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Esperanza Rota Nicole Fox

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ESPERANZA ROTA
LA BRATVA VOLKOV
LIBRO 2
NICOLE FOX
Copyright © 2019 por Nicole Fox
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o por
cualquier medio electrónico o mecánico, incluidos los sistemas de almacenamiento y
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Esperanza Rota
1. Eve
2. Luka
3. Eve
4. Luka
5. Eve
6. Luka
7. Eve
8. Luka
9. Eve
10. Eve
11. Luka
12. Eve
13. Luka
14. Eve
15. Luka
16. Eve
17. Luka
18. Luka
19. Eve
20. Luka
21. Eve
22. Luka
23. Eve
24. Epílogo I: Luka
Copyright © 2022 por Nicole Fox
Reservados todos los derechos.
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Ángel Depravado
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la Bratva Kovalyov
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Trono Destruído
la Bratva Vorobev
Demonio de Terciopelo
Ángel de Terciopelo
la Bratva Romanoff
Inmaculada Decepción
Inmaculada Corrupción
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ESPERANZA ROTA
LA BRATVA VOLKOV
Secuestraron a mi esposa y a mi bebé. Atravesaré el mismísimo infierno
para recuperarlas.
Eve fue un peón en un juego violento.
Hasta que se convirtió en la reina de mi mundo.
Ella me salvó de la oscuridad que dentro mío.
Pero ahora, mi pasado amenaza con destruirnos a los dos.
Intenté protegerla.
La encerré como a una princesa en una torre.
Allí arriba, estaba a salvo del mundo...
Pero no de mí.
Ahora estoy hundido hasta el cuello en un mundo oscuro.
Y haré lo que sea necesario para rescatar a mi familia:
Mentiré.
Robaré.
Mataré.
Y, cuando todo haya terminado...
En cuanto mi esposa y mi bebé estén de vuelta en mis brazos...
Voy a matar a cada hombre que les haya puesto un dedo encima.
Nadie se lleva lo que es mío.
1
EVE
Siento el estruendo debajo de mis pies antes de llegar a abrir los ojos.
Tardo un momento en descubrir que no estoy en mi cama y ni siquiera estoy
acostada. Estoy en el asiento trasero de un auto y me duele muchísimo el
cuello. Al rotar la girar sobre mis hombros, me estremezco y cierro los ojos
con más fuerza.
De repente, percibo el aroma de Luka.
Por un momento, reconocer la fragancia de su colonia me alivia. Está cerca.
Seguimos juntos.
El nudo en mi garganta se va aflojando y pienso que todo irá bien mientras
estemos juntos.
—¿Por fin despiertas?
Mis ojos se abren de golpe por el sonido de esa voz desconocida. Pego mi
cuerpo a la puerta del auto para poner la mayor distancia posible entre mi
compañero de asiento y yo. El auto está a oscuras. Solo las lucecitas de la
consola iluminan con un rayo de luz el asiento trasero, y me obligan a
descifrar la silueta humana entre la oscuridad, poco a poco.
—Siento haberte asustado —me dice. Ahora reconozco que la voz es
femenina, pero todavía no estoy segura de quién es.
No es Luka, desde luego.
—¿Dónde estoy? —mi voz es áspera. Carraspeo—. ¿Quién eres?
La mujer inclina la cabeza hacia un lado y la larga coleta rubia le cae sobre
el hombro.
—¿No te acuerdas?
Niego con la cabeza, despacio. Todo mi cuerpo está tenso, alerta. No
recuerdo cómo llegué aquí, y con un rápido vistazo a mi alrededor sé que
estamos nosotras solas con el conductor.
—¿Dónde está mi familia?
La mujer se echa hacia delante y me mira a la cara como si me examinara
en busca de lesiones.
—¿No te acuerdas de mí, Eve?
Todo sigue oscuro, pero, a medida que se acerca, veo su pelo rubio y su
impecable ropa de negocios. Ahora recuerdo lo que me dijo Luka.
—¿Eres… la hermana de Cole? —estoy suponiendo, aunque, ahora que la
miro en detalle, puedo ver el parecido en sus ojos.
—Rian —asiente.
Sacudo la cabeza. Esto sigue sin tener ninguna lógica. Rian nunca estuvo
presente, ni siquiera durante el breve tiempo que duró mi compromiso con
Cole Morrison. Ni siquiera sabía que existía hasta que Luka me contó que
la vio esa noche más temprano.
¿Cuándo fue eso? ¿Hace unas horas? Una de las últimas cosas que recuerdo
es haber charlado con él después de que volviera de la sede del FBI, pero es
evidente que hay un vacío enorme en mi memoria. ¿Cuántas horas olvidé?
Y ¿dónde está mi marido?
Seguramente trabajar para el FBI implicaba que Rian no pudiera
relacionarse con un conocido traficante de armas, aunque fuera su hermano.
Cole no sintió la necesidad de mencionar que existía. Quizá habría sabido
de ella con el tiempo, si me quedaba con él y nos casábamos. De todos
modos, parece que eran más cercanos de lo que pensaba, viendo que ella
está dispuesta a ejercer su autoridad como agente del FBI para cazar al
asesino de su hermano.
—Sé que debes estar confundida —afirma y me pone una mano en el brazo.
Me aparto de ella y de inmediato me siento mal por haberlo hecho. ¿Y si
realmente está intentando ayudarme?
La cabeza me da vueltas. Nada tiene sentido. Rian frunce los labios y cruza
las manos sobre su regazo.
—Fuimos a tu casa a hablar con tu marido.
—¿Fuimos? —pregunto, dirigiendo la vista hacia el conductor.
Ella hurga en su bolsillo y saca su placa del FBI.
—¿Está en problemas? Ya habló con él esta noche. ¿Qué está pasando?
—Solo negocios —contesta, tajante. Luego, su expresión se suaviza—.
Cuando estuvimos allí por segunda vez, tuviste una especie de… ataque.
—¿Qué significa eso? —siento como si tuviera un taladro en el pecho. Mi
corazón late tan fuerte que puedo sentir cómo palpita y retumba en todo mi
cuerpo—. No volviste una segunda vez, solo era Luka.
—Desvariabas —afirma y agita una mano cerca de su sien, sugiriendo en
silencio que me volví loca—. No sé si fue el estrés, la deshidratación o qué,
pero te volviste loca. Tuvimos que sacarte de la casa.
Me relamo los labios. Están muy secos y siento mi lengua como si fuera un
trozo de tiza en la boca. Quizás sí estoy deshidratada.
—Pero ¿dónde está Luka? —pregunto, mirando hacia la tercera fila de
asientos de la camioneta, aunque sé que estará vacía—. ¿Dónde está
Milaya?
—Está con Luka en tu casa —contesta Rian en tono tranquilizador—. No te
preocupes. Solo te llevaremos a que te revisen. Me ofrecí a llevarte yo
misma para que Milaya no saliera tan tarde.
Me incorporo y me giro hacia la ventanilla. Vamos a toda prisa,
definitivamente por una autopista. Los lados de la carretera están bordeados
de follaje espeso. Ni siquiera seguimos en la ciudad.
—¿Me llevasa la sede del FBI?
—No, a un hospital —me asegura—. No estás detenida. Nada más te
llevamos a que te vea un médico.
¿En medio de la nada? ¿Por qué no me llevarían a algún lugar de la ciudad?
¿Y por qué no había venido Luka conmigo?
Luka me habría acompañado, eso lo sé.
Hay algo raro aquí.
—¿Nos encontraremos con Luka allí? —me palpo la pierna buscando el
teléfono, pero llevo puestos los shorts del pijama. No tengo bolsillos, ni
bolso, ni teléfono.
—Se quedará en casa con Milaya —replica Rian, esta vez un poco más
impaciente—. No te preocupes. Simplemente vamos a llevarte para que te
revisen, nos aseguraremos de que todo está bien y luego te llevaremos de
vuelta a casa.
Cada fibra de mi ser me grita que algo huele muy muy mal.
Me pesa la cabeza y me laten las sienes como si acabara de despertarme con
la peor resaca de mi vida, a pesar de no haber bebido la noche anterior.
Y, en cuanto a accesos de locura, nunca tuve uno. Ninguna crisis nerviosa.
Ni siquiera cuando mi padre me secuestró. Si pude soportar eso, entonces
ciertamente podía aguantar una redada del FBI.
Cuando miro a Rian Morrison, me sonríe, pero esa calidez no se transmite
en su mirada. Allí solo encuentro una gélida evaluación. Es la agente que
hay en su interior, que me vigila buscando cualquier indicio de lo que haré a
continuación, de lo que estoy pensando.
¿Por qué Rian?
Al conversar con Luka, dejó claro que lo culpa de la muerte de su hermano
y que buscaba vengarse.
¿De eso se trataba esto? Porque ciertamente no era un asunto oficial. Si el
FBI me fuera a arrestar habría más gente aquí, estaría esposada y recordaría
haber sido puesta bajo custodia. No, esto es al margen de la ley y entiendo
que, si no salgo de aquí lo antes posible, algo malo me pasará.
Rian abre la boca para decir otra cosa, pero, antes de que pueda hacerlo,
echo el brazo hacia atrás y le golpeo la boca con el puño. Sus dientes
superiores me cortan el nudillo y el dolor me abrasa la muñeca. Suelto un
alarido, pero no hay tiempo para detenerse.
Tengo que luchar.
La agarro por la coleta y tiro de su cabeza hacia delante para hacerla perder
el equilibrio. El auto se sacude y derrapa en la carretera, y Rian intenta
gritarle indicaciones al conductor, pero mis golpes la embisten demasiado
rápido.
Luka me enseñó a luchar. En ese entonces, pensé que no era necesario.
Cargaba con un spray de pimienta en el bolso y un silbato antiviolación en
el llavero. Además, tenía a Luka y estaba bajo la vigilancia casi constante
de los miembros de la Bratva. ¿Por qué tenía que aprender a defenderme?
Ahora me alegraba que se hubiera tomado el tiempo para enseñarme.
Empujo a Rian hacia adelante y le doy un rodillazo en la cara. Se echa hacia
atrás a tiempo para evitar el impacto, pero alcanzo a escuchar el crujido de
su nariz bajo mi peso. El asiento trasero de la camioneta es estrecho y
pequeño. Es difícil moverse, pero consigo zafarme del cinturón de
seguridad y me arrastro sobre el asiento de rodillas. Le rodeo el cuello a
Rian con un brazo, y uso la otra mano para apartarle los dedos.
Siento cómo sus uñas se clavan en mi carne una y otra vez, pero la
adrenalina que recorre mis venas hace que procese todo eso como algo
secundario. Ahora eso no es importante. Lo único que importa ahora es
luchar y escapar.
Luchar, escapar y volver con mi familia.
—Enviaré a Milaya lejos —grita Rian, con la voz chillona impregnada de
pánico—. La enviaré a otro país y nunca volverás a verla.
Sus palabras me hacen detenerme solo un segundo antes de apretarle el
cuello más fuerte. Si nos secuestró a Milaya y a mí, la probabilidad de que
nos devuelva a Milaya es escasa. Luchar no disminuye mis posibilidades de
verla.
Durante un breve instante, me permito pensar en lo que pudo haberle hecho
a Luka. Si nos secuestró a Milaya y a mí, ¿dónde está él? ¿Estará vivo?
Aparto ese pensamiento de mi mente ni bien aparece. No estoy lista para
vivir con ese dolor. No lo estaré hasta que lo sepa con seguridad. Hasta que
se demuestre lo contrario, creeré que Luka está vivo. Solo necesito escapar
y averiguarlo.
Rian se va quedando flácida en mis brazos mientras deja de luchar y creo
que estoy consiguiendo asfixiarla. Entonces, siento un dolor penetrante en
el muslo.
Miro hacia abajo y veo una jeringa clavada en mi pierna, que bombea un
líquido transparente por mi cuerpo.
—No —gruño echando el cuerpo hacia delante para inmovilizar a Rian
contra los asientos de cuero.
Me saco la jeringuilla de la pierna, pero ya es demasiado tarde. Ya está
vacía. Sea lo que sea, ya está corriendo por mis venas. Quizás solo me
queden unos cuantos minutos para luchar.
Mis movimientos se tornan desmesurados, llenos de pánico. Golpe a golpe,
voy perdiendo la ventaja. Rian levanta una pierna y rodea mi espalda,
aprovechando su peso para ponerse encima de mí y someterme en el piso.
Le pateo el vientre con ambos pies, dejándola sin aire. Pero antes de que
pueda aprovechar la ventaja, se abre la puerta trasera del pasajero y la
corpulenta figura del conductor se cierne sobre mí.
Sus manos cálidas y gruesas me aprisionan los brazos como si no fueran
más que un palillo entre las garras de un gigante.
Me saca a rastras del auto y me arroja a la hierba reseca de una zanja.
Intento levantarme, pero veo borroso. Pierdo el control de mis brazos y mis
piernas, y hasta los movimientos más sencillos se vuelven una tarea ardua.
La arena húmeda se amontona en mis manos. Mi cerebro termina de
hacerse trizas y chapotea contra mi cráneo.
Me alejo del auto internándome en la maleza que bordea la carretera. Rian y
su chófer se abalanzan sobre mí.
Rian parece acabada. Su camisa blanca tiene manchas de sangre alrededor
del cuello y ya se le empieza a hinchar el labio. A pesar de que estoy
perdiendo el conocimiento, no puedo evitar sentirme un poco orgullosa de
mi resistencia.
—Está noqueada —afirma Rian, a quien ya no puedo ver—. Vuelve a
meterla a la camioneta.
DE REPENTE, estoy flotando. Mi cabeza se balancea hacia atrás y abro los
ojos para ver al cielo, las estrellas.
Pero lo que veo no son estrellas. Justo por encima de la franja de árboles en
el horizonte, puedo ver las luces de la ciudad detrás de mí. Las luces de mi
hogar.
Me imagino que estoy ahí, con Luka y Milaya. Estamos en el santuario de
mariposas, un edificio colosal con ventanas que abarcan toda su altura y
claraboyas, junto a un inmenso jardín que se extiende en todas las
direcciones. Luka se queja de la humedad y tira del cuello de su camisa,
pero, al ver la sonrisa en la carita de Milaya, no puede evitar sonreír él
también. Ambos somos esclavos de esa sonrisa, y haríamos cualquier cosa a
nuestro alcance para verla feliz.
Por una milésima de segundo tras su nacimiento, sentí celos por la forma en
la que Luka la miraba, porque se notaba su adoración. Sin embargo, ahí me
comprendí lo afortunada que era con un hombre así en mi vida. Uno que se
preocupaba por su hija más que por sí mismo, y que haría cualquier cosa
para protegerla.
Luego, alzó la vista hacia mí y reconocí esa mirada. Era la misma que le
había dirigido a nuestra hija y lo supe: a mí también me adoraba.
Milaya batía sus manitas entre las mariposas que revoloteaban cerca de su
cochecito. Intentaba agarrarlas, pero se movían demasiado deprisa. Giraba
la cabeza de un lado a otro, con los ojos grandes como platos, llenos de
asombro.
Me aferro al momento consciente de que un día extrañaré esto.
La silueta de un hombre se cuela en mi visión. Es como una sombra oscura
en un día luminoso. Me volteo para mirarlo, pero Luka se pone delante de
mí y de Milaya, así que no puedo verlo.
Estiro el cuello para ver más allá, fijándome en la tensión en sus hombros y
alzando la vista hasta su cara. Tiene los ojos entrecerrados. Me mira, pero
su atención está en otra parte. Intento mirar adelante una vez más, pero se
mueve bloqueándome la vista y me agarra la barbilla.
Lo veo a los ojos. Su mirada es serena, de mi tono favorito de verde, como
la luz del sol a través de las hojas de primavera.
Todos lospensamientos sobre el hombre que tenemos detrás desaparecen
cuando Luka me rodea la cintura con un brazo y me atrae hacia él. Sus
labios se encuentran con los míos, más suaves que las alas de una mariposa,
y me entrego a él.
2
LUKA
Tan pronto como abro los ojos cansados me pongo de pie. Me aferro a los
muebles y a las paredes de mi dormitorio para apoyarme al avanzar y salir
al pasillo.
—¿Hola?
Sé que Eve y Mila ya no están, pero tenemos personal de seguridad; los
hombres de la Bratva que vigilan la casa por turnos.
Desde que Eve fue secuestrada por su padre, me aseguré de que la
propiedad asegurada en todo momento. Incluso si nuestro sistema falló, los
guardias deberían haber notado que algo pasaba.
—¿Hola? —grito con voz ronca y seca.
La casa sigue en un silencio inquietante y me detengo en lo alto de la
escalera para tratar de escuchar cualquier movimiento. No pasa nada. Al
bajar me sujeto con tanta fuerza a la barandilla que me sorprende que no se
me rompa en las manos.
Eve quería que dejara de fumar. Si no hubiera estado afuera fumando un
cigarrillo, esto nunca habría ocurrido. Los irlandeses no habrían entrado en
mi casa y no se habrían llevado a mi mujer y a mi hija. Todo esto es mi
culpa.
Llego al rellano y me encamino hacia la parte trasera de la casa, donde los
guardias deberían haber estado vigilando desde la sala de seguridad.
Cuando entro en el pequeño pasillo donde está la puerta de la sala de
seguridad, veo sangre.
Un espeso charco rojo se filtra por debajo de la puerta. Está coagulada y
pegajosa, lo que significa que lleva allí un buen rato.
¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
Giro la manilla y empujo la puerta con la punta del dedo. Se abre un par de
metros, antes de chocar con un obstáculo y no ceder más.
Es un cadáver.
—Diablos.
Cierro la puerta de golpe y me reclino en la pared, halándome el pelo.
Estoy seguro de que fueron los irlandeses. La redada previa no fue más que
una distracción. Rian Morrison tiene una grabación en la que yo mato a su
hermano. Eran pruebas suficientes para interrogarme, pero no para
detenerme.
Pero ya eso no importa, no fue más que una distracción. Mientras yo estaba
fuera de la casa, ellos tendieron su trampa. Apagaron las alarmas de
seguridad, mataron a mis guardias y nos acecharon.
Podrían haberse llevado a Eve y Milaya mientras yo no estaba, pero eso no
habría sido suficiente. Esa venganza no habría sido tan dulce.
Se suponía que debía regresar a casa y encontrar a mi familia sana y salva.
Querían que me relajara, que respirara hondo y pensara que todo marchaba
bien para que doliera aún más cuando me quitaran lo que es más valioso
para mí.
Y vaya que duele. Duele muchísimo.
Aprieto los puños, cierro los ojos con fuerza y trato de organizar mis
todavía confusos pensamientos para formular un plan. Tengo que recuperar
a mi familia.
Los irlandeses se las llevaron a instancias de Rian Morrison, sin duda.
Podría infiltrarme en la oficina del FBI de Nueva York y exigir respuestas.
Rian no tendría el descaro de matarme en un edificio del gobierno.
Especialmente, en uno donde ella trabaja.
En realidad, eso no lo sé con certeza. Si hay algo que he aprendido a lo
largo de mi vida es que un tipo como yo no puede confiar en el gobierno.
Sobre todo en el FBI.
Se supone que están para proteger y servir, pero esos deberes no abarcan a
criminales como yo. No les importa que mi familia desaparezca. No les
importa mi dolor. Si vuelvo a ese edificio por mi propia voluntad, lo más
probable es que me arresten y me detengan por tiempo indefinido por un
montón de cargos. Y eso no me ayudará a encontrar a Eve y a Milaya.
Además, puede que Rian ni siquiera esté allí. Estaba en la central cuando
me fui, pero podría haberme seguido a casa para orquestar este ataque
encubierto.
Me quedo parado fuera de la sala de seguridad, deseando saber quién llevó
a cabo el secuestro, cuando recuerdo que estoy a medio metro de las
grabaciones de las cámaras de seguridad.
Me levanto de un salto y, evitando el charco de sangre, abro la puerta de un
golpe. Una vez más, hace tope con uno de los cuerpos adentro, pero me
pongo de costado y me escabullo en la habitación. Mis hombres fueron
disparados en la nuca. Probablemente no llegaron a verlo venir. Uno de
ellos está en el suelo, impidiendo que se abra la puerta, y el otro está
desplomado en su silla, con la cabeza sobre la mesa que tiene delante.
Le doy un codazo para apartarlo, le susurro mis disculpas, y luego arrastro
la silla lejos del charco de sangre.
La pequeña sala está impregnada de un penetrante hedor a hierro que me
produce náuseas y me hace trabajar deprisa. Reviso las cámaras del pasillo
de arriba y retrocedo varias horas. Sea cual sea la droga que usaron para
dejarme inconsciente, funcionó. Estuve casi dos horas desmayado al lado de
la cama.
Finalmente, nos veo a Eve y a mí caminando por el pasillo de camino a las
escaleras. Hablamos en la cocina durante unos minutos y luego Eve vuelve
a subir. Entra en nuestro dormitorio y sale del campo de visión de la
cámara, y sé que en ese momento yo estaba saliendo al porche a fumar.
Después, nada. Ni un movimiento. Ningún sonido.
Por un minuto casi pienso que la imagen está congelada, hasta que lo veo.
Aparece una sombra en la esquina de la pantalla y se arrastra por el pasillo.
Se detiene frente a la habitación de Milaya con la oreja pegada a la puerta y
quiero estrangularlo. Quiero subir corriendo las escaleras y pegarle un tiro
en la nuca, como probablemente él acaba de hacer con mis hombres. Sin
embargo, sé que no está ahí.
Es una grabación, así que aprieto la mandíbula y lo veo avanzar lento hacia
el dormitorio.
Lo sigue de cerca otro hombre. Es mucho más grande, con hombros casi tan
anchos como el pasillo. Eve no habría tenido ninguna oportunidad en una
pelea contra alguien de ese tamaño, ni siquiera con el entrenamiento que le
di.
Pero, al ver a los hombres salir del dormitorio unos segundos después, me
doy cuenta de que no hubo necesidad de pelear. Eve ya está inconsciente,
seguro drogada igual que yo.
El más enano se aparta y entra a la habitación de Milaya. Un momento
después, sale con mi hija dormida al hombro, y me invade una rabia que
nunca antes había sentido.
Golpeo la mesa con los puños y dejo escapar un grito.
¿Cómo ha podido ocurrir todo esto mientras yo estaba a unos pocos metros
de distancia?
Saber que estoy fuera del cuadro, de pie en el porche, me enferma. Tan
cerca, pero en completa ignorancia de la situación. Nunca me sentí más
inútil en toda mi vida.
El hombre bajo lleva a Milaya por el pasillo y fuera del campo de visión de
la cámara y el más grande se lleva a Eve.
Ahora que se acerca a la cámara, lo reconozco de inmediato. Debería haber
sabido quién era en cuanto vi su gran estatura, pero da igual. Ahora lo sé: es
Sean O'Hearn.
En la ciudad es conocido como «el leñador». Era el principal verdugo de la
mafia irlandesa antes de que se disolviera o, mejor dicho, antes de su
supuesta disolución. Su presencia en mi casa significa que Eve sí está en
manos de los irlandeses.
Eso significa que sé exactamente a dónde tengo que ir a continuación.
TARDO UNA HORA en vestirme y en tragar suficiente café como para
sentirme seguro de que las drogas han desaparecido de mi organismo y que
puedo conducir sin peligros. Así que, cuando llego al bar irlandés, son poco
más de las tres de la madrugada.
Llevo más de veinticuatro horas sin dormir y el cansancio me quema los
ojos, pero en todos los demás aspectos importantes estoy lúcido. Cuando
me acerco al bar y abro la puerta de un tirón, la adrenalina se apodera de
mí.
El pub era uno de los lugares favoritos de la mafia irlandesa cuando estaba
activa, y sospecho que sigue siendo popular entre muchos de ellos. Solo me
queda esperar que haya alguien dispuesto a hablar.
Sin contar al camarero, solo quedan tres personas en el minúsculo local
cuando entro. Todos se me quedan viendo. Ninguno de ellos es Sean
O'Hearn. Saludo con un gesto de la cabeza, entro y me siento en labarra.
Dos de los hombres están en la barra charlando a voz viva con el camarero,
riéndose de una pelea que presenciaron en otro bar esa misma noche. El
otro hombre está sentado en una mesa a mi izquierda, bebiendo solo.
No quiero llamar mucho la atención, así que evito mirarlo directamente,
pero noto que emana tensión. El barista se acerca a mí y arquea una ceja
para preguntar qué voy a querer. Pido una cerveza y me muevo sobre el
taburete, mirando de reojo hacia atrás por encima de mi hombro.
Cuando mi mirada se posa el hombre esbelto detrás mío, él sujeta con más
fuerza su vaso y se yergue en la silla. Es evidente que está nervioso.
El camarero me tiende la cerveza y noto que me examina como intentando
pensar de dónde me conoce. Espero haberme ido de aquí para cuando se dé
cuenta.
Tanto si la mafia irlandesa se disolvió de verdad como si no, su desdén
hacia mí es mucho, y esta noche no estoy de humor para meterme en una
pelea de cuatro contra uno.
Bebo un sorbo de cerveza porque no quiero atontar mis sentidos más de lo
que ya están, y luego vuelvo a mirar a la mesa. El hombre me ha dado la
espalda. Ahora está encorvado y oculta la cara tras el vaso.
Entonces, se asoma desde detrás del cristal para ver si lo sigo mirando.
Cuando ve que sí, vuelve a ocultarse como un animal asustado. Sea quien
sea, sabe algo.
Dejo caer diez dólares en la barra y me levanto. Pero, en cuanto me
encamino hacia la mesa del hombre, él emprende la huida a toda velocidad
hacia la puerta trasera del bar, sin importarle ponerse en evidencia o verse
sospechoso. Corre como si su vida dependiera de ello, lo que debe
significar que tiene una buena razón para temerme.
El camarero grita tras el hombre:
—¡Oiga! Esa puerta es solo para el personal.
Pero a él no le importa y a mí tampoco.
Voy tras él, saltando por encima de una silla volcada y apartando una mesa
que se interpone en mi camino.
El bar es estrecho, y el pasillo del fondo va derecho a la puerta de atrás. La
veo cerrarse y agacho la cabeza, poniendo todo de mí para alcanzarlo.
Puede que el hombre no sepa con exactitud lo que ha ocurrido en mi casa
esta noche, pero al menos debe ser miembro de la mafia irlandesa y podría
ayudarme a averiguar dónde están mi mujer y mi hija.
El callejón no está iluminado, así que tengo que entrecerrar los ojos en la
penumbra para divisar la silueta del hombrecillo, que corre desbocado por
el callejón oscuro con dirección a la ruta. La persecución continúa.
Es pequeño, pero no rápido. Mis largas zancadas me permiten pisarle los
talones en cuestión de segundos. Se acerca el final del callejón, pero justo
antes de que llegue a la acera me abalanzo sobre él. Sujeto el dorso de su
camisa y tiro de él hacia atrás.
Cuando su espalda choca contra el hormigón, suelta una gran bocanada de
aire. Después, se vuelve un amasijo de lloriqueos. Me pongo a su lado y
pongo mi pie en su pecho.
—¿Por qué corres?
—Porque me persigues —dice, tratando de alejarse rodando.
Le aprieto el pecho más fuerte hasta estar seguro de que avanzar un
centímetro más le aplastaría las costillas. El hombre se resiste un segundo y
se desploma en el pavimento. Jadea.
—Suéltame, mierda —dice, rechazando débilmente mi zapato sin éxito.
—Te soltaré cuando me digas dónde está mi familia.
Arruga la frente. Hace lo posible por parecer desconcertado, pero puedo ver
el pánico en su mirada. Es como un animal salvaje buscando una vía de
escape, y sé que lo acorralé. Él sabe que está perdido.
Me inclino para amenazar con aplicar más presión en su pecho.
—¿Dónde están?
Hace una mueca de dolor y pone las manos en el suelo en señal de
rendición.
—No lo sé, amigo. No sé quién eres ni de qué estás hablando. Estaba en el
bar tomando un trago, y…
Saco mi cuchillo y se lo clavo en el costado antes de que se dé cuenta de lo
que ha pasado.
Los ojos se le abren de par en par y abre la boca.
—Me apuñalaste, joder.
Se aprieta el costado y levanta la mano para ver la sangre que impregna sus
dedos. Un sollozo brota de su pecho.
—Me apuñalaste, joder.
—Dime lo que necesito saber o dejaré que te desangres —limpio mi navaja
en sus pantalones y la vuelvo a guardar en el bolsillo—. ¿Dónde está mi
familia?
Balbucea y niega con la cabeza.
—Por favor, viejo. Estoy sangrando demasiado.
—¡Entonces habla rápido! —gruño, clavándole el tacón del zapato en el
esternón—. Cuanto antes me digas lo que sabes, antes te buscaremos ayuda.
Este hombre es patético. Está casi llorando en el suelo, con el labio inferior
temblando como el de un niño pequeño y todo el asunto me asquea. De
verdad, me dan ganas de acabar con la miseria de este mierdecilla.
—¿Has venido a este bar ni bien saliste de mi casa? —le pregunto. Me mira
y sé que di en el blanco. Rechino los dientes y afinco mi bota más fuerte
contra su cuerpo, hasta que juro que puedo sentir los latidos de su corazón
en la planta de mi pie—. ¿Ayudaste a secuestrar a mi familia?
Sacude la cabeza.
—No, no. Ese no era mi trabajo.
—¿Y cuál era tu trabajo? —inclino la cabeza hacia la herida de su costado
—. Será mejor que hables rápido. Estás perdiendo mucha sangre.
El rostro del hombre palidece. Incluso en la oscuridad, parece como si le
brillara la piel.
—Tu esposa fue secuestrada para una subasta. Es una venta organizada por
el cártel LeClerc. Se dedican al tráfico de personas. Eso es todo lo que sé.
Siento el corazón en la garganta. Me imagino a esos hombres hambrientos
de sexo, pujando por mi mujer, tocándola…
Me tiemblan las manos.
—Mentira —bramo—. Cuéntame más.
Solloza y sacude la cabeza.
—No sé más. Si lo supiera, te lo diría.
Conozco el cártel LeClerc. En lugar de servir a los bajos fondos con chicas
drogadictas y fugitivas, atienden a la élite inmoral; hombres con dinero de
sobra a los que no les importa comprar sexo o mano de obra esclava. El
cártel celebra cada año una gran reunión, en la que exhibe su mejor
mercancía. Es el mayor evento anual y, si no me falla la memoria, ya ha
pasado un año desde el último.
—¿Cuándo es la subasta?
—No lo sé —dice el hombre y golpea el pavimento con las palmas de las
manos. La mano salpica su propia sangre caliente y gime—. ¿Puedo
levantarme? Por favor.
Su voz es débil. Aunque lo deje levantarse, no estoy seguro de que logré
llegar al final del callejón.
—¿Dónde está Milaya?
Frunce el ceño y niega con la cabeza.
—¿Quién?
—¡Mi hija! —rujo, furioso de que este pedazo de basura que ayudó a
secuestrar a mi hija ni siquiera sepa su nombre.
Ella no significaba nada para él. Solo fue un trabajo más.
—No la vi —cuenta—. Mi trabajo era eliminar a los guardias, eso era todo.
Una vez cumplido el trabajo, otro auto me trajo aquí. No vi a dónde las
llevaron.
Cambio el peso en mi pie y clavo la punta de mi bota en la carne blanda de
su tráquea, por encima de la clavícula.
Los ojos se le salen de las órbitas y los labios se le ponen azules. Me araña
el pie presa del pánico. Pero, justo cuando sus ojos empiezan a girar hacia
atrás, levanto el pie y retrocedo.
Jadea, pero su respiración es superficial. Su tos suena húmeda y con flema.
No le queda mucho tiempo.
Quiero quedarme y acabar con él yo mismo. Nunca tuve intención de
dejarlo vivir. Si te metes con mi familia, no vivirás para contarlo.
No obstante, por la cantidad de sangre que vertida en el callejón, este
hombre morirá de todos modos y yo no tengo tiempo que perder. Tengo que
encontrar a mi familia.
Por eso, me voy por el callejón y dejo al hombre desangrarse.
3
EVE
Me llegan visiones repentinas. Breves momentos de luz tan brillante y
fugaz que me cuesta distinguir entre lo real y lo imaginario.
Me duele la cabeza, pero es una sensación que va y viene en oleadas, hasta
que no puedo precisar el origen del dolor. Abro los ojos y veo cuero negro
junto a mi cara. Mi brazo está apoyado en el borde del asiento de un auto y
veo el botón brillante de la radio del coche.
Después veo a Luka. Está a mi lado en la cama, rodeándome la cintura con
su brazo musculoso. Su aroma a naturaleza pura me envuelve como una
mantamientras respiro hondo. Acto seguido, Milaya empieza a llorar.
Trato de levantarme, pero Luka me besa el hombro y me acaricia la nuca.
Siento la calidez de su cuerpo y sus caderas me rozan el trasero.
—No te muevas. Yo la busco.
Me doy la vuelta y lo sorprendo con un beso, chupándole el labio inferior
hasta que gime.
—Te espero.
Luka se va y yo vuelvo a tumbarme en la cama, poniendo los brazos sobre
la cabeza y hundiéndome en el colchón.
Hay pocas sensaciones tan gloriosas como la satisfacción posterior al sexo.
La paz cálida y plena que se filtra en cada músculo y se lleva consigo
cualquier preocupación previa. Pero lo más satisfactorio de todo es
acurrucarme en el pecho ancho de Luka y rodearme de su calor.
Por eso, minutos después, me acomodo en un lado de la cama, me arropo el
cuerpo con la sábana y salgo al pasillo para ver si explotó el pañal o hay
algo que lo retiene. Me detengo ante la puerta semiabierta de la habitación
de Milaya. Las luces de su habitación están apagadas, salvo por una
pequeña lámpara nocturna con forma de nube del rincón, y Luka habla en
voz baja.
—Todo el mundo se asusta a veces —susurra—. Cuando tengas miedo,
puedes llamar a papá y a mamá, y nosotros siempre vendremos a verte.
Me llevo la mano al corazón con el temor de que se derrita y me escurra del
cuerpo.
—Te amamos mucho, Milaya. Más de lo que te podemos explicar —dice
Luka—. Por eso, haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que
seas feliz y estés a salvo.
Las lágrimas se amontonan en mis ojos mientras me trago el nudo en la
garganta. Luka no está montando un espectáculo para que alguien lo vea, no
intenta impresionar a nadie ni demostrar que es un buen padre. Lo es y
punto. Incluso cuando cree que nadie está mirando, quiere a nuestra hija
con locura. Nunca me sentí más afortunada en toda mi vida.
Aunque, más allá del amor y la admiración, siento una pizca de celos. No
de Milaya ni de su estrecha relación con Luka, sino celos por no haber
tenido nunca una relación así con mi padre. Antes de Luka, nunca tuve un
hombre que me contemplara y jurara protegerme, ni una figura paterna que
hiciera cualquier cosa para garantizar mi seguridad. Lo que tuve fue un
padre que pensaba que yo no era buena para ningún hombre si no cocinaba,
limpiaba y paría sin cesar.
Tuve un padre que intentó prostituirme en múltiples ocasiones, dispuesto a
poner mi vida en peligro para cumplir sus objetivos.
Trato de frenar el pensamiento, pero recuerdo estar sentada en el almacén
donde mi padre me secuestró. Puedo ver a la gente de pie a mi alrededor,
observándome como si quisieran entretenerse y yo fuera una nueva
exhibición en el zoológico. Casi puedo sentir sus miradas puestas sobre mí,
estudiando cada uno de mis movimientos, esperando una muestra de
debilidad.
A DIFERENCIA de la primera vez que desperté, aturdida y confundida, esta
vez estoy plenamente consciente.
Sé dónde estoy. O, mejor dicho, sé dónde no estoy. No estoy en casa, no
estoy con Luka ni con mi hija. Mi cuerpo se sacude en un intento por
levantarse y hace que un dolor me atraviese las muñecas y los tobillos. Miro
hacia abajo y veo que mis piernas están bien atadas a las patas de una silla
de madera. Mis manos también están amarradas a los reposabrazos. Trato
de zafarme, pero la silla es robusta y yo estoy débil.
Doy un vistazo alrededor, sorprendida al ver que no me tienen en un
sórdido almacén ni en un sótano, sino en un comedor opulento.
Una mesa de madera maciza abarca la extensión de la estancia. Hay una
alfombra felpuda debajo y una vitrina grande con porcelanas exhibidas que
abarca toda la pared derecha. Los estantes están decorados con vajillas y
tazas de té.
La pared izquierda está llena de ventanas, que dan a una colina de césped
verde. Veo una franja de árboles y el cielo a lo lejos, pero ni rastro de
ninguna otra casa, ni de una carretera por la que transiten autos. Ninguna
conexión visible con el mundo exterior.
A mi derecha hay una puerta de vaivén, que podría conducir a una cocina y,
justo enfrente, unas puertas dobles de estilo francés. Están abiertas de par
en par y dan a un salón. Los muebles son modernos, de terciopelo azul, y
hay enormes óleos enmarcados forrando el tramo de pared que alcanzo a
ver.
Reconozco esto: las obras de arte, la decoración, la opulencia. Lo he visto
todo antes, aunque tardo un minuto en recordar dónde.
Hasta que caigo en la cuenta. He comido en este comedor antes. He visitado
esta misma mansión. Vuelvo la vista a la mesa y me veo sentada a la
derecha pasando un cuenco de salsa, nerviosa y distante. Cole Morrison
estaba sentado a mi derecha. Era el día de acción de gracias, hace casi tres
años.
Cole y yo estábamos comprometidos por aquel entonces y, antes de
cancelarlo todo, hice mi mejor esfuerzo por seguir las órdenes de mi padre.
Fui a la cena de acción de gracias y conocí a la familia de Cole después de
que mi padre me confiara que los irlandeses tomarían represalias contra él
si yo no asistía. Lo hice coaccionada, pero en ese momento creí que era mi
única opción. Pensé que mi padre en verdad me estaba pidiendo ayuda, no
que me estaba manipulando.
La comida fue silenciosa e incómoda. Intenté parecer más a gusto de lo que
me sentía, pero estaba completamente sola. Conocer a la familia de la
persona con la que estás saliendo siempre es incómodo, pero lo es más
cuando no están saliendo en realidad.
Los padres de Cole eran agradables pero fríos. Incluso con Cole. Había
cierta distancia entre todos ellos, como si estuvieran siendo cautelosos para
no ofenderse ni enfadar a nadie.
Esa noche, Cole me escoltó a mi habitación e hice una broma. Ni siquiera
recuerdo en este momento qué fue lo que dije. Algo sobre lo incómodo de
la comida, estoy segura. Esperaba que se riera conmigo, que la situación se
convirtiera en algo para unirnos.
En cambio, Cole explotó.
Hasta ese momento, nunca lo había visto más que relajado y tranquilo. No
era un hombre simpático, pero parecía calmado en la mayoría de las
situaciones. Tenía un aire de «dejarse llevar con la situación».
Sin embargo, mi broma lo hizo estallar. Su rostro pálido se sonrojó hasta
que pude ver cómo su cuero cabelludo brillaba enardecido bajo su pelo
rubio. Dio un paso adelante y se impuso sobre mí hasta que no tuve más
opción que apoyar la espalda contra la puerta, agazapada.
—¿Quién eres tú para entrar en casa de mi familia y juzgarnos? —espetó—.
No conoces a mi familia, no entiendes nada de familias. Hasta tu propio
padre te prostituye.
La rabia en su voz me dejó sin aliento. Estaba demasiado sorprendida como
para llorar o recriminarle nada. Me quedé allí de pie, asimilando su ira y
temblando.
—Eso es lo que eres, ¿no? —continuó—. Una puta de mierda. Una fulana
que cree que vale algo porque su padre es un hombre importante y se lo
metió a la zorra de su madre.
Sacudí la cabeza, no porque intentara discutir con él, sino porque no
entendía el origen de su enfado. Eso enfureció aún más a Cole.
—No me respondas —estalló—. No fui yo el que permitió que lo vendieran
como a una vulgar prostituta. Recuérdalo cuando quieras juzgar mi vida y a
mi familia. Solo sirves para abrir las piernas, y lo único que serás en la vida
es una ramera.
Se fue muy rápido después de empezar su diatriba, dejándome toda la noche
sola procesando sus dichos. Cuanto más lo pensaba, más comprendía que
no podía quedarme con él.
Esa rabia venía de lo más profundo de su ser, y me di cuenta de inmediato
de que no se trataba de un hecho aislado. Una vida con Cole Morrison
serían décadas esquivando trampas que podrían hacerlo detonar en
cualquier momento.
Además, sus palabras habían dado en el clavo. Mi padre me había usado
como moneda de cambio, para resolver una disputa entre él y otra familia.
No podía permitirlo. No podía obligarme a contraer un matrimonio que no
quería.
Aquella noche decidí huir. Unos días después, Cole se disculpó y juró que
había bebido demasiado en la cena y que estaba enfadado por otra cosa. No
le creí y me marché.
Dejé a Cole, dejé a mipadre y me fui de Nueva York. Me fui del estado.
Hui de mis problemas durante dos años.
Ahora, aquí estoy, de vuelta en ellos. Ahogándome en ellos. Si la memoria
no me falla, la mansión Morrison está en el norte del estado de Nueva York.
La vista de la arboleda desolada que tengo desde el comedor es la misma
que tendría desde cualquier ventana de la casa. Gritar no me servirá de
mucho aquí. Nadie me oirá.
Igual lo intento.
Tiro de las ataduras hasta que me arden las muñecas y los tobillos, y grito
pidiendo ayuda hasta que se me seca la garganta, hasta que las palabras
parecen cuchillas de afeitar que me desgarran el pecho.
Por fin, después de lo que parecen horas, escucho pasos en la habitación
contigua. El cuerpo me exige poner distancia entre la puerta y yo. Quiero
prepararme para luchar o huir, pero las ataduras no me permiten hacer más
que mover la cabeza y mirar por encima del hombro.
Veo a un hombre corpulento y de pelo rubio atravesar la puerta, apurado.
Por un momento fugaz, pienso que es Cole. Tienen el mismo pelo rubio y la
misma palidez, los mismos hombros cuadrados y el mismo andar pausado y
relajado.
Sin embargo, cuando levanta la vista, me doy cuenta de que es demasiado
mayor. No recuerdo su nombre, pero sé que es el padre de Cole.
Da un pisotón en el suelo y patea la silla, haciendo que se balancee sobre
dos patas, y obligándome a mover mi peso hacia adelante para no caer.
—Para los alaridos —me grita—, o te daré una razón para gritar.
—¿Por qué estoy aquí? —mi voz es áspera y tengo que esforzarme para que
se oiga lo suficiente—. ¿Dónde está mi hija?
—Cállate —me dice, señalándome con un dedo rechoncho y los ojos bien
abiertos.
—Por favor —le ruego—. Dígame por qué estoy aquí.
Junta los pies y cruza los brazos sobre el pecho. Lleva un traje. Un atuendo
demasiado bonito como para tener secuestrado a alguien.
—Mataste a mi hijo —dice.
Niego con la cabeza.
—No. Yo no lo maté.
Levanta una mano para hacer que me calle, con el labio superior curvado
hacia atrás por una rabia apenas contenida.
—Mataste a mi hijo, así que no te debo nada.
Suelto un sollozo desesperado y me inclino hacia delante, tirando de las
ataduras.
—Por favor. ¿Dónde está mi hija? Es todo lo que quiero saber.
El padre de Cole se acerca a mi cara enseguida, y un calor se desprende de
él en oleadas furiosas. Me salpica la cara mientras habla.
—Podrás volver a ver a tu hija cuando yo pueda ver a mi hijo de nuevo.
La desesperanza se abre paso como un agujero negro en mi pecho,
absorbiendo todo lo demás. Se lleva mi miedo, mi rabia y mi desesperación.
Carcome todo hasta que no queda nada más, hasta que soy la cáscara de una
persona sentada en la silla, con el padre de Cole gritándome a la cara.
—Te comprarán como la basura que eres —declara, echándose hacia atrás y
cruzándose de brazos de nuevo—. Ahora mismo se están congregando los
hombres que pujarán por ti como si fueras ganado.
Intento encontrar la energía para enfadarme o asustarme, pero no lo logro.
Sobre todo, sabiendo que puede que no vuelva a ver a mi hija.
—Huiste de mi hijo como si pudieras conseguir a alguien mejor. Te negaste
a casarte porque creías que eras demasiado buena para él. Bueno… —
sentencia con una sonrisa malvada en su cara—. No tendrás los humos tan
altos cuando te estén subastando en el escenario.
Está claro que me darán a una organización de tráfico sexual. Eso es
bastante fácil de suponer. Pero, ¿en serio todo esto es una venganza por la
muerte de Cole? ¿Una muerte que yo ni siquiera causé?
—Yo no maté a Cole —repito.
—Tu marido sí lo mató —responde rápidamente el padre de Cole—. Eso se
acerca bastante. Ahora, los dos van a sufrir.
Se pasea alrededor de mi silla trazando un círculo. Sacude la cabeza
—Deberías haberte casado con Cole. Te habrías ahorrado todo este dolor y
tu padre probablemente seguiría vivo —se encoge de hombros—. O quizá
no. Siempre fue un hijo de puta arrogante, como tú.
—No me parezco en nada a mi padre —digo entre dientes.
El padre de Cole sonríe aún más.
—Eso es. Tu padre te secuestró, ¿verdad? Al final, ni siquiera tu propia
sangre creyó que valieras más que lo que pagaran por ti.
Una sensación de vergüenza atraviesa mi pecho como si fuera un atizador
caliente, y volteo hacia las ventanas, tratando de recordarme a mí misma lo
que valgo en realidad.
Soy más que lo que piensan de mí los hombres de mi vida. Luka me lo
demostró.
Soy apreciada y valorada. Soy más que un cuerpo para usar y desechar.
No importa lo que diga este hombre, o cualquier otro. Merezco más.
—Tu propio padre pensaba que eras una vulgar basura —se pone en mi
campo visual y levanta la barbilla. Me mira por debajo de su nariz—.
Podrías haberte casado con mi hijo y ser parte de esta familia. Podrías
habernos dado los nietos que siempre quisimos. Podrías haber sido feliz.
La explosión iracunda de Cole aquella noche de hace años demuestra que
esta teoría es errónea. Nunca habría sido feliz con Cole. Porque, bajo su
fachada despreocupada, era un monstruo como mi padre. Cole no me
valoraba, y nunca me habría tratado como Luka.
—Pero, en lugar de eso, decidiste huir —dice—. Huiste de mi hijo solo para
ser vendida a tu marido, el hombre que lo mató.
Luka me contó por qué mató a Cole Morrison. Traicionó a nuestra familia y
me afrentó públicamente, y Luka no podía permitir que viviera.
Al final, el propio ego de Cole hizo que lo mataran, aunque no creo que su
padre pudiera apreciar esa interpretación de los hechos.
—Y ahora estás desesperada por volver con tu dueño —el padre de Cole
resopla, indignado—. ¿Crees que tu marido te quiere? No te quiere. Igual
que todo el mundo, sabe que nada más sirves para una sola cosa.
Me da una patada en la rodilla, separara mis piernas, y yo las junto de
nuevo rápidamente.
Sé que se equivoca. Sé que trata de meterse en mi cabeza y quebrarme, pero
tampoco puedo ignorar las dolorosas heridas que se abren en mi corazón.
Heridas que Luka me ha suturado lenta y laboriosamente, y que ahora se
desgarran ante la menor perturbación.
Por mucho que intente huir de mi pasado, siempre seré la chica destrozada
por su padre. La que fue traicionada, maltratada y manipulada. Pero que eso
forme parte de mi pasado no significa que tenga que ser parte de mi futuro.
Levanto la cabeza y miro al padre de Cole a los ojos.
—Luka me ama.
Se ríe.
—Veremos cuán útil es ese amor estos próximos días.
—No importa —digo, creyendo firmemente mis propias palabras—. Pase lo
que pase, mi marido me ama y yo a él. Usted no sabe nada sobre mí.
Su sonrisa flaquea y da un paso hacia mí, alzando una ceja.
—Puede que sea cierto. Pero sé al menos una cosa de ti, Eve Volkov. La
única que necesito saber.
Se inclina hacia delante, hasta que siento su aliento caliente sobre mi piel.
Quiero apartar la vista. Pero no estoy dispuesta a mostrar debilidad, así que
mantengo el contacto visual. Se acerca tanto que tengo que poner los ojos
bizcos para seguir mirándolo y, por un segundo, siento que va a besarme.
Pero se detiene justo antes de llegar a mis labios.
—Sé que nunca volverás a ver a tu marido. O a tu hija.
Voltea y sale por la puerta a toda prisa.
Me siento erguida en la silla para verlo marcharse. Apenas el sonido de sus
pasos se apaga, me echo a llorar con la barbilla apoyada en el pecho.
4
LUKA
Vierto más café en mi taza sin preocuparme por la crema o el azúcar. Lo
que necesito es una descarga de cafeína en mis venas.
No he dormido nada, y la adrenalina ya no alcanza para mantenerme en pie.
A pesar de mis mejores esfuerzos, siento que mi energía se desvanece.
No obstante, cuando volteo a ver a los hombres sentados en la mesa,
experimento una leve oleada de energía. Mis tenientes están aquí, listos
para recuperar a Eve y a Milaya. Lo haremos.
—Los irlandeses se las llevaron —declaro sin rodeos.
Las palabras salen de mi boca con facilidad. Son hechos y me limito a
replicarlos. Pero detrás de las palabras se oculta una rabia. Una que nunca
había sentido, y sé que puede estallar en cualquier momento—Los irlandeses raptaron a mi familia.
—Pensaba que se habían disuelto —afirma Grigory.
—Pasaron desapercibidos el tiempo suficiente como para hacerme bajar la
guardia —odio admitir mi propia debilidad. Pero, si quiero recuperar a mi
familia, tengo que ser sincero.
Grigory asiente y agacha la mirada. Normalmente es más directo y no tiene
miedo de desafiarme dentro de los límites razonables para asegurarse de
que hago lo mejor para la Bratva. Pero ahora está callado.
Sé que es porque estoy al límite.
Todos los hombres que me rodean evitan el contacto visual, caminan sin
hacer ruido y retuercen los dedos. Mis nervios de punta los pone nerviosos
a ellos, por lo que bebo otro largo sorbo de café, dejando que me queme la
garganta al tragar, y luego me pongo de pie.
—Estoy agotado —admito—. Estoy cansado y necesito ideas para
recuperar a mi familia. Ahora.
Los hombres ofrecen ideas enseguida. Eve y Milaya son mi familia, pero en
cierto modo estos hombres también las ven como la suya. Eso es lo que
significa estar en la Bratva. Nos cuidamos unos a otros, nos defendemos
unos a otros. Los irlandeses irrumpieron en esta familia y raptaron a dos de
sus miembros, y sé que mis hombres harán lo que puedan para ayudar.
—Si se han estado reuniendo en secreto, no debería ser difícil averiguar
dónde usando nuestros contactos clandestinos. Podemos atacar —comenta
uno de los hombres.
—Rian Morrison es el cerebro detrás de esto. Matémosla. Cortémosle la
cabeza a la bestia.
—Asaltemos la sede del FBI y recuperémoslas.
Una a una, lanzan las ideas. Y una a una son rechazadas.
No sabemos dónde están Eve y Milaya. Hasta que lo sepamos, no podemos
asaltar ningún edificio disparando, o nos arriesgamos a matarlas en el fuego
cruzado.
O, peor aún, los irlandeses podrían asesinarlas en represalia por cualquier
ataque que emprendamos. Hagamos lo que hagamos, tenemos que hacerlo
encubiertos. Este no es un caso en el que podamos usar la fuerza bruta para
obtener los resultados que queremos.
—No tenemos tiempo para infiltrarnos en sus filas —dice otro teniente—.
Somos buenos luchando y matando. Yo digo que nos ciñamos a nuestros
puntos fuertes.
Algunos asienten, pero otros niegan con la cabeza.
—Si quieres que la muerte de Eve recaiga sobre tus hombros, entonces
bien, métete en los locales irlandeses y empieza a avisar que la estamos
buscando. Pero yo, por mi parte, creo que tiene que haber una forma más
delicada de hacerlo.
Poco a poco, el entusiasmo general por recuperar a mi familia empieza a
decaer y los ánimos se caldean. Los hombres discuten el mejor curso de
acción y alzan la voz para hacerse escuchar por encima de los demás hasta
que apenas puedo oír mis propios pensamientos.
—¡Basta! —grito, dejando caer mi taza de café sobre la mesa con tanta
fuerza que se hace añicos. Los trozos de cerámica saltan por los aires y el
café cae por el borde de la mesa. Los hombres me miran con los ojos
abiertos como platos.
—La verdad es que no creía que ninguno de ustedes tuviera una idea mejor
que la mía, pero quería asegurarme.
Se miran unos a otros, claramente cuestionando mi cordura, pero no me
importa. Sé lo que tengo que hacer.
—Puede que necesite de su ayuda más adelante pero, ahora mismo, cada
paso de esta misión depende de mí —me siento en una de las sillas de la
cocina y apoyo los codos en el borde, resistiendo el impulso de recostar la
cabeza y dormirme—. Está claro que los irlandeses llevan mucho tiempo
planeando este ataque, así que debemos ser precavidos. Lo último que
quiero es que nos sintamos obligados a actuar y armar un alboroto. Eso solo
sería caer en su juego.
—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunta Grigory.
—Esperan mis órdenes —declaro—. No se mueven ni respiran ni actúan sin
mi permiso, ¿entendido?
Todos asienten, incluido Grigory. Después, me mira.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
Suspiro y me pongo en pie. Siento las piernas como bloques de cemento,
pero sé que aún no puedo descansar. No hasta tener un plan.
—Voy a visitar a Rick Koban.
Grigory resopla y se echa hacia atrás en la silla, con los brazos cruzados
sobre el pecho. Solo basta una aguda mirada de mi parte para borrar la
expresión irritada de la cara de mi mano derecha. Se sienta bien erguido y
los demás tenientes se callan.
LLAMO a la puerta justo después de la hora de comer y doy un paso atrás,
esperando a que Rick conteste.
Después de reunirme con los tenientes esta mañana, me tumbé en la cama y
traté de dormir, pero el olor de Eve flotaba por todas partes. Cada vez que
cerraba los ojos, mis pensamientos giraban en torno a ella, alternando entre
sueños en los que yacía a mi lado y otros en los que me la arrebataban.
Escuchaba el llanto de Milaya, pero, cuando me acercaba al borde de su
cama para consolarla, el ruido cesaba y la casa se sumía en un silencio
absoluto.
Al final, me rendí, tomé otra taza de café y me encaminé a casa de Rick.
Su porche está inmaculado. No tiene telarañas ni polvo ni restos de césped.
Solo hormigón liso y ladrillos impecables. Debe tener contratado a alguien
que sale a limpiarlo todas las mañanas.
La puerta se abre apenas para que la cabeza de Rick se asome por una
rendija. Tiene el pelo del mismo largo y color que el mío, pero su cara está
más curtida y su pelo canoso. Abre un poco más la puerta al ver que soy yo,
aunque no se trata en absoluto de una cálida bienvenida.
—Luka —dice con un gesto de la cabeza—. ¿A qué se debe el placer?
—¿Te importaría que habláramos? —hago un ademán como si hubiera
cámaras flotando sobre mi cabeza—. En privado.
Rick parece indeciso. Tuerce la boca hacia un lado, pero al segundo
siguiente abre la puerta y se aparta para que pase.
Antes de cruzar el umbral, me quito los zapatos rápidamente y los llevo
dentro conmigo. Rick me señala una alfombra junto a la puerta donde
puedo dejarlos, y luego avanza por el pasillo en calcetines.
—No esperaba compañía, así que disculpa el desorden.
Miro dentro de cada habitación por la que pasamos buscando cualquier
indicio de desorden, pero no lo encuentro. La casa está impecable. Tiene
sentido, considerando la profesión de Rick.
Es el líder de un «equipo de limpieza». Los limpiadores más populares de
toda la ciudad. Trabajan con todo el mundo, y han estado en la escena de
cada gran golpe de la mafia en los últimos diez años. Si alguien quiere
asegurarse de que su escena del crimen esté limpia y libre de ADN, debe
llamar a Rick.
—La casa está reluciente —le aseguro.
Rick me sonríe por encima del hombro. Es una sonrisa genuina.
Muchos de los hombres en nuestro rubro no aprecian el talento especial de
Rick. Lo respetan porque los mantiene fuera de la cárcel, pero se les hace
demasiado excéntrico.
Para ser justos, sí que es excéntrico. Casi cae en lo obsesivo. Sin embargo,
estoy dispuesto a ver más allá de los defectos de la personalidad de alguien
que es leal y un buen trabajador. Rick es ambas cosas, y con eso tiene mi
respeto.
Me guía a una sala de estar. Los muebles son blancos y pulcros. Cada cojín
descansa en el ángulo perfecto. Los portavasos de la mesita de café parecen
medidos para quedar exactamente a un centímetro de cada esquina de la
misma. La habitación parece parte de un museo.
—Hace mucho tiempo que no tenía noticias de ti —dice Rick, haciéndome
un gesto para que tome la silla más cercana a la chimenea mientras él se
sienta en el centro exacto del sofá. En lugar de hundirse entre los cojines, se
posa en el borde como un pájaro nervioso—. Siempre me llamas.
—En general no tengo ninguna emergencia —le digo.
Su ceño se frunce y sus mejillas demacradas adquieren un aspecto todavía
más apagado.
—¿Necesitas una limpieza?
—No, hoy no —le respondo—. En realidad, lo único que necesito es
información.
Rick me hace un gesto negativo con la mano.
—No me dedico a eso, Luka. Sabes que soy un hombre de negocios, no un
intermediario.
—En circunstancias normales aceptaría esa respuesta, pero me temo que
hoy no puedo —me siento hacia delante y apoyo los codos en las rodillas
—. Necesito saber todo lo que puedascontarme sobre el cártel LeClerc.
Inspira hondo y sus órbitas se hunden cuando exhala.
—Lo siento, Luka. Tú entiendes. Es uno de los muchos peligros
lamentables de ser un hombre poderoso como tú.
—Tú también eres un hombre poderoso —le digo—. Sabes mucha
información que podría serme muy útil. Incluso crucial.
Me dedica una sonrisa lánguida y niega con la cabeza.
—No compartir ningún secreto comercial con nadie es un aspecto crucial de
mi plan de negocios.
—Lo sé, Rick… —empiezo.
—Es que imagínate lo que supondría para alguien como yo, que depende de
que todos los criminales de esta ciudad confíen en él, tirar todo eso por la
borda. ¿Y para qué?
—Justicia —le espeto—. Sé que la justicia no siempre es objetiva. Parece
diferente para cada uno, pero tú me conoces. Hemos trabajado juntos de
buena manera en el pasado, y me gustaría pensar que confías en mi juicio.
Por eso, si te digo que necesito saber dónde celebra la subasta el Cártel,
espero que me creas cuando te digo que es urgente.
No me he permitido pensar mucho en Milaya. Al menos, no directamente.
He pensado en el hecho de que no está, pero pensar excesivamente en lo
que está pasando es abrumador. Se me enciende un fuego imposible de
apagar en el pecho. Sin embargo, ahora avivo las llamas. Dejo que mi
fachada se resquebraje para revelar la desesperación subyacente. Quiero
que Rick vea lo mucho que necesito su ayuda porque quiero que me ayude
de buena gana. No quiero lastimarlo.
—Confío en ti, Luka —admite Rick y entrelaza los dedos —, y sabes que
me encantaría ayudarte, pero…
—Pero nada —lo interrumpo—. Lo único que necesito es que me digas
todo lo que sabes sobre el cártel de LeClerc.
—¿Puedes decirme por qué?
Sacudo la cabeza.
—No.
La boca de Rick se cierra y nuestras miradas se funden, y entonces sé que
comprende lo mal que están las cosas. Y, por primera vez, creo que yo
también lo entiendo: recuperar a mi familia no será fácil.
—Por favor —le digo. No estoy suplicando, y Rick lo sabe. Su mirada
acompaña mi mano hasta la cintura, permitiéndole ver el bulto que forma
mi pistola bajo el cinturón. Sabe de lo que soy capaz. Después de todo, ha
lidiado con muchas de mis escenas del crimen.
Suspira, se levanta y se lleva las manos a la espalda.
—Si vamos a hacer esto, como mínimo necesito un tecito.
Se da la vuelta y se marcha, haciéndome un gesto para que lo siga.
—Acompáñame a la cocina y te diré lo que necesitas saber.
SI ALMORZÓ HACE POCO, no hay ni rastro de los platos. Las encimeras de
mármol están impecables y relucientes, y la placa de los fogones bien
podría ser nueva. Rick agarra su tetera eléctrica, la llena y la enciende. Se
da vuelta cuando la tetera empieza a pitar.
—¿Qué quieres saber?
—Todo —digo apurado—. Todo lo que puedas decirme. Cualquier cosa que
puedas contarme.
Tararea.
—¿Qué es lo que ya sabes?
—El cártel LeClerc se dedica al tráfico de personas —le digo—. Le venden
sobre todo a la élite, así que es una operación con clase. Al menos, en lo
que a esas cosas se refiere. Pero sinceramente, eso es todo. Tengo las manos
atadas en esto, Rick.
—De acuerdo.
La tetera se apaga y Rick deja caer una bolsita de té en una taza, la llena de
agua humeante y luego se vuelve hacia mí, con los dedos enroscados en su
té.
—¿Quieres un poco?
Niego con la cabeza, impaciente, y me muerdo la lengua mientras él bebe
un sorbo de su té con cautela. Luego, se apoya en la encimera y respira
hondo.
—La subasta del cártel de LeClerc será un evento de cinco días, que tendrá
lugar en el hotel del Árbol Torcido. Es un sitio histórico, muy lujoso.
—¿Cinco días? ¿Por qué tanto tiempo?
Se encoge de hombros.
—Los hombres que acudirán van a gastarse mucho dinero, así que al cártel
le gusta hacer que valga la pena su estancia. Además, les da tiempo de
examinar la selección —me mira nervioso y luego se lleva la taza a los
labios para beber un sorbito—. Y probar la mercancía que les apetezca.
Un ardor me inunda el pecho y me hace apretar los puños. Respira, hijo de
puta, me digo.
—¿Cómo entro?
Rick apoya la taza sobre la encimera y cruza los brazos sobre su pecho
delgado.
—Es exclusivo, por supuesto, pero los compradores pueden avalarse unos a
otros.
—¿Tú eres un comprador? —pregunto.
Rick asiente, voltea y sale de la habitación sin decir nada. Por un momento,
me pregunto si debo seguirlo, pero entonces regresa con algo en las manos.
Cuando lo levanta, noto que es una máscara.
—Se las envían a los postores unas semanas antes —dice, dando vuelta a la
máscara negra entre sus manos. En la superficie derecha hay un pequeño
dibujo del símbolo del cártel grabado: unos cuernos de toro agrietados—.
Yo no estaba en la lista en un principio, pero Levi Cornish me dio esta
máscara.
—¿El ladrón? —pregunto. Nunca lo he conocido, pero he oído su nombre
por ahí. Como Rick, trabaja con todo el mundo, se mueve a donde esté el
dinero y se roba lo que le pidan.
Asiente antes de largarse a reír y me tiende la máscara.
—Le pareció que me hacía falta tener sexo, pero es claro que tú necesitas
esto más que yo.
La máscara es más dura de lo que esperaba. Es de plástico sólido, recubierta
por un tejido suave y resistente. Me la acerco a la cara un momento,
mirando por los agujeros de los ojos, y luego la retiro.
—¿La máscara es solo un boleto de entrada o tengo que llevarla puesta?
—Las dos cosas —responde Rick—. Debería bastar para que pases por la
puerta sin que te hagan preguntas, pero tienes que llevarla puesta una vez
dentro. A este evento asisten muchos hombres de tu lado de la ley. Muchos
de ellos han trabajado juntos antes. Así que, en la medida de lo posible, al
cártel le gusta evitar que afloren malas intenciones o venganzas. Por eso
todos se tapan la cara. No es un sistema perfecto, pero suele proporcionar el
nivel de anonimato suficiente como para mantener las aguas tranquilas
adentro.
—Suena como si hubieras asistido antes.
—Una vez —admite—. Justo cuando empezaron a hacer estos eventos.
Pero con ir una vez tuve suficiente para mi gusto, y para ser sincero me
sorprende que te interese ir.
—No iría si no fuera necesario.
Él asiente y luego inclina la cabeza hacia un costado.
—¿Está todo bien con Eve?
Escuchar su nombre me pone los nervios de punta y aprieto los dientes.
Hago lo posible por sonreír.
—Hasta donde sé, sí.
Frunce el ceño.
—Se corrió la voz de que te han domesticado. Todo el mundo pensó que
estabas enamorado de tu pareja. Podrás comprender que me extraña que
estés interesado en otra mujer a tan poco tiempo del nacimiento de tu hija.
Puede que Rick esté adivinando, preguntándose si mi urgencia podría
insinuar que las cosas marchan mal con Eve, pero no puedo revelarle nada.
Como ha dejado claro, su lealtad no está conmigo, sino con su carrera. Si
alguien acudiera a él y le ofreciera una cantidad considerable de dinero,
puedo apostar a que Rick vendería mis secretos en un segundo.
No lo puedo culpar. No me debe lealtad, y por lo tanto yo no le debo la
verdad. Además, esto de verdad se siente como un puñetazo en el estómago.
Dejé que se llevaran a mi familia. Me permití ser complaciente, y ahora mi
familia está pagando el precio. Es una vergüenza que nunca había
experimentado y no tengo ganas de compartirla con nadie más.
—Nunca es demasiado pronto para ponerle sabor a las cosas en el
dormitorio —bromeo, sintiendo cómo el ácido me sube por el fondo de la
garganta a cada palabra. Luego, meto la mano en el bolsillo—. Supongo
que esta información no es gratuita. ¿Cuál es tu tarifa actual?
Levanta las manos en un gesto que me deja pasmado, creyendo que se niega
a cobrar. Luego arruga la nariz.
—No negocio con dinero en efectivo. El dinero es insalubre. Un billete de
un dólar tiene más gérmenes que el asiento de un inodoro público.
Vuelvo a meterme la cartera en el bolsillo.
—Una transferencia bastará —dice—. Dame quinientos y estaremos a
mano. Solo porque no sacaste el arma —levanta una ceja, entretenido.
—No te habría disparado, Rick —le digo con afecto.
Rick niega con la cabeza.
—No me mientas,Luka. Guarda tus secretos, pero sé sincero conmigo
cuando puedas. Me dispararías sin dudarlo un segundo. Los dos lo sabemos.
Llevo la mirada hacia la silueta familiar en la cintura del propio Rick.
—Tú no andas desarmado.
—No lo estoy —admite mirándose la cadera—. Pero nunca mentí sobre mis
intenciones. Si me hubieras apuntado con tu arma, habría luchado por mi
vida.
Me río mientras me dirige hacia la puerta principal.
—Entonces, recemos porque sea más rápido desenfundando que tú.
Abre la puerta y me acompaña fuera.
—Yo rezaré por lo mismo.
Salgo. Pero, antes de que pueda darme la vuelta y decir algo más a modo de
despedida, Rick cierra la puerta de un portazo y pasa el pestillo. Nuestra
conversación ha terminado.
5
EVE
Llevo muchas horas en la mansión de los Morrison y no he visto a nadie
desde que el padre de Cole pasó a verme.
Miro a través de las ventanas cómo se desplaza el sol por el cielo y trato de
concentrarme en algo que no sea el hambre y la sed que me atormentan. Se
va haciendo más difícil a medida que pasa el tiempo.
De repente, oigo abrirse y cerrarse una puerta lejana.
Por un momento, siento un gran alivio. Por fin otra persona con quien
hablar, alguien que me explique lo que está pasando. Puede que venga
alguien a llevarme al baño o darme de comer y beber. (Me avergüenzo de lo
rápido que me he adaptado a mi situación: ya estoy describiendo mis
necesidades como si fuera un animal de zoológico).
Sin embargo, a medida que los pasos se acercan, el miedo se apodera de mí.
¿Qué irían a hacer conmigo? El padre de Cole me dijo que me venderían.
¿Vinieron a recogerme ya?
Aunque conozco los planes que tienen para mí, en parte esperaba que Luka
llegara para salvarme antes de que eso pasara. Una pequeña parte de mí se
aferraba a la esperanza de ser rescatada antes de que ocurriera algo
realmente atroz.
Ahora, debo decir, no estoy tan segura.
Sobre todo porque, si conozco a Luka, buscará a Milaya antes que a mí. Sé
que me quiere, pero también sé cuánto ama a nuestra hija, y él sabe cuánto
la amo yo también. Él sabe que yo querría que la encontrara antes que a mí,
así que eso debe ser lo que está haciendo.
Me siento erguida en mi silla, estiro mi dolorida columna vertebral y alzo la
barbilla.
Tendré que salvarme a mí misma.
El padre de Cole aparece por la puerta abierta y su rostro parece haberse
contraído en una máscara de rabia e ira. Sus ojos se ven casi negros.
—¿Qué está pasando? —pregunto sin poder contenerme.
Se detiene un momento en la puerta y luego se dirige hacia mí con pisadas
fuertes que hacen temblar la mesa y la vajilla de los armarios.
Me reclino en la silla hasta que el respaldo me lastima la columna, pero no
tengo a dónde huir. No hay escapatoria. Tengo las muñecas y los tobillos en
carne viva de tanto intentar romper las ataduras, por lo que entiendo que el
esfuerzo es inútil.
Saca una botella de agua y la blande como si fuera un arma.
—¿Qué hace? ¿Qué está ocurriendo?
Se abalanza sobre mí, deteniéndose apenas a tiempo para no llevarme por
delante, y acto seguido me agarra del pelo. Grito y mi cuello se extiende
hacia atrás dolorosamente. Entonces, la botella toca mis labios y el agua me
inunda la boca y la garganta. Toso para intentar respirar.
—¡Bébetela! —me grita, agitándome la cabeza por el pelo—. Bébetela.
Hace un momento estaba desesperada por beber agua, por cualquier cosa
que calmara mi sed, pero ahora solo quiero respirar.
—Deja de resistirte —me dice e inclina mi cabeza aún más hacia atrás.
Intento tragar el agua que tengo en la boca, pero el ángulo de mi cabeza
dificulta la deglución. Me obligo a acallar el pánico en mi mente,
enfocarme y hacer que mi garganta haga su trabajo. Es eso o ahogarme.
Una vez que tengo la boca vacía me suelta un poco, pero vuelve a tirar de
mi cabello y empezar de nuevo el proceso momentos después.
Hago todo lo posible por no resistirme, pero el Sr. Morrison me sacude con
tanta fuerza que mis instintos me ruegan que luche. Mi cuerpo se tensa en
un intento por protegerme aunque no tengo cómo.
Cada vez vierte más agua por mi garganta, y la trago hasta que me duele el
estómago, hasta que extraño tener sed.
Cuando la botella queda vacía, el padre de Cole la estruja en su mano y la
tira debajo de la mesa del comedor. Voltea para marcharse, pero lo llamo.
—Espere, por favor —toso. Me caen gotas y baba por la comisura de la
boca. De repente, me siento completamente agotada.
Se gira un poco y me mira de reojo.
—Tengo que ir al baño —le digo.
—Adelante —dice, inclinando la cabeza hacia mi silla. Se da la vuelta para
marcharse de nuevo, y yo estoy desesperada por que se quede en la
habitación. Ahora mismo, él es mi única conexión con el mundo exterior y
no quiero volver a estar sola.
—¿Dónde está Colleen? —pregunto.
No puedo creer que recuerde el nombre de la madre de Cole. Bueno,
teniendo en cuenta que sirvió para inspirar su nombre, quizá no sea tan
sorprendente.
El padre de Cole se vuelve hacia mí con los ojos entrecerrados.
—Mi familia ya no es de tu incumbencia.
Me gustaría contradecirlo, pero empiezo a marearme y me cuesta encontrar
las palabras.
En el breve lapso de tiempo en que fui la prometida de Cole y aún no sabía
que jamás podría casarme con él, esperaba que sus padres se convirtieran en
mi familia. Su madre era una mujer fría, pero se notaba que quería a su hijo,
y esperaba que eso me incluyera a mí algún día. Claro, ahora que su hijo
murió y yo soy parcialmente responsable, debo suponer que me odia tanto
como su marido.
Antes de que pueda encontrar las palabras para lograr retenerlo más tiempo
en la habitación, el padre de Cole se da vuelta y se marcha. Unos segundos
después, oigo cómo se abre y se cierra la puerta principal, y entonces me
quedo sola.
Tengo la vejiga llena y me incomoda. Mi cuerpo está rígido por haber
estado tanto tiempo en una posición tan extraña. Pero inclino la cabeza
hacia atrás y miro fijamente al techo. Las baldosas empiezan a mecerse, a
desdibujarse y a girar y me dejo distraer por mi visión borrosa.
Hasta que comprendo lo que está pasando.
Mi cuerpo se vuelve pesado y se entumece, se me abre la boca y se me caen
los párpados.
Me drogaron.
Estaba claro que no me estaban forzando a beber agua para mantenerme
hidratada. Me estaban drogando. Había algo en el agua para noquearme.
Pero, ¿por qué?
Mi corazón se estremece.
¿Era veneno? ¿Así moriré?
Sacudo la cabeza y trato de calmarme. No me matarían así: sola en una
habitación, atada a una silla. Después de cómo me han tratado, está claro
que tienen planes más grandes para mí. Además, el padre de Cole mencionó
una subasta, así que me quieren vender. No me matarían si quisieran ganar
dinero a mi costa.
Por extraño que parezca, ese pensamiento me tranquiliza por un momento.
Nada más querían venderme como esclava, pero no asesinarme.
¡Bien por mí!
Mis ojos se cierran, demasiado pesados para permanecer abiertos un
segundo más, y en la oscuridad aparecen Luka y Milaya.
Él la acurruca sobre su pecho, roza su nariz con la de ella y me hace señas
para que me acerque. Voy hacia ellos con la mano extendida. Pero, justo
antes de alcanzarlos, la imagen se arremolina como el humo y desaparece.
NADA MÁS DESPERTARME, examino mi entorno y me doy cuenta de que sigo
sola.
A continuación, dirijo mi peso hacia arriba y hacia delante, desplazando mi
silla en esa dirección.
Antes de este momento, tenía demasiado miedo de que me oyeran como
para intentar algo tan atrevido, pero ya no más. En algún momento de la
noche, mi mente drogada cayó en cuenta de que los Morrison no pueden
hacerme daño. Al menos, no mucho. Pueden atarme y dejarme sin comida,
pero se supone que me van a vender, y nadie querrá comprarme si estoy
golpeada y herida. Así que no hay razón para no intentar escapar.
Los pomos de los estantes de la vajilla son del estilo de mediados de siglo,
con largas asas metálicas horizontales de puntas afiladas, perfectas para
cortar mis ataduras. Si puedo llegar hasta allí, podré cortarlas y escapar.No sé muy bien dónde estoy, pero es mi mejor opción.
Uso los dedos de los pies para hacerle contrapeso a la silla cuando empieza
a inclinarse, y luego vuelvo a catapultar mi peso. Avanzo unos centímetros.
Puede que tarde una hora en llegar a mi objetivo, pero tengo que intentarlo.
Por lo que veo a través de la ventana, la niebla matutina se ha asentado
sobre el suelo y los árboles, así que espero que nadie venga a verme por un
buen rato.
Vuelvo a desplazarme hacia adelante, con las patas de la silla rozando y
golpeando el suelo de madera, y luego repito el proceso. Es ruidoso, pero la
casa ha estado vacía hasta ahora, así que no tengo motivos para creer que
haya alguien dentro.
De repente, oigo pasos en el piso de arriba.
Se escucha un solo golpe, seguido del crujido de la madera vieja al
asentarse el peso.
Me paralizo.
—¿Oíste eso? —la voz se oye lejana, pero está justo encima de mí.
Conozco esa voz. Es la voz de Rian Morrison.
Aprieto los dientes, pero sigo adelante. En lugar de propulsar mi peso, uso
la poca movilidad que me queda en los dedos de los pies para deslizar la
silla por el suelo. Es más estruendoso, pero a la vez es un sonido grave que
quizá sea más difícil de oír en el piso de arriba.
—Está atada —afirma una voz más profunda, la del padre de Cole—. No
puede ir a ninguna parte.
Asiento, tratando de alentar telepáticamente ese pensamiento. No puedo ir a
ninguna parte, estoy atada. Quédate arriba, no pasa nada.
Sigo acercando más la silla. La arrastro a paso de tortuga y en el fondo de
mí me doy cuenta de que es inútil, pero no puedo rendirme. No ahora. No
antes de haberlo dado todo.
—De todas formas, ya viene siendo hora de que vayamos a verla —dice
Rian y sus pies se desplazan por el piso de arriba—. Voy a bajar.
La esperanza albergaba mi pecho se desploma como una piedra en el
océano, haciéndome echar la cabeza hacia atrás y quedarme mirando al
techo mientras ella baja por las escaleras y entra en el comedor.
La puerta se abre.
—Te ves horrible.
Bajo la vista para encontrarme a Rian bien arreglada frente a mí. Lleva una
falda de tubo color azul real, con una camisa color crema por dentro. Lleva
los botones abrochados hasta la garganta. Parece la villana de una película
de ciencia ficción.
—Y hueles horrible, también —añade arrugando la nariz—. Hicimos todo
lo posible por limpiarte después de tu pequeño 'accidente'.
No sé a qué se refiere hasta que me miro y me doy cuenta de que llevo otra
ropa. Ya no llevo puesto el pijama, sino un pantalón de algodón y una
camiseta que me quedan demasiado grandes.
Siento la vejiga vacía, como si me hubiera orinado encima.
—Me dieron agua a la fuerza y no quisieron dejarme ir al baño —digo—.
No sé qué esperabas.
En un instante, aparece al otro lado de la habitación, con la cara casi pegada
a la mía.
—Esperaba que te pudieras comportar mejor que un perro de refugio. En
todo caso, no debería sorprenderme. No eres más que una perra.
Abro la boca para recriminarle, pero, en cuanto lo hago, Rian revela una
botella que escondía en su espalda y me la mete entre los labios.
El agua me inunda la boca, se desborda y me produce arcadas. Aparto la
cabeza. Rian me agarra por la nuca, me clava las uñas en la piel y tira de mí
hacia delante. Intenta taparme la boca con la botella, pero ahora mantengo
los labios y los dientes firmemente cerrados.
Su padre aparece detrás de ella, con la cara roja de la furia. Se acerca
enojado para ayudar.
Se coloca detrás de mí y me aprieta la cara por ambos lados con las manos,
hasta que siento que se me va a romper la mandíbula.
—Abre —gruñe, apretando más fuerte.
—No podemos dejarle marcas —sisea Rian—. Si tiene moretones en la
cara, no la venderemos.
Al instante me empieza a soltar y compruebo que tenía razón: no pueden
lastimarme, no demasiado.
Da vueltas antes de arrodillarse frente a mí, y acto seguido me mete el dedo
por los labios. Aunque intento resistirme, consigue abrirme la boca a la
fuerza y mantenerla así mientras Rian vierte el agua por mi garganta.
Escupo la mitad, pero la otra mitad me la trago y, al cabo de unos minutos,
empiezo a sentir sueño otra vez.
Entonces, por millonésima vez desde aquella redada del FBI en nuestra
casa, la oscuridad me absorbe de nuevo.
AL VOLVER A DESPERTAR, me encuentro acostada. No tengo nada atado
alrededor de las manos ni de los tobillos y, por un segundo, creo que todo
ha sido una horrible pesadilla.
—Agárrale la cabeza.
La voz de Rian surte el efecto de una inyección de adrenalina directo a mi
corazón. Mi cuerpo se pone rígido al sentir unas manos sudorosas que me
agarran. Por instinto, pateo esas manos y empiezo a agitarme.
Rian suelta un grito y oigo un gruñido grave detrás de mí. Sus manos me
aprietan con fuerza las pantorrillas, pero lucho contra ellas. Todavía no
recobro toda mi fuerza, porque las drogas no abandonaron del todo mi
organismo. Igual, todavía puedo luchar.
Abro los ojos y descubro que estoy en el asiento trasero de una camioneta.
Quizá la misma que usaron para llevarme a la casa, no estoy segura, pero
ahora veo otra casa a lo lejos. O, en realidad, una gran mansión. Encima de
la puerta hay un cartel pomposo, que indica que se trata de algún tipo de
negocio, pero estoy demasiado aturdida como para leerlo.
Rian intenta envolverme las piernas con los brazos. Antes de que lo logre,
mi pie descalzo choca con la parte inferior de su mandíbula. Sus dientes
crujen y cae de espaldas al suelo.
Alguien de voz grave, supongo que el conductor, intenta agarrarme por los
brazos. Pero me escabullo de sus manos y salgo por la puerta en la que
estaba Rian. Tengo más posibilidades de luchar contra ella que contra un
hombre adulto.
Mis pies caen al suelo y me lanzo correr, pero mis piernas siguen
temblando. Mis rodillas parecen de gelatina. Termino tropezando con la
pierna de Rian y caigo. Me incorporo rápido, pero Rian se recupera igual de
rápido y me embiste, aplastándome la cara contra el suelo.
—¡Suficiente! —grita.
Para nada, pienso.
Lanzo mi peso hacia la derecha y luego giro la mano izquierda, estrellando
el puño contra la nariz de Rian.
Es un puñetazo débil, pero alcanza para hacerla retroceder un segundo. Me
libero y me arrastro por debajo de su cuerpo. Solo me alejo unos metros
antes de que vuelva a abalanzarse hacia mí.
Su entrenamiento del FBI está superando mis lecciones de defensa personal,
y puedo oír al conductor, que se escabulle por la parte trasera del auto. No
escaparé, no hay ninguna posibilidad.
—Deberías dejar de pelear ahora. Tenemos a Milaya —me susurra Rian al
oído.
El nombre de mi hija me hace parar de golpe. Un escalofrío me recorre la
espalda y apaga el fuego dentro mío.
—Tenemos a Milaya —repite—, y, si no haces lo que se te dice, nos
aseguraremos de que sufra.
Dejo caer mi mejilla en el sendero de tierra.
—Por favor, no la mates. Por favor, no. Es solo una bebé.
—¿Matarla? —Rian se ríe—. Eso no es sufrimiento. Sería un regalo en
comparación con lo que yo podría hacerle.
Me tiemblan los brazos y las piernas por la adrenalina que se acumula en mi
cuerpo, pero me quedo quieta. No pataleo, no lucho, no grito. Contengo la
rabia y dejo que Rian me someta en el suelo. Pase lo que pase, no puedo
arriesgar la seguridad de Milaya. Haré lo que sea para tratar de que no la
lastimen.
Me tienen, no puedo hacer nada. Así que no me resisto.
Rian y el conductor me levantan y me llevan hacia las puertas principales
del Hotel del Árbol Torcido.
6
LUKA
Solo he conciliado el sueño en siestas de treinta minutos, y no han sido
acostado. El sueño me llega cuando menos lo espero. Me he despertado con
la cabeza encima del escritorio, con las mejillas estampadas en el teclado
del computador. También he despertado sobresaltado en medio de la cena.
Al menos, de lo poco que tolero cenar.
Sin saber cómo está Eve ni dónde, cualquier actividad humana normal se
me hace imposible.
En lugar de descansar, llevo mi cuerpo al límite. Hago sesiones de una hora
o más en el gimnasio de mi casa, descargo adrenalina