¿Qué hacen los dueños de los perros cuando fallece su perro?

Tuve que elegir entre la camada, y elegí a Taz, una pequeña y alegre yorkie, perfecta en todos los sentidos. Pero después de un mes en casa con Taz, descubrimos que tenía una condición incurable con la que podía vivir bastante feliz, pero que yo no podía atender adecuadamente con el tiempo y los recursos que tenía en ese momento. Tenía 16 años y me rompió el corazón. Me las arreglé para encontrarle un hogar lleno de amor que pudiera cuidarlo adecuadamente. Él fue mi primer perro y, mientras nos alejábamos, juré que sería el último.

Pero la criadora, sintiéndose culpable, mencionó que le quedaba un cachorro de la camada (alguien se la había llevado y luego le había devuelto) y yo podría tenerla gratis. No estaba interesada. Mis padres arrastraron a pesar de mis patadas y gritos para recoger a Dory, el polo opuesto de su hermana, demasiado grande y torpe con grandes orejas caídas. Ella NO era la perra que quería. Ella era la perra que necesitaba.

Durante 14 años Dory fue mi alma gemela. Ella era neurótica, quisquillosa, tímida y con opinión propia. Entre sus muchas peculiaridades, ella no pondría un pie en el segundo paso desde la parte inferior de nada. Por lo general, esto creaba una pequeña conveniencia al subir las escaleras, pero al ser un pequeño perro de 10 libras (4 kilos y medio) con patas cortas, saltando solo un escalón hacia abajo generalmente significaba que se caía de bruces en la parte inferior. No importaba, ella no iba a tocar ese maldito paso. Cuando extraños le acariciaron la cabeza sin una presentación adecuada, ella apretó los ojos con una mueca exagerada y levantó una pata para apartar suavemente la mano intrusa. Y si la reprendía por algo (¡perro malo! No orinamos en la casa), mi pequeña reina del drama saltaba en el aire con un grito agudo y aterrizaba de lado, con los ojos abiertos, mirándome, para asegurarme de que recibió su mensaje. Ni una vez utilicé el castigo corporal, pero la forma en que se comportó usted pensaría que le había pegado un tiro. Ella particularmente disfrutaba haciendo esto en público.

La otra cara de la moneda es que cuando estaba feliz, era la visión más emocionante que se pueda imaginar. La llevamos a la playa cada año, y el recuerdo de su desgarro, estilo conejo, a través de las dunas estará entre mis más preciados.

Dory falleció después de 14 maravillosos años, y entré en la depresión más profunda de mi vida, una que, estoy convencido, contribuyó finalmente a la disolución de mi matrimonio. Durante 5 años, soñé que aún dormía a mi lado, y me desperté con lágrimas en los ojos, sintiendo como si la hubiera perdido de nuevo. Había perdido otras mascotas y lo había superado con el tiempo, pero la herida dejada por Dory era solo para curarme. Me desesperé pensando que nunca me recuperaré de mi dolor.

Después de que mi esposo se fuera, finalmente me tragué mi orgullo y entré en terapia. Por supuesto, mi dolor por Dory fue uno de los muchos temas discutidos. Me obligué a considerar qué era lo que ella llevaba con ella que me dejó tan vacía en su ausencia. Después de mucho trabajo con mi terapeuta, me di cuenta de que Dory vivía la vida en sus propios términos. Siempre complaciendo a la gente y superándome, tuve que participar de esta rara libertad indirectamente a través de ella. Una vez que decidí honrar su memoria viviendo mi vida como ella hubiera querido que lo hiciera, la abrumadora y paralizante sensación de pérdida se alivió.

La foto de Dory reposa en mi escritorio. La extraño, pero puedo mirarlo, incluso hablar con ella, sin disolverme en lágrimas como alguna vez podría haberlo hecho. Y en julio pasado, Dory consiguió una hermana pequeña, un caniche de juguete muy alegre y saltarín llamado Kali. Ella no es Dory, pero también es su propia persona. Y cada minuto con su cara sonriente y tonta y sus garras es una nueva alegría.

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