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¿Cómo murió el emperador romano Nerón?

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Aprendiendo con Apuntes

Fue una muerte un tanto patética. Nerón había sido declarado enemigo del Estado y era buscado por las legiones para darle muerte de una forma atroz.

Nerón había dedicado los últimos días de su vida a financiar una absurda expedición para buscar los tesoros de la reina Dido, la legendaria monarca cartaginesa, con el objetivo de hacerse de algunos recursos para costear su huida a Egipto. Las excavaciones no tuvieron éxito alguno, y cuando sus enviados volvieron con las manos vacías, el emperador se vio en el dilema de que no tenía ni siquiera la financiación necesaria para escapar de Roma.

Además, no tenía fieles que lo protegieran. De forma imprudente, se había quedado poco a poco sin amigos ni aliados en los últimos meses. Había traicionado al pueblo, al senado y al ejército. El más reciente general de las legiones que había nombrado, enseguida se pasó al bando de los insurrectos que le buscaban para asesinarlo. Nerón parecía solo contar con su escasa guardia pretoriana y un puñado de libertos leales.

Por la mediación de su hombre más fiel, su siervo Faón, buscó comprar los servicios de la envenenadora Locusta, quien le hizo llegar un frasquito de veneno, mismo que él colocó en una cajita de oro, indeciso de beberlo y poner fin a sus días. Luego cambió de opinión y decidió que finalmente huiría a Ostia, y ante tal fin envió a Faón y a Epafrodito -su secretario de gabinete- a preparar el viaje. No obstante se topó con pared cuando buscó congregar a su guardia pretoriana. Cada uno de los guardias le dio una excusa distinta para no acompañarlo en su travesía de escape. En realidad, ninguno sentía simpatía alguno por el emperador, y era el momento de darle la espalda de forma definitiva. Se cuenta que solo uno de los guardias se animó a decirle lo que todos pensaban: "Nerón, ¿es que es tan malo morir?".

Nerón desistió finalmente de la huida: sin su guardia, estaría totalmente a merced de los bandidos del camino y de los piratas. Así que en el último día que pasó en su Domus Aurea, se sentó detrás de su escritorio y escribió una serie de reflexiones, como si se tratasen de planes que fue tachando uno tras otro. Es el cronista Suetonio el que nos da cuenta de este último texto escrito en vida por Nerón, una especie de discursillo pésimamente elaborado en el que calculaba sus posibilidades de salir vivo de aquella inmensa marea en su contra. Pensó, por ejemplo, en escapar hacia Armenia y solicitar la ayuda del rey Tirídates, quien en su opinión le debía un favor. También pensó en vestir de luto y acudir al Foro a solicitar el perdón y la piedad del pueblo romano con un discurso dramático. Por último también figuraba entre su plan B, el solicitar el gobierno de Egipto y dejar voluntariamente el trono vacante de Roma. Nerón pasó la noche entera escribiendo esas meditaciones.

A la mañana siguiente la Domus Aurea estaba vacía, sus hombres lo habían abandonado. Las habitaciones de los siervos estaban desiertas e incluso alguien había sustraído la cajita de oro en donde guardaba el veneno de Locusta. Se habían quedado de forma voluntaria solo cuatro leales, todos ellos antiguos esclavos liberados por Nerón: Faón, Epafrodito, Esporo y Acte. Había decidido poner fin a sus días, pero no deseaba hacerlo por su propia mano, y sus siervos tampoco se atrevían a ayudar en aquella tarea. Mandó traer al gladiador Espículo, pero no lograron encontrarlo.

En última instancia, Faón le ofreció su propia casa, a las afueras de la ciudad, oferta que Nerón aceptó con agradecimiento. De manera que vestido como un peregrino encapuchado, partió de su palacio acompañado de sus siervos a todo galope, seguro de que sus captores no tardarían en llegar por él.

Una vez en la casa de campo de Faón, tuvieron que entrar por la puerta trasera -por la vía del frente, parecía estar custodiada-; Suetonio relata que Nerón y sus acompañantes tuvieron que abrirse paso a través de las zarzas espinosas del campo y, magullados, tuvieron que reptar hasta llegar a la habitación trasera de la casa en silencio, en donde el emperador solo encontró un colchón raído con una manta. Faón le había instado a que se ocultara en una mina de arena cercana a la casa mientras él revisaba las inmediaciones, pero Nerón se había negado. Ya en la casa evitó comer el pan que le ofrecieron, pero bebió pequeñas cantidades de agua.

De cualquier modo, sabía que el escape no sería definitivo y que sin duda había de acabar con su vida por sus propios medios. Privado del veneno de Locusta, y sin nadie que pudiese ayudarle en la tarea, el emperador se debatía sobre cómo habría de suicidarse mientras sus siervos se ocupaban en cavar una tumba en el patio frente a sus ojos. Parece ser que Nerón no cesaba de lamentarse con la frase "¡Qué artista, qué artista muere conmigo!".

Poco después tocaban a la puerta: un correo cumplía con avisar en casa de Faón que Nerón había sido declarado enemigo público, por lo que se le buscaba oficialmente para darle muerte. El suplicio era atroz: se le sujetaría del cuello con una horquilla y lo molerían a latigazos.

Aquello animó a Nerón, que escuchaba, a apresurar el suicidio. Tomó varios puñales, y probó sus puntas indeciso. Pidió a Esporo que entonara lamentaciones fúnebres. Probó de nuevo la punta en la garganta, luego en el pecho, luego en el estómago, y luego les suplicó que lo ayudasen porque no tenía el valor. También se censuraba a sí mismo diciendo "Esto no es propio de Nerón, no es propio de ti, en estos momentos es necesario decidirse, ¡vamos, despierta!".

Solo fue hasta que escuchó el ruido de cascos de caballos por fuera de la casa cuando tomó la decisión final. Parece que después de citar un pasaje de la Ilíada ("¡Atronador resuena en mis oídos el ruido de rápidos corceles!"), al fin clavó levemente el puñal en su garganta; Epafrodito se apresuró a hundirlo del todo.

Cuando los soldados irrumpieron en la casa, encontraron a Nerón moribundo en su tumba. Uno de los legionarios corrió a auxiliarlo, colocando un manto sobre la herida, a lo que Nerón balbuceó "Demasiado tarde, pero eres un hombre leal". En realidad aquello no era lealtad: tenían órdenes de capturar vivo al emperador para llevarlo al suplicio.

El verdugo era un antiguo liberto que había sido ayudado por Nerón en algún momento del pasado. Éste decidió no profanar el cuerpo del emperador y, en vez de ser decapitado y lanzado por las escaleras de la infamia en Roma, fue incinerado y sus cenizas colocadas en el panteón de los Domicios en el monte Pincio, tal como fue su último deseo.

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