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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE PSICOLOGÍA ASPECTOS HISTÓRICOS QUE CONTRIBUYERON A LA FORMACIÓN DE LAS CONCEPCIONES SOBRE “EL MEXICANO” TESIS, QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN PSICOLOGÍA PRESENTA: FABIÁN AVILA ELIZALDE DIRECTOR DE TESIS: MTRO. CELSO SERRA PADILLA REVISOR MTRO. MANUEL GONZÁLEZ OSCOY SINODALES: DRA. CARMEN MERINO GAMIÑO MTRO. JORGE MOLINA AVILÉS DR. SAMUEL JURADO CÁRDENAS MÉXICO, D.F. 2006 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Antes de que nos olviden haremos historia, no andaremos de rodillas: el alma no tiene la culpa. Antes de que nos olviden rasgaremos paredes, y buscaremos restos: no importa si fue nuestra vida. Antes de que nos olviden nos evaporaremos en magueyes, y subiremos hasta el cielo, y bajaremos con las lluvias. Antes de que nos olviden romperemos jaulas, y gritaremos la fuga: no hay que condenar el alma. Aunque tú me olvides, te pondré en un altar de veladoras, y en cada una pondré tu nombre, y cuidaré de tu alma. Antes de que nos olviden. Caifanes 1 . 1 Caifanes. (1990). Antes de que nos olviden. En Caifanes Vol. 2 “El diablito” [cd]. México: BMG. A G R A D E C I M I E N T O S Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Julio Cortázar. Por la música que estuvo, está y estará… A mis padres por enseñarme qué hacer y qué no hacer con la vida. Por tener fe en que alguien algún día abriría esos libros que con tanto esfuerzo compraron. Por darme todas las cosas necesarias y las innecesarias. Por dejar abrirme paso en mis decisiones y por toda esa libertad. Y, en verdad, por soportarme tanto tiempo. A mi hermano por enseñarme valor y coraje, por ser una de las personas más nobles que he conocido y por mantener su inocencia a pesar de los años. A Tere, Poncho, Margarita y Miguel, por hacernos a todos tolerantes. A mis abuelos que no conocí y a mi abuela que aún vive. A ellos por ser aquello que he tenido que descubrir poco a poco. A ella por comprenderme y no cuestionarme, por apoyarme en momentos críticos, por enseñarme parte de toda nuestra historia. A mis tíos y tías, Avila y Elizalde, extraña mezcla. A mis tíos y tías Avila: Juan, Ángeles y Fermín. A mis tíos Elizalde: Juan, José Luis, Eduardo, Lázaro y Jorge. Ellos me han mostrado todo lo que se puede ser aunque no se quiera. A Isabel Ramos por abrir mi mente a través de la música y la literatura. A Eduardo Ramos por apoyar a mi madre. A Marcos Galina, y Eduardo y Mariana Ramos. A Jorge, Nathy y Carlos Elizalde, por mostrar cómo la distancia no diluye sangre. A Xavier Carmona por ser hermano nacido en otro útero. A él por ser un escucha, por su nobleza, por la comprensión, por los desacuerdos, por darme confianza. A él por invitarme al mundo de la música y por ser apoyo en esta vida en que nos vamos salvando, por otorgarme su amistad tan bella e incondicional. Yeah, men! A las mujeres que me han mostrado las muchas formas del amor y que han sido quiénes me han alentado más de lo que cualquiera podría imaginarse. A ellas que me han enseñado a arrojarme fuera de mi visión estrecha. A ellas por todos los recuerdos que me hacen la vida menos miserable. Shelly Platas por sus sonrisas de leche y miel, por la intensidad púrpura en los atardeceres, por lo errores diluidos con belleza, por los recuerdos, el vínculo eterno. Paolita Rodríguez por zurcirme con invisibles caminos de ternura. Paulinda Mena por escudriñarme el corazón y alojar las soledades. Gina Miranda por mostrarme que la sinceridad no sabe de rencores. Ale Grádiva Llovizna por tantos y tantos viajes de reflexiones. Erika Cárdenas por las palabras y los silencios. Anel Akane Talavera por su talento y ayudarme a ver mi fuerza de voluntad. Gina Cárdenas por nutrir mi alma y ser estrella que me ha guiado. Wanda Weber por transgredirme y llevar mi alma por caminos insospechados. Consuelo Hernández por mostrarme esa energía que tenía atorada. Lizette Gálvez por cuestionar y compartir los pasos de la noche bajo la luna en escorpión. Gaby Flores por enseñarme a hablar en tiempo. Graciela Elías por mostrarme un apoyo al que estaba ciego. Carmen Villanueva por permitirme ser espontáneo, por el atino de sus palabras. Karina Álvarez e Ivette Castillejo por ser imprescindibles prólogos. A Nick Hernández por ser muchas veces mi sentido de realidad e impregnarme de un extraño optimismo. Por enseñarme cosas que, cuando toco, jamás olvido. A Armando Pérez por en la soledad tejer aquellos hilos que habrán de unirnos siempre, así como por hacer de la música un sólido puente. A Gustavo Mejía por ser un gran amigo y por estar allí, de alguna u otra forma. También por abrir mi mente y por compartir su mundo conmigo a través de la charla que siempre es interesante y reveladora. Por todo lo original que hay en su pensamiento. A Oscar “Hard Fuckin’” Trejo por la casualidad que construye amistad. A Arturo Cardona por demostrar que el cambio es posible. A Luis “Cráneo” Chávez por lo sorprendente que puede llegar a ser alguien. A Alejandro “Aphex” Chimal por su interés en que todos nos superemos. A Pablo Núñez por su imprescindible guía. A Cristian Balderas por la disciplina y crítica sincera que siempre me ha ofrecido. A Zoilé Casas y Jeanneth Vela por mostrarme que puedo llegar un poquito más allá. A Fer Hernández por otorgarme confianza y ayudarme a realizar un sueño con su apoyo. Muy, pero muy profunda y especialmente, a Aarón Cruz y Guadalupe Galván. A Aarón por mostrarme que otra vida es posible y que puedo lograr cosas que jamás me habían pasado por la cabeza, por su comprensión, afecto, paciencia y apoyo, así como por compartir su talento. A Guadalupe por mostrarme que los ojos escuchan cuando observan los oídos. También quiero agradecer de manera especial a Celso Serra por guiar la comprensión de mi historia a través de los sueños. A todos mis amigos y amigas con quienes he compartido importantes cosas, directa o indirectamente. Amado, Rosalía, Chema, Pavel, Pepe, Enrique, Sharon, Fátima, Carolina, Ofe y Carmen. Almita, Copelia, Cecilia, Paty, Mario, Karol, Olivia, Citlali, Kein, Arturo, Caro, y demás compas de la fac; Ale, Concha, Ana Lilia y Esteban, Liliana, Melissa, Luisa, Kari, Rox, Alejandro, Zitlalli, Jimena, George, Fer, Adriana, Blanca, Lu, Nalle, la otra Adriana, Otto, Noel, Salo y demás banda del Universum; a Joey, Ara, Ana Laura, Eyra, Julieta, Alejandra, Leobardo, Hernán y demás gente de la CUAED; a Diana, Lorelei, Miriam, Mirza, Ana, Sandra, Félix, Paty, Claudia, Elizabeth, Xavier, Ricardo, la otra Paty, y demás compañeros de la fac de conta. A Irma y Lucero por toda la confianza que han depositado en mí. A Guille, Jose, Vero y Armando de DCI por todas las oportunidades que me han dado para desarrollarme profesionalmente. A Norma, Luzma y Alma del Colegio de Bachilleres.Al Mtro. Manuel González Oscoy por sus enriquecedores comentarios. A la Dra. Carmen Merino por sus interesantes aportaciones al trabajo y su gran apoyo. A mis profesores y demás personas en la fac: Conchita y Cristi Conde, Pablo Valderrama, Blanca Reguero, Jorge Molina, Rafael Gutiérrez, Olga Rojas, Corina Cuevas, Samuel Jurado, Juan Carlos Muñoz, Asunción Valenzuela, Luz María Rocha, Iliana Hernández, Fernando García y Héctor Lara. A los pacientes y personal del Centro de Servicios Psicológicos “Dr. Guillermo Dávila” de la fac, así como a todas las personas del Estado de México y demás lugares, por enseñarme tantas cosas que mi visión estrecha no alcanzaba a comprender. También muy en especial a todos los niños, adolescentes y adultos que, por tantos viajes a través de las matemáticas, me regalaron la capacidad de asombrarme constantemente. Í N D I C E Resumen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8 1. “Liberté(d), Ordre(n) et Progrès(o)” au Mexique . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 2. La Revolución Mexicana, o del místico éxtasis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34 3. “El mexicano”, laberinto recorrido por soledades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68 3.1. Samuel Ramos: psicoanálisis, humanismo… y demás curiosidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 3.2. Octavio Paz: soledad en un laberinto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80 3.3. Santiago Ramírez: de mex(psi)coanális y elucubraciones objet(ales)ivas . . . . . . . . . . . . . 96 3.4. Aniceto Aramoni: triádica madriza a la madre que vale madre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 112 3.5. Rogelio Díaz-Guerrero: las 8 casas del (psico)zodiaco transcultural . . . . . . . . . . . . . . . . 138 3.6. “Mexicano”, arroyo tu alma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 4. Conclu(n)siones: letras apuntando a las utopías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157 Referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196 RESUMEN: Se hace un recorrido a través de la historia de México, desde la instauración del positivismo hasta la formación de la intelectualidad posrevolucionaria, para rastrear cómo se han configurado las concepciones sobre el “ser mexicano”. Se revisan las interpretaciones que Samuel Ramos, Octavio Paz, Santiago Ramírez, Aniceto Aramoni, y Rogelio Díaz-Guerrero, han creado para explicar las peculiaridades psíquicas del “mexicano”. Esto no se hace de acuerdo a un marco teórico en específico, sino que se construye un diálogo con ellos a través de una exégesis de su obra. Este trabajo es un abordaje meramente subjetivo y cualitativo. Se concluye que el “ser mexicano” responde a elucubraciones de la cultura dominante para justificar sus sistemas de dominación, así, la forma viable para entrar al alma “mexicana” es a través de las culturas populares, donde la virgen de Guadalupe aparece como creación de suma importancia. La propuesta es hallar cómo devolver su poder creativo a los habitantes de México, así como retornar al mundo del “estar”, y analizar desde allí el problema de la identidad en México que es, al fin y al cabo, problema de América Latina en general. Palabras clave: el mexicano, identidad nacional, nacionalismo. I N T R O D U C C I Ó N ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano? ¿Al gobierno, a la inferioridad, a la tristeza, a los indígenas, a tus máscaras, a los inmigrantes, a los asesinos de la patria, a la virgen de Guadalupe, a tu machismo, a tu hembrismo, a la pobreza, a los otros tus olvidados, a los no católicos, a tu arte, a tu color de piel, a los gachupines, a los gringos, a los europeos finoles, a comer, a vivir con éxito, a introducirte al american way of life, a revolverte en la ciudad? ¿Cuándo sueñas mexicano? ¡¿Cuándo?! Cuando sueñas, mexicano, ¿qué sueñas? Que sueñas, sí, eso a nadie le importa, pero fe has de tener, pues el Estado aún no crea la máquina que anestesie y mate los sueños. ¿Tiras o recoges cuando sueñas, mexicano? ¿Si te tiras te recogen hasta retirarte? ¿Si te recogen te estiras? ¿O es que acaso te tiras hasta que te recojan? ¡Ay, la hegemonía te ha inventado una historia donde ella proyectó su ineficacia! Fronteras, cicatrices que nomás no dejan que te cierren, pero te encierran. Mira cómo te metieron la idea dizque de un imperio, tu destino es grande, incambiable, azteca y español. Los negros no nos gustaron para ti, ni los mayas porque andaban muy volados, los olmecas estaban feos y si no, ve sus cabezotas. Bienvenido a Cristo que limpió tus pecados que no conoció, bienvenido al exterminio. Por diosito santo que queremos refundirte en nuestra universalidad, nomás que no nos la mayugues, no pongas tu mugre de la tierra en ella, y blanquéate esas marcas que el sol te ha puesto porque ‘ora la única luz que te puede, es la de Dios omnipresente. Pon tus jarritos pa’ que sean aplastados por el hierro y los caballos. Uy, ya llegó tu madrecita a defenderte, ¿a poco crees que esa morenaza nos espanta, mariquita amparado en Guadalupe? Hiciste que cayera Juan Diego, nomás que fue criollo y trae en su estandarte a la madre nueva. 1810. Iturbide, liberales, conservadores. ¿A qué tendencia no le hiciste? Te mutilaron grueso, te traicionaron gacho. “Libertad, Orden y Progreso” que llenó el vacío ideológico. 1910 y que te mueven los cimientos el Zapata, el Villa. Llegaron los intelectuales, las instituciones. Te hicieron un psicoanálisis, pero no te creas, no te puedes echar en el diván a divagar y adentrarte en fantasías, porque lo ensucias. Tú nomás aguanta y otros desde allá te lo elaboran. Pos has vivido un chorro de mentiras, estás solito con tus máscaras, eres un ambivalente, desconfiado, un enamorado de la muerte, contigo Freud se escurriría. Mi recomendación es que te permitas, de manera muy atenta, ir a chingar a tu madre Iglesia, a tu padre Estado. No tan rápido, no tan rápido, porque acuérdate que nos cayó el “América para los americanos”. Entonces ahí te va la industria, ¡ya tienes tele, ‘ora sí les perteneces! ¡Únete al canal de las estrellas (suavecito, suavecito, si no no le atinamos), a ponerte la verde (te vas a espantar cuando la veas), telenovelas, hollyhappywoodendings! Ya estamos a un paso, vamos a globalizarte pa’ que, si mueres lejos de aquí, te adjunten en un forward y que te manden aquí, a la “nada” cibernética, pero donde re’ chido se platica. La presente investigación busca dar un panorama sobre lo escrito a partir de la filosofía (Samuel Ramos), la literatura (Octavio Paz), el psicoanálisis (Santiago Ramírez y Aniceto Aramoni), y la psicología transcultural (Rogelio Díaz-Guerrero), sobre el tema del carácter mexicano, es decir, sobre las interpretaciones que estas corrientes del conocimiento han hecho sobre nuestro ser. ¿Quiénes somos los mexicanos? ¿Somos los vencidos, inferiores, hijos de la chingada, los sin padre, traicionados, desconfiados, enmascarados, los agachados, tranzas? ¿O somos los guerreros, los cálidos, los chingones, los que siguen siendo el rey, desmadrosos, amables, relajientos, festivos, los del curioso ingenio? ¿Desde dónde han surgido las ideas sobre “quién-es-el-mexicano”? ¿A qué fines obedecen? Es indudable que los seres humanos son las más de las veces, sus circunstancias. Una circunstancia no es eterna, se modifica. Si se considera que lo interpretado son siempre circunstancias, entonces ninguna interpretaciónes válida para todas las épocas, ni tampoco todas las épocas son válidas para una interpretación. ¿Habrá una constante en la interpretación de la circunstancia mexicana? ¿Esto manifiesta problemática sobre la cual reflexionar? Yo invito al lector a que me acompañe en este viaje a través de la historia de México. ¿Punto de partida? La instauración del positivismo como filosofía dominante, para después lanzarnos a los orígenes de la intelectualidad mexicana posrevolucionaria. El viaje continuará al establecer un diálogo con los autores ya citados que han opinado sobre el ser del mexicano. Habrá no sólo psicología, sino también poesía, cantos y reflexiones que quizá carezcan de originalidad por parte del autor de esta obra, pero que buscan abrir el camino hacia nuestro ser interno como mexicanos. En el destino final del viaje podremos toparnos con pensadores como Raúl Béjar, Rodolfo Kusch, Manuel Gamio, Roger Bartra y Oscar Lewis, por mencionar algunos, para intentar construir una nueva reflexión sobre quiénes somos. Esta investigación es subjetiva y cualitativa. Lo que presento es más una interpretación, una hermenéutica sobre el ser mexicano. Este trabajo es una primera aproximación al acto de reflexionar, y por lo mismo, algunas aseveraciones pueden parecer sumamente tibias o simplistas. La tesis también adolece en lo que respecta a la metodología. En suma, es una expresión libre de las ideas que no tiene como fin hallar grandes aseveraciones o dar respuestas, sino simplemente dar luz a mi voz. Yo te invito, lector, a sumergirte en esta construcción y te doy las gracias de antemano. Espero puedas disfrutar este viaje y disculpa si a veces me gana el sarcasmo o la irreflexión, el desconocimiento o la intención de exagerar y reiterar, pero el ir descubriendo la historia de México movió mi sensibilidad y espero que también pueda hacer algo con la tuya. La finalidad es compartir las visiones aquí contenidas para que puedan a ti llevarte a otro mar de reflexiones y, para mí, allí radica la importancia de este trabajo. Dejo entonces las puertas abiertas y te damos una cordial bienvenida. Alguna vez escribió Ramón López Velarde (2006): (…) Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Desde una cumbre enhiesta yo lo he de lanzar como sangriento disco a la hoguera solar. Así extirparé el cáncer de mi fatiga dura, seré impasible por el Este y el Oeste, asistiré con una sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura, y habrá en mi corazón la llama que le preste el incendio sinfónico de la esfera celeste. (…) Al final de lo que Balzac hubiese llamado una orgía, cierto individuo nada metafísico me dijo, creyendo hacer un chiste, que defecar le causaba una impresión de irrealidad. Me acuerdo de sus palabras: "Te levantás, te das vuelta y mirás, y entonces decís: ¿Pero esto lo hice yo?" Rayuela. Julio Cortázar 1 . 1 Cortázar, J. (18ª. ed.). (2005). Rayuela. España: Cátedra. Esta obra se editó originalmente en 1963. 1. “Liberté(d), Ordre(n) et Progrès(o)” au Mexique. Nadie conocía su rostro. Por todas partes les decían: —“¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís?” 2 Nada más renuente a saberse que el origen de las cosas, del ser humano, de la vida. Nada que promueva las más profundas y delirantes elucubraciones y fantasías. Los más de nosotros sabemos nuestro origen en tanto conocemos a nuestros progenitores, pero al fin y al cabo las motivaciones originales de nuestra concepción, jamás las sabremos con certeza. Sin embargo, nuestro actuar en la vida dependerá de las versiones variopintas que vayamos construyendo sobre dicho origen. Nos dan nombre en derredor del cual también creamos, y creemos historias sobre las influencias que llevaron a dicha elección; incluso así no nos es dado saber con certeza. Pero seamos dichosos, ya que a los seres humanos se nos ha otorgado el privilegio de fantasear y, a partir de allí, crear nuestra vida y darle un sentido, un significado. El pequeño texto en cursivas expuesto bajo el título de este capítulo, es la pregunta que nos trae a la realización del presente trabajo. Dice León-Portilla (1996) que tales eran los cuestionamientos que a los aztecas les hicieron al verlos llegar de quién sabe dónde. Esa es la pregunta que yo me he hecho también. ¿De dónde venimos los “mexicanos”? ¿Cómo hemos creado nuestra imagen, a partir de cuáles maquinaciones mentales? ¿Existe en realidad “el mexicano”? Desde la escuela elemental nos han inculcado dicha idea, basada en patrio-patetismos poco creíbles que han de inflamarnos el corazón de orgullo. Está la música, la vestimenta, las frases según clásicas de nosotros los “mexicanos”, porque si hacemos o decimos tal o cual cosa, resulta que está a favor o en contra, de esa palabra tan bizarra que es “mexicanidad”. Y es que todos en algún momento de nuestro existir hemos defendido “nuestras raíces”, “nuestras costumbres”, “nuestras tradiciones”, y yo pregunto con riesgo de sonar idiota: ¿Existe “lo nuestro” como “mexicanos”? Parecería tremendamente ocioso realizar tales preguntas, pero es indiscutible que muchos hemos llegado a este mundo creado por los otros y lo hemos aceptado sin mayor reflexión. Mi búsqueda no es desentrañar los misterios de quiénes somos, sino 2 Miguel León Portilla (1996) refiere este texto al Códice Matritense de la Real Academia de la Historia de los Informantes de Sahagún. simplemente indagar de dónde vienen esas ideas, así como también conocer a ese “mexicano” que se ha construido, ignorando en este punto, cuál sea la finalidad de dicha empresa. Y me surge otra pregunta necia: ¿Realmente alguien se ha tomado el tiempo para descubrir quiénes somos, o es que simplemente dichas concepciones han surgido en el seno de la mera ocurrencia, mezclada con algunas hipótesis occidentales del agrado de quien crea ese sujeto llamado “el mexicano”? Dejemos por un momento estas preguntas y comencemos el viaje porque, aunque Mejía (2004) dice que “hay más tiempo que vida”, a mi vida, cada día la diluye más el tiempo. “Liberté(d), Ordre(n) et Progrès(o)” au Mexique es el título de nuestro primer capítulo. Libertad, orden y progreso, frase básica del positivismo barrediano/comtiano, ideología establecida en el país después de la Independencia. Muchos podrían preguntarse por qué partir de la instauración del positivismo en México y no, por ejemplo, de la Conquista, de la Colonia, o bien, incluso de las culturas prehispánicas. De entre las múltiples razones, me viene primeramente la de la extensión del trabajo, ya que esto no intenta ser un compendio de historia general. Otra cuestión es que antes de la Independencia no existía México como tal, existía, por supuesto, México- Tenochtitlan; después la Nueva España. Desde mi punto de vista, el origen de “la nación mexicana” está en la Independencia, es cuando considero se reanuda el desarrollo al liberarse de la corona española. A partir de dicha época surgirá la necesidad de crear al “mexicano”, el cual buscará alejarse lo más de la influencia extranjera y acercarse más a la parte prehispánica, es decir, el regreso a “las raíces”, a “los orígenes”. ¿Qué finalidad tiene toda esa búsqueda? No podría afirmarlo tajantemente, pero se me ocurre que es esa palabra tan alabada por algunos, tan aborrecida por otros: originalidad. Y aquí es indispensable decir: no busquen ser originales. El ser distinto es inevitable cuando uno no se preocupa de serlo (Onetti, 2005). Buscar la originalidad es algo que preocupa en demasía al ser humano, es un afán de distinguirse de los otros, de hallar un lugar que nos pertenezca. De aquí viene una gran contradicción, en tantose afirma que el ser humano es social por naturaleza, al verse envuelto en algún grupo social, lo que busca es distinguirse, hacerse único. Si seguimos la frase de Onetti, la búsqueda de la originalidad es un desperdicio y, en el caso de los estudios que pretenden explicar quiénes somos “los mexicanos”, dicha preocupación es exuberante. Es lógico que toda nación emergente buscará también explicar qué clase de personas la habitarán, de aquí que resulte necesaria la creación de ese individuo, para la cual, ha de recurrirse a diferentes tendencias del conocimiento humano. ¿Quién o quiénes deciden cómo ha de conformarse la nación? ¿Acaso los habitantes en conjunto? ¿En realidad el habitante de cierta nación se hace partícipe en su creación? José Martí dijo alguna vez: quien quiera pueblo ha de habituar a los hombres a crear, pues quien crea se respeta, se ve como una fuerza de la Naturaleza. Dejemos que la historia dé su opinión y no hagamos por el momento suposiciones. La instauración del positivismo en México, como medio de interpretación de la realidad del país, hizo emerger las primeras interpretaciones sobre “quién-es-el- mexicano”, y sienta las bases para estudios posteriores que florecieron después de la Revolución de 1910. Crear al “mexicano” permite otorgar “unidad”, lograr que los individuos se identifiquen con rasgos particulares que corresponden a su hábitat promueven el progreso nacional. ¿Existe en México un sentimiento de unidad en sus habitantes, o es que dichos intentos han operado como métodos de aglutinación y enajenación? Me surge aún otra duda: ¿Comprender la historia realmente funciona para mejorar al presente y al porvenir? Creo que ahora podemos adentrarnos en la instauración del positivismo en México como forma de hallar algunas circunstancias que han llevado a la creación del “mexicano”. Para aproximarnos a un esbozo general de la historia de México, utilizaré principalmente la visión de Juan Brom, pues me parece un autor conciso y que satisface las necesidades del presente trabajo. El análisis de la instauración del positivismo en “nuestro” país lo haré desde la visión de Leopoldo Zea, pues es un pensador imprescindible para el desarrollo de dicho tema. Es innegable que el movimiento de Independencia de 1810 en México representa el parto de la nación, el surgimiento de la patria. Esta etapa simboliza, y es, el comienzo de la creación de nuestro país, de ese volverse parte del mundo, de no ser ya nombrados como la Nueva España, sino como México. En 1810 estalla la lucha por la independencia. La insurgencia es encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla, posteriormente, por José María Morelos, representando las aspiraciones de transformación social y apoyada fuertemente por indígenas y mestizos, así como combatida por sectores criollos. Después de algunas luchas heroicas, el movimiento es aparentemente aplastado y se mantiene sólo en las montañas del sur de la Nueva España, encabezado por Vicente Guerrero. Al establecerse en España la Constitución de Cádiz, como resultado de la revolución encabezada por el coronel Riego en 1820, los sectores privilegiados de la Nueva España temen perder sus posiciones, entonces deciden apoyar la independencia. Agustín de Iturbide, con el apoyo de Vicente Guerrero, proclama el “Plan de Iguala”, el cual estipula la soberanía del país, manteniendo las condiciones económicas y sociales anteriores. México alcanza así su independencia política en 1821 (Brom, 1973). La independencia de los países latinoamericanos se realiza en el plano político, sin que se produzcan transformaciones sociales profundas. Únicamente en México, con Hidalgo y Morelos, se había planteado esta cuestión. Hidalgo otorga libertad a los esclavos y expresa la necesidad de devolver a los pueblos indígenas sus tierras comunales. Morelos manifiesta más claramente las ideas sociales al declarar que son nocivas la extrema miseria y la extrema riqueza (Brom, 1973). No sólo fueron estos cambios los sufridos por México durante el siglo XIX, sino también toda la configuración que hasta la fecha conocemos del territorio nacional. Menciono a continuación un esbozo de tales luchas. Desde su independencia y hasta mediados del siglo XX, tienen lugar numerosas luchas por la organización de los nuevos Estados. La primera de estas cuestiones se resuelve pronto a favor de la república. Agustín de Iturbide se declara emperador, pero al poco tiempo una rebelión lo derriba y se implanta la República en México. Mucho más larga es la lucha entre federalismo y centralismo. Hay una gran confusión ideológica en la época, pero en lo general los federalistas responden al deseo progresista, mientras que los centralistas son partidarios de mantener la estructura colonial. Sin embargo, hemos de destacar a Antonio López de Santa Anna como dictador ausente de ideología, pues comienza por ser dirigente de los liberales y después, según su conveniencia, toma la bandera de éstos o de los conservadores. En la tercera década del siglo XIX se logra el reconocimiento de los nuevos países por las potencias internacionales, sobre todo por los Estados Unidos e Inglaterra Tienen lugar varias guerras internacionales, entre las que destacan los intentos de reconquista de España, la “Guerra de los Pasteles” de Francia contra México y, sobre todo, la agresión norteamericana a México en 1847-1848. La incorporación de Texas a los Estados Unidos empeoró mucho las relaciones entre éstos y México, dicho fenómeno se dio porque el gobierno de Santa Anna no atendía las necesidades de las provincias al norte del país. Así, las hostilidades se iniciaron al pretender los norteamericanos una frontera que no correspondía a los límites tradicionales. Los invasores derrotaron a México, y éste fue también traicionado por sus dirigentes, y se perdió más de la mitad del territorio a manos del vencedor. En el caso de la América Central, la cual se adhirió al “Plan de Iguala”, su independencia se dio debido a la instauración del gobierno centralizado en México (Brom, 1973). En 1857 se promulgó en México una constitución liberal muy avanzada, por la que luego estalla la “Guerra de los Tres Años”. Se decreta en forma radical la separación del Estado y de la Iglesia. La guerra culmina con el triunfo de Juárez, quien decide detener el pago de la deuda internacional, pretexto con el que Francia invade el país. Se impone a Maximiliano de Habsburgo como emperador, bajo una política liberal moderada. Juárez, como presidente, continúa en la lucha hasta el punto en que resulta demasiado costosa para los franceses y deciden retirar sus tropas. Maximiliano es fusilado en 1867 (Brom, 1973). La situación de los Estados latinoamericanos a partir del siglo XIX es la de nacer como independientes, aunque realmente no existía una idea de patria ni algo siquiera aproximado a una democracia (Benítez, 1984). De 1810 a 1910, dice Aramoni (1984), transcurre un siglo de revueltas, de gobiernos, abuso, explotación, dictadura, intentos de liberación, de hacer respetar los derechos humanos, de matar y destruir, de integrar el sentido del “Estado” y de la “Patria”, del derecho del hombre a la felicidad, de la ausencia de coerción religiosa, de la terminación de la explotación burda. Se acentúa así mismo la dilución del individuo dentro de la masa amorfa, se intenta un régimen de orden, de derecho, de organización. El positivismo en México es la ideología que logra detener esta serie de luchas e instaurar un orden. Se concede gran importancia a la educación básica para lograr el progreso del país. El positivismo impacta en México de manera fuerte y decisiva. Es la imitación de una ideología que permite separar finalmente a la Iglesia del Estado, así como el desarrollo del ser humano a través de la implantación de verdades científicas.El positivismo intenta homogeneizar al pueblo mexicano, así como comenzar a reflexionar sobre quiénes somos, cuáles son nuestros rasgos distintivos. Es el intento de hacernos cargo de nuestros asuntos, de nuestros negocios. De todos los intentos, es la instauración del positivismo el que logra dar los primeros pasos hacia tales ideas. Leopoldo Zea, inspirado por Ortega y Gasset, defiende la idea de que toda verdad es circunstancial, es decir, depende de los momentos históricos durante los cuales se genera. Aunque el postulado lo aplica sólo a la filosofía, tal aseveración puede también llevarse a otras áreas del conocimiento humano, como la ciencia, el arte o la religión. Las ideas, expresa el mismo autor, vienen a ser formas de reacción de un determinado ser humano frente a sus circunstancias. Expresiones verbales que cuestionan a lo que hay de humano en las circunstancias históricas. Las ideas son traducciones de las señales que las circunstancias arrojan. Pero toda idea tiene también, en tanto acción, una finalidad. Con esto Zea quiere decirnos que toda idea es un diálogo del ser con sus circunstancias, así que implica una acción, ya sea plasmar este diálogo en algún texto, sobre un lienzo, en una piedra, etc. Toda idea tiene un tiempo y un lugar, condición histórica. Adquiere el matiz de verdadera dependiendo de su mayor o menor adecuación a la realidad. Nos topamos con el problema de “la verdad”. Para Zea (1985), la verdad puede tener tanto cualidad de eterna como de circunstancial. En tanto es eterna pierde relación con la historia pero, si se considera circunstancial, entonces es histórica, y por lo tanto, habrá de regirse por su contexto. La verdad eterna tiende a considerarse como tal para todos los tiempos, todos los seres humanos y todas las circunstancias. Si se concibe la verdad como algo dinámico, es decir circunstancial, como algo que cambia dependiendo de su espacio- tiempo en que se concibe, entonces este tipo de verdad habrá de llevar, paulatinamente, a la verdad eterna. La anterior es una interpretación dialéctica de la verdad, al hacer hincapié en su carácter de circunstancia que guiará a una no-circunstancia (eternidad), como supuso Heráclito: las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se vuelve húmedo. No obstante, Leopoldo Zea (1985) acepta la existencia de una verdad eterna, pero allá en los rincones de lo incomprensible, allá en la batalla última de las circunstancias por imponerse unas a otras, allá donde toda verdad eterna será inmóvil, es decir, muerta. ¡Contradicción! ¡Naturalmente! Como que sólo vivimos de contradicciones, y por ellas, como que la vida es una tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción. Se trata de un valor afectivo, y contra los valores afectivos no valen razones. Porque las razones no son más que razones, es decir, ni siquiera verdades. Al expresar lo anterior, Miguel de Unamuno (1986) estaría alentando a no buscar una verdad eterna, así como a aceptar que la vida es una contradicción de imposible solución a través del razonamiento, sólo accesible a través de los afectos, los cuales no tienen necesidad de ser verdaderos o falsos, es más, dudo que existan los falsos afectos. Todo problema que plantea el ser humano es circunstancial, así como también toda solución que se halle (Zea, 1985). La solución a un problema no puede ser eterna, no puede ser siempre la misma. Las contradicciones que surgen entre una idea y otra, son producto del devenir histórico. La religión, por ejemplo, resultó imprescindible para solucionar los problemas de su época, pero en la actualidad no podemos seguir creyendo que sus postulados puedan dar soluciones. Entonces, el por qué de una idea está estrechamente relacionado con la vida del ser que las plantea, son una extensión de su mundo interno buscando soluciones a las circunstancias que le atañen. Un mismo concepto, una misma idea, podrá tener, incluso en una misma cultura, en un mismo ambiente, diversos sentidos, y tal diversidad dependerá de la situación social en que se encuentren los grupos que le utilizan, de su educación, de sus creencias. Por ejemplo, la libertad será entendida, por quienes tienen el poder social, de manera radicalmente distinta respecto de aquellos que no lo tienen. Así, no son las doctrinas las causas del bienestar o malestar sociales, sino que son éstos dos factores quienes se expresan en las primeras. Siguiendo con la idea de la religión, no es la lectura de la Biblia lo que hace mejores, o peores, a los seres humanos, sino que su deseo de mejorar o empeorar se ve afianzado por tal lectura. Además, no es el mismo Dios el de hace mil años al que se concibe actualmente, a pesar de que se extraiga de la misma fuente, es más, ni siquiera es el mismo Dios el que ampara a los ricos y el que ampara a los pobres (Zea, 1985). Max Scheler (citado en Zea, 1985) ha mostrado que la clase en el poder tiende a adoptar ideas estáticas, mientras que las clases desposeídas tienden a las ideas dinámicas, así, los primeros justifican su estancia en el poder, mientras que los segundos su derecho a tenerlo.¿Qué relación tiene todo este discurso con el problema que nos concierne? Puedo decir que la búsqueda de la tan ansiada “mexicanidad” ha caído en volver estático al ser humano que habita México, obstruyendo el movimiento de las fuerzas creativas que podrían propiciar una búsqueda más fructífera. Se nos ha entregado una pobre identidad y la hemos aceptado sin cuestionamientos. México muestra superposiciones de verdades en bien de la instauración de ciertos mecanismos de poder. El problema que nos trae a estas reflexiones, quiénes somos los “mexicanos”, depende de quiénes están en el poder y quiénes quieren tenerlo. ¿Para qué el poder? No ciertamente para promover el bienestar social. Aquellos que lo buscan no tienen otra idea más que la de extraer los bienes de la nación en vez de salvaguardarlos. Para hacer esto necesitan justificar sus actos mediante cierta ideología, entendida ésta como toda expresión de una determinada clase social, la cual justifica los intereses que le son propios por medio de una teoría o doctrina (Mannheim citado en Zea, 1985). Indudablemente toda idea que nos hagamos del “mexicano”, o de “lo mexicano”, habrá de estar matizada por cierta ideología, y ésta, por los mecanismos del poder, haciendo que dicha expresión sea considerada como absoluta y eternamente verdadera. Al ir reconociendo la sociedad tales ideas comenzará su historia, y habrá de enfrentar tensiones con otras creaciones, siempre y cuando esto sea permitido por los poderosos. De ese proceso surgirá una expresión diferente que habrá de seguir el mismo proceso. Pero contextualicemos. Después del movimiento de independencia en 1810, México vivió etapas de luchas constantes y anarquía, un desorden general en la vida social del país (Ramos, 2005; Zea, 1985). Ante tal situación histórica, se buscó una ideología que pudiera dar orden y estabilidad a la nación: el positivismo. Tal ideología fue traída por Gabino Barreda y coloreó la educación y la política, pues las ideas propuestas por el positivismo de Comte podían traer el anhelado orden y progreso que requería México en aquellos tiempos. El positivismo incluye en su lenguaje palabras como progreso, orden, amor, educación popular, cambios de las ideas religiosas por científicas, en fin, todo un legado moderno (Comte, 1984). Tal doctrina se adquiere y se impone en México haciendo unas cuantas adaptaciones a la realidad social del país. Los problemas surgen cuando con el positivismo se comienzan a justificar los actos del poder político y a querer dar solución a cualquier problema mediante la aplicación de sus ideas. Sus soluciones fueron las más adecuadas para despojara la milicia y al clero de su poder y que, en su lugar, se instaurase la burguesía como nueva clase poseedora del poder. Al estar basado el positivismo en la ciencia, principalmente en su postulado acerca de que todo conocimiento ha de tener fundamento en los hechos, y no más en las quimeras y elucubraciones, es una filosofía de la acción (Zea, 1985). Al ser una filosofía de tal clase, resulta evidente que toda acción requiere de recursos del tipo material. ¿Quiénes poseían tales recursos en aquellos tiempos? El clero y la milicia. Gabino Barreda decide omitir la enseñanza de la “Religión de la Humanidad”, planteada por el positivismo, para dejar aún a la Iglesia católica el dominio espiritual de los habitantes de México, pero eso sí, acepta aquellos postulados que permitan arrebatar todo lo material a dicha institución, ya que sólo así se podría impulsar al país a progresar. Volvemos a ver cómo de cada idea, o grupo de ideas, se toman tan solo aquellas que puedan justificar las acciones de alguna clase social. Tal decisión de Barreda tuvo la intención de detener las luchas e imponer el orden dentro de la nación, pero también obtener recursos materiales que no fueron utilizados realmente para permitir el progreso del país (Zea, 1985). Para el positivismo el poder político ha de ponerse al servicio de los individuos, pero éste no se ha convertido sino en fuente de privilegios para las facciones sociales que lo ostentan (Zea, 1985). Como bien señala Benito Juárez (1993): poco hay pues qué esperar de los poderosos, porque éstos se respetan, porque se temen, y los débiles son los únicos sacrificados, si por sí solos no intentan escarmentar a sus opresores. Pero los débiles no tienen acceso al poder político, no tienen los recursos materiales, e incluso ni siquiera los espirituales, para reflexionar sobre cómo hacer escarmentar a sus opresores. Aunque no sabemos qué entiende Juárez por “los débiles”, si pensamos en aquellos que apenas tienen para satisfacer sus necesidades básicas, entonces no podemos hablar de que estén pensando en cómo obtener el poder. Libertad, palabra utilizada hasta el hartazgo que quizá vaya perdiendo todo significado, si es que alguno tiene o tuvo, si es que alguna ha sido algo más que una mera abstracción. Todas las luchas son en bien de ella, para buscarla, para tenerla. La libertad es, al fin al cabo, de quien la vive. Pero veamos cómo dicha palabra fue exaltada durante el auge del positivismo en México. Gabino Barreda (1992) dice: que en lo sucesivo una plena libertad de conciencia, una absoluta libertad de exposición y de discusión, que dé espacio a todas las ideas y campo a todas las aspiraciones, deje esparcir la luz por todas partes y haga innecesaria e imposible toda conmoción que no sea puramente espiritual, toda revolución que no sea meramente intelectual. Además de que lo anterior es un llamado a detener toda lucha armada, expresa también el hecho de dar rienda suelta a todas las expresiones, a todas las aspiraciones, en tanto, claro está, no se afecte a la clase que tiene el poder y, por supuesto, no se aspire a los recursos materiales, sino sólo a los espirituales, los intelectuales. Mora (citado en Zea, 1985) dice que las ideas impuestas por la fuerza fracasan, por eso no ha de ser el Estado quien imponga la forma de pensar a sus habitantes. Siguiendo esta idea, dice también que los individuos pueden tener las ideas que quieran, siempre y cuando éstas no alteren el orden social. “Amor, Orden y Progreso” dictaba Comte, mientras que Barreda decidió “Libertad, Orden y Progreso”, donde se estimaba a la Libertad como medio, al Orden como base, y al Progreso como fin. Pero tales aseveraciones no debían sólo creerlas los positivistas mexicanos, sino que debían ser creídas también por la sociedad. ¿Cómo llevar tales ideas progresistas? A través de la educación. Juárez (1993) estaba convencido de que la instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo, a la vez que el medio más seguro de hacer imposibles los abusos del poder. Esto es muy cierto, sin embargo Zea (1985) opina que la educación fue utilizada como un arma para persuadir a otras clases de sus derechos a los privilegios que obtuvo, estas clases fueron, lógicamente, las que menos poder tenían. Mora (citado en Zea, 1985) piensa que para la estabilidad de una reforma es preciso no sólo modificar las opiniones de ciertas personas, sino las de toda la masa del pueblo, pues los efectos de la fuerza son rápidos, pero pasajeros; los de la persuasión son lentos, pero seguros. ¿Cómo lograr tal persuasión? El mismo Mora (citado en Zea, 1985) dice: para influir en los demás se necesita un profundo conocimiento del corazón humano, una constancia invariable en los propósitos o proyectos que se procuran realizar, una suma destreza en identificar los intereses comunes con los propios, y sobre todo gran precaución para evitar lo que pueda ofender a las ideas de los que por circunstancias influyen en proporción y en porciones considerables en la masa. Lo anterior asegura el orden y la paz, pero también apela a la unificación en las ideas, la cual no puede ser eterna, pues habrá siempre de surgir una crisis. Lo anteriormente citado, hace ya más de 120 años, se ha repetido en nuestra época. ¿Cuál es el fin de los medios de comunicación masiva? ¿Para qué proteger cierta idea de la “identidad nacional”? Para mantener una paz y un orden al servicio de los poderosos, o más bien, anestesiar el anhelo de creación y convertir la energía en mera producción monetaria, volviendo a la existencia una monotonía asqueante sólo transgredida a través de comprar todo lo hecho e imposible de modificar. Se habla en nombre del progreso, libertad, amor, orden, paz, estabilidad, de lo esencialmente bueno, pero todas esas palabras adquieren las formas que los del poder desean para justificar su estancia, para justificar un estancamiento donde sus verdades se vuelven eternas y, aquel que las ponga en tela de juicio, sería un retrógrado. ¿Quiénes nos han adoctrinado para pensar que los seres humanos tenemos que ser ordenados, progresistas, libres, amorosos? El desenfrenado ideal de ir siempre hacia adelante, adelante, adelante, pero sólo en el proceso de los bienes materiales, del mundo externo, ¿y qué del mundo interno? Eso no importa, es trivial. Podríamos pensar como Unamuno (1986) que el hombre, por ser hombre, por tener conciencia, es ya un animal enfermo (…) la conciencia es una enfermedad (…) y acaso la enfermedad misma sea la condición esencial de lo que llamamos progreso, y el progreso mismo una enfermedad. El cambio de la palabra amor por la palabra libertad no fue una mera curiosidad ajena a la persuasión, pues es claro que la primera no podría llegar al corazón de los “mexicanos” de aquella época, no podría empapar de clamor, como la segunda, para permitir las acciones necesarias para el establecimiento del orden. La palabra amor no tendía un significado real en la “cultura mexicana” de aquella época, ya que lo más anhelado era la libertad. Ahora bien, tampoco el amor podría justificar el aumento de riqueza por parte de una clase social. ¿Hubo realmente independencia? La verdadera independencia no existe mientras quedan resabios de rencor o de pugna. La verdadera independencia es capaz de amistad, de reconocimiento, de comprensión, y de olvido (Reyes, 1993). Lo que más otorgó el movimiento de Independencia de 1810 fue el derecho a la educación, así como una numerosa construcción de escuelas, pero ya vimos que tenían un fin ideológico. Sin embargo, tales reformas resultan un gran avance en la configuración del país, aunque los oprimidos siguieran en la misma situación, aunque su rencor allí latiera, su falta de reconocimiento, no fueron objetos del olvido sino de ignorancia: no verlos, no oírlos, volverlosuna aberrante ilusión. El hombre ve, oye, toca, gusta y huele lo que necesita ver, oír, tocar, gustar y oler para conservar su vida (Unamuno, 1986), en el caso del movimiento que es menester ahora, diríamos que las clases dominantes ven, oyen, tocan, gustan y huelen, lo que esté en pro de conservar su comodidad, su poder. El hombre está destinado a perfeccionar siempre, en todo lo posible y en todos los aspectos, el activo sentimiento universal de la dignidad humana. Al mismo tiempo atempera espontáneamente el orgullo demasiado exaltado que tal sentimiento podría suscitar, mostrando con una familiar evidencia, cómo estamos siempre por debajo de la meta, en la que, casi a cada paso, nos damos cuenta de que nuestros esfuerzos más sublimes no pueden jamás superar sino una pequeña parte de las dificultades fundamentales (Comte, 1984). Al proponer y establecer la educación primaria como obligatoria, Gabino Barreda va en busca de la “educación completa”, ya que considera incompleto al antiguo sistema educativo; esto porque no consideraba dentro de su currículo la enseñanza de las ciencias positivas. Edificó un plan de estudios muy ordenado de acuerdo a como él consideraba que el pensamiento de los educandos habría de construirse. Consideraba a la educación incompleta como aquella que sólo enseñaba cuestiones prácticas, o bien, se quedaba en niveles teóricos formando, con lo primero, individuos que buscaban siempre algo nuevo, mientras que los segundos creían que no existe nada nuevo bajo el sol. Barreda propone entonces enseñar sólo las ciencias positivas, pues en éstas todo conocimiento enunciado puede demostrarse empíricamente, es decir, no son simples elucubraciones, sino que adquieren la cualidad de innegable realidad (Zea, 1985). La educación tenía por fin uniformar las mentes, ordenarlas, hacerlas pensar igual. Todo conocimiento que no fuera demostrado empíricamente era rechazado. Esto tenía también la finalidad de enriquecer más a la burguesía, es decir, si un conocimiento no provoca efecto alguno sobre la realidad, entonces tampoco puede generar recursos materiales, riqueza. Las reflexiones que no puedan demostrarse en la realidad han de considerarse como inútiles según el plan de Barreda: todo conocimiento impartido en las aulas ha de ser útil a la sociedad. La imposición adquiere el carácter de demostración. Una demostración no implica la violencia para ser asimilada, simplemente está allí, dispuesta a, si es posible, refutarla y establecer una verdad como nueva. He aquí el matiz de la verdad: la demostración, toda idea ha de ser probada con hechos (Zea, 1985). Un pedante que vio a Solón llorar la muerte de un hijo, le dijo: “¿Para qué lloras así, si eso de nada sirve?” Y el sabio le respondió: “Por eso precisamente, porque no sirve” (Unamuno, 1986). Una parte importante dentro del plan educativo barrediano es el hecho de considerar a la educación como destructora de prejuicios: los errores, que por falta de un cultivo propio de las materias correspondientes, hayan llegado a inculcarse en nuestra alma, formarán la base real, aunque muchas veces ignorada o disimulada, de todos nuestros actos, o por lo menos de gran número de ellos (Barreda citado en Zea, 1985). Esos errores son los prejuicios, los cuales se esconden en la consciencia de cada uno de nosotros y que dan lugar a la realización de ciertos actos basados en ellos. La demostración científica destruye todo prejuicio, y como tal, ha de ser quien sirva de base a la educación que busca destruirlos, o bien, crear nuevos. Lo que Gabino Barreda opinaba era que en México no teníamos creencias en aquellas épocas, así que era menester generarlas, hacer creer a los “mexicanos” en algo que les impulsara a la acción. Esa nueva creencia sería en la ciencia, la cual es libre de todo prejuicio, por lo tanto, vía ideal para el orden y el progreso. El hecho de enseñar las ciencias positivas ayudó a volver la educación laica, pues las enseñanzas de tipo religioso sólo se inclinaban por conocimientos que tienen como fuente la fe, es decir, creer las cosas sin evidencia alguna. La educación controlada por la religión llenaba de prejuicios las mentes, además de que sus ideas no tenían por finalidad servir a la sociedad, o procurar su progreso, sino simplemente mantener la esperanza en una vida ulterior, la cual carece de toda demostración. Leopoldo Zea (1985) dice que los individuos formados por la educación positivista resultaron ser egoístas, descreídos, materialistas y sin ideales. Cualquier semejanza con la actualidad es posible que sea mera consecuencia. Ortega y Gasset (1984) opina que el hombre tiene que estar siempre en alguna creencia y la estructura de su vida depende primordialmente de las creencias en que esté (…) los cambios más decisivos en la humanidad son los cambios de creencias, la intensificación o debilitación de las creencias (…) Son las convicciones el suelo de nuestra vida, lo que verdaderamente constituye el estado del hombre. La creencia no es, sin más, la idea que se piensa, sino aquella en que además se cree. Y el creer no es ya una operación del mecanismo “intelectual”, sino que es una función del viviente como tal, la función de orientar su conducta, su quehacer. Con esto podemos resaltar la importancia de las creencias dentro de nuestras vidas y de cómo, al vivirse una crisis respecto de éstas, o bien, no tenerlas, provocaría caer en un sin-sentido vital para perdernos dentro de la vida misma. Al otorgar Gabino Barreda ciertas creencias estaba, indudablemente, orientando la conducta de los “mexicanos” de aquella época, otorgándoles un quehacer. Sin embargo, por un lado se defendía la educación para todos, y por el otro, se justificaba la existencia de los pobres y de los ricos. Basándose en la idea de selección natural hecha por Darwin, se defendía la hipótesis de que en el Estado era necesario que existieran distinciones de clase. A los pobres no había que darles apoyo pues ellos no podrían impulsar al progreso social, entonces, a los ricos había que darles aún más recursos materiales para promover su educación y bienestar, considerándolos, los salvadores de la nación. En el plan positivista ninguna institución tenía por qué dar ayuda a los desposeídos, pues éstos eran inferiores. Sin embargo, las formas inferiores y sencillas persistirán mucho tiempo si están bien adecuadas a sus sencillas condiciones de vida (Darwin, 1983). Allí estaba el plan positivista, dar a los pobres lo mínimo necesario para sobrevivir y que se mantuvieran estáticos, creyendo en que eran parte del progreso, al cual no podrían acceder jamás a menos que, como se dictaba, demostraran con hechos que eran posibles candidatos a cambiar de posición social (Zea, 1985). El positivismo fue cayendo así en un estancamiento por mantener a la burguesía en el poder con justificaciones científicas, directamente traídas desde lo más puro de la razón, pero ya nos dice Miguel de Unamuno (1986) que todo lo vital es antirracional, no ya sólo irracional, y todo lo racional, antivital; y este es el sentimiento trágico de la vida. ¿La vida de nuestro país, e incluso de nosotros mismos, adquiere los matices de la tragedia? La teoría darwiniana es científica, se puede demostrar con hechos, entonces, todos hemos de someternos a su dictar y orientar nuestro ser en bien de su afirmación. El afán por los hechos demostrables cierra nuestra visión, como le sucedió a Barreda, porque Darwin (1983) dice: así como los brotes dan origen, por crecimiento, a nuevos brotes, y éstos si son vigorosos, se ramifican y sobrepujan por todos los lados a muchas ramas más débiles, así también, a mí parecer, ha ocurrido en el gran árbol de la vida, que con sus ramas muertas y rotas llena la corteza terrestre y cubre su superficie con sus hermosas ramificaciones, siempreen constante bifurcación. Lo que precisamente se propone con lo anterior es el hecho de cómo lo nuevo va dejando atrás lo viejo, y cómo los que han tenido el poder van dando apoyo a los débiles para hacerlos ocupar un nuevo puesto. Nuestro afán de poder no nos permite ver este hecho, y queremos, si somos privilegiados en algo, mantenernos en tal posición hasta el fin de nuestros días, y si se puede, más allá. El positivismo tuvo por noble fin el unificar las mentes para comenzar la formación de la nación mexicana, pero se fue estancando y, como dijera William Blake: del agua estancada, espera veneno. La culminación del positivismo es el Porfiriato, cuyas bases ideológicas las dio Barreda (Zea, 1985), pero éste también da pie al inicio de la reflexión, al surgimiento de ideas, el planteamiento de nuevos problemas, el nacimiento de la intelectualidad “mexicana”. Antes de pasar al siguiente capítulo, aún he de realizar algunas consideraciones sobre el tema que nos concierne: la creación de la idea sobre “lo mexicano”. ¿Era realmente el problema del siglo XIX formar una civilización moderna, llena de libertad, orden y progreso? No en su totalidad, ya que desde el principio del siglo surgió en México un problema capital: el de la autonomía (González, 1994). ¿Y qué significa esta palabra? A grandes rasgos, es el estado y condición de un pueblo que goza de entera independencia política, o bien, de independencia en general (Diccionario Enciclopédico Quillet, 1983). Se me ocurre que también podríamos denominar autonomía al hecho de darse nombre a uno mismo, esto por auto-nomía. Podemos decir entonces que la autonomía “mexicana” es la búsqueda de nombrar a nuestra nación. Ahora bien, vayamos un poquito más atrás de 1810, para darnos cuenta de cómo bajo la sombra española se nos había constituido en menores de edad y sólo habíamos nacido para callar y obedecer. Además, habíamos vivido prácticamente aislados del resto del mundo, pues fuera de las relaciones comerciales, políticas y eclesiásticas sostenidas con España. El rumor del exterior llegaba a nosotros por las puertas falsas del contrabando. Rotos los vínculos que nos unían con la corona española, tuvimos necesidad de crear el gobierno civil, como resultado de la angustiosa exigencia de gobernarnos a nosotros mismos y de organizar la vida interna. A este respecto seguimos el rumbo de la imitación, porque fue el de menor resistencia y porque la influencia extranjera se desbordó como alud sobre el país. Transplantamos la monarquía. Después nos pronunciamos por la organización republicana, la federal o la centralista indistintamente, sin faltar el poder ilimitado con el tratamiento anexo de Alteza Serenísima. En medio de estos múltiples ensayos se hizo patente no sólo la inexperiencia general mexicana, sino ante todo la ineptitud de las clases dirigentes “para la gestión de sus propios negocios y más aún para la gestión de los negocios públicos”. También surgió la dramática lucha entre la Iglesia y el Estado, la cual puso de manifiesto de que la emancipación política también provocaría una emancipación espiritual (González, 1994). En el párrafo anterior, Manuel González Ramírez nos deja muy claras ciertas ideas sobre la formación de “lo mexicano”. En primera, el hecho de vivir en silencio, bajo el nombre de otro, y no sólo eso, sino también con la imposibilidad de nombrarnos, sin lenguaje propio, sino el de ese mismo otro; así, en tanto no existe expresión, es imposible satisfacer necesidad alguna. En segunda, el hecho de rebelarse contra el opresor nos impone una nueva tarea: superar la angustia de la libertad. Todo acto de libertad implica la muerte, o transformación vital, de las formas. La libertad implica sacrificios, y uno fundamental es el gobierno de sí mismo y la organización de la vida interna. Pero esto no es lo más violento, sino el hecho de que al rebelarnos caemos en la cuenta de que somos ineptos para realizar dicha empresa. En tercera, apreciamos el hecho de imitar todo lo que pueda calmar la anterior angustia, copiamos modelos de donde provengan, los cuales funcionan como excelentes anestésicos, pero no dan solución alguna. Es distinto el imitar del asimilar, mientras que el primero es sólo colocar una fachada, el segundo implica que se remodele la casa hasta lo más recóndito. Pero aún hemos de reconocer otro hecho, del cual nos habla Alfonso Reyes (1993). Los pueblos americanos, aislados del resto del mundo, habían seguido una evolución diferente a la de Europa, que los colocaba, respecto a ésta, en condiciones de notoria inferioridad. Ignoraban la verdadera metalurgia y desconocían el empleo de la bestia de carga, que era sustituida por el esclavo. Su colisión contra los hombres que venían de Europa, fue el choque del jarro contra el caldero. El jarro podía ser muy fino y muy hermoso, pero era el más quebradizo. La sensibilidad artística de aquellos pueblos todavía nos asombra, pero la civilización se hace de moral y de política. El don del arte, como el don del amor, es otro orden libre y sagrado de la vida. La irrupción violenta sobre el desarrollo de las culturas americanas ha sido tema de extensas discusiones, en tanto representa la generación de un “trauma cultural”, que sólo podría resolverse a través de una “psicoterapia-colectiva-orientada-de-tal-o-cual-forma”. Pero también pongamos atención a cómo el hecho de la ineptitud, aquí llamado inferioridad, dicta de nuevo. Hasta aquí entiendo entonces que ser inferior significa no seguir los modelos occidentales de progreso, significa comprender al mundo de formas distintas. ¿Toda diferencia es inferior, y por lo tanto, todo acto original que no obedezca a las pautas occidentales, ha de ser considerado de la misma forma? Siguiendo a Reyes (1993): las repúblicas americanas nacieron bajo las inspiraciones de una filosofía política que, realmente, es una filosofía política para adultos. Las ideas importadas de Francia y de los Estados Unidos se convierten en la gran aspiración de todos, aun de los que no las entienden. En vano Fray Servando Teresa de Mier augura a la patria todos los males que le vendrán de querer adoptar normas ajenas a su idiosincrasia y a su historia. Remontándose hasta el positivismo mexicano, y considerando el hecho de que la ciencia de aquellas épocas concebía al ser humano como producto del medio; en consecuencia, el signo de que el ser posee las condiciones de vida consistirá en que el medio le otorgue su aprobación; consistirá en que el mundo extranjero se deslice y circule en torno al país como acariciándolo. Aquí se instala una disonancia al implantar sistemas políticos a los cuales no se llega por la reflexión, o por las necesidades reales del pueblo, sino más como simple instrumento de conservar los poderes materiales. Al azar, o quizá por mero gusto del poderoso, se instalan sistemas incomprensibles, de lo cual su consecuencia es clara: una nación fragmentada donde las distancias para la comunión son enormes. No obstante, me llama la atención cómo Alfonso Reyes me hace sentir su nostalgia por no ser descendiente directo de la Grecia Antigua. Para él, el proceso que podríamos llamar de asimilación se da con Juárez, quien hizo tabla rasa de los hechos amontonados por la casualidad, y comenzó a reedificarlo todo con un plan seguro, con un propósito inquebrantable. Hemos de escuchar nuevamente a Unamuno (1986): en cierta ocasión, un amigo me dijo: “Quisiera ser fulano” (aquí un nombre), y le dije: Eso es lo que yo no acabo nunca de comprender, que uno quiera ser otro cualquiera. Querer ser otro, es querer dejar de ser uno el que es. Me explico que uno desee tener lo que otro tiene, sus riquezas o sus conocimientos; pero ser otro, es cosa que no me la explico. Cada cual defiende su personalidad, y sólo acepta un cambio en su modo de pensar ode sentir en cuanto este cambio pueda entrar en la unidad de su espíritu y engarzar en la continuidad de él; en cuanto ese cambio pueda armonizarse e integrarse con todo el resto de su modo de ser, pensar y sentir, y pueda a la vez enlazarse a sus recuerdos. Ni a un hombre, ni a un pueblo —que es, en cierto sentido un hombre también— se le puede exigir un cambio que rompa la unidad y la continuidad de su persona. Se le puede cambiar mucho, hasta por completo casi; pero dentro de continuidad. La historia de México nos muestra a todas luces las fallas en la continuidad, las irrupciones, saltos de un lado a otro, muchos de ellos inconexos, como estar saltando de un estado de desarrollo a otro. Llegamos a decir “Si nos hubiera conquistado tal o cual país, entonces…”, entonces nada, simplemente habrían sucedido distintas circunstancias, todas ellas inimaginables. Me llama la atención lo que dice Reyes sobre el país siendo acariciado por el extranjero, y lo tomaré en su sentido literal. Una caricia es lo que deseaba el país, después de la historia de brutal sometimiento, entonces una caricia aparece como sinónimo de la comprensión, del afecto que no habíamos conocido. Se vive en el recuerdo y por el recuerdo, y nuestra vida espiritual no es, en el fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir (Unamuno, 1986). Al llevar estas palabras a la “nación mexicana” no podríamos pensar sino que nuestro porvenir es la tragedia, el sometimiento, pérdidas, imitación, ineptitud, inferioridad, por eso el pasado se nos presenta como absoluta melancolía, añoranza por la grandeza perdida, y que el porvenir caiga al plano de lo inexistente, en sus formas son trágicas, angustiantes: nublados por nuestra historia caemos en la irreflexión, en la falta de coherencia. Quizá ahora podemos tener luz sobre aquello que en lo sucesivo será considerado como “lo mexicano”, así como de los factores que han intervenido en su formación. Se me ocurre algo: nuestro afán es el de autonomizarnos, de darnos un nombre a toda costa, aunque esto cueste nuestra desvinculación del mundo. No podemos vislumbrar el futuro porque estamos enredados en un pasado, en uno muy lejano, en el cual nos parece absurdo que creamos aún, pero de ese absurdo es precisamente de donde adquiere su poder. El afán de ser originales, completamente, pero que, como diría José Alfredo en “El último trago”, sólo nos hace otra vez brindar con extraños, y llorar por los mismos dolores. A lo anterior agregaría Ortega y Gasset (1984): el diagnóstico de una existencia humana —de un hombre, de un pueblo, de una época— tiene que comenzar filiando el sistema de sus convicciones y para ello, antes que nada, fijando su creencia fundamental, la decisiva, la que porta y vivifica todas las demás. La distinción entre la fe inerte y la fe viva: creemos en algo con fe viva cuando esa creencia nos basta para vivir, y creemos en algo con fe muerta, cuando, sin haberla abandonado, estando en ella todavía, no actúa eficazmente en nuestra vida. La arrastramos inválida a nuestra espalda, forma aún parte de nosotros, pero yaciendo inactiva en el desván de nuestra alma (…) se nos olvida a toda hora que aún creemos en eso. ¿Qué es eso que olvidamos como mexicanos, pero más que olvidar, que no deseamos recordar, o que a toda costa intentamos reprimir? Quizá que el movimiento de Independencia no fue un movimiento nacional, ni por los hombres que intervinieron en la lucha, ni por el espíritu de ella, ni por sus resultados, es más, sólo fue obra de una vieja querella, de una vaga exaltación literaria y de una oportunidad (Guzmán, 1995). Alfonso Reyes (1993) dice que no era todavía independiente el hispanoamericano que aún maldecía del español. En la varonil fraternidad —que no se asusta ya de la natural interdependencia—, en el sentimiento de amistad e igualdad, se reconoce al independiente que ha llegado a serlo de veras. Con Raúl Parra (1988) concluyo: es doloroso quedar desnudo ante alguien más fuerte. Me da vueltas una pregunta: ¿Qué hacer con el dolor? Odio profundamente a los grandes señores y a los sacerdotes, pero odio más al genio que se compromete con ellos. Advocatus diaboli. Hölderlin 1 . Patriota, s. El que considera superiores los intereses de la parte a los intereses del todo. Juguete de políticos e instrumento de conquistadores. Patriotismo, s. Basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de cualquier ambicioso. En el famoso diccionario del doctor Johnson, el patriotismo se define como el último recurso de un pillo. Con el respeto debido a un lexicógrafo ilustre, aunque inferior, sostengo que es el primero. Diccionario del diablo. Ambrose Bierce 2 . 1 Hölderlin, F. (2006). Poesía. México: Letras Vivas. Hölderlin vivió de 1770 a 1843, sería difícil precisar la fecha de publicación del poema citado. 2 Bierce, A. (1998). Diccionario del diablo. España: EDIMAT. Ambrose Bierce inicia la creación de esta obra en 1900. 2. La Revolución Mexicana, o del místico éxtasis. 240. (…) ¿Por qué se siguen las antiguas leyes y las antiguas opiniones? ¿Es que son las más sanas? No, sino que son las únicas y nos cercena la raíz de la diversidad. 226. Corremos descuidados hacia el precipicio, después que hemos puesto delante de nosotros alguna cosa para impedirnos verlo. 3 No es menester exponer lo sucedido durante la Revolución Mexicana o el porfirismo. Lo que nos interesa es cómo se fue formando el concepto de “lo mexicano”. Tal indagación, está por demás decirlo, ha sido realizado por intelectuales. Así, resulta básico conocer cómo se gestó la intelectualidad “mexicana” de tales épocas. Para esto nos ubicaremos desde la visión de Enrique Krauze. Antes de entrar al tema revisemos brevemente lo que Alfonso Reyes (1993) escribió acerca de la época del en que gobernó Porfirio Díaz. Paz, estabilidad, y bálsamo adormecedor para las heridas de la patria. Los dogmas de la época: 1º. La paz ante todo, la paz como fin en sí. 2º. “Poca política y mucha administración”, atender las necesidades prácticas e inmediatas. El pueblo ha nacido para ser gobernado por los financieros, por los “científicos”. 3º. El extranjero como idea-fuerza: que el extranjero nos vea con buenos ojos, que se sienta a gusto entre nosotros, y que nos dé su crédito y su confianza. La patria se debe modelar por sus contornos, y no nacer de sus propias entrañas. Así acuden los capitales extranjeros, el crédito del país se levanta, y las clases privilegiadas de todo el país —que son las que dejan oír su voz, porque el pueblo gruñe en voz baja o no entiende que sus males provengan de ningún error político— comienza a disfrutar una era de bendiciones. Y todos olvidan que la primera necesidad de un pueblo es la educación política. El gran caudillo, héroe de cien batallas y, ahora, héroe de la paz, se encarga de las conciencias de todos. Por encima de la buena voluntad de un hombre, el capital había venido a ser una fuerza de exclusiva explotación, una energía irresponsable y mecánica, una economía de lucro y no de servicio. Y ello deshace a las naciones y entristece el trabajo. 3 Pascal. B. (1984). Pensamientos. España: Sarpe. Esta obra fue editada en 1670, después de la muerte del autor en 1662, inconclusa. Aquí hay varios puntos a considerar. Al parecer, por lo que Reyes dice, la configuración de “lo mexicano” se da en función del otro, en la dependencia económica, esto es lógico si pensamos en México del siglo XIX como un país naciente. Pero hay algo peculiar respecto del tercerdogma. Agradar a los otros implica, en una situación de primera convivencia, alterar parte de la personalidad real. Para agradar en este caso era necesidad imperante el mimetizarse, o por decirlo de forma más sencilla, imitar. Sin embargo, esta imitación no podía ser total, había que sostener las curiosidades del “pueblo mexicano”, esas costumbres tan coloridas, tan exaltadas, tan con la patria en el alma. El pueblo no tenía que saber cómo era gobernado, he allí esa gran brecha que hace incomprensible la situación de lo que se da en llamar pueblo. No entendemos qué es la política, cómo es nuestro gobierno, éste es una entidad lejana. Al menos los dioses, y sus derivadas religiones, nos dejan saber cómo gobiernan, cuáles son sus leyes, sus motivos, de allí que se deposite con mayor facilidad en nuestros corazones, pero el Estado, una incógnita, una gran suposición. Una distancia entre el padre y sus hijos, donde la santa madre Iglesia da afecto, siempre y cuando se haga lo que ella diga. Aquí hay una semejanza, que yo observo, entre la organización social macro —el Estado— y la micro, —la familia—, en México. Pero sigamos con Reyes (1993): el dormido comenzó a agitarse. El caudillo, envejecido, había hecho su obra y no supo retirarse a tiempo: al tiempo en que afloraban problemas que, en verdad, ya no le incumbían, ya no pertenecían a su representación del mundo. El antiguo régimen —o como alguna vez le oí llamar con pintoresca palabra, el Porfiriato— venía dando síntomas de caducidad y había durado más allá de lo que la naturaleza parecía consentir (¡Ser, ser siempre, ser sin término, sed de ser, sed de ser más!, ¡hambre de Dios!, ¡sed de amor eternizante y eterno!, ¡ser siempre, ¡ser Dios! [Unamuno, 1986]). El dictador había entrado francamente en esa senda de soledad que es la vejez. Entre él y su pueblo se ahondaba un abismo cronológico. El viejo cree estar rodeado de sus semejantes y está solo: un muro de cristal lo separa ya de las cosas, un abismo de tiempo, una dimensión matemática imposible de burlar (¿Pedro Páramo?). ¿La paz? También envejecía la paz. Bulnes, contemporáneo de la crisis, exclama un día: “La paz reina en las calles y en las plazas, pero no en las conciencias”. Porque es cierto que la Revolución Mexicana brotó de un impulso mucho más que de una idea. No fue planeada. Se fue esclareciendo conforme andaba; y conforme andaba, iba descubriendo sus razones cada vez más profundas y extensas y definiendo sus metas cada vez más precisas. Nació casi ciega como los niños y, como los niños, después fue despegando los párpados. La Revolución llevaba diez años de buscarse a sí misma. Era mucho el malestar del hombre que despierta después de un largo sueño. Había que enderezarlo todo, y era natural acudir a todos los remedios de la esperanza política: fórmulas de socialismo obrero y de socialismo agrario, sistema de corporaciones y sindicatos, recetas para la repartición del campo y para la reglamentación del trabajo en las ciudades. Y sobre todo, escuelas, escuelas. Una gran cruzada por la enseñanza electrizó el ánimo de la gente. No se ha visto igual en América. Será, en la historia, el mayor honor de México. Expulsar al viejo presidente parecía ser el problema de la Revolución, y resultó lo más sencillo. El impulso de 1810 fue “a matar gachupines”, el de 1910 parece ser el de “tierra y libertad”. Esa última palabra nuevamente, incesante re-petición, petición hecha de nueva cuenta. Un movimiento popular que congregó a la nación “mexicana” para ir en busca de la expresión más íntima. Porque pareciera que el régimen de Díaz consideraba al pueblo como ignorante, como un juguete, muñecos de ventrílocuo. La paz. ¡¿Qué importa esa palabra cuando se tiene hambre?! ¿Un impulso? Sí, buscar el sustento, buscar lo justo por el trabajo realizado, ser invitados al festín de los poderosos sin dejar de ser uno mismo. Porque aquella no era una paz dinámica, sino estática, muerta, fingida, y recordando a Goethe: no hay nada más insoportable que una sucesión de días tranquilos. Porque es muy loable e hincha de orgullo el hecho de la creación de escuelas, pero se sigue sin atender al pueblo, esto es un punto sobre el que ahondaré más adelante. Los antiguos positivistas, ahora reunidos en colegio político bajo el nombre de “Los Científicos”, eran dueños de la enseñanza superior. Lo extraño es que estos consejeros de Banco, estos abogados de empresas, no hayan discurrido siquiera el organizar una facultad de estudios económicos, una escuela de finanzas. Acaso, siguiendo el error del régimen paternal, pensaron que los educandos eran demasiado jóvenes para cosas tan graves, propias de varones sesudos. Nuestro pueblo estaba condenado a trabajar empíricamente y con los más atrasados procedimientos; a ser siempre discípulo, empleado o siervo del maestro, del patrón o del capataz extranjeros, que venían de afuera a ordenarle, sin enseñarle, lo que había que hacer en el país (Reyes, 1993). El pueblo como imbécil, como mero servidor del extranjero, ignorante del para qué de su trabajo. Concentración del conocimiento, perversa constricción que busca mantener alejados a los que vienen. Y es que somos inconscientes de nuestra futilidad en este mundo, de que en esta vida están los que nos siguen, y que hemos de cederles el paso. Siempre estamos lejanos de comprender aquello de los “estudios superiores”. Consideramos a los otros no sólo como inferiores, sino como completamente incompetentes para comprender, ¿qué? No lo sé. No hay un sentido en lo que se hace en la vida, y no hablo del sentido en referencia a éste como destino, como finalidad, sino como el acto de sentirse. En México la vida es difícil de sentirse, se ha gestado un bloqueo, de allí el ir al extranjero a buscarnos, porque allí se siente el “ser mexicano”, allá el himno nacional nos hace brotar las lágrimas nacionalistas, al mismo tiempo que sacamos el pecho y con sombrero de charro decimos: como México no hay dos. Unamuno (1986): ¿De dónde vengo yo y de dónde viene el mundo en que vivo y del cual vivo? ¿A dónde voy y a dónde va cuanto me rodea? ¿Qué significa todo esto? Tales son las preguntas del hombre, así que se liberta de la embrutecedora necesidad de tener que sustentarse materialmente. Veremos que debajo de esas preguntas no hay tanto el deseo de conocer un por qué, como el de conocer el para qué; no de la causa, sino de la finalidad. Sólo nos interesa el por qué en vista del para qué; sólo queremos saber de dónde venimos para mejor poder averiguar a dónde vamos. Pues bien, resulta que a partir de 1910 la intelectualidad se renueva. Ricardo Gómez Robelo, abogado, declaró la guerra al positivismo al descubrir nuevos horizontes en la filosofía de Schopenhauer. Pedro Henríquez Ureña, escritor dominicano, trajo de fuera abundante información sobre el estado de la filosofía europea al comenzar el siglo XX. José Vasconcelos, abogado, manifestaba también su inconformidad con el positivismo al exponer la obra de Gabino Barreda (Ramos, 1993). Este grupo de intelectuales, más el abogado Antonio Caso, el estudiante Alfonso Reyes y el arquitecto Jesús T. Acevedo, todos nacidos en la década de 1880, desarrollaron una intensa actividad cultural en los últimos años del régimen porfiriano, contraponiéndose a “Los Científicos”, elite intelectual de dicho sistema (Krauze, 1999). Si durante tal periodo Francisco I. Madero proponía una apertura política, estos jóvenes intelectuales pugnaban por una cultural. Ésta tenía su sustento en las últimas expresiones artísticas e ideológicas de Europa. Lo que se intentaba hacer, fundamentalmente, era vincular a la literatura (su práctica y su enseñanza) con la academia, mediante el hacer revivir la práctica de las conferencias. Bajo la consigna “POR UN ARTE LIBRE”, buscaban la integración de las humanidades
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