el estudio de este fragmento al que ha dedicado el P. Orbe abundantes y sa- brosas páginas 16. Viene luchando Heracleón con diversos argumentos contra la universal obligatoriedad de esta sentencia del Señor, referida a la confesión de fe ante los tribunales, uno de los cuales es reducir la ur- gencia del martirio al sentimiento de la llamada interior: «Si así con- viene, y el Logos mueve a ello, síguese también a ésta (la confesión en la vida ordinaria) la confesión particular ante los magistrados»17• El acento está puesto en «si el Logos mueve a ello», es decir, si el sujeto siente es- 13 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., IV. 4, PG 8. 1228 B. 14 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., VII, 11, PG 9, 492 C. 15 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., IV, 9, PG 8, 1281-1283. 16 A. ORBE, Los primeros herejes ante la persecución, Roma, 1956. 17 Cfr. A. ORBE, op. cit., p. 3. 34 LUCAS F. MATEO-SECO pontáneamente18 en su interior la moción divina que le hace confesar su fe ante los tribunales. Queda así la vocación al martirio reducida a la im- precisión del puro ámbito subjetivo y a la inestabilidad de un llamamiento difícil de sentir y más difícil de interpretar cuando existe ante los ojos el elocuente lenguaje de los tormentos. En la refutación, Clemente, aun sin detenerse en el inciso heracleoniano, se situará en el terreno objetivo de la malicia de la apostasía y del ejemplo de Cristo y los Apóstoles» 19• 3. La virginidad La virginidad está presente desde el primer siglo como una concre- ción de la vocación cristiana tenida en máxima estima. Pesa el consejo paulino y se hace patente en ella la grandeza martirial de entrega del pro- pio cuerpo. Como el martirio, aparece revestida de su carácter irrevoca- ble. Sus alabanzas se encuentran frecuentemente hilvanadas en la refle- xión sobre el sacerdocio de los fieles. Son innumerables las palabras de aliento. «Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para hon- rar la carne del Señor, que permanezca sin engreimiento», escribe San Ignacio de Antioquía20• Es el firme propósito de permanecer virgen lo que caracteriza a dicho estado. Frases como «Nupsisti enim Christo, illi carnem tuam tradidisti, age pro mariti tua disciplina»21 , son bastante fre- cuentes. Y Orígenes: «Cuando nos acercamos al Señor y hacemos voto de servirle en castidad, pronunciamos en los labios el juramento de casti- gar nuestra carne, de atormentarla y reducirla a servidumbre, a fin de po- der salvar el espíritu»22• San Cipriano describe la virginidad con los siguientes trazos: «Christo se dicare, in aetemum continentiae se devo- vere, tam carne quam mente Deo se vovere»23• Este propósito parece ser 18 La espontaneidad encuentra su base en la naturaleza del gnóstico, quien, una vez oída la llamada divina, ha de seguirla necesariamente. Esta espontaneidad es la que alaba Heracleón en la fe de la samaritana. ORíGENES, Comment. in Johannem, XIII, 10, PG 14, 413 A-415 B. Cfr. W. VOELKER, Quellen zur Geschichte des christlichen Gnosis, Tu- binga, 1932, pp. 71-72. Cfr. también F.M. SAGNARD, La gnose valentinienne et le témoig- nage de saint Irénée, Paris 1947, pp. 496 ss. 19 CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Strom., IV, 9, PG 8, 1280-1285. Cfr. A. ORBE, op. cit., pp. 33-46. 20 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Po tic., 5, 2. San Ignacio ha hecho dos precisiones impor- tantes: la castidad es verdaderamente cristiana por la intención religiosa -«para honrar la carne del Señor»-, y debe estar acompañada por la virtud de la humildad. S. Clemente Romano precisa también: <<Quien es casto en su carne no debe envanecerse, sabiendo que es otro quien le otorgala continencia» (/ Clementis, 38, 2). Se pone de relieve desde el primer momento que la castidad cristiana es un don recibido de arriba. 21 TERTULIANO, De oratione, 22. PL 1, 1188. 22 ORfGENES,/n Lev, hom. 3, 4. PG 12, 428. 23 S. CIPRIANO, De habitu virginum, 4, PL 4, 443. NOVEDAD Y RADICALIDAD DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 35 que pronto se ve confirmado con un voto. Tertuliano nos pinta ya a las vírgenes conducidas hasta el centro de la asamblea cristiana, donde, pu- blicado el don de su virginidad, eran objeto de toda honra y cariño por parte de sus hermanos en la fe24• El carácter irrevocable de este estado nos viene confirmado por la fuerza -rudeza a veces- con que se estima la situación de la virgen que ha sido corrompida. Escribe San Cipriano: «Si se comprueba que alguna de ellas ha perdido su integridad, haga penitencia plena de su crimen, ya que ha sido adúltera no de un marido cualquiera, sino de Cristo; después de haber practicado la penitencia durante el tiempo que se juzgue conveniente, hecha su confesión, sea admitida de nuevo a la Iglesia. Pero, si permaneciese obstinada, no alejándose del varón con quien mora, sepa que con esta su pertinacia impúdica jamás podrá ser recibida por nosotros en la Iglesia, a fin de evitar que con el escándalo de su delito pueda ser ocasión de ruina para las demás»25• El mismo San Cipriano trata con suavidad el cambio de estado: «Pero, si no quieren o no pueden perseverar, es mejor que se casen que caer en el fuego a causa de sus delitos»26• La virginidad tiene su ingrediente principal en la decisión de per- manecer en dicho estado, una decisión que ha de ser firme y definitiva, de forma que el ser infiel puede ser interpretado como una auténtica defección y calificado con el epíteto de adúltero. El tema vocación, sin embargo, no ha sido explícitamente aplicado en estos siglos a la virgi- nidad. 4. El matrimonio En cuanto al matrimonio, puede decirse que desde los primeros tiem- pos están pensando sobre él los conocidos textos de Mt. 19, 3 ss. y Ef 5, 25-29, que enuncian tanto el origen divino y la irrevocabilidad de este estado, como el profundo misterio que encierra. Baste citar de nuevo a San Ignacio de Antioquía. «Recomienda a mis hermanas que amen al Se- ñor y se contenten con sus maridos, en la carne y en el espíritu. Igual- mente, predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor ama a la Iglesia»27• En este, como en los demás misterios de la vida cristiana, el pensamiento primitivo está poseído por las exigencias de la vocación cristiana, que se explicitan en los concretos 24 TERTULIANO, De virginibus velandis, 2, PL 2, 905. 25 S. CIPRIANO, Epist. 62, PL 4, 369 ss. 26 /bid. PL 4, 377-378. 27 IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Po tic,. V, l. 36 LUCAS F. MATEO-SECO estados a que se accede, estados sobre los que pesan determinadas leyes divinas a las que es preciso obedecer28• S. El monacato En la Vida de San Antonio, opúsculo redactado por San Atanasio hacia el año 357, encontramos narrada por primera vez y en forma bio- gráfica la vocación al monacato. Antonio, teniendo 18 años, entra un día en el templo con el pensamiento puesto en los Apóstoles y en los primeros cristianos, que lo abandonaron todo para seguir a Jesucristo. Oye que se lee en voz alta el pasaje «Si quieres ser perfecto, ve y vende uanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sí- gueme» (Mt. 19, 21). Considera este recurso de los primeros cristianos como una inspiración de Dios, y la lectura de este pasaje como dirigida a él personalmente. Saliendo del templo, distribuye sus bienes entre los pobres y abraza la vida monástica. Subraya Atanasio, que lo había cono- cido personalmente29, esta determinación de Antonio como la lógica res- puesta a una llamada del cielo30• En una de las Cartas o Exhortaciones atribuídas a San Antonio, y que lleva por título El paso del siglo a la vida monástica31 , tras describir tres modos en los que puede manifestarse la llamada la monacato -a unos, como aAbrahán (Gen. 21, 1), les atrae la voz de Dios invitando a dejarlo todo; a otros les mueve la lectura de la Sagrada Escritura; otros han sido conducidos por las tribulaciones al arrepentimiento de sus peca- dos y por este arrepentimiento a la vocación-, concluye: «Porro, ante omnia Spiritus Sanctus eos vocat et omnia illis facilia reddit, ut illis dul- cescat ingressus ad poenitentiam»32• 28 Así aparece ya expresado en IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Polic., 5, l. Los textos son abundantísimos. Bástenos citar un texto de Tertuliano con respecto al matrimonio: <<Moyses propter duritiam cordis vestri praecepti libellum repudii dare; a primordio, autem, non fuic sic; quia scilicet qui marem et feminam fecerat, erunt duo, dixerat, in carne una; quod Deus itaque junxit, horno (non) disjunxerit. Hoc enim responso, et Moysi constitutionem protexit, ut sui, et creatoris institucionem direxit, ut Christus ipsius ... Habes itaque Christum ultro vestigia ubique creatoris ineuntem tan in permittendo repudio quam in prohibendo; habes etiam nuptiarum, quoque velis latere, prospectorem, quas nec separari vult prohibendo re- pudium nec macula haberi prohibendo divortium». TERTULIANO, Adversus Martionem, 4, 34, ed. «Corpus Christianoruni», Series latina, 1, Tumholti, 1954, pp. 635-636. 29 S. ATANASIO, De vita Antonii, Pro l. PG 26, 838. 30 /bid., PG 26, 841 SS. 31 Sobre la proximidad de este escrito a S. Antonio y la pertenencia a lo que pudiera llamarse su escuela, cfr. L. SEMPE, art. Vocation, en DTC. 15, col. 3156. G. BARDY, en art. Antoine, Dictionnaire de Spiritualité, 1, col. 704 ss. Cfr. también GARCÍA M. COLOMBAS, en Historia de la Espiritualidad, 1, Barcelona, 1969, pp. 537-538. 32 Epist. 1, PG 40, 999. NOVEDAD Y RADICALIDAD DE LA VOCACIÓN CRISTIANA 37 Poco importa el que esta epístola sea auténtica o no. De todas for- mas, es seguro que pertenece a su escuela. Lo más importante es la niti- dez y profundidad con que viene descrita la vocación en su dinamismo interior. Bástenos destacar que aparezca descrita la vocación, en este caso al estado monacal, desde la perspectiva de gracia interior, de mo- ción del Espíritu Santo, una moción que hace la llamada asequible al en- tendimiento y su aceptación suave a la voluntad. Parecen pesar sobre es- tas líneas las palabras de Mt. 19, 11, «No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado». 6. El sacerdocio En la Epístola LXIII de San Ambrosio, dirigida a la Iglesia de Verce- lli hacia el39633, encontramos abundante material sobre la elección de obispos y la vocación al sacerdocio. Roger Gryson le ha dedicado un va- lioso estudio34• He aquí algunas de sus reflexiones: de su elección ines- perada, Ambrosio conservó un sentimiento muy vivo de la gratuidad y soberana libertad de la elección divina que designa a los sacerdotes. Esa Dios, y Dios solo, quien en definitiva llama al sacerdocio. Así sucedió, por ejemplo, en la elección de Aarón, a quien «sacerdote m ipse (Deus) elegit, ut non humana cupiditas in eligendo sacerdote praeponderaret, sed gratia Dei, non voluntaria oblatio, nec propria assumptio, sed coeles- tis vocatio»35• En la Iglesia, el <<juicio divino» se manifiesta por la elec- ción canónica. En esta elección concurren por una parte los fieles de la ciudad y por otra los obispos. Una vez hecha la elección, resta por obte- ner el consentimiento del elegido, que a veces es arrancado por coacción moral. Concluye Gryson: «Selon le droit actuel, plusieurs de ces ordina- tions imposées ... seraient certainement déclarées nulles. A cette épo- que ... non seulement la validité d'ordinations pareilles ne pose aucun probleme, mais elles ne son meme jamais dénoncées par le législateur comme des abus»36• No hace falta decir que el planteamiento vocacional de esta época era bastante distinto del nuestro. En el Crisóstomo, sobre todo en el libro IV Sobre el sacerdocio31, apa- rece claramente señalada la