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III. ACTITUDES DE LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL

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III. ACTITUDES DE LA COMUNICACIÓN INTERPERSONAL
· “Que nuestra palabra esté en conformidad con nuestro pensamiento es una de las exigencias morales elementales. En caso contrario, la vida en sociedad se tornaría imposible. Ésta, en efecto, está fundada en la confianza mutua, la cual no podría reinar, sino a condición de que uno no se vea en la obligación de poner en duda o de tratar de verificar exteriormente cada afirmación y cada promesa de los demás” Ignace Lepp.
· Hoy día mucha gente piensa que ya no se puede confiar en nadie; pero hay que repetir con toda claridad que sin un mínimum de confianza en los demás la vida humana, las relaciones serían intolerables. El hombre cree en la medida en que confía en la sinceridad y en los conocimientos del otro. Confiar es apoyarse de alguna manera en el otro, en su sinceridad y en su bondad, en sus conocimientos; pero eso es siempre una aventura, un riesgo, una hazaña y por eso dirigir al otro la palabra es siempre invitarlo a una aventura. 
· La confianza es el único camino para entrar en el mundo de las personas: sólo por la confianza es posible tratar a una persona como persona. Y el hombre tiene una gran necesidad de intimar con otras personas, alguien con quien compartir aspiraciones e inquietudes, penas y alegrías, su libertad y responsabilidad, su bondad, sus actitudes, su modo de pensar y sus intenciones, lo que se da con los mejores amigos y los familiares más íntimos.
· Se plantea aquí el tema fundamental de la verdad. “¿Y qué es la verdad?”, había preguntado ya Pilatos a Jesús. Es ésta la pregunta más importante que todo hombre debe contestar y averiguar; sobre todo la verdad última acerca de su destino y el del mundo.
Se pueden distinguir tres aspectos o niveles de verdad:
· La verdad en el pensamiento, que es la adecuación de lo que uno tiene en el pensamiento y lo que se da en la realidad. Es la verdad que persigue la ciencia.
· La verdad en las palabras, que es expresar con claridad y sinceridad lo que uno piensa (o como dice Lepp ‘‘conformidad entre palabra y pensamiento”).
· La verdad en la acción, que es encarnar en la vida aquello que uno piensa y dice: es la coherencia de vida, la autenticidad, la transparencia.
· En una palabra, es el testimonio de vida, que es la última garantía de lo que uno dice con palabras. Este testimonio únicamente se capta y se aprecia por una larga convivencia, donde la misma vida es garantía de la sinceridad y autenticidad.
· Por tanto, la verdad es un elemento indispensable para la comunicación entre las personas. Sólo en un ambiente de confianza se puede hablar y entonces se hace posible una apertura a la colaboración, al encuentro personal, a la amistad.
1. La verdad hoy
· Nuestra época se caracteriza por ser eminentemente científica y tecnológica. Todo lo que tiene el calificativo de “científico” adquiere prestigio y valor; al contrario, negar ese calificativo a algo es desvalorizarlo, decir que está superado, que no sirve.
· Es la mentalidad positivista, que crea una concepción eficientista de la verdad:
· “La búsqueda de la eficacia, el culto a la productividad, la preocupación excesiva por la racionalidad, la prioridad concedida de hecho a los medios sobre los fines” y olvida otros aspectos importantes de la verdad:
· “Valores de contacto, de comunicación, de intuición y afectividad, valores de creatividad y de particularidad, simplicidad y espontaneidad, sentido de una concordancia verdadera y auténtica consigo mismo, con los demás, y con la naturaleza”. J. Ladriere.
· En una palabra, se absolutizan verdades parciales, fragmentarias y no se llega a una verdad íntegra sobre la totalidad de la vida humana y su sentido. Entonces en lugar de una verdad que libera (“La verdad les hará libres” Jn. 8, 32); se llega a una verdad que esclaviza, porque fanatiza. El hombre de hoy parece moverse entre el delirio, la angustia y la indiferencia frente a la verdad.
· Delirio por la exaltación hasta el fanatismo de una verdad parcial, a la que se atribuye un significado inútilmente revelador y salvífico, de modo que el hombre queda atrapado en una pseudo-verdad. Piénsese, por ejemplo, en las varias formas de fundamentalismos modernos y en las actitudes radicales de algunas sectas.
· Angustia por el envilecimiento paralizador debido a una confianza traicionada. Confianza puesta en una verdad que no da sentido a la vida ni realiza plenamente al hombre, por lo cual éste tiene que comenzar a buscar siempre de nuevo.
· Indiferencia del hombre desilusionado, que vuelve de nuevo sobre sí mismo, pero no a la profundidad trascendente de su espíritu, al fondo de su interioridad y su núcleo invisible, sino al pequeño mundo de la vulgaridad y mezquindad de sus intereses, sin grandes ideales ni proyectos, en una zona de apatía y falsedad.
2. Veracidad y mentira
· Entre tantas riquezas que posee el hombre se encuentra la capacidad de expresar y comunicar los pensamientos y afectos mediante la palabra. Cuando se trata de expresar un juicio, usar rectamente el entendimiento y el lenguaje, ordenándolos a su finalidad, el hombre ha de vencer dos tendencias a la desviación:
· La dificultad para discernir lo falso de lo verdadero.
· La inclinación a ocultar y deformar la verdad.
· Se ha indicado ya que es vital para la sociedad humana el respeto riguroso de la verdad por parte de cada uno de sus miembros. Sólo así se hacen posibles la confianza y credibilidad en el otro, tan fundamentales para la vida en comunidad. En este sentido, el deber moral de “no mentir” es un caso particular de la vocación cristiana de servir al prójimo en la comunicación de sí mismo y de sus riquezas interiores.
2.1. Veracidad
· La necesidad de la veracidad para la vida social es una cosa obvia: sin la confianza no es posible una convivencia sana entre los hombres; sería imposible la vida en comunidad, sin una cierta seguridad de que no todos nos engañan. Es posible que alguno mienta, sobre todo. Es posible que muchos mientan sobre algo; pero una sociedad en la que todos mintiesen sobre todo sería insostenible.
· Para Santo Tomás de Aquino, mentir es “intrínsecamente ilícito”, un comportamiento considerado siempre pecaminoso, cualesquiera sean las circunstancias en que se produce y las consecuencias que pueda tener. La fundamentación de esta posición está en la naturaleza misma del lenguaje, que ha sido dada para la comunicación entre las personas. Toda palabra debe expresar la interioridad profunda del hombre; por lo cual toda mentira atenta contra la naturaleza misma de la socialidad humana, que requiere intercomunicación, cooperación y amor entre todos.
· Por otra parte, es evidente que la mentira revela por sí misma la falta de una autenticidad de vida que toda persona decente debería tener, y con mayor razón un cristiano. La persona recta, sincera, coherente, no necesita esconder nada y por tanto no necesita mentir. Su vida es transparente. El que miente siempre quiere ocultar algo que no anda bien en su propio comportamiento.
· Vaya como ejemplo el hecho de que algunos padres piensan que a veces no queda más remedio que mentir a los hijos. Pero el día en que un hijo descubra que sus padres le mienten, perderá irremediablemente esa confianza y apoyo en sus padres, tan necesarios para orientar su vida.
· Sin embargo, otra cosa muy distinta es cómo se dice la verdad, la forma en que se revela una verdad importante, por ejemplo, a un enfermo terminal, a fin de hacerle conocer su estado de salud. Y eso puede variar de acuerdo a las circunstancias y madurez del enfermo.
· Con esto no se quiere hacer de la verdad una obligación absoluta que no admitiría excepciones.
· En este sentido el dicho popular afirma que “no toda verdad es buena para decirla”.
· El alma de una moral cristiana auténtica es la caridad, la generosidad con el otro, el respeto profundo por su valor y dignidad. Hay verdades cuya revelación podría herir la intimidad del otro. Como dice I. Lepp:
· “Sobretodo cuando se trata de verdades concernientes a los demás, no tenemos el derecho y el deber de descubrirlas sino a aquellos que tienen rigurosamente derecho a ello”.
· La valoración moral de decir la verdad depende del hecho de que la palabra es acto de comunicación, y por tanto un acto de caridad. Existe una deuda general hacia el prójimo y esta deuda comprende poner a su disposición aquello que poseemos en nuestra mente.
· Pero pueden existir situaciones en las que decir la verdad puede ser contrario a la caridad, puede hacer mal al que la escucha. En ciertas situaciones, la prudencia manda esperar el momento oportuno para obrar.
· Normalmente, será suficiente no decir nada, pero si somos interrogados, alguna cosa se debe responder. Entonces la respuesta debe mirar primeramente al bien del otro.
· De todos modos, para el hombre de hoy sigue teniendo vigencia la veracidad como actitud ética global.
· Por tanto, la veracidad es la virtud que inclina a la persona a decir la verdad y a manifestarla al exterior, con sus acciones y palabras, tal como es interiormente. El Catecismo de la Iglesia Católica la define como “la virtud que consiste en mostrarse verás en los propios actos y en decir la verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía’’ (n. 2668).
· La exigencia de la veracidad como actitud fundamental de la existencia humana lleva consigo:
· La voluntad de verdad que penetre todo el actuar humano y que dé sentido al respeto ante los demás hombres.
· La voluntad de verdad se ha de manifestar sobre todo en la vida pública.
· Otro ámbito importante de la veracidad es el respeto al parecer ajeno. Es la veracidad concebida como clima para la veracidad del otro, que todavía no es consciente de sí misma, sino que ocasionalmente está oculta bajo la apariencia de su contradicción. Es la tolerancia activa ante el pensamiento del otro; la apertura de la mente, el sano pluralismo y el rechazo de la intolerancia y de toda forma de fundamentalismo.
· Ahora bien, la verdad abordada desde los derechos del enfermo, se busca afirmar la tendencia hacia una mejor información al mismo. Pero esta tendencia se hace más remisa cuando las noticias a comunicar no son optimistas. En este caso, la comunicación se suele hacer no al paciente, sino a la familia a cuya responsabilidad queda la actitud a adoptar: silencio o revelación.
· La resistencia en nuestra sociedad a informar al enfermo apela a justificaciones diversas: el bien del enfermo, la dificultad de una comunicación cuando el médico no está seguro, problemas de comprensión del mismo enfermo. Se piensa igualmente que la información trae más desventaja que ventajas.
· Hay dificultades provenientes del enfermo, tanto de su capacidad intelectual por las disminuciones de la enfermedad como por la situación afectiva. No es raro que el enfermo sea incapaz de comprender algunas informaciones de carácter técnico; sin embargo, ello no debería impedir dar una idea suficiente de la situación.
· Una información adecuada supone el conocimiento de cada enfermo, de sus expectativas, sus deseos; ahora bien, este conocimiento sólo es posible cuando cuenta con condiciones objetivas y con disponibilidad y capacidad para la escucha por parte del profesional, elementos que se aúnan raramente en la práctica.
· La obligación de informar al enfermo no ha de entenderse como un deber absoluto: el bien del enfermo inspirará las decisiones concretas, bien definido no ante todo desde el profesional sanitario sino desde el mismo enfermo.
2.2. Mentira
· Lo opuesto a la verdad es la mentira. La mentira es el rechazo de la verdad debida.
· La verdad rechaza el pacto con la falsedad, excluye toda doblez, repudia el engaño; es decir rechaza la “mentira” como antítesis y contradicción de sí mismo.
· El hombre vive en una estrecha relación con la verdad; no es indiferente a la misma. Una vez conocida se encuentra en él una tendencial inclinación a vivirla.
· La mentira interviene rompiendo esta unidad éticamente indisociable, es infidelidad a la verdad. El hombre es fiel a la verdad, en la “palabra según verdad”, que él pronuncia para sí mismo y
· para los demás. Ante todo, para sí mismo, porque es la primera relación interior consigo mismo. Por esto la primera mentira es la simulación o disimular la verdad para uno mismo. Toda mentira es siempre un autoengaño, que disocia a la persona en sí misma.
· Por otro lado, la mentira atenta contra el significado mismo de la palabra. Ninguna interioridad es transparente por sí misma, sino por la mediación simbólica del lenguaje. Este tiene como finalidad intrínseca ser vehículo del pensamiento.
· La mentira interfiere en esta finalidad, expropiando al lenguaje de su propia e intrínseca función de signo e instrumentalizándolo para fines que le son extraños. Así, la palabra ya no está al servicio de la verdad, sino del interés egoísta y explotador.
· La mentira traiciona la confianza y la promesa que toda palabra-signo expresa para el otro con efectos socialmente destructores. Ella (la mentira) puede tener formas diversas:
· La restricción mental, cuando la persona se manifiesta de manera ambivalente
· La reticencia, es una forma difusa de la mentira, sea en la vida cotidiana que en la historiografía que busca esconder algunos aspectos de la verdad.
· La denigración, contar defectos varios, pero ocultos, del prójimo.
· La calumnia, que atribuye al prójimo un defecto, erro, pecado, delito falso y conocido como tal, es de por sí y per se grave, siempre pecaminoso porque va contra la justicia, el amor/caridad y exige reparación.
· Juicio temerario, o difamación interna, es también grave.
· Insulto directo al honor de una persona.
Concluimos que toda mentira atenta contra este crédito de la palabra. Viola la promesa, es un abuso de confianza que aleja a las personas y alienta la ruptura de los vínculos sociales. La mentira engaña al otro con consecuencias socialmente envilecedoras. En el mundo de la mentira no puede reinar el amor, si no hay verdad, no hay amor.
3. El secreto
· Mientras el principio general de la moral que debe regular la comunicación entre los hombres, es el deber de donarse a los otros a través de la puesta a disposición de nuestros conocimientos, hay situaciones en las cuales el conocimiento del que disponemos no puede ser accesible para los otros. Se trata, por tanto, de una excepción al principio general y su contenido se llama “secreto”. 
· Ciertamente no todos nuestros contenidos mentales deben ser siempre comunicados a cualquiera. El secreto es algo que, por principio, no debe ser comunicado; no debe ser considerado disponible para los demás.
A continuación, hacemos un breve elenco de algunos tipos de secreto:
3.1. Secreto natural
· No tenemos derecho a conocerlo, no podemos tener noticias referentes a la vida privada del prójimo; entre éstas se hallan aquellas no conocidas, y que pueden dañar la buena imagen de alguien. Tales noticias podrían referirse a serios defectos morales, pero también a defectos físicos o psíquicos, o en general a cosas que en un preciso ámbito social sean consideradas desagradables, aunque en sí mismos nosotros no los consideremos como tal.
· Estas noticias debemos considerarlas no transmisibles, a menos que sean conocidas dentro del grupo en el cual el interesado se mueve. Esto es exigido por casualidad, y deriva de la naturaleza misma de la noticia. Violar tal secreto es conocido con el término de detracción; esto es atentar contra la buena fama del otro diciendo cosas verdaderas. La calumnia, por el contrario, es un deliberado atentado a la buena fama de otro a través de una acusación falsa.
3.2. Secreto prometido.
· Es frecuente que uno comunique a un amigo o confidente alguna cosa, bajo el explícito vínculo del secreto. A menudo es la simple necesidad de desahogarse, de manifestar una emoción, de pedir un parecer. 
· En cualquier caso, si yo aseguro al otro mi compromiso de mantener el secreto, quiere decir que acepto recibir una noticia que no es comunicable a otro.Cualquiera sea el contenido de la noticia, nace un pacto de fidelidad que debe ser respetado; el deber del secreto nace en este caso no del contenido de la comunicación, que puede ser insignificante, sino de la promesa de fidelidad en la relación de las personas.
3.3. Secreto profesional
· En comunidades campesinas, o en aquellas de la primera industrialización, eran pocas las personas que se dirigían a expertos profesionales para que les ayuden a resolver sus problemas. Abogados, médicos, psicólogos, consultores técnicos o financieros, eran pocas personas a disposición de un estrecho número de clientes.
· Con la expresión “profesional” se entiende una comunicación que yo hago a una persona experta en un determinado ámbito del conocimiento, con el objeto de obtener la ayuda de su experiencia o profesionalidad. Aquí no existe ninguna relación de amistad o de conocimiento mutuos, o por lo menos no es relevante que exista. 
· Yo comunico a otro mi problema, o defecto, o enfermedad o cualquier dificultad que solo no podría resolverlo. Exclusivamente busco un servicio profesional que necesito. El profesional es el experto que recibe una comunicación sólo para hacer un servicio preciso y nada más. Tal comunicación está vinculada por un pacto implícito o explícito que limita una posterior transmisión. El secreto profesional es algo radicalmente distinto a los precedentes tipos de secretos; éste es fruto de un pacto, y su observancia es una obligación de estricta justicia.
· Una segunda e importante característica del secreto profesional es la siguiente: yo me dirijo a un experto, al cual en general debo pagar, es decir porque verdaderamente lo necesito y está en juego algo importante para mí. El médico, el abogado, el psicólogo, el consejero financiero, el director espiritual, etc., son personas imprescindibles en situaciones de necesidad, de sufrimiento o de riesgo.
· Conviene, por tanto, que cada miembro de la sociedad en el momento de necesidad pueda acudir con toda confianza a ellos. Esto vale de modo particular para las profesiones que admiten el ejercicio concreto de un derecho social y jurídicamente reconocido.
· La capacidad de confiar en un profesional permite a quien necesita el poder dirigirse al él con la certeza de que su condición privada no termine siendo de dominio público.
· La tutela del secreto profesional es, por tanto, esencial no sólo para la persona particular, sino para la vida social en general. Esta es la razón por la cual el derecho tutela tal secreto, al menos para algunas profesiones esenciales.
· Existe, entonces, un doble y grave fundamento para el secreto profesional: la existencia de un pacto y la necesidad de confianza hacia el profesional.
3.4. Secretos médico y bancario
· Por su particular problematicidad, es oportuno hacer referencia a estos dos aspectos profesionales.
· En el caso del médico, que “debe garantizar el secreto total sobre todas las informaciones recogidas y sobre las indagaciones realizadas con el paciente” y además no puede “colaborar en la constitución de bancos electrónicos de datos médicos que puedan poner en peligro o debilitar el derecho del paciente a la reserva, a la seguridad y a la protección de su vida privada”.
· Es particular también el caso del secreto bancario, que, si por una parte constituye una garantía en un compromiso económico y operativo de personas y organismos varios, no puede ciertamente convertirse en pretexto o cobertura de evasiones fiscales o de los delitos más diversos (terrorismo, criminalidad organizada, acciones mafiosas); por lo cual parece legítima la injerencia de la administración pública, aunque con modalidades bien reguladas por la ley.
3.5. Sigilo sacramental o secreto de confesión
· Desde un punto de vista sistemático esto hace parte también del “secreto profesional”: yo cuento un secreto al confesor, precisamente con el objetivo de recibir un servicio suyo, que no puedo obtener de otro; es decir, la absolución y el perdón. Este secreto no conoce ninguna razón de violabilidad, por graves que sean las circunstancias: ni por el bien común, ni por el bien del penitente, ni por el bien del confesor mismo. 
· El pacto en este caso comprende también la cláusula “a costo de la vida”. La razón de esta situación debe buscarse en el hecho de que el pecado es siempre algo “vergonzoso”.
· Siendo la salvación eterna el bien supremo, inconmensurable con cualquier bien terreno, no puede existir razón que dispense del vínculo del secreto. Cualquier violación o solamente la existencia de sospecha o sombra sobre la inviolabilidad del sigilo sacramental, sería grave daño para la salvación de las personas.
	Priscila Rodrigues

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