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Errores_exquisitos_por_una_erotica_de_la

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TRATADO BREVE DE 
CONCUPISCENCIAS 
Y PRODIGIOS 
Mauricio List Reyes 
Fabian Giménez Gatto 
(coordinadores)
© Tratado breve de concupiscencias y prodigios
 Mauricio List Reyes, Fabián Giménez Gatto (coordinadores)
Primera edición, 2016.
© D.R. 2016 La Cifra Editorial S. de R.L. de C.V.
Avenida Coyoacán 1256-501, Col. Del Valle,
C.P. 03100, Ciudad de México.
contacto@lacifraeditorial.com.mx
www.lacifraeditorial.com.mx
Diseño de portada: Roxana Deneb/Diego Álvarez
Este libro se publicó con el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología a
través de su programa de Redes Temáticas
ISBN: 978-607-9209-60-5
Impreso en México / Printed in Mexico
ÍNDICE
Prólogo
Elsa Muñiz 9
Introducción
Mauricio List Reyes y Fabián Giménez Gatto 13
Derivas corporales 17
Cuentos de la diferencia sexual
Juan Carlos Jorge 18 
Errores exquisitos: por una erótica 
de las corporalidades intersexuadas
Fabián Giménez Gatto 41
Verificación clínica. Apuntes etnográficos 
sobre la experiencia progenitora del Síndrome de Down
Jhonatthan Maldonado 55
Visibilidades clínicas 73
Identidad y enfermedad. 
Un mes con antirretrovirales
Manuel Méndez 74
Arte, placer y goce en el cuerpo postsida
Raúl García 106
Cuerpo y representación. 
El homosexual desde el siglo XIX 
Mauricio List Reyes 131
Normalidades suspendidas 159
Múltiples realidades de la salud. 
Enfermedad y práctica médica
Esmeralda Covarrubias 160
El cotidiano periplo entre ingesta y corporeidad. 
Implicaciones de una salud normalizada
Adriana Fuentes 180
Ingestas subversivas. 
Deconstrucción de una mirada clínica
Alejandra Díaz 209
Discurrires subjetivos 231
Acto de invasión y pacto de posesión; variaciones sobre la escritura 
del cuerpo como multiplicidad
Hugo Chávez Mondragón 232
Terapias de lo enfermo. Metodologías policiacas 
para el estudio de corporalidades y visualidades urgentes
Layla Cora 242
Autoinvención del sujeto
Rodolfo García Cuevas 265
Del dispositivo de la sexualidad a la matriz heterosexual. 
Discurso y sexualidad en Michel Foucault y Judith Butler
Eduardo Mattio 288
Nuestros autores 307
41
ERRORES EXQUISITOS: POR UNA ERÓTICA DE LAS 
CORPORALIDADES INTERSEXUADAS
Fabián Giménez Gatto
The exquisite errors of an erroneous eros. 
Aaron Apps, Dear Herculine
1.
Pensemos la intersexualidad desde la lógica de la diversidad corporal, es decir, 
entendiéndola como una modulación particular de la variabilidad anatómica 
(genital, gonadal, hormonal y/o genética) que problematiza, desde su propia 
materialidad, la normalización de los cuerpos bajo la égida del binarismo sexo-
genérico, un paradigma que produce sentido, se inscribe en los cuerpos y los 
torna legibles. Legibles, cabe aclarar, a la luz de la ecuación biopolítica de “un-
cuerpo-un-sexo”1, desplegada en una suerte de enmarcado cartesiano de una 
serie de diferencias, claras y distintas, en los cuerpos sexuados. Tal vez recuerden 
las cansinas letanías del manual escolar de anatomía: a cada quien sus genitales 
(vulva o pene), a cada quien sus gónadas (ovarios o testículos), a cada quien 
sus hormonas (estrógenos o testosterona) y a cada quien sus cromosomas (XX 
o XY). En este sentido, me interesa pensar las corporalidades intersexuadas 
como la encarnación de una diferencia que, paradójicamente, pone en entredi-
cho la propia “diferencia sexual”, un avatar de la diversidad corporal encarnado, 
literalmente, en el cuerpo sexuado. A partir de algunas categorías de análisis 
–tales como lo informe, de Georges Bataille, lo neutro, de Roland Barthes, lo 
abyecto, de Julia Kristeva– me gustaría abordar las resonancias de estas “anato-
mías inciertas” a la luz de la ilegibilidad, preguntándome –como sugiere Mauro 
Cabral–, acerca de las condiciones de posibilidad de representaciones visuales 
de las corporalidades intersexuadas fuera del código visual biomédico. 
1 Alice Domurat Dreger, Hermaphrodites and the Medical Invention of Sex, p. 139.
42
Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidades intersexuadas
Pero empecemos por el principio. En el principio está la regla, despiada-
do instrumento de medida que cuantifica implacablemente, en centímetros o 
pulgadas, el tamaño de los genitales de aquellos bebés intersex cuyos cuerpos 
no pueden ser leídos a la luz de la máxima “un-cuerpo-un-sexo”. Genitales 
ambiguos que se extienden demasiado o demasiado poco, en la tierra de na-
die comprendida entre los nueve milímetros y los dos centímetros y medio. 
Desde la mirada médica, tanto un clítoris de más de nueve milímetros como 
un pene menor de dos centímetros y medio colocan a esos bebés en la inter-
zona genital de la ilegibilidad sexo-genérica y gatillan una serie de protocolos 
sanitarios para la producción hospitalaria de un “sexo verdadero”, es decir, 
legible e inteligible, ya sea en el registro gonadal, hormonal y/o genético. 
No quiero detenerme en la infinidad de variaciones, de mixturas cor-
porales, que catalizan el pánico biomédico y la ansiedad clínica por definir, 
a través de “máquinas afiladas y tecnologías del cuchillo”2, una verdad del 
sexo, la mayoría de las veces a partir de crueles procedimientos generizantes 
y pesadillescas intervenciones médicas forzadas. No abordaré en este trabajo 
las cientos de miles, probablemente millones, de cirugías de normalización 
–más cercanas a la mutilación genital que al juramento hipocrático– que 
se han practicado a lo largo de la historia de la medicina moderna y que, la-
mentablemente, se siguen practicando todavía hoy. No porque el problema 
no sea crucial, al contrario, lo es e involucra aspectos básicos para una vida 
propiamente humana expresados en una serie de derechos tales como la au-
tonomía, la integridad corporal, la autodeterminación y el consentimiento 
informado, sino porque muchos otros, antes que yo y de una manera más 
que convincente y profundamente entrañable, lo han denunciado, tanto en 
el terreno de una teoría radical de las políticas de la sexualidad –a la manera 
de Gayle Rubin–, así como, desde principios de los noventa, en la práctica, 
incansable y valiente, del activismo intersex.
En cambio, en este trabajo me interesa poner el cuerpo (y el texto) de 
otro modo. Explorar las líneas de visibilidad que delinean las figuras de la in-
tersexualidad al interior del dispositivo de la sexualidad en Occidente; inten-
tando desplegar –en un gesto moderadamente utópico– un modesto ejercicio 
ensayístico que, en los lindes de la ficción, cartografíe las comarcas venideras 
2 Judith Butler, Undoing Gender, p. 64.
43
Tratado breve de concupiscencias y prodigios
de las corporalidades intersexuadas, prefiguradas ya no en el frígido terreno de 
la intervención clínica sino en el espacio voluptuoso de la imaginación erótica.
2.
Volvamos por un instante –en una especie de traumática repetición– a las 
tecnologías de la regla, a la lógica falométrica que se despliega, como dis-
positivo biomédico, frente a la ambigüedad genital. Intentemos suspender 
algunas de sus cuantificables certezas, resignificándolas a la luz disruptiva 
del pensamiento posestructuralista. Estas anatomías inciertas evocan, estre-
mecidas ante la frialdad glacial de los instrumentos de medida, la noción 
batailleana de lo informe:
Un diccionario comenzaría a partir del momento en el que ya no sumi-
nistra el sentido sino el uso de las palabras. Así, informe no es un adjetivo 
con determinado sentido sino también un término que sirve para descalifi-
car, exigiendo que cada cosa generalmente tenga su forma. Lo que designa 
carece de derecho propio en cualquier sentido y se deja aplastar en todas 
partes como una araña o una lombriz.3
Sexos aplastados como una araña o una lombriz, signos de lo informe en 
el cuerpo sexuado. Hipospadias arácnidas, lumbrícidas clitoromegalias: 
lo informe parece ocupar –en el registro de algunas corporalidades inter-
sexuadas signadas por la ambigüedad genital– un lugar entre las piernas, 
revoloteando los sexos, oscilando,como el péndulo de Foucault, entre los 
nueve milímetros y los dos centímetros y medio. Lo informe como un ava-
tar intersexual de lo monstruoso, una encarnación de la incertidumbre, de 
la indeterminabilidad, del caos. Frente al orden falométrico, el caos ana-
tómico de la confusión de los sexos, teratológicas heterologías venéreas. 
Híbridos, andróginos, hermafroditas. Agenciamientos de lo Neutro, pues-
ta en imagen de una categoría que, a manera de metáfora, se inscribe en 
ciertas corporalidades, cuyas concavidades y convexidades desbaratan el 
paradigma de la oposición de los sexos. 
3 Georges Bataille, La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, p. 55.
44
Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidades intersexuadas
Cabe mencionar que a Roland Barthes le disgustaba la figura del her-
mafrodita, tal vez por ser una ficción excesivamente literal: “Extrañamente, 
constituido fuertemente en el plano anatómico (los dos sexos, las dos genita-
lidades a la vez), el hermafrodita está ligado al tema de la falta de gracia, de lo 
abortivo”.4 En cambio, le fascinaba la androginia como metáfora: “Frente al 
hermafrodita, el andrógino no está bajo la pertinencia directa de la genitali-
dad = reunión de la virilidad y de la feminidad en la medida en que connota 
la unión de los contrarios, la completud ideal, la perfección”.5 En fin, más allá 
de metaforizaciones y literalidades, estas figuras persisten en nuestro imagi-
nario, por lo que valdría la pena retomar su accidentada historia, sus sentidos 
cambiantes, sus coqueteos con la crítica y la clínica. En este sentido, la adop-
ción –por buena parte de la comunidad médica internacional desde hace ya 
una década– de la expresión “trastornos del desarrollo sexual” no hace más 
que reforzar la patologización de la condición intersex al mismo tiempo que 
invisibiliza su dimensión corporal, su condición encarnada, en una suerte de 
cirugía lingüística de la alteridad intersexuada. La intersexualidad desapare-
ce, gracias a esta prestidigitación diagnóstica, sólo para reaparecer, minutos 
más tarde, convertida en una especie de monstruosidad cronotópica. Privada 
de extensión, pero no de duración, exiliada de la espacialidad de los cuerpos, 
pero merodeando, cual patológico desorden, en la dimensión temporal del 
desarrollo sexual.
Ahora bien, más allá de la volátil terminología médica en torno a la in-
tersexualidad, pareciera que su enmarcado sanitario sigue metabolizando, 
igual que antaño, los mismos traumáticos efectos representacionales; en 
definitiva, la intersexualidad como patología continúa excretando, en el in-
consciente óptico de la clínica contemporánea y en sus virulentas derivas 
en nuestro régimen escópico, corporalidades abyectas. Recordemos, una vez 
más, las inaugurales palabras de Julia Kristeva a propósito de la abyección: 
“No es por lo tanto la ausencia de limpieza o de salud lo que vuelve abyecto, 
sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden”.6 Pareciera 
4 Roland Barthes, Lo Neutro. Notas de cursos y seminarios en el Collège de France, 1977-
1978, p. 256.
5 Ibid., p. 257.
6 Julia Kristeva, Poderes de la perversión, p. 11.
45
Tratado breve de concupiscencias y prodigios
que la abyección nos interpela no solamente en los registros de lo “torcido” 
y lo “tullido”, sino también desde esa otra “rareza”, la del hermafrodita como 
fenómeno de circo o, en una suerte de circense metonimia clínica, como 
extraño espécimen médico. Teoría queer, teoría crip y –¿por qué no?– teo-
ría freak. Heterologías que intentan dar cuenta, caleidoscópicamente, de la 
diversidad sexual, la diversidad funcional y la diversidad corporal, un prisma 
triangular que nos devuelve, subvirtiéndolas, algunas figuras del estigma y de 
la abyección. Reflejos, reflexiones, espejismos y especulaciones; figuraciones, 
tal vez, para un renovado imaginario en torno a la intersexualidad, reescritu-
ras del cuerpo hermafrodita desde la diversidad corporal.
 
3.
Antes de abordar los derroteros representacionales del hermafrodita en el 
arte contemporáneo, ensayaremos, a manera de preámbulo, una breve ge-
nealogía –en resonancia con el texto de Michel Foucault sobre Herculine 
Barbin– de las líneas de visibilidad que ha desplegado, desde el siglo XIX, 
el dispositivo biomédico frente a las corporalidades intersexuadas. Esto a 
partir del análisis de una de las primeras representaciones modernas de la 
intersexualidad: la serie de nueve fotografías de un “espécimen hermafrodi-
ta” realizadas por Nadar en 1860, a solicitud del médico internista Armand 
Trousseau. Estas imágenes trazan, de manera inaugural, las líneas de visibi-
lidad que fijarán, sobre el nitrato de plata, una singular corpo-realidad her-
mafrodita, producto de la complicidad entre la mirada clínica, el examen 
médico y la representación pornográfica. 
En este sentido, salta a la vista –a lo largo de toda la serie fotográfica y, 
en particular, en el par de fotografías conservadas, bajo el título “Examen de 
un Hermafrodita”, en el Museo D’Orsay, en París– la inquietante familiari-
dad entre las líneas de visibilidad de lo pornográfico y las tecnologías y sabe-
res en torno a la sexualidad, signados por un mismo imperativo de máxima 
visibilidad, una suerte de ensimismado abismamiento genital, traducción 
escópica de la obsesión biopolítica por enmarcar un “sexo verdadero”, por 
producir –en el terreno de la clínica– un cuerpo dócil, es decir, dócilmente 
conforme al género o, al menos, a una mirada clínica que intenta leerlo en la 
emulsión fotográfica, desde un lugar perturbadoramente cercano a la mirada 
del pornógrafo. 
46
Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidades intersexuadas
Como señala Linda Williams, el “show genital”7 –es decir, la exhibición, 
en primer plano, del sexo femenino– se remonta a los orígenes de la imagen 
pornográfica. Baste recordar los numerosos daguerrotipos estereoscópicos 
de Auguste Belloc, producidos en la segunda mitad del siglo XIX, en los que 
la genitalidad es encuadrada en un plano cerrado a la manera de L’origine 
du monde (1866) de Gustave Courbet, una diáfana alegoría pictórica de las 
obsesiones escópicas de la fotografía licensiosa. Las imágenes de Belloc inau-
guran, en el registro fotográfico, una serie de convenciones representaciona-
les que se mantienen hasta nuestros días, entre ellas, el splitbeaver, el clásico 
encuadre pornográfico donde el sexo femenino, enmarcado por unas piernas 
abiertas y desarticulado auráticamente de la dimensión del rostro, se abre 
ante nuestra mirada, en una suerte de apertura ginecológica, muchas veces 
facilitada por la propia modelo, originalmente, subiendo su vestido con una 
mano y cubriendo su cara con la otra. 
En el caso de las fotografías de Nadar, estas obsesiones escópicas se man-
tienen, pero será la mano del médico la que se encargará de facilitar la puesta 
en imagen del sexo, de visibilizar manipulando –estirando y abriendo, respec-
tivamente, como en el díptico conservado en el Museo D’Orsay–, los genitales 
equívocos de su paciente, quien se limitará a ocultar su rostro mientras su ge-
nitalidad es exhibida, repitiendo, sin saberlo, una pose y un gesto clásico en la 
representación pornográfica del siglo XIX. Sería posible establecer, entonces, 
un paralelismo entre la puesta en discurso del sexo –problematización que re-
corre el primer volumen de La historia de la sexualidad, de Foucault– y lo que 
podríamos llamar una puesta en imagen del sexo, en particular, la frenética visi-
bilidad de la condición intersexual, como anomalía y excepción que confirma 
la regla, al interior de la representación médico-pornográfica.
Esta suerte de anamorfosis pornográfica de la mirada clínica sobre la 
corporalidad intersexuada se repite, a manera de regularidad discursiva e in-
consciente óptico, en las fallidas representaciones médicas de la intersexua-
lidad, aún en nuestros días. Imágenes que no podemos contemplar sin estre-
mecernos, sin imaginar, al menos,la posibilidad de su deconstrucción, de su 
desmantelamiento. A propósito de esta impostergable problematización del 
imaginario médico en torno a la intersexualidad, nos dirá Mauro Cabral:
7 Linda Williams, Hard Core. Power, Pleasure, and the “Frenzy of the Visible”, p. 58.
47
Tratado breve de concupiscencias y prodigios
Existe un modo codificado –el estilo del manual médico, podríamos de-
cir– en el que nuestros cuerpos aparecen por lo general desnudos, con los 
ojos o el rostro entero cubierto por un rectángulo o un círculo negro o 
blanco, apoyados contra algún tipo de instrumento de medición; o bien 
la fotografía en primer plano de los genitales de alguien, que permanece 
oculto como tal frente a la cámara, con un dedo que los abre y los muestra, 
a veces como forma de comparación entre el tamaño del clítoris y el del 
dedo índice que lo señala, por ejemplo.8
Pareciera que esta especie de sobrecodificación pornográfica traduce, en el 
terreno de la imaginería médica, una micropolítica de las corporalidades in-
tersexuadas. Corporalidades privadas, en el registro clínico, de rostro y sub-
jetividad, mientras que su variabilidad anatómica es, al contrario, espectacu-
larizada en clave pornográfica y patologizada, a pie de foto, desde los delirios 
clasificatorios del discurso médico. Un imaginario diagramado a fuerza de 
operaciones sinecdóquicas, fragmentos corporales arrojados a la voracidad 
escópica y a la verborragia etiológica.
En cambio, quizás podamos vislumbrar en la práctica artística contem-
poránea otras formas de poner en imagen el cuerpo hermafrodita, atisbar 
–desde una mirada no patologizante, tal como deseaba Foucault– “un orden 
de cosas donde sólo cabe imaginar la realidad de los cuerpos y la intensidad 
de los placeres”.9 Valdría la pena preguntarnos qué sería del hermafrodita fo-
tografiado por Nadar más allá de los marcos –discursivos y visuales, respec-
tivamente– del saber médico y de la imaginería pornográfica. La reescritura 
del cuerpo hermafrodita no sería posible sin el trazado de una especie de 
heterología visual, representaciones que rebasarían las líneas de visibilidad 
del dispositivo de la sexualidad y los efectos de verdad que las acompañan.
Es decir, cierto estilo representacional, en el registro del erotismo, y una 
práctica artística particular, ligada a la tradición del desnudo, esbozarán el 
cuadro del hermafrodita en lo que llamaremos visualidades periféricas, en 
tanto no codificadas bajo la lógica de lo pornográfico, ni sujetas a los efectos 
8 Mauro Cabral y Gabriel Benzur, “Cuando digo intersex. Un diálogo introductorio a 
la intersexualidad”, Cadernos Pagu, p. 302.
9 Michel Foucault, Herculine Barbin llamada Alexina B., p. 11.
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Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidades intersexuadas
de verdad de la discursividad científica. Las páginas siguientes pretenden 
desplegar, a partir de estas coordenadas, una cartografía de las corporalida-
des intersexuadas en la producción visual contemporánea.
4.
A diferencia del arte queer, que va adquiriendo, desde la década de los seten-
ta hasta nuestros días, una visibilidad, sofisticación y complejidad crecientes, 
la serie fotográfica Gender Studies (2014), de Bettina Rheims –una puesta 
en imagen de corporalidades no conformes al género desde una delicada 
poética de lo trans– es una bellísima muestra de esto, la intersexualidad, en 
cambio, está prácticamente ausente en la producción visual contemporánea. 
Obviamente, podemos encontrar algunas honrosas excepciones. Una escul-
tura de Robert Gober, otra de Tip Toland, una serie de dibujos de Mike 
Kelley, un puñado de fotografías de Joel-Peter Witkin, las ilustraciones e 
instalaciones de Ins A. Kromminga intentan dar cuenta de estas formas de 
variabilidad corporal, sin embargo, parecen tener dificultades a la hora de 
producir representaciones de las corporalidades intersexuadas desmarcadas 
de las figuras canónicas del hermafrodita mitológico de la escultura helénica, 
del monstruo bicéfalo y bisexuado de la teratología medieval, del espécimen 
pseudohermafrodita de la medicina moderna o del ginandromorfismo bila-
teral del circense fenómeno de la naturaleza. 
Recorramos, entonces, algunas de estas series divergentes, modulaciones 
contemporáneas en la representación de la diversidad corporal intersexuada. 
Intentemos encontrar, en el arte contemporáneo, las líneas de continuidad y 
de ruptura que nos permitan, finalmente, reescribir el cuerpo hermafrodita, 
imaginar otras potencias corporales, en definitiva, pensar nuestros cuerpos 
de otro modo. Para ello, quizás convenga sugerir una provisoria taxonomía 
representacional, una suerte de ejercicio clasificatorio tendiente a organizar 
la miríada de imágenes que, con mayor o menor fortuna en nuestro horizon-
te escópico e interpretativo, entretejen el imaginario de la intersexualidad.
El hermafroditismo, una de las primeras y más pregnantes figu-
ras de la intersexualidad, nos remite a la mitología griega, en particu-
lar, a la Metamorfosis, de Ovidio y a su clásico relato del encuentro entre 
Hermafrodito –hijo de Hermes y Afrodita– y la ninfa Salmacis, quien se 
enamora de él y termina –gracias a la literalidad humorística de los dioses 
49
Tratado breve de concupiscencias y prodigios
al concederle su deseo de permanecer por siempre unidos– fusionando su 
cuerpo con el suyo. Podemos encontrar, a lo largo de la historia del arte, 
infinidad de variaciones visuales que alegorizan el cuerpo resultante de tal 
abrazo prodigioso, donde la anatomía masculina y femenina se funden en un 
solo cuerpo –de suaves curvas femeninas, delicados senos turgentes y geni-
tales masculinos de generosas proporciones–, recreando, una y otra vez, las 
concupiscentes peripecias fusionales, la estrujada duplicidad anatómica, del 
para nada resiliente hermafrodita mitológico. 
Una escultura helenística nos ofrece una de las representaciones más 
paradigmáticas de este personaje metamórfico, el Hermafrodito dormido 
–copia en mármol, probablemente del siglo II d. C., del original en bronce 
del escultor Polycles del siglo II a. C., reclinado sobre una almohada y un 
colchón esculpidos, a manera de palimpsesto marmóreo, por Gian Lorenzo 
Bernini en el siglo XVII de nuestra era– continúa sus dulces sueños pétreos, 
hasta nuestros días, en el Museo del Louvre. El escultor Tip Toland, se apro-
pia, en su obra Tender Flood (2010), de este tópico recurrente que regula el 
repertorio de poses reclinadas del hermafrodita, sin embargo, en una sorpre-
siva vuelta de tuerca, la iteración de Toland pondrá en entredicho la ideali-
zación apolínea de su figuración clásica ofreciéndonos una representación 
bastante realista de la corporalidad intersexuada, capturada en un sutil mo-
mento de abandono, sin un colchón que funcione como marco o pedestal de 
su belleza desparramada por los suelos. Gracias a una saludable dosis de rea-
lismo, Tender Flood nos presenta, en un tierno desbordamiento onírico –la 
boca abierta en un ronquido, el vientre distendido, el pequeño pene erecto–, 
la belleza, convulsiva y vulnerable, de un terrenal sujeto intersexuado y ya no 
de una etérea criatura mitológica. 
En el registro fotográfico podemos encontrar, potenciados por la propia 
indicialidad del medio, infinidad de gestos subversivamente carnales, rees-
crituras lumínicas de la anatomía siempre cambiante del hermafrodita. Joel-
Peter Witkin es, quizás, uno de los artistas que más ha explorado esta figura, 
recreándola, principalmente, a partir de su trabajo con modelos transexuales 
pre-op. En sus fotografías, la transexualidad se convierte en la fotogénica 
metáfora carnal del mito del hermafrodita, analógicas coreografías carnales 
–en clave trans– de una puesta en imagen del hermafroditismo. Madam X 
(1981), The Birth of Venus (1982), Alternates for Muybridge (1984), Helena 
Fourment (1984), Venus & Cupid (1987), The Graces (1988), Gods of Earth 
50
Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidadesintersexuadas
and Heaven (1988), Apollonia and Dominatrix Creating Pain in the Art of 
the West (1988), Man with Dog (1990), son sólo algunos ejemplos de la ob-
sesión de Witkin por reimaginar el cuerpo hermafrodita desde una estética 
de lo trans, cosa por demás interesante, pero he de confesar que, a fin de 
cuentas, echo de menos representaciones de corporalidades intersexuadas en 
su variopinto gabinete de curiosidades eróticas.
Hablando de curiosidades eróticas y atracciones circenses, la escultura 
Untitled Torso (1990), de Robert Gober, ilustra suscintamente, en este apre-
surado ejercicio clasificatorio, una segunda figura en la representación de la 
intersexualidad, la del ginandromorfismo bilateral. Presente en algunos mo-
luscos, insectos y, raramente, en algunas aves, este singular caso de variabi-
lidad cromosómica no se ha presentado –hasta donde sabemos– en ningún 
ser humano. Sin embargo, esto no nos ha desalentado a la hora de construir 
nuevas quimeras sexuales, iteraciones, en clave freak, del hermafrodita como 
monstruo medieval. Recordarán las cándidas imágenes circenses que acom-
pañaban, en carteles y pancartas, ciertas atracciones secundarias, rarezas 
de la naturaleza que suturan el dimorfismo sexual de nuestra especie en un 
solo cuerpo, anatomías donde los signos de lo masculino y de lo femenino 
se reparten a partir de una línea imaginaria que las divide en dos mitades, 
reuniéndolas en una corporalidad bisexuada y asimétricamente demediada. 
Josephine-Joseph, Albert-Alberta, Bobbie Ray, Mo B Dick, son sólo algunos 
de los tantos herederos de este particular linaje hermafrodita, aún presente, a 
principios del nuevo milenio, en ciertas atracciones circenses y espectáculos 
de burlesque. Quizá, su artificiosidad no sea, todavía, cosa del pasado.
En este sentido, Ins A. Kromminga, activista y artista intersex, ha sa-
bido recrear irónicamente los imaginarios que, a lo largo de los siglos, hi-
cieron de la intersexualidad una figura de la monstruosidad, su producción 
visual subvierte paródicamente buena parte de los estereotipos en torno a las 
corporalidades intersexuadas. Con humor y sensibilidad, sus ilustraciones 
e instalaciones desmontan, en un intertextual ejercicio de transcontextuali-
zación irónica, los escópicos lugares comunes de la monstruosidad, la ano-
malía y la patología inscritas obstinadamente en la condición intersexuada. 
Esta repetición con diferencia produce una nueva estirpe de hermafroditas, 
ya no monstruos medievales sino heroicos mutantes del nuevo milenio. Sus 
apropiaciones, en clave intersex, de algunos personajes del clásico cómic de 
Marvel, X-Men, son particularmente edificantes: Mystique se convierte en 
51
Tratado breve de concupiscencias y prodigios
la heroína del orgullo intersexual, mientras que Wolverine es rebautizado 
como Vulvarine, ahora defensora de la clitoromegalia y luchadora implaca-
ble contra el pánico genital. Las alegorías de Kromminga resignifican, desde 
la parodia y la ironía, nuestro archivo visual a propósito de la intersexuali-
dad, proponiendo, a su vez, nuevas ficciones para pensar nuestras corporali-
dades desde un agenciamiento otro, ya no monstruoso sino mutante.
Bajo este mismo impulso alegórico, la pareja de artistas griegas Maria 
Klonaris y Katerina Thomadaki, ponen en escena, en Le Cycle de L’Ange 
(1985-2014), una nueva figura de la intersexualidad, la del ángel como ob-
jeto de deseo. Apropiándose de una fotografía médica de un paciente inter-
sexual anónimo, proveniente de los archivos del padre de Maria Klonaris –el 
Dr. G. Klonaris, obstetra y cirujano ginecológico–, las artistas reinventarán 
esta representación clínica convirtiéndola en un enigmático objeto seductor, 
detonador de una compleja ficción erótica. Una ficción desplegada, durante 
tres décadas, en performances multimedia, cine expandido, foto-esculturas, 
videos experimentales, piezas sonoras, instalaciones, animaciones digitales, 
transmisiones radiales y un libro de artista. 
Nadie mejor que Klonaris y Thomadaki para expresar, en unas pocas 
palabras, la fruición erótica que despierta en ellas —tal vez debería decir, lo 
confieso, en nosotros— la figura del Ángel. Leamos un fragmento de la ban-
da sonora del video experimental Personal Statement (1994) e imaginemos 
las manos de Katerina Thomadaki intentando acariciar, en un gesto conmo-
vedoramente libidinal, las imágenes pantallizadas del elusivo ángel, mientras 
se desplazan verticalmente en la pantalla erogenizada, un espacio catódico 
surcado por la tactilidad deseante de una de las artistas, mientras que la otra, 
Maria Klonaris fuera de cuadro, se dirige, desde el grano de su voz sobrevo-
lando la epidermis de la imagen –ese límite imposible de atravesar con el 
cuerpo–, al sujeto fotografiado, convertido, en una suerte de transfiguración 
erótica, en la figura del ángel: 
Ésta es una declaración personal acerca de ti.
Acerca de tu cuerpo.
Tú has devenido la serie compositiva de una ficción erótica infinita.
Con los ojos vendados.
Una imagen mágica. Hermafrodita. Ángel.
Tú eres la celebración del mito.
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Errores exquisitos: por una erótica de las corporalidades intersexuadas
Tú, el mutante erótico. Un descendiente peculiar de una vanguardia 
artística y sexual.
Ésta es una declaración personal acerca de ti.10
Me parece importante señalar el valor disruptivo y subversivo de esta apro-
piación de Klonaris y Thomadaki. A partir de una reinvención radical de una 
antigua fotografía médica, las artistas nos regalan otra figura de la intersexua-
lidad, ahora a partir de la reescritura del hermafrodita como una figura ange-
lical, en un estado anterior o posterior a la diferencia sexual. Un imaginario 
erótico de una corporalidad posgenérica que podría leerse, creo yo, a la luz de 
la impronta de pensadores como Gilles Deleuze, Luce Irigaray, Rosi Braidotti, 
Donna Haraway, Michel Foucault y Judith Butler, presentes, como referentes 
teóricos, tanto en su práctica artística como ensayística, así como en su posicio-
namiento crítico a propósito de la intersexualidad, un enclave estratégico para 
problematizar las tecnologías de género desde una radical experimentación 
estética, en simbiosis con una disidente ficción erótica.
Ahora bien, hasta ahora hemos abordado la producción visual de una 
serie de artistas contemporáneos que reinventan críticamente –desde la 
metáfora, la apropiación, la alegoría, y la ficción erótica– el imaginario her-
mafrodita. Para concluir, me gustaría detenerme en un par de propuestas 
visuales de Del LaGrace Volcano, un artista intersex y transgénero que ha 
explorado, desde la materialidad del cuerpo intersexuado, sus potencialida-
des subversivamente eróticas.
Su longevo proyecto artístico-documental Visibly Intersex –que inició 
hace un par de décadas, pero que se desarrolla exponencialmente en los úl-
timos años, desde el 2011 a la fecha– podría constituir uno de los mayores 
archivos visuales de intersexuales de carne y hueso producido fuera del mar-
co de inteligibilidad del dispositivo biomédico. Esta serie fotográfica explora 
–en uno de los proyectos más ambiciosos de empoderamiento visual de la 
comunidad intersex a escala planetaria, una inédita puesta en escena de la in-
tersexualidad desde una mirada no patologizante– rostros que sonríen, cán-
didamente, frente al objetivo fotográfico, en una especie de oda –amorosa, 
10 Maria Klonaris y Katherina Thomadaki, “Personal Statement”, [en línea] http://
www.klonaris-thomadaki.net/60stat.htm (la traducción es mía).
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Tratado breve de concupiscencias y prodigios
amistosa, afectiva– a la alteridad intersex. Sin embargo, el gesto retratístico 
parece no agotar, ni mucho menos, la riqueza de la condición intersexuada, 
como dirá el propio artista, “no estoy seguro que, simplemente, crear retra-
tos de individuos intersex vaya lo suficientemente lejos”.11
Tal vez, otra fotografía de Del La Grace Volcano, Hermaphrodite Torso 
(1999), un paisaje corporal en la tradición de losdesnudos de Edward 
Weston, Josef Breitenbach y Lucien Clergue, nos pueda dar pistas acerca de 
la resignificación del imaginario intersex. En el giro del retrato al desnudo, lo 
que necesitamos, creo yo, es una puesta en imagen de la diversidad corporal 
como objeto de deseo, una erótica de las corporalidades intersexuadas, una 
gozosa celebración escópica de la realidad de nuestros cuerpos y la intensi-
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