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formando. Aprovechándose de este proceso, de media, cada gen humano fabrica cuatro proteínas, no una. Cada derrota de la sabiduría tradicional se puede ver de un modo positivo, de este modo el conocimiento humano avanza y entendemos mejor las sutilezas de la vida. Pero hay un aspecto negativo también, la abrumadora confianza en que se ha comprendido perfectamente el sistema y que no van a aparecer grandes sorpresas, hasta el momento en que todo se hace pedazos. Esto no establece un precedente convincente. La modificación genética tiene un potencial enorme, pero existe el peligro de que esto se desaproveche por poner en el mercado organismos experimentales prematuramente. El uso comercial de plantas en la alimentación que han sido modificadas genéticamente ya ha llevado a efectos adversos inesperados y ninguna de las plantas ha estado realmente a la altura del bombo publicitario que le precedió. La mayoría se retiraban rápidamente. Algunas que inicialmente parecían tener éxito, acababan teniendo problemas. Hay una tendencia entre las compañías de biotecnología a centrarse en la seguridad alimenticia («nuestro cereal es perfectamente seguro»), donde se sienten cómodas. Tienden a ignorar los efectos potenciales en el entorno no deseados, especialmente los efectos de acción retardada, de los que tenemos un conocimiento lamentable, principalmente porque no entendemos los ecosistemas lo suficientemente bien. Ninguna cantidad de pericias genéticas mejorará eso. No obstante, la seguridad es también una preocupación importante. La discusión de que la modificación genética simplemente hace más rápido y directamente lo que la mejora del cultivo de plantas hace lentamente y de modo indirecto no tiene sentido. La mejora del cultivo tradicional imita a la naturaleza formando nuevas combinaciones usando genes existentes, a través del funcionamiento de la maquinaria genética normal de la planta. La modificación genética lanza ADN ajeno de modo aleatorio al genoma, permitiéndole depositarse donde quiera que caiga. Pero el genoma de un organismo no es simplemente una lista de bases. Es un sistema dinámico muy complejo. Es ingenuo imaginar que hacer cambios a lo bruto aquí y allí solo tendrá los efectos obvios esperados. Imagina coger un gen cuyo efecto, en su localización normal en su organismo normal, es fabricar una proteína que no tiene efectos negativos en los humanos, que es básicamente lo que significa «apto para el consumo». ¿Garantiza que será igualmente «apto» cuando se introduzca en un nuevo organismo? Al contrario, podría causar estragos porque con frecuencia no sabemos dónde se coloca la nueva porción de ADN e incluso si lo sabemos, los genes se pueden mover. El nuevo gen quizá no se limite a fabricar la proteína deseada. Podría ser que ni siquiera la fabricase. Podría acabar dentro de otro gen, interfiriendo con la función del gen. Esta función podría ser hacer una proteína; si es así, o bien se fabrica la proteína que no se debe con posibles riesgos, o bien no se hace, con consecuencias para toda la planta. Peor, el recién llegado podría acabar en un gen regulador y la red de interacciones de los genes al completo podría estropearse. Nada de esto es particularmente probable, pero es posible. Los organismos se reproducen, de modo que cualquier desastre puede propagarse y crecer. Tenemos el problema perenne de que un evento no es muy probable, pero podría hacer un daño enorme si pasase, con el añadido de que se puede reproducir. En la carrera por el mercado, los experimentos han sido llevados a cabo a gran escala en un entorno natural, cuando las pruebas de laboratorio controladas habrían sido mucho más efectivas e informativas. El gobierno británico sancionó plantaciones a gran escala de plantas modificadas genéticamente cuyo objetivo era probar si su polen se extendía solo a unos pocos metros (como se esperaba) y asegurarse de que el nuevo gen no se incorporaría de manera espontánea a otras especies de plantas (ídem). Resultó que el polen se propagaba millas y el nuevo gen podía transferirse sin dificultad a otras plantas. Efectos como este podrían, por ejemplo, crear variedades de malas hierbas resistentes a los pesticidas. Con el tiempo, el experimento había revelado que el saber popular estaba equivocado, no había modo de recuperar el polen o sus genes. Pruebas sencillas en el laboratorio, como aplicar polen directamente en las plantas, podrían haber establecido los mismos hechos de manera más económica sin liberar nada en el entorno. Era un poco como probar una nueva sustancia química ignífuga rociándola en una ciudad y prendiéndole fuego, con el añadido de que el «fuego» podría extenderse de modo indefinido si, contrariamente a las expectativas, prendía. Es muy fácil imaginar que el genoma es un lugar tranquilo y ordenado, un almacén de información que puede cortarse y pegarse de un organismo a otro, solo realizando «la función» que los genetistas esperan que realice. Pero no es así, es el caldo de cultivo de interacciones dinámicas, de las cuales entendemos solo una pequeñísima parte. Los genes tienen muchas funciones, además, la naturaleza puede inventar nuevas. No llevan una etiqueta «USAR SOLO PARA HACER LA PROTEÍNA X». Seguir haciendo investigación en la modificación genética y, de vez en cuando, usarla con éxito al modificar organismos para un propósito específico tal como la producción de medicinas caras, tiene sentido. Ayudar a los países en desarrollo a producir más comida es un objetivo digno, pero a veces suele ser una excusa para una agenda alternativa o un modo práctico de demonizar al adversario. No hay duda de que la tecnología necesita una regulación mejor, yo encuentro extraño que las pruebas de seguridad estándar en la alimentación no sean necesarias, amparándose en que las plantas no han sido cambiadas de un modo significativo, pero que las innovaciones son tan buenas que merecen la protección de la patente, contrario al viejo acuerdo de que objetos y sustancias de origen natural no pueden ser patentados. O bien es nuevo y necesita hacer las pruebas como todo lo demás, o no lo es, y no debería ser patentable. También resulta alarmante, en una época en que los patrocinadores lucen sus logos en las camisetas de los deportistas y las pantallas de televisión

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