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ARGAÑA FERNANDEZ RODRIGUEZ Amor y psicopatologíahoy Un caso de amorexia

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Amor y psicopatología hoy: Un caso de amorexia 
 
“si el psicoanálisis es un medio, 
es en el lugar del amor que se sostiene” (J. Lacan, 1973) 
 
El amor y la patho(s)logía 
 
La clínica en la actualidad confronta a los analistas con la proliferación de presentaciones clínicas 
caracterizadas por sujetos que portan la dificultad, imposibilidad, o bien rechazo para situar sus 
síntomas como mensajes que cifran una modalidad de satisfacción singular en el padecimiento, y de 
los cuales podrían ser liberados. Por el contrario, se trata de sujetos que sostienen una modalidad de 
goce autística, solitaria con el síntoma, que deja de lado la posibilidad de lazo al Otro y por ende lo 
alejan del lazo amoroso. 
En “El saber del psicoanalista” Lacan situó que la época actual es ordenada por el “(pseudo) discurso 
Capitalista” caracterizado por el “rechazo -Verwerfung- de la castración y de las cosas del amor” 
(LACAN 1972), donde en el lugar del agente se ubica el sujeto dividido pero ya no por el 
inconsciente, sino que se trata de una división que no incluye la noción de imposibilidad sino, más 
bien, un empuje a ser colmada por distintos objetos, a los fines del consumo, sin pérdida alguna. Por 
el hecho que el S1 ha perdido su función ordenadora -y, como efecto, respondiendo al imperativo 
que empuja a consumir- nos encontramos con sujetos más bien consumidos por un Superyó voraz, 
que con consumidores. 
En este sentido pensamos que en estas modalidades de presentación, el síntoma no porta, en un 
primer momento, un mensaje a descifrar, quedando en primer plano su vertiente de satisfacción 
pulsional sin ningún revestimiento psíquico, en tanto que “el síntoma, en su naturaleza, es goce (...) 
no los necesita a ustedes como el acting-out, se basta a sí mismo” (LACAN 1962-1963, 139). 
En el caso que presentaremos a continuación, enmarcado en lo que llamamos la posición anoréxica -
algunas veces nombrada como “anorexia vera, radical, fanática o dura”- no hay ninguna apelación o 
llamado al Otro del deseo sino más bien, nos encontramos con un rechazo radical del Otro donde el 
ayuno apunta a devenir nada (SCHEJTMAN 2012, 438). En muchos de estos casos el sujeto se 
encuentra en “egosintonía” con sus síntomas y a través del intento de dominio yoico de su imagen 
especular, termina por darle consistencia a una “relación de complementariedad mortificante” entre el 
yo y el súper-yo, que pasa a encarnar su propia voluntad de goce, empujándola a consumir… se. 
¿Podemos pensar que los sujetos que padecen estas “patologías de la época” están des-
enamorados de su inconsciente? ¿Qué vigencia tiene la transferencia frente a estas posiciones 
subjetivas “decididas” en no articular demanda alguna? ¿Qué respuestas puede dar un analista 
frente a sujetos que dan cuenta del rechazo del inconsciente y que al mismo tiempo están fascinados 
por la satisfacción brindada por sus síntomas? 
 
Un primer encuentro 
 
Una púber que pesa unos veintiocho kilos ingresa al Servicio de Internación acompañada por sus 
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padres. Lucía, una niña pálida y desvitalizada, aparenta no tener más de ocho años. Me presento 
con ella y le explico que voy a verla diariamente en la habitación. En la primera entrevista, al referirse 
a las causas que la llevaron quedar internada, indica que se veía “gorda”. Su discurso es acotado y 
se centra en cuestiones relativas al cuerpo y la imagen. Intervengo preguntando qué tipo de cuerpo 
le parece atractivo y, luego de cierta vacilación, señala: “se me ocurre como vos, un cuerpo como el 
tuyo”. 
La madre, quien permanecerá durante la internación junto a la cama de Lucía, me recibe con una 
sonrisa amplia, recortándose el gesto como dato llamativo. Recuerda que siendo todavía un bebé, 
Lucía “no podía sostenerse sola”, le daba “miedo que se caiga” por lo que “se sentía obligada a 
ocuparse de ella constantemente”. En ocasiones la niña se quedaba dormida comiendo y ella seguía 
alimentándola, semidormida. Fue a la única de sus hijos que alimentó a pecho hasta los tres años 
porque desde bebé –interpreta la madre- fue “asquerosa” con la comida. La relación madre-hija se 
vio conmovida con el nacimiento del hermano menor de Lucía en tanto se produjo el destete abrupto, 
y la atención fue redirigida hacia este niño que portaba una enfermedad congénita. 
Durante la internación, que duró aproximadamente dos meses, los padres estuvieron presentes en 
forma casi permanente. En las entrevistas con Lucía devino intrusiva la mirada fija del padre –
sostenida desde la ventana de la puerta de la habitación-. Una mirada constante que dejaba 
capturado al sujeto y a la que se remitía Lucía cada vez que abría su boca para hablar. En una 
ocasión se intervino indicándole al padre que permanezca lejos de la puerta durante los encuentros. 
En entrevistas familiares, se desprende que el nombre de la joven fue elegido por el padre en tanto le 
evocaba a una secretaria con la que trabajó en una época anterior. Se recortaba de la enunciación 
del discurso paterno la pregnancia de cierto erotismo en dicho vínculo. Por otro lado, cabe aclarar 
que no se trata de cualquier nombre, sino de uno en el que puede leerse una referencia directa al 
cuerpo y su forma. La madre ubica que antes del comienzo de la posición anoréxica, Lucía era una 
joven que realizaba mucho deporte y tenía un “cuerpazo”. 
 
Encuentro con lo traumático 
 
En las primeras entrevistas con Lucía se localizan dos coordenadas del surgimiento de la anorexia. 
Primero, en el colegio frente a las cargadas habituales de sus compañeros, “no contestaba porque 
quería caer bien, hacer amigos”. Ubica un episodio que la angustió: cerca de su último cumpleaños, 
una compañera le dijo “gorda”, ella “no pudo responder”, y a partir de allí dejó de comer. Asociado a 
ello, recuerda situaciones en las que han cargado a su hermano menor y ella no supo qué decir, se 
quedó muda. La escena con la compañera queda situada en relación a la segunda coordenada 
subjetiva que marca el inicio de la anorexia: un contexto familiar particular signado por la muerte de 
la abuela, a quien nombra como su “segunda mamá”. La abuela -símbolo familiar de lo amoroso- 
representaba el encuentro de la familia alrededor de la “comida con amor”. Recuerda diversas 
situaciones compartidas: en aquella época su familia incluía primos, tíos, sobrinos, que se reunían 
frecuentemente en su casa. Tras su fallecimiento, se produjo un quiebre familiar y no volvió a ver a 
sus “otros familiares”. La familia se limitó a sus padres y hermanos, tornándose para ella “un 
encierro”. 
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A lo largo de los encuentros, el analista recorta una frase que Lucía repite una y otra vez, sin 
diferenciar tema ni momento: “todo bien”. En una ocasión, se interviene cuestionando lo absoluto de 
aquella frase: “¿todo bien?”, “¿para quién?” La intervención produce la sorpresa del sujeto, que se 
queda sin respuesta. En el siguiente encuentro, Lucía señala que tal vez las cosas no estén bien, 
que es una respuesta que da automáticamente. 
 
La emergencia de la angustia / La emergencia de un decir 
 
Luego de algunas entrevistas, Lucía empeora clínicamente, teniendo reiterados vómitos. Los 
médicos consideran, inicialmente, que los mismos se los autoproduce la paciente ya que no quiere 
“ser engordada”. Debido a esta situación, es sedada para evitar que vomite y “se deje” alimentar. En 
una de las veces que la visito en su habitación, la joven se queja de unos dolores insoportables y me 
pide que “ayuda” para que cesen, quiere sentirse bien, quiere poder comer. 
A partir de unos estudios, se descubre que sus ayunos prolongados le produjeron una alteración 
estructural en el aparato digestivo llamada “síndrome pilórico”, el cual le impide asimilar el alimento 
que se le administra por sonda, razón por la cual es su organismo el que lo rechaza. 
Se producen una serie de entrevistas en las cuales está somnolienta. Se instalaun tiempo en que el 
analista pasa por la habitación a preguntarle cómo está, quedándose sentada en silencio junto a ella. 
En una ocasión, el analista toma una revista de la habitación y hace comentarios sobre algunos de 
los personajes de actualidad. Lucía muestra cierto interés y empiezan a leer juntas las revistas. El 
analista comenzará a hacer comentarios especialmente sobre ropa, maquillaje, zapatos. Frente a 
esto, Lucía sólo responderá asintiendo a lo que se le dice. 
Luego de una semana donde fue crítica la situación clínica, Lucía le revela a su analista que cuando 
se miraba al espejo “no se veía viva”. Angustiada, señala que intentaba hacerle caso a su “parte 
buena” que le decía que comiera, pero que no le resultaba posible. El analista asentirá, señalando 
que su llegada al hospital fue en un estado muy grave, con un riesgo alto de muerte. La paciente 
dirá: “Nadie se dio cuenta, me hubiese gustado que me hayan visto para no terminar internada”. 
¿Podemos pensar este momento como una forma en que Lucía puede comenzar a ponerle palabras 
a ese grito-mudo que hasta el momento sólo podía expresar con su cuerpo? 
La intervención allí fue señalar lo terrible que debió resultar para ella estar tan cerca de la muerte y 
que “nadie haya podido verla”. En lo dicho se incluyó la angustia, no calculada, que se hizo presente 
en el cuerpo del analista. En el próximo encuentro, Lucía se angustiará al empezar a hablar. 
Recalcati explica que “el ideal anoréxico encuentra aquí el límite del cuerpo como cuerpo que puede 
morir. La acción del analista no debe descuidar este contenido escandaloso del cuerpo mortal. Pero 
tampoco debe delegarlo al discurso médico (…); más bien debe poder presentificarlo justamente allí 
donde el diseño anoréxico querría cancelarlo.” (RECALCATI 1997, 199). Asentimiento que operó 
como sanción, luego de un tiempo previo de estar disponible, sobre lo terrible de verse muerta en un 
espejo, acerca de lo aterrador de llegar con un alto riesgo de muerte a una internación, que incluía la 
desesperación de que nadie la vea. Se puso así en juego la posibilidad real de que el cuerpo muera 
y, con ello, la imposibilidad de seguir denegando el cuerpo-sufriente a partir de comenzar a ser 
mirada de otro modo. 
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Una versión posible: la timidez 
 
La evolución clínica favorable posibilita comenzar a trabajar en los consultorios y dejar los encuentros 
en su habitación. Comienza a traer revistas y a comentar la ropa que le gusta y la que no, 
oponiéndose cuando los gustos con su analista no coinciden. Se repetirá este trabajo en varias 
entrevistas. 
Lucía comenzará a asistir vestida, arreglada. Su expresión ha cambiado completamente y ha subido 
un poco de peso. En su discurso aparece la expresión de opiniones propias, y la delgadez deja de 
ser el aspecto más importante de sus intereses. Algo vivo comienza a asomarse. Aparecen 
elementos antes ausentes en su discurso: maquillaje para tapar su acné, rímel para resaltar sus ojos, 
colores en su vestuario. Refiere que tiene ganas de comprarse ropa y, como subió de peso, ya no 
tendrá que hacerlo en “locales de bebés”, sino que podrá dirigirse a las marcas que usan sus amigas. 
Quiere empezar a ser “elegante”. 
Trae una revista donde leyó una nota sobre la anorexia. Interrogo qué piensa ella y señala que su 
enfermedad se debe a un “montón de causas”: la preocupación por su cuerpo y la imagen, pero 
también los problemas con sus compañeros, la muerte de su abuela, entre otras cuestiones. Las 
entrevistas se centran en esta abuela: recuerdos acerca de momentos que compartían juntas y 
acerca de qué cosas extraña de ella. Entre las anécdotas, describirá los sabores deliciosos que 
incluían los platos de la abuela y cómo le enseñaba a cocinar y a combinar diferentes ingredientes, 
incluyendo la transmisión a su analista de alguno de aquellos “secretos”. Asimismo, destacará que si 
bien cada domingo todos se juntaban en la casa de su abuela, cada mediodía la visitaba y almorzaba 
con ella al salir de la escuela, siendo ese un momento que compartían solamente ellas dos, 
estableciendo una complicidad y privacidad que no volvió a tener con ninguna otra persona. 
El trabajo con Lucía siguió consistiendo en hacer sutiles intervenciones mediante el recurso de las 
revistas. Por momentos se detendrá y contará cómo se siente, lo que le preocupa o lo que la pone 
feliz. Comenzará a hablar de sus amigas y de “los chicos”. Dirá que a ellas les gusta el fútbol y tienen 
camisetas de sus cuadros favoritos, por lo cual saben cómo acercarse y hablar con los varones. 
Hablará con admiración de cómo una prima unos años mayor sabe cómo arreglarse –especialmente 
sus rulos- y lucir su belleza, en particular cada vez que sale a bailar. Contará que ella no entiende 
nada de fútbol y empezará a hablar, entonces, de lo difícil que se le hace “saber” cómo iniciar una 
conversación con los varones. ¿De qué se habla con ellos? ¿Cómo hago para acercarme? 
Comenzará a nombrar esta dificultad como “timidez”. 
 
Consideraciones 
 
En el caso presentado se pone en primer plano una modalidad defensiva de la intrusión del Otro que 
se manifiesta en el “comer nada” anoréxico. 
Partimos de la conceptualización de la pubertad como “uno de los nombres de la no relación sexual, 
(…) porque es un punto que encuentra el sujeto donde falta un saber sobre el sexo”. (STEVENS 
2011, 26). Frente a ese desconocimiento, aparece en el caso la anorexia como defensa del sujeto, 
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allí donde opera un “despertar” que cierne el encuentro problemático entre lo real del cuerpo y la 
mirada incestuosa -sin velo- del padre. El encuentro con el significante “gorda” deviene signo que 
propicia el inicio del rechazo del alimento. Y, con ello, la cancelación de los caracteres sexuales 
secundarios propios de la pubertad -que se borran en lo real del cuerpo al llevar al extremo la 
delgadez- y del Otro, condicionando así una posición cerrada en un goce autístico que modela un 
“cuerpo cadaverizado”, que determina su internación. 
El montaje sintomatológico se erige condicionado por el duelo “detenido” de la entrañable abuela, 
que vía el análisis se constituye como una pérdida enmarcada en la vía de la simbolización. 
En el encuentro con el analista operó la entrada en el discurso del objeto recortado del Otro, donde 
leemos un signo de la presentación de la transferencia. El analista quedó situado dentro del cuadro 
de la enfermedad que trata -tal como Lacan lo plantea en relación a Velázquez en la obra “Las 
Meninas”, donde el pintor queda incluido en aquello que pinta-, y desde allí, las intervenciones fueron 
encontrando un marco posible desde donde pudo lograrse cierta incidencia sobre el goce mortífero 
de esta joven. En el tratamiento resulta imprescindible devolverle la dignidad a la palabra del sujeto, 
haciéndolo escucharse en su padecimiento, aunque también deviene fundamental circunscribir el 
borde donde se presenta la inminencia de la muerte. Resulta fundamental, como señala Recalcati, 
"oponer a la exterioridad estética de la imagen del cuerpo-flaco, el interior obsceno y no dominable 
del cuerpo mortal.” (RECALCATI 1997, 199). Lo singular de la intervención que nombra el riesgo de 
muerte de la joven es que porta la angustia del analista, la cual sitúa un punto de división del Otro 
que inaugura un lugar donde el sujeto puede alojarse. 
Allí donde el espejo no le devolvía en la imagen los signos vivos de su cuerpo, había un Otro que en 
su mirada, por exceso -el padre- o por ausencia -la madre-, consistía a una modalidad de goce 
anoréxico que encontró límite sólo en el ingreso hospitalario. El analista introduce otra mirada donde 
la angustia registra la muerte como signo que inscribe una falta en el Otro, y donde el sujeto 
entonces puede alojarse. Ella es mirada de otro modo, puede verse distinta y, entonces, empezar a 
registrarse en esa mirada nueva. Que ella pueda faltarleal Otro permite transitar el duelo no 
realizado por la abuela que devino un pasaje subjetivo interrumpido por el montaje de la defensa 
anoréxica. 
La puesta en marcha de la transferencia puede situarse en la sintomatización del cuerpo -devenido 
sufriente durante el tratamiento- y la demanda al analista de su “ayuda” en la constitución de un límite 
al goce. El analista participa del rearmado de un cuerpo más amable que, en función de otro “re-
vestimiento” psíquico, permita velar el encuentro con lo traumático de otro modo... 
Para concluir, si estos modos de presentación dan cuenta de una modalidad autoerótica del goce, un 
análisis -al menos en sus inicios- implica el deseo de hacer existir un Otro como ficción que permita 
“un lazo de a dos (que) en tanto tal está en el lugar de la falta de relación sexual.” (LACAN 1988, 86) 
 
Ezequiel Argaña 
Analía Fernández 
Santiago Rodríguez 
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Bibliografía 
● Cosenza, D: “Adolescencia contemporánea y cuestión anoréxica” en La comida y el 
inconsciente, Buenos Aires, Tres Haches, 2013. 
● Eidelberg, A. y otros: “Anorexia y bulimia. Síntomas actuales de lo femenino”, Buenos Aires, 
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● Eidelberg, A. y otros: “Porciones de nada. La anorexia y la época”, Buenos Aires, Serie del 
Bucle, 2009. 
● Lacan, J. (1962-1963): “Seminario 10: La Angustia”, Buenos Aires, Paidós, 2009. 
● Lacan, J: “Seminario 19: ... O peor. El saber del psicoanalista”, Clase del 6 de enero de 1972, 
Inédito. 
● Lacan, J: “El Seminario 21: Los no incautos yerran”, Clase del 18 de Diciembre de 1973, 
Inédito. 
● Lacan, J. (1988): “La tercera”, en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Editorial Manantial, 
2007. 
● Recalcati, M (1997): “La última cena: anorexia y bulimia”, Buenos Aires, Ediciones del 
Cifrado, 2011. 
● Schejtman, F.: “Capitalismo y anorexia: discursos y fórmulas”, en “Elaboraciones lacanianas 
sobre las neurosis”, Buenos Aires, Grama ediciones, 2012. 
● Stevens, A: “La clínica de la infancia y de la adolescencia”, Colección Grulla, Publicación del 
CIEC, 2011.