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A Universe of Wishes - Varios Autores_CDFCSO

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Una Colaboracion De Starless One Y 
Ciudad Del Fuego Celestial 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Estimado Lector 
 
La presente traducción fue posible gracias al trabajo desinteresado de 
lectores como tú, es una traducción hecha por fans para otros fans, por lo 
tanto, la traducción distará de alguna hecha por una editorial profesional. 
Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie obtiene un 
beneficio económico del mismo, por eso mismo te instamos a que ayudes 
al autor comprando su obra original, ya sea en formato electrónico, 
audiolibro, copia física e incluso comprar la traducción oficial al español 
si es que llega a salir. 
También te instamos a no compartir capturas de pantalla de nuestras 
traducciones en redes sociales o simplemente subir nuestras traducciones 
en plataformas como Wattpad, Ao3 y Scribd, al menos no hasta que haya 
salido una traducción oficial por parte de alguna editorial al español, esto 
para evitar problemas con las editoriales. 
Las personas partícipes en esta traducción se deslindan de cualquier acto 
malintencionado que se haga con la misma. 
Gracias por leer y disfruta la lectura. 
 
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Sinopsis 
 
De We Need Diverse Books, la organización detrás de Flying 
Lessons & Other Stories, llega una colección de historias cortas de 
fantasía juvenil incluyendo a algunos de los mejores autores 
infantiles own-voices, incluyendo a los autores bestseller Libba 
Bray (Los Adivinos), Victoria Schwab (Una magia más oscura), 
Natalie C. Parker (Seafire), y muchos más. Editada por Dhonielle 
Clayton (The Belles). 
 
En la cuarta colaboración con We Need Diverse Books, quince 
diversos, celebrados autores ganadores de premios entregan 
historias sobre una princesa sin necesidad de un príncipe, un 
monstruo muy poco entendido, recuerdos que se desvanecen con un 
hechizo y voces que se rehúsan a quedarse calladas ante la injusticia. 
Esta poderosa e inclusiva colección contiene un universo de deseos 
por un mundo más valiente y hermoso. 
 
LOS AUTORES INCLUYEN A: Samira Ahmed, Libba Bray, 
Dhonielle Clayton, Zoraida Córdova, Tessa Gratton, Kwame Mbalia, 
Anna-Marie McLemore, Tochi Onyebuchi, Mark Oshiro, Natalie C. 
Parker, Rebecca Roanhorse, Victoria Schwab, Tara Sim, Nic Stone, y 
a un autor debut, ganador de un concurso de historias cortas por ser 
anunciado. 
 
 
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Staff 
Traducción: 
Amy 
Belen 
Hae 
~Kvothe🗡️ 
Lilu🥰 
Shooky 
Umbra Mortis 
Windheart
Corrección: 
BLACKTH➰RN 
Cristal Queen of Deant 
Deimos 
Lyn♥️ 
Nea 
Umbra Mortis 
Yoruichi
Edición: 
Alma Mater 
Nea 
Roni Turner 
Umbra Mortis 
Yoruichi 
Diseño y Mobi: 
Dark Queen 
EPUB: 
jackytkat 
 
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Índice 
Sinopsis ________________________________________________________ 5 
Staff ___________________________________________________________ 6 
Prefacio ________________________________________________________ 8 
A Universe of Wishes ___________________________________________ 10 
The Silk Blade __________________________________________________ 36 
The Scarlet Woman _____________________________________________ 51 
Cristal y Ceniza ________________________________________________ 84 
Liberia _______________________________________________________ 103 
A Royal Affair ________________________________________________ 126 
The Takeback Tango ___________________________________________ 157 
Dream And Dare ______________________________________________ 173 
Wish _________________________________________________________ 188 
The Weight ___________________________________________________ 203 
Unmoor ______________________________________________________ 221 
The Coldest Spot In The Universe _______________________________ 245 
The Beginning Of Monsters _____________________________________ 263 
Longer Than The Threads Of Time _______________________________ 288 
HABIBI ______________________________________________________ 312 
Acerca de los autores __________________________________________ 338 
 
 
 
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Prefacio 
 
Querido lector, 
Yo era un desastre cuando era adolescente. Rebosante de deseos y 
anhelos. Mimada y malhumorada. Una solitaria inadaptada. Pequeña, loca 
y llena de muchas preguntas sin respuesta sobre este extraño mundo. 
Siempre sentí que había terminado en el lugar equivocado. El planeta 
equivocado. El momento equivocado. Que un día encontraría mi 
verdadero hogar. 
Lo único que me hacía feliz era leer. Me escondía bajo la mesa de 
caoba de mi abuela con una pila de libros, un plato de perfectas galletas 
con forma de animalitos escarchados de color rosa y un vaso de té del sol, 
con la cantidad justa de azúcar para satisfacer mis papilas gustativas. 
Encontré mi espacio seguro en los cuentos, lejos de todos los demás 
adolescentes de mi escuela, lejos de los espejos, lejos de los comentarios. 
Me aficioné a los libros de fantasía y ciencia ficción para saciar mi sed 
de otros mundos y leí todo lo que pude conseguir durante los viajes de fin 
de semana con papá a la librería y a la biblioteca pública. 
Pero al cabo de un tiempo, empecé a darme cuenta de que los niños 
que se parecían a mí no salvaban el mundo, no vivían grandes aventuras 
por paisajes fantásticos, no iban a campamentos de magia. Mi imaginación 
empezó a disminuir. Mi amor por la lectura disminuyó. Sentía como si se 
apagara una luz. Estaba perdiendo lo que me hacía ser yo. Todo porque 
me buscaba desesperadamente en las páginas de las historias que ansiaba. 
Durante demasiado tiempo, algunos de nosotros hemos estado 
ausentes de los mundos mágicos. Pero ya no. Porque el verdadero secreto 
que aprendí de los libros es que todos tenemos magia en nuestro interior. 
Todos poseemos la capacidad de comandar la nave espacial que falla, de 
romper el poderoso encantamiento y de cambiar nuestros mundos -tanto 
los ficticios como los que no lo son- para bien. 
 
9 
El universo es mejor porque estamos aquí. Porque tú estás aquí. Así 
que empecemos. Tu gran aventura te espera. 
Con amor, 
Dhonielle 
 
 
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A Universe of Wishes 
TARA SIM 
Traducido por Umbra Mortis 
Corregido por BLACKTH➰RN 
Editado por Yoruichi 
 
Se había acostumbrado a pedir deseos siempre que podía. 
Al último lucero de la mañana, a los bordes de las monedas 
deslustradas, a lo largo de las grietas de los huesos que se parten en el 
fuego. 
Nunca fue suficiente. No importaba cuántas veces o cuán 
agresivamente lo deseara, sus palabras nunca eran escuchadas, sus 
súplicas quedaban sin respuesta. 
Y un día aprendió por qué: los deseos no podían pedirse sobre cosas 
inocentes e inocuas, como estrellas y monedas y tréboles. 
Porque los deseos sólo los conceden los muertos. 
 
 
La ciudad de Rastre bombeaba como un corazón, la gente se movía 
por sus calles como la sangre fluye por las venas. Era el final del día, y el 
sol ardía cobrizo en el horizonte, proyectando largas sombras en las agujas 
y tejados que la rodeaban. 
Thorn esperaba a la sombra del campanario de una catedral, 
agazapado en el inclinado tejado con los brazos apoyados en las rodillas. 
El viento soplaba y él se acurrucaba más en su raída chaqueta. Tendría que 
conseguir una nueva pronto. 
 
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Finalmente, la puerta del otro lado de la calle se abrió, y salió un chico 
alto y delgado que no podía ser mucho mayor que él. El chico cerró la 
puerta detrás de él, echó el cerrojo y se dirigió hacia el sector oriental. 
Thorn esperó varios minutos para estar seguro. Cuando el sol se 
desangró por completo en la tierra, y el cielo se convirtió en un moretón de 
dos días, Thorn se deslizó hasta el borde del tejado. Las linternas de jade 
se encendieron y arrojaron a Rastre una luz resplandeciente y estrellada. 
Esa luz no llegaba a la calle de abajo. Thorn bajó de un salto a esa 
oscuridad tan bienvenida. Más allá podía oír los sonidos de los transeúntes, 
un niñogritando de alegría, las primeras notas de un músico callejero. 
Thorn se abrió el cuello de la chaqueta y se agachó ante la puerta. 
Hurgo en la cerradura con su ganzúa hasta que cedió y pudo deslizarse 
dentro. 
Su respiración era ruidosa en el silencio que lo recibió. Thorn tragó 
saliva y se obligó a ralentizar su corazón. Normalmente merodeaba por el 
cementerio en el sector occidental, pero demasiados roces con el guardián 
del terreno le habían hecho ser lo suficientemente receloso como para 
intentar otro enfoque. Además, se estaba cansando de limpiar 
constantemente la tierra de las tumbas de su ropa y de las uñas. 
No es que esto fuera mucho mejor, pero al menos era más limpio. 
El edificio era de tamaño modesto, lo suficientemente grande como 
para contener dos pisos. La planta baja se utilizaba para recibir y acomodar 
a los clientes. En el piso superior había una colección de féretros y ataúdes. 
Pero sabía, después de una semana de observación y más que su parte 
justa de espiar a través de la ventana, que en realidad había un tercer piso. 
Sólo estaba bajo tierra. 
Thorn pasó por delante de un ataúd abierto y de un mostrador de 
recepción, hasta llegar al fondo, donde había un escritorio más pequeño 
cubierto de papeles, pergaminos y bolígrafos. Y figuritas de animales, entre 
otras cosas. Más allá había una puerta, y al mover la cerradura le llegó una 
ráfaga de aire fresco. 
Un ansia familiar le llenó el vientre, el sabor de la magia ya en sus 
labios. Se los lamió y bajó sigilosamente por una escalera de madera, 
 
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abriéndose paso en la oscuridad hasta que encontró una linterna de jade 
en la parte inferior. Se encendió cuando la tocó, iluminando un par de 
mesas de autopsia y un estante de herramientas que podrían haber servido 
como dispositivos de tortura. 
Y filas y filas de cápsulas de cristal. 
Eso era lo que desprendía todo ese frío. Los cristales se utilizaban para 
almacenar productos perecederos, o para mantener las casas frescas en 
pleno verano... o para mantener frescos los cadáveres. 
Thorn se acercó a la cápsula más cercana. Estaban empotradas en la 
pared como si fueran cajones. Tanteó el asa congelada hasta que pudo 
abrirla de un tirón, sacando al único ocupante de la cápsula. 
El hombre estaba encerado y rígido. Su piel se había vuelto de color 
azul claro. Thorn había oído a la gente hablar de los muertos, había 
escuchado palabras como "dormido" y "tranquilo", pero este hombre no 
encajaba en ninguna de ellas. Parecía preocupado incluso en la muerte, sus 
gruesas cejas bajadas sobre los ojos hundidos, su boca chata y sin 
expresión. 
Thorn se detuvo, mirando la línea en forma de “Y” recién suturada 
que recorría el vientre desnudo del hombre. No estaba acostumbrado a 
esto. A tocar a los muertos, sí; a desenterrar cuerpos, sí. Se había 
acostumbrado al olor a ozono terroso y a la podredumbre, al moho rastrero 
y al mantillo de los cementerios, al frío de la piedra y a las noches sin luz 
de luna. 
Esto, sin embargo, era algo totalmente diferente. Esto era limpio y 
clínico. Era cristal y calcedonia. 
Estaba... mal. 
Thorn respiró profundo. Sintió que respirar era de alguna manera una 
falta de respeto, al estar encima de un cuerpo que ya no era capaz de esa 
tarea. Y qué concepto tan extraño, que este hombre haya existido sólo entre 
el lapso de dos respiraciones (la primera y la última) para convertirse en 
una mera cosa. 
Bueno, todavía había algo dentro de él. Y esa era la cuestión. 
 
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Thorn sacó su navaja y la abrió. Brillaba a la luz del día, 
aparentemente limpia a pesar de su espantoso propósito. Pasó la navaja 
por la incisión de la autopsia, haciendo saltar las suturas y deshaciendo la 
carne. Era mucho más fácil que abrirse paso entre el tejido y el músculo 
muertos. 
Desprendió la piel del hombre, dejando al descubierto un torso que 
había sido ahuecado como una calabaza. Los órganos habían sido 
desprendidos y llevados... a alguna parte. Thorn no quería saberlo y no le 
importaba. En cambio, el cuerpo del hombre estaba forrado de algodón, 
como si lo estuvieran convirtiendo en un muñeco mórbido. 
Sin embargo, sus costillas seguían ahí. Se curvaban como sonrisas 
ansiosas, o las garras de una bestia olvidada. 
Y allí, entre la cuarta y la quinta costilla de su lado izquierdo, estaba 
lo que Thorn había venido a buscar. Era invisible, pero lo sintió, una 
pequeña galaxia de potencial. Le atrajo como una promesa. Un secreto. 
Thorn sacó la obsidiana de su bolsillo y la sostuvo contra las costillas 
del hombre. La pequeña galaxia continuó arremolinándose entre sus 
huesos, confusa y sin dirección, pero el atractivo de la obsidiana finalmente 
llamó su atención. Se filtró en la roca negra y vidriosa, uniéndose a las otras 
pequeñas galaxias que Thorn ya había tomado. Su propio universo de 
bolsillo. 
Se preguntó si finalmente había tenido suficiente. Pero tal vez, sólo 
para estar seguro, debería... 
—¿Qué estás haciendo? 
Thorn se dio la vuelta. Al pie de la escalera estaba el chico que había 
visto salir de la funeraria. 
Sólo tuvo un momento para asimilarlo: piel un par de tonos más 
marrón que la suya, pelo oscuro y rizado en las puntas, ojos del tono gris 
verdoso del musgo. Estaban abiertos de par en par y asustados, y se 
movían entre Thorn y el cadáver abierto de forma poco elegante. 
Thorn volvió a meter la obsidiana en su bolsillo e hizo lo único que se 
le ocurrió: empujar el cuerpo del hombre fuera de su losa de cristal. 
 
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El chico gritó consternado y se apresuró a arreglar el desorden. Thorn 
aprovechó su oportunidad y se lanzó hacia las escaleras, con sus botas 
retumbando en los tablones de madera. Se estrelló contra el escritorio de 
arriba, haciendo sonar las figuritas de animales de su superficie. 
Ya estaba casi en la puerta de entrada cuando una mano le arañó el 
hombro. Thorn se retorció y buscó su navaja, pero el chico era más fuerte 
de lo que parecía, y un empujón intencionado hizo que Thorn se 
tambaleara hacia el interior de la tienda. La parte posterior de sus rodillas 
se enganchó en el borde de algo, y cayó con un fuerte golpe que lo dejó sin 
aliento. 
La tapa del ataúd se cerró encima de él. 
El pánico se apoderó de su garganta. Thorn dejó caer su navaja y 
golpeó la tapa, empujando su hombro contra ella, pero no se movió. Un 
crujido en la parte superior le indicó que probablemente el chico estaba 
sentado encima, y que su peso hacía que la tapa fuera inamovible. 
—¿Quién eres tú? —preguntó el chico, con la voz apagada a través de 
la madera. 
Thorn no respondió. Respiraba con rapidez; el ataúd olía a cedro y a 
aceite de linaza, y a algo de hierbas, quizá a romero. Intentó empujar la 
tapa de nuevo, pero sólo cedió un centímetro. 
—¿Cómo te atreves a entrar aquí y desfigurar a los muertos? —
continuó el chico—. Te das cuenta de que eso trae mala suerte, ¿no? 
Thorn se sorprendió por la risa rasposa que se le escapó. 
—Estoy acostumbrado a la mala suerte. 
El silencio. Podía oír los latidos de su propio corazón, como si su 
cuerpo quisiera asegurarle que estaba vivo, a pesar de su entorno 
inmediato. 
—No te voy a dejar salir hasta que te expliques —dijo el chico después 
de un momento—. El pobre señor Lichen no se merecía lo que le hiciste. 
Thorn se inclinó por estar de acuerdo, pero al sentir la pequeña 
galaxia en su bolsillo, no se arrepintió. No podía decir eso, sin embargo; 
nunca se liberaría de este miserable ataúd si lo hacía. 
 
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Cuando Thorn no respondió, el chico tamborileó con los dedos sobre 
la tapa. 
—Si no te explicas —dijo en voz baja, casi demasiado baja para que 
Thorn lo oyera—, llamaré a la guardia de la ciudad. 
El miedo se agolpó en su pecho. Llevaba dos años evadiendo a la 
guardia; no podía permitir que todo su duro trabajo se deshiciera en una 
sola noche. 
Pero tampoco podía explicar fácilmente lo que había estado haciendo. 
—Yo... —Su rostro se encendió, aunque el resto de él ardía de frío—. 
Estaba cosechandomagia. 
El chico de arriba se quedó en silencio. El corazón de Thorn hizo 
"thump thump", y su mente hizo "tonto, tonto". 
Se preocupó por su labio inferior entre los dientes y soltó: 
—Es para los deseos. Esta magia, no es algo que la gente entienda, así 
que no pueden acceder a ella mientras están vivos. Así que se queda dentro 
de ellos, incluso después de morir. Es un desperdicio. Así que yo... la 
recogía de los cuerpos. Para los deseos. Es lo que hago —Luego más suave, 
suplicante—. Por favor, déjame salir. 
Más silencio. La respiración de Thorn fue absorbida por las paredes 
del ataúd. Finalmente, el chico deslizó la tapa y la abrió. Thorn parpadeó 
ante la luz de la luna que se filtraba, y miró fijamente al chico de la morgue. 
Su expresión era una mezcla de confusión, molestia y fascinación. 
Thorn se preguntó si sería suficiente para ganar su libertad. Pero 
entonces el chico dijo, casi imperialmente: 
—Pruébalo. 
Thorn palideció. Su mano se movió hacia su bolsillo. 
—¿Por qué? ¿Por qué debería desperdiciar un deseo en ti? 
El chico enarcó las cejas. 
 
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—Hay una patrulla de guardias a la vuelta de la esquina, sabes. 
Deberían poder oírme gritar pidiendo ayuda. 
Thorn hizo una mueca, incorporándose. 
—Eso no será necesario. 
—Oh, bien —El chico sonrió, y resaltó un hoyuelo en un lado, una 
pequeña y perfecta hendidura en su mejilla. Dio un paso atrás para 
permitir que Thorn saliera del ataúd, revirtiendo su muerte momentánea. 
—¿Cuál es tu deseo? —refunfuñó Thorn. 
Pensó el chico de la morgue, pasándose una mano por su espesa y 
oscura cabellera. Sus ojos verde-grisáceos observaron el cabello de Thorn, 
blanco como la nieve y la ceniza, como la luz de las estrellas sobre el agua. 
Una rareza en Rastre, cuando la mayoría llevaba el pelo en tonos más 
oscuros. 
El chico chasqueó los dedos e hizo un gesto para que Thorn le 
siguiera. Thorn miró la puerta principal -demasiado lejos para salir 
corriendo, sobre todo si lo que el chico había dicho sobre la patrulla que 
había a la vuelta de la esquina era cierto- y le siguió hasta el mostrador de 
la parte trasera de la tienda. El chico de la morgue cogió una de las figuras 
de animales de cerámica. Era de un pequeño tigre, pintado de naranja con 
rayas negras, con los ojos brillantes de color azabache. 
—¿Hacer que cobre vida? —El chico lo formuló como una pregunta, 
casi con timidez. 
Thorn frunció el ceño. 
—No puedo hacer que cobre vida. 
—No, no, me refiero a hacerlo sensible. Que se mueva. 
Todo ese trabajo duro para conseguir un deseo, ¿y el chico lo iba a 
desperdiciar en esto? Thorn suspiró y se frotó la cara, con los ojos arenosos 
por la falta de sueño y las manos oliendo a la piel húmeda del señor Lichen. 
Pero entonces se le ocurrió un pensamiento, y fue como abrir una 
puerta del sótano a la luz del sol. 
 
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—Tengo una propuesta —dijo Thorn. 
El chico de la morgue inclinó ligeramente la cabeza. 
—¿Estás realmente en condiciones de hacer una? 
—Mira, necesito una forma de cosechar deseos, y tú obviamente 
quieres algunos de los tuyos. ¿Qué tal si hacemos un trato? Yo vengo aquí 
por la noche y cojo la magia de estos cuerpos, y a cambio, tú consigues tres 
deseos míos. 
Los ojos del chico se abrieron de par en par, ya sea por la codicia de la 
idea de más deseos o por el asombro ante la extravagante petición. Tal vez 
ambas cosas. Miró la estatuilla que tenía en la mano, haciéndola girar entre 
sus dedos. 
—¿Contará esto como uno de esos tres deseos? 
—Sí. 
El chico pensó un poco más, mordiéndose el labio inferior. 
Finalmente, suspiró. 
—Si haces realidad este deseo —dijo el chico, levantando la figura—, 
entonces sí. 
Thorn sonrió en señal de victoria. Sacó la obsidiana del bolsillo y sintió 
la danza de la magia en su interior, su preciado universo de deseos, un 
puñado de potencial y posibilidad. 
Tiró de un hilo de magia, haciéndolo salir de su forma arremolinada 
y atravesar la roca vidriosa. Envolvió el hilo alrededor de la figurita, sin 
dejar de mirarla. Sus labios se movieron sin ruido, elaborando la forma y 
el tamaño de su deseo, los parámetros de su probabilidad. La magia se 
encendió, ya no latente como había estado entre las costillas del señor 
Lichen, sino que ahora brillaba con un propósito. 
El chico se quedó boquiabierto cuando la figurita se estiró como un 
gato doméstico y se sentó en el centro de la palma de su mano, mirándole 
mientras su cola rayada se movía de un lado a otro. La levantó hasta sus 
ojos y sonrió, con un mundo de asombro en su rostro. La maravilla, se dio 
cuenta Thorn, era hermosa; desterraba lo imposible y dejaba espacio para 
 
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la creencia. Cuando lo pensó, supuso que eso podía ser una fuerza más 
fuerte que la mayoría de las cosas, incluso que los deseos. 
Encontró la mirada de Thorn con todo el peso de ese asombro. Thorn 
sintió un temblor en el pecho, y fue cálido. 
El chico extendió su mano, la que no sostenía el tigre. Thorn dudó, y 
luego la tomó entre las suyas. Se estrecharon. 
—Bienvenido a la funeraria Cypress —dijo el chico. 
 
 
 
El chico se llamaba Sage. Su familia era dueña del salón, y él había 
crecido entre ataúdes y féretros, bisturíes y fórceps, cristales e incienso. Los 
muertos no le molestaban. De hecho, los consideraba algo sagrado, lo que 
hacía aún más atroz el trato que Thorn daba al pobre señor Lichen. Sage le 
obligó a ayudar a coser el cuerpo y devolverlo a su cápsula antes de que se 
le permitiera marcharse por la noche. 
Pero Thorn volvió a la noche siguiente, y Sage lo estaba esperando. El 
pequeño tigre merodeaba por su hombro y, de vez en cuando, se agarraba 
a un rizo de su pelo. 
—¿Cuántos deseos tienes almacenados en esa cosa? —preguntó Sage, 
refiriéndose a la obsidiana. 
Thorn hizo una mueca. 
—¿Por qué, para poder regatearme más? 
—Creo que con tres es suficiente —alargó la mano para acariciar al 
pequeño tigre, que lo permitió un momento antes de morder el dedo de 
Sage—. No, sólo tengo curiosidad. No estoy seguro de por qué los cosechas 
si no piensas usarlos. 
—Voy a usarlos —murmuró Thorn—. Por eso los estoy guardando. 
 
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Por un deseo que era más grande que cualquier otro que hubiera 
pedido antes. Un deseo que, con toda probabilidad, era demasiado 
improbable, algo que ni siquiera la creencia podía conjurar. 
Pero tenía que intentarlo. 
Sage se encogió de hombros. 
—Muy bien, entonces. 
Thorn frunció el ceño a la espalda de Sage mientras bajaban a la 
morgue. Nunca había conocido a alguien así, toda curiosidad y nada de 
cálculo. ¿Quién más podría pensar que tres deseos eran "suficientes"? 
Además, ¿por qué desperdiciar uno de esos preciados tres deseos en un 
tigre diminuto que te mordía si lo acariciabas demasiado? 
Sage encendió la linterna de jade y encendió el incienso dentro de un 
incensario. Su perfume turbio se elevó en finas cintas, infundiendo en la 
morgue un aroma oscuro y nebuloso, como una noche sin estrellas. Thorn 
captó notas de anís y cedro, y el trasfondo almizclado y terroso de la mirra. 
Siguió a Sage hasta una cápsula situada en el extremo de la sala. Sage 
la abrió y descubrió a una mujer mayor con una larga cabellera plateada. 
Sage se puso unos guantes de fino cuero negro y acercó una bandeja 
con herramientas. 
—¿Dónde se encuentra exactamente la magia? 
Thorn le dijo, y observó cómo el chico de la morgue se ponía a trabajar. 
Rápidamente se sintió hechizado por él: la concentración que encapotaba 
sus ojos gris-verdosos, la manera firme y metódica en que trabajaban sus 
manos. El tigre seguía sentado en su hombro, mirando hacia abajo como si 
estuviera tan embelesado como Thorn. 
Cuando el torso de la mujer quedó al descubierto, con sus costillas 
resaltando en el aire teñido de incienso, Thorn sintió que le recorría un 
curioso hilo de timidez. Nadie le había observado hacer esto antes. Sage 
estaba de pie al otro lado de la losa de cristal y miraba con la misma 
atención que Thorn lo había observado a él, lo quesupuso que era justo. 
Se lamió los labios, saboreando los primeros vestigios de magia 
mientras sacaba la obsidiana del bolsillo. La magia de la mujer se entretejía 
 
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en sus costillas; a diferencia de la del Sr. Lichen, parecía inquieta, y Thorn 
se preguntó si estaría más sintonizada con el poder secreto de su interior 
de lo que solía estar la mayoría de la gente. Había notado que la conexión 
de las mujeres con la magia era siempre un poco más fuerte, un poco más 
prominente. 
La magia se extendió por sus costillas durante unos minutos. Era 
testaruda, pero finalmente cedió y se enroscó en la seguridad de la 
obsidiana. Thorn dio un paso atrás y asintió, indicando que había 
terminado. 
Sage parecía confundido. 
—¿Eso es todo? Pero yo no he visto nada. 
—¿Sentiste algo? 
—Tal vez un poco de piel de gallina, pero hace frío aquí abajo. 
Thorn se encogió de hombros. 
—La mayoría de los humanos no saben prestar atención a la magia. Si 
te concentraras, probablemente serías capaz de percibirla mejor. 
Sage miró detrás de él, hacia la linterna de jade y su constante brillo 
esmeralda. 
—Así que... dices que los humanos no conocen la magia. Pero las 
piedras son mágicas, ¿no? 
—En cierto sentido. Al menos, es la única forma de magia que se 
acepta fácilmente. Excavamos las piedras y las utilizamos por sus 
diferentes propiedades, pero se atribuye a un suelo rico o a unas 
condiciones mineras únicas —Thorn resopló—. Ojalá. 
—¿Qué quieres decir? 
—Esto —Levantó la obsidiana—. Esto es lo que hace que las piedras 
sean mágicas. 
Sage miró entre el cuerpo y la roca en la mano de Thorn. 
—No lo entiendo. 
 
21 
—La gente sigue viviendo con esto en su interior. Diferentes 
habilidades, diferentes fuerzas —Se tocó el costado, donde podía sentir su 
propia pequeña galaxia, cálida y dormida dentro de él, preparada para 
pedir deseos—. La mayoría no lo sabe, o no puede aprovecharlo. Así que 
cuando mueren, ¿qué pasa? Son enterrados en la tierra. A medida que se 
descomponen, esa magia se desprende de ellos y es absorbida por la tierra 
que los rodea. Eso es lo que hace las piedras, como el lapis para la 
radiestesia, y el rubí para el calor —Señaló la lámpara—. El jade para la luz. 
Son sólo diferentes habilidades que llevamos. 
Las cejas de Sage se fruncieron mientras pensaba. 
—Supongo que eso tiene sentido —dijo después de un largo 
momento—. Pero si es cierto, ¿cómo lo sabes? ¿Cómo es que nadie más lo 
sabe? 
Thorn dudó. Por suerte, se libró del repentino gruñido de su 
estómago. Se sonrojó cuando Sage le dedicó aquella sonrisa que le 
provocaba un hoyuelo. 
—Me imaginé que estarías un poco hambriento —dijo el chico de la 
morgue. 
Limpiaron el cuerpo y lo devolvieron a su cápsula, y luego 
ascendieron desde la morgue, llena de incienso, al aire más fresco y limpio 
de la planta baja. Allí, Sage sacó una cesta de debajo de su escritorio. Se 
sentaron en el suelo junto al ataúd de exhibición, y Thorn lo observó 
colocar cuidadosamente los frascos y los alimentos envueltos en servilletas. 
El estómago le dolía de ganas. 
No quería admitir que, sí, estaba más que hambriento. Vivir en la calle 
solía tener ese efecto. Thorn había tenido la suerte de encontrar lugares 
donde dormir: primero un apartamento abandonado (que, por desgracia, 
ahora estaba siendo reparado), luego la cama de una chica guapa que 
compartía las sobras de la posada donde trabajaba (hasta que encontró a 
otra chica guapa que la colmó de regalos más bonitos), y ahora se refugiaba 
en una pequeña oficina dentro de un almacén abandonado. 
Se le hizo la boca agua cuando Sage descubrió cada uno de los platos. 
Antes de que Thorn pudiera decirse a sí mismo que esperara, lo estaba 
devorando todo: trozos de tocino grueso con jaleas de menta y tamarindo, 
rodajas de manzanas empapadas en agua de rosas, queso suave con 
 
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incrustaciones de hierbas, pan negro crujiente untado con mantequilla 
fresca y espolvoreado con sal negra. 
Sage se apoyó en sus manos y le observó con una pequeña sonrisa. 
Cuando Thorn se dio cuenta de que estaba dando un espectáculo, se tragó 
el bocado y se limpió rápidamente los dedos en una servilleta. 
—Lo siento —murmuró, sonrojándose. 
Sage se rio. Era un sonido extrañamente animado para el espacio en 
el que se encontraban, una canción clara y sonora. Se inclinó hacia delante 
y rebuscó en la cesta, sacando dos botellas verdes. Thorn se animó al ver la 
cerveza de miel y tomó con entusiasmo la botella que Sage le entregó. 
El primer sorbo fue como deslizarse en un lago fresco en pleno verano. 
—Hacía mucho tiempo que no tomaba esto —dijo. 
Sage se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. El 
pequeño tigre merodeaba alrededor de su picnic, golpeando de vez en 
cuando las migajas. Encontró un gran grano de sal negra y se puso a jugar 
con él, golpeándolo como una pelota. 
—La guardia de la ciudad ha estado buscando a un ladrón de tumbas 
—dijo Sage en voz baja—. Un chico con el pelo blanco. 
Thorn bajó la botella de cerveza de miel y lo miró fijamente. Sage le 
devolvió la mirada. Thorn se sintió extrañamente vulnerable; exponer su 
hambre, su sed, podía hacer eso a una persona. Pero era más que eso: 
estaba a merced de este chico, mantenido a salvo sólo por la promesa de 
dos deseos más. 
Y cuando esos deseos se concedieran, ¿entonces qué? 
—No te denunciaré —dijo Sage, leyendo la desesperación en su 
rostro—. No es eso lo que quería decir. Sólo quería decir que tuvieras 
cuidado. 
—He sobrevivido hasta ahora —murmuró. 
Sage asintió. Cogió su botella y la hizo chocar con la de Thorn. 
—Por los deseos. 
 
23 
Thorn vaciló y luego volvió a chocar su botella con la de Sage. 
—Por los muertos. 
 
 
 
Se convirtió en una rutina: Thorn pasaba los días durmiendo y las 
noches cosechando deseos con Sage. El chico de la morgue abría los 
cuerpos y Thorn extraía la magia de su interior. En algún momento de la 
noche hacían un picnic, que solía ser la única comida de Thorn. 
Thorn también le contó a Sage más cosas sobre la magia. 
—Has oído la historia de los titanes, ¿verdad? —preguntó después de 
que Sage preguntara si los humanos tenían magia en primer lugar. 
—Eran dioses, ¿verdad? 
—En cierto sentido. Eran grandes seres de la magia. Uno de ellos 
murió y cayó a la Tierra, y la Tierra se lo tragó. 
—Y su esqueleto constituye el núcleo de la Tierra —Sage asintió—. He 
oído la historia. 
—Bueno, no es un cuento. Cuando el titán se descompuso, liberó toda 
la magia que llevaba dentro en el suelo. Los humanos se comieron las 
plantas y los cultivos que provenían de ese suelo enriquecido con magia —
Thorn señaló las rodajas de tomate glaseadas con balsámico que tenían 
delante—. La magia encontró un lugar para asentarse dentro de ellas, sin 
usar y latente. 
—¿Así que estás diciendo que mi jardín es mágico? 
Sage le había hablado del jardín que mantenía detrás de la casa de su 
familia, repleto de tomates y vides, con parches de fresas y calabazas. De 
allí provenía la mayor parte de la comida para sus picnics. 
—Sí, hasta cierto punto. 
 
24 
Los ojos de Sage se abrieron de par en par, y su boca se levantó como 
la de un niño que ha aprendido un secreto. 
—Fascinante. 
Thorn no estaba seguro de que Sage le creyera realmente, pero parecía 
feliz de permitir la posibilidad, lo cual era suficiente. 
Pasaron los días, hasta que finalmente, Thorn comenzó a preocuparse 
por cuándo Sage exigiría su segundo deseo. El chico de la morgue no 
parecía ansioso por pedirlo todavía, contento con su primer deseo. Pero 
eso seguía poniendo a Thorn en vilo. ¿Qué pediría después? ¿Algo 
inocente, como el pequeño tigre, o algo siniestro? O tal vez era 
secretamente codicioso y pediría dinero o joyas o poder. 
Pero aun así bajaron a la morgue y comieron sus picnics, y aun así 
Sage se guardó su segundo deseo. 
Una noche estaban comiendo bayas azucaradas cuando a Thorn se le 
ocurrió preguntar: 
—¿Cuándo empezaste a hacer esto? —Señalócon la cabeza la puerta 
de la morgue. 
Sage se lamió el azúcar de las yemas de los dedos. 
—Creo que tenía cinco años. 
—¿Cinco? 
—Es un negocio familiar. Mis padres querían que me acostumbrara. 
Reconozco que al principio me daba miedo. Tuve pesadillas durante un 
tiempo. Pero cuanto más veía a mis padres trabajar, más me daba cuenta 
de que es un arte. Lo que hacemos es sagrado. Hay que respetar a los 
muertos. 
Thorn se estremeció. Lo que él y Sage estaban haciendo no era 
precisamente respetar a los muertos. 
Sage debió interpretar su expresión. 
—No es que los estemos profanando —dijo con justicia, y luego 
enarcó una ceja—. No después del señor Lichen, al menos. 
 
25 
—Me he disculpado, ¿no? 
Sage emitió un zumbido y miró por la ventana. Estaba en lo alto de la 
pared, proyectando la luz de la luna sobre los restos de su picnic. El 
pequeño tigre estaba acurrucado dentro de un gorro de seta. 
—Gracias —dijo Thorn después de un momento—. Por ayudarme a 
hacer esto. 
Sage lo miró. Sus ojos eran pálidos y vivos, como el musgo que trepa 
por las lápidas. Thorn se había dado cuenta de que Sage tenía su propio 
aroma, bajo el incienso que se colaba en su ropa: algo cálido y limpio como 
el romero o la lavanda. Cuando se ponía de pie o se sentaba a su lado, 
Thorn podía olerlo, y sentir el calor de su cuerpo, agradable después de 
estar tanto tiempo junto al frío cristal. 
—Gracias por mostrarme la magia —respondió Sage en voz baja. 
Y entonces, de alguna manera, estaban cruzando la pequeña 
distancia. El calor de la boca de Sage en la suya fue otro recordatorio de 
que Thorn estaba vivo, de que estaba compuesto por muchas partes, desde 
el salvaje bombeo de su corazón hasta las puntas de sus dedos. Se sentía 
como si hubiera sido lanzado al universo para volver a un cuerpo más 
ligero y extraordinario que el anterior. 
Los labios de Sage sabían a azúcar. Thorn pasó la lengua por ellos y 
recogió todos los gránulos perdidos, y permitió que Sage hiciera lo mismo 
con él, como si fueran cosas dulces que había que saborear. Y entonces se 
besaron en serio, bajo la luz de la luna menguante y un ataúd de exhibición 
abierto. 
Cuando se retiraron unos minutos después, Thorn estaba sin aliento 
y feliz por ello. Estaba aturdido, borracho del calor de la boca de Sage. La 
cerveza de miel parecía insípida y débil en comparación. 
Sage lo observó bajo las oscuras pestañas, con los dedos rozando el 
pálido cabello de Thorn. Thorn se dejó tocar y acariciar, pensando 
lejanamente que esas mismas manos abrían a los muertos. Pero estaban tan 
en sintonía con la carne viva, desde el pulso en el cuello de Thorn hasta la 
suave parte inferior de su mandíbula. 
 
26 
—Deseo que me digas quién eres realmente —susurró Sage—. Y por 
qué estás haciendo esto. 
Los ojos de Thorn se abrieron de golpe. Sage pareció confundido ante 
su sorpresa hasta que se dio cuenta de lo que había dicho exactamente, 
tapándose la boca con una mano. 
Pero era demasiado tarde. La magia comenzó a filtrarse por la 
obsidiana de su bolsillo, reconociendo la cadencia de un deseo prometido. 
Al igual que el hilo de la misma se había enrollado alrededor de la estatuilla 
del tigre, se enroscó en el cuello de Thorn, haciéndole cosquillas en la 
garganta con palabras. Thorn apretó los dientes y los mantuvo atrapados 
durante todo el tiempo que pudo, con los ojos ardiendo por el esfuerzo, 
por su súplica interior de No, por favor, para. 
No había forma de luchar contra la magia. Le arrancó la mandíbula y 
las palabras salieron a borbotones. 
—Me llamo Rowan Briar —dijo, con la voz monótona de quien recita 
información—. Vengo de una familia de investigadores que vivía en las 
afueras de la ciudad. Probaron las propiedades de las piedras hasta que se 
dieron cuenta del secreto que había detrás de ellas. Descubrieron la magia 
que las creó. 
Sage se arrodilló allí, con las manos levantadas ineficazmente entre 
ellos, sin saber cómo hacer que Thorn se detuviera. No podía apartar la 
mirada del rostro de Thorn, tenso por la pena y la humillación. 
—Querían decírselo a todo el mundo —continuó Thorn—. Querían 
correr la voz. Pero los propietarios de las canteras no querían que se 
supiera la verdad. Uno de ellos contrató a un mercenario. Mató a mis 
padres. 
Una lágrima empezó a rodar por su cara, el cuerpo temblando por el 
esfuerzo de intentar callar. 
—A mí también me habrían matado, pero mi madre me ayudó a 
escapar antes de que entraran en el laboratorio. Corrí a la ciudad y me 
escondí, y he estado aquí desde entonces. Sabía lo de la magia, los oí hablar 
de ella a menudo, así que decidí probarla. Desenterré mi primer cuerpo. 
Pedí mi primer deseo. 
 
27 
»Pero los deseos tienen propiedades, como cualquier otra cosa. No 
puedes pedirte un deseo a ti mismo. Intenté desear cambiar mi pelo, para 
que no destacara, pero no funcionó. Deseé retroceder en el tiempo, para 
salvar a mis padres. Tampoco funcionó. Deseé dinero, comida, fuerza, y 
nada de eso llegó. Así que, en su lugar, deseé que se desenterrara el 
siguiente cuerpo, y eso se hizo realidad. 
»Quería... —Su voz vaciló, pero la magia siguió presionando las 
palabras a pesar de todo—. Quería traerlos de vuelta. A mis padres. Pero 
un solo deseo no podía lograrlo, así que necesitaba más de ellos. Todo un 
universo de deseos. Empecé a coleccionarlos, esperando poder conseguir 
los suficientes. Y aún sigo coleccionando. Por eso vine aquí. Por eso sigo 
viniendo aquí. 
La magia se desprendió de él, y Thorn respiró profundo, 
estremeciéndose. El silencio que siguió a sus palabras fue terrible. Sage ya 
no le miraba a él, sino al bolsillo de Thorn donde estaba escondida la 
obsidiana. Después de un momento, Sage abrió la boca. 
—Thorn... Rowan... 
Thorn se puso en pie. Estaba inestable, la cabeza le daba vueltas por 
los efectos de la magia. Normalmente era dulce, pero ahora tenía un sabor 
amargo y ceniciento. 
—Lo siento —se apresuró a decir Sage—. No quise... ¡Thorn, espera! 
Thorn salió corriendo de la funeraria y se adentró en la ciudad 
envuelta en la medianoche. El aire estaba espeso por las recientes lluvias, 
las calles pavimentadas estaban oscuras por el agua. No podía aspirar 
suficiente aire cargado de ozono en sus pulmones, pero siguió corriendo, 
impulsado por un único pensamiento punzante: Escapar. 
La desesperación se apoderó de él. Tropezó y casi cayó de rodillas. 
Sollozó en un suspiro, dando tumbos enloquecidos por la ciudad y la 
noche, alejándose de la luz del día y del sonido de las voces. Si alguien le 
veía, probablemente pensaría que estaba borracho. 
Los recuerdos lo asfixiaban. El pelo blanco de su madre en su habitual 
trenza, sus ojos oscuros fijos en los suyos. ¡Rowan, vete! Sus fuertes manos 
empujándolo por la ventana. El sonido de los cristales que se rompían 
desde el interior, vasos y cilindros y cualquier otra cosa que su padre 
 
28 
hubiera lanzado contra su atacante. No fue suficiente. Arcos de sangre, el 
golpe de los cuerpos. Thorn, encogido en el bosque de abedules más allá 
de la casa, observando cómo las primeras llamas se extendían por las 
paredes. Consumiendo a su madre y a su padre y todo su trabajo. 
Dejandolo sólo a él, y lo que quedaba de sus voces en su mente, en 
forma de secretos y piedras. 
Pero no por mucho tiempo. Thorn llegó por fin al almacén 
abandonado e hizo su consabido recorrido por los tablones rotos. Subió las 
chirriantes escaleras y entró en la polvorienta y vacía oficina, que sólo 
contaba con un delgado jergón de paja en el suelo, un farol de jade 
agrietado y un pequeño barril de agua de lluvia que sabía a hierro. 
Cayó de rodillas, tanteando la obsidiana. Respiró de forma aguda y 
entrecortada, y le costó creer que hacía unos instantes había estado 
besando a Sage, con calor y azúcar, y al borde de la posibilidad. Ahora no 
había nada de eso, sólo ceniza fría en su lengua tras la verdad y el peso de 
lo imposible en sus manos. 
Sostuvo la obsidiana ante él. Cientos de galaxiascontenidas entre sus 
palmas. 
—Deseo —graznó, pero tuvo que detenerse, cerrar los ojos con fuerza 
y simplemente permitirse temblar bajo la esclavitud de la desesperación 
salvaje. Qué cruel le parecía que caminara de la mano de la esperanza—. 
Deseo... 
Se obligó a respirar, a dejar escapar las lágrimas, a pensar sólo en los 
ojos oscuros de su madre y en la risa ruidosa de su padre, y en la forma 
grande y extraordinaria en que una vez lo habían amado. La magia se 
arremolinó contra él, casi como si levantara la cabeza, casi como si se 
burlara, ¿Sí? 
—Deseo —susurró, enroscado alrededor de la obsidiana, sus labios 
casi rozando su superficie vidriosa—, que mis padres estén vivos. 
Esperó. Desesperación y esperanza. Esperanza y desesperación. La 
magia se arremolinaba, como si pensara. 
Y luego se hundió de nuevo en la roca, sin usar. 
 
29 
Su universo lo había rechazado. 
Thorn dejó que la quietud se convirtiera en su propia cosa viva, un 
silencio que estaba hecho para chicos como él, sin nada ni nadie. Sus 
lágrimas se secaron y su mente se aquietó. La luz de la luna se deslizaba 
por el suelo a través de la ventana, y aunque podría haberle susurrado 
todos sus secretos, también estaba en silencio. 
Sus manos se apretaron alrededor de la obsidiana. Sage. Había 
utilizado uno de los deseos, disminuyendo el poder que había estado 
acumulando durante tantas noches. Si recogía más, si lo intentaba de 
nuevo... 
Volvió a ponerse en movimiento, despojándose de la quietud, del 
silencio, hasta salir corriendo por la puerta. 
 
 
 
Thorn se aseguró de coger la pala al salir. La noche seguía siendo 
pesada sobre Rastre, pero faltaban unas horas para el amanecer y no tenía 
mucho tiempo para trabajar. 
No podía volver a la funeraria. No podía. 
Aunque una parte de él, una parte traidora y débil, quería hacerlo. 
En su lugar, tomó su ruta familiar hacia el cementerio, con la pala 
colgada de un hombro y la determinación calcificando su corazón. 
La creencia era más fuerte que los deseos, y creía que la muerte de su 
familia no sería en vano. 
Los árboles tapaban la luz de la luna mientras atravesaba los límites 
del cementerio. Era una manzana verde dentro de la ciudad, un camino a 
pie desde el parque. Los ciudadanos de Rastre no rehuían a la muerte; no 
acarreaban a sus muertos ni los quemaban. Preferían visitarlos, hacer 
excursiones. Thorn había visto cómo las familias se reunían alrededor de 
las lápidas y depositaban ofrendas: flores, velas, incienso, monedas, 
comida. Se quedaban y se sentaban en la hierba sobre sus difuntos, 
 
30 
compartiendo la comida y las historias, con sus risas como pájaros alzando 
el vuelo. 
Thorn nunca tendría esa experiencia. 
Apretando los dientes, vadeó los arbustos y llegó a la parcela central. 
Las lápidas se encontraban en hileras ordenadas, interrumpidas de vez en 
cuando por estatuas iluminadas por la luz de la luna. Una escultura de una 
chica con miembros de mármol liso tenía una mano extendida como si le 
dijera: "Vuelve, Thorn". 
Se adentró en el bosque de piedra. Sus ojos barrieron el suelo, 
buscando los signos reveladores de una nueva tumba: tierra removida, olor 
a tierra inquieta y lágrimas recién derramadas. 
Desenterrarlo, tomar su deseo y salir. 
No oyó el crujido de la hierba detrás de él. No vio la sombra que se 
alzaba junto a la suya. 
Una mano le tapó la boca antes de que pudiera gritar. Otra mano 
fuerte le agarró el brazo y se lo llevó a la espalda. 
—Te tengo —dijo una voz en su oído, baja y masculina y como el 
raspado de metal sobre metal. Los ojos de Thorn se abrieron de par en par; 
era una voz que asociaba con la rotura de cristales y el crepitar del fuego, 
una voz entretejida con recuerdos de sangre y pérdida. 
—Dijeron que había un chico de pelo blanco merodeando por el 
cementerio —dijo el mercenario—. Estaba a punto de darme por vencido, 
pero ahora aquí estás por fin. 
Thorn no podía respirar. Su valor se convirtió en terror. 
Pero algo más le llenaba. No la venganza, que era eso, sino la 
expulsión de la impotencia y la ira. No estaba indefenso, y no estaba 
enfadado. Estaba lívido por la pérdida y rebosante de poder. 
No quería más muerte, quería vida. Quería a sus padres vivos. 
Y este hombre se los había quitado. 
 
31 
Thorn giró la mano que aún sostenía su pala y golpeó contra la cabeza 
del hombre. El mercenario gruñó y se tambaleó, aflojando su agarre lo 
suficiente para que Thorn se liberara. Con la respiración entrecortada, se 
giró y finalmente miró al asesino de sus padres: vestido de negro, con el 
pelo rapado hasta el cuero cabelludo y los ojos apretados por el dolor. 
Thorn agarró la obsidiana de su bolsillo. 
—Deseo... 
—¿Qué está pasando aquí? 
Dos miembros de la guardia de la ciudad se acercaban a hurtadillas, 
entre las lápidas. Thorn maldijo en voz baja. 
No hay tiempo para pedir un deseo. Se volvió para correr, para 
esconderse, para hacer de nuevo lo que había estado haciendo una y otra 
vez durante dos años. 
Pero antes de que llegara muy lejos, el mercenario se abalanzó sobre 
él y lo agarró de nuevo, y Thorn sintió el afilado beso de un cuchillo en su 
garganta. 
Qué ironía, morir en un cementerio. 
Antes de que pudiera cerrar los ojos contra la inevitabilidad que 
brillaba en el filo de la espada, oyó otra voz, familiar y clara. Se elevó por 
encima de los confusos gritos de los guardias de la ciudad. Se elevó por 
encima del temor de que estaba a punto de morir, y todos los secretos de 
su familia con él. 
Sage se quedó en el borde del cementerio, con el pecho agitado y los 
ojos muy abiertos por el horror. Pronunció el nombre de Thorn, y fue su 
propia clase de magia. 
—¡Thorn! —Sage llamó de nuevo. 
El mercenario gruñó. El cuchillo se clavó en la piel de Thorn. 
—¡Desearía que todos supieran la verdad! —gritó Sage. 
La noche se detuvo. El corazón de Thorn vaciló. Todo se volvió frágil, 
la ciudad tan delicada como un encaje de azúcar. 
 
32 
En su bolsillo, el universo de deseos se arremolinó y se elevó. La 
magia se filtró de la roca, se elevó en el aire, danzando y lanzándose más 
alto. Y, como un fuego artificial, estalló y llovió sobre Rastre, chispas de 
posibilidades brillantes. 
Thorn oyó los jadeos gemelos de los guardias a su espalda. Incluso el 
agarre del mercenario se había aflojado. Thorn se apartó y corrió hacia 
Sage, casi cayendo en sus brazos abiertos. 
Observaron cómo los guardias les tocaban los costados. Había 
asombro e incertidumbre en sus expresiones. El mercenario tenía el ceño 
fruncido, la punta de su cuchillo roja por la sangre de Thorn. 
¿Cuál había sido exactamente el deseo de Sage? Había una mecánica 
para estas cosas, había reglas. Deseo que todos sepan la verdad. ¿La verdad 
que Thorn le había dicho hacía horas? ¿La verdad sobre la magia? 
Tuvo su respuesta cuando los ojos de los guardias se centraron en el 
mercenario y se endurecieron. Se apresuraron a inmovilizarlo sobre la 
hierba húmeda del cementerio y le arrancaron el cuchillo de las manos. 
Afirmaron que lo buscaban por los asesinatos del Dr. Ash Briar y la Dra. 
Tansy Briar, y que, de una forma u otra, los llevaría hasta sus empleadores. 
Sus palabras se mezclaban y perdían forma en su mente. Todo lo que 
escuchó fue Justicia, justicia, justicia. 
Pero su sabor no era dulce. Estaba raspado, hueco. Derrotado. 
Porque la verdad había salido a la luz, sus deseos se habían esfumado, 
y estaba cayendo en la realidad que se había negado a creer, incluso cuando 
siempre lo había sabido: sus padres nunca iban a volver. Ni siquiera los 
deseos podían resucitar a los muertos. 
No se dio cuenta de que estaba temblando hasta que Sage lo envolvió 
en sus brazos y se balancearon juntos. El pequeño tigre pasó del hombro 
de Sage al suyo. Thorn se sentía como una llama apagada, carbonizada y 
cansada, y lo único que le importaba era que el chico que lo sostenía olía a 
lavanda y a vida. 
Thorn se habría quedado allí de buena gana toda la noche, pero seoyó 
una tos detrás de él y tuvo que apartarse del abrazo de Sage. Un guardia 
lo miraba con extrañeza, como un soñador despertado bruscamente del 
 
33 
sueño. Era el deseo; había sido elaborado de forma descuidada, y 
probablemente no tenía ni idea de por qué hacía lo que hacía. Pero el 
guardia sabía lo que le había sucedido. Pudo verlo en la compasión de su 
rostro. 
—¿Rowan Briar? 
Su pecho se apretó. 
—Sí. 
—¿Puedes venir con nosotros, por favor? 
Sage se aferró a su muñeca, una pregunta y una promesa. 
Thorn se encontró con su mirada. 
—Te encontraré —dijo. 
Sage asintió. Thorn se dio la vuelta para irse, y se detuvo con un "ay" 
murmurado cuando el tigre le mordió el lóbulo de la oreja. Se lo devolvió 
a Sage y siguió a los guardias y a su prisionero fuera del cementerio, 
mirando por encima del hombro al chico y a la figura. Incluso desde la 
distancia podía leer la inquietud en el rostro de Sage. Pero Thorn creía que 
todo saldría bien. 
Y después de todo, la creencia era más fuerte que los deseos. 
 
 
 
El chico alto y delgado cerró la puerta de la funeraria tras de sí y sacó 
las llaves para cerrar por la noche. No vio al otro chico de enfrente, 
apoyado en la pared con los brazos cruzados. 
—Sabes, eres muy malo pidiendo deseos. 
Sage dio un salto y se giró, dejando caer las llaves con un ruido seco. 
Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio a Thorn. 
 
34 
—Estás bien —susurró. El pequeño tigre asomó la cabeza del bolsillo. 
—Dije que te encontraría. 
La boca de Sage tembló, como si quisiera sonreír, pero no cedió al 
impulso. Sus ojos gris-verdosos miraron a Thorn de arriba abajo. Buscando 
señales de heridas o algo peor. Pero sólo tenía el corte en el cuello que le 
había hecho el mercenario, y ya estaba cicatrizando. 
—Bueno, ha pasado un tiempo —dijo Sage—. No puedes culparme 
por preocuparme. 
Thorn inclinó la cabeza. Debería haber avisado a Sage de alguna 
manera, pero habían sido unos días muy ocupados. Días de hablar con las 
autoridades, cada vez más arriba en la cadena de mando, hasta que fue 
arrastrado a una reunión con la jefa de los inquisidores, una mujer severa 
que ahora estaba acorralando a los propietarios de las canteras de piedra e 
interrogándolos por su implicación en la muerte de sus padres. Por su 
participación en la ocultación de los resultados de la investigación de los 
Briar. 
Justicia. Todavía se sentía como una palabra hueca. Extrañamente, se 
alegró por el dolor del corte en su cuello, la audaz marca roja que 
consiguió. Era la prueba física de que había luchado por esto y había 
ganado. 
Sage se acercó a él, desde el lado de la calle iluminado por la luna 
hasta el de la sombra de Thorn. 
—Y no se me da mal pedir deseos. 
—¿No? 
—Sólo echa un vistazo. 
Thorn lo había hecho. Todo el día había vagado por Rastre aturdido, 
sin poder creer lo que estaba viendo. La magia. Estaba por todas partes. Con 
el tercer y último deseo de Sage, lo había desatado sobre la ciudad: el 
conocimiento de lo que se escondía entre las costillas de una persona, las 
pequeñas galaxias arremolinadas de posibilidades. Había visto a una niña 
canalizar su poder de calor, riendo con alegría cuando las puntas de sus 
dedos se encendían con llamas como velas de cumpleaños. Había visto a 
 
35 
un anciano brillar como una linterna de jade. A una madre atormentada 
que, accidentalmente, congelaba la fachada de su casa hasta que los 
carámbanos colgaban de los aleros. Había visto... tantas cosas. 
El resultado del trabajo de sus padres. 
De esta manera, pensó, quizás fueron traídos de vuelta después de 
todo. Los vio en las sonrisas de la gente, en su asombro. 
—¿Y tú? —preguntó Thorn—. ¿Qué truco puedes hacer? 
Sage sacó el tigre del bolsillo y se lo puso en el hombro, donde se sentó 
y movió la cola de un lado a otro. 
—Vida. 
—¿Vida? 
—Mi jardín. Mis padres siempre pensaron que era extraño que 
floreciera durante el invierno. Yo no le di mucha importancia, sólo pensé 
que era bueno con las plantas, como lo era con los animales —Acarició la 
cabeza del pequeño tigre—. Supongo que estaba aprovechando una parte 
de mí que no entendía —Miró a Thorn a través de sus pestañas, y su 
hoyuelo volvió a sonreír—. Hasta ahora. 
El corazón de Thorn latía. Estaba vivo. El simple hecho le atravesó, 
espectacular y surrealista, como una palabra que se dice demasiadas veces 
hasta que pierde su significado. Pero esto, esto no era más que significado, 
y lo sentía desde la coronilla hasta los dedos de los pies. 
La magia, se dio cuenta, tenía muchas formas. 
Y cuando Sage se inclinó hacia él y sus labios se encontraron, fue más 
poderoso que cualquier deseo. 
 
 
36 
The Silk Blade 
NATALIE C. PARKER 
 
Traducido por Windheart 
Corregido por Umbra Mortis 
Editado por Alma Mater 
 
La Flor de Everdale está listo para elegir un consorte, y yo he venido 
a ganar su mano. 
El jardín del Palacio está esculpido a la semejanza de la flor estrella 
del verano, sus paredes se sobreponen como pétalos que se rizan y trepan 
hacia el centro, donde una delgada aguja de cristal resplandece en el sol. 
Está rodeada por un amplio canal pintado de plata a lo largo de la parte 
inferior para darle al agua que corre un perfecto resplandor iridiscente. 
Delgados puentes se arquean elegantemente sobre el canal, que conduce a 
una de las seis puertas que dan entrada al palacio, cada una más 
delicadamente construida que la anterior. 
Mi invitación me dirige hacia el Puente de Seda, y mientras entro en 
el camino peatonal, me sorprende descubrir que el nombre se refiere no 
solamente al fino tejido de los banderines de tonos de joyas ondeando 
sobre mi cabeza, sino también a las bandas bajo mis pies. Lo que a primera 
vista tomé como tablones estrechos son capas de seda prensada y atada en 
tablones que se extienden a lo ancho del puente. Por un instante, olvido mi 
propósito aquí y me agacho para pasar mis dedos sobre el material. Está 
suave y desgastado por los años de pies pasando, mientras que también es 
firme y fuerte como un tablón de madera debería ser. Es una metáfora de 
nuestra nación, y yo estoy asombrada de su perfección, asombrada de 
encontrarla directamente bajo mis pies. 
Si gano La Flor de Everdale, si él me elige para ser su consorte, este 
puente será una parte de mi hogar. Caminaré a través de los tablones de 
seda, aprenderé de los corredores en capas del Jardín del Palacio, incluso 
sentiré el beso de la luz del sol a través de la aguja de cristal todos los días 
si así lo decido. Y traeré a mi madre conmigo. Si gano. 
Cuando gane. 
 
37 
De todos los guerreros que respondieron la primera llamada y 
soportaron semanas de pruebas y docenas de oponentes, solo tres de 
nosotros fuimos invitados a competir frente a La Flor. Somos los más finos, 
los más fuertes que esta nación tiene para ofrecer, pero solo uno de 
nosotros es su balance perfecto, la fuerza de su precisión, el muro protector 
de su perfecta vulnerabilidad. Cuando esto empezó, mi madre se apresuró 
a casa con un volante aplastado en un puño y mi espada agarrada en la 
otra. 
Sus ojos estaban un poco salvajes, sus mejillas brillaban mientras ella 
exclamaba—: ¡Cambiarás el camino que nuestra familia camina ahora y 
para siempre! Empaca tus cosas. 
Respondí la primera llamada con una especie de desesperación 
temblorosa, las esperanzas de mi madre siempre agitándose en mi corazón. 
Ahora no siento desesperación en absoluto. Después de semanas de 
pruebas, docenas de oponentes, y una vida de sopa rala, sé que puedo 
ganar. 
—Fuerza en la ligereza —susurro en un intento de liberar la oleada de 
amor que amenaza con inquietarme. 
—Gracia en el poder. —La voz que respondió es reverente y divertida, 
como la misma seda en mis oídos. 
Levanto mis ojos, sabiendo que mi momento de admiración me ha 
expuesto como alguien que nunca ha pisado tan cerca del Jardín del 
Palacio, para encontrar una chica de pie por encima de mí. Y por un 
momento, no respiro.Sus ojos son de un café miel dorado, apenas más oscuros que el 
bronceado de su piel del cálido color del sol. Sus mejillas redondas se posan 
sobre labios presionados en una sonrisa. Solo su labio superior está pintado 
de un color de oscuras bayas púrpura lo que significa que ella no está 
emparejada, y no creo que yo haya estado más agradecida de ver un labio 
sin pintar. Está lleno y de un pálido melocotón, e inmediatamente me 
pregunté si sabría así entre mis dientes. 
Ella está vestida como yo, para presumir la obvia fuerza de su cuerpo, 
como es tradición de aquellos que siguen el camino de la espada. Un 
corpiño se ajusta contra sus pechos y su abdomen, ajustado lo suficiente 
como para adherirse a los músculos ahí, pero no lo suficiente para 
 
38 
restringir sus movimientos. Bandas ocre atadas alrededor de la parte 
superior desnuda de sus brazos resaltan los valles de sus bíceps, y una 
falda de impecable damasco púrpura se divide sobre sus muslos, donde 
cuatro bandas de ocre a juego se posan encima y debajo de sus rodillas. 
Con ella de pie por encima de mí, olvidé totalmente la razón para estar 
aquí. 
—¿Estás perdida? —pregunta, y me doy cuenta de que ella ha estado 
hablándome por, bueno, no sé por cuánto tiempo. 
—No lo estoy —digo, sintiendo como si por primera vez en mi vida 
haya encontrado mi camino—. Al menos, no aún. 
 Me pongo lentamente de pie, dándome cuenta de la forma en que 
gira mi cabeza. Ya sea por pasar tanto tiempo agachada en el suelo con mi 
mano presionada en las engañosas capas de seda, o por mi proximidad 
hacia ella, no lo sé. Ahora estoy de pie, soy yo quien mira hacia abajo y ella 
quien mira hacia arriba con sus ojos dorado miel entrecerrados haciendo 
que se seque mi boca. 
—Esta debe ser tu primera vez. La mayoría de las personas no se 
detienen a bendecir el puente —dice con su boca torcida con diversión—. 
Aunque supongo que deberían. Es una maravilla. Quizá incluso más que 
el Puente Alado o el Puente de los Susurros. 
Pero no más maravilloso que tú. 
Quiero decir algo que ella recordará. Quiero hacer de mí misma una 
marca en su mente, pero no sé cómo, y me conformé con pedir. 
—No creo que nada se compare contigo. ¿Puedo tener tu nombre, 
lady? 
Sus labios se abrieron con sorpresa, mientras extendía sus manos 
hacia las mías. 
 —Arabeth Caswell. Rabi, si lo prefieres, lady. 
Mi corazón empieza a golpear en mis oídos. Conozco ese nombre, 
desearía por todos los jardines celestiales no hacerlo. Ese nombre junto con 
otros dos están escritos en medio de la parte superior de la invitación que 
sostengo: CHARLISH BLUETHORN, ARABETH CASWELL Y 
 
39 
WILLADOR MAYHEW. Los nombres de los tres guerreros que están aquí 
para competir por la mano de La Flor. 
La razón de mi visita me ahoga en estrechas bandas de viciosa seda. 
—Willador Mayhew. 
El entendimiento succiona la sonrisa de sus labios. Sus ojos recorren 
mi cuerpo, seguramente asimilando la tela opaca de mi propio corpiño, el 
estado andrajoso del dobladillo de mi falda. Siento una familiar oleada 
irregular, orgullo obstinado mientras ella me estudia en una nueva luz. 
Si ella es como los otros, tomará mi vestimenta como una razón para 
subestimarme. Usualmente, animo eso, cambiando mi postura en un gesto 
practicado que me hace lucir más pequeña de lo que me siento. Ahora 
mismo, no siento que nada pueda hacerme parecer más pequeña de lo que 
me siento. 
Veo que ella mira mi cuerpo y mi actuación, en el espacio de unos 
pocos segundos. 
Luego deja caer su mano y dice—: Te veo en el anillo, Willador. 
 
 
 
No tiene importancia que ambas de nosotras nos hayamos encontrado 
en el Puente de Seda al mismo tiempo; fuimos recibidas y dirigidas a 
habitaciones separadas, donde tenemos que esperar hasta que La Flor esté 
listo para recibirnos. 
Camino en los pasillos en una bruma silenciosa, toda mi confianza 
anterior escurriéndose de mi como una lluvia repentina e imparable. Mi 
guía recorre los corredores con la facilidad de alguien que ha sido criado 
dentro de ellos, pero mis ojos siguen a Rabi, quien va unos metros por 
delante, sus pasos medidos y seguros. 
Mi habitación es el espacio más fino en el que alguna vez haya estado, 
y me siento en un afilado contraste con sus decoraciones. El piso de mármol 
crema y blanco helado están suavemente pulidos, los muebles están 
 
40 
tallados de forma tan orgánica que se doblan alrededor de la sala como 
delgadas hojas de césped, y la filigrana ornamental que se curva sobre las 
puertas como diminuta flor de metal está tan finamente elaborada que no 
me atrevo a tocarla. En uno de los extremos de la habitación, mis ropajes 
ceremoniales se exhiben en un estante de obsidiana pulida. Me quedo de 
pie en el centro de todo eso, una gran piedra sin brillo, demasiado insegura 
de mí misma para relajarme. 
—¿Le gustaría un vaso de agua? —La pregunta viene del chico que 
me guió hasta aquí. Es demasiado joven para pintar sus labios, pero lo 
suficientemente mayor como para haber elegido el camino de la flor. Su 
vestido está atado alrededor de su cuello y hombros, exponiendo la piel 
pálida como la luna ahí y cayendo hacia abajo en su esbelta figura como 
una cascada. Se posa sobre zapatos que lo elevan desde el suelo unas 
cuantas pulgadas, sus dedos asomándose sobre el borde con una brillante 
pintura esmaltada sobre cada uña. 
 —Sí, gracias —digo, porque al menos sé qué hacer con un vaso de 
agua. 
El chico me trae un vaso con forma de una caña hueca y que no 
contiene más que un sorbo de líquido, pero el agua es dulce y deja mi boca 
con el constante perfume de la menta. Quiero más, pero no siento como 
que debería pedirla, así que tomo una respiración profunda, dejando que 
la menta abra mis pulmones, y me pongo la ropa que me han preparado. 
Cuando estoy lista, comienzo con una rutina familiar de estiramientos y 
poses de fortalecimiento para aquietar mi mente y preparar mi cuerpo. 
He venido aquí para ganar La Flor. Ese es el único pensamiento que 
debería ocupar mi mente. No la curva de un muslo entre las hendiduras de 
una falda, no el melocotón pálido de un labio inferior, ciertamente no las 
caricias de una fascinante voz. No he venido aquí a sentir esas cosas; no he 
venido a perseguirlas. He venido en busca de equilibrio. 
Mi meditación lentamente me devuelve a ese lugar de calma 
asegurada. Inhalo y exhalo hasta que el tiempo me libera, hasta que soy la 
roca en el fondo de un río veloz, constante e inmóvil mientras el mundo 
viaja a mi alrededor. 
—Lady Mayhew. —La voz del chico es vacilante—. Lady Mayhew, es 
la hora. 
 
41 
Hace un gesto a través de la habitación hacia una puerta con delicados 
trabajos en metalurgia. 
—Gracias —digo, levantándome de una profunda sentadilla que 
quema mis muslos y mi espalda baja. 
Me muevo para ponerme de pie frente a la puerta, empujando mis 
hombros hacia atrás, manteniendo mi amplia postura. Y cuando se abre, el 
mundo frente a mi es el que he soñado. 
El ancho cuenco de la Corte Perenne está recogido desde las paredes 
que son del verde perfecto de las hojas de sépalo ahuecadas alrededor de 
la base de una flor, mientras que el techo de vidrio está cincelado para 
permitir el paso de la luz en prismas de arcoíris rotos que revolotean por 
la habitación como pájaros. 
En un extremo, las escaleras del estrado se despliegan hacia el piso 
principal, los bordes de cada escalón curvado hacia el siguiente, 
desplegándose en la parte inferior en un elegante semicírculo. En la 
plataforma más elevada del estrado se posa el trono de la flor y sobre él, 
La Flor. Pero no estoy lista para mirarlo, y en su lugar dejo que mi vista 
viaje a través del piso, el cual está cubierto de cortesanos resplandecientes, 
tan coloridos como cualquier jardín. 
Se han dispuesto en cuñas, dejando tres caminos entre las puertas de 
los concursantes y el trono. Mi camino estaba determinado antes de que 
estas puertas se abrieran. Tan pronto como se me ocurrió laidea, escuché 
al heraldo anunciarnos a los tres con una voz clara y deliciosamente suave. 
Llenando la habitación como una canción. 
—¡Lord Bluethorn, Lady Caswell y Lady Mayhew! 
Entro en la corte como la consorte que pretendo ser, fuerte y audaz y 
capaz de llamar la atención de todos los que están cerca. Después de 
soportar tantas pruebas anteriores, ser el centro de toda esta atención no 
me inquieta, pero mientras viajo entre la multitud, me doy cuenta de las 
dos figuras que se mueven por caminos similares a mi izquierda. 
Mi competencia. Me recuerdo a mí misma cuando veo a Rabi, su cabello 
oscuro recogido en un moño trenzado. No estaba recogido cuando nos 
conocimos en el Puente de Seda. Allí había estado suelto, colgando lo 
 
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suficiente como para rozar sus hombros y retorcerse en suaves rizos por su 
mandíbula. Si no estuviera llena ahora, no podría verla en absoluto. 
Lo cual habría sido lo mejor. No debería preocuparme por su cabello. 
Solo debería preocuparme por su habilidad. 
Más allá de ella, Lord Bluethorn se encuentra a una cabeza por encima 
de la multitud de cortesanos que se estiran para echarle un vistazo. Si 
hubiera sido él a quien me hubiera encontrado en el Puente de Seda, no me 
habría tomado por sorpresa. Charlish Bluethorn, que se había convertido 
en una estrella en las primeras rondas al invitar a cinco competidores a 
enfrentarse a él a la vez y derrotarlos a todos, era uno de los favoritos del 
público. No podría haber evitado aprender su rostro si lo hubiera 
intentado. ¿Pero Rabi? Había sido un nombre en un trozo de papel, un 
completo misterio hasta que me encontró susurrando bendiciones a la seda 
prensada del puente. 
La multitud ha dejado un espacio abierto cerca del estrado y, cuando 
me acerco al final, no tengo más remedio que contemplar a La Flor de 
Everdale. 
Se sienta suavemente sobre la flor del trono como si sus miembros 
flotaran en el aire. Su piel es de un marrón terroso y fresco, la marca de la 
región de Astera donde la familia real mantiene sus raíces, y sus ojos son 
aún más oscuros, dos pozos profundos. Las mangas diáfanas se abren 
alrededor de sus hombros como las delgadas alas de una polilla, y 
alrededor de su cintura se ciñe una falda, fluida y en capas con los colores 
del atardecer. Su labio superior está pintado de un verde pálido espumoso, 
y el color se refleja en los delicados lazos que sujetan su cabello negro en 
una ingeniosa maraña de bucles y trenzas. Él es la imagen de la gracia, una 
flor en plena floración al sol, abierta, gloriosa y hermosa en su 
vulnerabilidad. 
Seis guardias se colocan a intervalos perfectos alrededor del trono, 
proporcionando un telón pedregoso al fondo para que resplandezca, y 
detrás los altillos del estrado una vez más. Tres pasos más conducen a la 
Corte de Raíces, donde la madre de La Flor se sienta para observar el 
proceso. Como su hijo, ella es una visión. Su piel morena se vuelve más 
oscura por la gasa azul pálido de su vestido, su cabello como el cielo y las 
estrellas está entretejido en su lugar con los hilos más finos de plata. A su 
derecha se sienta su propia consorte, cuya historia aprendí cuando era una 
niña pequeña eligiendo el camino de la espada. Una vez estuvo donde 
 
43 
estoy ahora, y aunque vino de unos inicios más seguros que los míos, un 
accidente en su juventud requirió que le quitaran la pierna izquierda de la 
rodilla para abajo. Ella lucha con y sin el uso de una extremidad moldeada, 
y siempre he deseado ver a esta mujer que es la gracia en el poder. 
Me detengo a medio camino del estrado, donde se ha colocado un 
podio para mostrar un jarrón, dentro del cual se encuentra una sola flor 
estrella de verano. Por el rabillo del ojo, noto que tanto Rabi como 
Bluethorn están frente a sus propios jarrones, cada uno de nosotros 
esperando instrucciones. 
La Flor deja que sus ojos se desvíen por la línea. No tiene prisa en sus 
evaluaciones, sin preocuparse por la cantidad de cortesanos que esperan 
que el espectáculo comience realmente. En cambio, él está contemplativo, 
estudioso. 
Cuando me alcanza, hago todo lo posible por no apartar la mirada. La 
consorte está destinada a equilibrar a La Flor, no a ser sometida, intimidada 
o atemorizada por su presencia. Si voy a tomar su mano, para ganarlo, él 
debería estar igualmente asombrado por mí. 
Sostengo su mirada y me digo a mí misma lo que ve ante él. Ve a una 
guerrera que superó las pruebas y llegó hasta su corte. Ve a una chica de 
los bajíos, con los bordes ásperos de luchar por cada trozo de comida que 
ha comido. Ve a alguien que se cree lo suficientemente fuerte como para 
ser su equilibrio en el mundo, para ser la espada a su lado, la hoja de su 
flor. No tengo riqueza ni influencia que ofrecerle, pero sin decir una sola 
palabra, le prometo que lo que tengo será todo lo que necesite. 
La Flor aparta sus ojos de mí y siento la fría liberación como una nube 
que se mueve a través del sol. Inclina la cabeza en un movimiento tan 
elegante que siento el poder de nuestra nación reflejado en él. 
—Comiencen —dice, su voz tan ligera como el néctar e igual de dulce. 
Los tres nos movemos como uno solo, aflojando los lazos de nuestras 
faldas para que caigan. Nos quedamos usando solo nuestras camisetas, los 
trajes ajustados que se enganchan sobre nuestros hombros, se abrazan con 
fuerza a nuestros torsos y se ciñen alrededor de cada muslo para mostrar 
nuestros cuerpos y nuestra fuerza. 
 
44 
Cometo el error de mirar a mi izquierda, donde Rabi está de pie con 
un traje morado profundo, sus bandas ocres como manchas de polen 
primaveral sobre sus brazos y piernas. Nuevamente, mi respiración se 
atasca en mi garganta y me obligo a mirarla de frente hasta que mi corazón 
vuelve a la normalidad. Si no puedo mirarla, seguro que no puedo luchar 
contra ella. Y si no puedo pelear contra ella, entonces no puedo ganar. 
Y vine aquí a ganar. 
Un heraldo se acerca al estrado con un papelito en las manos. Con 
mucho cuidado, levanta su voz joven. 
—Dejemos que estos juegos finales revelen al consorte a nuestra Flor. 
En su fuerza, nuestra nación encontrará el equilibrio, y con equilibrio 
resistiremos y prosperaremos. —Hace una pausa mientras los cortesanos 
vitorean su aprobación, lanzando puñados de pétalos fragantes al aire—. 
¡Lord Bluethorn defenderá primero! 
La multitud murmura y se reacomoda anticipando la primera pelea. 
Rabi y yo pasamos a posiciones ofensivas mientras Bluethorn se coloca 
entre nosotras y su podio. Su objetivo es proteger; el nuestro es atacar. Y 
mientras que en la superficie eso nos convierte a Rabi y a mí en aliadas, no 
gano nada si ella es la que destruye con éxito el jarrón de Bluethorn. 
No hay armas en este desafío. Ya hemos demostrado nuestras 
habilidades con espadas, flechas y lanzas. Ahora debemos demostrar que 
cuando el acero no sea una opción, nos convertiremos en un escudo. Aquí, 
nuestras armas son nuestros cuerpos. 
El heraldo se mueve al escalón más bajo del estrado, colocándose 
cerca del reloj de péndulo. 
—¡Tres clavijas! —anuncia, sosteniendo el péndulo de bronce entre 
sus dedos—. ¡Empezando ahora! —Ella suelta el dispositivo, dándole 
impulso para viajar en un círculo lento, derribando clavijas para marcar el 
paso del tiempo. 
Manteniendo a Rabi en mi visión periférica, doy un amplio círculo, 
forzando a Bluethorn a extender su atención entre nosotras dos. Rabi se 
mueve en la dirección opuesta, usándome tan bien como yo la estoy 
usando a ella, hasta que hacemos una línea recta, con Bluethorn entre 
nosotras. 
 
45 
Es alto, con músculos que se agrupan alrededor de sus hombros y 
muslos. Su piel es de la misma crema pálida que la mía, lo que nos marca 
como descendientes de la región de Lilia, y casi brilla contra el azul cerúleo 
de su camiseta. Mantiene la barbilla hacia abajo, la cara hacia adelante, 
mientras sigue nuestros movimientos desde el rabillo del ojo. Su cuerpo 
está enrollado y listo, todo en su postura defensivacomunica una fuerza 
aguda. 
Rabi se mueve un segundo antes que yo, ambas corriendo hacia el 
centro. Girando, Bluethorn agarra el jarrón con un brazo y lo aleja del podio 
justo cuando Rabi lanza una patada precisa. Su pierna recorre el aire que 
ocupaba el jarrón un segundo antes. La multitud da un grito ahogado 
colectivo y hay algunos aplausos por la naturaleza romántica del rescate. 
Me muevo por instinto. Aprovechando la necesidad de Rabi de 
recuperarse y el cargamento de Bluethorn, ataco su lado débil, obligándolo 
a exponerme la espalda en un esfuerzo por proteger su estrella de verano. 
Está desequilibrado cuando Rabi regresa, llevándolo a mis ataques con una 
serie de golpes impecables. Pero Bluethorn cumple con su reputación al 
hacer una finta hacia mí y luego girarse para apuntar una patada brutal al 
pecho de Rabi. 
Ella vuela hacia atrás, y no puedo evitar el pellizco de preocupación 
que se abre camino a través de mi pecho cuando golpea el suelo. No hay 
tiempo para considerar todas las formas en que ese sentimiento es 
preocupante cuando Bluethorn me ataca, obligándome a retroceder con 
sus patadas de piernas largas. 
Al otro lado de la habitación, Rabi rueda sobre sus rodillas, con una 
mano aferrada a su pecho. Me dejo caer al suelo, dejando que el impulso 
de los ataques de Bluethorn lo lleve a mi lado, y tan pronto como su espalda 
está de espaldas, le doy un puñetazo en el costado. Es un golpe sólido, uno 
que no olvidará pronto, pero estoy en el lado equivocado de él y el tiempo 
se acaba. 
Antes de que pueda recuperarse, clavo mi rodilla en su muslo, 
obligándolo a doblarse. Lo tengo exactamente donde necesito que esté, 
pero antes de que pueda girar hacia su otro lado, Rabi está allí. Se acerca 
en silencio, y luego el jarrón se rompe contra el lado plano de su mano. 
Agua, vidrio y un estanque de flores a nuestros pies. El péndulo 
derriba su clavija final. Y una máscara de piedra cae sobre el rostro de 
 
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Bluethorn. No ha perdido. Al menos no todavía. Nada se decidirá hasta 
que los tres nos hayamos defendido, pero él ganó muy poco en esta pelea 
y lo sabe. 
Los cortesanos aplauden con entusiasmo, y tres niños se apresuran a 
barrer el jarrón destruido mientras el heraldo grita—: ¡Caswell defenderá 
a continuación! 
Tomamos posiciones alrededor del jarrón de Rabi, esta vez con ella 
asumiendo el punto de defensa. Ella se encoge de hombros mientras se 
pone en cuclillas, y comprendo al instante que está herida, aunque no 
profundamente. Sus ojos van de mí a Bluethorn, y sé que está pensando lo 
mismo que yo: Bluethorn estará en busca de sangre. 
Debería usar eso a mí favor, pero cuando la miro, mis deseos viajan 
de formas confusas. Quiero protegerla tanto como quiero ganar. 
Cambiarás el rumbo que camina tu familia, pienso. Fuera de los terrenos 
del palacio, mi madre espera noticias en el Jardín de Espinas. Ha estado allí 
desde las primeras horas de la mañana, temerosa de que llegar demasiado 
tarde signifique un lugar demasiado lejano para estar entre los primeros 
en enterarse de las noticias. A veces pienso que ella ha estado esperando 
este momento más tiempo que yo. Ganar cambiará todo para nosotros, 
arraigará la línea Mayhew en la base misma de nuestra nación. 
—¡Tres clavijas! —La voz del heraldo llama—. ¡Empezando ahora! 
Bluethorn se mueve instantáneamente. No sabe ni le importa lo que 
voy a hacer, solo que él hace el primer ataque. Apunta bajo, lo que obliga 
a Rabi a alejarse de sus piernas y dejar espacio entre ella y el podio. 
Pensando que el movimiento le brindó una ventaja fácil, Bluethorn se 
mueve para quitar el delicado jarrón de su percha. Pero Rabi está ahí. Su 
cuerpo se arquea en el aire mientras realiza un giro apretado que hace que 
sus piernas se corten contra el brazo de Bluethorn. 
Es un movimiento exquisito y la multitud la adora por ello. Gritan y 
arrojan pétalos, llenando la cavernosa habitación con su nombre. 
—¡Caswell! Caswell! ¡Caswell! 
 
47 
Rabi los escucha, no hay forma de que ella no lo haga, pero es un muro 
de intensidad concentrada. Sus ojos permanecen fijos en Bluethorn, pero 
puedo sentir que me sigue mientras doy vueltas alrededor de su costado. 
Bluethorn ataca de nuevo, esta vez con un esfuerzo de castigo. Rabi 
esquiva, desvía y contraataca, igualando la velocidad de Bluethorn, si no 
su fuerza. La pelea los aleja del podio, lo suficiente como para darme una 
oportunidad. 
Lo tomo, cargando, mis ojos en la forma de Rabi. 
Por eso Bluethorn me toma por sorpresa. Su puño choca contra mi 
mandíbula, cortando cuidadosamente mi acercamiento. Rabi está 
pisándole los talones, saltando alto en el aire para clavar su propio puño 
en su cuello. 
Por el destello de un segundo, sus ojos saltan a los míos, marcando la 
sangre ahora deslizándose por mi barbilla, y sé, —ya sé—, que su ataque 
fue una represalia por mí. Se acaba en un latido, ahí y se va, pero me deja 
con una sensación de hinchazón en el pecho. 
Bluethorn se mueve de nuevo, devolviendo su atención a Rabi. Esta 
vez ella se balancea bajo. 
Es un error. 
Lo veo en el instante en que ella lo ve, aunque es demasiado tarde 
para cambiar de rumbo, y ahora no hay nada que se interponga entre 
Bluethorn y la estrella de verano de Rabi. 
Estoy atrapada al otro lado de Rabi, más cerca del jarrón que de 
Bluethorn. Solo hay una opción ante mí, y me sorprende descubrir que no 
quiero tomarla. 
¡Estás aquí para ganar! 
Saco la pierna con una patada baja, clavando el podio en el centro. 
Mientras vuela por la habitación, el jarrón se estrella contra el suelo. La 
estrella de verano se posa a mis pies, y alzo los ojos para encontrar una 
mirada herida en la de Rabi. Destruí su jarrón para que Bluethorn no lo 
hiciera, pero esa mirada me perseguirá. 
 
48 
Me digo a mí misma que no importará cuando La Flor me elija y se 
restaure la línea de mi familia. 
La multitud está vitoreando, pero no escucho las palabras. En cambio, 
me muevo a mi podio. Hago una pausa y entierro mi nariz en las capas de 
pétalos azul hielo y lila de la flor estrella de verano, dejando que la 
fragancia me recuerde mi propósito, luego me giro para enfrentar a mis 
oponentes. 
—¡Mayhew defiende! —El heraldo tiene que estirarse para hacerse oír 
por encima del clamor excitado de los cortesanos—. ¡Tres clavijas! 
¡Empezando... ahora! 
Una vez más, iniciamos nuestra danza violenta. Tomo una postura 
amplia, sabiendo que Rabi esperará su momento, mientras que Bluethorn 
atacará de frente. 
No le doy la oportunidad a ninguno de los dos. 
Tirando de mi jarrón en mis brazos, pateo el podio en las espinillas de 
Bluethorn. Él cae, pero rueda con el impacto, y encuentra sus pies cuando 
me vuelvo hacia Rabi. Espero encontrar resentimiento en sus ojos color 
miel, pero lo que encuentro allí es un mensaje: Ponte detrás de mí. 
Es imposible que nos conozcamos tan bien con tanta rapidez. Es 
imposible que sepa más allá del susurro de la duda que, así como mi deseo 
es protegerla, su deseo es protegerme a mí. Días atrás, pensé que la tarea 
imposible que tenía ante mí era llegar a este momento. Ahora sé que el 
verdadero desafío será salir de él. 
Enrollo mi cuerpo alrededor de mi jarrón y hago un amplio círculo, 
poniendo a Rabi entre Bluethorn y yo. Es un respiro temporal. Bluethorn 
avanza y los tres intercambiamos una ráfaga de golpes. Bailo y tejo, pateo 
y barro. Mi cuerpo absorbe puños, codos y rodillas hasta que estoy seguro 
de que me he roto una costilla y más. 
Entonces la voz del heraldo grita—: ¡Tres clavijas abajo! —Y nos 
detenemos. 
El jarrón en mis manos está intacto, la flor ilesa. Recupero mi podio 
de donde aterrizó y lo devuelvo a su posición vertical, colocando el 
 
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precioso jarrón encima. Mis oídos suenan y mi corazón late con fuerza, y 
aunque sé que la multitud ahora canta mi nombre, no lo escucho. 
La habitación se calma mientras La Flor se pone de pie y desciende 
con cuidado el estrado en zapatillas elevadas sobre agujas de vidrio