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curiosidad para descubrir el mundo, condición que en algunos casos va pasando con el paso de los años, pero que debería ser una lección para todas ...

curiosidad para descubrir el mundo, condición que en algunos casos va pasando con el paso de los años, pero que debería ser una lección para todas las generaciones, independientes de su momento de vida actual, y con ello, favorecer a su vez el desarrollo de todos los entornos educativos, sin distinción de nivel escolar o rango de edad en el que se gestionen las bases educativas. En virtud de lo anterior, se deduce que la adquisición de las competencias elementales se da en la socialización primaria asociada a la familia, empero, el desarrollarlas y mejorarlas están determinadas por las personas con quienes se interactúa, en especial, en el ambiente escolar, donde cada vez más tempranamente están los niños y niñas permaneciendo una buena porción de tiempo de su vida. En este sentido, resulta pertinente dilucidar sobre las competencias emocionales que el docente, visto como modelador emocional, se constituye en gestor que contribuye, a través de su ejemplo y forma de interrelación, en la constitución de la dimensión emocional de sus estudiantes y la formación de experiencias significativas en este aspecto, abordándolas desde la perspectiva de emoción y cognición, que son indisolubles en la construcción del conocimiento. Para ello, resulta necesario aproximarse al proceso básico de socialización, en donde la educación privilegia este mecanismo a partir del cual se posibilita la emocionalidad que surge de la interacción humana con los distintos actores que intervienen en la escuela, y más específicamente en el aula de clase que, mediante la interacción humana permite el desarrollo de la emocionalidad como proceso natural, dado que a partir del contacto con el otro, se va gestando el desarrollo de dicha emocionalidad, al descubrir al otro, a entenderlo, a convivir y compartir las realidades complejas que se comparten en el marco de dicha interacción y que a la postre posibilita el conocimiento de sí mismo, como competencia del ser. Cabe agregar que, la socialización permite reflejar patrones de comportamiento, de crianza, que están mediados por la interacción de todas las personas con quienes se comparte, sin distinción de espacio, pero, donde la educación juega un papel decisivo al enriquecer y habilitar de una manera formal la apropiación de una manera estructurada y consciente el manejo de dichos patrones que constituyan un mejor ejercicio de la emocionalidad para darles un sentido y marco más coherente frente a la simple réplica de patrones que podrían considerarse en cierto sentido heredados, puesto que las competencias emocionales son susceptibles de aprendizaje y perfectibilidad. Es evidente entonces, que las actuales condiciones que se imponen en el mundo moderno, en las que se encuentran diversidad de factores como globalización, el cambio de las dinámicas laborales, las afectaciones en temas socioeconómicos y demográficos, les han encargado a las instituciones educativas que suplan este proceso de socialización que durante los primeros años correspondía a la familia. Ahora bien, la familia actual también ha cambiado con respecto a generaciones anteriores, dado que es frecuente encontrar estructuras familiares monoparentales o, compuesta por núcleos familiares muy pequeños, producto de una menor tasa de natalidad que es común denominador en las sociedades modernas y que generan entre otros aspectos, un menor acceso a adultos significativos dentro de esa red de apoyo que debía potencializarse en la familia, dando lugar a que, ante la soledad a la que se exponen los niños, la escuela y la tecnología se conviertan en los espacios de socialización necesarios y a la vez responsables del desarrollo de las competencias emocionales necesarias para la vida. Es así, como en las últimas décadas se ha visto un desarrollo vertiginoso en temas tecnológicos y científicos, también culturales, en los que se evidencia la vulnerabilidad del ser humano. En las nuevas generaciones, por sus propias dinámicas, se ha visto a su vez la prevalencia de trastornos afectivos, que los docentes identifican en muchos casos tempranamente en las aulas de clases y que ameritan un enfoque integral para su tratamiento, puesto que esta problemática implica en algunos casos enfermedades complejas en torno a la salud mental que impactan de manera directa el bienestar y desarrollo integral de los niños y niñas. La pandemia evidenció en algunos sentidos esa vulnerabilidad en el ámbito de la salud mental; familias que, por diversas razones, de tipo económicas, de salud, de ansiedad ante la pérdida de un ser significativo o incluso de su propia vida, ante las emociones que emergían producto de la cuarentena y el encierro, al estrés inherente a todo lo anterior, aumentaron indicadores de depresión y ansiedad, que a su vez pudieron estar asociadas con el aumento de la violencia intrafamiliar, todas estas se constituyen en un problema de salud pública común en todos los países. Por ello, es pertinente dimensionar la importancia de la salud emocional que contribuye de manera directa en el bienestar integral de todos y cada uno de los miembros de una sociedad, entendiéndose como un compromiso frente a las nuevas generaciones donde se evidencia que día tras día la realidad va siendo más compleja, cambiante y desafiante, por los que es necesario una visión que integre estos elementos emocionales de cara a las nuevas realidades que la sociedad impone. En este propósito, el docente es un agente cuyo valor como modelador emocional es evidente, dado que debe integrar su conocimiento académico y técnico del área que domina con la dimensión emocional, puesto que no sería pertinente desarticular los aspectos cognitivos que ofrece el conocimiento con la emoción, entendiéndose como un todo, sin embargo, el interés en este sentido es dilucidar los elementos constitutivos de un docente competente emocionalmente, que permita ser modelo en sus estudiantes de forma que deje una impronta perdurable en la vida de sus educandos. En este sentido conviene precisar, que el docente no solo es modelador de niños y niñas en etapas tempranas, lo es también en diversos contextos de su vida pero, como es lógico, este incluye la interacción con jóvenes y adolescentes, quienes se ven abocados a un creciente mundo cuya diversidad trae consigo realidades que difieren en muchos aspectos y que por consiguiente exponen a diversos riesgos en su integridad que van desde fenómenos de violencia, formalización de parejas en etapas tempranas o el apoyar la solvencia de familias a través del acceso a trabajos mal remunerados, a otros aspectos como los índices de soledad que se reportan y las consecuencias a la salud mental que supone el panorama respecto a su propia identidad y lo que implica sus propios propósitos en el marco de su proyecto de vida que, en ocasiones la exigencia académica puede exacerbar o mitigar, según sea el caso, tal como es sugerido por la UNESCO (2022, p. 61) Ahora bien, parafraseando a Chica & Sánchez, (2023) es necesario comprender que, para el proceso de aprendizaje de las habilidades básicas, en especial de los primeros años, la socialización y la emocionalidad están influidos por la imitación. De ello, conviene inferir la importancia del rol docente que a través de, comportamientos y actitudes, determinara en buena medida la gestión emocional que sus educandos integren, por ello, las competencias emocionales del docente constituyen un pilar dentro del articulado de formación integral de los escolares. De acuerdo con los razonamientos que se han venido realizando, conviene develar las competencias emocionales docentes, definidas por Chica & Sánchez, (2023) como: «Conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales en los espacios de interacción educativa, garantizando una práctica pedagógica formativa caracterizada por ambientes e interacciones emocionalmente saludables» (p. 137) . Dichas competencias son claves en las interacciones que dan lugar a un aprendizaje significativo a la vez que permite favorecer ambientes proclives al bienestar emocional, que, a su vez, impactan en condiciones necesarias, aunque no suficientes, para una educación de calidad actuando como mecanismo protector de los riesgos psicosociales que supone la actividad docente, tanto para estudiantes como para el mismo profesorado. Competencias emocionales en docentes A partir de las consideraciones anteriores, es pertinente asociar las distintas competencias emocionales características de un docente comprometido con su función de modelador emocional, para ello, en el marco de estas, clasificarlas desde las complejidades propias de cada persona, que involucran aspectos de índole intrapersonal, interpersonal y de otra parte, las relacionadas con la educación mediada por didácticas asociadas al uso de nuevas tecnologías, en un mundo cambiante que diversifica los modelos educativos en una realidad que cada vez es más globalizada y donde se observan cambios en los paradigmas de enseñanza y aprendizaje. Competencias intrapersonales Figura 25 Competencias intrapersonales. Consciencia emocional En este sentido, es claro que las competencias intrapersonales están asociadas a esos procesos que tienen que ver con la propia conciencia afectiva o metafectividad, la autonomía y la regulación emocional, que desde la perspectiva de Bisquerra, son necesarias para un adecuado manejo de las

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Competências Emocionais em Estudantes de Pedagogia
234 pag.

Pedagogia Vicente Riva PalacioVicente Riva Palacio

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