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MASTRINI & LAVIERI: Los orígenes de la tv privada argentina Si bien hubo intentos fallidos antes de 1951, recién el 17 de octubre de ese año la TV argentina pudo llegar a los escasos hogares que poseían aparatos receptores. Las primeras transmisiones con equipos traídos desde EEUU por el ex propietario de Radio Belgrano Jaime Yankelevich (enviado por el gobierno peronista) se realizaron desde el edificio del Ministerio de Obras Públicas, seleccionándose el Canal 7. El hombre que estuvo a cargo de dichas emisiones fue también uno de los pioneros de la radio: Miguel Susini. El primer programa transmitido fue el acto celebratorio del Día de la Lealtad. Cuando el gobierno decidió llevar adelante en 1954 la privatización de los medios audiovisuales que tenía en su poder, Canal 7 pasó a manos de la Asociación de Promotores de Teleradiodifusión (APT). Por única vez en su historia y hasta el golpe del ’55, Canal 7 fue privado. Con el golpe se declararon nulas las adjudicaciones hechas por el gobierno peronista y se intervinieron las emisoras privadas. En 1957 se derogó la ley de radiodifusión del gobierno peronista y se sancionó la nueva ley 15.460 que descentralizó la emisoras, prohibió la formación de cadenas, la radiodifusión se declaró de interés público y se sentaron las bases para un próximo llamado a licitación (sólo para licenciatarios argentinos no vinculados al gobierno anterior y que como máximo podían tener una radio y un canal de TV, durante 15 años). En un panorama bastante amplio de postulantes (figuras de la UCR del pueblo, hombres de la industria cinematográfica, un sector de la iglesia, etc), en abril de 1958, tres días antes de entregar el gobierno, Aramburu firmó un decreto mediante el que se adjudicaron las 1ras licencias de canales de televisión privados. La adjudicación de las licencias de los canales 9, 11 y 13 de la ciudad de Bs As a las empresas CA-DE-TE, DICON y Río de la Plata TV (que luego precisaron capitales extranjeros de la CBS, la NBC y la ABC) marcó el inicio de una forma de explotación que, con variantes, se ha mantenido hasta nuestros días: un modelo competitivo que concede libertad de radiodifusión a instituciones públicas o privadas mediante un régimen de licencias. Este sistema, fruto de la inexistencia de una política global de comunicación, en la práctica, en vez de elevar la calidad y pluralidad de los mensajes, engendró una programación con escasas variantes temáticas y sin la diversidad de opiniones existentes en la sociedad.
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