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Técnicas narrativas en psicoterapia - Jesús García-Martínez

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TÉCNICAS NARRATIVAS EN
PSICOTERAPIA
2
PROYECTO EDITORIAL
PSICOLOGÍA CLÍNICA
Serie:
GUÍAS TÉCNICAS
Directores:
Manuel Muñoz López
Carmelo Vázquez Valverde
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TÉCNICAS NARRATIVAS EN
PSICOTERAPIA
JESÚS GARCÍA-MARTÍNEZ
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Consulte nuestra página web: www.sintesis.com
En ella encontrará el catálogo completo y comentado
Idea de cubierta: José Luis Albués
© Jesús García-Martínez
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso, 34. 28015 Madrid
Teléfono: 91 593 20 98
http://www.sintesis.com
ISBN: 978-84-995870-6-6
Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el
resarcimiento civil previstos en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación,
íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea
mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la
autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.
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Índice
Prólogo
Capítulo 1. El marco de las narrativas en psicoterapia
1.1. El concepto de narrativa
1.1.1. Características de las narrativas
1.1.2. Estructura de las narrativas
1.1.3. Narrativas y comunicación
1.2. Pensamiento paradigmático y pensamiento narrativo
1.3. Bases psicológicas de las narrativas
1.3.1. Bases evolutivas y neurofisiológicas del desarrollo narrativo
1.3.2. La socialización y el desarrollo del yo a través de las narrativas
1.3.3. Memoria autobiográfica y narrativas
1.3.4. Intencionalidad y motivación en las narrativas
1.4. Narrativas y psicoterapia
1.4.1. El constructivismo
1.4.2. Otros planteamientos sobre el uso de la narrativa en psicoterapia
1.5. Narrativas y psicopatología
1.6. Una revisión de los enfoques sobre narrativas
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 2. Las historias de vida en la práctica clínica
2.1. ¿Qué es una historia de vida?
2.1.1. La entrevista en profundidad
2.1.2. Los recuerdos en la historia de vida
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2.1.3. Las historias de vida en psicoterapia
2.2. Estructura y aplicación de una historia de vida
2.3. Utilidad clínica de las historias de vida
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 3. Otras formas de trabajar con la memoria
3.1. Una pequeña introducción
3.2. Los recuerdos autodefinidores
3.3. Cómo encontrar recuerdos autodefinidores
3.4. Otras técnicas para generar recuerdos: el análisis del proyecto vital
3.5. Utilidad clínica de las técnicas de evocación de recuerdos
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 4. Estrategias de revisión de la trama narrativa
4.1. Recordatorio: no hay una identidad fija
4.2. Ampliar la temática: recabar información sobre la persona y el problema
4.3. Aumentar el conocimiento del problema
4.3.1. La documentación como forma de conocimiento del problema
4.3.2. Externalizar los problemas
4.4. La práctica de la externalización
4.5. Algunas consideraciones sobre el uso de la externalización
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 5. La búsqueda de excepciones
5.1. Recordatorio: historias como perspectivas
5.2. Buscando excepciones en la práctica terapéutica
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5.3. Usos de las excepciones: la excepción deviene regla
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 6. Generando el sentido de autoría en las narrativas
6.1. La creación de autoría en la práctica clínica: cómo usar las conversaciones
terapéuticas
6.2. El uso de la retórica en psicoterapia
6.3. El discurso terapéutico como texto social: narrativas visibles e invisibles
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 7. Estrategias cognitivo-narrativas
7.1. La estrategia general de la terapia cognitivo-narrativa
7.2. Las metáforas
7.3. Fases de la terapia cognitivo-narrativa
7.3.1. Recuerdo
7.3.2. Objetivación
7.3.3. Subjetivación emocional
7.3.4. Subjetivación cognitiva
7.3.5. Metaforización
7.3.6. Proyección
7.4. Otros modelos similares: autoobservación y moviolas
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 8. Técnicas dialógicas
8.1. Bases de la terapia dialógica
8.2. Valoraciones personales, motivación y afectividad
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8.3. Fases de la terapia dialógica
8.3.1. Primera auto-investigación
8.3.2. Reorganización del sistema de valoraciones
8.3.3. Segunda autoinvestigación
8.4. Usos clínicos y valoración general de la terapia dialógica
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 9. Otros modos de poner en marcha nuevas perspectivas
9.1. La reorganización de las narraciones: crear la posibilidad de nuevos finales
9.2. Un final de re-unión: integrar a la persona con sus seres queridos
9.3. El uso intencional de la audiencia como instrumento para el cambio
9.3.1. Ceremonias de definición
9.3.2. Aplicar las narrativas alternativas a la vida real
9.4. Archivos de problemas: legar a otros mis soluciones
9.5. El papel fijo: de la reelaboración de la audiencia a la concreción de la actividad
9.6. Historias de redención: un viaje desde la autosuficiencia al legado con estación
intermedia en la vergüenza
9.7. Historias de fragmentación: el trabajo narrativo con experiencias traumáticas
9.8. Los rituales como elementos de cierre en la elaboración narrativa
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 10. La utilidad de la producción de escritos
10.1. Fundamentos de la utilidad de la producción de escritos
10.2. Cartas, certificados, acreditaciones y su poder terapéutico
10.2.1. Cartas
10.2.2. Certificaciones
10.3. El uso de diarios y otros documentos personales en terapia
10.4. La expresión de las emociones: el enfoque de Pennebaker sobre la producción
de documentos escritos
10
10.5. El uso de películas en psicoterapia
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Anexo I. Epílogo: una mirada global a las estrategias narrativas
1. 1. Un pequeño esbozo de conclusiones sobre las estrategias narrativas en
psicoterapia
1.2. Algunas sugerencias para terapeutas que quieran utilizar técnicas narrativas
Cuadro-resumen
Preguntas de autoevaluación
Claves de corrección de los ejercicios de autoevaluación
Bibliografía
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Prólogo
El libro que el lector (o la lectora) tiene entre sus manos intenta ser una herramienta
formativa para quien quiera hacer uso de técnicas narrativas en su práctica terapéutica o
simplemente desee saber más sobre la orientación narrativa en psicología. La naturaleza
de la terapia basada en narrativas se podría resumir en dos frases que son especialmente
significativas. La primera es un verso de Leonard Cohen de su canción “A thousand
kisses deep”, recogida en el álbum Ten New Songs del año 2001: “Vives tu vida como si
fuera real”. La vida es un como si; damos por supuesto que nuestra vida es como es,
pero siempre podríamos replantearla de otra manera. Hay infinitas variaciones
interpretativas para los mismos hechos, pero adoptamos como cierta sólo una, la que
estamos viviendo en cada momento. La segunda frase es de Karl Marx: “Los seres
humanos hacen su propia historia, aunque bajo circunstancias influidas por el pasado”.
Es decir, en el fondo, cada persona puede reescribir su historia como desee. Siempre
estará influida por su pasado, por los hechos que ha vivido, pero tendrá la capacidad de
reorientarse en la dirección que quiera. Las terapias de orientación narrativa intentan
precisamente proporcionar a las personas afectadas por problemas herramientas para
poder reescribir su historia en sus propios términos.
En este libro se va a hablar más de terapias de orientación narrativa que de terapia
narrativa. Y es que no son lo mismo, la segunda es sólo un tipo concreto de estas
terapias. El concepto de narrativa ha influido en muchas orientaciones específicas de
psicoterapia y la etiqueta de “terapia narrativa” (a secas) se suele aplicar en exclusiva al
modelo terapéutico desarrollado por Michael White y David Epston en Australia y Nueva
Zelanda, que será uno de los muchos de los que se ocupe este volumen.
El capítulo 1 está dedicado a una revisión del concepto de narrativa y sus
implicaciones en psicología, a la investigación realizada sobre las bases del pensamiento
narrativo humanoy a enmarcar las terapias de orientación narrativa en el contexto
general de las psicoterapias. Los capítulos 2 y 3 están dedicados a profundizar en
técnicas específicas de trabajo con los recuerdos que utilizamos para definir nuestra
identidad: historias de vida y recuerdos autodefinidores. Se trata de modelos que
pretenden salvar el puente entre la investigación y la psicoterapia narrativa. Los capítulos
4, 5 y 6 son una descripción de las técnicas más usuales en la terapia narrativa que sigue
los planteamientos de Michael White; es decir, externalización del problema como algo
independiente de la persona, búsqueda de excepciones o recuerdos alternativos y
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fomento de la autoría o gestión personal de la historia. El capítulo 7 profundiza en la
estrategia terapéutica propuesta por Óscar G. Gonçalves, denominada terapia cognitivo-
narrativa, que se centra en el concepto de metáfora. A su vez, el capítulo 8 detalla el
procedimiento de la terapia dialógica de Hubert J. M. Hermans, que considera la
identidad como un conjunto de “yoes” que interactúan entre sí. En el capítulo 9 se
exponen un conjunto de técnicas útiles que tienen en común la búsqueda de nuevos
significados para la persona. Son técnicas muy variopintas que proceden de muy diversas
orientaciones teóricas y que van desde los procedimientos de búsqueda de audiencias a la
terapia de rol fijo. El capítulo 10 se dedica a exponer distintos usos de los textos escritos
en las psicoterapias de orientación narrativa e incluye tanto el procedimiento de escritura
emocional de James W. Pennebaker como la redacción de cartas y la elaboración de
documentos o certificados, siguiendo tanto los criterios de M. White como los de otros
autores. Por último, en el epílogo se resumen los conceptos más importantes y se hacen
una serie de recomendaciones para terapeutas. En general, a lo largo del libro se realiza
un importante esfuerzo para destacar los aspectos comunes que tienen todas las
orientaciones terapéuticas centradas en narrativas.
Al principio de los capítulos se van a intercalar en el texto una serie de citas literarias
o culturales, de las que se hará algún comentario. En las terapias de orientación narrativa
es básico el trabajo con significados y esas citas son una forma de condensar todo o parte
de lo que se desarrolla en el capítulo, así que su uso supone una aplicación práctica de las
muchas técnicas narrativas. Todas las citas aparecen en castellano, pero la traducción de
las obras en catalán es propia, así que si hay algún error, debe imputarse al autor de este
libro.
En cuanto al lenguaje, es necesario reconocer que, en gran medida, genera la
realidad. Así que su uso debe ser cuidadoso. Es necesario evitar los sesgos de género,
pero en el caso de las lenguas románicas eso es prácticamente imposible, ya que la
concordancia de género es uno de los requisitos de la lengua escrita y, por otro lado, la
búsqueda de términos neutros puede hacer del lenguaje algo muy farragoso y artificial.
Por eso, sólo recuerdo en ocasiones de forma explícita (como al inicio del prólogo) que
las mujeres también deben hacerse visibles. En todo caso, el texto se acoge como
principio a un uso no sexista del lenguaje y considera neutros los marcadores masculinos.
También se intercambia el uso de persona o cliente para referirse a aquel o aquella que
demanda servicios terapéuticos. La consideración de paciente implica referirse a esta
persona como alguien sin capacidad de juicio o de gestión y desde luego no es ese el
papel que tiene en las terapias de orientación narrativa, sino que se le ve como un experto
en su propia vida e historia de vida y como alguien con una capacidad total de decisión.
El empleo no obstante del término cliente, si bien es más adecuado, puede ser
problemático, pues la relación de ayuda que supone la psicoterapia no sólo es mercantil
(aunque también lo es), que es lo que implica necesariamente dicho término.
En muchos capítulos hay ejemplos del uso de las técnicas, que están extraídos de los
casos de personas con las que he trabajado. Eso sí, sus nombres (siempre se utilizan
nombres godos muy poco comunes), así como otros detalles del caso han sido
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cambiados para preservar el anonimato. En ocasiones, el caso ha sido retocado respecto
a lo que pasó en consulta para mejorar su potencial didáctico. Cuando se incluyen
transcripciones de intervenciones terapéuticas, la letra J representa siempre al terapeuta
(Jesús) y la otra inicial es la del nombre godo que identifica a la persona que consulta.
Dado que fundamentalmente hago terapia individual, todos los ejemplos corresponden a
este formato terapéutico.
Quisiera agradecer a todas las personas cuyos casos utilizo en este libro las
enseñanzas que me aportaron como terapeuta y como persona. Igualmente agradezco a
Adelina su apoyo y comprensión ante el tiempo dedicado a la redacción de este libro
(entre otras muchas cosas), así como la revisión de los borradores en busca de errores
ortográficos, sintácticos y de estilo. Por último, agradezco a Rafael Guerrero y a M.ª
Carmen Orellana sus sugerencias para mejorar algunos aspectos técnicos de la obra.
A Adelina, por la historia que estamos construyendo en colaboración desde hace
veinte años; y por sus cuentos de Rusia.
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El marco de las narrativas en psicoterapia
1.1. El concepto de narrativa
Dice Mario Simmel que “una historia no es sólo verdad cuando se narra cómo ha
sucedido, sino también cuando relata cómo hubiera podido acontecer”. Esta es,
posiblemente, la mayor enseñanza de las terapias narrativas, proporcionar alternativas a
los clientes, abrir nuevos cursos de acción en la realidad con lo que hubiera podido ser,
con lo que puede ser. Pero claro, para trabajar con narrativas, hay que saber qué es una
narrativa. En general, suele ser adecuado empezar un libro técnico o científico
presentando las definiciones de los conceptos con los que se va a trabajar, pero creemos
que aquí procede hacer algo distinto. Vamos a presentar dos pequeños relatos.
Uno:
El jefe del despacho le ha dicho “imbécil” por haber perdido un expediente
importante. La mujer, en casa, le ha dicho “Pere, te dejo”. Se emborracha
y lo detienen por conducción imprudente. En el calabozo de la comisaría, se
cuelga de una viga. Los papeles dicen que estaba loco.
Isabel-Clara Simó (1995). “13 contes mínims”, incluido en el volumen
Perfils Cruels (p. 146). Barcelona: Edicions 62.
Dos:
Lo he intentando todo, pero siempre fracaso. A pesar de que tengo estudios
universitarios nunca he conseguido un empleo estable, ni relacionado con lo
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que estudié. Tengo 30 años y sigo viviendo en casa de mis padres y
dependiendo económicamente de ellos. Tampoco he tenido éxito con las
chicas, más allá de escarceos de una noche, y cada vez es peor, porque hace
falta dinero para salir y yo no tengo. Además tampoco sé cómo hacer que se
fijen en mí, es como si fuera transparente. Mis padres no paran de
presionarme para que busque trabajo, pero no es que no lo busque, es que no
lo encuentro y lo que se encuentra, lo único que sirve es para hacer más
patente que he fracasado. Quizá no debería haber estudiado, quizá hubiera
tenido que ser alguien más insolente, pero no lo soy. Me hundo en el sofá a
mirar la tele, pero eso lo único que hace es empeorar la situación.
Descripción de sus problemas por parte de Afrila, un cliente en consulta.
Se trata de dos historias similares; la primera es supuestamente una ficción, la
segunda hace referencia a la experiencia directa de su protagonista. Con independencia
de su naturaleza, inventada o no, las dos tienen aproximadamente la misma temática y las
dos enganchan, nos hacen identificarnos con las tribulaciones, las emociones y la visión
del mundo de sus protagonistas. Ambas historias son ejemplos de narrativas. La idea de
narrativa es el eje central de este volumen. Como el significado básico de qué es una
narrativa ya ha debido de ser captado por el lector o la lectora, se puede pasar a definirla,
si bien dar una definición exactaes difícil, por lo que muchas veces hay que indicar lo
que no es.
Todo el mundo cuenta historias, pero no todo lo que las personas contamos es una
historia. Los relatos o historias se suelen denominar técnicamente narrativas. La idea de
la narrativa tiene su origen en el mundo de la literatura y las narrativas son ante todo un
género literario que agrupa al cuento y a la novela, entre otras expresiones, y que está
definido por presentar secuencias de hechos que transcurren a lo largo de una sucesión
temporal y que están causalmente ligados entre ellos.
1.1.1. Características de las narrativas
Una narrativa es un relato, pero no todos los relatos son narrativas. Las narraciones no
son exposiciones, es decir, explicaciones directas y sencillas de hechos. Exposiciones son,
por ejemplo, la temida lista de los reyes godos, una obra o disertación científica o un
artículo de una enciclopedia. Lo que define a las exposiciones es que sus contenidos
tratan de ser definiciones, concretan lo que las cosas son en sí mismas, con
independencia de los contextos en que se puedan incluir. En principio, las exposiciones
no son intencionales, son no pragmáticas, se supone que el que expone no tiene una
intención o propósito, describe las cosas como son. Las exposiciones dan información de
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tipo semántico, pero no contextual. Por ejemplo: “¿Qué es una botella?”. Todo el mundo
estaría de acuerdo en que puede ser una vasija con el cuello estrecho, que puede estar
hecha con diversos materiales y que sirve para contener líquidos. Pero esto no cuenta la
historia de una botella, de esta botella. Esta botella puede ser el recuerdo que queda del
padre, de una celebración, de la profesión a la que se dedica esta persona. Esta botella
está contextualizada, como todas las narraciones lo están y por eso sus contenidos sólo
pueden ser entendidos dentro de un contexto concreto.
Tampoco son narrativas muchas obras poéticas que se centran en la descripción
emocional o física de un asunto, pero que no generan una sucesión de hechos al
respecto. En este sentido, no es necesario comprender el contexto para disfrutar de la
poesía, si bien algunas composiciones poéticas sí son narrativas. Asimismo se puede
decir que algunas composiciones en prosa como por ejemplo, La tarde de un escritor, de
Peter Handke, en la que únicamente se describen elementos externos y ambientales sin
entrar en la descripción de intenciones, tampoco son narrativas.
La narrativa pertenece en la lingüística al dominio de la pragmática, al estudio de
cómo el contexto influye en el significado, y en psicología cognitiva al dominio de la
memoria episódica. Desde el punto de vista de la psicología de la personalidad, las
narrativas constituyen elementos identitarios, pertenecen a un sujeto concreto y sólo ese
sujeto puede contar tales hechos de determinada manera; son selecciones de hechos de la
vida de esa persona que sirven para generar una interpretación interesada de los sucesos
que relata. En ese sentido, las narrativas componen el sentido de la vida de la persona.
Las exposiciones, sin embargo, no son pragmáticas lingüísticamente, pues sus contenidos
corresponden a la memoria semántica y son impersonales; de hecho no reflejan nada de
la personalidad de quien las realiza.
Las narrativas pueden ser tanto relatos orales como textos escritos. Lo importante es
que cumplan las características de contextualidad e intencionalidad, es decir, que den
cuenta de la perspectiva y el propósito de quien las genera y de las circunstancias en que
se escriben. Esta característica perspectivista es un componente esencial para el trabajo
terapéutico con las narrativas.
Todos hemos disfrutado de buenas historias en el cine o en la literatura. A veces no
importa lo extraño que pueda ser el contenido que se cuenta en ellas, pero películas como
Ojos Negros de Nikita Mijalkov o Underground de Emir Kusturica, o novelas como las
del ciclo Heliconia de Brian Aldiss, enganchan a quienes las ven o leen a pesar de lo
impostado, bizarro o improbable de sus contenidos. Se disfruta de esas historias porque
están construidas, es decir, contadas, de tal manera que se vuelven verosímiles e
interesantes. Si bien es cierto que hay escritores, cineastas y multitud de artistas que son
capaces de construir muy buenas historias, la capacidad humana para organizar relatos
verosímiles es universal y se extiende a través de todos los ámbitos de la vida: un
abogado puede ganar un juicio gracias a su forma de presentar los hechos que afectan a
su cliente; una agente de bolsa puede ser contratada por el modo en que describe su
carrera profesional; una ciudadana que busca una ayuda pública puede acceder más
rápidamente a esta porque el relato de los sucesos que le afectan le resulta impactante a
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la trabajadora social que la atiende; un chico puede seducir a una chica por su don de
palabra; una candidata a las elecciones puede conseguir ser elegida por su capacidad de
convicción u oratoria, más que por los contenidos del programa que defienda, etc.
Las buenas historias no sólo son verosímiles, son además seductoras. Cautivan a la
audiencia y hacen que esta se identifique con las emociones que experimenta el
protagonista. Por tanto, contar historias es algo que liga a unos seres humanos con otros,
sirve como un mecanismo de ordenación de las relaciones y como vehículo de transporte
de significados socialmente relevantes (el poder, la justicia, la maternidad, lo bueno y lo
malo, etc.), significados que se convierten en formas concretas de entender el mundo.
Esta capacidad de identificarse con y de identificar emociones en los protagonistas de las
narrativas es lo que las hace viables, interesantes, seductoras, etc. La narrativa presenta
una gran similitud con la vida tal y como es, y muchas veces tal y como nos gustaría que
fuera.
Todas las culturas han generado historias, desde la epopeya sumeria de Gilgamesh,
uno de los relatos más antiguos que existen, hasta la actualidad. Es posible incluso que las
pinturas paleolíticas de Altamira o Lascaux o las supuestas ofrendas encontradas en
yacimientos aún más antiguos como el de Atapuerca tuvieran un significado simbólico
para sus autores; quizá fueran parte de una historia que les servía para entender su
mundo y, por consiguiente, serían también narrativas o elementos de las mismas.
Obviamente, también hay que incluir entre las narrativas los relatos orales de todas las
culturas que se han desarrollado a lo largo de la historia.
Estas historias culturales han servido para crear cohesión social en torno a una serie
de valores o creencias y eso se ha logrado gracias a la identificación de la audiencia con
las emociones verosímiles transmitidas en el relato. Eso sigue pasando aún hoy cuando,
por ejemplo, legiones de adolescentes se están enganchando al modo de entender las
relaciones y el mundo que se transmite en la saga literario-cinematográfica Crepúsculo;
en la actualidad todos seguimos identificándonos en mayor o menor medida con valores
o visiones del mundo que emanan de distintos grupos sociales, sean religiones, facciones
ideológicas, posiciones filosóficas, pandillas de barrio o tribus urbanas.
1.1.2. Estructura de las narrativas
Las narrativas tienen una estructura secuencial que es la clave para organizar los
hechos entre sí. Existen diversas propuestas acerca de dicha estructura, las cuales en el
fondo se parecen bastante unas a otras.
Para Gergen (1994), por ejemplo, los elementos básicos de toda narración son los
siguientes:
a) Establecer un punto final apreciado, una meta que se considere valiosa,
positiva o negativamente, y que permita aislar un subconjunto de hechos del
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conjunto general de acontecimientos de la vida que por sí mismos no tienen
un valor intrínseco.
b) Seleccionar los acontecimientos relevantes para el punto final, es decir
referirse a los hechos que se relacionan con el alcance de la meta planteada.
c) Ordenar los elementos, lo que suele hacerse de forma temporal o histórica,
aunque no necesariamente, yaque se pueden adoptar criterios de relevancia o
valor.
d) Mostrar la estabilidad de la identidad de los personajes, ya que se valora la
permanencia de la misma. Los cambios de identidad no son usuales en los
relatos bien construidos y, cuando se dan, se usan como forma de explicar la
pretendida verdadera naturaleza de las cosas.
e) Establecer vínculos causales. Los relatos bien de– sarrollados utilizan
implicaciones causales entre hechos aunque los tipos de causas son muy
variables.
f) Disponer en el relato signos de demarcación o señales que indican el
principio y el final de una historia.
Por otra parte, según Burke (1945), la estructura de las narrativas comprende cinco
elementos: escenario, agente, acción, instrumento y meta.
Quizá, no obstante, la propuesta más extendida acerca de la organización de las
narrativas es la de Labov (1972) que comprende:
a) La contextualización. Lo que se relata sucede en un contexto determinado
y podría no ocurrir en otro. O dicho de otra manera: si mi vida no fuera tan
desgraciada, yo no sería un depresivo.
b) El propósito o efecto, aquello de lo que el hablante quiere convencer a la
audiencia: Soy muy desgraciado. Suspendo, me rompo un brazo al salir a la
calle, no ligo ni pagando y tengo granos en la cara.
c) La acción o secuencia de sucesos llevada a cabo: a pesar de todos mis
esfuerzos…, siempre, después de, en tercer lugar…, lo último que me ha
pasado ha sido…
d) La evaluación o apreciación de la bondad-maldad o aceptabilidad-
inaceptabilidad de los hechos relatados: yo no puedo seguir así, pero creo que
soy incapaz de evitarlo.
e) La resolución o resultado que se sigue de todo lo narrado: me tiro al tren.
f) La coda o moraleja. No siempre está presente en las historias, pero es una
especie de síntesis de lo que se quiere comunicar: yo, el mundo, el futuro son
una auténtica (es decir, la tríada depresiva).
Acción, evaluación y resolución constituyen el tema del que se habla, la esencia de la
comunicación del hablante: la desgraciada vida de Don Nadie. A medida que una
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narración se va expandiendo, el tema se vuelve redundante, se sigue insistiendo en él.
Desde el punto de vista lingüístico, cuando un tema es redundante a lo largo de distintas
partes de un mismo relato se le denomina rema.
Una buena historia, desde el punto de vista de lo canónico o lo habitual, es aquella
que no presenta contradicciones entre los distintos elementos que la conforman; es decir,
un relato en el que el personaje hace lo que debe hacer en el contexto en que debe
hacerlo y de la manera en que debe hacerlo. Dicho de otro modo, una buena historia es
una historia insulsa. Las interesantes son aquellas historias en las que las irregularidades
se terminan transformando en detalles verosímiles a medida que se desarrolla el relato.
En resumen, podemos definir la narrativa como una historia ordenada
temporalmente de manera secuencial y perteneciente al pasado. Es decir, es un relato
donde alguien (el agente) hace algo (la acción) con un determinado propósito, utilizando
para ello ciertos medios (el instrumento), y toda la historia se desarrolla en cierto
contexto (el escenario). Las narrativas son, por tanto, activas e intencionales. Además,
dado que el relato es histórico y secuencial, tiene un comienzo y suele tener un final. La
intencionalidad de las narrativas es una pieza clave de su implicación con variables de
tipo psicológico.
1.1.3. Narrativas y comunicación
El acto de contar historias no es más que una forma de concretar las posibilidades
semióticas de transmitir significados, o lo que es lo mismo, de dar una visión personal del
mundo o de algunas facetas de este. En este sentido, todo texto o relato es un acto
comunicativo que expresa un significado de fondo. Dicho significado se extrae de la
experiencia vital del autor, experiencia que se representa en una matriz ideológica o
conjunto de significados básicos acerca del mundo, que se convierten y concretan en el
discurso del autor. El discurso es el conjunto de significados básicos a los que se quiere
hacer referencia (esta acepción no se corresponde exactamente con lo que la Real
Academia Española define como discurso, pero sí es psicológicamente válida). Cualquier
narrativa producida por un autor estará en consonancia con los significados básicos que
sostenga esa persona, es decir, con su discurso, especialmente cuando los textos
producidos son autobiográficos o autorreferenciales, de lo que se deduce que los actos de
comunicación narrativa ponen de manifiesto la subjetividad de la persona que los lleva a
cabo, su forma de ver el mundo y con ello su identidad, transformándose de este modo
en herramientas poderosísimas para el análisis psicológico.
Desde la perspectiva del contenido se considera que los posibles géneros literarios o
tipos de relatos están culturalmente limitados, de manera que las clasificaciones concretas
que se conocen son las que representan los contenidos típicos de la cultura occidental de
base grecorromana, cristiana, racionalista y liberal. En general, se suele admitir una
clasificación que sólo contempla cuatro grandes clases de relatos (Frye, 1957): sátiras o
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dramas, tragedias, comedias y romances o novelas, incluida la épica. Esta clasificación
está basada en el tono narrativo, es decir, en las inflexiones que se producen en el tono
vital de la historia.
Si una historia empieza con un desafío pero concluye bien, se trata de una comedia.
En este tipo de relato el tono vital suele mantenerse muy alto. Los romances y novelas
también implican una serie de episodios conflictivos, al final de los cuales el héroe vence.
En este caso, son varias las inflexiones que se producen, pero la tendencia general es la
de una aceleración hacia lo positivo. Cuando el relato empieza bien pero acaba mal, es
una tragedia. Cuando el tono es negativo a lo largo de toda la historia, se asiste a la sátira.
Algunos autores (Gergen, 2006) consideran que no tiene sentido limitar el tipo de relatos,
ya que estos son virtualmente infinitos y que la única clasificación posible es la de
historias progresivas (cuyo tono vital tiende a incrementarse), regresivas (con un tono
que disminuye) y estables. Sea cual sea la clasificación propuesta, el tono vital del relato
se considera una característica esencial del mismo (McAdams, 1993).
Cuando una persona genera una narrativa el discurso se transforma en texto, en una
expresión comunicativa concreta. Esto ocurre cuando el autor o autora se enfrenta a un
pretexto (léase pre-texto), es decir, a una situación concreta que antecede y evoca la
necesidad de crear un relato. Las expresiones comunicativas (los textos o narrativas) no
tienen por qué ser sólo formas literarias, ni siquiera formas lingüísticas codificadas;
cualquier acto humano codificado o no, como los gestos, diversos indicadores
paralingüísticos, la forma de vestir, adquirir determinados bienes, la propia conducta
manifiesta, la ausencia de conducta, etc., puede constituir un acto comunicativo y por
tanto puede ser un texto (Villegas, 1992). La naturaleza del mensaje inserto en el texto no
se puede descodificar de forma adecuada sin considerar a su audiencia (Eco, 1990). El
significado profundo del mensaje se negocia a lo largo de las interacciones emisor-
receptor, en las que cada uno de los papeles es adoptado sucesivamente por ambas
partes. Naturalmente, audiencia y autoría pueden coincidir, ya que a veces las narrativas
van dirigidas a nosotros mismos
De manera que cualquier narrativa tiene dos significados, uno superficial que
representa su contenido informativo literal, y otro profundo o crítico, que se relaciona
con la matriz de significados del emisor y con el contexto pragmático en que el mensaje
se ha producido (Eco, 1990). El primero de estos significados, remite a lo que se ha
dicho; el segundo, a lo que se ha querido decir. Ese significado profundo es el tema de la
narrativa. Otra cuestión es si el significado profundo es preexistente a la elaboración de la
narrativa; en todo caso lo quepreexiste es la intención del hablante, pero no el significado
en sí.
La narrativa intenta contextualizar el estudio del lenguaje, de modo que más que
estudiar este, estudia las producciones que se hacen con el mismo, es decir, relatos y
textos. En el caso de un relato, se trata de entender los significados dentro de un contexto
relacional y temporal, viendo las implicaciones personales, connotativas y secuenciales de
los mismos. No se trabaja con significados o conceptos aislados ni con las relaciones
semánticas directas entre ellos. El concepto de narrativa aproxima la psicología a la
21
literatura, como metáfora, y a la crítica literaria, como método. Si lo que se debe estudiar
son textos, es decir, producciones más o menos complejas del lenguaje y no el lenguaje
en sí mismo, el interés no sólo será semántico (cuál es el significado del texto), semiótico
(cuál es la relación entre el significado y su significante), o hermenéutico (cuál es el
significado real del texto y cómo se puede codificar), sino también pragmático (cuál es el
texto que resulta más adecuado o más impactante).
1.2. Pensamiento paradigmático y pensamiento narrativo
El aspecto pragmático o no pragmático del lenguaje es esencial para entender las bases
psicológicas de la investigación narrativa. La pragmática es la parte de la lingüística que
estudia el modo en que el contexto influye en la interpretación del significado. El contexto
debe entenderse de forma situacional, ya que en la interpretación puede influir cualquier
aspecto extralingüístico, la situación comunicativa, conocimientos compartidos por los
hablantes, los grupos sociales de referencia, las relaciones interpersonales, etc. Por
ejemplo, todos hemos asistido a la ruptura sentimental de algún conocido o conocida,
incluso a la nuestra. Entonces, ¿qué es lo que hace que las características de la persona
con la que se rompe, que en un principio eran deseables y atractivas, se vuelvan
negativas, si la persona con la que se rompe sigue siendo esencialmente la misma? En
este caso, el tipo de relación y la situación de conflicto determinan el uso concreto del
lenguaje. Otro ejemplo, las cosas varían mucho si la conducta de un niño más o menos
impulsivo se describe como un problema del propio niño o como algo relacionado con la
dinámica familiar. ¿Qué es lo que hace que se ponga énfasis en una perspectiva u otra?
Es la temática de la comunicación la que hará variar el significado: no es lo mismo
centrarse en dinámicas relacionales que en características o déficits de personas. Todo
depende, por tanto, de la manera de presentar la información en función de un contexto
u otro o incluso en ausencia de contexto alguno.
Bruner (1986) distinguió entre un pensamiento narrativo (lingüísticamente
pragmático) y un pensamiento paradigmático (lingüísticamente no pragmático). Son dos
formas complementarias de organizar la información.
El modo paradigmático se corresponde con el pensamiento científico y racional, está
regido en términos de causas y efectos y sus elementos son los hechos, datos
corroborados extraídos de la experiencia. A través del pensamiento paradigmático se
intenta obtener una explicación simple y objetiva para una serie de hechos, reduciendo
cada vez más la ambigüedad y la duda. Se supone que las distintas explicaciones para
distintos hechos son compatibles entre sí y que para cada conjunto de hechos sólo una de
las explicaciones es verdadera. El pensamiento paradigmático cumple las siguientes
condiciones:
a) Es veraz.
22
b) Es fáctico.
c) Está descontextualizado.
Es decir, el conocimiento paradigmático se corresponde con un conocimiento sobre
hechos estudiados en función de sí mismos. Su forma literaria sería el informe, no la
narrativa.
El modo narrativo, sin embargo, da sentido a la experiencia a través de las historias
elaboradas sobre ella. Está centrado en estudiar las intenciones y deseos humanos, así
como las acciones que se desarrollan para conseguirlos. Las tres condiciones del
pensamiento narrativo son:
a) Verosimilitud.
b) Significación.
c) Contextualidad.
En el modo narrativo, lo importante es convencer a la audiencia de la
correspondencia entre la trama contada y la vida real. Los datos aportados se interpretan
no en función de lo que son, sino del significado que se les otorga dentro de la historia, es
decir, dentro del contexto en que han sido contados. Las historias son subjetivas y su
valoración debe tener en cuenta la subjetividad de su autor. A diferencia de las teorías
paradigmáticas que intentan demostrar la inadecuación de otras alternativas, el
pensamiento narrativo intenta abrir nuevas posibilidades; es decir, mientras que el
pensamiento paradigmático busca delimitar, el narrativo busca expandir. Por otro lado, la
lógica del pensamiento narrativo es aumentar la coherencia interna del relato, no
encontrar un dato que pueda ser empíricamente contrastado.
El sistema de pensamiento paradigmático tiene un único componente: lo que podría
llamarse el escenario de los hechos o de los datos. Lo único que hay son datos y vínculos
entre ellos. La realidad está compuesta por lo que ocurrió verdaderamente en ella y entre
cada uno de los acontecimientos hay enlaces causales o circunstanciales. Si los enlaces
son causales, unos acontecimientos se derivan de otros; si son circunstanciales, no. Lo
fundamental aquí es que la perspectiva de los actores sobre los hechos es casi irrelevante,
los hechos son lo que son.
Pero en el modo de pensamiento narrativo se dispone de dos escenarios o
secuencias de acontecimientos. Uno es el escenario de la acción y otro el escenario de la
conciencia (Bruner, 1986). El primero está constituido por los personajes, situaciones y
objetivos, se trata de aquello que podría ser detectado por un observador externo, lo que
puede ser deducido de la actuación de los personajes o del escrutinio del contexto. El
segundo escenario es el del pensamiento, lo que los personajes sienten, piensan o creen,
algo que sólo puede ser conocido danto información desde dentro, desde la subjetividad
de los protagonistas. Estos dos componentes están presentes en muchos modelos de
23
terapia narrativa con distintos nombres: escenario de la acción y de la identidad (Payne,
2000; White, 2007), perspectiva del otro y perspectiva del yo (Guidano, 1991),
objetivación y subjetivación (Gonçalves, 2002). Entre lo interno y lo externo se da en
cualquier relato una condición en la que los personajes se entrampan o confunden según
sus intenciones, una confusión que genera gran parte del interés de la narración. De algún
modo su subjetividad no encaja en la objetividad del relato y la trama del relato se
encarga de resolverlo.
Por ejemplo, un personaje no debería amar a otro porque pertenecen a condiciones
distintas, pero desea amarlo (Romeo y Julieta, de Shakespeare, Sólo un beso, de Ken
Loach, Crepúsculo, de Stephenie Meyer); poco importa que las discrepancias sean
familiares, étnicas, de género o de especie. En otros casos sucede que el héroe no
debería usar el enfrentamiento abierto o la intervención para resolver los problemas, pero
desea cambiar la situación o está cansando de intervenir en ella (Europa, de Lars Von
Trier, Lisbon story, de Wim Wenders, Gran Torino, de Clint Eastwood, ¡Qué difícil es
ser Dios!, de Arkadi y Boris Strugatski, Crimen y Castigo, de Fiodor Dostoievski). Sea
cual sea la confusión, hay una discrepancia entre lo que los hechos y las normas sociales
dicen y lo que los personajes desean. La trama se encarga de reconciliar ambos
componentes, a veces de manera trágica, pero armonizando ambos escenarios. Los datos
que aparecen en el escenario subjetivo serán de gran interés en el desarrollo de la terapia
narrativa.
La dicotomía entre pensamiento paradigmático y narrativo cala en muchos ámbitos
psicológicos. Está presente, por ejemplo, en las diferencias entre memoria semántica y
episódica y en los contrastes entre el pensamiento hipotético-deductivo y el pensamiento
de tipo experiencial, interpersonal y emocional.En cualquier caso, ambos modos están
presentes en el pensamiento y regulan diferentes aproximaciones a la obtención de
conocimiento y al tipo de acciones consideradas pertinentes.
En general, el pensamiento científico adoptará un patrón paradigmático, mientras
que el conocimiento relacionado con la intencionalidad ahondará en la senda de lo
narrativo. La deriva de un extremo a otro pasa por multitud de puntos de mixtura y
coexistencia. Por ejemplo, conocer las características básicas de una teoría psicológica es
algo paradigmático, pero asumir que dicha teoría es viable o no tiene ya un componente
narrativo. Utilizar la misma teoría para hacer proselitismo científico es algo
completamente narrativo.
En la historia de la humanidad la dicotomía entre la interpretación narrativa o
paradigmática de un mismo suceso está siempre presente, sirva el ejemplo de los
acontecimientos referidos a la Guerra Civil española. Constatar de modo positivo
(paradigmático) los distintos sucesos y condicionantes de la contienda es perfectamente
posible, pero la interpretación de los mismos tiene un alto componente narrativo. Se
siguen contando múltiples historias sobre la historia de la Guerra Civil y cada una de ellas
da un significado distinto a los mismos hechos.
La diferencia básica entre ambos modos de organizar la información reside en que
mientras el pensamiento paradigmático es de tipo artificioso y supone un esfuerzo
24
cognitivo a la hora de tratar la información, el narrativo es una forma natural y
espontánea de organizarla. Toda explicación produce una historia, pero sólo las
explicaciones de orden científico producen articulaciones paradigmáticas.
El pensamiento de tipo paradigmático se pone en marcha cuando hay instrucciones o
necesidad de realizar una verificación lógica; en otro caso, predomina el narrativo. Al
parecer, este antecede a aquel, pudiéndosele considerar un estadio previo de la
interpretación de datos, aunque en la mayoría de los casos, el paso a las consideraciones
abstractas y paradigmáticas no tiene lugar (Trabasso y Van der Broek, 1985). Sin
embargo, este razonamiento tiene el problema de que para interpretar los datos
contenidos en una narrativa es necesario disponer de cierto conocimiento declarativo
previo, por lo que el solapamiento entre ambas formas de pensamiento es algo inevitable
y no fácilmente comprensible.
Este solapamiento permite hacer dos tipos de interpretaciones de los datos. La
primera apoyaría la tesis de que existe un pensamiento narrativo y afirmaría que los seres
humanos organizamos primariamente los datos a través de historias (Baumeister y
Newman, 1994; Bruner, 1986). La segunda defiende que puesto que siempre es
necesario un cierto conocimiento declarativo y lógico para dar consistencia a una historia,
no hay un verdadero pensamiento narrativo. Este no sería más que la expresión implícita
y no consciente de los procesos paradigmáticos de conocimiento (Gerrig, 1994). Pero
exista o no una verdadera diferencia entre ambos modos de pensamiento, la
preeminencia práctica de las narrativas en la vida social humana es indiscutible, pues casi
todo lo que comunicamos son experiencias humanas de tipo interaccional y contextual y
no discursos científicos. Lo que nos contamos unos a otros son básicamente experiencias
personales, justificaciones, cotilleos, devaneos y explicaciones de sucesos; es decir,
historias, relatos, cuentos, en definitiva, narrativas.
1.3. Bases psicológicas de las narrativas
1.3.1. Bases evolutivas y neurofisiológicas del desarrollo narrativo
Bruner (1990) señala la existencia de un impulso narrativo en los seres humanos, una
tendencia que hace que los niños presten una gran atención a los elementos narrativos
presentes en las prácticas prelingüísticas. Dicha tendencia puede tener bases biológicas y
evolutivas, como se deduce de los estudios con primates, en los que estos logran leer la
intencionalidad de las acciones de sus congéneres. Este impulso narrativo ha sido
constatado en numerosas ocasiones.
Los estudios sobre la teoría de la mente indican que en torno a los cinco años los
niños y niñas pueden seguir los pensamientos de un personaje imaginario y, por tanto,
25
pueden entender las intenciones de este. Es a partir de esa edad cuando pueden
comprender las historias que se cuentan en los dibujos animados en las películas.
Además, los seres humanos tendemos a humanizar casi cualquier cosa con la que nos
encontramos; por ejemplo, entendemos que cuando dos sillas se mueven al inicio de una
cabecera de un programa, las sillas están bailando o que se desplazan las luces de un
anuncio cuando en realidad sólo se encienden de forma sucesiva. En definitiva, les
atribuimos intenciones (O’Neill y Shultis, 2007).
La verdadera unidad lingüística que se debe utilizar en los análisis de desarrollo del
lenguaje es el discurso, es decir, la creación de significados, no las oraciones ni los
morfemas. Las funciones lingüísticas de nivel menor se adquieren sólo porque son útiles
para producir significados. Algunos datos de tipo evolutivo demuestran que la adquisición
del lenguaje sigue una pauta pro-discursiva. Entre ellos cabe destacar cuatro:
a) Una vez consolidada la idea de referencia del objeto, los niños centran su
interés lingüístico en la acción y la interacción humana a través de pautas
verbales del tipo agente-acción, acción-objeto, agenteobjeto, etc. Igualmente,
hay una gran sensibilidad a las metas o propósitos de los hablantes.
b) Los niños pequeños centran su atención en las rupturas de lo canónico, en
lo inusual.
c) La mayoría de las gramáticas naturales comienzan a adquirirse a través de
secuencias lineales (ordenadas) del tipo sujeto-verbo-objeto. Después se
adquiere el uso de los marcadores temporales (adverbios) y sólo en último
término el de partículas causales.
d) La perspectiva del narrador está presente desde un principio a través de
expresiones afectivas no verbales, como el llanto o la gesticulación, el nivel de
entonación y elementos prosódicos del habla. Es necesario mencionar aquí la
relación íntima que parece haber entre primeros significados, voz del narrador
y emociones, lo que lleva a considerar la emoción como uno de los elementos
primarios de organización del discurso personal.
La psicología evolutiva ha comprobado que el desarrollo del pensamiento narrativo
corre parejo al desarrollo en general. Son las primeras interacciones entre el niño y su
cuidador las que asientan la posibilidad de relatar una historia. A través de las mismas se
aprende que el otro puede compartir un estado psicológico con nosotros y se establecen
los rudimentos de la toma de posición dentro de la conversación. Igualmente el niño
aprende que puede entender cualquier experiencia como una secuencia temporal de
hechos, secuencia que puede ser elaborada de una forma prenarrativa o no verbal
(Sutton-Smith, 1986). Una vez que han desarrollado las habilidades lingüísticas, estas se
utilizarán para dar formar a los relatos, cuyo esquema básico ha sido conformado con
anterioridad, durante la fase de desarrollo prelingüístico.
Se ha comprobado también que los niños elaboran más historias para explicar
26
conjuntos de sucesos que suponen una separación del canon que para explicar conjuntos
aparentemente canónicos (Lucariello, 1990). Por otro lado, las historias destinadas a
explicar la falta de sujeción al canon son aquellas a las que más tiempo dedican los niños;
es más, estas historias están más presentes en sus soliloquios que en su habla social. Las
mejoras del habla en soliloquio están relacionadas con la secuenciación de sucesos, con la
diferenciación entre lo usual y lo inesperado y, finalmente, con la evaluación y el juicio
personal de lo sucedido; es decir, con elementos básicos de la estructura narrativa
(Nelson, 1989).
Los niños adquieren la capacidad y las formas de recordar a partir de los modelos
paternales o de crianza a los que han sido expuestos (Haden y Fivush, 1996), modelos
que se adecuan socialmente al sexo del niño de formaque las niñas son expuestas a
procesos de recuerdo más elaborativos y centrados en la emoción que los niños. En este
proceso, son los padres los que conforman en el niño el estilo de cómo se deben recordar
las cosas. Este proceso de enseñanza social acerca de cómo construir el pasado continúa
a lo largo de toda la vida del niño, hasta que este se hace adulto. Del mismo modo, los
niños adquieren las pautas narrativas explicativas típicas, es decir, los tipos de historias
que se pueden contar, del contexto social en el que se desarrollan (Miller, 1996).
Está comprobado que hay zonas del cerebro que son esenciales para comprender
narraciones (córtex prefrontal medio y lateral), las mismas en las que se localiza la
memoria funcional. Otras zonas como los polos temporales o la unión de las zonas
temporoparietales están relacionadas con la comprensión de los estados mentales de los
personajes (Mar, 2004).
1.3.2. La socialización y el desarrollo del yo a través de las narrativas
Las historias que se cuentan, incluso aquellas que son claramente ficticias como los
cuentos y fábulas infantiles, se convierten en instrumentos para la socialización y el
aprendizaje porque enseñan a entender la mente de los demás. Si sabemos leer la mente
de un personaje de ficción, aprendemos a entender el comportamiento de alguien en la
vida real. Contando historias se genera un entrenamiento para la vida real y ha sido
comprobado que las personas con mayor capacidad de disfrute y conocimiento de
narrativas de ficción muestran mayores niveles de empatía y mejores habilidades sociales
(Mar y cols., 2006).
La inmersión del niño dentro de los sistemas de escolarización formales y de las
redes sociales informales va a hacer que sus competencias cognitivas adopten formatos
culturalmente aprobados y empiece a desarrollar historias socialmente sancionadas
(Martin y Sugarman, 1996). Hacia el tercer o cuarto año de vida, los padres y los
profesores animan a los niños a que cuenten historias sobre sí mismos (Sutton-Smith,
1986) y esas historias se hacen progresivamente más claras y normalizadas, incluyendo
referencias a contextos típicos de cada cultura (Nelson, 1993).
27
Igualmente, las personas con mayor capacidad empática se identifican más con los
personajes de las historias que escuchan o ven. De hecho, la experiencia con una clase de
historia hace que la identificación con los personajes de una historia de la misma clase
sea mayor (Green, 2004), así que parece que las narrativas contribuyen al desarrollo de
la empatía y viceversa.
La mayor parte de los teóricos asumen que el desarrollo de la idea de un sujeto
agente (de un Yo; lo habitual en psicología es etiquetarlo con el término self, incluso si no
se escribe en inglés) es el elemento básico que permite desplegar historias. Es decir, es
necesario que alguien relate la historia, no hay historias sin autor, de forma que la
existencia de este yo es un prerrequisito de la posibilidad de relatar. Los fundamentos de
la noción de sujeto agente están disponibles hacia el segundo año de vida. En esta edad,
el niño ya dispone de cierta idea sobre sí mismo como sujeto causal e independiente.
Esta elaboración de la subjetividad es imprescindible para crear una explicación sobre qué
y quién soy, o de un Mí, usando la terminología de William James. Esta distinción entre
Yo y Mí representa la diferenciación entre autor y texto: Yo es el autor y Mí es el texto
que Yo escribe sobre sí mismo. Obviamente lo que conocemos es a Mí; la narrativa es el
objeto de conocimiento.
Según varios de los autores que trabajan dentro del modelo narrativo, una vez que el
Yo ha desarrollado los primeros esbozos de la subjetividad, es decir, en cuanto puede
empezar a crear un Mí, el niño (el Yo) adopta rápidamente el papel de contador de
historias (Mancuso, 1986). Las historias fundamentales serán aquellas en las que el
propio Yo es el personaje principal. En la mayor parte de los casos, estas historias estarán
destinadas a suavizar o eliminar las discrepancias entre la experiencia vivida y la
explicación previa dada a la misma (Guidano, 1991) o, lo que es lo mismo, a restaurar el
sentido canónico (normalizado, aceptable) de las autorreferencias (Bruner, 1990).
Todo ello contribuye a que se desarrolle una teoría de la mente, un modelo
explicativo de la realidad que incluye a los demás como seres iguales a nosotros, con
deseos, metas, opiniones y puntos de vista (Wellman, 1993). Naturalmente, este modelo
mental se va complicando progresivamente hasta la conclusión del desarrollo cognitivo.
En general, el cambio evolutivo hace que las historias contadas deriven desde un interés
centrado en la acción del personaje, en la primera infancia, hasta un foco situado en la
vida interior de este y en sus interrelaciones con otros, durante la adolescencia.
Todos los niños normales desarrollan modelos de referencia del otro como sujeto
(Maturana y Varela, 1986; Wellman, 1993), si bien parece que los modelos de la teoría
de la mente están alterados en los niños que padecen retraso mental, autismo y, quizás,
afecciones auditivas graves. El desarrollo de la idea del otro (la teoría de la mente) es un
requisito básico para formular un pensamiento narrativo (Maturana y Varela, 1986): en la
medida en que puedo entender al otro, puedo aplicar ese conocimiento para entenderme
a mí mismo. El sentido del otro es fundamental para adoptar el sentido de la propia
identidad.
Naturalmente la capacidad de contar una historia completa sobre mí mismo no
aparece como un todo. Si bien durante la infancia se pueden contar hechos
28
autobiográficos e historias sobre sucesos ambientales, la capacidad de contar una historia
coherente sobre uno mismo no termina de desarrollarse hasta la adolescencia o, mejor
dicho, hasta que se instala el estadio de operaciones formales, momento a partir del cual
se pueden desarrollar operaciones cognitivamente abstractas (Elkind, 1981). Es a partir
de entonces cuando la integración de la propia experiencia se transforma en un problema
para la persona, cuando tiene que empezar a explicarse qué clase de persona es, cómo es
posible que haya contradicciones en sus valores (yo soy de derechas y mis padres eran
de izquierdas, me crié como cristiana y soy atea, querría tener una pareja estable pero
me gusta ligar cada noche con una chica distinta, soy honrada pero no me importaría
cobrar sin facturar, etc.). Esa integración se hace tanto diacrónicamente, a través de la
experiencia, de la historia, como sincrónicamente, dentro de los acontecimientos actuales.
A partir de este momento se genera un sentido de la identidad: el relato básico sobre uno
mismo.
Las narrativas identitarias se desarrollan dentro de un marco cultural determinado
que limita el tipo de historias que nos podemos aplicar (las historias no aplicables son
consideradas desviaciones y producen graves problemas a quienes las formulan), de
manera que un contexto social dado se privilegian ciertos tipos de historias. En este
sentido, recordar es algo que se hace socialmente o, al menos, que se refuerza
socialmente. Esto supone, por ejemplo, una dificultad para recordar y construir un relato
basado en experiencias de voces que nos hablan desde otros mundos, ya que las
experiencias de revelación, si alguna vez fueron aceptables en nuestra cultura, ya no lo
son. Pero también supone que un discurso en el que una mujer quiera ser un sujeto
socialmente relevante tendrá muchas más dificultades para ser desarrollado en una
cultura patriarcal o que el discurso económico de una persona sustentado en la mera
cobertura de necesidades tendrá menos audiencia y credibilidad que uno basado en la
maximización del beneficio en un contexto sociológicamente mercantilista.
Al menos en la cultura occidental actual las historias identitarias que se desarrollan a
partir de la adolescencia son historias completas que por un lado tienen coherencia
temporal, pues son capaces de concordar con la sucesión fáctica de los hechos, y por
otro poseen coherencia biográfica,porque se ajustan a la pauta de sucesos culturalmente
establecida, cuestiones del tipo se va al colegio, se entra en el mundo del trabajo, se
conoce a una persona del sexo opuesto, se crea una pareja estable, se tienen hijos, se
cambia de trabajo, se produce un divorcio, se llega a la jubilación. Pero además vinculan
unos hechos con otros y son capaces de explicar las transformaciones de la experiencia,
por lo que se dice que tienen coherencia causal, y en las narrativas se encuentran
elementos integradores (temas, valores o principios) que constituyen la esencia de su
identidad; es decir, tienen, por último, coherencia temática. La coherencia temática de los
discursos sobre el yo es rara en la adolescencia pero se hace cada vez más frecuente a
medida que se pasa a la juventud, la madurez y la vejez (Habermas y Bluck, 2000). Hay
evidencia de esto en las estrechas asociaciones que se encuentran entre metas personales
y contenido de los recuerdos y en los sesgos hacia la información autorrelevante de la
memoria a largo plazo.
29
1.3.3. Memoria autobiográfica y narrativas
Desde el punto de vista de la psicología cognitiva, la memoria autobiográfica es el
subsistema de la memoria donde se localiza el conjunto de información relacionada con
el propio sujeto. Su funcionamiento no es esencialmente distinto del de otros sistemas de
la memoria, pues se ve afectado por los mismos sesgos, por ejemplo proximidad en el
tiempo, primacía, etc. Pero además tiene un claro sesgo hacia la relevancia personal. La
búsqueda de información autobiográfica está regulada por un subsistema de la memoria
operativa, el sistema de memoria operativa personal (self-memory system) que no es más
que un conjunto de autoesquemas temporalmente activos que determinan qué clase de
información es relevante para la persona. Este sistema de memoria personal tiene un
funcionamiento jerárquico, de manera que ciertos esquemas (cierta información asociada
con el yo) se consideran más relevantes que otros y, por tanto, tienen mayores
probabilidades de estar en activo en un momento dado y de ser recuperados (Conway y
PleydellPearce, 2000). Por tanto, recordar información sobre el propio yo dependerá del
tipo de metas o propósitos asociados a la personalidad; cuanto más ligados estén a la
personalidad, es más probable que se encuentren en activo dentro del sistema operativo
de memoria personal.
El conjunto de la información autobiográfica y la memoria personal están
relacionados unívocamente. La información autobiográfica se organiza de manera
jerárquica a través de una serie de categorías (sucesos específicos, sucesos generales,
divisiones temporales y un esquema general de la historia de vida). A su vez, el sistema
de memoria personal está compuesto por dos tipos de recuerdos, los puramente
episódicos y los autodefinidores. La información de los primeros se integra en los
segundos mediante un procesamiento autobiográfico que lo que busca es dar sentido vital
a los recuerdos, ligándolos a metas vitales importantes. A su vez, la información de la
memoria personal, y más concretamente la de los recuerdos autodefinidores, afecta a la
memoria autobiográfica incidiendo en el esquema general de historia de vida, al cambiar
sus aspectos fundamentales, es decir, sus valores y metas, y altera a partir de ahí las
búsquedas en los niveles más bajos de la jerarquía de la memoria autobiográfica. Esta, a
través de la creación de narrativas afecta a la memoria personal, sobre todo
introduciendo nuevos recuerdos de tipo episódico. Es decir, la memoria autobiográfica se
explica mediante un modelo similar al de la teoría cognitiva de la meta.
Por otro lado, como ya se ha indicado en el apartado anterior, el yo se organiza de
una forma narrativa, así que pensamos en nosotros mismos de una manera historiada.
Dado que estamos socialmente habituados a las historias, estas se convierten en modelos
muy adecuados para el recuerdo y especialmente para el recuerdo autobiográfico: es fácil
recordar historias y especialmente nuestra historia. Recordamos la información sobre
nosotros mismos a partir de las pautas culturales de organización del desarrollo de la
identidad, organizando una versión personal de dicho patrón, un esquema de la historia
de vida que está compuesto por las principales divisiones temporales y por los objetivos y
30
valores más destacados que se incluyen en nuestra narrativa.
Lógicamente este esquema puede evolucionar, pero tiene tendencia a ser estable. No
en vano, la mayor parte de los recuerdos de cuando teníamos veinte años, que es la edad
aproximada en la que se consolida la historia identitaria, están hiperrepresentados en los
estudios sobre memoria autobiográfica realizados con personas adultas, ya que son la
base de la construcción de nuestro esquema de historia de vida. Los recuerdos
autobiográficos están filtrados a través de dicho esquema de la historia de vida, lo que
ayuda a dar relevancia a las metas y recuerdos autobiográficos que se encuentran en el
sistema de memoria personal; se activarán más las metas y recuerdos que resuenen con
los contenidos de nuestro esquema de la historia de vida.
Algunas de estas metas y recuerdos más activados tendrán una enorme relevancia
desde los criterios del esquema de la historia de vida y se considerarán centrales y
básicos para nuestra visión de nosotros mismos. Son recuerdos muy ligados a objetivos
personales muy importantes y que tienen una gran intensidad afectiva. Se trata de un tipo
específico de recuerdos relacionados con la autobiografía, los recuerdos autodefinidores.
El capítulo tres se centrará en el trabajo con esta clase de memorias personales.
En definitiva, recordar es también una tarea narrativa y cuando se recuerda, se
recuerdan aquellos acontecimientos que encajan con la clase de historia prototípica que
hemos organizado.
1.3.4. Intencionalidad y motivación en las narrativas
Puesto que las historias están orientadas a metas (Bruner, 1986), las narrativas ponen de
manifiesto los conflictos entre el personaje principal y otros, o entre este y ciertas
circunstancias. La idea de conflicto ya fue contemplada por Murray en su propuesta de
análisis de las historias construidas a partir de las láminas del TAT. Esta orientación a la
meta hace que las narrativas estén organizadas a través de una suerte de gramática o
proceso de elaboración, también de tipo estructural, que sigue los siguientes pasos:
a) Contexto de la acción. Cualquier historia tiene lugar en un contexto
espacio-temporal que limita sus posibilidades. No son aceptables, por ejemplo,
acciones inverosímiles en contextos reales. Ahora bien, se puede crear un
contexto fantástico que posibilite ciertas acciones, como en el tiempo
indefinido de los cuentos (érase una vez) o en las licencias literarias. El
contexto dará verosimilitud a la historia subsiguiente. En psicología, el
contexto de la historia también es importante, pues no sólo define el marco en
que determinadas acciones son posibles, sino que delimita la identidad del
individuo. Además, la búsqueda de excepciones, es decir, contextos en los que
la historia contada no es viable, es una de las formas básicas de la terapia
narrativa (Gonçalves, 2002; White y Epston, 1990).
31
b) Suceso desencadenante. Todas las historias comienzan con un
acontecimiento que precipita la trama, un punto de partida. Es el momento a
partir del cual la historia empieza a tener sentido. La ubicación de ese punto
en una historia de identidad psicológica es algo controvertido. Puede estar
situado tanto en los primeros momentos de la vida, lo que daría la razón a las
formulaciones basadas en los modelos de apego, o puede estar situado en la
adolescencia, como afirman las teorías psicosociales de la identidad, o en
cualquier otro momento del desarrollo. En cualquier caso, todas las historias
empiezan en un punto, lo que quiere decir que se excluyen como irrelevantes
o como no relacionados los sucesos anteriores al mismo. Esto es algo
importante tanto desde la perspectiva psicológicay psicoterapéutica, por
ejemplo en los casos de historias traumáticas, como desde una perspectiva
cultural o sociológica.
c) Respuesta interna. Los protagonistas de las historias reaccionan de algún
modo ante la situación. Esta respuesta suele ser activa por parte del personaje,
pero podría relacionarse con cualquiera de los tipos de interacciones
estudiadas en psicología: reactivas, evocativas o proactivas. Estas acciones
suelen iniciar el camino hacia la consecución de las propias metas.
d) Intentos de conseguir la meta. Es la parte esencial de la historia. Se trata
del conjunto de acciones controladas y dirigidas por el protagonista hacia los
objetivos que ha seleccionado y determinado previamente. En las historias de
tipo clínico, representan todos los intentos fracasados de restaurar o generar el
sentido de autoeficacia del paciente. En las historias de vida normalizadas, se
concretan con aquellas acciones más estrechamente relacionadas con sus
motivos vitales.
e) Consecuencias. Las diversas iniciativas del personaje tienen una serie de
consecuencias. Habitualmente, este aprende de ellas y reelabora sus cursos de
acción.
f) Reacción. Es cómo se concreta la reelaboración del curso de acción del
personaje, a partir de las consecuencias derivadas de sus intentos por alcanzar
las metas. Normalmente, estos tres últimos elementos estructurales están
íntimamente relacionados y suelen repetirse a lo largo de ciclos sucesivos,
ciclos que muchas veces se cruzan unos con otros, complicando la trama de la
historia. El relato concluye cuando la meta es alcanzada o se deduce que
lograrla es imposible. Las metas del personaje pueden cambiar a lo largo de la
historia a causa de los efectos de los ciclos intento-consecuencia-reacción.
El problema de la intencionalidad subyace en todas las historias. En principio,
cualquier conducta dirigida a una meta podría ser formulada como una historia. Las
intenciones se atribuyen a los seres activos, es decir, humanos o similares, por lo que
cualquier personaje humano, humanizado (como los animales de los cuentos) o divino
podría ser el protagonista de una historia (Bruner, 1986). Las historias suelen despertar la
32
curiosidad de la audiencia, en el sentido de que se espera que la historia finalice, que los
deseos del protagonista se cumplan, o no, y que los conflictos entre los personajes se
resuelvan en alguna dirección. Ahora bien, no todas las situaciones propositivas se suelen
transformar en narraciones; normalmente se relatan sólo aquellas que suponen un nuevo
estado de cosas, una ruptura de lo esperado o convencional, una quiebra de la
canonicidad (Bruner, 1990). Solo se relata lo que no es habitual. Un relato es un medio
para dar cuenta de una manera compresible y viable de las intenciones de alguien
respecto a algo.
La intencionalidad está íntimamente relacionada con la audiencia, ya que un relato se
elabora para ser contado (Bruner, 1986, 1990). Con él, se busca tener un impacto en una
audiencia potencial a la que se quiere convencer de algo, causarle cierto efecto. Es decir,
los relatos no son elementos asépticos, tienen un propósito para el propio autor, que se
refleja y transmite a través de las metas del protagonista. El propósito puede ser
entretener, seducir, convencer, interesar, etc. Pero para lograr su objetivo, el relato debe
captar la atención de la audiencia; por eso la quiebra de la canonicidad es una condición
radical de un buen relato. Habitualmente, la intención básica de los relatos es restaurar
dicha canonicidad (Bruner, 1990), explicar las cosas de tal forma que la audiencia quede
convencida de que el relato es verosímil y que un nuevo orden de cosas o una nueva
posibilidad están vigentes a partir de ese momento.
Es decir, con cualquier narrativa su autor o autora quiere conseguir un propósito,
una meta propia, transmitir su visión de la realidad y convencer a la audiencia de la
verosimilitud de su historia. La intencionalidad es, por lo tanto, el pretexto, la causa de
que se elabore una historia que se concreta en una narrativa, o lo que es lo mismo, en un
texto. La intencionalidad remite al significado profundo que el autor quiere transmitir, a
los discursos o significados vitales. Las narrativas, en este sentido, están claramente
ligadas con el estudio de la motivación humana (McAdams, 1999).
1.4. Narrativas y psicoterapia
La emergencia de un enfoque terapéutico de base narrativa no se dio hasta finales de la
década de 1980. Por tanto, los varios acercamientos narrativos a la psicoterapia son
relativamente modernos. Los primeros terapeutas que empezaron a trabajar con
estrategias narrativas fueron, por un lado, sistémicos que habían adoptado los postulados
de Von Foerster acerca de la cibernética de segundo orden y, por otro, psicólogos
cognitivos que estaban más o menos influidos por el modelo de constructos personales y
los planteamientos de Maturana y Varela. En definitiva, no se puede entender la
emergencia de las narrativas en psicoterapia sin entender la influencia de los
constructivismos, así, en plural.
El constructivismo (Feixas y Villegas, 2002) como movimiento dentro de la filosofía
de la ciencia es muy antiguo. Se inicia con los planteamientos de los sofistas y de
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Heráclito, continúa con la obra de Giambattista Vico, probablemente el primer
constructivista en el sentido moderno del término, sigue con Kant y Husserl y recibe
también aportaciones de la dialéctica hegeliana y marxista. Fuera del ámbito cultural
occidental, hay elementos constructivistas tanto en el budismo zen como en el sufismo
islámico. El elemento básico de cualquier modelo constructivista es considerar que el
cómo se conoce determina lo que se conoce, de forma que lo ontológico está
subordinado a lo epistemológico. Esto implica que el conocimiento no es un reflejo de la
realidad objetiva, sino que es en gran parte un producto de las estrategias y
procedimientos empleados para generar la información.
Ha habido formulaciones constructivistas en todas las disciplinas, desde la lingüística
a la biología. Incluso algunas formulaciones físicas como el principio de indeterminación
o matemáticas como la teoría del caos tienen un fondo constructivista. Según el principio
de indeterminación, cuanto más precisa se hace la medición de una de las dos variables
que definen a un partícula, bien sea la posición o el momento lineal, más aumenta la
incertidumbre sobre la otra. Esto tiene varias implicaciones: una de ellas es que o bien
hay que redefinir los conceptos clásicos de la ciencia, ya que no hay partículas, sino
ondas, o bien no hay posibilidad científica de determinismo; la segunda es que el
observador altera la naturaleza de lo observado, implicación que es la más relevante en
psicología y psicoterapia. Los trabajos pioneros del constructivismo en psicología se
deben a Piaget en el campo del desarrollo y a Korzinsky y a Kelly en psicoterapia.
Watlazwick introdujo el constructivismo en terapia de familia y Gergen en la psicología
social.
1.4.1. El constructivismo
El constructivismo es una de las escuelas científicas que hicieron aportaciones al
pensamiento postmoderno durante el siglo XX. El postmodernismo como tal es un
movimiento cultural o filosófico que se ha venido extendiendo desde los años sesenta.
Sus características son las siguientes (Caro, 1997):
a) Integración de los dualismos o contraposiciones sociales: negro-blanco,
pobre-rico, hombre-mujer.
b) Principio de referencia sesgada. Es el discurso el que crea “la verdad”.
c) Constructivismo epistemológico.
d) Fragmentariedad técnica. No hay una unidad esencial del conocimiento.
e) Neopragmatismo. Lo importante son los efectos prácticos, no la existencia
de reglas de explicación
f) Negación de la existencia de verdades o reglas universales.
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El enfoque postmoderno sugiere que todo conocimiento depende del contexto, de las
estrategias o esquemas donde dicho conocimiento se genera. Aquí aparece ya uno de los
elementos básicos de la narrativa, el contexto o pretexto en el que la narrativase crea.
Esto se opone al concepto de verdad científica, ya que no hay seguridad de un referente
externo y objetivo para el investigador. El conocimiento es por tanto creación y no
descubrimiento de regularidades en el mundo.
En psicoterapia la gran característica del constructivismo es entender que cualquier
trabajo terapéutico requiere el encuentro de dos expertos del mismo nivel, cliente y
terapeuta, que hacen un trabajo conjunto, lo que implica que la objetividad del terapeuta,
es decir, el trabajo desde fuera del sistema, se pierde. Esta es una implicación que surge
de los trabajos de la cibernética de segundo orden, que sostiene que los sistemas se
autoorganizan, y de los desarrollos derivados de la incertidumbre debida a la intervención
del experto. El terapeuta no puede hacer una intervención objetiva y aséptica sobre los
procesos de sus clientes, de las personas con las que interviene, sino que al intervenir
sobre ellas las altera y por tanto se convierte en un cocreador, en un participante del
cambio. Este elemento de cocreación también será básico en el trabajo con las narrativas.
El nuevo relato es generado a través de un trabajo conjunto entre dos personas, la que
demanda o cliente y la que provee la técnica para el cambio, el terapeuta.
El constructivismo, a su vez, tiene dos grandes orientaciones. Una de ellas es de
carácter individualista y está basada en asunciones de la biología cognitiva. Los
procedimientos de construcción del significado son básicamente individuales, es decir,
radican en procesos inherentes a los sujetos. El sujeto está en contacto con su entorno,
pero aporta significado a las situaciones a partir de sus estructuras previas de
conocimiento de carácter personal. Esta perspectiva se basa en que existen una serie de
estructuras implícitas que dirigen los procesos de conocimiento y en la proactividad de
los sujetos, pues son ellos quienes conocen el mundo a través de esas estructuras
implícitas y no es la influencia del mundo lo que las genera. Todos los cambios
posteriormente deben ser compatibles con dichas estructuras.
A esta tradición, conocida como constructivismo cognitivo aunque no se trata de una
etiqueta de consenso, pertenecen varias escuelas de psicoterapia: los constructos
personales, la terapia cognitiva post-racionalista, las terapias constructivistas y las terapias
cognitivo-narrativas. Los pioneros de este acercamiento trabajaron fundamentalmente
con un enfoque individual de la terapia tratando tanto problemas de gama neurótica como
de gama psicótica.
El problema que abordaban era fundamentalmente conseguir la armonía o
coherencia en la vida mental del cliente y prestaban una atención menor al entramado de
jerarquías sociales en el que este vivía. En el constructivismo cognitivo, hay todavía un
núcleo agente, una especie de yo que básicamente consiste en las estructuras implícitas
de regulación del conocimiento. A partir de ese núcleo básico se elabora la identidad de la
persona, pero esta no se entiende como un cuerpo de propiedades esenciales, sino que es
vista como un producto provisional generado por las interacciones entre las estructuras
implícitas de conocimiento y el entorno. La identidad es un producto narrativo y como tal
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puede adoptar múltiples formatos y contenidos. Además siempre está en continua
reorganización y puede adoptar distintas posiciones que se contrapongan entre sí. El gran
problema de este enfoque es la deriva al solipsismo.
La otra orientación tiene una base social y considera que los significados son
construidos básicamente en entornos relacionales, pues el conocimiento es de naturaleza
interactiva y relacional. A esta segunda orientación se la suele denominar
construccionismo, aunque tampoco hay un acuerdo universal sobre esta etiqueta. En este
sentido, el construccionismo mantiene una actitud crítica hacia cualquier clase de valores
o normas sociales, ya que los considera un producto social más. Son esas normas las que
adoptan el papel que los procesos de construcción personal tienen en la otra escuela
constructivista: el mundo es visto a través de ellas y, por tanto, son esas reglas las que
deberán ser transformadas en el curso de la terapia. En general, la mayoría de los
pioneros de la terapia construccionista proceden de la terapia familiar (Anderson, Epston,
Goolishian, White), si bien otros arrancaron desde el estudio de las bases sociales de la
comunicación (Gergen). Les interesaban sobre todo problemas vistos desde una
perspectiva de interacción y la discriminación social, así que los temas relacionados con
el control, el poder y la marginación eran más relevantes que los vinculados con la
coherencia personal. La identidad para ellos es algo meramente contextual y discursivo.
Los elementos esenciales del construccionismo son cuatro (Freedman y Combs, 1996;
Rodríguez Vega, 2001):
a) Toda realidad es construida socialmente y se consolida con la práctica.
b) Las realidades se constituyen en el lenguaje. Un cambio es siempre un
cambio de discurso.
c) Las realidades se organizan y se mantienen a través de historias. Los
hechos preexisten, pero no el significado de los mismos.
d) No hay verdades esenciales. Esto implica que, dado que no se puede
conocer una realidad extra-contextual, esta sólo es interpretable. Desde el
punto de vista terapéutico esto implica que no hay un yo esencial en las
personas. Según Gonçalves (2003), sólo se puede hacer una verdadera terapia
narrativa si se asume este punto de vista de no esencialidad de la identidad.
En definitiva, cualquier producto humano es cambiable porque es meramente
circunstancial. El problema de este planteamiento es que puede desembocar en un
relativismo cultural extremo. Las narrativas, en este contexto, son conversaciones a
través de las que se co-crea el sentido de aquello sobre lo que se habla. La conversación
se expande y de-construye atendiendo básicamente a tres estrategias:
a) Atender al contexto en que la conversación inicial tuvo lugar o, dicho de
otro forma, escrutar cuáles son los condicionantes culturales de la persona.
Por ejemplo, una mujer puede apreciar que su aparente incapacidad está
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relacionada más con la visión de su marido, que la limita, que con su propia
incapacidad personal.
b) Centrarse en las limitaciones del discurso, es decir, ahondar en aspectos
inicialmente despreciados.
c) Partir de un supuesto de ingenuidad, sin buscar significados
predeterminados, sin encajar al cliente en categorías previas y asumiendo el
modelo del doble experto.
Los constructivistas cognitivos asumen también estos principios, pero lo cierto es
que le daría una importancia menor al primer punto y se centran en organizar la narrativa
en torno en a los significados básicos de la persona, buscando una nueva alternativa
viable y aceptable por el cliente. Lo que le interesa es que el desarrollo narrativo de la
persona continúe más allá de los atascos que se encuentran en la narrativa original
atendiendo a los aspectos no atendidos (Neimeyer, 2000).
1.4.2. Otros planteamientos sobre el uso de la narrativa en psicoterapia
Las narrativas también se han usado en otros enfoques terapéuticos, como el
psicoanalítico (Luborsky), los experienciales (Greenberg), los sistémicos (Sluzki) o los
cognitivos (Russell). Además habría que citar a un grupo muy nutrido de autores que
partiendo del estudio de la motivación y la ciencia cognitiva han desarrollado
investigaciones en el ámbito de la personalidad (McAdams, Singer) siguiendo una
orientación claramente narrativa que en muchos casos han relacionado con la
psicoterapia. El trabajo de la terapia dialógica de Hermans partiría de esta última tradición
para terminar dando un gran valor a las conversaciones internas entre facetas del yo y
orientándose claramente hacia el campo de la psicoterapia.
En este sentido, Fernández Liria (2001) indica que las narrativas son un concepto de
integración en psicoterapia. Las narrativas de los clientes, por su naturaleza relacional
(son contadas a otros o a uno mismo) y afectiva

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