¿Los perros que pasan de cierta edad se dan cuenta de que están envejeciendo?

Creo que lo hacen.

Mi Chloe, una caniche estándar, originalmente iba a ser un perro de servicio que me ayudaría con el equilibrio (soy un sobreviviente de cáncer de médula espinal infantil). Era atenta y bondadosa, pero no podía calmarse. Nos despidieron del programa diciendo: "A veces se arreglan cuando cumplen dos años".

Se mantuvo enérgica a las dos, a las cuatro, a las seis. A los ocho años, se emocionó tanto ante la perspectiva de conseguir un trozo de queso de mi padre que me arrastró a lo largo de una cuadra de la ciudad. No mostró el más mínimo indicio de desaceleración hasta que tuvo alrededor de diez años, cuando le tuvieron que amputar la cola debido a un cáncer raro.

Extrañamente, su recuperación la dejó como una perra relativamente tranquila y serena. Y todo el entrenamiento que creíamos que había perdido reapareció de repente; luchaba por caminar siempre a mi izquierda, por mirarme y apoyarse en mi lado débil. Fue como si algo hiciera clic en su cabeza y finalmente lo entendiera. Nos cuidábamos unos a otros.

Siempre supimos que existía la posibilidad de que su cáncer regresara, y así fue. Después de un susto cardíaco durante una cirugía de tumor de piel no relacionada, nuestro veterinario aventuró la opinión de que no podría manejar más anestesia general.

Pasamos a monitorear su condición cardíaca y tratar de hacer que su tiempo restante fuera lo mejor posible. Pasó largas horas doradas en la hierba, observando las ardillas. Ella disfrutó de una hamburguesa Y quería que le sostuvieran la pata mientras nos acurrucábamos juntos.

En su decimotercer año, declinó rápida y dramáticamente, y dócilmente trató de ayudarme a cambiar sus pañales metiéndose ella misma en los agujeros de las piernas. Ella gimió toda la noche cuando el medicamento para el dolor dejó de funcionar. Eventualmente tuve que hacer la cita, la cita difícil, porque no había nada más que pudiéramos hacer por ella, y su vida se había convertido en nada más que miseria. La llevamos en la silla de ruedas a la oficina del veterinario, la misma en la que pasaba el rato cuando estaba internada cuando era una perra más joven, y sostuve su pata cuando falleció.

No comenzaré a aventurarme a adivinar si llegó a la conclusión de que su juventud había pasado, pero definitivamente llegó allí. Fue un honor cuidarla en su vejez.