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lecciones de sociología de las ciencias Título original: Petites leçons de sociologie des sciences © del texto: Bruno Latour, 1993 © de la traducción: Xavier Febrés, 2016 © de esta edición: Arpa y Alfil Editores, S. L. Deu i Mata, 127, 1º – 08029 Barcelona www.arpaeditores.com Primera edición: julio de 2017 ISBN: 978-84-16601-38-7 Depósito legal: B 5682-2017 Fotografía de cubierta: Manuel Braun Diseño de cubierta: Enric Jardí Maquetación: Estudi Purpurink Impresión y encuadernación: Cayfosa Impreso en España Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Bruno Latour lecciones de sociología de las ciencias Traducción de Xavier Febrés Sumario Los amantes de las ciencias 9 I SOCIOLOGÍA DE LOS OBJETOS DE LA VIDA COTIDIANA Retrato de Tomás el Gafe como filósofo de las técnicas 19 Los dilemas cornelianos del cinturón de seguridad 32 La llave de Berlín 43 La carga moral de un llavero 61 «El botones está en huelga. Por el amor de Dios, cierren la puerta.» 72 II EL DURO OFICIO DE LOS TRABAJADORES DE LA EXPERIMENTACIÓN La angustia del conferenciante por la noche en el hotel 101 La ópera del riñón: escenificación y aplicación 106 Retrato de un biólogo como capitalista salvaje 126 Tres pequeños dinosaurios o la pesadilla de un sociólogo 164 III LAS TRIBULACIONES DE LA IMAGEN CIENTÍFICA El trabajo de la imagen o la inteligencia erudita redistribuida 181 El «pedófil» de Boa Vista, montaje fotofilosófico 216 Los ángeles no son buenos instrumentos científicos 283 Agradecimientos 317 De Châtelperron, para Lucie y Chloé Los amantes de las ciencias Los científicos aficionados aprecian aquellos resultados de las ciencias que intentan reproducir en sus granjas, talleres, graneros y cocinas a más pequeña escala. Los amantes de las ciencias aprecian menos los resultados que la elabora- ción, el movimiento, la labor, la pasta de lo que obtienen. No pretenden hacer más obra científica que un crítico de arte pintar como Rembrandt. ¿Por qué las obras de teatro, los ballets, las óperas, las inauguraciones o las emisiones de televisión gozan de crónicas y cronistas y, en cambio, los laboratorios, los pa- radigmas, las expediciones y los experimentos no tienen derecho a su correspondiente dosis de vulgarización? ¿La verdad, la eficacia o la rentabilidad merecen menos con- sideración que su hermana la belleza? ¿Son acaso menos humanas, menos turbadoras, menos amables? Así lo creen los críticos de arte, que tan solo ven en las ciencias y las técnicas el mundo objetivo, del que es preciso evadirse lo antes posible para acceder al de la li- bre creación. Para ellos las ciencias se demuestran y luego se enseñan, pero no se aprecian. Las técnicas se elaboran y se aplican, pero no se disfrutan. Al contrario, dicen: las 10 Bruno Latour «personas de cultura» deben resistirse con todas sus fuer- zas a la tiranía de las ciencias y las técnicas. Tan solo los siglos pueden dar una pátina a una turbina hidráulica o a algún sistema cosmológico para llamar su atención, como si fueran precisas la quiebra y la muerte para que las cien- cias y las técnicas accedieran a la dignidad, para ellos sin par, del museo. ¿Deberíamos llamar, por oposición, «personas de na- turaleza» a los sabios e ingenieros? Tendríamos entonces por un lado la cultura, donde se mezclan los sujetos, sus afectos y sus sueños, y, por el otro, actividades admira- bles, aunque algo monstruosas, que permiten mantener a los objetos a prudente distancia de los sujetos. En tal caso, sería preciso que los letrados cumplieran dos tareas simétricas: proteger a la ciencia de la contaminación de la imaginación, las pasiones políticas y los intereses huma- nos, y proteger a su vez la dignidad, la libertad y la ima- ginación de los hombres de la dominación de la objetivi- dad o la eficacia. Un amante de las ciencias tiene otros deberes. Para él, es en el ámbito de las ciencias y las técnicas donde puede observarse el mayor grado de confusión entre sujetos y objetos, la más profunda intimidad, el más intenso acuer- do. Luego no entiende cómo pueden oponerse las activi- dades de la cultura y las de la «naturaleza». La idea de un arte autónomo y libre le parece tan incongruente como la de una ciencia objetiva y fría. ¿Proteger a las ciencias y las técnicas de los sujetos y las pasiones humanas? ¡Pero si entonces desaparecerían! ¿Resguardar a los sujetos de derecho de la invasión de las ciencias y las técnicas? ¡Pero si entonces se desvanecerían! Extraño racionalismo, cu- rioso humanismo, que quieren destruir lo que dicen que- rer como a la niña de sus ojos. 11Los amantes de las ciencias Las lecciones reunidas en este libro combinan a los humanos y los no-humanos1 de múltiples formas, sin caer nunca en aquella inhumanidad que antaño se atribuía tan fácilmente a las ciencias y las técnicas, ya fuese para ala- barlas o para ningunearlas. Mediante ficciones, anécdo- tas, investigaciones, entrevistas, observaciones, análisis de texto y fotomontajes, dichas lecciones tratan de saltar las antiguas barreras, tenidas por infranqueables, entre los signos y las cosas, el sujeto y el objeto, la organización de nuestra sociedad y la clasificación de los seres del mundo natural. Este pequeño libro pretende analizar algunos de los dispositivos que hemos imaginado para clasificar las cosas y las gentes: técnicas, ciencias, ficciones y ángeles. Tomemos el ejemplo del «gendarme acostado». Si ob- servo que usted frena al aproximarse a una escuela, le feli- cito a la vez por su civismo y su altruismo. Ha visto la ad- vertencia del código que le pedía no superar los 30 km/h y ha dado prioridad a la seguridad de los niños antes que a sus urgencias. Sin embargo, compruebo que, al pasar ante la escuela, su coche se ve sacudido por un sobresalto… In- trigado, miro al suelo y comprendo que estaba equivoca- do. Ha frenado, con lo que les ha ahorrado a los queridos escolares el peligro de verle pasar a 120 km/h, pero lo ha hecho porque dos bandas de frenado alineadas le han for- zado a levantar el pie del acelerador para preservar no a los niños por altruismo, sino a sus neumáticos por egoísmo. De lejos, para un observador externo, las dos conductas 1 La pareja humanos/no-humanos es característica de la obra fi- losófica de Bruno Latour. Constituye una alternativa a la pareja objeto/ sujeto y una tentativa de superación de la frágil partición entre naturaleza y cultura. (N. del T.) 12 Bruno Latour son idénticas, aunque la primera se obtenga por la interio- rización de una ley y la segunda por la exteriorización de la fuerza del «gendarme acostado». Astutos ingenieros de puentes y caminos, secundados por alcaldes y asociaciones de vecinos, le han impuesto su conducta mediante la ins- talación de una barra de cemento. Gracias a ella, se pasa de un programa difícil de cumplir («Respete el código de circulación») a otro programa («No destroce sus amorti- guadores»). Como mucha más gente prefiere sus amorti- guadores al respeto escrupuloso de las normas, este «des- plazamiento del sentido» permite hacerse obedecer mucho más ampliamente, aunque cueste caro, frene sin motivo a las ambulancias apresuradas y a los bomberos y fractu- re además las vértebras de los conductores exasperados. Podría pensarse que con este ejemplo hemos pasado de las relaciones morales a las duras obligaciones, que he- mos abandonado el mundo social para penetrar en el de la técnica. Los humanistas admitirán amparar al conductor mientras piense en su prójimo, obedezca la ley, respete el código de circulación y preste atención a las señales. Pero si pasa de la acción reflexionada al acto reflejo, de las re- laciones de razón a las relaciones de fuerza —si, en suma, pega un frenazo para proteger la mecánica de su coche—, entonces lo relegarán al reino de las cosas y del ingenieroque en él impera como único amo. Sería una lástima, por- que por más que nos adentremos en historias de amorti- guadores, siempre encontraremos tantas reglas, signos, le- yes, personas, pasiones y objetos como en esta. Cambiaría su reparto, sin duda, pero no su mezcla, que no haría más que crecer. Ardua tarea la de tratar siempre por separado el sentido moral de los conductores, la psicología de los locos del volante, la escritura y el emplazamiento de las señales, la solidez de las suspensiones, el flujo de las aguas 13Los amantes de las ciencias pluviales, la política de los alcaldes, el sufrimiento de los padres, la conducta errática de los escolares y los decre- tos del Ministerio de Transportes. Para dejar tranquilos a algunos padres, el alcalde se enemista con camioneros, bomberos, conductores de autobús y locos del volante, que para vengarse tocarán la bocina furiosamente por la no- che y despertarán a los padres también furiosos, que a su vez exigirán a los ediles que arranquen al precio que sea esas bandas de frenado recién instaladas… Podemos aña- dir no-humanos para modificar el abanico de conductas, pero no podemos simplificar las relaciones que mantene- mos con ellos. Añadan algo de técnica y verán como la si- tuación resulta todavía más rica, complicada y, a qué ne- garlo, más interesante. Gracias a Tomás el Gafe y a ciertos objetos de la vida cotidiana, en este libro aprenderemos a deshacer algunos embrollos de humanos y no-humanos. Esta obra plantea asimismo algunas disciplinas erudi- tas. Se piensa a menudo que solo mediante las ciencias se logra obtener la mayor distancia entre las pasiones subje- tivas y los hechos objetivos. Pero en realidad es casi al re- vés. Solo en las ciencias se mezclan íntimamente los no-hu- manos más exóticos y los humanos más cercanos. El otro día en el Instituto Pasteur encontré a un in- vestigador que me estrechó la mano y se presentó con un: «Buenos días, soy el coordinador del cromosoma 11 de la levadura de la cerveza». No desdeñemos esta extraña frase de un manotazo. No tratemos por separado al indi- viduo singular que dice «soy», a la organización europea capaz de coordinar los equipos de biólogos moleculares y, por último, a la secuencia de ADN del cromosoma de Saccharomyces cerevisiae. Esta cómoda clasificación po- dremos usarla más tarde, en frío, cuando la investigación haya terminado. De momento, estrecho la mano de este 14 Bruno Latour hermoso híbrido: un individuo-organización-secuencia de ADN. Imposible acceder directamente al cromosoma 11 sin entender la sagaz organización que ha sido preciso asen- tar para coordinar la acción de todos los «levaduristas» de Europa. Sin los programas de ordenadores, el correo electrónico, las bases de datos y los subsidios de la CEE, dicho cromosoma no hubiera podido analizarse por com- pleto antes de treinta años. Pero también resulta imposible comprender esta red de investigadores sin prestar atención al individuo que se ha identificado hasta tal punto con la levadura que ínfimas modificaciones en sus neuronas per- mitirán descubrir las piezas restantes del puzle de su se- cuencia. Finalmente, también sería imposible comprender la originalidad de este investigador y de su organización sin tomar en cuenta la levadura que actúa desde hace mi- lenios en toneles y barricas y cuya fermentación se mezcla desde siempre con la de los humanos. Como los médiums estudiados por los etnógrafos, mi amigo levadurista es un shape-changer: se convierte en cromosoma 11, quien a su vez se convierte en una porción del Instituto Pasteur, el cual se convierte en una red europea. Este pequeño ejem- plo muestra bastante bien cómo las ciencias no extraen su belleza de la separación, por fin total, entre el mundo de los sujetos y el de los objetos. Al contrario, si las cien- cias son tan hermosas es porque sirven de intercambiador en las encrucijadas entre individuos, instituciones y cosas. El amante de las ciencias, ya vamos entendiéndolo, no piensa que vivamos en un mundo racionalizado, desencan- tado, dominado totalmente por el imperio de las máqui- nas y los hechos. No se toma tan en serio a las ciencias y las técnicas como para otorgarles el exceso de violencia al que debemos oponernos para merecer el bello calificativo de humanista. No, las aprecia tal como son: frágiles, en- 15Los amantes de las ciencias tremezcladas, raras, enmascaradas, turbias, mediatizadas, interesantes, civilizadoras. Quién defiende mejor a las cien- cias: ¿aquel que las cree sólidas e intocables o aquel que, tomando consciencia de su debilidad, reconoce el precio que es preciso pagar para que perduren? Quién las criti- ca mejor: ¿aquel que las imagina formidables y sistemáti- cas o aquel que, analizando la fragilidad de su construc- ción, evalúa al mismo tiempo de cuántas maneras pueden abordarse? El amante de las ciencias no se toma por un sabio. No trata de sintetizar el resultado de las ciencias ni de divul- garlo entre el bondadoso pueblo que, a su modo de ver, debería beneficiarse del derecho constitucional de ignorar- las. Tan solo le interesan porque, en el ámbito de lo colec- tivo, las halla por todas partes. ¿Cómo imaginar una cul- tura que no posea ni técnica eficaz ni hecho comprobado? Queriendo formarse el gusto por las unas y las otras, el interesado no pretende fundar ninguna nueva ciencia hu- mana, sino tan solo hacer como si, mediante la investiga- ción, la ficción, el estilo, la imagen, pudieran existir hu- manas ciencias. 1 S O C I O LO GÍA DE LO S OBJETO S DE LA VIDA COTI DIANA CADA Vfl QUf BUfNAVISTA HA QUfRIOO TOMARMf fl mo Hf fNCONTRAOO UNA ARGUCIA Y NO Sf HA SALIDO CON LA SUYA . .- "'\ _,,.. �.,�"-:-'" .. Figura r.r Extracto del álbum n . 1 3 de Tomás e l Gafe merece una zurra, de André Franquin. RETRATO D E TOMÁS EL GAFE COMO FILÓ S OFO DE LAS TÉCNICAS Nada mejor para pensar la esencia de la técnica que ele gir un pequeño ejemplo, como nos gusta a los filósofos empíricos. Y para no intimidar con alta tecnología, tome mos el invento de una puerta por parte de ese maestro de los inventos que es Tomás el Gafe, el héroe de Franquin. En una página de viñetas todo queda dicho: la técnica se define por la mediación de las relaciones entre hombres por una parte, y entre hombres, cosas y bichos por la otra . « ¡ Miaaau ! » . Un gato maúlla en el despacho de la re vista Spirou. ¿ Por qué un gato en un despacho belga ? No nos entretendremos con esta cuestión. En cualquier caso, el gato maúlla y reclama a Buena vista, superior jerárqui co de Tomás, que abra la puerta . «Me he convertido en portero del gato » , exclama Buenavista , indignado por el hecho de verse mecanizado e instrumentalizado por una puerta, por un gato y por Tomás. Así como existen boto nes -humanos y mecánicos- que cierran puertas (véa se la lección 5 ) , Buena vista se ha convertido en un bo tones humano abre-y-cierra-puertas. Su postura tiesa y furiosa señala con claridad que imita a una máquina, que hace el robot. 20 BRUNO LATOUR En seguida estalla una crisis porque el gato sigue mau llando. Quiere que la puerta esté siempre abierta para po der ir y venir libremente. Buenavista debería conocer este rasgo de la psicología del gato. Su ignorancia indigna a Tomás: « ¿ No sabes que un gato no soporta las puertas ce rradas? ¿Y que necesita sensación de libertad ? » . Tanto To más -portavoz de los derechos del gato- como el pro pio gato -dignamente representado por Tomás y capaz de expresarse por sí mismo mediante maullidos que par ten el alma- quieren q4e el botones abre-y-cierra-puertas esté siempre alerta para que se respeten los derechos de los animales. Y es que los felinos ignoran puertas y paredes, y, aunque les gusta aprovecharse del confort del hogar, no se resignan a ser meros prisioneros. Como perfectos pa rásitos, pretenden tenerlo todo a cambio de nada. Domés ticos pero salvajes: así son los gatos. Nadie loscambiará. Eso equivale a olvidar el derecho de los hombres y en particular de Buenavista a protegerse de las corrientes de aire. ¡ Cuántas disputas provocan las corrientes de aire en los autobuses, los trenes, los despachos ! ¡ Podríamos ma tarnos por una ventana abierta o cerrada ! Parece, por cier to, que las corrientes de aire solo matan a belgas y fran ceses y que los británicos, educados con mayor rigor, no son tan sensibles al frío. En todo caso, el belga Buenavista nos obliga a considerar la psicología del « querido pobre cito gato » y su propia salud. La psicología del gato exi ge que las puertas permanezcan abiertas; la salud de Bue navista que estén cerradas. Los felinos son salvajes, pero los periodistas son civilizados y quieren estar calentitos. El tono de Buenavista no deja lugar a dudas. « Estas puer tas estarán cerradas » , exclama en futuro de mando, y su braya su imperativo categórico con un gruñido símbolo de autoridad y el chasquido típico de los portazos furio- RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 2 1 sos. N o hay nada más que decir. Los gatos y los subordi nados deben obediencia. Pero eso sería no contar con el gesto técnico, la astu cia, el rodeo, el daedalion, la metis, el bricolaje caracterís tico, desde el principio de los tiempos, de la ingenuidad de Dédalo,' de Vulcano o de Tomás el Gafe . « Cada vez que Buenavista ha querido ser aguafiestas, me las he apañado para evitarlo » , murmura Tomás, equipado con una sierra y una caja de herramientas. Nuestro nuevo Arquímedes in voca la sabiduría milenaria del ingeniero. Tome usted a un aguafiestas con autoridad y fuerza y enfréntelo a un inge nioso con apaños y trucos. ¿ Quién invierte la relación de fuerzas ? El i_ngenioso, claro está, tal como sabemos desde Plutarco. « El rey Hierón -escribió- sunnoésas tes tén dunamin [asombrado por el poder de la técnica], encar gó máquinas de guerra a Arquímedes para defender a Si racusa » tras haberle visto tirar solo del trirreme cargado de hombres gracias al truquito de las poleas compuestas. Arquímedes redefinió la fuerza: un anciano, cuerdas y po leas fueron más fuertes que una tripulación de trirreme y que un soberano alzando la voz1• Tomás, más modesto, redefine tan solo las puertas e inventa (o reinventa ) la gatera, « pequeña apertura prac ticada en el bajo de una puerta para dejar pasar a los ga tos » , define el diccionario Robert. La gatera de Tomás es una puerta vertical en la puerta horizontal . Los goznes sus- 1 Sobre el mito de Dédalo y la noción de rodeo técnico, véase el excelente libro de Franr;oise Frontisi-Ducroux Dédale, mythologie de l 'artisan en Crece antique, Maspero, París, 1975. 2 Véase el análisis de este episodio en Michel Authier: « Archimede, le canon du savant», en Michel Serres (dir. ) : Éléments d'histoire des sciences, Bordas, París, 1 9 89 . 22 BRUNO LATOUR tituyen a nuestro amigo Buenavista, que ya no tiene que hacer de portero de gatos. El humano mecanizado cede el paso a un mecanismo automático. La operación por la cual el botones humano se convierte en botones maquinal se ejecuta por medio de los goznes. En vez de la presencia permanente de Buenavista, basta con que Tomás los insta le una sola vez para que la función de botones se vea de legada para siempre en la gatera. Es la astucia del rodeo técnico. Un poco de tiempo, un poco de acero, unos torni llos, unos cortes de sierra, y la función que hacía de Bue navista un esclavo se convierte para siempre en el progra ma de acción de un ser que ya no se parece a un hombre. Pero toda innovación genera conflictos. Buenavista opina que se trata de una destrucción y no de una nue va producción: « ¡ Bravo, todas las puertas del primer piso fastidiadas ! » . A lo que el astuto Tomás replica que sin em bargo se respeta el derecho de Buena vista a la salud: « ¡ Re conoce que ya no hay corrientes de aire ! » . La puerta con gatera es un compromiso: el gato satisfecho ya no maú lla, y aunque al principio Buenavista se muestra furioso, pronto quedará satisfecho con no resfriarse. El truco del ingeniero ha permitido contentar tanto al gato maulla dor como al propietario frágil de garganta (el aguafiestas ) . ¿ Quién ha pagado e l precio de la negociación? En pri mer lugar, las puertas. Ahora están alteradas, rediseñadas, redefinidas. Acto seguido Tomás, quien pese a su legendaria pereza ha trabajado mucho. Finalmente la revista Spirou, que financia a esta alegre banda. Con algunos rodeos y al gunas facturas, la crisis se ha resuelto mediante el bricolaje técnico que pone fin a la confrontación gracias a un com promiso en que otros no-humanos se encuentran inmersos. El conflicto entre gatos y jefes ha sido desplazado y a conti nuación pacificado por medio de sierras, tornillos y goznes. RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 23 ¡ Pero no nos olvidemos de la gaviota ! ¿ Por qué una gaviota en el despacho de un periodista ? Poco importa el origen de esta rareza belga . La gaviota también se queja y sus gritos son más penetrantes que los del gato. Su inespe rado furor amenaza el frágil compromiso que reconciliaba a Buenavista, el gato, las corrientes de aire y las puertas con gatera. « ¡ Grrrrr ! » . Tomás, gran psicólogo de bestias, interpreta el gruñido como una manifestación de celos. Los gatos quieren ser libres; las gaviotas también, sobre todo si los gatos ya lo son. ¿ Qué hacer con este actor inespe rado que expresa su furor o su desesperación? ¿Eliminar lo ? Imposible, Tomás ama demasiado a su gaviota. ¿ Pedir a Buenavista que se convierta en portero de gaviotas tras haber rechazado serlo del gato ? Imposible, le sacaría de quicio. ¿ Ofrecer a la gaviota el beneficio de la gatera ? Es demasiado exigua y la gaviota demasiado orgullosa para rebajarse de este modo. Tomás debe volver a empuñar sus herramientas y di rigirse otra vez a las puertas del primer piso para redefi nidas un poco. « Cien veces en el oficio » , tal es la máxima de nuestro joven inventor. Las reforma, las redibuja . Les añade un agujero. Quien inventó la gatera puede inventar la « gaviotera » , « pequeña apertura practicada en lo alto de una puerta para dejar pasar a las gaviotas » , rezará pronto el diccionario Robert. « ¡Aaaaah ! » , es todo lo que Buenavista logra decir. Gruñía en sentido figurado y ahora lo hace en sentido li teral, reducido al modo de expresión de gatos y gaviotas. Tomás, que comprende el lenguaje de los animales, toma los ruidos de Buena vista por un argumento que contrarres ta de inmediato con amabilidad: « No actúes de mala fe: ¿ la puerta se encuentra cerrada o no ? » . Cerrada a las co rrientes de aire, abierta a gatos y gaviotas. ¿ Quién tendría 24 BRUNO LATOUR la mala fe de pretender lo contrario ? ¿ Quién sería tan ton to para no reconocer una puerta, aunque sea renegociada, en la innovación brindada por Tomás ? Pasada la crisis de apoplejía, Buenavista deberá reconocer que la innovación pacifica todas las crisis y que los derechos de los gatos, ga viotas, propietarios resfriados y mensajeros amigos de los animales quedan a salvo gracias a ciertas modificaciones en la puerta . La puerta se somete y se complica para en cajar los conflictos de los hombres y los animales. La ga tera apacigua al gato; la gaviotera satisface a la gaviota; el rediseño de la puerta mantiene controladas las corrientes de aire y debería pacificar a Buenavista -a menos de que sea un bastardo de mala fe y que, indiferente ante el in vento técnico, expulse a Tomás y a sus animales y regrese a las puertas de siempre, los artificios del poder y las ex clamaciones de aguafiestas. Nadie ha visto nunca técnicas, ni nadie ha visto nunca humanos. Solo vemos ensamblajes, crisis, disputas, inven tos, compromisos, sustituciones y arreglos cada vez más complicados que exigen cada vez más elementos. ¿ Por qué no cambiar la imposible oposición entre humanos y técnicas por la asociación (Y)y la sustitución ( O ) ? Dote mos a cada ser con un programa de acción y consideremos todo lo que interrumpa su programa como otros tantos antiprogramas. Tracemos entonces el mapa de al ianzas y cambios de alianzas . Lograremos tal vez comprender no solo a Tomás el Gafe, sino también a Vulcano, Prometeo, Arquímedes y Dédalo. El punto de partida carece de importancia -este es el interés del método-, ya que los montajes mezclan preci samente cosas y gentes. Partamos, por ejemplo, del gato. En la versión (3 ) de la figura 1 . 2 todo el mundo se opone a él y la furia de Buenavista le perjudica . Pero basta con RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 2 5 introducir en sus alianzas al astuto Tomás y su gatera con goznes para que el programa del gato se realice plenamen te. El gato ni siquiera percibe la diferencia entre pasar por una puerta abierta o por una gatera. La traducción corres ponde para él a la equivalencia siguiente : gatera = puerta abierta = libertad salvaje En cuanto a la furia de Buenavista (o de la gaviota ) ya no tiene influencia sobre él . La gatera reversible, hecha de madera y goznes, lo previene del humor cambiante del portero de gatos . Indiferente, el gato de Tomás pasa por todas partes como si nada3. O> gato libre gato furioso. puerta cerrada (2) gato libre. gato contento. puerta abierta, Buenavista portero Buenavista furioso (3) gato libre gato furioso. puerta cerrada, Tomás furioso. Buenavista furioso (4) gato libre, gato contento, Tomás astuto, gatera abierta programa o Figura 1 . 2 anti programa y La historia resulta más complicada desde el punto de vista de Tomás, puesto que debe mantener en un solo conjunto a más actores implicados. El gato solo se preo cupa de sí mismo; Buenavista de su salud y su periódico. Pero Tomás ha decidido mantenerlo todo a su alrededor: sus animales, sus jefes y su trabajo . No quiere renunciar a nada, por lo que debe desviar el compromiso hacia otros seres, cosas y gentes. No debe solamente redefinir la puer- 3 En el capítulo titulado « La carga moral de un llavero» puede hallarse una explicación del principio de los diagramas. 26 BRUNO LATOUR ta encajándole una gatera y luego una gaviotera, sino que también debe renegociar con Buenavista y ofrecerle cua lidades que no parecía poseer. Es la gran lección de la fi losofía de las técnicas: si las cosas no están estabilizadas, menos aún las personas . Buenavista era periodista y de viene portero de gatos. Y es que, para Tomás el ingenio so, Buenavista no aparece como una unidad, sino como una multiplicidad. Es a la vez dócil y exasperado, y sobre tal multiplicidad juega nuestro inventor. A partir de un Buenavista gruñón y quejica, Tomás imagina otro Bue navista agradecido: « Ya no hay corrientes de aire » , afir ma el chistoso Tomás. Nuestro Dédalo va todavía más le jos . Obliga al Buenavista apoplético de la última imagen a desdoblarse en un personaje muerto de furia y otro pa cificado, de buena fe, que reconoce en la puerta abierta a todos los animales a la puerta cerrada de antes : « No ac túes de mala fe » . Cada redefinición de la puerta rediseña la psicología de Buenavista y arrastra el consentimiento de los animales. Existen tantos Buena vistas como puertas y Tomases. Existen tantas puertas como Tomases, Buena vistas y gatos. programa anti programa (1) Tomás. gato contento, puerta abierta, Buenavista dócil Buenavista exasperado (2) Tomás gato furioso, puerta cerrada, Tomás indignado, Buenavista furioso (3) Tomás, sierra, herramientas, invención, gatera Buenavista pelmazo (4) Tomás, gato contento, gatera, Buenavista agradecido Buenavista furioso (5) Tomás, gato contento, gatera, Buenavista calmado gaviota celosa y (6) Tomás. gato contento. gatera, gaviota contenta, gaviotera, Buenavista de buena fe Buenavista quejica o Figura 1 . 3 RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 27 No puede hacerse filosofía de las técnicas sin exten der el existencialismo a la materia, a lo que Sartre llama ba lo práctico-inerte . Imagine a un Buenavista un poco más resistente que, sólido como una roca, sigue decidido a aguar la fiesta : las puertas alteradas tienen que reparar se, no reconoce la ausencia de corrientes de aire, exige la partida de los animales. Imagine ahora puertas algo más resistentes: esta vez, es Tomás quien no puede renegociar las. Imagíne animales más frágiles: morirían ante la pri mera puerta cerrada. Si solo hubiese esencias, no habría técnicas4• Tomás se asoma a todas las pequeñas fracturas existenciales y prueba combinaciones múltiples hasta ha llar aquella que pacifica a todo el mundillo que reúne a su alrededor. Por el contrario, la sierra, así como la caj a de herramientas y los goznes, juegan el papel de esencias bien definidas con las que se puede tocar fondo. Lo mis mo ocurre con la psicología de los gatos -« sensación de libertad »- y la de las gaviotas -« celosa »-, que son in negociables. La esencia no se halla del lado de las cosas ni la existencia del lado de los humanos. La división se produce entre aquello que fue una existencia y se convir tió provisionalmente en esencia, en una caja negra -la inventiva de Tomás, la psicología de los gatos, la sierra y aquello que fue una esencia antes de convertirse provi sionalmente en una existencia -la psicología de Buena vista, la idea de puerta . No por abandonar la falsa simetría de los hombres enfrentados a los objetos alcanzamos el caos. Experimen tamos, al contrario, lo posible y lo que no lo es: el gato no 4 Gilbert Simondon: El modo de existencia de los obietos técnicos, Prometeo, Buenos Aires, 2007. 28 BRUNO LATOUR cambiará de psicología y Tomás no abandonará a su gato; Buenavista siempre correrá el peligro de resfriarse y desea rá que las puertas estén cerradas. Las distintas lógicas de los seres de madera, de carne o de espíritu son sustituidas por otras tantas socio-lógicas, tal vez más enmarañadas pero menos obligatorias: si se contenta al gato, entonces es preciso contentar a la gaviota; si se instalan gateras en una puerta, entonces es preciso hacerlo en todas; si Bue navista ronronea de satisfacción, entonces todos los ani males gritan frustrados. La innovación pone a prueba la solidez de todos esos vínculos. Por medio de tal prueba y solo así percibimos si la idea de puerta es flexible o no, si Buenavista es múltiple o uno. Lejos de ofrecer a la mirada esa noche en que todas las vacas son pardas, esta pequeña filosofía práctica per mite, al contrario, desenmarañar las socio-lógicas. ¿ Qué es una innovación técnica ? Modificaciones en una cade na de asociaciones -numeradas más arriba de ( 1 ) a (6 ) . ¿ De dónde proceden esas modificaciones ? En primer lugar de la suma de nuevos seres: no esperába mos más de la sierra que de la gatera o de la gaviota celosa. En segundo lugar, del paso de un actor del programa al antiprograma o viceversa : la puerta abierta conspira con el gato y con las corrientes de aire, por lo tanto con tra Buenavista, a quien le basta un soplo de aire para res friarse. El aliado en un programa de acción se convierte, en la versión siguiente, en socio del antiprograma; e, in versamente, quien conspiraba contra el programa devie ne su partidario. En tercer lugar, del cambio de estado de un actor do tado de nuevas propiedades: el gato furioso y la gaviota celosa quedan encantados, el Buenavista dócil se convier te en aguafiestas, acto seguido en furioso, luego en apaci- RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 29 guado, mientras la puerta clásica se vuelve belga y Tomás amanece ingenioso en vez de indignado o perezoso . En cuarto lugar, de una sustitución entre los seres: Bue na vista portero de gato se ve reemplazado por una gate ra; un nuevo montaje que prolonga la misma función pero con otro material . En quinto lugar, de la rutina de los actores, que se vuelven fieles unos a otros. Para el gato, el trabajo de To más y las puertasson insignificantes: pasa sin darse cuen ta y ronronea de placer. Para Buenavista, pronto (o así lo esperamos ) el trabajo seguirá como si nada entre las nue vas puertas (abre-gato, abre-gaviota, cierra-resfriado ) . Las existencias frágiles se convierten en esencias estables, en cajas negras inaccesibles. Si somos capaces de seguir estos cinco movimien tos y modificar el punto de vista del actor de forma que la misma historia mezcle efectivamente al gato, la puer ta, la sierra, a Buenavista y a Tomás, entonces todo está dicho. Completada la descripción, sigue la explicación: solo existe una puerta que permita mantener j untos los caprichos de Tomás, de Buena vista y de sus animales fa miliares. No es lógicamente exacto, pero es socio-lógica mente riguroso. Si hubiéramos contemplado la evolución de la puerta, del modo en que habría podido aislarla un historiador de técnicas antiguas, o si hubiéramos exami nado las relaciones de poder entre Buenavista y Tomás, como habrían podido hacerlo los sociólogos de antaño, la lógica de los conflictos de despacho en Bélgica se nos hubiera escapado por completo. Nos hubiéramos vistos obligados a recorrer dos historias paralelas, ambas ca rentes de sentido: 30 BRUNO LATOUR Evolución técnica D. D, Cl Evolución de las relaciones de poder Buenavista jefe de Tomás Tomás domina a Buenavista Figura 1 .4 2 Si examinamos el objeto junto con los seres que tie ne y que le tienen, entonces comprendemos el mundo en que vivimos. La puerta evoluciona adecuadamente por transposiciones y sustituciones, pero Buena vista evolucio na también, así como Tomás y sus animales (figura 1 . 5 ) . No evolucionan « en paralelo » , como se dice a veces, ni por influencia recíproca ni por retroacción. La puerta y el poder son como palabras de una frase, ligadas a otras pa labras. Hay una sola sintaxis y una sola semántica tanto para las cosas como para las personas. programa anti programa (1) puerta, función cerrada gato furioso, Buenavista hostil (2) puerta, función abierta, gato contento Buenavista furioso (3) puerta, función cerrada, Buenavista contento gato furioso, Tomás furioso (4) gatera, gato contento, Buenavista agradecido Buenavista furioso (5) gatera, gato contento. Buenavista tranquilo gaviota furiosa y (6) gatera, gaviotera, gato contento, gaviota contenta, Tomás contento Buenavista apopléjico o Figura 1.5 RETRATO DE TOMÁS EL GAFE 3 I Punto de vista de la puerta . Programa: resolver la con tradicción abierto/cerrado. Contrariamente a los temores de los moralistas, no podemos sustraer palabras de esta larga frase sin sustraer igualmente lo que conforma nuestra humanidad. Podemos añadir actores, sustituirlos por otros, incluir a algunos de ellos en una rutina estable, pero nos resulta imposible para siempre disminuir su número: la puerta se sofistica, la psi cología de Buenavista se complica, el número de actores se acrecienta . Querer simplificar estos grupos, arrancarles el actor humano, simplificar su esencia, situarlos frente a cosas igualmente reducidas y aisladas, sería una tortura bárbara que, espero, no se presentará más b�jo el bello apelativo de humanismo. LO S D I LEMAS CORNELIAN O S D E L CINTURÓN DE SEGURIDAD1 El Señor me ceñirá con su fuerza, Él es mi escudo, Él es mi arnés. Él solo me protegerá de mis enemigos. Los cosmólogos buscan la « masa que falta » para comple tar la enorme suma que se esfuerzan en calcular: la masa del universo. Por ahora, la tara necesaria para equilibrar su balanza cósmica sigue estando fuera de su alcance. Al mismo tiempo, los moralistas se quejan continuamente de la degradación de la moral, la pérdida de valores, la inva sión de los pobres sujetos por máquinas inhumanas. Se gún ellos, a nuestras civilizaciones industriales les falta una enorme dosis de moral . La técnica se vuelve cada vez más dominante y los débiles humanos cada vez más amorales . Creo sin embargo que los moralistas tendrán mayor fortu na que los cosmólogos y encontrarán rápidamente donde 1 El llamado dilema corneliano, planteado en obras del drama turgo Pierre Cornei lle, designa una elección que opone la razón a los sentimientos. (N. del T. ) LOS DILEMAS CORNELIANOS DEL CINTURÓN 3 3 se encuentra la « masa que falta » de moralidad y de valo res. Basta para detectarla con fijarse no ya en las personas, sino en los no-humanos. Subiendo despreocupado a mi coche, percibo que no puedo hacerlo arrancar, que parpadea y se queja. Sorprendido, miro el tablero: «¡Abróchese el cinturón ! » . Obedezco la orden del tablero, me abrocho el cinturón y me veo por fin autorizado a accionar el motor de arranque. El propio coche me prescribe una conducta: debes abrocharte el cinturón para conducir. Me impide arrancar hasta que obedezca. Una vez mi acción está conforme con sus exi gencias, me autoriza a hacer lo que deseo: conducir por la autopista hasta el trabajo. Hay al menos dos maneras de analizar esta anécdo ta . La primera es moral . El moralista se indignará por la despreocupación del conductor que se acomoda en su coche sin pensar en su seguridad o por el dominio de la máquina sobre el hombre al imponerle conductas sin preocuparse por las libertades individuales ni por la inmensa variedad de las situaciones humanas . A su en tender falta una cierta cantidad de moral : ya sea en el conductor irresponsable que carece de ella o bien en la máquina humana que se halla igualmente desprovista . En ambos casos, el filósofo se quejará: ni el hombre ni la máquina saben conducir ni conducirse . Es la hipótesis de la masa que falta . Pero también existe otra hipótesis, que he denominado expeditivamente « socio-técnica » . La masa de moral per manece constante pero se reparte de distinto modo. Des pués de cincuenta años de conducir coches, los responsables de la seguridad vial se han dado cuenta de que no podían 3 4 BRUNO LATOUR confi,ar en el sentido moral de los conductores para limitar su velocidad. Al parecer no se puede inscribir en su cuer po de forma duradera la regla moral « no correrás dema siado » . Sin duda sería posible inscribirla en los motores: « No superar los 100 km/h » . Pero como se ha querido de j ar a los motores libres de ir a 200 km/h al mismo tiempo que se prohibía a los conductores alcanzar tales velocida des, la solución de compromiso es prohibir al menos a los conductores estrellarse contra el parabrisas. No obstante, sin cinturón la regla desesperada se vuelve inaplicable: los conductores rechazan dejar de aplastarse la cara contra el parabrisas y hunden el tórax en el volante . ¿ Inercia de los humanos ? Tal vez. Pero también está la inercia de los cuerpos pesados lanzados a 100, 150 o incluso 230 km/h. Una vez aceptado el automóvil, se dan cuenta de que su conductor no siempre actúa de forma responsable y se convierte, quiéralo o no, en un cuerpo pesado que obedece a las leyes de la dinámica y que por tanto puede ser sustituido por un maniquí antropomorfo de 70 a 90 kilos. El cinturón se convierte entonces en el medio utilizado por los responsables de la seguridad vial para inscribir en el coche la regla moral «no correrás » , te niendo en cuenta que el conductor embalado a gran velo cidad es un monstruo híbrido, mitad ser pensante, mitad cuerpo pesante. Sea cual sea la solidez de su sentido moral, la recti tud de su conducta o las ascesis de su vida en la décima de segundo de un accidente, el conductor no puede evi tar estrellarse contra el parabrisas. El cinturón puede ha cerlo en su lugar, si funciona . El cinturón de seguridad es pues la delegación de la moral perdida del conductor. Tal delegación ha sido decidida a la vez por los respon sables de la seguridad vial, los inventores de los distintos LOS DILEMAS CORNELIANOS DEL CINTURÓN 3 5 tipos de cinturones y el conductor que acepta abrochár selo. El conductor se protege de este modo poradelan tado contra su propia falta de palabra, contra su propia inercia moral y física . Sabe muy bien que la carne es dé bil y sobre todo pesada a 1 20 km/h. Se desdobla en dos personajes: uno, presente, se abrocha el cinturón; el se gundo, futuro, se verá protegido en caso de accidente por el cinturón como un ángel de la guarda . Así, pues, el conductor que se abrocha el cinturón se distingue poco del que coloca en el tablero un amuleto o una medalla de San Cristóbal para beneficiarse de la protección divi na, o una foto de los hijos para recordar que acelerar es peligroso para ellos, pues corren el riesgo de perder a su padre querido. En todos los casos, el conductor se pro tege contra sí mismo y se remite a los demás, ángeles de la guarda o resortes abrochables, para permanecer fiel al contrato suscrito con su conciencia. ¿ Pero qué tipo de moral debe inscribirse en el coche ? El cinturón debe ser a la vez 'fl.exible cuando el conduc tor no hace nada malo o no se halla en peligro y al mis mo tiempo extremadamente rígido durante la fracción de segundo en que es necesario protegerle contra su inercia. Doble dificultad: el cinturón ha de ser al mismo tiempo fácil de abrochar, porque de lo contrario nadie lo usaría, y no puede desabrocharse solo en caso de gran choque, sin lo cual perdería su función protectora . Hay más. El punto en que el debate sobre el cintu rón se vuelve verdaderamente corneliano, en que su mo ral se vuelve tan compleja como los estados de ánimo del rey Lear o de Madame Bovary, es que el mismo cinturón que debe resistir el mayor choque sin desabrocharse tiene que desabrocharse instantáneamente cuando el conductor accidentado, en estado de shock, se encuentra boca aba- 3 6 BRUNO LATOUR jo dentro de un coche siniestrado1• Se entiende que des anime si nos limitamos a mirar a los hombres, pero que estimule si consideramos atentamente a los no humanos. En general no prestamos atención a esas contradicciones de los mecanismos que denominamos, de modo muy eva sivo, « funcionales » . Preferimos con mayor frecuencia los debates del corazón, el alma o el espíritu, que nos parecen más dramáticos o más estéticos . Es una lástima, porque las grandes crisis morales, las grandes tragedias, los gran des dramas no ocurren hoy en la pantalla de cine sino en las máquinas y los dispositivos. El resorte de las intrigas del teatro de bulevar es menos interesante que los resor tes de un cinturón de seguridadJ . Como ley moral inscrita en las fibras, el cinturón cons tituye un admirable logro: resulta muy fácil abrocharlo o desabrocharlo cuando el conductor lo desea. Solo hay que apretar un botón o tirar de una lengüeta . Pero una vez abrochado, no puede arrancarlo ni siquiera una fuer za de varias toneladas, o al menos eso nos gusta pensar. El cinturón es pues reversiblemente irreversible y vicever sa. Mientras el conductor se mueva de forma lenta y pro gresiva, el cinturón sigue y obedece. Si brinca de golpe, se 2 Los oponentes a la obligación del cinturón han pretendido du rante largo tiempo que esta última función no queda garantizada, adu ciendo que el cinrurón aprisiona al conductor en el coche en vez de per mitirle escapar. La misma moral que debía proteger se vuelve entonces condenatoria . 3 El cinturón de seguridad de los aviones es un resorte menos rico. Lo impone la tripulación, quien explica y verifica su uso. Aunque re gulable, es rígido y aplasta el estómago. Protege contra uno mismo, aunque sobre todo protege de los vecinos que un bache de aire podría transformar en peligrosos proyectiles. LOS DILEMAS CORNELIANOS DEL CINTURÓN 3 7 bloquea y manda. En términos psicológicos, el cinturón es muy « susceptible » , se ofende por nada y algunos son tan desagradables que se bloquean incluso cuando el conduc tor solo intenta alcanzar la guantera. Se debe aprender a vivir con esa ley moral que presiona sobre el vientre, ejer citarse en hacer solo movimientos suaves y progresivos para no molestar al cinturón, quien en caso contrario de jaría de permitirnos movernos4 • Las numerosas patentes registradas por ingenieros siempre tienen como finalidad resolver esas variaciones jurídicas alrededor de la autori zación y la inflexibilidad, de lo reversible y lo irreversible. Así vemos repartida de otra forma la masa constante de moral. Una fracción se remite al conductor -abrochar y soltar el cinturón- y la otra se remite al dispositivo, a veces permisivo, a veces obligatorio, a veces reversible, a ve ces irreversible. Este reparto de tareas es importante, por que distribuye de nuevo las competencias propias de cada uno: el conductor puede volverse más despreocupados y el coche más inteligente . Lo que uno pierde, el otro lo gana. Cada uno aprende a vivir con el otro: el cinturón necesita a un humano para colocarse y sacarse, el humano apren de a vivir en « libertad vigilada » sin hacer movimientos bruscos. El conductor ya no debe esforzarse en sostenerse en caso de frenazo brutal: el cinturón lo hace por él; pero conserva la libertad suprema: abrocharse o desabrocharse el ángel de la guarda. 4 Los taxistas, poco sensibles a las bellezas de dicha moral, han sido autorizados a no ponerse el cinturón. 5 Ciertos especialistas pretenden por este motivo que el cinturón ofrece un falso sentido de seguridad y l leva a los conductores a acelerar en vez de aminorar. 3 8 BRUNO LATOUR Es precisamente esta libertad lo que los responsables de la seguridad vial querrían retirarle al conductor en la anécdota que planteaba más arriba. No solamente no pue de inscribirse en el cuerpo y en el cerebro de los hombres la ley « no correrás demasiado » , sino que ni tan solo se les puede inscribir la ley más simple, que sirve de mal me nor de la primera : «Abrocharás tu cinturón » , aunque la segunda solo pretenda protegerle a sí mismo, a diferencia de la primera, que pretende proteger también a los demás. Todo el trabajo de delegación moral en el cinturón y toda la inventiva de los ingenieros, los ergónomos y los regis tradores de patentes se vuelve inútil si el conductor no se abrocha el cinturón de seguridad. ¿Por qué no delegar la ley moral todavía más allá y hacer que el coche no pueda arrancar antes de que el conductor se haya abrochado el cinturón? Bastaría con conectar directamente un disposi tivo electrónico entre la hebilla del cinturón y el motor de arranque o sujetar de forma permanente el cinturón a la puerta de modo que ni siquiera se pudiera tomar asiento y cerrar la puerta sin encontrarse asegurado, a pesar de uno mismo, por la famosa ley moral. Esta audaz solución muestra la dirección tomada por numerosos efectos de moralidad, así como la razón por la cual los discernimos cada vez menos: mantenemos a los no-humanos unos con otros6• El ingeniero usa el cinturón para controlar el arranque o, más radical aún, se sirve de la puerta que debe cerrarse para instalar el cinturón de se- 6 El siguiente nivel de delegación de la ley moral ya es una reali dad. ¿Por qué dejar conducir al conductor? ¡Qué peligro público! Puede delegarse la conducción al propio coche, mediante los dispositivos ade cuados, etc . Se trata del famoso «coche sin conductor» (humano) . LOS DILEMAS CORNELIANOS DEL CINTURÓN 3 9 guridad. La elección se vuelve irreversible: o bien la puer ta del coche está cerrada y el motor en marcha y enton ces significa que el cinturón está abrochado, o bien no lo está y el coche deja de ser automóvil para convertirse en inmóvil . Uniendo directamente los órganos no-humanos unos a otros, los constructores han elaborado no solamen te una ley moral, sino también una imposibilidad lógica -digamos « socio-lógica » . Ya no existe coche que pueda circular sin que el conductor no quede atrapado y prote gido por un cinturón de seguridad. El conductor sin cintu rón ha quedado excluido por la lógica inscrita, gracias al ingeniero, en la naturalezade las cosas. Hombres de car ne y hueso expulsan al tercer excluido (el conductor sin cinturón) y construyen de tal modo nuestra socio-lógica; hombres de carne y hueso escriben en las cosas y constru yen así lo que se convierte en nuestra segunda naturaleza . Esta solución extrema es tan evidentemente moral que ha sido prohibida en Estados Unidos, porque amenazaba la libertad individual. Un coche puede sugerir a su con ductor abrocharse el cinturón, puede suplicárselo median te alarmas e indicadores, puede amenazarle con las peores sanciones, pero no tiene derecho a forzarle7 • Solución defi nitiva de los japoneses: un cinturón sujeto al marco de la puerta se separa educadamente cuando el conductor abre la puerta; pero una vez sentado, le rodea y le abraza, le ciñe y le estrecha con firmeza. No vale la pena discutir, no vale la pena hacer trampa, no vale la pena pedir al mecá nico del taller que desconecte el mecanismo. O el coche 7 La diferencia de rigor con los cinturones de avión es chocante. En los aviones nadie queda dispensado, ni siquiera la tripulación, y puede forzarse a un pasajero recalcitrante a abrocharse. 40 BRUNO LATOUR circula con la puerta abierta, o el conductor debe llevar el cinturón abrochado. Esta vez el tercero en discordia se ve excluido por completo. Imposible no ser moral, a menos de dejar de conducir. Justamente esta diferencia entre el derecho y la fuer za, entre el deber hacer y el poder hacer, es lo que impi de a los moralistas ver en las técnicas la enorme reserva de moral donde yace la « masa que falta » que se afanan en encontrar. Los moralistas establecen una diferencia ab soluta entre el « deber hacer» , lo único propiamente hu mano, y el « poder hacer» adjudicado a las técnicas sim plemente eficaces o funcionales. Sin embargo, el sencillo ejemplo del cinturón de seguridad muestra que existe una gama continua de órdenes y prescripciones que pueden en todo momento transformar el deber hacer en poder hacer. Recorramos rápidamente esa gama: puedo vincular la prohibición de correr demasiado a los usos y costum bres de una cultura blanda ( inscripción en los cuerpos y las mentalidades ) ; si eso no da resultado, puedo inscribir la en el código de circulación (versión escrita y j urídica ) ; s i eso tampoco funciona, puedo recurrir a l menos a l a so lución desesperada de impedir que quienes van demasiado deprisa se maten en el momento de convertirse en simples cuerpos balísticos ( inscripción en los resortes de un cintu rón) ; si los conductores no se lo abrochan, puedo colocar una señal con luces rojas o una sirena para recordarles su deber (etapa de signos y símbolos) ; si siguen sin obedecer, puedo hacerles multar por policías de carne y hueso (eta pa del poder y del aparato judicial ) ; si los hombres infie les siguen sin disciplinarse, puedo forzarles a abrochárse lo vinculando el arranque del motor a la colocación del cinturón (estadio de los automatismos y de las hermosas técnicas encadenadas ) . LOS DILEMAS CORNELIANOS DEL CINTURÓN 4 I Este movimiento no siempre finaliza en las cosas, pues to que a fuerza de obligaciones puedo prescindir de to dos los signos y órdenes e inscribir el hábito de colocarse el cinturón en los ritos y las costumbres; entonces a todo el mundo le parecerá inconcebible subir a un coche sin abrocharse el cinturón8• Por qué diablos hemos de llamar « moral» al primer y segundo estadios, « técnico » o « fun cional » al penúltimo y «cultural » al último. El automa tismo acude en auxilio del cinturón, quien acude en auxi lio de los símbolos, quienes acuden en auxilio de la ley, la cual acude en auxilio de las costumbres . . . Es posible des cender o remontar esta gama pasando continuamente del « ¡Tú puedes ! » al « ¡Tú debes ! » . El cielo estrellado sobre nuestras cabezas y la ley mo ral inscrita en nuestros corazones son dos espectáculos que maravillaban al viejo Kant. Añadamos una tercera fuente de asombro que no había previsto: las leyes morales ins critas en la naturaleza de las cosas. No tenemos reparo en admitir que las técnicas son la prolongación de nuestros órganos. Sabemos desde hace tiempo que son un factor de multiplicación de la fuerza. Simplemente, habíamos olvi dado que son un medio de delegación de nuestra moral9• 8 Conozco a varios colegas americanos y suecos que no « pueden » arrancar su coche sin que los pasajeros se hayan abrochado el cinturón. Desde el punto de vista de un observador externo, resulta imposible decidir si esa impotencia guarda relación con un programa de mandos, con mecanismos materiales, con una ley moral inscrita en sus neuronas protestantes o con una imposibilidad mecánica inscrita en el cableado electrónico de sus coches. Me ha sucedido varias veces. 9 Véanse a este propósito las destacadas obras de Madeleine Akrich: « Comment décrire les objets techniques>> , Technique et culture, vol 5; y « Des machines et des hommes » , número especia l de Technique et culture, Ed. De la Maison des Sciences de l'Homme, París, 1 990. 42 BRUNO LATOUR La masa que falta se encuentra ante nuestros ojos, presen te por todas partes, en lo que llamamos con admiración o con desdén el mundo de la eficacia y de la función. ¿ Falta moral en nuestras sociedades técnicas ? Muy al contrario. No solamente hemos recuperado la masa que nos falta ba para completar nuestra suma, sino que somos mucho más morales que nuestros antecesores . El cinturón de se guridad no es técnico, funcional o amoral . Frente al peli gro, será mucho más moral que yo, y por eso ha sido ins talado. En cuanto freno bruscamente, me impide provocar una desgracia y dejar tras de mí desgraciados huérfanos. LA LLAVE DE BERLÍN1 Conocemos poco la naturaleza del cuerpo social e igno ramos por completo la esencia de las técnicas. Sin embar go, no estamos desprovistos del todo, pues podemos ob servar con detalle cómo los enunciados circulan de mano en mano, de boca en boca y de cuerpo en cuerpo, y so mos perfectamente capaces de ver cómo tales enunciados, o casi-objetos, se cargan poco a poco, ganan peso, y se convierten en un mundo en cuyo seno nosotros, los hu manos, acabamos circulando. La antropología o la socio logía de las ciencias y las técnicas tienen su primer prin cipio, como la termodinámica, e incluso su segundo. Es una suerte de darwinismo generalizado: al principio, mí- 1 La l lave de Berlín es un tipo de l lave de cerradura típica de la capital alemana cuya particularidad consiste en tener dos paletones o conjunto de dientes, uno en cada extremidad. Tras abrir la cerradura debe recuperarse la l lave del otro lado de la puerta para poder cerrar y extraerla . También llamada por ello « Schlie8zwangschlüssel » o « llave para obligar a cerrar » , esta invención de un cerrajero berlinés se exten dió a partir de 19 12.. En la actualidad su uso ha disminuido, pero sigue siendo algo típico de la ciudad. (N. del T. ) 44 BRUNO LATOUR tico, los enunciados carecen de contenido, pero circulan. Esta circulación define, traza, expresa, marca, señala la forma del colectivo . ¿ Quién los interrumpe ? ¿ Quién los transforma ? ¿ Quién los asume ? ¿ Quién los abandona ? ¿ Quién los ignora ? Preguntas que definen, en caliente, la esencia provisional de un grupo. A su vez el colectivo se ve desplazado, desviado, modificado, traducido, traicio nado por todo aquello que carga, lastra, añade peso a los enunciados. Nadie ha visto nunca un colectivo que, en el mismo momento en que es considerado, no esté caracte rizado por la circulación de bienes, gestos, palabras; na die ha considerado nunca técnicas que no sean adoptadas, compartidas, reapropiadas, intercambiadas en el seno de un colectivo -de este modo definido. ¿ Una dimensión social de las técnicas ? Es poco de cir : admitamos más bien que nadie ha observado nunca una sociedad humana que no se vea confortada, refor zada por las cosas.¿ Un aspecto material de las socieda des ? Tampoco basta : las cosas no existen sin estar lle nas de hombres y, cuanto más modernas y complicadas son, más los hombres pululan en el las . ¿ Una mezcla de determinaciones sociales y obligaciones materiales ? Es un eufemismo: a estas alturas, no se trata de reunir for mas puras sacadas de dos grandes depósitos, por un lado el de los aspectos sociales del sentido o del suje to y, por otro lado, el de los componentes materiales pertenecientes a la física, la biología y la ciencia de los materiales . ¿ Una dialéctica, entonces ? Si así se desea, a condición de renunciar a la disparatada idea de que el suj eto se piensa por oposición al objeto, pues no hay suj etos ni obj etos, no más al principio -mítico- que al final -igualmente mítico . Recorridos, traslados, tra ducciones, desplazamientos, cristalizaciones . . . muchos LA LLAVE DE BERLÍN 4 5 movimientos, sin duda, pero n i uno solo que s e asemeje a una contradicción1• En el Catálogo de objetos imposiblesJ de Carelman no se halla la llave surrealista de dos paletones que nos ocupa. Por una razón: la llave existe, pero únicamente en Berlín y sus alrededores4• Se trata de un tipo de qbjeto que, al mismo tiempo que alegra el corazón de los tecnólogos, causa pesadillas a los arqueólogos, que son los únicos en el mundo que observan artefactos que se parecen un poco a aquello que los filóso fos modernos creen que es un objeto. Los etnólogos, los an tropólogos, los folkloristas, los economistas, los ingenieros, los consumidores y los usuarios no ven nunca objetos. Solo ven proyectos, acciones, comportamientos, disposiciones, costumbres, heurísticas, habilidades, agrupamientos prácti cos de los que algunas porciones parecen más duraderas y otras algo más fugaces, sin que pueda decirse nunca quién, si el acero o la memoria, las cosas o las palabras, las piedras o las leyes, asegura una vida útil más prolongada. Incluso en los desvanes de nuestras abuelas, en los mercadillos, en los vertederos, en los desguaces, en las fábricas oxidadas 2 Para una síntesis reciente, véase Bruno Latour y Pierre Lemonier (dir. ) : De la préhistoire aux missiles balistiques. L'intelligence socia/e des techniques, La Découverte, París, 1994; para un estudio detallado, véase Bruno Latour: Aramis, ou /'amour des techniques, La Découverte, París, 1 992. 3 Jacques Carelman: Catálogo de objetos imposibles, Aura Co municación, 1 99 1. 4 Agradezco profundamente a Bertrand Joerges haberme presen tado esa llave y a Wanfred Schweizer de la sociedad Kerfin haberme vendido un ejemplar de la cerradura tan real que le asegura su sustento. Recordemos que este artículo fue escrito antes de la caída del Muro, en Berlín Occidental, entonces asediado por el socialismo real . 46 BRUNO LATOUR y en el Conservatorio de Artes y Oficios aparecen objetos aún repletos de usos, recuerdos, noticias. Siempre anda al guien a pocos pasos de ahí dispuesto a cogerlos para en volver esos huesos roídos en carne fresca. Pese a que tal re surrección de la carne queda prohibida a los arqueólogos, pues la sociedad que hacía y era hecha por esos artefactos ha desaparecido del todo; y si, por una operación de re troingeniería, tratan de inducir las cadenas de asociacio nes de las que los artefactos son un eslabón, en el mismo momento en que toman esos pobres objetos fósiles y pol vorientos en sus manos, tales reliquias dejan de ser objetos y vuelven al mundo de los hombres, circulando de mano en mano en la excavación, el aula o la literatura científica . Solo puede llamarse « objeto » a la parte más resistente de una cadena de prácticas en el momento en que permanece bajo tierra, desconocida, tirada, sometida, recubierta, igno rada, invisible en sí misma. Dicho de otro modo, no hay ni nunca hubo objetos visibles. Solo hay objetos invisibles y fósiles. Peor para la filosofía moderna, que nos ha hablado tanto de nuestras relaciones con los objetos, de los peligros de la objetivación, de la autoposición del sujeto y de otras zarandajas que, debe reconocerse, son poco convenientes. Nosotros, que no somos filósofos modernos (y menos aún posmodernos) , consideramos las cadenas de asocia ciones y decimos que solo ellas existen. ¿Asociaciones de qué ? Digamos, en primera aproximación, de humanos (H) y no-humanos (NH) . Naturalmente, todavía podrían dis tinguirse, en cualquier cadena dada, las antiguas divisiones de los modernos. H-H-H-H se parecería a « relaciones so ciales » ; NH-NH-NH-NH a una «máquina » ; H-NH a una « interfaz hombre-máquina » ; NH-NH-NH-NH-H al « im pacto de una técnica sobre un hombre » ; H-H-H-H-NH a la « influencia de lo social sobre la técnica » ; H-H-H-NH- LA LLAVE DE BERLÍN 47 H-H-H a la « herramienta modelada por el humano » ; y NH-NH-NH-H-NH-NH-NH a un « pobre humano aplas tado por el peso de los automatismos » . ¿Pero por qué es forzarse en reconocer antiguas divisiones si son artificiales y nos impiden analizar lo único que nos importa y que exis te: la transformación de estas cadenas de asociaciones ? Si los aislamos, no sabemos cómo caracterizar con precisión los elementos que componen esas cadenas. Hablar de «hu manos » y « no-humanos» solo permite una aproximación burda, que sigue tomando prestada a la filosofía moderna esa idea asombrosa de que existen humanos y no-huma nos, cuando en realidad solo hay recorridos y cruces, tra zados y desplazamientos. Pero sabemos que los elementos, sean cuales sean, se sustituyen y transforman. La asociación -Y- y la sustitución -0- bastan para darnos la preci sión que nunca pudo darnos la distinción entre social y téc nico, entre humanos y cosas, entre « dimensión simbólica » y «obligaciones materiales » . Dejemos a la forma provisio nal de los humanos y la esencia provisional de la materia salir de esta exploración por asociaciones y sustituciones, en vez de echarnos a perder el gusto decidiendo por ade lantado sobre lo que es social o lo que es técnico. Figura 3 . 1 4 8 BRUNO LATOUR « Qué es este embrollo ? ¿De qué puede servir ¿Por qué una llave con dos paletones ? ¿Y con dos paletones simé tricos ? ¿A quién quieren tomar el pelo ? » Una arqueólo ga juega con la llave de Berlín entre sus dedos. Porque se lo han dicho, sabe que esta llave no es ninguna broma, que los alemanes la usan y que sirve incluso -la preci sión tiene su importancia- para los portales de inmue bles comunitarios. Se había dado cuenta de la traslación horizontal que permite la identidad completa de los dos paletones y la falta de asimetría de los dientes le había lla mado la atención. Conocía sin duda, gracias a la costum bre de usar llaves, su eje de rotación habitual y percibía que uno de los dos paletones, cualquiera de ellos, podía servir de cabeza para ejercer una fuerza de palanca sufi ciente para accionar la llave. (,\ 1 � 1 Figura 3 . 2 Acto seguido se fijó en e l labio. No truncaba l a trasla ción horizontal, sino que establecía una asimetría si se con templaba la llave de perfil. Sin embargo, al girar la llave 1 80 grados sobre su eje vertical, volvía a encontrarse el mismo labio en el mismo lugar. Traslación, rotación de 3 60 grados sobre el eje horizontal, rotación de 1 80 grados sobre el eje vertical; todo eso debía de tener algún sentido, pero ¿cuál ? LA LLAVE DE BERLÍN 49 Estaba segura de que a esa llave le correspondía una cerradura. La cerradura iba a representar la clave del pe queño misterio . Pero al mirar por el agujero en que era preciso introducirla, el misterio aumentaba. Lado d e l a calle Lado del portal mirando Lado del portal desde el ojo de la cerradura Figura 3 . 3 Nunca había visto u n ojo d e cerradura formado de tal modo, pero quedaba claro que toda la cuestión, todo el misterio, descansaba sobre la disposición de la muesca del agujero horizontal que debía permitir o no la intro duccióndel labio de la llave. La sorpresa aumentó cuando la arqueóloga pudo re tirar la llave tras haberla introducido verticalmente y ha berla hecho girar 2 70 grados en sentido contrario al de las agujas del reloj . La cerradura se abrió, la llave entró en el negro cajetín como en cualquier cerradura normal, el por tal se abrió, pero la amiga arqueóloga tiraba, empujaba y retorcía en vano la llave sin poderla extraer de nuevo. La única forma que se le ocurrió fue volver a cerrar la puerta mediante una rotación de 2 70 grados en el sentido de las agujas del reloj . Quedó encerrada por fuera. « Qué tonte ría, se dijo, para recuperar la llave tengo que volver a ce rrar la puerta . Pero no puedo entrar si vuelvo a cerrar por fuera . Una puerta debe estar abierta o cerrada. Y tampo co puedo perder una llave cada vez que la utilizo, a me nos que se trate de una puerta asimétrica que debe per- 5 0 BRUNO LATOUR manecer abierta tras haber entrado. Si fuese un llavín de buzón, todavía . Pero esto es absurdo, cualquiera podría encerrarme con una simple vuelta de llave, y se trata del portal de un inmueble. Por otro lado, si bloqueo la cerra dura sin cerrar la puerta, la llave impedirá cerrar. ¿ Qué protección puede ofrecer una puerta con la cerradura blo queada pero abierta ? » Como buena arqueóloga, se puso a reflexionar sobre las instrucciones de la llave milagrosa. ¿ Qué gesto per mite conservar al mismo tiempo todas las componentes del sentido común ? Una llave sirve para abrir y cerrar y/o para bloquear y desbloquear una cerradura; no pue de perderse una llave cada vez, ni bloquear una puerta que permanece abierta, ni creer en una llave a la que un cerrajero habría añadido un paletón por pura diversión. ¿ Qué movimiento permite hacer justicia a la particulari dad de esta llave -dos paletones simétricos por rotación de 1 80 grados alrededor del eje e idénticos por traslación horizonta l ? Tiene que haber una solución. Solo hay un eslabón débil en esta pequeña red socio-lógica. « ¡ Claro está ! » . Es probable que el amante de la topología, el ha bitante de Berlín y el arqueólogo ingenioso ya hayan en tendido el gesto que debe hacerse. Si nuestra arqueóloga no puede retirar la llave tras haber abierto la puerta me diante una rotación de 2 70 grados como tiene por cos tumbre con todas las llaves del mundo, puede deslizar la llave, ahora en horizontal, hasta el otro lado a través de la cerradura . LA LLAVE DE BERLÍN 5 1 Lado de la calle 2. Giro de 2702 (2 bis: imposible retirar la llave horizontal, labio y muesca se oponen) Figura 3 .4 3. La deslizo horizontalmente Prueba este gesto absurdo y, en efecto, lo logra . Sin subestimar las aptitudes matemáticas de nuestra arqueó loga, estemos seguros de que podría permanecer toda una noche ante la puerta de su inmueble sin acertar a entrar. Sin humano, sin demostración, sin instrucciones de uso, el ataque de nervios está garantizado. Esas llaves atravie sa-murallas recuerdan demasiado a los fantasmas como para no provocar miedo. Un gesto tan poco habitual solo puede aprenderse de alguien, de un berlinés que a su vez lo aprendió de otro berlinés, quien a su vez . . . y así suce sivamente hasta llegar al inventor genial a quien, por no conocerlo, llamaré el Cerrajero Prusiano. Si nuestra amiga creyera en la antropología simbólica, de no poder entrar habría podido consolarse otorgando a la llave una « dimensión simbólica » : sintiéndose encerra dos en Berlín Occidental, los berlineses habrían doblado los paletones de sus llaves . « Exacto, esto es, una compul sión repetitiva, una fiebre obsesiva, un eje Berlín-Viena . . . Ya me veo escribiendo un magnífico artículo sobre el sen tido oculto de los objetos técnicos alemanes. Bien vale una noche glacial tiritando en Berlín » . Pero nuestra amiga, gra- 5 2 BRUNO LATOUR cias a Dios, es una perfecta arqueóloga fiel a las duras exi gencias del objeto. Se encuentra, así pues, del otro lado de la puerta, con la llave en horizontal, y percibe que por fin va a poder re cuperarla . « Estos teutones, se dice, ¡ por qué hacerlo sen cillo cuando puede hacerse complicado ! » . Sin embargo, en el preciso instante en que se veía li berada, nuestra arqueóloga roza de nuevo el ataque de nervios. Una vez que ella y la llave -una de forma hu mana, la otra como un fantasma- han pasado del otro lado, sigue sin poder recuperar su ábrete sésamo. Tira y empuja sin ningún resultado: la llave solo quiere salir si se la introduce desde el otro lado. Nuestra amiga no tie ne más remedio que volver al punto de partida, lado calle, empujando horizontalmente la llave atraviesa-murallas, cerrando la puerta y hallándose de nuevo afuera, bajo el frío y con su llave. 4. Tiro hacia mí (4 bis: imposible reti rar la llave horizontalmente; labio y muesca se oponen) 6. Recupero mi llave retirándola de la cerradura Figura 3 .5 Lado del portal S. Giro de 2702 Vuelve a empezar desde el principio y por fin cae en la cuenta (alguien se lo ha enseñado, ha leído unas instruc ciones, lo ha intentado el tiempo suficiente, Michel Authier LA LLAVE DE BERLÍN 5 3 pasa ba por allí . . . 5 ) de que, cerrando de nuevo la puerta tras ella, puede recuperar la llave. ¡ Oh júbilo, oh delicia, ha comprendido cómo funciona ! Gritos de alegría prematuros. Al querer mostrar a su amigo lo buena berlinesa y lo buena arqueóloga que se ha bía vuelto, hacia las diez de la mañana siguiente, volvió a sentir vergüenza . Cuando quiso exhibir sus conocimien tos recién estrenados, no pudo girar la llave más de cinco grados. Esta vez el portal permanecía abierto sin que pu diese cerrarlo. Tan solo a las diez de la noche, volviendo del cine, pudo volver a desplegar su habilidad, ya que el portal, igual que la víspera, se encontraba herméticamen te cerrado. Se vio obligada a participar de aquel hermetis mo volviéndolo a cerrar tras ella para recuperar la llave. A las ocho de la mañana del día siguiente encontró al portero, quien sacando su llave de la puerta le brindó la clave del misterio: Figura 3 . 6 La llave del portero no tenía labio, era más delgada y solo presentaba un clásico paletón. Solamente el portero podía abrir y cerrar el portal a su antojo, introduciendo su llave horizontalmente y retirándola acto seguido, igual 5 Matemático, filósofo y sociólogo francés, inventor del «árbol de los conocimientos » . (N. del T. ) 54 BRUNO LATOUR que en París, y a continuación quedarse bien calentito en su portería . Tras esa acción, sin embargo, los residentes del inmueble se encontraban ante la imposibilidad de ce rrar el portal (durante el día ) o bien obligados a cerrarlo (de ocho de la tarde a ocho de la mañana ) . En Berlín esa llave de acero asegura mecánicamente la misma función que los códigos de los portales de París electrónicamente. DURANTE EL D ÍA pluma ----� Placa hace de tope DU RANTE LA NOCHE pluma Figura 3 .7 Nuestra arqueóloga, habituada a la sociología, disfrutó mucho con la forma en que el Cerrajero Prusiano obligaba a todos los berlineses a plegarse a la estricta disciplina co lectiva. Ya se disponía a escribir un artículo bastante fou caldiano sobre el tema, cuando su colega del Wissenchaft Zentrum sacó del bolsillo una llave berlinesa que había li mado cuidadosamente . Su llave se había vuelto muy pare cida a la del portero. En vez de verse obligado a cerrar tras él, podía dejar la puerta abierta a sus visitantes noctám bulos o bien cerrarla de día en las narices de los inopor tunos, anulando de este modo la aplicación del mecanis mo por parte del portero . . . Amo de su destino, escapaba de nuevo al Cerrajero Prusiano. Decididamente, Berlín era la ciudad ambivalente que simbolizaba la duplicación de los paletones y también su anulación. LA LLAVE DE BERLÍN 5 5 Puesto que decidimos llamar « programas de acción » al guion de un dispositivo, ¿cuáles el programa de acción de una llave berlinesa ? « Por favor, cierren el portal por la noche y no durante el día » . ¿ Cómo se traduce este pro grama ? En palabras, claro está . Todas las grandes ciuda des, todas las asambleas de copropietarios, todos los pe riódicos de administradores de fincas, todas las porterías de inmuebles rebosan de quejas, noticias, recriminaciones y gruñidos a propósito de los portales, su imposible cie rre y su imposible apertura. Pero si se tratase de palabras, noticias, gritos de « ¡ Cierren la puerta ! » o pancartas, per maneceríamos en el mundo de los signos . Si todavía vivié ramos el bendito tiempo en que los porteros velaban día y noche para dejar paso tan solo a aquellos a quienes ha bían examinado cuidosamente, nos hallaríamos inmersos en las relaciones sociales . Los chivatazos, denuncias y so bornos que facilitaban aquellas relaciones han alimentado la intriga de más de una novela. Pero con esta llave berli nesa no nos hallamos en el mundo de los signos ni en el de las relaciones sociales. ¿Nos hallamos en el mundo de la técnica ? Por supuesto que sí, pues nos vemos enfrentados a ojos de cerradura, llaves dentadas de acero, gargantas y labios. Por supuesto que no, pues también descubrimos habilidades, porteros puntuales y defraudadores obstina dos, sin olvidar a nuestro Cerrajero Prusiano. Recordemos que todos los dispositivos que pretenden anular, destruir, subvertir, sortear un programa de acción se llaman antiprogramas. El ladrón que quiere franquear el portal o los representantes del sexo opuesto prosiguen sus antiprogramas, naturalmente desde el punto de vista del abnegado portero. Nadie les ha reconocido la com petencia de franquear el portal, pero insisten en hacerlo. Los chicos de recados, los proveedores, el cartero, el mé- 5 6 BRUNO LATOUR dico y los esposos legítimos también quieren entrar du rante el día y se creen autorizados. La llave berlinesa, el portal y el portero se libran a una lucha encarnizada por el control y el acceso. ¿ Podemos decir que las relaciones sociales entre inquilinos y propietarios, entre residentes y ladrones, entre vecinos y proveedores o entre copropieta rios y porteros son mediatizadas por la llave, la cerradura y el Cerrajero Prusiano ? La palabra mediación, muy útil, puede convertirse en asilo de ignorancia según el uso que se le dé. Uno tomará la mediación como intermediario, otro como mediador. Si la llave es un intermediario, no hace más en sí misma que llevar, transportar, desplazar, encarnar, expresar, codifi car, objetivar, reflejar el sentido de la frase: « Cierren la puer ta por la noche y no durante el día » o, en su versión más política : « Regulemos la lucha de clases entre propietarios e inquilinos, ricos y ladrones, berlineses de derechas y de izquierdas » . ¡Denme la sociedad berlinesa y les diré cómo está hecha la llave ! Las técnicas no son más que discursos totalmente expresables por otros medios. Pero entonces, ¿por qué esta llave, estos paletones, estos ojos de cerradura surrealistas y esta sutil inversión de la muesca horizontal ? Si e l paso al acero, al latón, a la madera no cambia nada, los mediadores técnicos no pintan nada. Solo sirven para decorar, para dar que hablar a los curiosos. El mundo ma terial no hace más que servir de espejo de las relaciones sociales y de diversión a los sociólogos. Sin duda, acarrea un sentido, puede recibirlo, pero no lo fabrica . Lo social se hace en otras partes, siempre en otras partes. Todo cambia si la palabra mediación toma algo de cuerpo y designa la acción de los mediadores. Entonces el mediador no transporta sencillamente el sentido, sino que lo constituye parcialmente, lo desplaza, lo recrea, lo modi- LA LLAVE DE BERLÍN 5 7 fica, es decir lo traduce y lo traiciona. No, la muesca asi métrica del ojo de la cerradura y la llave de doble paletón no «expresan » , no « simbolizan » , no « reflejan » , no «co difican » , no « objetivan » , no « encarnan » relaciones disci plinarias, sino que las fabrican, las forman. La propia no ción de disciplina es impracticable sin el acero, la madera del portal y las cerraduras. ¿ Prueba de ello ? Los propieta rios no lograban construir una relación social sólidamente establecida sobre la disciplina, la coerción verbal, las no ticias impresas, las advertencias o la suavidad de costum bres. Las puertas quedaban abiertas por la noche o cerra das durante el día . Por eso necesitaron ampliar su red de relaciones, forjar otras alianzas, reclutar al Cerrajero Pru siano, movilizar las matemáticas y sus principios de sime tría . Dado que lo social no basta para construir lo social, necesita llaves y cerraduras. Y puesto que las cerraduras clásicas todavía dan demasiada libertad, se necesitan lla ves de doble paletón. El sentido no preexiste a los dispo sitivos técnicos . El intermediario solo era un medio para un fin, mientras que el mediador se vuelve medio y fin al mismo tiempo. De simple herramienta, la l lave de acero pasa a adoptar toda la dignidad de un mediador, de un ac tor social, de un agente, de un activo. ¿ Son o no relaciones sociales la simetría y la pequeña ruptura de simetría que se percibe al mirar por el ojo de la cerradura ? Sería concederles demasiado y muy poco al mismo tiempo. Muy poco porque todo Berlín debe pasar por eso: imposible sacar la llave por culpa del desfase de la muesca horizontal . ¿ Son, por tanto, relaciones sociales, relaciones de poder? No, porque nada permitía adivinar en Berlín que una diferencia de simetría, una llave de do ble paletón y un portero obsesivo se unirían para trans formar en punto de paso obligado un programa de acción 5 8 BRUNO LATOUR que, hasta entonces, estaba compuesto de meras palabras y costumbres. Si tomo mi llave de doble paletón que me permite entrar en mi casa y me obliga a cerrar por la no che y me prohíbe cerrar de día, ¿ acaso no se trata de re laciones sociales, de moral y de leyes ? Sin duda, pero de acero también. Definirlas como relaciones sociales prose guidas por otros medios no estaría mal si, precisamente, fuéramos capaces de reconocer a los medios y a los me diadores la eminente alteridad, la eminente dignidad que la filosofía moderna les ha negado durante tanto tiempo. Junto con la alteridad también debe reconocérseles la fragilidad, esa eminente debilidad que esta vez los tecnólo gos se niegan a otorgarles. Un espabilado armado con una lima basta para arrebatar al portero su papel de guardia alternativo. Y al portero, por su lado, todavía falta disci plinarle. No sirve de nada tener la llave en la mano: tam bién debe controlarse al portero humano, para que aplique el dispositivo puntualmente, mañana y noche. Y la solidez de esta cadena saber-vivir-saber-hacer-portero-llave-cerra dura-portal no es menos provisional, ya que un instalador de código electrónico puede transformar la vigilancia del portero en una señal eléctrica con minutero y convertir la llave de acero en un código que será preciso memorizar. ¿ Quién es más frágil : « 4 5 -68E» (mi código de puerta ) o la hermosa llave de acero ? ¿ Quién es más técnico: el ace ro o el cuentecito « fin de la guerra, mayo del 68 , Europa » que repito por la noche para recordar lo que me autoriza a entrar en casa ? ¿ Qué es más duradero, esa sólida llave o el cuentecito nemotécnico cableado en mis neuronas? Tomen en consideración cosas y hallarán humanos. To men en consideración humanos e inmediatamente se topa rán con cosas. Presten atención a cosas duras: irán suavi zándose, ablandándose o humanizándose. Presten atención LA LLAVE DE BERLÍN 59 a humanos: verán cómo se vuelven eléctricos, automáticos 0 informáticos. Ni siquiera sabemos definir con claridad lo que a unos hace humanos y a otros técnicos, pero podemos documentar con precisión sus modificaciones y sustitucio nes, sus delegaciones y representaciones. Hagan tecnología
ESTÁCIO
Vitória Azevedo
Desafio PASSEI DIRETO
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