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La inversión parental

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La inversión parental
El último modelo que vamos a presentar también ha sido desarrollado por Trivers (1972). Las 
teorías de la selección por parentesco y el altruismo recíproco pretendían resolver el problema 
que la conducta altruista planteaba a la tesis darwinista de la eficacia biológica individual. Por su 
parte, la Teoría de la inversión parental se propone ampliar la concepción que Darwin tenía de la 
selección sexual como explicación de las diferencias físicas, mentales y conductuales entre sexos. 
Gracias a sus múltiples observaciones, él se había dado cuenta de que muchas especies poseen 
rasgos que aparentemente dificultan más que favorecen la supervivencia de los individuos y, 
de esos rasgos, sólo están presentes en uno de los sexos. La explicación que propuso era muy 
coherente. Esos rasgos han sido seleccionados porque contribuyen al éxito en el apareamiento. 
Y ¿cómo lo hacen? Por dos vías: mediante la selección que uno de los sexos hace entre los 
miembros del otro al elegir pareja (selección intersexual) y mediante la competición entre los 
miembros de uno de los sexos por el acceso a una pareja del otro sexo (selección o competición
intrasexual). Aunque ambas estrategias pueden coexistir en una misma especie, lo normal es 
que en unas especies predomine la competición intrasexual y en otras la selección intersexual.
Lo que Trivers añadió a esta argumentación fue el factor que determina cuál de los sexos va 
a elegir y cuál va a competir. Según la Teoría de la inversión parental, el sexo que más invierte 
en su descendencia, por ser el que más tiene que perder, será el que elija para asegurarse de que 
no malgasta su inversión, mientras que el otro sexo sería el que compite para tener acceso al 
mayor número posible de oportunidades de apareamiento. Hay que aclarar que Trivers utiliza 
el término “inversión” en sentido biológico, no económico. La inversión sería la conducta 
que el progenitor realiza para asegurar la supervivencia y reproducción de sus descendientes 
a costa de su propia reproducción. Por ejemplo, en el caso de los mamíferos, las hembras 
invierten mucho más que los machos porque la fabricación de óvulos es mucho más escasa que 
la de espermatozoides, y además, una vez fecundadas, deben esperar un periodo relativamente 
largo hasta volver a ser fértiles, algo que no les ocurre a los machos. Eso implicaría, según la 
teoría, que serían las hembras las que elegirían y los machos los que competirían entre sí por 
sus favores, de manera que, a la larga, se seleccionarían los rasgos que resultan más atractivos 
para las hembras y los que favorecen el éxito en la competición entre los machos.
Robert Trivers. Catedrático de antropología y 
ciencias biológicas en la Universidad Rutgers 
(Nueva Jersey). 
Es autor de algunas de las contribuciones más 
importantes de la biología evolucionista a la 
comprensión del comportamiento social. 
Ahora bien, hay especies (como la humana) en las que el macho también invierte en el 
cuidado y manutención de las crías, no sólo en engendrarlas. Otro de los postulados de la teoría 
es que, en especies en las que los machos no pueden estar seguros de su paternidad, la inversión 
de tiempo y esfuerzo para sacar adelante a las crías supone un riesgo para su propia eficacia 
biológica, a menos que exista una confianza razonable en que esas crías no son de otro; es decir, 
en que comparten sus propios genes. Partiendo de esa premisa, y de los múltiples ejemplos 
sobre el trato que los machos de otras especies dispensan a las crías de sus rivales reproductivos 
(los casos de infanticidio en roedores, felinos y primates), dos psicólogos evolucionistas, Martin 
Daly y Margo Wilson, obtuvieron uno de los hallazgos más conocidos de los estudios de esta 
disciplina, referido a las relaciones entre padrastros (y madrastras) y sus hijastros: que estas 
relaciones son mucho más conflictivas y con peores desenlaces que las de padres-hijos biológi-
cos. Algunos estudios sociológicos habían encontrado que la familia es el contexto en el que se 
producen más homicidios, y lo explicaban como consecuencia de la mayor frecuencia de con-
tacto (por ejemplo, Straus y Gelles, 1990). Si bien el hecho era cierto, contradecía claramente el 
principio neodarwinista del nepotismo, según el cual los organismos tienden a favorecer a sus 
parientes como vehículos de propagación de sus propios genes (véase el Cuadro 2.5).
Cuadro El “efecto Cenicienta” (Daly y Wilson, 1998). 
Martin Daly y Margo Wilson, profesores de Psicología de la Uni-
versidad McMaster (Canadá), conocidos por sus investigaciones 
sobre violencia familiar desde el enfoque de la psicología 
evolucionista, plantearon la hipótesis de que los padrastros, 
que están bastante seguros de que no son los progenitores bio-
lógicos de los hijos de su esposa, les dedicarán mucha menos 
atención y cuidados e, incluso, llegarán a maltratarlos. Y eso 
fue lo que encontraron. Los porcentajes de abuso y maltrato 
infantil son significativamente más altos en familias con pa-
drastros o madrastras y, en estos casos, es el progenitor no 
biológico el perpetrador de tales actos. 
Estos resultados contribuyeron a matizar el hallazgo de los sociólogos y demostraron que su explicación 
era insuficiente.
Pero ¿qué ocurre con los casos de familias en las que hay padrastro o madrastra y no se producen estos 
sucesos? Su elevada frecuencia invalida la idea de que sean la excepción que confirma la regla. La 
respuesta la encontramos en la Teoría del altruismo recíproco, que, como hemos visto, postula que con 
tal de conseguir que sus propios genes se propaguen, los organismos son capaces hasta de ayudar a otros 
a propagar los suyos, si están seguros de que les devolverán el favor. Desde esta perspectiva, un macho 
no tiene por qué ser el padre biológico de una cría para obtener beneficios si la cuida. En el caso que 
nos ocupa, un padrastro puede conseguir mucho más en términos de eficacia reproductiva si trata bien 
a los hijos de su esposa que si los maltrata.
La Teoría evolucionista supone una fuente inagotable de preguntas e hipótesis, y también 
de métodos, que resultan útiles para comprender la conducta humana. Aparte del plantea-
miento de hipótesis basadas en la teoría de la evolución, existen otros métodos para rastrear 
los orígenes de la psicología humana, como son el estudio del registro fósil (que es tarea de los 
paleoantropólogos) y la comparación entre especies filogenéticamente cercanas, en concreto, 
los primates. El objetivo de estas comparaciones es tratar de determinar por qué un rasgo 
concreto aparece en una especie y no en otras. Se supone que, si aparece sólo en una, su origen 
será posterior al momento en que ésta se separó del tronco común con especies cercanas. En 
el siguiente apartado veremos algunos ejemplos, tomados sobre todo de la investigación de los 
etólogos humanos y los primatólogos, por un lado, y de los psicólogos evolucionistas, por otro. 
Por último, expondremos una línea de investigación desarrollada por psicólogos sociales que 
toma como marco de referencia el enfoque evolucionista.

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