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así la observación de que no existe oposición de principio entre principado y república, sino que se trata de la hipóstaois de los dos momentos de la autoridad y de la universalidad. A propósito del Renacimiento, de Lorenzo de Médicis: cues tión de "gran política y de pequeña política", política creadora y política de equilibrio, de conservación, aunque se tratase de conservar una situación miserable. Acusación a los franceses (y a los galos desde Julio César) de ser volubles. Y en este sentido los italianos del Renacimiento no fueron jamás "volubles"; antes bien, es preciso distinguir entre la gran política que los italianos hacían en el "exterior", como fuerza cosmopollta (mientras sub sistió dicha fuerza), y la política pequeña en el interior, la di plomacia pequeña, la estrechez de los programas ... , la debili dad de la conciencia nacional que habría demandado una acti vidad audaz y confiada en las fuerzas populares-nacionales. Con cluido el período de la función cosmopolita, nace el de la "política pequeña" en lo interno, el inmanente csfncrzo por impedir todo cambio radical. En realidad, el "pie de casa", las manos limpias, etc., que fueron tan reprochadas a las generaciones del 1800 no son más que la forma tradicional de la conciencia del fin de una función cosmopolita y la incapacidad de crear una nueva, actuando sobre el pueblo-nación. Moral !1 política. Se verifica una lucha. Se juzga acerca de la "equidad" y de la "justicia" de las pretensiones de las partes en contlicto. Se llega a la conclusión de que una de las partes no tiene razón, que sus pretensiones no son justas, o directarnente <¡ue carecen de sentido común. Estas conclusiones son el re sultado de modos de pensar muy difundidos, populares, compar tidos por la misma parte que resulta golpeada por la censura de dichos modos. Y sin embargo, esta piute continúa sosteniendo que "tiene razón", que está en lo "justo" y, lo que es más impor tante, continúa luchando, haciendo sacrificios. Todo lo cual sig nifica que sus convicciones no son superficiales y a flor de labios, no son razones polénücas. para salvar la cara, sino convicciones realmente profundas y activas en las conciencias. Significará que la cuestión está mal planteada y peor re suelta. Que los conceptos de equidad y de justicia son puramente formales. Puede ocurrir que de las dos partes en conflicto, ambas 170 ¡ 1 1 1 1 tengan razón, o una parezca tener más razón que la otra "si las .::osas son así", pero no la tenga "si las cosas tuviesen que cam biar". Sin embargo, en un conflicto no es preciso analizar las cosas tal como están, sino el objetivo que las partes en lucha se pro ponen lograr con el mismo conflicto. ¿Cómo deberá ser juzgado este fin que aún no existe como realidad efectiva y jnzgable? ¿Por quién podrá ser juzgado? El juicio mismo, ¿no se conver tirá en un elemento del conflicto, será otra cosa que una fuerza en juego a favor o en perjuicio de una u otra parte? En todo caso se puede afirmar: 1) que en un conflicto, todo juicio de moralidad es absurdo, porque sólo podría ser fundado sobre los datos de hecho existentes, que son, precisamente, los que el con t1icto tiende a modificar; 2) que el único juicio posible es el "político", es decir el de la correspondencia del medio al fin (lo cual implica nna identificación del fin o de los fines graduados en una s.ucesiva escala de aproximación). Un conflicto es "in moral" en cuanto aleja del fin o no crea condiciones que apro ximen al mismo (o sea, no crea medios eficaces para su obtención), pero no es (iinmorar desde otFos puntos de vista <(moralistas». De tal modo, no se puede juzgar al hombre político por el hecho de que sea más o menos honesto, sino por el hecho de que mantenga o no sus compromisos (y en este mantenimiento puede estar comprendido el "ser honesto", es decir. ser honesto pue de ser un factor político necesario y en general lo es, pero el juicio es político y no moral). El político es juzgado no por el hecho <le que actúa con eqnidad, sino por el hecho de que obtiene o no los ,rcsnltados positivos o evita un resultado negativo, un mal, y aqm puede ser necesario "actuar con equidad", pero como medio político y no corno juicio moral. Separació11 entre dirigentes !1 dirigidos. Asume diferentes aspec tos según las circunstancias y las condiciones generales. Descon fianza· recíproca: el dirigente teme que el dirigido lo "engañe", exagerando los datos positivos y favorables a la acción, y por ello debe tener en cuenta en sus cálculos esta incógnita que complica la ecuación. El "dirigido'' duda dC' la energía y del espíritu de resolución del dirigente y por ello se siente impulsado, también inconscientemente, a exagerar los datos positivos y a ocultar o disminuir los datos negativos. Existe un engaño recl- 171 proco, origen de nuevas vacilaciones, desconfianzas, cuestiones personales, etc. Cuando esto ocurre significa que: 1) hay una crisis de di reccién; 2) la organización, el bloque social del ¡,rrupo en cues tión no tuvo aún tiempo de amalgamarse, creando la armonía recíproca, la recíproca lealtad; 3) pero hay un tercer elemento: la incapacidad del ''dirigido" para desarrollar su tarea, lo que significa la incapacidad ilel "dirigente" para escoger, controlar y dirigir su personal. Ejemplos prácticos. Un embajador puede engañar a su go bierno: 1) porque quiere engañarlo por intereses personales. Caso de deslealtad por traición de carácter nacional o estatal; el em bajador es o se transforma en el agente de un gobierno distinto del que representa; 2) porque desea engañarlo, siendo adversa rio de la política del gobierno y partidario de la política de otro partido de su mismo pais; por consiguiente, porque quiere que en su país gobierne un partido y no otro. Este es un caso de deslealtad que, en última instancia, puede ser tan grave como el precedente, aun cuando pueda estar acompañado de circunstan cias atenuantes, corno sería el caso de que el gobierno no hiciera. una política nacional y el embajador tuviese las pruebas peren torias de ello. Sería entonces deslealtad hacia los hombres tran sitorios para poder ser leal al Estailo inmanente; cuestión terrible porque esta justificacién sirvió a hombres indignos moralmente (Fouché, Talleyrand y, en menor medida, los mariscales de Na poleón); 3) porque no sabe que lo engaña, por incapacidad <> incompetencia o por ligereza ( ilescuido del servicio), etc. En este caso, la responsabilidad del gobierno debe ser evaluada: 1) si teniendo posibilidad ile una sdección ailccuada eligió mal por razones extrínsecas al servicio (nepotismo, corrupción, limitacio nes de gastos debido al cual se eligen "ricos" para la diplomacia, o "nobles", etc.); 2) si no tiene posibilidades de selección (Es tado nuevo, corno Italia en 1861-70) y no crea las condiciones generales para sanear las deficiencias y pmcurarse la posibilidad de selección. Ciudad y campo. Cius<>ppe De i\lichelis, "Premessc e contri boto allo studio dell'esodo rurale", Nuova Antologia, 16 de enero de 1930. Artículo interesante desde muchos puntos de vista. De 172 1 j 1 Michelis plantea el problema en forma bastante realista. Pero ¿qué es el éxodo rural? Se habla de él desde hace doscientos años y nunca tal problema fue planteado en los ténninos económicos precisos. El mismo De Michelis olvida los dos elementos fundamenta les de la cuestión: l) los lamentos por el éxodo rural tienen una de sus razones en los intereses de los propietarios que ven ele varse los salarios por la competencia de las industrias urbanas y por el reclamo de vida más íegal", menos expuesta a los ar bitrios y abusos que constituyen el diario bregar de la viila rural; 2) en el caso de Italia, no menciona la emigración de los cam pesinos, que es la fonna .jntcrnacional del éxodo rural hacia las zonas industriales y que es una crítica real del régimen agrario italiano en cuanto el campesinose dirige a otro lugar para tra bajar corno tal, mejorando su estándar de vida. Es justa la ob servación de De Michelis que la agricultura no sufrió con el éxodo: 1) porque la población agraria en escala internacional no dismi nuyó; 2) porque la producción no disminuyó; por el contrario, hay superproducción tal como lo demuestra la crisis de los pro ductos agrícolns [en las crisis pasadas, o sea cuando correspondían a fases de prosperidad industrial, esto era cierto; hoy, sin embar go, cuando la crisis agraria acompaña a la crisis industrial, no se puede hablar de superproducción sino de subconsurno ]. En el artículo se citan estadísticas que demuestran la progresiva ex tensión de la superficie cultivada por cereales y en mayor medi da la cultivada por produetos para la industria (cáñamo, algodón, etc.) y el aumento de la producción. El problema es observado desde un punto de vista internacional (en un gmpo de 21 países), '" decir de la división internacional del trabajo. (Desde el punto de vista de las naciones en particular el problema puede cambiar y en esto consiste la crisis moderna, que es una resistencia reac~ cionaria a las nuevas relaciones munilialcs, a la intensificación. de la importancia del mercado mundiaL) El artículo cita algunas fuentes bibliográficas; será preciso revisarlas. Concluye con un error colosal: según De Michelis, "la formación de las ciudades en los tiempos remotos no fue más que la lenta y progresiva separación de los oficios de la actividad agrícola, con la cual al principio se confundia, para surgir luego corno actividad diferenciada. El progreso de los decenios veni deros consistirá, gracias sobre todo al incremento de la energía 173
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