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01 Taken by Lies - Ella Miles

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INDICE DE CONTENIDO 
 
 
Nota Importante 
Advertencia 
Staff 
Precuela: Lured by Lies 
Sinopsis 
1. Kai 
2. Kai 
3. Kai 
4. Enzo 
5. Kai 
6. Enzo 
7. Kai 
8. Enzo 
9. Kai 
10. Enzo 
11. Kai 
12. Enzo. 
13. Kai 
14. Enzo 
15. Kai 
16. Enzo 
17. Kai 
18. Enzo 
19. Kai 
20. Enzo 
21. Kai 
Sobre la autora 
Libro 2: Betrayed by Truths 
 
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NOTA IMPORTANTE 
 
El presente libro ha llegado a ti gracias al esfuerzo desinteresado de 
lectores como tú, quienes han traducido y corregido cada capítulo, por lo 
que te pedimos que no subas capturas de pantalla a las redes sociales, ni 
etiquetes al autor, pues, como tú, nos veríamos afectados y obligados a 
dejar de traer increíbles historias en nuestro hermoso idioma. 
También te pedimos que apoyes al autor dejando una reseña en 
Goodreads, preferiblemente en inglés y comprando el libro si te es posible. 
Por último, se cuidadoso/a al difundir el material que acabas de adquirir 
TOTALMENTE gratis. 
-Starless One. 
 
 
 
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ADVERTENCIA 
 
Este libro contiene escenas y diálogos que pueden incomodar y ser 
desencadenantes, como frases en donde la palabra ‘’Violación’’ es 
mencionada en más de una ocasión, actos de tortura, abuso sexual, malas 
palabras y tensión sexual, además de sueños húmedos con dudoso 
consentimiento. 
Favor, se cuidadoso al leer y a quien recomiendes el libro pues puede 
sentirse incomodo ante las situaciones antes mencionadas. 
 
 
 
 
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STAFF 
 
Traducción: 
Umbra Mortis 
Belen 
Shooky 
Amy 
 
Corrección: 
Cristal Queen of Deant 
Shooky 
Umbra Mortis 
Yoruichi 
 
Diseño PDF: 
Umbra Mortis 
 
 
 
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PRECUELA: LURED BY LIES 
Si deseas conocer la historia de Kai y Enzo desde el primer encuentro, 
entonces debes leer Lured by Lies, la precuela (0.5) y el inicio de un todo 
lleno de secretos, mentiras y tension. 
 
 
 
 
 
 
 
Soy el heredero de un imperio, todo lo que tengo que hacer es pasar 
una última prueba. 
Asesinar a mi objetivo. 
Fácil. 
No tengo ningún problema en matar para sobrevivir. 
No hay problema en llevar a mis enemigos al día del juicio. 
Pero entonces la vi. 
Ella no puede ser mi marca. 
Definitivamente no es mi enemiga. 
Esto tiene que ser un error. 
Porque lo único que quiero es hacerla mía, que se jodan las 
consecuencias. 
Y las consecuencias son graves... 
 
 
 
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SINOPSIS 
 
Me llevaron a los 16. 
Secuestrada por un chico al que creí que podía amar. Luego me vendió 
como si fuera una propiedad. 
Durante tres años soporté. 
Palizas. 
Tortura. 
Dolor. 
Nunca me quebré. 
Era fuerte, decidida, resistente. Pero entonces un día sucedió... me quebré. 
Me liberé. 
Debería haber huido, haber encontrado una nueva vida y haber empezado 
de nuevo. 
En lugar de eso, regresé. 
Para encontrar al hombre que me vendió. 
 
 
 
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Rota. 
Durante mil noventa y cinco días he hecho todo lo posible para no 
romperme. 
Apagar mi mente durante los golpes. 
Escapar de las profundidades de la oscuridad en la noche. 
Encerrar mi cuerpo durante las violaciones. 
Imaginaba una nueva vida cuando me torturaban. 
Apretar los dientes durante las violaciones. 
Intenté todas las tácticas que necesitaba para sobrevivir. 
Encerrándome en mí misma. 
Imaginando una vida mejor. 
Planeando mi venganza. 
Ninguna de las estrategias funcionó a largo plazo. 
Odio a Enzo por lo que me hizo, pero mi necesidad de venganza nunca 
fue suficiente para mantenerme viva. 
 
 
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Intentaba bloquear mi realidad fingiendo que no me dolía el estómago 
constantemente, y que mi cuerpo no estaba magullado, con los huesos 
destrozados. 
Eso me mantendría viva durante unas semanas. 
Pero luego vino la soledad. 
Estar sola era peor que el dolor. No tener un amigo, ni una familia, ni 
nadie que me quisiera, eso fue lo que me hizo perder la esperanza más que 
nada. 
Han pasado más de tres años desde que me llevaron. 
Cuando esos fuertes brazos me agarraron y la capucha me cubrió la 
cabeza, no sabía lo que me deparaba el futuro. 
Nada. 
No soy nada. 
No soy nadie. 
Soy un fantasma. 
Una mercancía que se compra y se comercia. 
Me vendieron por un millón... ese era mi valor. 
Miro mi cuerpo desnudo y magullado. No hay un trozo de piel que no 
haya sido coloreado. Dudo que valga tanto ahora como cuando me 
vendieron. 
¿Quién querría un montón de huesos como yo? 
 
 
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El barco se tambalea y yo me agito. Sin embargo, no hay nada en mi 
estómago que suba. A veces pienso que sería más fácil si me muriera de 
hambre, pero no importa lo mucho que lo haya intentado, mi cuerpo no cede 
a la dulce liberación. Mi cuerpo se ha adaptado y ha aprendido a sobrevivir 
con mucha menos comida y agua de lo que debería ser capaz. 
He intentado encontrar armas para acabar con mi vida, pero no hay 
ninguna en este yate. 
He buscado, ningún hombre lleva un arma, ni siquiera un cuchillo. 
No entiendo a los hombres que me retienen. 
Nada de esto tiene sentido. Ni siquiera sé quién está al mando. ¿Quién 
es mi amo? Todos comparten la tortura. Todos se deleitan en el placer de 
verme desintegrar lentamente. 
No. 
No me romperé. 
Es lo único que me ha mantenido cuerda durante los últimos mil noventa 
y cinco días. 
La emoción de ver a los hombres frustrados mientras sigo aferrándome 
a lo que soy y de lo que soy capaz. 
Su objetivo principal es romperme. 
Los escuché hacer apuestas sobre cuánto tiempo llevaría y quién daría 
el golpe final. 
Tres meses... 
 
 
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Seis meses... 
Un año... 
Cuando llegué al año, dejaron de apostar. Creo que la mayoría de ellos 
pensaron que nunca me rompería en ese momento. 
No lo haré. 
No puedo. 
Mantenerme fuerte no significa que esté a salvo; significa que soy una 
tonta. Ceder a ellos sería más fácil. 
No me torturarían tan a menudo. 
Podían darme una orden y yo obedecería. 
Resolvería que esta es mi vida, y la última gota de esperanza a la que me 
he aferrado se iría. 
Podrían dejar la puerta sin cerrar. Tal vez incluso parar en un puerto y 
salir de este barco olvidado por Dios. 
Pero no me puedo romper. 
No estoy segura de que sea posible. 
No sé por qué. 
Al principio, fui terca, incluso desafiante. 
Yo no les daría el gusto a estos hombres. 
 
 
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Pero entonces, mi fuerza se fue. Y ahora, no tengo ni idea de por qué no 
me rompo. 
Tres años es mucho tiempo. Debería sentirme cambiada, diferente. 
Cuando me secuestraron era sólo una niña; ahora soy una mujer. He 
pasado muchos de mis años de formación cautiva en un barco lleno de 
hombres peligrosos y crueles. Violadores, salvajes, demonios. 
Cierro los ojos mientras otra ola golpea el costado del yate. Si a mi 
cuerpo le quedaran músculos, estaría temblando por el frío y la fiebre que se 
ha apoderado continuamente de mi cuerpo. Estaría vomitando todo lo que 
tengo en el estómago. Pero todo lo que mi cuerpo puede hacer es encogerse, 
ni siquiera puedo bracear para no resbalar en el resbaladizo suelo mientras 
el barco me zarandea. 
Odio los barcos. 
Odio el agua. 
Odioa los hombres. 
Odio a Enzo. 
En este momento, lo que más odio es el agua, ya que nos balanceamos 
con fuerza de un lado a otro. No sé dónde estamos, salvo que tiene que ser 
en lo más profundo de la puta nada. Es la única manera de que las olas 
sean tan grandes, a menos que nos persiga un huracán o un tsunami. Con 
mi suerte, no tengo dudas de que una tormenta está en marcha. 
Debería haber odiado el agua desde aquel primer día en que Enzo me 
dejó ahogarme en ella. Pero no la odié; ni siquiera estoy segura de haber 
odiado a Enzo entonces. Sólo seguía órdenes de su jefe, Black, cuando 
 
 
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intentó matarme. Estaba sobreviviendo tanto como yo, y entonces me dio 
una oportunidad de libertad. Nadar hasta la orilla y dejar Miami, y entonces 
él no me mataría. Ese fue el acuerdo. 
En ese momento me pareció un trato justo. Y la noche que pasé en el 
océano no me hizo odiar el agua, sino que llegué a apreciarla más. Envidiaba 
y respetaba su poder, su fuerza y su libertad. 
Fue cuando llegué a la orilla, y los hombres de Enzo me secuestraron, 
rompiendo nuestro acuerdo de que podría vivir mientras me fuera, cuando 
aprendí lo que era el odio. 
Sé más del odio que del amor. 
Creo que ya no soy capaz de amar. 
¿Oyes eso? No puedo amar. ¡Me has roto! ¡Tú ganas! 
Otra ola choca, enviándome contra la pared. 
¿Tal vez si les dijera que estoy rota esto se detendría? 
No, esto nunca se detiene. Esto nunca termina. 
El barco se balancea de nuevo, demostrando que esta es ahora mi vida. 
Atrapada en un barco con lo peor de la humanidad. 
Podría terminar, esa pequeña voz en mi corazón susurra de nuevo. 
No puedo con un arma. No puedo con comida, pero podría dejar que el 
mar me lleve. Con la tormenta persiguiéndonos, desaparecería en segundos. 
El dolor desaparecería. 
 
 
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Al principio, no podía imaginarme quitándome la vida. Era demasiado 
orgullosa. Demasiada llena de esperanza. Llena de la determinación de no 
dejarlos ganar. Eso se desvaneció el primer año. 
El segundo año no pude por culpa de mi padre. Es la única familia que 
tengo, y aunque no siempre tenemos la mejor relación, me quiere. Él me 
encontraría. No podía rendirme por él. 
El tercer año fue el más duro. No tenía a nadie por quien vivir, ni siquiera 
a mí misma. Había renunciado a volver a tener una vida normal y sana, 
aunque fuera para escapar de este tortuoso viaje en barco. Mi padre 
seguramente había renunciado a mí, o al menos, yo había renunciado a él. Lo 
único que me mantenía con vida era Enzo. 
Ni siquiera puedo explicarlo. 
No se trataba de una venganza; hacía tiempo que había renunciado a 
vengarme o incluso a necesitarlo. Sólo tenía una pregunta que necesitaba 
que Enzo respondiera... ¿Por qué? 
¿Por qué yo? 
¿Por qué cuando me llevó a su yate hace tres años eligió la tortura en 
lugar de matarme? ¿Era la única manera de mantenerme con vida? Porque si 
me dieran a elegir, desearía que me hubiera matado ese día. 
¿Por qué? 
La pregunta me perseguirá para siempre. Podría ser lo único que me 
mantiene viva. Hasta ahora... 
 
 
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El yate se balancea y arrastra provocando que mi cuerpo se desprenda 
de la pared en la que estaba apoyado y se estrelle contra la puerta de mi 
dormitorio. 
Dormitorio, ja. 
Esto no es un dormitorio. 
Ni siquiera es una jaula dorada. 
La habitación tiene cuatro paredes y un suelo. No hay cama. No hay 
tocadores. No hay baño. Nada que me pueda reconfortar. Cuando llegué, me 
dieron una manta y una almohada, pero pronto me las quitaron. 
Ahora no tengo nada, ni siquiera ropa. Y en cierto modo, no tener nada 
es liberador. 
Otro temblor del barco, esta vez mayor que el anterior. Instintivamente 
me agarro a la manilla de la puerta para no resbalar contra la pared del fondo. 
No porque vaya a doler -lo hará-, pero el dolor ya no significa nada para mí. 
Porque, a pesar de los tres años en el mar, sigo queriendo controlar mi propio 
destino, por mucho que estos hombres y el mar intenten arrebatármelo. 
Mi patético agarre a la manilla de la puerta apenas basta para 
mantenerme contra la puerta mientras el yate se lanza de nuevo a las olas y 
al viento del mar. 
Joder. 
Vamos a morir. 
Nunca hemos experimentado una tormenta como esta. Esto es el fin. 
Maldita sea. 
 
 
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No es así como quiero irme. Cuando muera, será cuando y como yo 
decida. 
—¡Me oyes! ¡Yo decido cuando muero! —grito. 
Gritando así solía recibir una paliza de uno de los hombres. Intentaron 
que entregara mi voz junto con mi cuerpo y mi alma. 
Nunca dejé de hacerlo. Con el tiempo, dejaron de responder, 
aprendiendo que estar sola era más difícil para mí que lidiar con su brutal 
violencia. Pero hoy, aunque quisieran oírme, no podrían. El grito del viento 
es demasiado agudo para escuchar nada más que su malvado aullido. 
Otro crujido y un golpe de la embarcación suenan cuando el yate golpea 
violentamente contra el agua. 
La puerta se abre de golpe, el picaporte me golpea el estómago y me 
deja sin aire. Jadeo para respirar mientras caigo al suelo en agonía. 
Hasta el mar quiere que me rompa. 
—¡Nunca! —grito cuando por fin recupero el aliento. 
Puedo controlar cómo termina esto. 
Otro balanceo y mi cuerpo se desliza hacia la apertura de la puerta. Salgo 
a la oscuridad del pasillo. Estoy acostumbrada a la oscuridad, el agujero de 
mi habitación no tiene luz, ni electricidad, ni ventanas al exterior. Mis ojos se 
han adaptado a la oscuridad total de la noche, pero el pasillo casi siempre 
tiene luz. La tormenta debe de habernos quitado la electricidad. 
 
 
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Sonrío, consolándome con el hecho de que los hombres que me 
mantuvieron cautiva durante años tampoco sobrevivirán más allá de esta 
noche. 
No merecen una muerte rápida. Esta noche espero que la tormenta los 
atrape en este barco mientras se asfixian o mueren de hambre lentamente. 
Sin embargo, es poco probable que sufran una muerte lenta. Las 
probabilidades son mucho mayores de que sean derribados por un trozo 
masivo del barco o que el agua los ahogue rápidamente, pero puedo esperar. 
Muevo una mano delante de la otra mientras empiezo a caminar. 
Siento que mis huesos destrozados crujen en más y más desesperación 
con cada movimiento. 
Mis magulladuras arden en mi cuerpo con cada roce contra el suelo 
suplicando que me detenga. 
No me detendré. No hasta que tome mi último aliento. 
El yate se tambalea hacia adelante enviándome a lo largo del pasillo 
hasta el hueco de la escalera. 
Mierda, las escaleras. 
Tengo que subir un tramo de escaleras. 
No he subido en meses. ¿Realmente puedo subir escaleras? 
Me muerdo el labio, más decidida que nunca a elegir cómo voy a morir. 
Me miro el dedo del pie roto que me gané después de compartir mi 
comida con una de las otras mujeres que los hombres tenían a bordo. Hace 
semanas que no veo ni oigo a ninguna otra mujer a bordo. Si lo hiciera, 
 
 
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tendría que liberarlas también, para que ellas también pudieran elegir su 
propio destino y cómo van a morir. 
Me agarro a la barandilla y subo. Hago una mueca de dolor cuando 
vuelvo a ejercer presión sobre mi pie roto, que me duele como un hijo de 
puta. 
Los huesos rotos son los peores. Nada más que el tiempo los curará. 
Y no tengo nada para fijar los huesos correctamente. Los dedos de mi mano 
izquierda no se doblan del todo porque han sanado torcidos. Las costillas 
rotas son lo peor de todo, porque las astillas destrozadas se clavan en mis 
pulmones haciendo que cada respiración sea dolorosa. 
Deja de revolcarte en la autocompasión y haz algo para acabar con esto. 
Un paso, luego otro, luego otro. 
Es penosamente lento, sobre todo porque tengo que detenerme cada 
vez que el yate se desvía hacia un lado, y utilizo toda mi energía sólo para 
sostener el terreno que hice en la escalera. 
La puerta es el último obstáculo antes de llegara la cubierta principal. 
Pero un simple giro del pomo y la puerta se abre de golpe en mi cara. Me 
golpea con fuerza, pero sonrío. 
Ya casi está. 
Salgo despedida hacia la cubierta principal cuando el barco vuelve a dar 
una sacudida hacia delante y se detiene de repente, como si viajáramos en 
un coche que acaba de pisar el freno para evitar por poco el atropello de un 
niño que juega en la calle. Pero no tenemos forma de controlar cómo se 
mueve el yate, no en esta tormenta. La madre naturaleza decide cuándo el 
barco avanza o se detiene. O incluso si se mantiene a flote. 
 
 
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La lluvia cae sobre mí mientras estoy tumbada en la cubierta principal. 
Inclino la cabeza hacia arriba y siento cómo las frías gotas caen en cascada 
sobre mi cara. 
Kai significa mar en hawaiano. Te criaste junto al océano, como yo. Sabes 
cómo domesticarlo tan fácilmente como yo. Si quieres sobrevivir, lo harás. 
Las palabras de Enzo vuelven a mí. Antes de que me lo dijera, ya sabía lo que 
significa el nombre que me puse a los tres años. Nací Katherine pero nunca 
sentí que encajara. Kai es más apropiado. 
Sacudo la cabeza. 
Kai significa mar. He nacido junto al mar. Moriré en el mar, digo en mi 
cabeza, sabiendo ya mi destino y lo equivocadas que estaban las palabras 
de Enzo. Lo equivocado que fue el nombre que elegí para mí. 
A diferencia de hace tres años, cuando Enzo me tiró por la borda y al 
final me salvé, esta vez no voy a volver a subir. No tendré una boya a la que 
agarrarme durante la noche. No tendré la fuerza para nadar hasta la orilla. 
Estamos en medio del maldito océano, nadie puede salvarme. 
Y eso me da paz. 
Dejo que el balanceo del barco me empuje hacia la barandilla de un lado 
del barco. 
Gracias, gravedad. 
La barandilla es la parte difícil. No dejaré que las olas me empujen; quiero 
hacerlo yo misma. 
 
 
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Con la lluvia cayendo a cántaros, es difícil sentir que no me estoy dejando 
llevar por el océano. Me agarro con cautela a la resbaladiza barandilla, un 
paso en falso y me iré. 
Lentamente me subo a la barandilla con los pies en el último peldaño y 
las manos agarrando la parte superior. 
Aspiro una bocanada de aire, pero a estas alturas es sobre todo agua lo 
que entra en mi garganta. Me quema los pulmones, haciéndome toser y 
respirar con dificultad. 
No tengo mucho tiempo si voy a ser yo quien decida. 
Con cuidado, subo una pierna por encima de la barandilla y luego la otra 
hasta que no hay nada entre el océano y yo, salvo dejarme llevar. 
Una ola salpica con fuerza mi cuerpo, haciéndome retroceder contra la 
barandilla. No sé cómo el oleaje no me ha llevado entonces. No debería 
ser lo suficientemente fuerte como para aguantar y luchar contra el viento, la 
lluvia y las olas. 
Cierro los ojos, intentando sentir un momento de libertad. Un 
momento que sea mío. Uno en el que pueda perdonar al mar por el dolor 
que me ha causado y dejar que me lleve con misericordia. En un rápido tirón, 
me iré. 
No tengo que despedirme de nadie. No me queda nada en lo que pensar 
o preocuparme. 
No pienso en el cielo ni en el infierno. 
He vivido en el infierno, y no puedo imaginar un lugar como el cielo 
después de lo que he pasado. 
 
 
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No, anhelo que la oscuridad me lleve y nunca me devuelva. Anhelo un 
largo sueño en el que nunca me despierte. 
Paz. 
Lo siento por un momento. El mar parece calmarse como si me aceptara 
y me preparara para dar el salto. 
—Tómame —digo. Me suelto. 
Me caigo durante sólo medio segundo, antes de que una mano me 
agarre la muñeca. 
Mis pies ni siquiera han abandonado el último peldaño. 
—¿Qué demonios? 
Me vuelvo y veo a Jarod sosteniendo mi muñeca. Cuando llegué por 
primera vez, pensé que él podría tener más empatía. Él fue el que traté de 
romper y persuadir para que me mostrara compasión, pero eso sólo hizo que 
se esforzara más por doblegarme, más decidido que todos los demás. Y si 
tuviera que decir quién es el líder, es él. 
Es el capitán del barco, el líder de la tripulación. Pero sólo aquí. Enzo es 
el líder en casa. 
No, Enzo tampoco es un líder. Sigue las órdenes de Black. Black es al que 
más debería odiar. 
—Suéltame —grito, sabiendo que un deslizamiento de su mano y seré 
libre. 
 
 
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Pero Jarod es fuerte. Un fuerte tirón y vuelvo a estar al otro lado de la 
barandilla, pero no a salvo. He aprendido que eso no existe. Pero ya no estoy 
al borde de la muerte como antes. 
—Perra loca —maldice. 
Otra ola se estrella y nos golpea contra algo afilado. Me duele la cabeza, 
y ahora, junto con el agua que fluye por mi cara, siento la sangre que rezuma. 
Mis ojos se vuelven pesados y el mundo se vuelve nebuloso. 
—Mierda —maldice Jarod. 
Me echa al hombro mientras me lleva dentro. Para mi sorpresa, no me 
lleva a mi habitación. Es la única habitación en la que he estado durante 
meses. No, en su lugar me lleva a otra habitación, una con una cama. 
¿Una cama? 
¿Por qué iba a necesitar una cama? 
¿Van a violarme en una cama en lugar de en el suelo? 
Debería luchar, pero no me queda nada. 
Me he rendido. 
No tengo esperanza. 
No tengo miedo. 
No soy nada. 
No tiemblo. 
 
 
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No reacciono. 
Ni siquiera estoy segura de estar respirando. 
Jarod me echa en la cama y yo no me muevo, ni siquiera para cubrir mi 
cuerpo desnudo o ganar calor. 
Tengo los ojos abiertos, pero no veo a los hombres que están sobre mí. 
No veo nada más que la oscuridad. ¿Estoy muerta o moribunda? 
Dicen que ves una luz blanca antes de morir, que toda tu vida pasa ante 
tus ojos. Esa no es mi experiencia. No veo más que oscuridad y muerte. 
—¿Está muerta? —pregunta una voz. 
—No —responde Jarod. 
No estoy muerta. Casi tengo ganas de llorar por eso, pero no lo hago. 
Sigo viva, y por mucho que desee no ser nada, sigo teniendo esperanzas y 
sueños. Mis sueños ya no son brillantes y agradables. Espero estar muerta. 
—Está rota —dice Jarod. 
¿Qué? ¿Rota? No estoy rota. ¿Lo estoy? 
—Rota. —La palabra viaja a través de los hombres como un fantasma de 
un susurro. Cada uno la murmura, sin estar seguro de que sea cierta hasta 
que tenga la oportunidad de pronunciarla él mismo. 
Rota. 
No estoy rota. No me siento diferente de antes. Mis heridas pueden ser 
peores, y podría morir si no me recupero, pero no estoy rota. 
 
 
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Nunca. 
Pero uno a uno prueban la palabra ellos mismos. 
Rota. 
Rota. 
Rota. 
Cada vez que dicen la palabra, empiezo a creérmela yo más y más. 
Estoy rota. 
Por fin me han roto. 
Esto es lo que se siente. 
—¿Significa eso que...? —pregunta tímidamente uno de los hombres. 
—Sí, ya podemos irnos a casa. Nuestro trabajo está hecho —responde 
Jarod. 
¿Qué? 
Su trabajo era mantenerme hasta que me rompieran. Eso no tiene 
sentido. 
¿Qué van a hacer conmigo ahora? ¿Van a matarme finalmente? 
No. 
No lo harán. Si no, Jarod no arriesgaría su vida para evitar que me mate. 
 
 
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Los hombres empiezan a salir de la habitación y, por una vez, el pesado 
balanceo del barco empieza a volver a ser suave, ya que la madre naturaleza 
se da cuenta de que me ha roto y no hay razón para seguir atormentándonos 
con su ira. 
Siento que una manta cubre mi piel. 
Quiero luchar contra él. No me gusta que me toque. Llevo años 
anhelando que me toquen, que me reconforten, sentir una manta suave y 
cálida. Pero ahora que lo siento, lo odio. Quiero que desaparezca. 
Pero no tengo fuerzas para decir nada ni para quitarme la manta del 
cuerpo. Soy un cadáver congelado. 
Jarod me mira con desprecio. 
—Estás rota —dice casi como si intentara convencerme de que lo estoy. 
No lo estoy, dice la más pequeña de las voces. No estoy rota. 
Sé que Jarod ve el desafío en mis ojos. Es lo único que puedo darle para 
demostrarle lo equivocado que está. En cualquier otro momento sería 
suficiente para que luchara contra míy tratara de romperme de nuevo. Él 
sabe que no me rompió de verdad, así que por qué lo dice. 
Para que puedan volver a casa. 
Los hombres tenían un trabajo: romperme. Durante años fracasaron en 
su tarea. Ninguno de ellos pensó que la tarea duraría tanto. La tormenta 
sacudió más que a mí. Todos pensaron que iban a morir. Quieren volver a 
casa. Pero no sé qué van a hacer conmigo. 
Jarod se inclina y me susurra al oído: 
 
 
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—Estás rota, ahora eres libre. 
 
 
 
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Casa. 
Nunca pensé que volvería a casa. 
Pensé que moriría en el mar. 
Pero aquí estoy, tumbada en un banco del parque con unos pantalones 
cortos holgados y una camiseta. 
Parezco una indigente. 
Eso es porque lo soy. 
Miami ya no es mi hogar. 
Hace más de tres años que no es mi casa. 
No estoy segura de que haya sido nunca realmente mi hogar, ni siquiera 
cuando vivía en Miami. La caravana que habitaba con mi padre apenas me 
aseguraba una cama para dormir y un techo para protegerme de la lluvia. La 
mayoría de la ropa que tenía estaba llena de agujeros. Y mi barriga nunca se 
alimentaba del todo. Sin embargo, volvería a esa época sin dudarlo. 
Por aquel entonces no me moría de hambre. En aquel entonces nunca 
había experimentado el dolor ni había entendido la soledad. Entonces no 
estaba completamente sola. Claro que sólo tenía a mi padre y a Mason, mi 
 
 
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mejor y único amigo. Me sentía sola, pero no lo estaba realmente. No entendí 
la palabra hasta hace poco. 
La soledad no consiste en estar solo. Es darse cuenta de que no tienes a 
nadie. Nadie que te quiera. Nadie que te eche de menos. Nadie que se 
preocupe por hablar contigo. 
Es lo que te lleva a estar tan desesperado como para hablar con la araña 
de la esquina de tu habitación como si fuera tu mejor amiga. Luego hablas 
con tu sombra. Luego empiezas a hablar contigo mismo como si la vocecita 
de tu interior fuera otra persona y no tú mismo. 
Es cuando te das cuenta de que nadie te responderá; nadie te enterrará 
o llorará si mueres. Es entonces cuando entiendes lo que es la verdadera 
soledad. 
Me incorporo lentamente, mientras el sol quema mi piel, ahora pálida. 
Hace años que no veo el sol. Solía ponerme morena todo el año, pero 
después de pasar tres años encerrada en una cueva oscura, la insinuación de 
la luz del sol me asusta. Me saldrán ampollas inmediatamente si no encuentro 
un refugio. 
No recuerdo haber vuelto. El último recuerdo que tengo es el de 
haberme dormido en la abultada cama del yate. Debería haberme parecido 
un lujo; en cambio, me pareció demasiado blanda para dormirme en ella. 
Pero el tirón del cansancio me hizo dormir, a pesar de la falta de comodidad 
que sentía al estar tumbada en las sábanas de quinientos hilos. 
No recuerdo haberme vestido. 
No recuerdo haber dejado el yate. 
No recuerdo que el vaivén se haya detenido. 
 
 
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Al incorporarme, me doy cuenta de que el balanceo no ha cesado. ¿Tal 
vez todavía estoy en un barco después de todo? Todo esto es un sueño. 
Soñaba mucho con Miami ese primer año. Intenté recordar cómo se sentía el 
sol incluso cuando lo maldecía por hacerme sudar tanto. Esto es un sueño. 
Me levanto y el suelo tiembla. 
Mierda. 
Me agarro al respaldo del banco para estabilizarme. 
El suelo parece bastante real. La hierba me hace cosquillas en la planta 
de los pies. 
Me miro los dedos de los pies desnudos. Puede que me haya vestido, 
pero no llevo zapatos, y no es que los quiera. No recuerdo por qué la gente 
querría llevar esas cosas. 
Doy un paso y la textura de la hierba es intensa. Me hace cosquillas y me 
pica la planta del pie. 
Para que sus pies no tengan que sentir esto, por eso la gente lleva 
zapatos. 
Un paso más y me suelto del banco del parque. El suelo sigue 
moviéndose de un lado a otro, y estoy segura de que parezco borracha al 
caminar, pero no me importa. 
Es temprano y, aparte de algunos corredores madrugadores y 
vagabundos, no hay nadie cerca para juzgarme. 
Sigo caminando, lentamente al principio, y luego mis pasos se vuelven 
más regulares a medida que me acostumbro al bamboleo. Conozco el camino 
 
 
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sin pensarlo. Mi pasado ha estado enterrado durante años, pero ahora 
regresa a mi conciencia como si hubiera estado aquí ayer. 
No me fijo en lo que me rodea mientras camino; los sonidos y ruidos me 
abrumarían si lo hiciera. En su lugar, dejo que los sonidos de los coches que 
tocan el claxon y pasan zumbando pasen a un segundo plano. No me fijo en 
la hierba, ni en la arena, ni en la acera que cambian bajo mis pies, lo que hace 
más difícil caminar con cada cambio de terreno. Mantengo la vista baja, para 
no tener que registrar el sol brillante o los colores vibrantes que me rodean. 
Lo único que quiero es llegar a la caravana y encerrarme en mi habitación 
durante días. 
Finalmente, el remolque aparece ante mí en el mismo lugar en el que ha 
estado aparcado durante casi veinte años. Nunca se me ocurrió, mientras 
caminaba hacia aquí, que mi padre podría haberlo trasladado o vendido. 
La vieja puerta chirriante se abre y me doy cuenta de que la puerta sigue 
sin cerrar bien. 
Mi padre nunca lo arregló. 
Y entonces, como si mi pensamiento lo llamara a la existencia, mi padre 
se encuentra en lo alto de los tres escalones que llevan a la puerta. Enzo 
cumplió una de sus promesas para que mi padre siguiera vivo. 
Los dos nos miramos, erguidos y rígidos. Ninguno de los dos respira. 
Sólo nos miramos. No tengo que hablar para contarle lo que he pasado en 
los últimos tres años. Él puede ver cada marca y cada mano que me han 
puesto. Si creía que me había escapado de casa, esa duda ya se ha disipado. 
He cambiado completamente; él parece el mismo. 
 
 
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Si alguna vez hubiera un momento en el que reaccionáramos de forma 
diferente a nuestro habitual y poco afectuoso saludo, ahora sería ese 
momento. Pero no somos así. No nos damos abrazos. No somos cariñosos. 
Puede que nos queramos, pero no nos rebajamos a esa debilidad. No es lo 
que somos. Dudo que mi padre me abrazara cuando mi madre murió. 
No recuerdo haber abrazado a este hombre. 
No sé cuánto tiempo nos quedamos mirándonos. Podrían ser segundos 
u horas. Me arrebataron la capacidad de comprender el tiempo, junto con 
mi cuerpo y mi sentido del valor. 
Finalmente, mi padre se mueve. Baja los tres escalones de la escalera y 
se detiene frente a mí. 
—No deberías haber vuelto —se le quiebra la voz. 
Estoy de acuerdo, no debería haberlo hecho. 
Pero no hablo. No asiento con la cabeza. Dejo que sus palabras me 
llenen. 
¿Hay una lágrima en el rabillo de su ojo? 
No, no puede ser. Mi padre no muestra emociones, nunca. No llora. 
Pero sin embargo, creo que eso es precisamente lo que está haciendo. 
Y luego se ha ido, alejándose de mí. Nuestro reencuentro ha terminado. 
—¿Kai? ¿Eres tú? 
Mason. 
 
 
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Me giro y miro al chico con el que crecí. Ni siquiera él ha cambiado 
mucho. Su cuerpo es un poco más grueso, su pelo un poco más largo, su voz 
más grave. Hay unas finas líneas alrededor de sus ojos que no recuerdo antes, 
pero por lo demás, parece exactamente el mismo. Es el mismo chico del que 
he sido amiga desde que tenía cinco años. 
Debería hablar, tranquilizarlo, porque parece que ha visto un fantasma. 
Y cuando se dé cuenta de que realmente soy yo, verá los moretones, las 
cicatrices, los huesos rotos. Verá lo frágil que soy y entonces lo perderá. 
Me llevará a la policía o al hospital. Tendré que responder a preguntas 
que nunca quiero explicar. 
No estoy preparada para hablar. He hablado muchas veces, 
principalmente conmigo misma, pero hablar ahora mismo es como abrirme 
para dejar entrar a alguien de nuevo. Y por mucho que esa persona deba ser 
Mason, no puedo. 
Él no ha cambiado, pero yo sí. 
Y una parte de mí lo odia. Por no encontrarme.Por no haber evitado 
que me llevaran. Por no salvarme. 
Mason y mi padre eran las únicas personas que me habrían echado de 
menos. Mi padre apenas podía alimentarse. No lo culpo, pero Mason tiene 
dinero, recursos, conexiones. Él me quería. Quería más de mí. Podría haberme 
encontrado. 
—Jesús, eres tú. —Mason corre hacia mí con los brazos abiertos 
amenazando con engullirme. 
Las yemas de sus dedos apenas me tocan y doy un paso atrás. El leve 
toque se siente como fuego contra mi piel helada. 
 
 
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—Dios —maldice Mason mientras se pasa la mano por sus largos 
mechones rubios de surfista. 
Mis ojos se vuelven abatidos. No puedo ver cómo se da cuenta de lo que 
me ha pasado. No puedo soportar su empatía, su preocupación, su ira. ¡No 
tiene derecho a sentir nada de eso! 
—¿Qué ha pasado? —pregunta. 
No hay respuesta. 
—¿Kai? Puedes hablar conmigo. No te haré daño. —Su mano me roza, y 
salto fuera de mi piel. 
No puedo. No puedes tocarme, grito por dentro. 
Mis ojos se encuentran con los suyos, diciéndole que se detenga con 
una mirada aguda como un perro advertiría a un extraño que piensa entrar 
en su propiedad. 
—De acuerdo, sin tocar. ¿Puedo llevarte al hospital o a la comisaría? 
Me quedo helada. No. 
—¿Kai? Un médico debería verte. Podrías tener huesos rotos. Yo pagaré 
todo. 
Tengo huesos rotos, idiota. 
Lentamente, niego con la cabeza. 
Él suspira. 
 
 
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—De acuerdo, no te presionaré. Pero entremos. Tal vez después de un 
baño y la comida, podrías reconsiderar ir. Incluso podría hacer que un 
médico viniera a verte si lo prefieres. 
Mason extiende su mano, ofreciéndomela como una muleta para 
caminar. Cree que soy débil, quizás lo sea. Pero no quiero su ayuda ni la de 
nadie. 
Ignoro su mano y me dirijo a las escaleras y luego entro en la 
desvencijada caravana. 
Respiro hondo y todo vuelve a su sitio: el olor a bacon y café, el desayuno 
habitual de mi padre. El hedor del humo de los cigarrillos, del alcohol y de las 
malas decisiones flota en el aire. 
No escucho a Mason detrás de mí, pero estoy segura de que me ha 
seguido hasta la caravana. Nunca ha entrado, ni una sola vez en todos los 
años que lo conozco. Siempre me avergonzaba de mi casa. No quería que se 
acercara a ella; ahora no importa. 
Mason puede pensar que tenemos un futuro juntos si no tiene ya una 
novia. Miro hacia atrás y veo su mano izquierda. No tiene anillo. No está 
casado, pero podría estar saliendo con alguien. 
No importa. 
No tengo un futuro. Y cualquier cosa que haga de aquí en adelante no 
lo involucrará. 
Mason se mueve lentamente a mi lado hacia el baño individual del 
fondo y vuelve un momento después. 
 
 
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—He puesto en marcha el agua para una ducha. Ojalá hubiera una 
bañera para remojarse, pero la ducha tendrá que bastar por ahora —dice. 
Ducha. 
¿Cuánto tiempo ha pasado? 
Estoy segura de que apesto, pero ya no puedo decirlo. Así es como 
huelo, a carne podrida y a muerte. 
—¿Quieres ayuda? —Le tiembla un poco la voz al preguntar. 
Sacudo la cabeza. Ni siquiera estoy segura de querer una ducha, pero 
quiero estar sola. He pasado años anhelando tener a alguien con quien 
hablar, y ahora que tengo a alguien, lo único que quiero es esconderme sola. 
—Te haré algo de comer. 
No respondo. Debería comer, pero mi estómago ya no pide comida. Está 
acostumbrado a sobrevivir con nada. No importa si como o no. 
Paso junto a Mason y me dirijo al pequeño baño. Cierro la puerta y me 
quito la ropa sucia del cuerpo. Los pantalones cortos eran tan holgados. Ni 
siquiera estoy segura de cómo se mantenían en mi cuerpo. 
El vapor empieza a llenar la pequeña habitación y me atrae hacia el agua. 
El agua: mi enemigo, mi amigo, mi todo. 
Me recuerda al océano y me enoja que nunca tenga el final que quería. 
Estoy viva cuando no debería estarlo. 
Me meto en la pequeña ducha de la esquina. No me molesto en cerrar 
la cortina mientras el agua cae sobre mí en finos chorros. Hubo un tiempo en 
 
 
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que pensé que la presión del agua no era suficiente, desde luego no lo 
suficiente para lavarme el champú del pelo. Pero ahora es demasiado. 
Siento que me cae sobre la cabeza, igual que la noche de la tormenta en 
el yate. 
Las cálidas gotas son demasiado calientes para mi piel helada, y quiero 
retirarme inmediatamente. Pero eso significa volver a enfrentarme a Mason, 
algo para lo que no estoy preparada. Así que me obligo a ponerme bajo el 
pesado chorro. 
No uso champú ni jabón. No intento eliminar la suciedad, el sudor o la 
mugre acumulados. Dejo que el agua haga el trabajo. 
El tiempo pasa, de nuevo, no sé cuánto tiempo. Pero finalmente, cierro 
el grifo. Dejo que el agua gotee de mi pelo por mi delgado cuerpo. Siempre 
he sido delgada, pero ahora puedo ver cada hueso de mi cuerpo. Debería 
tener curvas; en cambio, tengo huesos que sobresalen. 
Hay una toalla junto al lavabo y la uso para secarme antes de salir del 
baño y dirigirme a mi dormitorio. 
Dormir; necesito dormir. 
Caigo sobre la cama en un montón todavía mojado, pero no importa. La 
cama es demasiado blanda. No voy a poder dormir en ella, me doy cuenta al 
instante. 
—Te he hecho una sopa. —Mason entra en la pequeña habitación—. 
¡Oh, Dios mío! Lo siento, debería haber llamado primero. 
Se detiene y se tapa los ojos. 
 
 
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Miro alrededor de la habitación, confundida por lo que se escandaliza y 
lamenta. 
Tardo mucho en darme cuenta de que estoy desnuda. La toalla que me 
envolvía se ha abierto. Mi desnudez no me molesta, pero sí a Mason. 
Así que me envuelvo la toalla a regañadientes. 
Mason se asoma por detrás de sus dedos y luego se endereza para 
traerme el plato de sopa que ha preparado y una taza de té. 
—No estaba seguro de que pudieras soportar algo más que una sopa, 
pero si puedes mantener esto, puedo traerte lo que quieras comer. 
Lo miro con los ojos muy abiertos. La comida. Me traía cualquier cosa, 
cualquier cosa que se me antojara. ¿No se da cuenta de que ya no se me 
antoja nada? 
Mason se sienta en el borde de la cama a mi lado y me acerca una 
cucharada de sopa a los labios. Miro la taza de té que ha colocado en la mesita 
auxiliar. La agarro, me la llevo a los labios y bebo lentamente. 
Suspira exacerbado y pone el cuenco a mi lado. 
—Haré cualquier cosa para ayudarte, Kai. No sé por lo que has pasado. 
No sé quién te llevó o qué mal has experimentado. Pero yo... —Respira 
profundamente—. Te amo, Kai. Lo he hecho desde que teníamos cinco años. 
Sólo que nunca he tenido el valor de decírtelo. No tenerte todos estos años, 
pensar que te habías escapado y nunca habías llamado fue duro. Darse 
cuenta de la verdad es más difícil. Te amo. Nunca dejaré de amarte. 
Sus palabras deberían reconfortarme. Hacer que deje de sentirme tan 
sola. No lo hacen. Ya no siento nada. Todo lo que siento es adormecimiento. 
 
 
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Así que no hablo. No hay palabras para responder. Y si hablo, podría 
hacer preguntas que no quiero responder. No quiero hablar de lo que pasó. 
No quiero ver a un médico o a un terapeuta. 
Sus ojos vuelven a recorrer mi cuerpo. Se encuentran lentamente con 
mis ojos. 
Rota. 
Cree que estoy rota. 
Ve mi cuerpo frágil y arruinado. Piensa que mi espíritu ha sido aplastado; 
mi corazón arrancado de mi pecho. Mi alma pisoteada. 
No estoy rota, me digo interiormente. No puedo estar rota. Juré que 
nunca me romperían. Pero él no oye ni ve eso. Todo lo que ve es una muñeca 
rota que cree que puede arreglar. No necesito que me arreglen. Necesito 
respuestas. 
Esto es lo que soy ahora. Necesito aceptación. 
Termino mi té y luego como un poco de la sopa de caldo antes de 
taparme y cerrar los ojos, fingiendo que duermo. 
Mason finalmente me deja sola en la habitación y cierra la puerta. 
Finalmente, sola. 
Me levanto de la cama, dejando caer la toalla, y me acurruco en el suelo 
demoqueta. 
Incluso eso se siente demasiado suave. 
Quiero frío. 
 
 
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Quiero hielo. 
No quiero estar cómoda y caliente. 
Pero el suelo es mejor que la cama. Y mi cuerpo está demasiado cansado 
para encontrar una cama mejor y más dura. 
Así que duermo. 
A la mañana siguiente, todo vuelve a suceder. 
Mason todavía está aquí. Debe haber dormido en el sillón reclinable. Me 
da de comer. Me anima a hablar. Habla. Intenta que me duche. Que coma. 
Que vaya al médico. 
Lo único que hago que lo hace feliz es comer. 
Por lo demás, me mira con lástima en los ojos. Se estremece cuando mis 
huesos crujen. Jura cuando ve nuevos moretones. Intenta cuidarme, pero no 
es lo que yo quiero. 
Mason es un buen hombre; debería haber salido con él antes. Habría 
sido un buen novio. ¿Quizá si hubiéramos estado juntos cuando me 
secuestraron se habría esforzado más por encontrarme? 
Ahora, nunca lo sabré. 
Ahora, nunca podremos serlo. 
El tiempo pasa, y nuestra rutina sigue siendo la misma. 
Duermo. 
Como. 
 
 
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Hace preguntas y presiona. 
No sé cuánto tiempo pasa, excepto que eventualmente no tengo ganas 
de dormir tanto. Mis moretones y dolores siguen ahí, y no he ganado mucho 
o nada de peso, así que dudo que haya pasado mucho tiempo. Pero algo sí. 
Enzo. 
Su nombre vuelve a flotar en mi cabeza. 
¿Por qué? 
Eso se convierte en mi nuevo enfoque. No en evitar a Mason, sino en 
pensar en Enzo. No en lo bueno. No en la adrenalina de robar el reloj de Enzo 
cuando nos conocimos. 
No cuando me llevó a mi primer paseo en yate, el último que disfrutaré. 
No cuando jugamos a nuestro juego de dos mentiras y una verdad, y yo gané. 
No cuando me dio mi primer beso. 
Lo único que pienso cuando se trata de Enzo es ¿por qué? 
¿Por qué yo? 
¿Por qué no me mató, cuando se lo ordenaron? 
¿Por qué me secuestró y vendió? 
¿Por qué Jarod me dejó ir cuando yo era su juguete favorito? 
Necesito respuestas, a tantas preguntas. 
Pero en realidad todo es una sola pregunta. ¿Por qué? 
 
 
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No sé cómo encontrar a Enzo. Ni siquiera sé su apellido o si todavía vive 
en Miami. Ni siquiera sé si sigue vivo. Trabajaba en un negocio despiadado. 
Podría estar muerto. 
No. 
Lo siento. 
Está vivo. 
Él es la razón por la que sigo viva. 
Él es la razón por la que estoy aquí. 
Necesito respuestas. 
No necesariamente la venganza, aunque también la acepto. 
No puedo pensar más allá de lo que haré cuando descubra mis 
respuestas. 
Escucho con atención y oigo a Mason durmiendo en la otra habitación. 
El débil sonido de la vieja televisión suena y salta. Me sorprende que el 
televisor aún funcione. 
Necesito salir de aquí para obtener mis respuestas. 
¿Pero dónde? 
Primero la ropa, luego el lugar. 
Me dirijo a la barra de la esquina de la habitación que guarda mi ropa 
vieja. La miro fijamente. No quiero ponérmela, pero necesito hacerlo si no 
quiero que me arresten o me envíen a un psiquiátrico. 
 
 
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Y los necesito para cubrir mi cuerpo. Mis cicatrices y moretones 
necesitan ser cubiertos. 
Me pongo unos vaqueros y un jersey de manga larga. Es verano, pero 
es lo único que oculta mi cuerpo. 
Me paso un cepillo por el pelo negro de medianoche y lo dejo suelto, 
aunque desciende mucho por mi espalda, casi hasta el trasero. Hay que 
cortarlo; las puntas están desiguales y deshilachadas. Quedaría mejor 
recogido, pero necesito el pelo suelto para cubrir el cuello y las mejillas. 
Ahora la gente sólo se dará cuenta de los moretones de mi cara si miro hacia 
arriba. 
Doy un paso y los vaqueros se me caen de las caderas. 
Mierda. 
Rebusco en mis cajones hasta encontrar un cinturón. La ropa pica y arde 
contra mi piel, pero no me la quito. 
Zapatos. 
Necesito zapatos. 
Me pruebo zapatillas de tenis, zapatos cerrados, chanclas, incluso 
tacones; pero no puedo. Es demasiado para mis pies. Todos se sienten como 
una mordaza. 
La gente va descalza en Miami todo el tiempo; después de todo, es una 
ciudad de playa. Con suerte, nadie notará mis pies. 
Abro la puerta y escucho con atención. Mason sigue durmiendo. 
 
 
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Me pongo de puntillas por el pequeño remolque, asegurándome de que 
mis pies no hagan ruido. 
Debería sentirme mal por dejar a Mason sin hablar y sin una nota. Una 
persona razonable lo haría, pero ya no tengo sentimientos. Esos fueron 
tomados. 
Llego a la puerta, sabiendo que esta es la parte más peligrosa. Podría 
despertarlo, y entonces ¿cómo me iría sin que me siguiera? 
Toco la manilla y hago palanca para abrirla centímetro a centímetro. 
El crujido se suaviza y miro fijamente a Mason. Está agotado. Agotado 
de intentar cuidar de mí y atravesar mis muros, unos muros que nadie 
derribará jamás. 
Cuando estoy fuera, vuelvo a respirar. 
Estoy libre, al menos de Mason. 
Ahora, ¿dónde? 
Me devano los sesos, pensando mucho por primera vez en mucho 
tiempo. Mi mente está nublada, y me duele usarla, pero finalmente se me 
ocurre la idea. Donde va la gente más peligrosa de la ciudad... 
Surrender 
El nombre del club clandestino más oscuro de la ciudad flota en mi 
nebuloso cerebro. 
Es para los ricos, los reservados, los criminales. 
Es turbio, pero es donde van todas las élites y los que las atienden. 
 
 
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Mi ropa no me hará entrar en el club. Incluso si me vistiera bien, no 
entraría. Es sólo por invitación. 
Pero de alguna manera, sé que es donde está Enzo. Si está allí, me dejará 
entrar. Y si no está, entonces encontraré una manera de entrar. Encontraré a 
alguien que lo conozca. 
Porque Enzo es la única manera de obtener mis respuestas. El club es 
donde acechan todas las criaturas más oscuras que se arrastran por la tierra. 
Si Enzo sigue vivo, estará allí. 
No debería ir. Debería alejarme del hombre que me vendió, pero no 
puedo. Necesito respuestas más que vivir. Estaré rompiendo nuestro trato al 
volver a Miami, al no mantenerme alejada, pero Enzo rompió nuestro trato 
primero cuando hizo que me llevaran. 
 
 
 
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La puerta de Surrender se asoma al otro lado de la calle donde me 
encuentro. No puedo hacer que mis piernas se muevan hacia la puerta, pero 
tampoco puedo alejarme. 
No hay ningún cartel sobre el marco, ningún anuncio sobre los pecados 
que los hombres cometen detrás de la puerta. 
No hay nada que indique que aquí ocurra algo o que esto sea siquiera 
un club. 
Es simplemente una puerta sin marcar. No debería saber que existe, pero 
cuando tenía quince años, estaba desesperada por dinero. Para comer. Para 
sobrevivir. Y para pagar las deudas de mi padre. Deudas que acumuló cuando 
mi madre libró una larga batalla contra el cáncer. 
Encontré a un chico en la escuela que vendía drogas y me ofrecí a 
ayudarle para ganar algo de dinero rápido. Así que vendí hierba; no me 
atrevía a vender nada más fuerte. Pero aquí es donde él quería encontrarse 
conmigo, fuera de este club. Aquí es donde estaban la mayoría de sus 
clientes, y así es como supe que existía este lugar. 
Es exclusivo y privado. 
Nadie conoce el club ni entra sin invitación. 
No hay manera de que entre. 
 
 
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Pero tengo que entrar. 
Intento no parecer demasiado interesada mientras miro fijamente la 
puerta. Estoy segura de que un centenar de cámaras de seguridad me están 
mirando ahora mismo, cámaras que se extienden mucho más allá de la puerta 
del club. Un lugar como éste necesita saber quién se acerca. Necesitan saber 
si la persona es peligrosa o uno de sus miembros antes de decidir si la dejan 
entrar o no. 
Ojeo la parte superior del edificio de ladrillo, pero no veo ninguna 
cámara. No hay ningún guardia delante de la puerta, pero no me cabe duda 
de que hay uno dentro. Puede que consiga atravesar la puerta, pero puede 
que eso sea lo más lejos que me dejen llegar. Podrían matarme por conocer 
el club cuando no debería. Y aunque consigallegar hasta Enzo, aunque 
consiga mis respuestas, me matará. 
Esta es una misión suicida. 
Pero al menos tendré mis respuestas. 
Dejo de dar rodeos y camino lentamente hacia la puerta, como si Enzo 
pudiera saltar y apuntarme con una pistola en cualquier momento. 
No pasa nada. 
Dudo en la puerta. Tengo que ser la antigua Kai. La que podía caminar y 
hablar de cualquier cosa. No tenía curvas, ni un cuerpo por el que los 
hombres morirían, pero sabía cómo exudar fuerza y confianza. 
Cierro los ojos. Soy ella. 
 
 
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Abro los ojos al tiempo que abro la puerta y me introduzco en la guarida 
de los hombres más malvados del mundo: hombres que matan, torturan y 
venden mujeres. 
Espero que los brazos me agarren. Un hombre que me aborde. Algún 
movimiento para intentar echarme. Así que cuando no siento nada más que 
el aire caliente del club contra mi fría piel, exhalo bruscamente. Estoy 
emitiendo vapor y hielo en un lugar construido con fuego. 
Me obligo a mantener la cabeza alta y a mirar a los ojos de los 
clientes mientras entro en la gran sala en la que hay hombres sentados en 
mesas con bebidas y mujeres semidesnudas bailando a su alrededor. 
No pertenezco a este lugar, pero tal vez piensen que soy una de las 
bailarinas que aún no se ha puesto el traje de desnudista. 
Si me miraran, sabrían que no es la verdad. Se darían cuenta de que sólo 
soy un saco roto de huesos y carne. 
Surrender es precisamente lo que cualquiera esperaría de un club. Nunca 
sabrías que estos hombres son más peligrosos que la media. Aparte de que 
el mobiliario es más lujoso y el talento de los bailarines es mejor que el de la 
mayoría, he entrado en numerosos clubes como este a lo largo de la costa de 
Miami. 
Aquí no es donde encontraré a Enzo. Este no es el lugar más profundo y 
oscuro del club. Esto es para las apariencias, así que si alguien como yo se 
tropieza dentro, no se dará cuenta de lo que encontró. 
No creo que Enzo sea el líder de estos hombres, pero incluso si lo fuera, 
es lo suficientemente orgulloso como para no molestarse en mezclarse con 
los de abajo. Al menos lo era hace tres años. 
 
 
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La ropa cubierta que llevo me parece un error. El jersey y los vaqueros 
me asfixian y hacen imposible pretender ser una bailarina o una camarera, 
que son el único papel que tiene una mujer en un club como éste. 
Pero sigo caminando y nadie me detiene. Nadie me hace una pregunta. 
Nadie levanta siquiera una ceja. 
Es espeluznante cómo siguen los hombres. Me siento como un 
fantasma. ¿Tal vez lo soy? ¿Tal vez sí morí en el mar y he vuelto para 
atormentar a Enzo? 
Logro salir de la sala principal y me encuentro en un pasillo oculto más 
oscuro que las habitaciones principales. La oscuridad debería asustarme; la 
cantidad de luz aquí sólo hace que la maldad sea más dura. No hace nada 
para iluminar mi camino. 
Pero prefiero la oscuridad, la noche. El negro me atrapó durante años, 
pero me enseñó a ver incluso sin la luz de la luna. 
Camino con facilidad, sintiéndome de alguna manera más a gusto 
mientras recorro pasillo tras pasillo. Deberían pararme. Sé que estoy en la 
cámara, pero nadie me detiene. 
Es como si Enzo quisiera que lo encontrara. 
Veo pasar más luz al final de un pasillo y vuelvo a oír música por primera 
vez desde que salí de la sala principal de la entrada. 
Aquí, aquí es donde obtendré mis respuestas. 
Me mantengo a la sombra de la puerta, deseando poder ver lo que 
ocurre en la habitación sin que me vean a mí. 
 
 
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Ojalá pudiera robarle mis respuestas a Enzo con la misma facilidad con 
la que le robé el reloj la primera vez que lo conocí. 
En lugar de retroceder, doy un paso adelante para salir de las sombras y 
entrar en la puerta. 
Enzo. 
Está sentado en una gran silla roja en una esquina de la habitación. 
Parece hecha para la realeza, no para su culo traidor. 
Sus ojos se encuentran con los míos en el instante en que mi cuerpo 
aparece en la puerta, como si supiera que estoy caminando por el pasillo 
hacia él. Nadie más se fija en mí. Sólo él. 
La rabia, como nunca antes la había sentido, estalla como ondas de 
choque en mi cuerpo. Este es el hombre responsable de mis años de 
tormento, dolor y sufrimiento. Este hombre eligió venderme a Jarod y sus 
hombres. Este hombre se aseguró de que odiara el mar para siempre. Este 
hombre tomó mi vida y la convirtió en algo que nunca podré reclamar como 
propio. Tomó mi libertad y la cambió por arcadas de dolor. 
Este hombre. 
Este maldito y magnífico hombre malvado. 
La última vez que vi a Enzo, era un niño. Alto, sus músculos fuertes, pero 
joven. Parecía mayor que su edad, diecisiete años, pero ahora es todo un 
hombre. Ha crecido hasta convertirse en un músculo voluminoso, endurecido 
en un monstruo de hermosas venas y cuerdas que se retuercen por su cuerpo. 
Una sombra de su pelo oscuro cubre su rígida barbilla, unas líneas afiladas 
forman sus mejillas y unas rendijas para los ojos que parecen una serpiente. 
Su pelo es un poco más largo que antes, retorciéndose en hilos negros que 
 
 
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tejen a sus víctimas bajo su hechizo, haciendo parecer que es inocente 
cuando es el epítome del mal. 
Se me va el aire mientras me mira fijamente. He imaginado este 
momento durante años, repitiendo este momento en mi cabeza y todas las 
formas en que podría desarrollarse. Con mi bofetada, gritándole, dándole un 
poco de su propia medicina cuando lo torturaba. Imaginé tantas variaciones 
de lo que haría cuando volviera a ver a Enzo. 
Nunca esperé congelarme como una nenaza. Soy fuerte y no tengo 
miedo. No queda nada que temer cuando te lo han quitado todo. Pero estar 
frente al hombre responsable de mi ruptura es demasiado para que mi 
cerebro lo procese. 
Enzo se pone de pie y se quita una mano bien cuidada que estaba 
trazando sobre la solapa de la chaqueta de su traje. Un traje que se funde 
sobre sus esculturales músculos como una segunda capa de piel. Antes me 
parecía que le sentaba bien la ropa, pero ahora irradia confianza mientras 
se mueve como si nada ni nadie le impidiera conseguir lo que quiere. 
Mis ojos se abren de par en par, su atención se desplaza de Enzo a las 
mujeres que descansan y bailan a su alrededor. Cinco mujeres, todas ellas en 
diferentes estados de vestimenta. Ropa ajustada a la piel revelando sus 
pechos y culos, lencería, o completamente desnudas. Luego veo a los 
hombres. Dos de ellos llevan trajes como los de Enzo, aunque no les quedan 
tan bien. Y tres llevan vaqueros y sudaderas con capucha. Ninguno de los 
hombres reconoce a las mujeres, tratándolas como si fueran muebles y 
adornos inanimados en lugar de personas reales. Debería disgustarme, pero 
estas mujeres son tratadas como reinas en comparación con las del yate en 
el que he pasado demasiado tiempo. 
 
 
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Todo el mundo se concentra en Enzo, que sigue mirándome como si no 
creyera que estoy aquí. Dudo que me reconozca. Han pasado años, y yo no 
era para él más que un cheque que cobró cuando me vendieron para 
asegurarse de que cumpliera nuestro trato y me mantuviera alejada. 
Probablemente esté asombrado de que uno de sus esclavos haya logrado 
pasar por su seguridad hasta su puerta sin ser expulsado. 
Enzo camina hacia mí y la sala se queda en silencio cuando sus ojos se 
dirigen a mí. Debería estar aterrorizada de estar en una habitación llena de 
tantos hombres depredadores. Hombres que probablemente conocían mi 
destino o que han ayudado a Enzo a hacer cosas similares a otras mujeres. 
No siento nada por los otros hombres, sólo por Enzo. 
—Fuera —dice Enzo sin apartar su mirada de mí. Pero no me habla a mí, 
sino a todos los demás en la sala. Su garganta gruñe cuando dice la palabra 
con su voz profunda y autoritaria. Su voz siempre fue fuerte y poderosa. 
Suena igual a como la recuerdo, pero de alguna manera más profunda queantes. 
Las mujeres se dispersan, pero sus ojos me dirigen una mirada curiosa 
antes de marcharse. Las observo con el rabillo del ojo. Todas son hermosas y 
están intactas, sin cicatrices, intactas. 
Los hombres con capucha y camiseta salen a continuación por las 
puertas del fondo de la sala. 
Los dos hombres trajeados se entretienen. Uno abre la boca como si 
quisiera cuestionar la autoridad de Enzo, pero resiste el impulso. Se marchan 
lentamente tras el resto. 
Enzo trabajaba para uno de los hombres más poderosos de todo Miami, 
tal vez del mundo, definitivamente uno de los más peligrosos. Parece que en 
 
 
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el tiempo que he estado fuera, ha ganado más poder en la organización. Una 
vez me dijo que si me mataba, sería libre. 
No me mató. Así que supongo que nunca se liberó. 
¿Qué consiguió vendiéndome? Poder, mujeres que bailan para él, 
hombres que disparan sin hacer preguntas. 
Ahora que estamos solos, mi corazón se acelera. La última vez que me 
tocó, casi me mató con sus propias manos en uno de sus yates. Luego me 
salvó de ahogarme cuando nos tiró por la borda. No estoy preparada para 
que me toque de nuevo. 
Pero no puedo retroceder y mostrar mi miedo. 
Respiro profundamente y con dolor mientras mis costillas se expanden 
y los huesos rotos se clavan más adentro. Empujo el pecho hacia fuera, 
poniéndome tan alta como puedo con mis vaqueros holgados y mi jersey de 
color pálido. 
—Deberías haberme matado —digo, mis primeras palabras en días. 
Enzo se detiene a medio metro delante de mí. No reacciona a mis 
palabras, pero sus ojos leen el reconocimiento. Sabe exactamente quién soy. 
La chica que debería haber matado, convertida en mujer. Porque ahora que 
he sobrevivido, obtendré mis respuestas. Y me aseguraré de que su vida sea 
un infierno. 
No sé por qué Jarod me liberó. Tal vez Enzo le dio instrucciones cuando 
me vendió a él de que sólo podía ser libre si estaba lo suficientemente rota 
como para no querer volver a Miami. Jarod se aburrió de mí y me liberó, 
pensando que estaba rota. Pero no lo estaba. No lo estoy. Ese fue su error. 
 
 
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—Eso se puede arreglar. —Su voz es dura. 
Aprieto los dientes mientras mis piernas empiezan a temblar bajo mi 
cuerpo. Ni siquiera tengo fuerzas para mantenerme en pie. ¿Por qué pensé 
que aparecer aquí y exigir respuestas era una buena idea? Me venderá de 
nuevo o se deshará de mí con un chasquido de pistola. No soy nada para él. 
No, soy algo. Se suponía que debía matarme, no venderme. Si pensó que 
venderme era un destino mejor que la muerte, no tengo ni idea. 
Y me aseguraré de que me mate antes de que otro hombre me toque. 
No tengo miedo a la muerte. 
Y no tengo miedo de Enzo. 
—Entonces a qué esperas: mátame —le digo. No lo hace. Puedo ver que 
tiene tantas preguntas detrás de sus ojos como yo. Quiere saber qué me 
pasó. ¿Cómo escapé de mi amo? ¿Por qué estoy aquí? 
Inclina la barbilla como si eso le diera un mejor ángulo para ver mi 
cuerpo delgado como un palillo. Pero eso es todo lo que puede ver: lo 
delgada que estoy. Los huesos rotos, los moretones y las cicatrices están casi 
ocultos. A menos que me examine los dedos de los pies o de las manos, no 
verá ningún hueso roto. Mi nariz se ha roto varias veces, pero mi ojo izquierdo 
tiene un profundo moretón que sería imposible de ocultar incluso con 
maquillaje. 
—Podría matarte —asiente como si lo estuviera considerando—. O 
podríamos jugar a un juego. 
Mi corazón se paraliza. Sé exactamente de qué juego está hablando: 
verdad o mentira. El mismo juego que le enseñé la última vez. El juego que 
 
 
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gané. Aunque ganar el juego no importó. Terminé siendo una cáscara vacía 
de la mujer que una vez fui. 
—Creo que prefiero estar muerta. 
Sus ojos se estrechan y su mandíbula se tensa. 
—¿Por qué? 
—Porque en la muerte podría ser finalmente libre. 
Vuelve a caminar hacia mí y yo me quedo quieta, rogándole en silencio 
que no me toque. Mi cuerpo grita por dentro que me aleje, pero temo que si 
hablo, me acaricie intencionadamente. Se me eriza la piel ante esa idea. 
No me toca mientras me rodea como un halcón que determina cómo 
atrapar a su presa. Después de dar vueltas, se detiene frente a mí. 
—La muerte no te liberará. —Se aleja, dándome espacio para respirar. 
—Sí, lo hará. Estoy rota, ¿no lo ves? No soy nada. Cuando me vendiste a 
esos hombres, aseguraste mi muerte. Debería haber muerto hace tres años 
cuando hiciste que tus hombres me llevaran antes de venderme, incluso 
después de nuestro acuerdo. No me diste la oportunidad de salir de Miami. 
Me mentiste. Me hiciste esto... —Mi voz se quiebra en un chillido agudo, y sé 
que las lágrimas amenazan. No llores. No delante de este hombre. 
Pienso en la primera vez que me secuestraron. Estaba agotada después 
de nadar hasta la orilla toda la noche, y entonces las manos se acercaron a 
mí. Al principio, pensé que no podía ser Enzo. Pensé que era uno de los 
cobradores de mi padre. 
 
 
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Después de que Enzo me perdonara la vida, pensé que tenía compasión. 
No había forma de que hubiera hecho esto. Y entonces escuché a los 
hombres hablar de Enzo, de su jefe Black. Cuando me llevaron a una sala llena 
de hombres ricos, me sacaron al escenario como si fuera ganado, y me 
vendieron al mejor postor, fue el nombre de Enzo el que se dio como 
vendedor. Puede que él no estuviera allí, pero fue por orden suya que me 
vendieron. 
Enzo debió darse cuenta de que nunca me habría alejado de Miami y 
de mi padre. 
Pero no podía matarme, así que me vendió. 
Me trago las lágrimas. 
—Te aseguraste de que me rompieran, vendiéndome a los peores 
hombres. Me toca dar un ultimátum: mátame o responde a mis preguntas, 
porque no viviré un día más en este infierno sin entender por qué no me 
mataste aquel día. Por qué se te encargó matarme en primer lugar. 
Escupo mis palabras, pero él no se inmuta. Cada palabra es como un 
puñetazo en sus entrañas. Pero él es invencible; no puede ser fracturado. 
Tiene una armadura natural que yo moriría por poseer. 
—Tienes razón. Te vendí, no al mejor postor, sino al hombre más cruel 
para asegurarte una vida de dolor. Uno que ni siquiera te quería, pero amaba 
saber que te arruinaría para cualquier otro hombre. Ahora que estás rota no 
le sirves de nada, así que te tiró a la orilla más cercana. 
Debería sollozar ante sus palabras. O sentirme validada por confirmar 
mis sospechas. Enzo es responsable de mi dolor, y tengo la oportunidad de 
herirlo por hacerme daño. 
 
 
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—Te equivocas en una cosa —dice. 
—Lo dudo. 
Sonríe. 
—Los hombres fallaron. He visto mujeres destrozadas. He torturado a 
suficientes hombres como para entender cuando ese último deseo de vivir 
se va, cuando los blancos se desvanecen de sus ojos, y entregan su alma a 
mí. Sé lo que hay que hacer para llevar a una persona al borde de la 
existencia y asegurarme de que nunca quiera aferrarse. Puede que tu cuerpo 
sufra un dolor agonizante, que tu mente esté nublada por el miedo, pero tú, 
Kai Miller, no estás rota. 
Jadeo. 
No estoy rota. 
Lo he sabido todo el tiempo, pero necesitaba la confirmación de otra 
persona para creerlo. Mi padre no lo dijo. Mason no podía ni imaginarlo. Pero 
Enzo lo dijo sin que yo siquiera lo pidiera o lo suplicara con la mirada. Es lo 
que necesitaba oír para sobrevivir. 
—Sé que no estoy rota, a pesar de lo que todos me dicen. 
Asiente lentamente con un pequeño brillo en los ojos. 
—Ahora que hemos resuelto eso, no quieres realmente que te mate. Es 
hora de jugar a un juego. 
—No, no más juegos. Aunque gane, encontrarás alguna forma retorcida 
de engañarme. 
—¿Y nunca me has engañado? —Pregunta. 
 
 
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—No, no durante el juego. 
Asiente con la cabeza. 
—Tampoco te he mentido durante el partido. Tú ganaste el juego. 
Respondí a todas las preguntas que pude. 
—Todos menosel que realmente importaba. 
¿Por qué? ¿Por qué vino a matarme? La única pregunta que nunca 
respondió y que necesito que me respondan más que nada. 
—Entonces era un niño con poco poder. Ahora, soy un rey. —Señala la 
gran sala que parece más una guarida que una habitación. 
—¿Responderás a cualquier pregunta que te haga si gano la nueva 
ronda? 
—Sí, si ganas, responderé a cualquier pregunta. 
Por eso he venido. Para obtener respuestas a mis preguntas. Para 
entender por qué, de todos los millones de mujeres en el mundo, el diablo 
me encontró a mí. No puedo confiar en Enzo, pero esta podría ser mi única 
oportunidad de obtener respuestas. 
¿Por qué Enzo fue asignado para matarme? 
¿Por qué no me mató? 
¿Por qué me llevó? 
¿Por qué hizo que sus hombres me vendieran? 
¿Por qué me torturaron hasta el borde de la ruptura? 
 
 
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¿Por qué? 
—¿Me dirás por qué? —Pregunto, sin incluir todas las preguntas, 
sabiendo que su respuesta abarcaría todas las preguntas. 
—Sí, te diré por qué. 
Enzo puede ser malvado, pero me dirá la verdad si gano. Él también 
quiere respuestas. Está deseando hacerme un sinfín de preguntas. Para 
atarme, golpearme y obligarme a responder. No sé por qué no utiliza ese 
método. No funcionaría; sé cómo soportar la peor tortura imaginable. Tal vez 
Enzo sienta eso. No tengo nada que ocultar. Perder y tener que responder a 
sus preguntas no es realmente una pérdida. 
—Y si pierdo, responderé a tus preguntas —digo. 
—No. 
Espero con la respiración contenida a que diga sus próximas palabras. 
Sus ojos de lobo y el gruñido de su garganta ya dan paso a lo que quiere. A 
mí. 
—No, si tú pierdes, yo te gano —dice. 
 
 
 
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Pensé que Kai era un fantasma. 
Pensé que estaba soñando, imaginándola de pie en la puerta de mi 
guarida. Pero entonces habló, y supe que Kai era real. 
Ha estado fuera tanto tiempo. Me aseguré de que nunca apareciera en 
Miami, en Surrender, en mi vida. Sin embargo, aquí está... 
Flaca. 
Golpeada 
Al borde de la muerte. 
Kai no debería estar viva. Ni siquiera entiendo cómo está de pie. 
Recuerdo lo pequeña que era antes, pero esto está a otro nivel. Los años 
que han pasado desde la última vez que la vi me han convertido en una dura 
máquina de músculos. Nadie me confundiría con un chico. Kai debería haber 
rellenado las curvas de su cuerpo; en cambio, ha adelgazado hasta casi 
desaparecer. Una fuerte brisa podría hacerla volar. Podría romper su frágil 
cuello entre el pulgar y la punta de los dedos. 
Sus ropas cuelgan holgadas; sus huesos asoman bajo las mangas largas 
y los pantalones que, estoy seguro, ocultan lo inconcebible: moretones, 
cicatrices, dolor. Su pelo oscuro de medianoche ha crecido en longitud, pero 
 
 
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es desigual y está desordenado. La hinchazón alrededor de su ojo es lo que 
más me ha fascinado. El color negro y azul alrededor de su piel, ahora pálida, 
se ha aclarado por la falta de luz solar y de alimento. 
Durante años, he hecho todo lo posible por olvidar lo que pasó. Olvidé 
sus hermosos labios carnosos, su hermoso cabello negro ondulado, su piel 
sedosa. Intenté borrar de mi cabeza su mordacidad y tenacidad. Fingí que 
aquella noche había sido un sueño. Que nunca le puse las manos encima ni 
la amenacé con matarla. Que no la obligué a salir de Miami y a entrar en un 
mundo de dolor. 
Por mucho que intentara olvidar, era imposible. No porque fuera la única 
chica que he querido y no he podido tener. Una chica que me intrigaba y que 
despertaba una emoción dentro de mí que no sabía que podía existir. Sino 
porque deshacerme de Kai me hizo ganar poder. 
Ya no soy un prisionero de mi padre, sino un hombre libre y despiadado. 
Yo decido mi destino ahora. Y tengo hombres que lucharán hasta la 
muerte para asegurar que me salgo con la mía. Y nunca he olvidado lo que 
me costó ganar esa autoridad… Kai. 
Ella fue el sacrificio por mi libertad. Se suponía que ella nunca regresaría. 
Se suponía que nunca tendría que lidiar con las consecuencias de mi pecado. 
Pero aquí está ella. 
Kai fue estúpida al volver. Ella era libre. Podría haber ido a cualquier 
parte, y salvarse. Reconstruir su vida. Habría tomado tiempo, pero ella tenía 
esa opción. Ella eligió volver aquí, a mí. 
Está claro, por la mirada de sus ojos desafiantes, que quiere destruirme, 
pero quiere más que eso. Quiere respuestas. 
 
 
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Suspiro. 
Entiendo su necesidad de verdad, de dar sentido a lo que le pasó, pero 
es una razón estúpida para renunciar a su vida. Cuando la respuesta es 
simple: la sacrifiqué para salvarme. 
Pero no voy a iluminarla. No a menos que ella gane. 
—Siéntate —digo, indicando la silla que antes ocupaba Langston, mi 
mano derecha. 
Los ojos de Kai se dirigen a la silla, pero no se mueve. Si no se sienta 
pronto, se derrumbará de agotamiento. 
—Siéntate —prácticamente grito, mi voz brama por toda la habitación. 
No estoy acostumbrado a que mis órdenes no se cumplan de inmediato y 
por completo. 
Kai no se inmuta ante el volumen de mi voz, pero mi orden finalmente 
se registra. Espero que luche y discuta conmigo a cada paso. En lugar de eso, 
se acerca a la silla. Sus piernas se tambalean y tiemblan, manteniéndola 
erguida a duras penas con cada paso. Pero no parece darse cuenta de que su 
defectuoso cuerpo se está apagando. 
Se tambalea y yo extiendo mi brazo para atraparla, pero ella gira en el 
último segundo y se atrapa a sí misma en lugar de caer en mis garras. 
Suspiro y me llevo la mano a la nuca, frotándome con fuerza, intentando 
sacar la frustración de mis tensos músculos. 
No debería querer ayudarla, ni siquiera tocarla, pero no puedo evitar 
la atracción que ejerce esta mujer sobre mí. 
 
 
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Necesito un trago. Kai necesita comida. No sé cuándo fue la última vez 
que comió. 
Joder. 
¿Cómo pude dejar que esto sucediera? Soy un bastardo cruel y sádico, 
pero nunca quise que esta traición se apoderara de su vida. Odio lo hueca 
que está. Odio el dolor que siente. Pero sobre todo, odio que algún hombre 
la haya tocado. 
Es mía. 
¿Entonces por qué la dejaste ir? 
Porque no tenía otra opción. 
Dejo a Kai en la habitación mientras voy a la cocina por algo de comida. 
Debería preocuparme por lo que Kai hará en los minutos que no estoy. Qué 
secretos encontrará en mi habitación privada. Me preocupa más que sus 
débiles latidos se detengan o que sus pulmones cedan y esté muerta antes 
de que yo regrese. 
No sé qué comida es nutritiva para una persona que ha estado en el 
infierno y ha salido del otro lado. Así que me limito a echar en el plato lo 
primero que encuentro: fresas, pizza vieja, galletas y aceitunas. 
Vuelvo corriendo a la habitación, con los pies en silencio mientras me 
muevo. 
Cuando vuelvo a entrar en mi guarida, Kai sigue sentada en la silla, con 
los dedos rozando el dobladillo de la camisa. 
Se sobresalta cuando entro. 
 
 
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Debería disculparme. Debería hacerla sentir mejor, pero no lo hago. 
Quiero que coma, pero también la quiero en vilo. Quiero ganar nuestro juego 
de verdad o mentira. Quiero tomarla y asegurarla como mía. 
No sé por qué sugerí el juego, cuando podría fácilmente tomarla por la 
fuerza. Es demasiado débil para luchar. Podría lanzarla sobre mi hombro y 
llevarla a mi casa. Encerrarla para siempre. 
Pero no me parece justo. Me gusta darle una oportunidad de luchar, 
incluso si el resultado es el mismo al final. 
Pongo el plato de comida en la mesa auxiliar junto a Kai y luego nos 
sirvo un vaso de agua a cada uno. Le ofrecería alcohol, pero temo que le 
queme el poco revestimiento que le queda en el estómago tras años de 
comerse a sí misma para sobrevivir. 
—Come. 
Se queda mirando la comida, como si fuera un montón de gusanos y 
bichos que le estoy pidiendo que coma. 
—Kai, come —le advierte mi voz. 
Sus ojos revolotean hacia mí mientras su respiraciónse ralentiza. 
—No he venido a comer; he venido a buscar respuestas. ¿Vamos a jugar 
el juego o no? 
Suspiro. Es la mujer más frustrante. 
—Cuando juguemos, y yo gane, comerás. Harás todo lo que te diga, 
porque me perteneces. 
Ella suelta un suspiro. 
 
 
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—Olvidas que gané la última vez. Y ahora estoy más decidida que nunca 
a ganar de nuevo. 
—Puede que hayas ganado antes, pero al final de esta noche, serás mía. 
—No perteneceré a nadie más que a mí misma —arremete ella. 
Sonrío. 
—Ahí está la chica luchadora que recuerdo. 
Ella resopla. 
—Se ha ido. Kai Miller se ahogó en el océano. 
—¿Así que ahora eres Katherine, entonces? —Pregunto, recordando el 
nombre que dijo que sus padres la llamaban antes de declarar que se llamaba 
Kai. 
—No, no soy nadie. Ni siquiera existo. 
Respiramos al unísono, ambos necesitamos aire, pero no estoy seguro 
de que la habitación tenga suficiente para los dos. Y lo que queda de aire nos 
empuja juntos. Los dos intentamos resistirnos, pero de alguna manera me 
inclino hacia ella, alargando la mano para rozar un mechón de pelo que ha 
caído en su cara. 
Kai lo aparta mirándome fijamente antes de que pueda tocarla. Me odia, 
por supuesto, no quiere que la toque. 
—¿Las reglas? —Pregunta. 
—Lo mismo que antes. Cada uno de nosotros tiene una oportunidad 
para identificar la verdad de las mentiras correctamente. 
 
 
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Ella asiente. 
—Yo gano; tengo mis respuestas. 
—Yo gano; te gano. —Espero que haga preguntas. ¿Cuánto tiempo la 
llevaría si perdiera? ¿Qué se espera que haga si la tomo? 
No pregunta. Que la tomen ya no la asusta ni le preocupa. Ella ha 
perdido su vida antes, por mi culpa. Esto no es diferente para ella. 
Y necesito ganar por muchas razones. Está la atracción, la atracción que 
me suplica que la tome, que la haga mía, que la folle y que le muestre un 
placer que nunca ha experimentado antes, mientras la arruina más de lo que 
ya está. Pero necesito tomarla por algo más que mis propios deseos sexuales. 
El poder y la vida que he ganado requieren que ella permanezca oculta. Sólo 
puedo hacerlo de dos maneras. Las mismas dos opciones que tenía antes: 
matarla o tomarla. 
—Puedes empezar. 
Me vuelvo a sentar en mi silla, sorbiendo mi agua como si fuera whisky. 
Debería haberme servido un trago, pero quiero ser muy consciente de ella. 
Preparado para saber cuándo miente o dice la verdad incluso antes de que 
hable. La última vez que jugamos, fui ingenuo. Pensaba que yo tenía 
experiencia, y que ella no. El tiempo nos ha cambiado a los dos. A mí en la 
fuerza muscular, a ella en la venganza. Ambos tenemos las habilidades 
necesarias para ganar el juego, pero espero que su cerebro esté demasiado 
nublado para pensar con claridad. 
Kai se aclara la garganta y baja la cabeza hasta las manos. Se cubre la 
cara mientras piensa en las mentiras y verdades que va a revelar, con la 
esperanza de que al ocultar su rostro, yo esté menos atento a ella. 
 
 
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Mis labios se curvan, como si no fuera posible sentirla. La siento más que 
la veo. Su gélido aliento atraviesa mi ardiente corazón con cada exhalación. 
Y mi sangre bombea más despacio por mis venas al ritmo de su lento e 
irregular latido. Incluso a miles de kilómetros de distancia, de vez en cuando 
siento un escalofrío en la espalda o una punzada en el costado y pienso en 
ella. Estamos conectados, y ahora mismo siento su dolor, junto con su 
determinación. 
Lentamente, Kai vuelve a descubrirme su rostro; coge el agua, da un 
sorbo y me mira fijamente. 
—Odio a mi padre. Odio el océano. Te odio a ti. 
Sonrío amando el tema que eligió esta vez. La última vez que jugamos 
eligió la lujuria, la tentación. Me engañó haciéndome creer que era más 
inocente de lo que era. Esta vez, ha elegido su emoción más fuerte: el odio. 
Es más fácil para ella alimentar cada frase por igual, haciéndome creer cada 
palabra que sale de su boca. Quiere jugar con las emociones más fuertes para 
ganar. Entonces yo también lo haré. 
—Amo a mi familia. Amo el océano. Amo el dinero. 
—No te creía capaz de amar —gruñe. 
Me encojo de hombros. 
—Todo el mundo es capaz de amar algo. 
Su rostro se ensombrece. No cree que sea capaz de amar, ya no. 
Miro el moretón de color púrpura intenso que tiene en la parte interior 
de la muñeca, expuesto cuando la manga le empuja hacia arriba. Luego me 
 
 
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fijo en sus pies descalzos, donde varios de sus dedos se doblan en sentido 
contrario. 
Dudo que alguien que haya pasado por lo que ella ha pasado sea capaz 
de seguir amando algo. 
—¿Cuál es mi verdad? —Pregunta Kai, impaciente. 
—Tan ansiosa por perder. 
—Quiero mis respuestas. 
—¿Qué es lo que más odias, Kai? —tomo mi vaso y hago girar el agua 
mientras contemplo mis opciones. 
—La opción más fácil y obvia sería que me odias. Intenté matarte. Te 
dejé en el océano. Te dije que si sobrevivías, te fueras de Miami. Y luego 
causé un tormento peor que la muerte. 
Hago una pausa, esperando que ella discuta o me grite por alguno de 
esos puntos. No lo hace. 
—Pero la opción más obvia no significa que sea tu verdad. Aunque me 
cuesta pensar que puedas odiar a alguien tanto como me odias a mí. —Pero 
tal vez ella utiliza una palabra diferente en su cabeza para lo que piensa de 
mí. Después de todo, el odio y el amor son dos caras de la misma emoción. 
Y si me odia, significa que tiene la capacidad de amarme. Ella nunca podría 
amarme; por lo tanto, nunca podría odiarme. 
—Tu padre también sería fácil de odiar. Se suponía que debía protegerte. 
O al menos rescatarte. No lo hizo. —Pero ella es demasiado niña de papá 
para odiarlo de verdad. No por sus incompetencias, aunque debería hacerlo. 
 
 
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—El océano también es digno de tu odio. Te dejé en él para que te 
ahogaras. ¿Quién sabe qué penurias experimentaste en el mar? 
Sus ojos se dilatan un milímetro. 
—¿Has hecho tu elección? —Pregunta ella. 
—Sí, ¿lo has hecho? 
—Todavía no creo que seas capaz de amar. Pero entre amar a tu familia, 
el océano o el dinero la elección es fácil. 
Sonrío. Bingo, la tengo. 
Y sé su verdad. 
—Tú vas primero —dice. 
—No odias a tu padre. Y por mucho dolor que te haya causado, no me 
odias. Odias el océano. —Es claro como el día. Ella odia el océano. El océano 
es igual a Kai. Se odia a sí misma. Odia en lo que se ha convertido. Odia estar 
rota y débil. Ella nunca podría odiar a su padre, y ella me ve como nada más 
que un soldado siguiendo órdenes. Que en última instancia la mantuvo viva, 
a pesar de que fue torturada por ello. Ella odia el océano. 
—Y tú amas el océano —dice Kai. 
Ninguno de nosotros parpadea. O respira. O se mueve. Ninguno revela 
quién es el ganador. El hilo de conexión entre nosotros se cierne revelando a 
nuestro ganador. Uno de nosotros eligió correctamente y el otro no. 
—El océano representa la libertad para mí —digo. 
Sus ojos se abren de par en par, dándose cuenta de su error. 
 
 
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—Pero ya no anhelas ser libre; eres libre —susurra. 
Asiento con la cabeza. 
—Y tú no amas el dinero —dice. 
Asiento con la cabeza. 
—Amas a tu familia. 
Asiento con la cabeza. 
—Amo a mi familia. Esos hombres, Langston y Zeke, son mi familia. 
Quizás no de mi sangre, pero son mi familia en todos los demás sentidos de 
la palabra. 
Ella asiente con la cabeza. No lo llama engaño. Ambos elegimos nuestras 
palabras con cuidado. Familia significa lo que realmente significa para mí, no 
la definición técnica de la palabra. Familia significa Zeke y Langston. 
—El océano representa todo lo que he perdido —dice. 
Asiento con la cabeza. 
—Nunca pude odiar a mi padre por no ser lo suficientemente fuerte para 
rescatarme. 
Asiento con la cabeza. 
—Ni siquiera te odio... —Su voz se quiebra—. El odio requiere que sienta 
algo hacia ti, y no creo que seas lo suficientemente humano para que te odie. 
Eres