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La industrialización
La industrialización es el tránsito hacia sociedades industrializadas, o sea, el proceso de construcción de un orden socioeconómico que gire en torno a la industria, y por ende cuya actividad económica principal sea la transformación de materias primas en productos elaborados, añadiéndoles un valor en el proceso.
La industrialización fue un fenómeno central en la entrada de Occidente a la modernidad de la mano de la Revolución Industrial y el capitalismo, a finales del siglo XVIII y a lo largo del XIX. Se originó en Gran Bretaña, a través de la creciente mecanización de las labores artesanales, permitiendo la producción rápida y masiva de bienes que antes se hacían de manera manual.
Este modelo fue luego exportado a Estados Unidos y el resto de Europa, y finalmente al resto del mundo, que logró dar el salto hacia la industrialización de un modo particularmente desigual.
Por otro lado, la industrialización se asocia hoy en día al poderío económico (y por lo tanto político), de modo que las naciones del llamado Primer Mundo también suelen ser naciones industrializadas. En cambio, las sociedades agrícolas o que subsisten en base a la venta de materia prima, son las que mayoritariamente constituyen el llamado Tercer Mundo, las naciones poco industrializadas.
Características de la industrialización
Consiste en la incorporación de la actividad industrial al núcleo de la actividad económica de los países.
Surgió en Gran Bretaña entre el siglo XVIII y XIX, con la Revolución Industrial.
Fue impulsado por el naciente capitalismo y por la acumulación de riquezas fruto del mercantilismo y el Imperialismo.
Transformó las relaciones de producción del mundo, ya que dio origen a la fábrica y a la clase obrera.
Ocasionó un éxodo rural hacia las ciudades, y así un enorme crecimiento de las urbes.
Formó parte del fin de la sociedad feudal que dio origen la sociedad moderna.
Existen muchas explicaciones respecto a cómo ingresaron al mundo industrial las sociedades que antes eran agrícolas o rurales. La principal tuvo que ver con el fin del sistema feudal que rigió en Europa durante el Medioevo, lo cual liberó grandes cantidades de mano de obra campesina, que debía incorporarse a un mercado libre de trabajo.
Así, en lugar de cosechar los terrenos del señor feudal, estas personas podían ofrecer a la burguesía su fuerza de trabajo y participar en el mercado de bienes de consumo.
De esa manera, el surgimiento del capitalismo como sistema y de la burguesía como clase dominante reordenó las fuerzas productivas del mundo, creando empleos no vinculados con la tenencia de la tierra y con el agro, sino con los avances tecnológicos y la transformación de la materia, o sea, la fabricación. En ello jugaron un rol particularmente vital la minería y las industrias pesadas, y el auge comercial que hubo en la época.
En cuanto se supo que dicha fabricación o manufactura podía hacerse más rápido y masivamente empleando máquinas, se dio el primer paso hacia un proceso de modernización indetenible. Así, en poco más de dos siglos, el mundo cambió de manera mucho más radical que el Medioevo completo.
Por último, las sociedades que aún hoy luchan por industrializarse lo hacen con el espíritu de competir en un terreno de mayor igualdad frente a las potencias industriales del planeta, y por ende deben hacerlo al mismo tiempo que lidian con sus propias economías de dependencia.