Logo Studenta

Lectura 2

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Lectura 2. La niña de la caja de cristal
En nuestro pueblo vivía una maravillosa y pequeña muchacha. Era tan delicada que su preocupada madre la encerró en una caja de cristal. Esta caja debía proteger a la niña del viento y de la lluvia, de la enfermedad y de todo peligro. Ni el menor polvillo podía tocar su blanco vestido, ninguna palabrota ofender su oído. La buena madre quería proteger a su hijita de toda la maldad del mundo.
La caja de cristal estaba montada sobre cuatro ruedas, y de esta manera se podía sacar también al jardín. En éste la niña podía contemplar, a través de los cristales de su casita, las flores; alegrarse cuando los pájaros cantaban y los niños brincaban alegremente. Ella, en cambio, estaba sentada inmóvil en su sillita; estaba delicada, y de día en día se volvía más pálida. La madre no perdía de vista ni por un momento la caja de cristal. Pero un día tuvo que alejarse de la casa por un par de horas. Entonces penetró por los cristales un pequeño duende y le dijo solamente:
-¡Jujui!
Como un latigazo sobre un caballo, este grito hizo estremecerse a la niña encerrada en la caja de cristal. Sus ojos se movieron a derecha e izquierda, hacia arriba y hacia abajo, y lo que vieron a su alrededor era alegría y vida.
Afuera reinaba el otoño, y el viento celebraba una fiesta. El viento invitó a ésta a cien mil huéspedes: a todas las hojas pardas, rojas y amarillas de los árboles.
-¡Vengan! -les gritó-. ¡Vamos a bailar!
Las hojas saltaron de las ramas y danzaron. Danzaban solas y en parejas, y danzaban también en grandes corros. Vinieron los niños de la calle y danzaron también alegres con ellas.
Entonces la pequeña niña olvidó que estaba tan delicada que ningún viento ni lluvia ni polvo podían tocarla, ni podía oír ninguna palabrota. Sin poder contenerse, gritó:
-¡Espérenme, voy también con ustedes!
Pero las puertas de la casita de cristal estaban cerradas. Fue inútil que las sacudiera y tirara de ellas.
-¡Ábranme! -rogó la niña.
Al oír sus gritos, todos los niños cesaron de danzar y rodearon la pequeña casita de cristal; pero nadie la supo abrir pese a sus esfuerzos.
Entonces vino el viento. Éste no trató de levantar el pestillo. Sacudió e hizo estremecer toda la casita de vidrio. Y, finalmente, hizo sencillamente: ¡Plaf!, golpeando con sus fuertes puños contra los cristales. ¡Oh, cuán alegre sonó! La casita de cristal quedó rota, y la pequeña prisionera salió de un brinco de su interior.
¡Qué maravilloso era el aire allí afuera! ¡Y cuán grande y amplio era el mundo! Allí se podía danzar. Las hojas danzaban, los niños danzaban. Los delantales y las faldas y las cabelleras danzaban, y, más alegre que ninguno, danzaba también el corazón de la niña. El viento silbaba una cancioncilla, y los niños gritaban jubilosos de alegría.
De repente apareció la madre. Al ver a la niña fuera de la casita, juntando las manos derramó grandes lágrimas. Temía que ahora se enfermara la delicada niña… y moriría.
Pero la niña no se puso enferma ni tuvo tampoco que morir. Sus mejillas se colorearon, brillaron más claros sus ojos, y toda ella floreció y se hizo cada día más bella.
-¡Jujui! -rió el diablillo, mientras la madre recogía los pedacitos de cristal.
Luego saltó a horcajadas sobre el viento, y éste se lo llevó consigo. ¿Adónde? Esto no lo he sabido yo nunca, pues en su gran prisa se olvidó de contármelo
Lectura 1. El Ave Fénix
En el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.
Pero cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego. El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.
El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.
Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odín y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.
¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.
¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.
En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!
Lectura 3. La búsqueda
Un hombre erró por el mundo durante toda su vida a la búsqueda de la piedra -filosofal- que convertiría en oro al metal más vulgar. Erraba por montes y valles, vestido con un sayal atado a su cuerpo por medio de un cinturón con una hebilla metálica. Cada vez que le parecía que una piedra podía ser la piedra, la frotaba contra su hebilla y se veía obligado a tirarla.
Una tarde en que estaba muy fatigado, llegó a la casucha de una anciana campesina y le pidió de comer y de beber. La vieja lo interrogó, y después de haber escuchado en silencio, se fijó en su hebilla y dijo:
—Pobre hombre, has tirado la piedra preciosa, ¿no te has dado cuenta de que tu hebilla ya se ha convertido en oro?
Lectura 4. Los Fugitivos
Este es un triste cuento, que nos adentra en la penurias que sufre Cimarrón, un esclavo negro que se aventura a huir del ingenio a donde pertenecía, saliendo en su captura el capataz del ingenio con una cuadrilla y varios perros, de los cuales uno se desvió hacia donde lo guiara su olfato, el olor a negro se perdía en el tronco de un árbol, pero el perro, que así se llamaba, ya que no tenia nombre, ya cansado y confundido por el olor a celo de una hembra se tira a descansar e ubicar el olor que por naturaleza despertaba sus instintos de macho restándole importancia a su objetivo, la captura del negro Cimarrón, aventurandose hacia el monte, lugar de donde venia el olor de celo, al irse acercando escucho fuertes ladridos un tanto alobados que le hicieron recapacitar, lo atemorizaron y se volvió sobre sus pasos ya recorridos.
Ya agotado, buscando un lugar donde pasar de mejor manera la noche el olor a negro se fue acentuando y de ésta manera encontró al negro Cimarrón, con su calzón rayado y quien yacía bocaabajo y profundamente dormido, Perro estuvo a punto de arrojarse sobre él, siguiendo la consigna dada de madrugada en el ingenio, pero como a sus oídos llegaban los ladridos feroces de la pelea de machos, prefirió quedarse al lado del hombre, acercándose con las orejas desconfiadas y ovillándose a un lado del negro, al alba, Cimarrón le echo un brazo encima y Perro se acurruco buscando calor. Ambos estaban ahora en plena fuga, con los nervios estremecidos por la misma pesadilla.
Por hábito, Cimarrón y Perro se levantaron al escuchar la lejana campana del ingenio, la revelación de que habían dormido juntos los enderezó de un salto. Se miraron largamente, Perro ofreciéndose a tomar dueño, el negro ansioso de recuperar alguna amistad. ¿te vas conmigo?, preguntó Cimarrón, Perro lo siguió dócilmente, Perro había cambiado de bando.
Los primeros días Perro y Cimarrón extrañaban la seguridad y comida del ingenio y poco a poco , ambos se habituaron a ponerse a la caza desde el alba, poco a poco olvidaron los tiempos en que habían comido con regularidad, se devoraban lo que agarraban, engullendo lo más posible a sabiendas la incertidumbre del tiempo que pasaría para otra comida.
Vivian en una caverna bien oculta por la exuberante flora que existía, un día Perro, se puso a matar su ocio escarbando dentro de la caverna, topándose con un costillar tan apolillado, que al sacarlo se resquebrajo totalmente, no así un cráneo humano que llevo a los pies de Cimarrón, éste al verlo se asusto tanto que determino dejar de inmediato su seguro escondite, buscando una cueva de techo tan bajo, que Cimarrón tenia que entrar a cuatro patas. Ante una supuesta seguridad, poco a poco se aventuro Cimarrón a arrimarse al camino, en donde espiaba día con día a los viajantes que por allí pasaban, llegando a asaltarlos y quitarles sus pertenencias, también acusado por el deseo de macho se aventuro hasta las cercanías del ingenio, en donde abuso de una negrita que se dirigía al río, así fue pasando su vida, no contento con ello gastaba el dinero que obtenía de sus asaltos en embriagarse, Perro, noto el cambio que sufría su nuevo amo y aborrecía el raro olor que de un tiempo para acá, despedía por la boca el negro Cimarrón. Hasta que un día que permaneció más tiempo del prudente en casa de una mujer, llegaron los de la cuadrilla del ingenio y lo capturaron, esposándole manos y pies ante la vista de Perro, el cual puso pies en polvorosa y huyo hacia el monte en donde nuevamente percibió el olor a hembra y esta vez si enfrento a la jauría de machos, saliendo triunfante y ganado a una preciosa hembra gris, pasado un tiempo y de pronto apareció ante Perro el negro Cimarrón, unas cadenas rotas le colgaban de sus manos, Perro reconoció a Cimarrón y se le acerco lentamente, oliéndolo y dando vueltas a su rededor, Cimarrón le llamaba Perro, Perro, y al tratar de acariciarlo, fue estirar la mano y Perro se abalanzó contra su cuello y lo mato, obedeciendo quizá una lejana orden dada hacía tiempo.
Lectura 5. Sinuhé
En el palacio real reinaba el silencio. Su faraón Amenemhat I había muerto, y toda la Corte mostraba su respeto en señal de duelo. Aunque también se sentía una gran preocupación en el ambiente… ¿quién sucedería al rey? El mayor de sus hijos, quien debía sucederle, se encontraba lejos de palacio al frente del ejército, protegiendo el país. Rápidamente partieron mensajeros en su busca para informarle, y así, Sesostris I decidió regresar apresuradamente.
Por su parte, los demás hijos del rey Amenemhat I querían sucederle al enterarse de su muerte.Sinuhé, hombre de confianza del faraón, observó que un hombre informaba a uno de los príncipes. Amenemhat había sido víctima de un complot, siendo asesinado por unos cortesanos que bajo las órdenes de este príncipe burlaron la guardia. Sinuhé temía por su vida, creyendo que al no haberse enterado de esas malas intenciones y no poder informar al futuro sucesor (Sesostris I) como era su deber, sería castigado a pesar de su inocencia. Pensó entonces en marcharse de Egipto.
Y así lo hizo. Sinuhé esperó el momento apropiado y tras esconderse evitando a los oficiales y cortesanos, se dirigió hacia el Delta del Nilo. Por la noche, tras esquivar la vigilancia de los centinelas, cruzó la frontera saliendo de Egipto.Pero no contaba con una gran dificultad en su camino: el desierto. Caminando bajo el sol, muerto de sed, sintió cómo iba perdiendo sus fuerzas hasta caer sobre la arena. Y pasaron las horas, o incluso días, hasta que de pronto despertó al escuchar el sonido de un rebaño y unas voces a su alrededor. Abrió los ojos y se encontró con un grupo de nómadas inclinados sobre él que lo observaban. Un hombre del grupo reconoció a Sinuhé, a quien había conocido en Egipto, y ordenó que le dieran de comer y de beber, invitándole a unirse a la caravana. De manera que accedió y les acompañó por el desierto ganándose el cariño de todos rápidamente.
El príncipe beduino Amunenshi había oído hablar de Sinuhé y requirió su presencia para proponerle que se quedara bajo su amparo, como ya habían hechos muchos otros egipcios.
-¿Por qué te fuiste de Egipto? ¿Ha ocurrido algo grave en tu tierra? -preguntó el príncipe Amunenshi.
Sinuhé le contó sobre la muerte del faraón y su temor a caer en desgracia. Y para no parecer un traidor, dado que se encontraban numerosos egipcios acogidos en la corte de Amunenshi, contestó:-El primogénito del rey regresó a palacio y sin duda gobierna Egipto. Yo sólo he temido por mi vida, y por eso me he marchado.Amunenshi quedó satisfecho con sus respuestas, y a partir de entonces Sinuhé se quedó en su Corte, quien rápidamente fue querido por todos. Se casó con la hija mayor del príncipe, y recibió como regalo las tierras más fértiles del oasis. Sinuhé se convirtió en uno de los hombres más ricos y poderosos, llegando a ser jefe de una tribu. Incluso fue nombrado general de los ejércitos, ganando grandes batallas. Y de este modo, su fama se fue extendiendo.
Pero también existían hombres envidiosos. Y así fue que uno de los mejores guerreros de Retenu que sentía celos de Sinuhé se atrevió a desafiarle en combate.
Durante toda la noche, Sinuhé estuvo preparando sus armas. Todo el pueblo se había congregado nervioso para presenciar la lucha, pero la gran mayoría estaba a favor de Sinuhé.
El guerrero sirio era muy fuerte y valiente, y manejaba las armas con mucha habilidad. Sinuhé no era tan fuerte como él, pero era astuto y ágil. ¿Quién vencería el combate?.
El egipcio consiguió fácilmente esquivar las armas que el guerrero sirio arrojaba contra él, quedándose al poco tiempo sin armas con las que luchar, salvo con sus propias manos. El sirio se puso tan nervioso que se lanzó furioso contra Sinuhé, pero éste arrojó una flecha contra él venciéndolo.El príncipe Amunenshi, y todo el pueblo, saltaban de alegría por la victoria de Sinuhé.Sin embargo, Sinuhé no era del todo feliz. Pensaba a menudo en su tierra, Egipto, y cada vez se sentía más apenado. Su mayor deseo era regresar a Egipto para cuando muriera poder ser enterrado en su tierra. Esto era muy import ante para un egipcio: ¿cómo su alma alcanzaría el reino de Osiris?Y esta era su constante preocupación. Mientras cumplía con sus deberes como jefe de la tribu, en secreto invocaba a sus dioses pidiéndoles que permitieran su regreso a Egipto.
En Egipto reinaba con justicia el faraón Sesostris I, pero para ello había tenido que luchar duramente debido a las revueltas políticas. Por fin reinaba la paz.
A oídos del faraón llegaron noticias de Sinuhé a través de los viajeros egipcios que habían pasado por su casa, y le escribió pidiéndole su regreso a palacio y a su tierra, ya que sabía de su inocencia en el complot contra su padre.Sinuhé, lleno de alegría, contestó a la carta de Su Majestad explicando sus temores y los motivos de su huída. Pasó el día repartiendo todos sus bienes entre sus hijos y se despidió de todos sus amigos, regresando a Egipto.Sesostris I fue muy generoso conSinuhé entregándole una enorme casa reformada que perteneció a un noble de la Corte y colmándole de bienes; y ordenó que le construyeran una magnífica tumba de piedra preparándole un merecido ajuar funerario para cuando le llegara el momento de su muerte.
Y así fue cómo Sinuhé el egipcio, colmado de honores y riquezas, esperó el momento de su muerte dichoso por encontrarse de nuevo en Egipto.

Continuar navegando