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1 metapolítica Visita www.revistametapolitica.com De venta en Suscripciones y venta de publicidad Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez isaac.hernandezvaz@ correo.buap.mx Tel (01 222) 229.55.00 ext. 5289 metapolítica, año 24, no. 109, abril-junio 2020, es una publicación trimestral editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur 104, Col. Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue., y distribuida a través de la Dirección de Comunicación Institucional, con domicilio en 4 sur 303, Centro Histórico, Puebla, Puebla, México, C.P. 72000, Tel. (52) (222) 2295500 ext. 5271 y 5281, www.revistametapolitica.com, Editor Responsable: Dra. Claudia Rivera Hernández, crivher@hotmail.com. Reserva de Derechos al uso exclusivo 04-2013-013011513700-102. ISSN: 1405-4558, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de Licitud de Título y Contenido: 15617, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Industria Publi-Center S.A. de C.V. Dirección: Calle Tierra No. 13354. Col. San Alfonso, Puebla. Pue. C.P. 72499. Teléfono: 2 85 71 04. Correo: publicenter0312@gmail.com. DISTRIBUCIÓN. Comercializadora GBN, S.A. de C.V., con domicilio en Calle Federico Dávalos No. 35, Col. San Juan Tlihuaca. Azcapotzalco, C.P. 02400, Ciudad de México, Contacto: comercializadoragbn@yahoo.com.mx; éste número se terminó de imprimir en abril de 2020 con un tiraje de 1000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Todos los artículos son dictaminados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. metapolítica aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); URLICH’S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services. metapolítica no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción. Año 24 No. 109 Abr-Jun 2020 Rector Dr. J. Alfonso Esparza Ortiz Vicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura Mtro. José Carlos Bernal Suárez Director Editorial Dr. Israel Covarrubias metapolitica@gmail.com Jefe de Publicaciones CCI- BUAP Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez isaac.hernandezvaz@correo.buap.mx Jefe de Publicidad, Diseño y Arte Mtro. Manuel Ahuactzin Martínez Secretaria General Mtra. Guadalupe Grajales y Porras Coordinadora de Comunicación Institucional Mtra. Donaji del Carmen Hoyos Tejeda Coordinadores del número Pablo Bulcourf e Israel Covarrubias Diseño, composición y diagramación Coordinación de Comunicación Institucional de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Diseño gráfico y editorial Jessica Barrón Lira Consejo Editorial Roderic Ai Camp, Antonio Annino, Álvaro Aragón Rivera, Thamy Ayouch, María Luisa Barcalett Pérez, Gilles Bataillon, Miguel Carbonell, Ricardo Car tas Figueroa, Jorge David Cor tés Moreno, Juan Cristóbal Cruz Revueltas, Rafael Estrada Michel, José F. Fernández Santillán, Javier Franzé, Francisco Gil Villegas, Armando González Torres, Giacomo Marramao, Paola Martínez Hernández, Alfio Mastropaolo, Jean Meyer, Edgar Morales Flores, Leonardo Morlino, José Luis Orozco (†), Juan Pablo Pampillo Baliño, Mario Perniola (†), Víctor Manuel Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Roberto Sánchez, Antolín Sánchez Cuervo, Ángel Sermeño, Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo (†). 01 02 El Estado en la era exponencial Oscar Oszlak Del alboroto al silencio: la política en tiempos de incertidumbre Manuel Alcántara Sáez De revelaciones, monjas y virus coronados Rafael Estrada Michel El Covid-19, ¿una conspiración mundial? Roberto García Jurado Estupidez, capitalismo y coronavirus Enrique Del Percio La pandemia del Covid-19: pensar al Estado en un marco de incertidumbre y complejidad Pablo Bulcourf y Nelson Cardozo Debate de la crisis del Estado frente a la crisis sanitaria del coronavirus Luis H. Patiño Camacho Explicando algunos efectos sociales y subjetivos de la pandemia Covid-19 Octavio Moctezuma, Rafael Vázquez García y Ángel Octavio Álvarez Solís El futuro del Estado y de la política democrática Mesa virtual de reflexión 28 20 14 76 70 61 88 34 38 44 54 La crisis del coronavirus en España: una prueba del estrés de la calidad institucional Carles Ramió Covid-19, ¿punto de inflexión para los gobiernos? Silvia Fontana y Sofía Conrero ¿Podemos imaginar un futuro común después de la pandemia? Anthony Medina Rivas Plata ¿Qué podemos decir desde las ciencias sociales sobre el covid-19? SUMARIO 03 04 Tragedias en loop: excepción, pandemia y qué guerra Javier Franzé y Julián Melo Pandemia Covid-19. Dos posibilidades políticas en la disputa por la narración en los entornos informativos. Xavier Rodríguez Ledesma y Luz María Garay Cruz “Detente”: política y religiosidad en México en tiempos de epidemias Gerardo Martínez Hernández Efecto colateral del Covid-19: la lenta muerte de los intelectuales en la era digital Franco Gamboa Rocabado Construimos una sociedad que imposibilita lavarnos las manos y quedarnos en casa Oscar Rosas Castro Pandemia e información. Sobre la saturación de información de los ciudadanos en la era de la redes sociales Héctor Noé Hernández Año de la peste Covid-19 Cristóbal Muñoz Duelos imposibles. Imágenes fotográficas de la pandemia en Bérgamo, Madrid y Guayaquil Antonio Hernández Bienvenidos a Zombieland Cov 2 Hugo César Moreno Hernández Bioética de emergencia: la pandemia del Covid-19 y las fragilidades éticas latentes Raúl Ruiz Canizales Hacia una filosofía pública para la época del coronavirus (y después) Ricardo Bernal Lugo y Mario Alfredo Hernández Sánchez El coronavirus frente al mal llamado problema del mal Carlos Escudé Dilemas éticos y culturales para pensar en tiempos de pandemia La peste y la comunicación imposible Introducción 136 112 105 99 141 117 148 126 06 154 162 168 172 Hace más de siglo y medio, en el Manifiesto del partido comunis- ta, Marx y Engels enunciaban la renombrada frase: un fantasma recorre Europa: es el fantasma del comunismo. En términos ac- tuales una enorme fuerza social comenzaba a globalizarse tras- pasando las fronteras y generando cambios inusitados. Lo que fue ya no es, y “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Se daba cuenta del vertiginoso cambio de los tiempos, producto de la modernidad en donde el conocimiento se transforma en poder, como bien ha señalado Francis Bacon. El siglo XIX se convirtió en el ámbito de aparición de nuevos actores sociales colectivos, los movimientos obreros, las mujeres que reclamaban por la igual- dad de derechos, y también fuertes procesos emancipatorios en América Latina que trastocaron la geopolítica mundial. Las voces del progreso indefinido, bajo diferentes orientaciones políticas, tuvieron una fuerte desaceleración con la Gran Guerra, aunque significó un avance sustantivo en materia tecnológica. El periodo de entreguerras estuvo marcado por la aparición de la sociedad de masas, pero también de la crisis económica de los años treinta y las experiencias del fascismo y el nazismo que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, otro momento de aceleración del factor tecnológico, pero de millones de muertos no solo en la batalla, sino en los campos de concentración. por Pablo Bulcourf / Israel Covarrubias Profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, y de la Universidad de Buenos Aires, Argentina; profesorinvestigador en la Universidad Autónoma de Querétaro, respectivamente. 6 Los conflictos no desaparecieron, tuvimos guerras de menor impacto en Corea y Vietnam, pero la con- flictualidad política y social creció, y también lo hizo el Estado de bienestar, permitiendo fuertes políticas redistributivas en muchísimos países. Su crisis trajo un enorme cambio en el campo de las ciencias socia- les, el declive de los grandes paradigmas dio lugar a nuevas formas de reflexión. En algunas disciplinas como la ciencia política comenzaron a predominar los enfoques neoinstitucionalistas, y aquellos orientados por las teorías económicas de corte neoclásico y mo- netaristas, se fue construyendo un mainstream que marcó la distribución del prestigio, denunciado por varias voces disidentes. Gabriel Almond dio cuenta de esto al utilizar la metáfora de las “mesas separadas” para dar cuenta de una disciplina fragmentada e inco- municada. Esto dentro del campo académico tuvo su costado político, en nombre de la objetividad y la cien- tificidad, muchos sectores del campo permanecieron inmunes y hasta colaboraron directamente en la im- plementación de un modelo socialmente excluyente. Como han señalado Robert Alford y Roger Friedland, “la teoría posee poderes”, nadie es inocente. La adopción del modelo neoliberal, o para algunos la “revolución conservadora” generó una nueva mer- cantilización de las relaciones sociales que se articuló posteriormente con la implosión de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Algunos creyeron que se instalaría un mundo extremadamente unipolar en don- de esta versión de liberismo terminaría dominando, marcando el fin de la historia con mayúsculas como pregonaba Francis Fukuyama. Sin embargo, nuevas formas de conflictos revivían viejas antinomias. Nos encontrábamos frente a una nueva balcanización signada por un choque civilizatorio donde reaparecían los clivajes religiosos y étnicos articulados con los intereses económicos. El capitalismo estaba dando un nuevo giro frente a un mundo globalizado, donde su faceta financiera se hacía más robusta, cimentada en la cuarta revolución tecnológica. El siglo XXI se nos presenta por ahora alejado de la colonización de la Luna, o de personas viajando en taxis voladores vestidos de plástico cual astronau- tas. Sin embargo, un fuerte proceso de individuación marca las perspectivas de los sujetos en los grandes centros urbanos occidentales, mientras en otras zo- nas también vastas del planeta todavía no ha llegado la pregonada modernidad. Un orbe fracturado y polié- drico es saturado por la globalización y la expansión comunicacional. Las crisis financieras se agudizan lo mismo que un mundo donde la riqueza se encuentra más concentrada y la democracia liberal erosionada y fatigada. Aparecen liderazgos inesperados en medio de una fuerte crisis de representación que también afecta a los países más desarrollados. En este contexto demasiado complejo para poder ser sintetizado en un par de frases, una aparente mu- tación viral de una especie de coronavirus comienza a infectar a los humanos y se expande con esta rapi- dez globalizante por el planeta. Una vieja costumbre culinaria de ciertas regiones de China, consistente en comer una sopa de murciélago, es el vínculo entre el virus y las personas. La apartada Wuhan comienza a ser noticia a pesar del ocultamiento inicial por parte del gobierno totalitario. En paralelo no dejan de circu- lar versiones conspirativas que hablan de la fuga del virus de centros de investigaciones biotecnológicos (precisamente Wuhan tiene un gran laboratorio de in- vestigación viral de renombre global), quizá la faceta de una guerra biológica anticipada. Miles de personas son infectadas, se instalan rígi- dos dispositivos sanitarios y la muerte se presenta implacable, afectando principalmente a los adultos mayores. No obstante, algunos países como México expresan que no sólo los adultos mayores sucum- ben frente al virus, también los adultos jóvenes con 7 [ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ] diversas comorbilidades (diabetes, hipertensión, obesidad), lo que abre un rico pero urgente debate sobre el rediseño de los sistemas de salud pública en contextos de escasez. Un debate que es en realidad una discusión sobre el papel que deberá adoptar el Estado y sus instituciones en el campo de la salud, pero también en el de la gobernabilidad y la gober- nanza en un mundo irremediablemente viral. Por su parte, la noticia circula y se adueña de la televisión y los dispositivos celulares. Comienza una monotonía informativa concentrada en cantidad de infectados, muertes y contagios. Incluso de ha llegado a hablar de una auténtica infodemia. Este me- canismo de apropiación de los espacios en los cuales la comunicación se desarrolla, así como del lenguaje, de la semántica específica en la que el primero se ma- nifiesta, y sobre todo de su abaratamiento cognitivo, suponen una suerte de intento de monopolización del universo de interpretación en torno a la pandemia. En consecuencia, no es posible sostener desde un pun- to de vista racional y objetivo, que puede existir una opinión pública completamente desinteresada que aporta información neutral al conocimiento de ella. Lo que hay, en el mejor de los casos, es una opinión que se vuelve la representante de un campo social de fuerza, “de grupos de presión”, dice Pierre Bourdieu, “movilizados en torno a un sistema de intereses explí- citamente formulados”. Llama mucho la atención el margen de reflexividad que tienen las agencias de información, y en general, los medios de comunicación, tanto locales como glo- bales, al cubrir la pandemia, sobre todo a partir del mes de febrero, cuando sonaron las alertas de que la epidemia estaba deviniendo una estructura global in- gobernable. Sin duda, la necesidad de tener informa- ción fidedigna sobre su evolución ayuda considera- blemente a una mejor toma de decisiones, así como a la elaboración de un juicio provisto de información de calidad. Pero el uso escandaloso de la información ha producido un mecanismo en espiral que acrecienta el pánico colectivo, hasta alcanzar a diversos sectores poblacionales que, en realidad, estarían obligados a ofrecer datos, hechos, argumentos empíricos, infe- rencias causales si se quiere, sobre el desarrollo no lineal del nuevo virus. El papel que juegan decenas de periodistas alrede- dor del mundo, pero sobre todo en aquellos donde la democracia es frágil, es preocupante. En particular, cuando en aras de informar, terminan escandali- zando y exagerando las cifras del acontecimiento, o magnificando los errores y la tímida reacción inicial de los gobiernos en turno. En este sentido, el Covid-19 deviene un pretexto para la lucha política intestina. Al colocarse como reservorio moral e intelectual de la sociedad, los medios de comunicación, sus tes- taferros y sus epígonos (entre los que se cuentan académicos e intelectuales de prestigio), pretenden que esta forma de reificación enmascarada sea aplaudida por nosotros en tanto observadores de ese espectáculo (¿acaso satírico?). En una suerte de capricho kantiano, los medios de comunicación están convencidos de que todo lo hacen en nombre de la democracia, pues asumen el imperativo por enésima ocasión de defensa de la libertad, aunque en su camino algunos exijan el endu- recimiento de las medidas de confinamiento, con lo que se llega pronto a un grado extremo de reducción de las libertades. Asimismo, su combate, siempre en nombre de la libertad y la democracia, ha permitido la producción exacerbada de las mentiras, ya que lo que se pretende es obtener un efecto inmediatista en aras de volverse la tendencia del día o de la semana, cons- truyendo climas de opinión y sobre todo estados de ánimo perversosy execrables como las fobias al per- sonal médico o a los enfermos. En este punto, resuena con fuerza la vieja advertencia de Giovanni Sartori: en 8 INTRODUCCIÓN la vida democrática, solo es posible erigir un muro de intolerancia justo en contra de aquellos que agreden o causan daño, de otro modo el principio del daño no ten- dría ninguna relevancia jurídica, político, social, para la vida nacional y transnacional de las democracias. La lejana experiencia en las tierras del dragón se vuelve realidad en Occidente. La rápida transmisión del virus expande la enfermedad en el sur de Europa, afecta primero el norte de Italia, y posteriormente España, Alemania y Francia. Le siguen Reino Unido y como meca del mundo la gran manzana termina contabilizando la mayor concentración de infectados y muertos. El atentando del 11 de septiembre es supe- rado por un pequeño ser vivo, “un enemigo invisible”, que solo puede verse con un microscopio electrónico. La economía mundial empieza a adquirir un efecto de cámara lenta mostrando su enorme fragilidad y a veces la franca irresponsabilidad de muchos de los grandes capitales que no obstante que han hecho fortuna con el consumo de millones de personas al- rededor del mundo, hoy no están dispuestos a ceder un porcentaje de sus ganancias. El interés sanitario como bien común global y el interés económico no hablan la misma lengua. Esto fue claro en la ola ex- pansiva de los contagios en Italia, particularmente en Bérgamo, epicentro de la pandemia en la península, donde las principales industrias de la región se nega- ron, pese a las advertencias sanitarias del Estado ita- liano, a cerrar sus fábricas, con lo que los contagios masivos fueron una realidad que luego adquirió tintes dantescos. Evidentemente esos capitales cerraron sus fábricas cuando el daño ya estaba hecho, con lo que se devuelve al Estado la responsabilidad total de una serie de decisiones privadas con una enorme gama de efectos spill-over, que pronto se volvieron en contra de sus creadores. Por su parte, se suspendieron los vuelos interna- cionales y las fronteras vuelven a ser vallas práctica- mente insalvables. El turismo internacional muere por infarto dejando a cientos de miles varados muy lejos de sus casas, en completa orfandad, pues su regreso a los países de origen tiene lugar de manera muy pau- sada. Pero al mismo tiempo, es evidente que lo que ha contribuido a la expansión del Covid-19 es la reduc- ción espacial de las distancias por la aceleración del tiempo que garantiza el constante perfeccionamiento del transporte de mercancías y personas (que, en realidad, también son una mercancía para el turismo internacional) más eficiente que conocemos: el trans- porte aéreo. Utilizando la metáfora clásica de Edward N. Lorenz, hoy evidenciamos con cierta perplejidad cómo pequeñas perturbaciones producen alteracio- nes significativas en el sistema, particularmente al introducir aquellos cambios que señalan la epigénesis y posterior evolución del fenómeno mismo. Así, el Estado-nación regresa a la centralidad es- cénica que le había quitado la economía, todos recla- man decisiones políticas urgentes, y el cuarto poder se transforma en una forma de nueva Inquisición me- diática. De repente el mundo parece haber mutado con la rapidez de ese pequeño virus, en donde la in- certidumbre se adueña de todos. El terror y el eco del miedo hacen de esto una tragedia planetaria. Dicho en otras palabras, la producción acelerada de entro- pía a causa del Covid-19 en las sociedades democrá- ticas es un dato empírico, no solo una mera abstrac- ción numérica o teórica, y ante la cual es necesario estar conscientes y además constatar que aquella es uno de los motores que mueven a las sociedades y a los Estados en este siglo XXI. La entropía interactúa en el interior del sistema social rompiendo viejos pactos, desplazando estructuras sociales obsoletas como el carácter prohibitivo de las religiones, las mo- rales o los linajes, inaugurando formas de sociabili- dad desconocidas e intermitentes, desestabilizando los nodos funcionales de la sociedad para volverse 9 [ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ] regla, no excepción. Paradójicamente, es la sociedad democrática la que se adapta mejor a la entropía, gracias a su constante expansión del pluralismo siempre en un arco limitado de tiempo que no permite el inmovilismo. Pero, ¿estamos preparados para vivir plenamente en un mundo democrático entrópico? La respuesta podría estar en singular analogía a la que presenta “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melvi- lle: preferiríamos no estar preparados. Las instituciones internacionales desaparecen prácticamente de escena; y las Naciones Unidas es remplazada de facto por la Organización Mundial de la Salud; el Consejo de Seguridad se hace un hiato que parece haber implotado en el agujero negro del coro- navirus. Realidad y metáfora se funden en esta nueva amalgama de incertidumbre. El campo académico e intelectual comienza a es- grimir sus voces, principalmente en los sitios web y en algunos informativos televisivos. Los médicos, principalmente los infectólogos y sanitaristas, pasan a dominar la escena, disputando cámara con los po- líticos. Pocas veces el Estado ha concentrado tanto poder, y pocas veces se ha visto tan débil. La situación pone en evidencia las capacidades estatales de respuesta frente a la precipitación de los contagios. La derecha de sesgo populista que ha inaugurado Donald Trump en Estados Unidos debe enfrentar la mayor ola de contagios, habiendo previamente negado la importancia de la pandemia. Una de las primeras medidas que implementó el con- trovertido presidente fue la disolución de una unidad especial de emergencia para este tipo de crisis que había creado su antecesor Barak Obama. América Latina no se vio alejada de la pandemia, rápidamente los viajeros internacionales trajeron el virus a la región, el que se expandió principalmente en los grandes conglomerados urbanos. Las clases medias fueron las primeras en ser afectadas e igual que en el resto del planeta sus víctimas mortales son los adultos mayores y no tan mayores. Los Estados tomaron medidas muy diferentes, lo que demuestra la heterogeneidad política e ideológica presente en la región. No se trata necesariamente de las diferencias entre izquierdas y derechas sino de los tipos de lideraz- gos que encarnan los gobernantes, sumado a la tensión entre salud y economía; una ecuación extremada- mente compleja. No tenemos que olvidar que la región presenta elevados índices de pobreza, desigualdad y grandes centros urbanos con cinturones de millones de personas que viven en situaciones de extremo ha- cinamiento. La expansión masiva del virus en esas con- diciones generaría un rápido colapso de los sistemas sanitarios. Pero es inevitable pensar en las formas de administrar la salida de la crisis, la recesión económica también genera muchos muertos, más en situaciones de vulnerabilidad social y precarización laboral. La ciencia ha vuelto a ser interpelada desde án- gulos muy diversos. El campo biomédico ha tomado un protagonismo central. La necesidad de explicar el fenómeno y buscar procedimientos clínicos rápidos y efectivos se ha convertido en la columna vertebral de la sociedad como pocas veces ha sucedido. Los laboratorios de varios países se han centrado en la in- vestigación sobre vacunas y retrovirales específicos para al Covid-19. Las ciencias sociales y las humani- dades no se encuentran ajenas al debate y la acción concreta. La necesidad de adoptar, implementar y evaluar políticas sanitarias en tiempo record, nos de- muestra la importancia del campo interdisciplinario de la administración y las políticas públicas. Regresa con fuerza la interrogante por la vida y la muerte: preguntarnossi preservamos la salud inme- diata o la economía nos lleva a cuestionamientos de índole teológicos y filosóficos. Las grandes religiones no han estado ajenas a esta crisis. Hemos encontra- dos reacciones muy diferentes, desde la negación del 10 INTRODUCCIÓN virus, el verlo como un castigo divino, o acompañar activamente las medidas preventivas y promover la solidaridad entre las personas. Como hemos señalado el Estado ha regresado a escena comenzando a escribir un nuevo capítulo de la relación entre éste y la sociedad. Como bien han señalado hace décadas Guillermo O’Donnell y Oscar Oszlak, la clave es comprender la “y” que los conecta, el complejo y dinámico vínculo que expresa el campo de la política. De buenas a primeras asistimos a la catalización de procesos de manera vertiginosa. Por un lado la rápida necesidad de respuestas efectivas, y por la otra un cambio sustantivo en la propia forma de gestionar el espacio público. La reclusión domi- ciliaria de la gran mayoría del funcionariado plantea de manera fáctica la adopción de sistemas integrales de teletrabajo, con todo lo que implica este despla- zamiento abrupto desde un punto de vista cognitivo, económico y emocional. Piénsese, por ejemplo, en el trabajo universitario, donde precisamente la política general de confina- miento ha trastrocado por completo los diversos ordenes que componen las bases de la idea de univer- sidad que aún hoy mantenemos en pie. En particular, se presenta una enorme oportunidad (los griegos lo llamaban kairós) que se abre en esta contracción y expansión del tiempo para debatir sobre la posibili- dad de invención de una nueva universidad invisible, que no solo trabaje en el espacio digital obligado por el confinamiento, sino que cambie nuestra operación intelectual y académica. Y para que ello tenga lugar, es necesario construir nuevas metodologías de la in- vestigación, una nueva predisposición al aprendizaje; de hecho, hay que abrir el debate sobre qué significa y si en realidad la no-presencia del aprendizaje en línea suple a la presencia, al salón de clase, y si este hecho puede garantizarnos el mismo nivel de aprendizaje, etcétera. En esta labor, la innovación paradigmática deviene una necesidad de primer orden. No podemos postergar más esta tarea, que pasa por la posición que debe jugar el Estado. Estamos frente a un Estado “exponencial” como ha expresado recientemente Oscar Oszlak. El paradigma de la complejidad enunciado desde hace tiempo por intelectuales como Edgar Morin o Niklas Luhmann, se hace carne no solo en las instituciones sino en la vida cotidiana de las personas. La complejidad desde que tiene lugar su emergencia exige la identificación de la serie de condiciones micro y macro que permiten su aparición. Condiciones que en el mejor de los casos son una expresión interna a un régimen específico de historicidad caracterizado por un grado elevado de persistente variación en cuanto a su velocidad y a su simultaneidad, por lo que una reflexión conjunta sobre la identificación de las presumibles potencias que empujan a su desarrollo es una tarea que se le exige hoy al análisis social y político, particularmente cuando estamos hablando de las formas de latencia presentes en el comienzo y en desarrollo del Covid-19, y que por el hecho de que no sean visibles, no supone que no existan, y mucho menos que sean desdeñadas por las ciencias sociales. ¿Qué pasará?, ¿qué se pue- de hacer? Son preguntas que intentan construirse día a día con respuestas que no parecen conformar a muchos. La espera de una vacuna milagrosa parece atentar contra una economía que se desploma y ame- naza quizá con más muertes que el virus. Frente a esto hemos intentando compilar un dos- sier que exprese algunas voces de Iberoamérica de diferentes disciplinas y orientaciones. Variadas fa- cetas incompletas del pensamiento que comienzan a atreverse a formular algunos interrogantes. Una cartografía inacabada de ideas de un rompecabezas en construcción. Pero debíamos animarnos a comen- zar a decir algo, aunque sean pequeñas frases de un vocabulario mutante. m 11 [ PABLO BULCOURF / ISRAEL COVARRUBIAS ] 12 Y DE LA POLÍTICA DEMOCRÁTICA EL FUTURO DEL ESTADO 13 por Oscar Oszlak. Investigador principal del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES- Argentina). Director de la revista Estado Abierto. EN LA ERA EXPONENCIAL 14 La era exponencial El mundo enfrenta un periodo de transfor- maciones sin precedentes, manifestadas en cambios demográficos, desplaza- mientos en el poder económico mundial, urbanización en gran escala, escasez de recursos naturales, crisis sanitarias glo- bales y cambio climático, solo por nom- brar algunas. Pero por lejos, los cambios más dramáticos están ocurriendo en la tecnología, la digitalización y la ciencia, donde la disrupción se ha vuelto expo- nencial (Oszlak, 2020). Los gobiernos y organizaciones del sector público se encuentran en el epicentro de esta “tor- menta perfecta” y deben replantearse qué significa gestionar en una era disruptiva. Y deben hacerlo, cuando al mismo tiempo deben recuperar la confianza pública, que ha declinado casi en todas partes. Es un contexto de arenas movedizas, en el que las instituciones estatales tienen un papel crucial en prestar servicios a sus ciudadanos, tratando de equilibrar las oportunidades creadas por la disrupción tecnológica (v.g., digitalización, inteli- gencia artificial, robótica, internet de las cosas, automatización o impresiones 3D) con las amenazas creadas por los propios facilitadores de estas oportunidades (v.g., ciber-terrorismo, invasión de la privaci- dad, control social). Las innovaciones tecnológicas ya están transformando irreversiblemente los dife- rentes planos de la vida social, las formas de comunicación e interacción entre seres humanos y las de éstos con los objetos de los que se valen para su existencia cotidia- na. Son diversos, y a veces contradicto- rios, los vaticinios sobre cómo continuará este proceso de innovación acelerada, pero lo que es seguro es que ya está irrum- piendo en nuestras vidas y, para bien o para mal, las afectará definitivamente. Hasta ahora, pese a los cambios científicos y tecnológicos que se fueron sucediendo a través de la historia, era posible reconocer la vigencia de ciertas pautas de organización y funcionamien- to de nuestra sociedades, que se venían reproduciendo desde tiempos remotos: la fisonomía de las ciudades, las reglas de sociabilidad, los modos de intercam- bio de bienes y servicios, el ejercicio de artes y oficios, la atención de la salud, las modalidades de enseñanza-aprendizaje, de producción y apreciación artística o de disfrute del ocio. Por supuesto, todos estos aspectos de la actividad humana sufrieron cambios, pero debido a su gra- dualidad, siempre fue posible observar su introducción e impacto incremental a través de las sucesivas generaciones. Hoy, en cambio —y previsiblemente mu- cho más en un futuro próximo—, el cambio es disruptivo y su carácter exponencial puede tornar rápidamente irreconocibles muchos de esos rasgos que caracterizaron nuestra vida social durante siglos. Tengo edad suficiente como para recordar cuan- do debía optar entre enviar una carta por vía aérea para que llegara en pocos días, pagando un franqueo postal más alto, o por vía marítima, para que arribara, tal vez, un mes después. Luego debía esperar otro tanto para recibir una respuesta. O, si la comunicación era urgente, debía solicitar una llamada telefónica de “larga distancia” y, a menudo, esperar durante largas horas hasta que la conexión pudiera establecer- se. En el lapso de solo una generación, no solo se ha logrado la instantaneidad del contacto, sino que puede realizarse de muy diversosmodos, con diferentes dispo- sitivos y hasta tornando casi indistinguible la proximidad física de la virtual. Oportunidades y amenazas Para muchos, los avances tecnológicos son percibidos como una amenaza, una suerte de “caja de Pandora” cuya apertura podría desatar todos los males. Pero tam- bién pueden ponerse al servicio de los se- res humanos si los Estados y sus socieda- des consiguen encauzar su desarrollo. Del lado del haber del cambio tecnológico, las promesas son incontables. Los disposi- tivos y aplicaciones, desarrollados en los últimos años, ya no son solo privilegio de los países centrales y muchos de ellos han sido adoptados en el mundo menos desa- rrollado. En las aldeas de la India la gente recibe subsidios y pensiones a través de Aadhaar, un identificador biométrico. Tra- bajadores de la salud en comunidades de Bangladesh prestan servicios maternales utilizando teléfonos celulares. Kenia está experimentando una verdadera revolu- ción del dinero móvil y en Nigeria, se en- tregan vales electrónicos a campesinos para proveerlos de fertilizantes. Otros campesinos, en zonas remotas de México, abren cuentas bancarias fácilmente (Gelb, Mukherjee y Navis, 2020). Los ejemplos se multiplican y diver- sifican. Las colas de personas frente a 15 01O S C A R O S Z L A K bancos o mostradores gubernamentales tienden a desaparecer. Las posibilidades de error o fraude se reducen visiblemen- te. Se están difundiendo las enormes ventajas de la Carpeta del Ciudadano, en- tre otras aplicaciones de las plataformas digitales en el sector público. En Asia y África, el teléfono celular más económico ya se consigue por solo 10 dólares y se es- pera que este año, el 70 por ciento de las personas poseerá uno, lo que permitirá reducir la brecha digital y mejorar la edu- cación. Los avances en la salud, la rapidez de los diagnósticos y los hallazgos que posibilitan la minería de datos, la inteli- gencia artificial y otros desarrollos cien- tíficos, contribuirán a reducir las tasas de morbilidad y a extender más la esperanza de vida. La robotización permitirá reducir las jornadas de trabajo e intensificará el desarrollo de puestos laborales más especializados y menos rutinarios. En la agricultura, se prevé que un robot que costará apenas 100 dólares, convertirá a los agricultores en gerentes de sus cam- pos. Pronto habrá en el mercado, carne de cordero fabricada a partir de biotec- nología y alimentos a base de proteínas de insectos. Se requerirá mucha menos agua, tierra y pasturas para alimentar el ganado. Con la difusión de los vehículos autónomos, se reducirá enormemente el parque automotor y el espacio destinado a garajes y estacionamiento, además de que no será necesario ser propietario de un automóvil y el tiempo dedicado a movilizarse podrá ser dedicado al ocio o al trabajo. La logística del transporte sufrirá una verdadera revolución, con camiones autónomos y drones cada vez más sofisticados para el transporte de mercaderías y personas. Las criptomo- nedas podrán transformar totalmente el mundo de las finanzas y convertirse en la base de las futuras reservas de divisas de los países. Cada hogar podrá tener su im- presora 3D para producir fácilmente todo tipo de bienes y, además, todos sus apa- ratos y enseres podrán ser monitoreados a través de IdeC. Este muestrario de innovaciones, elegido casi al azar, da cuenta de los po- sibles beneficios de los cambios que se avecinan, esto es, los del lado del “haber”. Pero al mismo tiempo, desde el lado del “debe”, abre interrogantes sobre el papel que debe (y puede) jugar el Estado frente a su desarrollo (v.g., fomentar, financiar, regular, controlar, prohibir) así como so- bre su capacidad para asumir estos roles. Preocupa, al respecto, la ausencia de de- bate público y de referencias al tema en el discurso oficial y la agenda pública de los países menos desarrollados. Al menos tres razones justifican esta preocupación, debido a: 1) los impactos económicos y sociales de las innovaciones tecnológicas; 2) sus consecuencias sobre la profundización de las disparidades en- tre países; y 3) los problemas éticos y cul- turales que pueden plantear. En el primer aspecto, cabe poca duda de que quienes dominen las aplicaciones tecnológicas ba- sadas en las TIC, la inteligencia artificial, la robótica, la automatización de procesos y otros desarrollos relacionados, dispondrá de un poder muy difícil de controlar. Los gobiernos deberían adoptar políticas e imaginar regulaciones que habiliten, pro- muevan o limiten los alcances y eventual difusión de estas innovaciones. Además, deberían decidir si deben contribuir con recursos a su desarrollo científico-tec- nológico, adquirir estos bienes para su propia operación, acordar partenariados público-privados para su producción, etcétera. La cuestión clave es si los go- biernos están en condiciones de adoptar decisiones informadas acerca del rol que deberían cumplir en los diversos mer- cados tecnológicos analizados. ¿Deben intervenir?, ¿en qué aspectos?, ¿para pro- ducir qué tipo de resultados?, ¿con qué re- cursos frente al poderío de industrias que, para colmo, suelen ser transnacionales? Si se plantearan estas preguntas, tal vez po- drían comenzar a encarar estrategias para poner en marcha proyectos de promoción, co-producción, financiamiento o regula- ción de estos desarrollos. La segunda preocupación se vincula con el ahondamiento de la brecha de desarrollo entre países, ocasionada por el cambio tecnológico. Seis de las diez personas más ricas del mundo son em- presarios de este sector. Si bien el PBI per cápita promedio ha aumentado glo- balmente, las desigualdades de ingresos entre países ricos y pobres se ha venido ampliando sostenidamente. La globaliza- ción, la financiarización económica y el cambio tecnológico han sido señalados como explicación de esta creciente dis- paridad. A la explicación económica de esta brecha en aumento es necesario su- mar (y quizá destacar) la debilidad institu- cional del Estado en el plano regulatorio. Naturalmente, los países avanzados no la tienen fácil en este tema, pero en todo caso, la magnitud y sofisticación de sus 16 [ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01 intervenciones no tienen parangón con la debilidad que se advierte en el mundo menos desarrollado, donde existe un ries- go cierto de que los países más débiles en su capacidad regulatoria vean ensanchar esta nueva forma de dependencia respec- to de los más avanzados. El tercer punto se relaciona con los aspectos éticos y culturales que plantea la era exponencial, también atravesados a veces por connotaciones políticas. Son conocidos los cuestionamientos y aprehensiones que suscita, en el plano ético, el acelerado desarrollo tecnológi- co, en campos como la biotecnología, la nanomedicina o la robótica, todos ellos impulsados por la denominada “ley de rendimientos acelerados”. Y generan fun- dados temores los riesgos que entrañan la invasión de la privacidad y la posible ma- nipulación de la información por parte de quienes la obtengan y procesen. Disrupción tecnológica y pandemia Me encuentro redactando este texto en momentos de reclusión obligada a causa de la difusión planetaria del virus Covid-19. En estos días, ha sido posible ver en acción las dos caras de este Jano bifronte que es la disrupción tecnológica. Su cara amable se ha manifestado en la posibilidad de en- frentar y resolver los múltiples problemas logísticos, sanitarios, financieros y de se- guridad generados por la pandemia. ¿Qué hubiera ocurrido de no haber dispuesto los gobiernos del arsenal tecnológico de la era exponencial? Una simple enume- ración de hechos y situaciones típicas de estos días de incertidumbre, permiteapreciar el crucial papel jugado por tales innovaciones en la resolución de muchos de esos problemas. Plataformas guber- namentales de trámites a distancia han permitido a miles de personas imprimir al instante, o subir a teléfonos celulares, permisos que habilitan la circulación de quienes están eximidos del aislamiento obligatorio. Otras plataformas hicieron posible, en más de 50 países, realizar transferencias de dinero a millones de familias socialmente vulnerables para asistirlas en la emergencia. Esta solución tecnológica, conocida como G2P (Govern- ment to People transfers), puede aplicar- se hoy para efectivizar salarios públicos, becas, pensiones, subsidios o transferen- cias no condicionadas a los pobres. Pero hay mucho más. Por ejemplo, las impresiones 3D fueron utilizadas para imprimir en el hogar y la industria, másca- ras, respiradores, hisopados para testeo y otros insumos médicos. También se utilizó esta tecnología para imprimir en tiempo récord, salas completas de ais- lamiento incorporadas a dos hospitales construidos en China en 10 días. En varios países incorporaron cadenas de blo- ques o blockchain para ayudar a resolver problemas generados por la pandemia (v.g., plataformas basadas en blockchain que permiten a los usuarios rastrear la demanda y cadenas de suministro de implementos médicos o la trazabilidad en la distribución de alimentos). También se ha utilizado bitcoin y blockchain para recaudar dinero y efectuar donaciones con destino a víctimas del virus. Y hasta se ha fabricado un lavamanos inteligente que incorpora visión computarizada y tecnología de internet de las cosas, para ayudar a la gente a realizar un lavado de manos más eficaz. En Túnez, un robot policial es utilizado para controlar el confinamiento y en Es- paña, se utilizan drones para patrullar las calles y enviar mensajes a la población. En otros países, también se emplean robots para el control remoto de los infectados por el Covid-19. En Israel, las aplicaciones móviles geolocalizan a los usuarios y les advierte si estuvieron en contacto con in- fectados o los alerta sobre posibles focos de infección a evitar en sus recorridos; o sea, una suerte de GPS anti-coronavirus. “La tecnología no es más que una herramienta que abre nuevas oportunidades para que los Estados adquieran mayor capacidad y sean más eficientes”. 17 01O S C A R O S Z L A K Por su parte, la inteligencia artificial y el big data permiten a decenas de laborato- rios predecir cuáles de las drogas exis- tentes, o nuevas moléculas que simulan drogas, tienen posibilidades de tratar más eficazmente el virus. Con el empleo de estas técnicas se reducen notablemente los tiempos de investigación a unos po- cos meses, cuando normalmente puede demandar una década producir una nueva vacuna y, obviamente, a un costo muy superior. Como última ilustración, cito el caso de China y otros países asiáticos, donde durante la pandemia se ha utilizado el reconocimiento facial y las cámaras térmicas para detectar infectados. Sin embargo, el rostro preocupante de Jano apareció en los fundados temores de que el férreo control social que, en mayor o menor medida, está ejerciendo el Estado durante la pandemia, se man- tenga cuando la vida cotidiana vuelva a la normalidad. Al respecto, el despliegue tecnológico de China es, tal vez, el primer y masivo experimento social de la historia en que, desde el Estado, se ha logrado es- cudriñar profundamente en la vida de los ciudadanos. Con el atendible argumento de que las autoridades velan por la salud pública, el gobierno les exigió —en zonas cada vez más extendidas del país— utilizar en sus teléfonos celulares, un software que decide quiénes deben permanecer en cuarentena o pueden transportarse en subterráneos, circular por shoppings o lugares públicos. Con la asistencia de Alibaba, el gigante de e-comercio, las au- toridades diseñaron un “código de salud”, Alipay, que los ciudadanos deben obtener a través de Ant, una popular billetera elec- trónica, que les asigna un color —verde, amarillo o rojo— indicativo de su estado de salud. “Verde” significa ausencia de con- taminación, “amarillo” exige una reclusión preventiva de siete días y “rojo” ordena ponerse en contacto con las autoridades sanitarias. El sistema se basa en big data para identificar y evaluar el riesgo de cada individuo en función de su historia de via- jes, del tiempo de permanencia en lugares críticos y de su posible proximidad con personas contaminadas. Nadie está auto- rizado a circular sin mostrar su código QR. No se sabe a ciencia cierta de qué modo el sistema clasifica a la gente, lo que ha causado temor y desconcierto entre aquellos obligados a aislarse sin saber por qué. Lo preocupante es que los datos son compartidos con la policía, incluyendo la localización de la persona, la ciudad de residencia y un código de identificación, que son registrados en un server. También en Estados Unidos, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, que uti- liza aplicaciones de Amazon y Facebook, comparte datos con las oficinas de policía locales, pero al parecer no existe allí una relación tan directa entre las empresas de software y el gobierno. En China, la propia policía participó en el diseño del software. Human Rights Watch ha señalado que la crisis del coronavirus pasó a ser un hito crucial en la historia de la vigilancia masiva de una población. Los primeros días de la epidemia expusieron los lími- tes del costoso fisgoneo computarizado, cuando la confección de listas negras de delincuentes y disidentes tropezó con la tarea de monitorear poblaciones enteras (Wang, 2020). Por ejemplo, el reconoci- miento facial fue fácilmente disimulado por los barbijos, frente a lo cual, el go- bierno recurrió a antiguos métodos de control, como exigir que los ciudadanos dejen huellas digitales donde vayan o registrar datos personales en estaciones de trenes o sus teléfonos en una apli- cación, antes de abordar un transporte público. De esta forma, fue posible una completa trazabilidad de los movimien- tos de cada persona. Muchos analistas advierten sobre el riesgo de que, una vez pasada la pandemia, estas innovaciones sean utilizadas para un mayor control ciu- dadano, lo cual entraña un peligro para la gobernabilidad democrática. “Sólo el Estado podrá proteger a los ciudadanos de la vulneración a su privacidad en una sociedad digitalizada”. 18 [ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01 Por cierto, la tecnología no es más que una herramienta que abre nuevas opor- tunidades para que los Estados adquieran mayor capacidad y sean más eficientes. Pero así como la tecnología amplifica de modo exponencial el poder de los datos, su impacto sobre el bienestar de las so- ciedades y las personas depende del uso de ese poder. A lo largo de toda la historia de la humanidad, la coerción, el dinero o la ideología han sido empleados como ins- trumentos de dominación y sojuzgamien- to; hoy, la información —como recurso de poder— también puede serlo. En términos potenciales, la acelerada evolución de es- tas herramientas informativas hace posi- ble utilizarlas —y ya hay suficiente eviden- cia de ello— para marginar poblaciones discriminadas en virtud de una “decisión logarítmica”, para “guiar” las decisiones de consumidores y votantes conociendo sus gustos y preferencias, o para perse- guir y encarcelar a opositores políticos. Un rol insustituible para el Estado Para que las cosas ocurran de uno u otro modo, hay un actor social insustituible a la hora de propiciar, conducir, regular o impedir que se produzcan los impactos y consecuencias sociales del cambio tecnológico en ciernes. Ese actor es el Estado. Su papel sería crucial paraque el poder combinado de la industria y el esta- blishment científico-tecnológico pudiera encauzarse en una dirección que aprove- chara las ventajas de la innovación y evita- ra sus negativas consecuencias sobre el bienestar e interés general de la sociedad. Sólo el Estado, con el activo involucra- miento de la ciudadanía y las organiza- ciones sociales, podrían poner freno a los excesos de un transformismo tecnológico sin cauces, sin valores, que sólo obedece a los despiadados principios del mercado o al ciego traspaso de fronteras de una ciencia que olvida que el conocimiento debe ser puesto, en primer lugar, al servi- cio del ser humano. Sólo el Estado podrá evitar que su capacidad de intervención social se vea superada por la velocidad del cambio tec- nológico, para lo cual debería conseguir que sus instituciones prevean la direccio- nalidad de esos cambios y adquieran las herramientas de gestión necesarias para adoptar a tiempo las políticas públicas e implementar las regulaciones que permi- tan controlar su ritmo y dirección. Sólo el Estado podrá impedir que la tecnología ahonde la desigualdad social o incremente la dependencia tecnológica frente a los países líderes y las poderosas empresas globalizadas que controlan el mercado de la ciencia y la innovación. Sólo el Estado podrá proteger a los ciu- dadanos de la vulneración a su privacidad en una sociedad digitalizada, de los cre- cientes ataques del ciberterrorismo, de la manipulación informativa, del desempleo tecnológico por sustitución robótica o de las caprichosas decisiones adoptadas por arte de algoritmos inhumanos. Pero quienes gobiernan también pue- den ser artífices —inconscientes, involun- tarios o deliberados— de los peores esce- narios imaginables. Podrían ser cómplices activos de las fuerzas incontroladas del mercado o la ciencia. Podrían utilizar las innovaciones tecnológicas para ejercer el más férreo y despótico control social, ha- ciendo añicos los valores e instituciones de la democracia. O, simplemente, podrían ignorar las señales y tendencias que ya pueden advertirse, y seguir gestionando “como de costumbre”, haciendo caso omi- so de los procesos en curso, con lo cual, condenarían a sus sociedades a situacio- nes de miseria y dependencia inimagina- bles. Por eso es importante reflexionar sobre lo que deberían hacer los Estados en países menos desarrollados para enfren- tar los desafíos de una era exponencial que avanza a un ritmo vertiginoso, que tras las promesas de un futuro mundo feliz, oculta graves amenazas para el bienestar de la sociedad humana. m Referencias Gelb, A., A. Mukherjee y K. Navis (2020), Citizens and States: How can digital ID and payments improve state capacity and effectiveness?. Center for Global Development. 31 de marzo. Disponible en: https://www.cgdev.org/pu- blication/citizens-and-states-how-can-digi- tal-id-and-payments-improve-state-capacity. Oszlak, O. (2020), El Estado después de COVID-19, Conferencia, 1 de abril, Buenos Aires, Insti- tuto Nacional de la Administración Pública. Disponible en: https://www.youtube.com/ watch?v=uH0DleKxRO4. Oszlak, O. (2020), “El Impacto de la Era Exponen- cial sobre la Gestión Pública”, Reforma y De- sarrollo (en prensa). Wang, M. (2020), China: Fighting COVID-19 with automated tyranny, Human Rights Watch. Disponible en: https:// www.hrw. org/news/2020/04/01/china-fighting-co- vid-19-automated-tyranny. 19 01O S C A R O S Z L A K por Manuel Alcántara Sáez. Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Salamanca, España. LA POLÍTICA EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE 20 Palabras iniciales Hannah Arendt en su obra de 1968 Hombre en tiempos de oscuridad ve con enorme preocupación el retraimiento de la gen- te con respecto a la política y al ámbito público. Para ella, su alejamiento, que se asemeja al diagnóstico que hizo José Or- tega y Gasset casi cuarenta años antes en La rebelión de las masas, se ha convertido en la “actitud básica del individuo moder- no, quien, alienado del mundo, solo puede revelarse verdaderamente en privado y en la intimidad de los encuentros cara a cara”. Pareciera que el momento actual complica aun más ese panorama en la medida en que un rasgo que lo define es el incremen- to de una privacidad muy contradictoria donde, además, dichos encuentros no tienen lugar y cuando la tienen es de una manera forzada. La contradicción radica en el hecho de que las personas estando radicalmente solas mantienen relaciones en número e intensidad como nunca en la historia. Por otra parte, el hecho de que de vez en cuando ocupen el espacio público, lugar en el que por excelencia se desarrolla la política, no hace sino dibujar un esce- nario ruidoso que, de manera imprevista, es devorado por el silencio. No son solo tiempos en penumbra sino también de incertidumbre como consecuencia de la existencia de crisis concatenadas que pa- recen no reconducirse a su solución. Cuando la política institucional es in- capaz de gestionar el conflicto, cuando el Estado de derecho se mece al albur de intereses espurios o de agentes des- prolijos, cuando la izquierda confunde liberación con hegemonía y ambas con exclusión, cuando la clase política solo mira en términos del corto plazo, cuando un determinado grupo social quiere im- poner sobre el resto un rotundo modelo de vida, cuando la alienación de ciertos sectores vislumbra que solo lo heroico tiene sentido, cuando el espacio público es vituperado y concebido como un lugar de abuso, cuando hay personas que no tienen nada que perder porque su vida se mueve entre la anomia y lo lumpen, cuando hay individuos que hacen negocio con los sentimientos de otros, cuando uno estima que su identidad es superior a la del vecino que, además, le inspira desprecio, cuando los medios de comunicación están felices por involucrarse en la fiesta por aquello del consumo de la necesaria y urgente cober- tura, entonces hay gente en la calle. Cuando una pandemia inusitada en la historia reciente de la humanidad se pro- paga por todo el universo en apenas tres meses, cuando su impacto letal en dicho lapso lleva a contabilizar 120 000 muertes a fecha del 13 de abril de 2020, cuando la sociedad descubre que la gente se muere, cuando los servicios de salud de muchos países se ven colapsados; cuando un número inusitado de gobiernos imponen severas cuarentenas que limitan al máxi- mo la movilidad de la gente con fuertes sanciones a quienes las incumplan, cuan- do la economía se precipita en lo que para muchos puede ser la crisis más seria del ultimo siglo; cuando la globalización es mi- rada con recelo y las expresiones naciona- listas reivindican el retorno y la reclusión en el establo al que se refería Nietzsche, cuando el mundo virtual salva del aisla- miento a los enclaustrados y da un respiro al trabajo en casa; cuando la solidaridad está en almoneda, cuando se rescata la di- ferencia de Bergson de la existencia de un tiempo interior y de un tiempo cronome- trado, entonces la gente abandona la calle. Mientras que las masas en Quito o en Barcelona, en Santiago de Chile o en La Paz, en Bogotá o en Port au Prince fueron sujeto-objeto de la violencia del Estado y contra el Estado dando testimonio de cómo lo público se convierte en un erial. Ahora, en estas mismas ciudades los he- licópteros sobrevuelan las calles vacías transmitiendo soflamas que llaman al he- roísmo, la unión y el necesario acatamien- to de las normas. La lucha, antes y ahora, por el relato, por la definición de quien es el enemigo y la instrumentalización de su- jetos colectivos que llevan años, décadas, siglos configurándose en una suerte de agonía que ayer creyó que le había llegado el momento de su redención definitiva y hoy se agazapa enel apartamento o en la casucha precaria de la villa. La probable sinrazón del griterío como del silencio oculta el vacío de individuos aislados que al calor de la masa dan sen- tido a su existencia. La supuesta épica con la que muchos caminaban con las banderas como capas sacando pecho o con los pasamontañas encubriendo el rostro que reflejaba la banalidad de los que, endiosados, desconocían de quien era realmente la calle, se trastoca, cua- tro meses más tarde, en el drama de la separación forzada, de la distancia social que incrementan los tapabocas. Las movilizaciones y los disturbios en Chile, que acaecieron pocos días 21 01M A N U E L A L C Á N TA R A después a lo acontecido en Ecuador, y a los que se van a agregar los de Bolivia y seguidamente los de Colombia, pusieron en el candelero a América Latina. Hoy, sin embargo, son Estados Unidos, Italia y España, quedándose ya atrás China, quienes centralizan la atención. Aunque no por ello la sobreactuación regional deje de monopolizar el relato. Surge una pulsión explicativa que, lógicamente, busca una mirada comparada, aunque siempre haya alguno que quiera verse el ombligo y que considera que su caso no solo es único, sino que es el verda- deramente trascendente por su insólita relevancia. Los artículos de opinión des- de diferentes enfoques y con calidades y extensión disímiles se suceden. Todos opinamos. Es difícil, a la vez de estéril, apuntar algo que no repita lo escrito o que no sea un mero resumen. Se produjo, se produce un ruido me- diático que puede confundir más que aclarar. Cada especialista lleva las ascuas a su sardina disciplinaria o ideológica. Explicar lo acontecido desde la ciencia política, la sociología, la economía y la cultura ofrece hipótesis que no siempre se complementan; revelarlo desde la ideología plantea dos extremos, que en puridad no son incompatibles, en clave de conspiración urdida por poderosas fuer- zas ocultas o de confrontación inevitable entre las élites egoístas y prepotentes y el pueblo marginado y desesperanzado. La economía frente a la salvación de vidas. La ciencia frente a la política. Las causas propiamente dichas que se sitúan en el origen, además, son distintas como lo son la naturaleza de las socieda- des donde se produce el alboroto. Aque- llas apuntan a la globalización, a la crisis de valores como consecuencia del éxito rampante del neoliberalismo, a gobiernos incompetentes, a electores/ciudadanos frustrados; estas traslucen escenarios con niveles de riqueza muy diferentes a los del entorno aparejados con desigual- dades lacerantes, sociedades separadas por lo étnico o lo lingüístico, grupos de excluidos con expectativas defraudadas. De entre todo lo que he leído estos meses y teniendo en cuenta lo que co- nozco echo de menos tres cuestiones a considerar como son la búsqueda de re- conocimiento, la gestión de la confianza y el ordenamiento de las identidades que asolan al yo contemporáneo. Ellas conver- gen en la arena política cuyas reglas del juego hoy son una antigualla pues están prácticamente incapacitadas para ejercer su tarea. Así, el ámbito donde se dirime el conflicto, que es inherente a la humani- dad, está configurado por instituciones de otra época desfasadas para lidiar con un demos que ha dejado de ser el que era. Y es aquí donde se dan cita los tres referidos problemas que, además, quedan afecta- dos por las nuevas Tecnologías de la In- formación y de la Comunicación (TICS). La gestación en un plazo de tiempo tan breve del nuevo orden mundial virtual en el que nos movemos una gran mayoría y en el que viven todos los menores de 25 años trae consigo el vacío de la representación con su correlato en el descrédito de la inter- mediación, el falso sentido de empodera- miento y el señuelo de que todo es posible. La búsqueda de reconocimiento La política tiene un componente teatral inequívoco. Los Congresos se construyen como anfiteatros; la oratoria es prevale- ciente en el lenguaje donde no son inútiles los gestos; las campañas electorales son todo figuración; el drama, la farsa y la comedia se entrecruzan. Siempre fue así, pero hoy el espectáculo se amplía porque las audiencias son mayores y los canales con que se llega a ellas se han multiplicado mucho. Pero, paralelamente, los indivi- duos hemos crecido como sujetos que conformamos un protagonismo que antes no existía. Se ha pasado del nosotros al yo. Somos espectadores individualizados a los que, como buenos consumidores, se nos ha dicho que el cliente siempre tiene la razón. Hay un implícito proceso de reco- nocimiento que, si bien al principio era me- ramente formal, una añagaza publicitaria, termina teniendo consistencia. A ello se suma el arrogante e irreversible avance de las TICs que, desde la hiperconectividad, permite el aislamiento en la red, el ensi- mismamiento y el imperio del selfie. Los demás se convierten en la audien- cia, en un público ávido de noticias que llenan la soledad o simplemente entretie- nen. No se trata tanto de saber cómo de ocupar de manera plácida el tiempo. Pero en su conformación tienen una poderosa e inusitada fuerza ya que se convierten en los grandes árbitros del reconocimiento. Son quienes ratifican con un signo de aprobación o de denuesto lo comunicado, quienes difunden lo recibido a sus con- tactos, cuyo mayor o menor número es 22 [ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01 signo de éxito a través de un simple gesto, haciendo que se convierta en viral. Una audiencia globalizada que es juez y parte y que encuentra en su activismo buena parte del sentido de su existencia. Asistir a una manifestación, enarbolar la bandera o la pancarta, significa salir por una vez de lo virtual y, sobre todo, encontrar un sentido más trascendente al acto que se está llevando a cabo. A la vez, aunque transmitirlo supone no salir del bucle, representa un engarce indudable con la estética. El reconocimiento regresa en forma de propósito colectivo: “estamos aquí”. Quienes han vivido toda su corta vida bajo esos parámetros gozan además de una epifanía. Para los mayores es una for- ma novedosa por la que, al fin, dejan de ser anónimos para sentir el designio de una fe que nunca creyeron volver a recuperar. En otro orden, en plena reclusión, las TICS permiten trascender el aislamiento, generar la ilusión de que la vida normal puede trasncurrir por los cauces de cada día. Uno sigue siendo quienes todos saben que es. Incluso el trabajo en casa permite la retribución del oficio que tanto trabajo costó conseguir. El reconocimiento da un giro sobre ese individuo encerrado en su casa que hasta hace poco era alguien porque estaba en la plaza. La gestión de la confianza La mayor parte del orden socioeconó- mico está basada en la confianza entre los individuos. Sucede en las relaciones interpersonales y en el ámbito del mer- cado. Durante siglos, y en no importa que cultura, el valor de la palabra, el apretón de manos, el abrazo, la reclinación de la cabeza, los escritos firmados, han su- puesto las formas de explicitarla. Para afianzarla más se llegó a la figura del fe- datario que trascendía lo estrictamente privado al ámbito público. Si bien su na- turaleza es fundamentalmente individual también puede afianzarse en el nivel co- lectivo. Las personas confían o no, pero también los grupos. Asimismo, en el ámbito político siem- pre se combinaron formas de confianza entre personas con otras que definían un modo de relación con las instituciones. La interacción en lo acaecido entre los distintos órdenes ha sido una constante de larga data. La confianza interpersonal, como se sabe gracias a Pierre Bourdieu y a Robert Putnam, configura el capital social, algo básico para elfuncionamien- to de la política, que a su vez requiere de grados de confianza mínima en las reglas que la definen. Para Max Weber sobre la confianza se yergue la legitimidad, pilar fundamental del poder. En la actualidad la confianza parece estar en horas bajas, sus elementos cons- titutivos se encuentran en bajo mínimos y, además, se dan factores que la amenazan por doquier que van desde la forma en que se socaba la verdad al abuso de quienes monopolizan el poder. La portada de The Economist (del 19 al 25 de octubre de 2019) se pregunta: “Who can trust Trump’s Ame- rica?”. Por otra parte, el discurso de Anto- nio Guterres, Secretario General de la ONU en el Foro de la Paz de París del 11 de no- viembre señaló que “We are witnessing a wave of protests all across the world. Whi- le the situations are all unique, they have two features in common. First, we are seeing a growing deficit of trust between people and political institutions and lea- ders. The social contract is under threat. We are also seeing the negative effects of globalization which, coupled with advan- cing technology, is deepening inequalities in society. People are suffering and want to be heard. They want equality”. Sin embargo, hay elementos conceptua- les nada ajenos que ayudan a entender este tipo de relación de manera precisa. Se tra- ta de la verdad y de la seguridad. La prime- ra supone cierto tipo de adecuación entre la realidad y el conocimiento. La segunda ofrece un nivel mínimo de garantías en tor- no a la propia existencia. Ambas tienen un fuerte componente subjetivo y se apoyan en un laborioso proceso de construcción sociocultural en el que la comunicación desempeña un papel fundamental. Así las cosas, la implosión irrestricta de las TICS ha cambiado radicalmente el escenario. Hoy la verdad se convierte en el veredic- to de un refrendo constante de audiencias y da paso a la posverdad donde los hechos objetivos influyen menos que los senti- mientos o las creencias personales en la conformación de la opinión pública. Por su parte, la seguridad, o la ciberseguridad como asunto fundamental en la agenda global, se haya enredada en un mundo proceloso donde los guardianes encar- gados de suministrarla se encuentran al albur de grandes corporaciones globales. El resultado es el de un contexto definido 23 01M A N U E L A L C Á N TA R A por fronteras difusas, contenidos move- dizos, relatos alternativos y desconfianza rampante. En él se abre un marco insólito que es el de las “fake news”, no por su no- vedad, ya que las verdades a medias o las mentiras sin más siempre estuvieron pre- sentes en la política, sino por su impacto por hacerse virales. Por otro lado, el dominio de los senti- mientos ha impulsado aun más la subje- tividad que trae consigo la existencia de relatos autónomos. Estos se acoplan a los gustos o inquietudes de cada uno hacien- do que la confianza se establezca sobre códigos individuales gestándose una plu- ralidad de relatos difíciles de coordinar. De hecho, la floración de un sinnúmero de razones espurias es la nota predomi- nante. Aquí la gestión de la confianza se alza como un reto insoslayable sin que haya administrador alguno. El ordenamiento de las identidades Woody Allen en Un día lluvioso en Nueva York, ante una situación de desconcierto personal por la que pasa la protagonista que se pregunta quien es ella realmen- te, pone en boca de su interlocutor, con cierta sorna, que la respuesta la tiene mirando en su permiso de conducir, que es el documento de identificación por excelencia en Estados Unidos. El pasaje no puede ser más ilustrativo de las tribu- laciones que asolan al yo contemporáneo, a veces superficiales y otras profundas. Diluidos paulatinamente los viejos lazos comunitarios, quebrados los vínculos con instituciones que creían ser los pila- res fundamentales que acompañaban la existencia, la soledad parece conformar hoy el entorno más sólido de cierta parte de la humanidad. Una situación que en los tiempos del Covid-19 adquiere un perfil dramático por su carácter imperativo: hay quienes queriendo estar solos no pueden y quienes deseando estar acom- pañados están solos No hay ataduras familiares porque la familia o se ha reducido a la más mínima expresión o se hace-deshace-rehace a una velocidad vertiginosa sin que haya posibilidad de consolidar un sentido de pertenencia y de estabilidad. Los nexos religiosos se deterioran y cuando se cons- truyen, como ocurre en el ámbito evangé- lico, tan exitoso en América Latina, siguen pautas de una diversidad de sectas que afloran por doquier y, estableciéndose en locales como si se tratara de garajes o de pequeños comercios, producen una atomización con vocación individualista. En la política, la banalización de la de- mocracia, en afortunada expresión de Peter Mair, ha supuesto el notable incre- mento del número de partidos en la mayo- ría de los países, de la volatilidad del voto, porque cambió la oferta del lado de las candidaturas o la demanda por la avidez del electorado en busca de nuevas alter- nativas. Ni que decir tiene que la identifi- cación “de toda la vida” con algunos par- tidos ha disminuido a cifras impensables hace apenas dos décadas. Por otra parte, la identidad de clase hace tiempo que, probablemente de modo injustificado, es una antigualla. Pero todo ello no quita para que se haya producido una efervescencia de identi- dades plurales que siempre estaban pre- sentes, pero que o bien eran consideradas demasiado íntimas o no tenían el diapasón que las ayudara a proclamarse a los cua- tro vientos. Han requerido una venturosa combinación de reafirmación del yo y un soporte inesperado de las TICS. La pul- sión narcisista, que venía consolidándose por la expansión de la sociedad del con- sumo, se aupó en la soberanía individual avalada por la lógica de la competencia. Las innovadoras tecnologías ayudaron para construir cámaras de resonancia donde se encontraban cómodas las nue- vas expresiones del yo. El problema radica a la hora de esta- blecer la prelación de las identidades que las personas pueden estimar que las definen. El listado de campos tiende a ser ilimitado: A los ya señalados se une el que determina el sexo, la(s) lengua(s), la etnia, el empleo, las aficiones, la enfermedad… Ámbitos difusos, precarios, discontinuos. También resulta problemático que los de- más no reconozcan la identidad del otro: ¿qué se es primero?, ¿cómo gestionar las identidades múltiples?, ¿hay identidades en uno que son intrínsecamente exclu- yentes? En definitiva, ¿quién las ordena? El vacío de la representación y el descrédito de la intermediación La caída del muro de Berlín parece esta- blecer un escenario de confortable ho- mogeneidad en lo atinente al imperio de la lógica de la democracia como única le- gitimidad plausible. Sin embargo, apenas una década después, la funcionalidad de 24 [ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01 la representación comienza a estar cues- tionada: “Que se vayan todos”, “No nos representan”, “Lo llaman democracia y no lo es”, son etiquetas que configuran buena parte de la iconografía política del siglo XXI. No suponen sino el recordatorio del hiato entre dos visiones antagónicas de la democracia. Una, muy extendida a lo largo del último siglo, basada en un conjunto de ideas sencillas, pero vigorosas, referidas a la soberanía popular proyectada en la fórmula simple de “un individuo un voto”, a la representación política, a un sistema de pesos y contrapesos entre diferen- tes facetas en que el poder se divide y al denominado Estado de derecho. La otra, sostenida en expresiones de la acción directa donde el eje de actuación lo incar- dina la participación, la asamblea, el con- ceptode la voluntad general y, en muchos casos, la ausencia de coerción alguna. Locke y Montesquieu frente a Rousseau. El liberalismo político frente al socialismo utópico. La democracia representativa frente a la acción directa del anarquismo. Tras una procelosa andadura, el primer modelo llega a ser preponderante en una notable cantidad de países cuyo número no deja de aumentar. Su pujanza se llega a ejemplificar, en brillantes palabras de Juan Linz, como “el único casino en el pueblo”. Un escenario que casa con el que describe Francis Fukuyama al irrumpir el nuevo siglo, donde más que del fin de la historia de lo que se trata es que la demo- cracia se ha convertido en el único orden político legítimamente posible. En este escenario, la idea de representación, au- pada en el acto electoral, cobra una fuer- za predominante, aunque no exclusiva. La preeminencia de esta dimensión con su consiguiente énfasis en la competición por el voto potencia el papel de los parti- dos políticos cuya funcionalidad no dejó de crecer hasta convertirse en los au- ténticos amos del poder. Forman gobier- no, representan las divisiones sociales existentes, seleccionan personal para la política, agregan, articulan y jerarquizan intereses dispersos, son máquinas de socialización y de información. Pero estas tareas, que pueden subsumirse bajo la idea de la intermediación, han quedado obsoletas entrando en una severa crisis con la revolución tecnológica. El nuevo mundo virtual aupado sobre la expansión de la telefonía celular supone la desvertebración de una gran mayoría de las tareas de intermediación que han sido fundamentales para la vida corrien- te. De pronto, la persona-al-otro-la- do-de-la-ventanilla deja de tener sentido: telefonistas, recepcionistas, cajeros, se convierten en empleos amortizados. Se vacía el contenido de muchas de las funciones de terciar entre partes, algo que también afecta sobremanera a la re- presentación política que, además, viene sufriendo un severo proceso de desgaste por la mayor conciencia de la gente en torno a la corrupción. Los políticos, cuya reputación siempre ha estado cuestiona- da, incrementan su descrédito batiendo records con respecto a la desconfianza que generan en su actuar, incluso en su propia figura, y terminan siendo vistos como uno de los problemas principales de la sociedad. Al hecho de convertirse en personas prescindibles se añade la aña- gaza de eliminar la traba. Dos aspectos cuestionables, al menos a medio plazo, que la realidad cotidiana se encarga de desmentir con la llegada de nuevos repre- sentantes tramposos, soeces y chulescos que hacen de la improvisación y del exa- brupto, cuando no del insulto, un modo de hacer política que, curiosamente, recibe la simpatía de cierta parte de la población. El señuelo de que todo es posible Hay un relato tan viejo como la propia historia de la humanidad que vincula el deseo con el logro y que, además, santifi- ca este con independencia de su sentido. No se trata de alcanzar bienes materiales concretos, a lo que inveteradamente se refieren la gran mayoría de tradiciones es a llegar. Se vive en un tránsito en el que la voluntad de poder se enseñorea de la existencia. Poder tener cosas, poder ser feliz, poder encontrar el equilibrio, poder confundirse con la naturaleza. Tener con- ciencia de que no hay límites y si los hay pueden negociarse. Aspirar a todo y asu- mir que si no se consigue hay impondera- bles que son ajenos. Detrás puede estar la lógica de la sumisión, la autoconciencia de limitaciones propias insoportables, el peso de legados de diversa índole, gené- ticos o de la estructura socioeconómica en la que se nace. Son espacios que se canalizan mediante la autocompasión o a través de cauces religiosos. La tecnología acompaña al ser humano desde sus albores por lo que no se puede deslindar ninguna etapa de la evolución sin tener en cuenta el estado concreto del co- nocimiento tecnológico de cada momento. 25 01M A N U E L A L C Á N TA R A Entendida la “tékne” como la fabricación material que refleja la eficacia de la acción transformadora de lo natural en artificial ha pasado por estadios de mayor o menor ritmo de alteración en los que los avances suponen per se un cambio de época. Los mismos han afectado por partes a dis- tintos colectivos generándose grados de desarrollo desigual. De hecho, una manera de entender la historia de la humanidad ofrece diferentes modelos en función de los estadios en dicha evolución. La mutación tecnológica en que nos encontramos desde hace tres décadas en el ámbito de la información y de la comuni- cación supone uno de esos hitos trascen- dentales que, como novedad, conlleva su enorme velocidad en cuanto a su disemi- nación y, por ende, su carácter universal. Los cambios tecnológicos previos trajeron consigo el empoderamiento de diferentes grupos, pero hoy este es general y ello contribuye a su carácter demiurgo. Es poco cuestionable que la política dio un salto de gigante al establecer el prin- cipio de la ciudadanía sobre la premisa fundamental de la igualdad donde, como señalé más arriba, toda persona tiene un voto, pero el actual escenario lo da sobre la base de que cada individuo tiene al me- nos una conexión inalámbrica. De pronto, la gente que venía bullendo desde hace tiempo tiene un instrumento multifun- cional que, además, por su portabilidad le acompaña permanentemente. Si Ortega en La rebelión de las masas ya señala en 1930 que el hombre-masa es alguien “cuya vida carece de proyecto y va a la deriva… hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y po- bres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Europa al otro… [que] tiene solo apetititos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obli- gaciones”, el momento presente no hace sino agudizar ese diagnóstico. A este individuo egocéntrico que no tiene ideas sino creencias, que es el producto de la exacerbación de la sociedad del consumo y que, como señalaba Nietzsche, le gusta vivir en manada, la revolución tecnológica le hace sentir como nunca que todo es po- sible, ingenuamente. El falso sentido de empoderamiento La construcción de un relato convincente sobre el que articular el sentido de la vida y las bases de la convivencia entre los seres humanos es un arte que acompaña a nuestra evolución. Impregna a la reli- gión, pero también a la política. En esta, ideas variopintas acuñadas en diferentes etapas del desarrollo de las distintas ci- vilizaciones han desempeñado papeles fundamentales en la construcción del orden político. Una de las más fascinantes es la de la soberanía popular. Gracias a ella se entiende que un concepto relacional abstracto como es el poder, pero que tan firme presencia tiene en cada instante de la existencia, tiene su origen y está depositado en el colectivo que formamos. La máxima de una persona un voto y el extraordinario alcance y su significado de los derechos humanos son, sin duda, sus efectos más inmediatos. Los individuos aparecen inequívocamente dotados de un protagonismo superador de diferencias por sexo, raza, lengua y religión. Son de- miurgos de sí mismos, pero a la vez de la colectividad en que se mueven. Este escenario, que culmina un largo proceso decantado en los dos últimos si- glos, se enfrenta hoy a la revolución digital cuyas pautas han cambiado radicalmente el comportamiento de hombres y mujeres. “La tecnología acompaña al ser humano desde sus albores por lo que no se puede deslindar ninguna etapa de la evolución sin tener en cuenta el estado concreto del conocimiento tecnológico de cada momento”. 26 [ EL FUTURO DEL ESTADO Y DE LA POLÍT ICA DEMOCRÁTICA ]01 En la actualidad la gente está permanen- temente conectada
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