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Agresividad y Regulación Emocional en las Artes Marciales Trabajo Final de Grado: Tipo: Pre-proyecto de Investigación Autor: Br. Juan Manuel Carrasco, CI 4820333-5 Tutor: Prof. Adj. Dr. Alvaro Mailhos Montevideo, Junio 2018 Resumen Desde una perspectiva evolucionista, la agresión es un comportamiento que contribuye a la conservación del individuo y de la especie. Sin embargo, aunque las conductas agresivas puedan ayudar a resolver disputas, la inhibición de ciertos comportamientos, o autocontrol, también constituyen ventajas adaptativas en ciertas circunstancias. La capacidad de autocontrol implica que un individuo sea capaz de evitar de forma voluntaria que un estímulo lleve a la manifestación de una respuesta determinada. Una de las formas de ejercer dominio sobre nuestro comportamiento es a través de la regulación emocional, definida como la capacidad de ejercer una cierta influencia de cómo y cuando las emociones son expresadas. Por su parte, las artes marciales se enmarcan en sistemas filosóficos y códigos de conducta. Esto llevó a varios investigadores a estudiar el efecto del entrenamiento en estas disciplinas sobre las conductas agresivas, así como también en el proceso de autorregulación de sus practicantes. Nosanchuk estableció un criterio de clasificación de las artes marciales según los elementos involucrados en la práctica más allá del entrenamiento físico. Así distintos estilos de artes marciales son clasificados en tradicionales o modernos, siendo la principal característica de las artes marciales tradicionales la existencia de un fuerte componente filosófico. La presente investigación busca estudiar la asociación entre los niveles de agresividad y los procesos de regulación emocional utilizados por practicantes de dos estilos de artes marciales que se corresponden con la clasificación antes planteada y explorar la existencia de diferencias los procesos de regulación en función de los estilos, y su impacto sobre la agresividad de los practicantes. Palabras clave. agresividad, agresión, autocontrol, regulación emocional, artes marciales. Fundamentación y antecedentes Agresión Cuando pensamos en las conductas agresivas, rápidamente podemos imaginarnos situaciones donde se manifiesta la agresión física, por ejemplo, un conflicto a golpes de puño entre dos o más personas (Geen, 1990). Sin embargo la agresión, o las conductas agresivas, comprenden otras formas de expresión. Geen (1990) define la agresión como la expresión de un estímulo aversivo de una persona para con otra, con la intención u objetivo de causar daño, y que además, ese daño sea causado cuando esta segunda persona esté motivada a evitarlo. Tomando en cuenta esta definición, comportamientos que no impliquen agresión física pero sí una intención de dañar al otro, pueden considerarse conductas agresivas. Desde una perspectiva evolucionista, la agresión es un comportamiento expresado a partir de la existencia de un mecanismo que le subyace (Buss, 1995). Un mecanismo es un dispositivo de procesamiento de información que opera con propiedades especiales (Buss y Shackelford, 1997). Por lo tanto, un input o señal de entrada determinada activa el mecanismo y este produce un comportamiento. Sin la existencia del mecanismo o del input, no hay comportamiento (Buss y Shackelford, 1997). Para la psicología evolucionista, todo comportamiento humano es producto de un mecanismo interno del individuo, y este ha evolucionado por selección natural o sexual (Buss y Dedden, 1990). Podemos, por tanto, preguntarnos qué ventaja adaptativa ofrece el comportamiento agresivo (Buss y Shackelford, 1997). Para Lorenz (1963) estos mecanismos, o sus conductas derivadas, contribuyen a la conservación del individuo y de la especie. Buss y Shackelford (1997) plantean que la expresión de conductas agresivas puede llevar a la obtención de recursos en posesión de otros individuos. De hecho, estas conductas pueden emprenderse tanto a nivel individual como a nivel grupal. También, sirven estas conductas para defenderse si el individuo es atacado. Justamente, frente a un intento de arrebato de recursos vitales, el despliegue de un comportamiento agresivo puede llevar a un individuo o grupo a salvaguardar sus recursos y su/s vida/s. Las amenazas pueden también provenir de potenciales predadores o competidores de la misma especie (Lorenz, 1963); en este último caso, la conducta agresiva puede ofrecer ventajas en las disputas entre conespecíficos. Buss y Dedden (1990) plantean que, en la especie humana, tanto hombres como mujeres exhiben diferentes tipos de conductas agresivas con el fin de disminuir el valor social o sexual de otros individuos. Actuar agresivamente también puede llevar a aumentar el estatus dentro de una sociedad jerárquica, pudiendo también generar una reputación agresiva que contribuya a desalentar la posibilidad de ser agredido (Buss y Shackelford, 1997). Autocontrol y regulación emocional Aunque las conductas agresivas pueden ayudar a resolver disputas en especies animales que viven en grupos y han desarrollado pautas sociales (Buss y Shackelford, 1997; DeWall, Baumeister, Stillman y Gailliot, 2007), inhibir comportamientos o auto-controlarse también puede ser una opción a favor de la conservación en estas especies. Vivir en sociedad tiene sus ventajas, por ejemplo, la evitación de depredadores o la colaboración en diferentes tareas, aún si esto significa la aparición de tensiones entre individuos debido a la limitación de recursos, sean territorios, alimento o pareja sexual (Geen, 1990). Por lo tanto, dentro de una especie, aquellos individuos que posean un buen sistema de control sobre los impulsos, pueden tener mayores posibilidades de supervivencia con respecto a aquellos que no las posean. En el caso de los seres humanos, a partir del desarrollo de la cultura, el lenguaje, las leyes, la moralidad y la negociación, entre otras cosas, la agresión física como respuesta comenzó a quedar relegada del escenario social por otras formas más pacíficas (o simbólicas) de resolución de conflictos (DeWall et al., 2007). La capacidad de autocontrol implica que un individuo sea capaz de evitar de forma voluntaria que un estímulo lleve a la manifestación de una respuesta determinada (Diamond, 2013). Es una función que se encuentra enmarcada dentro del control inhibitorio, elemento fundamental para el control propio del comportamiento y uno de los pilares fundacionales para otras funciones de alto orden, como la resolución de problemas, el planeamiento y el razonamiento (Diamond, 2014). La agresión es un tipo de respuesta que puede ser sometida a este mecanismo de control. Sin embargo, al ser una respuesta que desarrollamos para enfrentar ciertas situaciones amenazantes, aquel individuo que se vea impelido a controlarla, debe realizar el esfuerzo cognitivo suficiente para inhibir el proceso interno que la agresión (como respuesta) desencadena en el cuerpo humano. La agresióncomo comportamiento se corresponde con un proceso fisiológico cuya finalidad es preparar al organismo para maximizar las probabilidades de éxito en la contienda (DeWall et al., 2007). Las emociones, vistas como procesos psico-fisiológicos gatillados por un estímulo, suelen ser buenas mediadoras entre el estímulo desencadenante y la respuesta concreta, posiblemente existentes para resolver diferentes situaciones evolutivas (Gross, 1998b). Por ejemplo, emociones básicas como el enojo o el miedo implican una serie de cambios fisiológicos coordinados a través de varios sistemas de respuesta, que suelen incluir demandas cognitivas que llegan a dominar nuestra experiencia consciente (Silva, 2008).Sin embargo, según Geen (1990), no hay un total reconocimiento del rol ejercido por parte de las emociones o los juicios cognitivos en las diferentes respuestas comportamentales. Una de las formas de ejercer dominio sobre nuestro comportamiento es a través de la regulación emocional, definida como la capacidad de ejercer una cierta influencia de cómo y cuando las emociones son expresadas (Gross, 1998a, 1998b; Gullone y Taffe, 2012; Ochsner y Gross, 2005). En última instancia, y de forma indirecta, la regulación emocional implica ejercer cierto dominio sobre nuestro comportamiento, lo que puede llevar tanto a aumentar la probabilidad de éxito como a la reducción del comportamiento auto-destructivo del sujeto (Lakes y Hoyt, 2004). Podemos decir entonces, que ser capaces de autoregularnos, ya sea, a través nuestras emociones o la manifestación de ciertos comportamientos, es también una respuesta adaptativa (Ochsner y Gross, 2005). El modelo de regulación emocional planteado por Gross (1998b, 2003), es considerado la representación más cercana de los procesos que ocurren desde la génesis de una emoción hasta su respuesta comportamental correspondiente. Este modelo busca explicar en qué momentos y de qué manera un individuo puede regular sus emociones. De acuerdo a este modelo, existen cinco momentos en los que un individuo es capaz de regular sus emociones. El primero es la selección de situación, que implica la selección voluntaria de las situaciones a transitar, ejerciendo un impacto directo en las emociones que las mismas generan. A modo de ejemplo, si un individuo de manera consciente evita transitar una situación que le produce una emoción negativa, reduce las consecuencias emocionales que la misma genera. La segunda fase se denomina modificación de la situación. Tomando el ejemplo anterior, si el sujeto debe enfrentar una situación que involucra a otra persona por la cual siente aversión, tiene la posibilidad de escoger otro momento o espacio físico favorable para la regulación de las emociones que pudiera desencadenar. El siguiente punto de regulación de las emociones es el llamado despliegue atencional. En este caso, el sujeto puede elegir dónde focalizar su atención y sus recursos cognitivos. Esto puede llevar a reducir o eliminar las consecuencias negativas que puede tener focalizarse en un punto de la situación que pueda ser negativo. Luego, si una situación fue seleccionada, modificada y atendida selectivamente, la persona puede atribuirle un significado. Esta acción puede tener un poderoso impacto en los procesos emocionales y por tanto, en los procesos fisiológicos que le corresponden. A este proceso se le denomina cambio cognitivo (Gross, 1998a, 1998b; Gross y John, 2003). Por último se encuentra la fase denominada supresión, que surge una vez que todo este proceso ya se ha desencadenado. En este caso el individuo suprime o modula una respuesta comportamental determinada frente a tal situación. Del modelo anterior se desprenden dos estrategias de autorregulación generales, definidas según el momento en el que son ejercidas por el sujeto. Cuando la estrategia apunta a ejercer un cambio en el significado atribuido a la situación — esto es, re-evaluar la situación — se denomina cambio cognitivo. Según los autores del modelo (Gross, 1998a, 1998b; Gross y John, 2003), este proceso ocurre a partir del procesamiento de la información proporcionada por experiencias previas, por eso la denominan regulación emocional focalizada en antecedentes. Ya desde un principio se evita una respuesta a nivel fisiológico y comportamental que resulte perjudicial para la salud del sujeto (Gross, 1998a, 1998b; Gross y John, 2003; Ochsner y Gross, 2005; Srivastava, Tamir, McGonigal, John, y Gross, 2009). La otra estrategia, denominada supresión, se basa en modular la respuesta comportamental una vez que el proceso emocional ya está en marcha (Gross, et al, 2009), es decir, esta modalidad está enfocada en evitar la respuesta comportamental, que ya en los otros dos niveles (subjetivo y fisiológico) están ejerciendo su efecto. A esto le llaman regulación emocional focalizada en la respuesta. Si nos trasladamos a una respuesta de índole agresiva, al utilizar esta estrategia, el sujeto estaría evitando un comportamiento inadecuado en el contexto. Sin embargo, el esfuerzo de supresión en conjunto con un sistema fisiológico, preparado para expresar una conducta agresiva, puede significar un perjuicio para la salud en varios niveles (Srivastava et al., 2009). Garnefski y Kraaij (2007) plantean que el uso de la cognición para manejar la información emocionalmente activante no sólo es inherente a la vida humana, sino que también es una de las formas más poderosas de regulación emocional. Según los autores (Garnefski, Kraaij, y Spinhoven, 2001; Garnefski, Kraaij y Spinhoven, 2002; Garnefski y Kraaij, 2006, 2007), se reconocen nueve procesos de pensamiento que nos ayudan a enfrentar a posteriori las consecuencias de un evento estresante. Autoculparse, que implica aquel proceso de pensamiento que coloca la culpa de los experimentado en uno mismo. Cuando el sujeto opta por colocar la culpa en otro sujeto o en el ambiente la estrategia se le denomina culpar a otro. La rumiación describe a un proceso de pensamiento donde el sujeto focaliza su atención en pensamientos o sentimientos asociados al evento negativo. Catastrofizar apunta a que el sujeto enfatiza explícitamente el terror de lo experimentado. Cuando el sujeto relativiza o quita seriedad al asunto al compararlo con otros eventos estresantes se le denomina poner en perspectiva. En los procesos de regulación, ser capaz de poner tu atención en otros elementos ajenos a aquel estímulo que puede estar produciendo aversión es importante. Cuando la atención se coloca en cuestiones placenteras o alegres en lugar de pensar en el evento actual se le denomina re-focalización positiva. Re-evaluación positiva se denomina el proceso por el cual el sujeto da un significado positivo al evento en términos de crecimiento personal. Aceptación, como el nombre indica, es cuando el sujeto acepta lo sucedido y se resigna a las consecuencias que esto produjo. Y por último está la Re-focalizaciónen planear donde el proceso apunta sobre pensar qué pasos hay que dar y cómo lidiar con el evento estresante. Lakes y Hoyt (2004), plantean que la comprensión de los procesos de autoregulación por el cual uno aprende, por ejemplo, a autoregularse de forma efectiva, podría contribuir a diseñar formas de intervención que promuevan este tipo de conductas (Lakes y Hoyt, 2004). En dos revisiones (Diamond y Lee, 2011; Diamond, 2014), se recopilan una serie de estudios que promueven diferentes intervenciones con el objetivo de promover un óptimo desarrollo de las funciones ejecutivas (FE) en niños. Entre las intervenciones que mostraron resultados más consistentes en medidas de FE se encuentran las artes marciales (Lakes y Hoyt, 2004). El autor plantea que en el contexto de las artes marciales, no solo se busca mejorar la capacidad física sino también el desarrollo del carácter (Diamond, 2014). Tradicionalmente, las artes marciales han enfatizado la importancia de la autorregulación a través del entrenamiento y el desarrollo de habilidades de “autocontrol”, “control corporal” y “disciplina” (Lakes y Hoyt, 2004). Además, el deporte y las artes marciales, son actividades que entrenan de forma continua las funciones ejecutivas, pero también promueven el sentido de pertenencia y de inclusión social dentro de un grupo (Diamond, 2014). Artes marciales Formalmente, las artes marciales refieren a prácticas y tradiciones que apuntan a someter al rival, o defenderse mediante diversas técnicas, no solo referidas al combate; son sistemas de tácticas y técnicas organizadas de forma coherente estrechamente vinculadas a sistemas filosóficos y códigos de conducta. Su origen puede conectarse con el origen de técnicas de combate. Acevedo, Cheung, y García (2010, p. 2) afirman que: “Las artes marciales se originan con el propio hombre. Desde el momento en que nuestros ancestros tomaron un palo para defenderse o lograr alimento puede decirse que las artes marciales iniciaron su larga evolución”. En lo que respecta a las artes marciales de origen oriental, los primeros registros de técnicas de lucha tienen cuatro mil años de antigüedad; las artes marciales habrían surgido en China para luego expandirse al resto del continente asiático. Antes de la aparición de las armas de fuego, las artes marciales chinas estaban muy vinculadas a las artes militares. De hecho, el término chino “Wu Shu” (武术) usado hoy en día para identificar a las artes marciales chinas, también significa arte militar. Sin embargo, con la modernización de las técnicas de combate y específicamente con la aparición de las armas de fuego, las artes marciales perdieron vigencia, conservandose como deporte y/o practicándose en la búsqueda de perfeccionamiento, salud, longevidad, razones espirituales, etc. Algunos investigadores (Bandura, Ross y Ross, 1961; McGowan y Miller, 1989; Martin, 2006) plantean que las artes marciales en general no hacen más que promover el comportamiento agresivo. De hecho, algunas escuelas o estilos motivan a sus estudiantes a utilizar la agresividad para potenciar el desempeño en el arte marcial, particularmente durante las competiciones (McGowan y Miller, 1989). Esta concepción sobre el rol de las artes marciales en el comportamiento agresivo, es consistente con el modelo de aprendizaje de las conductas agresivas, especialmente por parte de niños o adolescentes, que se encuentren expuestos a modelos adultos agresivos (Bandura et al., 1961). Sin embargo, Martin (2006, p. 1) afirma que “el entrenamiento en artes marciales tradicionales no debe confundirse con las habilidades de combate que son glorificadas en la cultura popular”. Por su parte, Nosachunk (1981) califica de tradicionales aquellas escuelas que promueven el autocontrol, la evitación del conflicto y el extremo cuidado al contacto. Este autor, propone además que componentes como la meditación o la filosofía conforman una parte importante junto con otros aspectos no agresivos del de las artes marciales, como el respeto al maestro, al espacio de práctica y a los elementos utilizados como el uniforme y las armas (Nosachunk, 1981; Martin, 2006, Lamarre y Nosachunk, 1999). Artes marciales y autoregulación A partir de la clasificación de las artes marciales en tradicionales y modernas, investigadores (Daniels y Thornton, 1992; Kevin Daniels y Thornton, 1990; Edelman y Lowen, 1994; Lamarre y Nosanchuk, 1999; McGowan y Miller, 1989; Rothpearl, 1980; Trulson, 1986; Twemlow y Sacco, 1998) evaluaron el rol del entrenamiento de algunos estilos de artes marciales asiáticos en los procesos de autorregulación y de regulación emocional, así como también en la agresividad y la manifestación del comportamiento agresivo. Por ejemplo, McGowan y Miller (1989) muestran en sus resultados que aquellos practicantes de karate que lograban mayor éxito en las competiciones de combate y kata (secuencia de movimientos de defensa), eran aquellos que mostraban mayores niveles de enfado. Frente a resultados similares, Rothpearl (1980) plantea que la práctica de este arte marcial puede fomentar otras formas de expresión de los impulsos agresivos no dirigidos a otras personas. Daniels (1990) plantea que el nivel de hostilidad se reduce a medida que aumenta el tiempo de entrenamiento del estudiante de artes marciales. Nosachunk y Lamarre (1999) llegan a las mismas conclusiones pero con la práctica de judo. Según los autores, estos resultados sugieren que la disciplina en las artes marciales podría reducir la hostilidad más que servir como modelo de comportamiento (Daniels y Thornton, 1992; Daniels y Thornton, 1990; Lamarre y Nosanchuk, 1999). A través del Taekwondo, Skelton (1991) encuentra una relación inversa entre el nivel de agresividad y el rango (denotado por la faja utilizada) alcanzado por el niño (Skelton, Glynn y Berta, 1991). Por otro lado, es posible que estos beneficios o cambios experimentados en el entrenamiento sean extrapolados a otros ámbitos de la vida del sujeto. Edelman y Lowen (1994) a través de una intervención con aikido en estudiantes de primaria, encuentran una reducción significativa del comportamiento violento durante las sesiones de entrenamiento y plantean que estos beneficios se expresan también en el espacio de clase (Edelman y Lowen, 1994). Lakes y Hoyt (2004) también dan cuenta de este fenómeno. Por otra parte, una serie de estudios longitudinales (Reynes y Lorant, 2002; Reynes y Lorant, 2004) plantean que el entrenamiento de judo (Reynes y Lorant, 2002) o karate (Reynes y Lorant, 2004) no genera una reducción en los niveles de agresividad. Sin embargo, sus resultados muestran una variación significativa al comparar los dos estilos en cuanto a los niveles de agresividad. En el caso de los practicantes de karate, los niveles de agresividad obtenidos por el estudio son menores que los resultados obtenidos por los practicantes de judo. Finalmente los autores plantean la importancia de la existenciade elementos como la meditación y del kata para el ejercicio del autocontrol y su efecto en la agresividad (Reynes y Lorant, 2004). Por su parte, Trulson (1986) muestra, a través de una intervención, que el entrenamiento en taekwondo disminuye la agresividad y la ansiedad, y además produce un aumento en la autoestima en un grupo de jóvenes que habían infringido la ley (Trulson, 1986). En otro estudio más reciente, se realizó una intervención en una escuela donde fueron evaluadas diferentes dimensiones de autorregulación — afectiva, cognitiva y física — con respecto a un programa de taekwondo con énfasis en aspectos morales y éticos del practicante, esto a su vez fue comparado con un grupo control que solo recibía educación física tradicional. Los resultados muestran una mejora en aquellos niños pertenecientes al grupo de intervención con respecto al grupo control en dominios tales como, la autorregulación cognitiva y afectiva, así como también en el comportamiento pro-social (Lakes y Hoyt, 2004). Martin (2016) plantea que el entrenamiento en una escuela de artes marciales tradicional puede resultar en beneficios psicológicos positivos para el practicante. No se han encontrado resultados significativos en comparaciones entre estilos que puedan dar cuenta de las ventajas de unos sobre otros. En la mayor parte de las investigaciones donde se manifiestan resultados positivos, los mismos se adjudican a elementos que van más allá del entrenamiento físico, como la existencia de valores y una filosofía que poco a poco el estudiante va incorporando y posteriormente expresando a otros ámbitos de su vida (Daniels y Thornton, 1992; Daniels y Thornton, 1990; Lakes y Hoyt, 2004; Martin, 2006). El kung fu Uno de los estilos marciales más antiguos es el kung fu, el cual identifica en occidente a las artes marciales de origen chino (Acevedo, Cheung y García, 2010). La literatura apunta al nacimiento del kung fu en el monasterio Shaolin aunque existe amplia documentación que señale el nacimiento mucho tiempo antes (Acevedo, W., Cheung, M., y García, C. G. 2010). El término kung fu (romanizado como como “gong fu”) (功夫) se compone de dos caracteres “功” (gong) que significa trabajo y “夫” (fu) que significa hombre. La palabra en sí tiene varios significados, entre los cuales se encuentran habilidad, maestría, esfuerzo, etc. Este término se utiliza para denotar aquellas habilidades que se han adquirido con el tiempo, con esfuerzo y constancia en su práctica. Por lo tanto, cuando se dice que un individuo posee kung fu al desplegar cierta labor, se está elogiando el hecho de que tal destreza o habilidad fue adquirida mediante este método. Lo mismo ocurre para el aprendizaje de las artes marciales. Sin embargo, el kung fu no nace con la técnica específica de combate, sino con la filosofía en la que se fundamenta. En efecto, algunos autores datan el origen de este arte marcial en el momento en el que Bodhidharma llega al templo Shaolin (en la zona norte de China central) y el pensamiento budista entra en contacto con la técnica de lucha (Acevedo, W., Cheung, M., & García, C. G. 2010). Problema y preguntas de investigación Pensando a las artes marciales como actividades donde el comportamiento agresivo y los procesos de autorregulación entran en íntimo contacto, la presente investigación se plantea abordar el kung fu, reconociendo su larga historia en conflictos bélicos, así como su profunda conexión con dogmas espirituales que promueven el ejercicio de procesos como el autodominio, el autocontrol, la regulación del comportamiento y de las emociones, y su relación con la agresión. A su vez, siguiendo el criterio de Nosanchuk (1981), como arte marcial moderno se estudiarán los mismos aspectos en relación al krav maga, un estilo marcial israelí creado para propósitos militares en 1960 por Imi Lichtenfeld (Cohen, 2010). Este estilo no hace especial énfasis en aspectos espirituales, sociales o deportivos, como sí hacen los estilos marciales tradicionales, sino que tiene como objetivo principal la eficiencia en combate (Cohen, 2010). Preguntas que busca responder el proyecto ➔ ¿Acaso el proceso de entrenamiento en ambos estilos (tradicional y moderno) tiene un efecto en la regulación emocional? ➔ ¿Tiene esto consecuencias en la agresividad de sus practicantes? Hipótesis Hipótesis en relación con la agresividad ➔ En el grupo de kung fu, la correlación entre las variables nivel de agresividad y nivel de práctica será negativa, mientras que en el krav maga la correlación será positiva ➔ Los niveles de agresividad del grupo de krav maga serán mayores con respecto al kung fu Hipótesis en relación con la regulación emocional ➔ En el grupo de kung fu habrá una tendencia a la estrategia re-evaluación cognitiva de las emociones con respecto a la supresión expresiva. ➔ La tendencia de la utilización de estrategias constructivas evaluada a través del CERQ y la tendencia a la re-evaluación cognitiva de las emociones será mayor para los practicantes de kung fu con respecto al krav maga. Objetivos Objetivo general ➔ Investigar y comparar la interacción entre agresividad y regulación emocional con respecto al proceso de entrenamiento en dos estilos de artes marciales (tradicional y moderno). Objetivos específicos Objetivos específicos en relación con la agresividad ➔ Investigar la relación entre agresividad y nivel de práctica en el kung fu. ➔ Investigar la relación entre agresividad y nivel de práctica en el krav maga. Objetivos específicos en relación a la regulación emocional ➔ Investigar tendencias con respecto a las estrategias de regulación emocional utilizadas por los practicantes de kung fu y las utilizadas por los practicantes de krav maga. Metodología Participantes Se plantea trabajar con un total de 90 participantes de ambos sexos con edades comprendidas entre 20 y 50 años, que no posean lesiones cerebrales o trastornos psiquiátricos que puedan comprometer las capacidades evaluadas. Se conformarán tres grupos: ➔ Arte marcial tradicional: Aproximadamente 30 participantes con edades comprendidas entre 20 y 50 años que practiquen kung fu y cumplan con el criterio propuesto por Nosanchuk (1981) de estilo tradicional. ➔ Arte marcial moderno: Aproximadamente 30 participantes con edades comprendidas entre 20 y 50 años, que practiquen krav maga y cumplan con los criterios propuestos por Nosanchuk (1981) para los estilos de artes marciales modernos. Se buscará que todos los participantes posean un régimen de entrenamiento de al menos 2 veces por semana. Para medir el nivel de entrenamiento se consultará a los participantes tanto su tiempo de práctica como su nivel de faja o cinturón. Nosachunk (1981, 1989) plantea que a diferencia de la cantidad de años en término cuantitativos, el nivel de faja refleja también el compromiso del estudiante con la escuela. Con el fin de evaluar tanto el nivel de agresividad como la capacidad de regulación emocional se emplearán los siguientes cuestionarios: Agresividad: Para medir la agresividad me planteo utilizarel Cuestionario de Agresividad de Buss y Perry (1992), que cuenta con un amplio uso en investigaciones de la materia y cuenta también con una fuerte validez estadística (Bryant y Smith, 2001; Buss y Perry, 1992). Regulación Emocional: Basándome en el modelo de Gross y John (2003) nombrado antes, me propongo trabajar con dos cuestionarios que apuntan a evaluar a la regulación emocional de los sujetos. Uno de ellos es el Cuestionario de Regulación Emocional (CRQ por su sigla en inglés; Gross y John, 2003). Esta escala posee 10 ítems diseñados para medir la tendencia de los sujetos a utilizar dos estrategias concretas de regulación emocional: la reevaluación cognitiva (un ejemplo de los ítems que evalúan este estrategia es: “Cuando quiero reducir mis emociones negativas, cambio mi manera de pensar sobre la situación”) y la supresión expresiva (un ejemplo de los ítems que evalúan esta estrategia es: “Controlo mis emociones no expresandolas”) Además se evaluará la capacidad de los sujetos de regular cognitivamente sus emociones utilizando el Cuestionario de Regulación Cognitiva de las Emociones (CERQ por su sigla en inglés; Garnefski, Nadia; Kraaij y Spinhoven, 2002) en su versión abreviada. El CERQ fue diseñado para identificar las estrategias con las cuales los sujetos enfrentan los eventos estresantes o negativos de sus vidas. Este apunta a aquellos procesos de pensamiento que el sujeto tiene luego de haber experimentado tal evento (Garnefski, Nadia; Kraaij y Spinhoven, 2002). En su versión original, el CERQ posee un total de 36 ítems divididos en nueve subescalas que fueron nombradas antes (autoculparse, culpar al otro, rumiación, catastrofizar, poner en perspectiva, re-focalización positiva, re-evaluación positiva, aceptación, re-focalización en planear) (Garnefski y Kraaij, 2006, 2007; Garnefski et al., 2001; Garnefski et al., 2001). Recientemente, fue creada una versión más corta, que reduce el número de ítems por estrategia a 18, pero mantiene las nueve estrategias planteadas al principio (Garnefski y Kraaij, 2006). También existe una validación de esta misma versión en población argentina que brinda una traducción fiable de los diferentes ítems (Medrano, Moretti y Pereno, 2013) Consideraciones éticas Todos los participantes recibirán una hoja de información sobre la investigación y se les pedirá que firmen un consentimiento informado. En la hoja de información se describirán aspectos generales de la investigación, información sobre el uso y la confidencialidad de los datos. Una vez leída la hoja de información se les preguntará si han entendido y se responderán las dudas que puedan surgir en relación a la investigación. Sólo participarán del experimento quienes una vez debidamente informados firmen el consentimiento informado. Riesgos y beneficios Los diferentes estudios en que originalmente se describen los instrumentos que serán utilizados en esta investigación, no reportan efectos negativos para los participantes. El análisis de los reactivos de estos instrumentos no hacer prever que los mismos sean particularmente movilizantes. No se prevén tampoco en esta investigación beneficios directos para los participantes. Medidas paliativas frente a efectos negativos no previstos En caso de que algún participante se sintiera movilizado frente a la administración de los instrumentos mencionados, se suspenderá la aplicación los mismos y se buscará tranquilizar y contener al participante afectado. Devolución En tanto que el estudio no presenta beneficios directos para los participantes, y que la difusión de los resultados puede afectar etapas posteriores de este estudio, no se prevé una devolución de los resultados. Confidencialidad Los datos obtenidos en la presente investigación serán tratados confidencialmente. No se publicará, ni comunicará ningún dato que permita identificar a los participantes. Siempre que sea posible, se asignará un código numérico a los datos de cada participante de forma de garantizar su confidencialidad. Sólo el investigador responsable, y los colaboradores identificados en este documento tendrán acceso a la base de datos. Participación La participación en este estudio será libre y voluntaria. Los participantes podrán retirarse en cualquier momento sin tener que dar explicaciones al investigador. Cronograma de ejecución Mes Actividades a realizar Marzo Toma de datos Abril Toma de datos Mayo Toma de datos Junio Toma de datos Julio Análisis de datos Agosto Análisis de datos Setiembre Análisis de datos Octubre Redacción de informe final Resultados esperados Como no se han encontrado estudios en cuanto a la influencia de estos estilos marciales en los procesos antes mencionados, esta investigación busca realizar un aporte a la discusión sobre el rol de las artes marciales en este tópico. A su vez, se pretende que esta investigación sirva de soporte para otras investigaciones de tipo longitudinal que puedan establecer relaciones más sólidas entre las variables mencionadas. Limitaciones Dadas las características de los participantes, se esperan una gran dispersión de edad. A su vez, al trabajar con un número bajo de participantes no se podrán obtener resultados sólidos en la materia. Al ser un estudio de corte transversal, no se podrá saber si es la práctica la que promueve el desarrollo de la regulación emocional o si es la práctica la que “selecciona” a aquellos sujetos con buena regulación emocional (Nosanchuk, 1989). En esta investigación no se contempla la posibilidad de que estados depresivos o de ansiedad puedan tener un efecto en las estrategias de regulación emocional utilizadas por los participantes (Nadia Garnefski et al., 2001, Nadia Garnefski y Kraaij, 2007). Bibliografía Acevedo, W., Cheung, M., & García, C. G. (2010). Breve historia del kung-fu. Ediciones Nowtilus SL. Bandura, A., Ross, D., & Ross, S. A. (1961). Transmission of aggression through imitation of aggressive models. Journal of Abnormal and Social Psychology, 63(3), 575–582. http://doi.org/10.1037/h0045925 Bryant, F. B., & Smith, B. D. (2001). 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