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1 2 3 Kath y Brisamar58 Maria_clio88 JandraNda Mimi Axcia Rosaluce Karen´s Cjuli2516zc Nelshia Lvic15 Vettina Maria_clio88 Naif Pochita Caronin84 Maye Dabria Rose Dabria Rose 4 Desde el momento en que la vi a través de la ventana de su floristería, algo más que la oscuridad se arraigó dentro de mí. Charlie brillaba como un faro en un mundo que desde hace mucho tiempo perdió cualquier luz. Pero nunca fue para mí, un hombre que asesinaba sin remordimientos y recogía recompensas manchadas en sangre. Pensé que mantenerme lejos la mantendría a salvo, la escudaría de mí. Estaba equivocado. El peligro me seguía el rastro como la muerte en una casa de matanzas. La protegí de las amenazas que rondaban como buitres negros, la mantuve a salvo con muerte tras muerte. Pero todo viene con un precio, en especial las segundas oportunidades para un hombre como yo. Asesinar por ella era fácil. Era vivir por ella lo que resultó ser la parte difícil. Nota de autora: Esta es una novela romántica. No es una lectura súper oscura, no hay advertencias. Violencia y sexo explícito incluido. Final feliz, sin trampas. 5 Estacioné en mi lugar habitual bajo una farola rota. El golpeteo desde el maletero había disminuido finalmente, no es que me importara demasiado. Un auto pasó, sus faros iluminando la pequeña nevada que caía a lo largo de los sucios escaparates. Sórdido, excepto por el punto brillante al otro lado de la calle, Jesse's Flower Pot. El resplandor de las ventanas se reflejaba en el pavimento húmedo y negro, y las flores de la ventana prometían romance a cualquiera que se aventurara dentro para comprarlas. Charlie, la dueña, estaba parada detrás de su mostrador, su oscuro cabello rizado sobre sus hombros mientras jugueteaba con una cinta en un jarrón de rosas rosadas y amarillas. ¿Cuántas veces la había observado por la ventana? No podía contar las noches, los momentos, había demasiados. Siempre quería entrar y decirle algo. Siempre me quedaba justo fuera de su cálido halo. Una mujer como ella no era para un hombre como yo. Otra patada en el maletero confirmó el pensamiento. ―Déjalo, Benny ―maldije entre dientes―. Se acabó. Se estaba tomando su tiempo en desangrarse. Hijo de puta. Charlie inclinó la cabeza hacia un lado y retrocedió para estudiar su obra. Sin estar satisfecha, desató el lazo y cortó a lo largo de la cinta satinada. Luego pasó las tijeras por las tiras. Regresaron rápidamente a su posición, los zarcillos se encogieron unos contra otros hasta que parecían una flor blanca y salvaje. Sus dedos trabajaban con delicada precisión, cada movimiento se concentraba en crear belleza desde la nada. Miré mis nudillos marcados con cicatrices. La carne moteada contaba la historia de sangre, dolor y una vida vivida en servicio a la muerte. No podía imaginar nada diferente. Estas manos eran violencia y nada más. Aun así, me imaginaba cómo se sentiría la piel de Charlie bajo mi áspero contacto. Suave, tan suave. 6 Volviendo a la ventana, observé cada movimiento que hacía, catalogándolos en mi mente. Era como un charco de agua, la emoción ondulaba en su superficie y telegrafiaba sus sentimientos al mundo. Guardé cada expresión de su rostro en forma de corazón, los guardé para poder sacarlos y examinarlos más tarde. Atrapé mi reflejo en el retrovisor: ojos fríos, mandíbula severa y una crueldad que vivía justo debajo de la superficie. Sabía lo que era, que cualquier cosa que tocara se convertiría en putrefacción y muerte. Eso no me impidió desearla. Una vez más, se alejó y examinó su creación, su frente se arrugaba por la concentración. Mi tiempo pasado en el exterior mirándola me había enseñado mucho acerca de ella. Perfeccionista. Amistosa, pero también reservada. Hablaba con sus clientes, pero su lenguaje corporal permanecía cerrado. Había excavado un poco más profundo de lo que debería y descubrí que no estaba casada. Tampoco un novio. Con veintiséis años, tenía siete años menos que yo. No importaba nada de eso. Nunca nos conoceríamos. Un Mercedes negro pasó rodando, sus neumáticos siseaban sobre el reluciente pavimento. El tinte de la ventana me impidió ver al conductor. Me tensé, mi mano fue atraída hacia el acero frío dentro de mi abrigo como un imán. El auto siguió por la calle y se dio vuelta. Cuando sus luces traseras rojas desaparecieron de vista, me relajé y reanudé mi vigilancia. Después de un largo día, verla era lo único que podía calmar el mar de sangre dentro de mí. La venganza emanaba de mis poros hasta el momento en que la vislumbré. Y entonces conocí la paz. Podría sentarme durante horas y solo observarla. Finalmente satisfecha, tomó el florero y lo colocó en el refrigerador más cercano a la puerta principal. Echó un vistazo a la noche, sus ojos recorrían mi auto. El vello de mi nuca se erizó cuando miró por la ventanilla lateral del conductor, a mí. Pero el tinte de la ventana era demasiado oscuro. Todo lo que podía ver era un cuadrado negro de cristal, la oscuridad verdadera que se sentaba detrás de ella estaba oculta a su vista. Miró fijamente, buscando algo que nunca la dejaría encontrar, antes de volver a su trabajo. Un estertor en el maletero me dijo que mi tiempo había terminado. Necesitaba llevar a Benny al basurero, llevar el auto al limpiador y dormir un poco. Vince ya tenía dos trabajos más preparados para mañana. Los cambios en la dirección siempre traían un montón de trabajo a mi puerta. Pero el nuevo jefe era igual que el viejo jefe, y cada jefe necesitaba a un hombre como yo en la nómina. Alcancé la palanca de cambios, capté el movimiento por el rabillo del ojo y me agaché cuando el mismo Mercedes de antes subió y se detuvo junto a mí. Esta vez, la ventana del pasajero estaba bajada, y un tarado idiota con una semiautomático disparó al lateral de mi auto. El estallido de la pistola y el ruido de las balas que 7 golpeaban en el metal cortaron la noche. La ventana de mi lado del conductor explotó. Me quedé quieto, mi sangre más fría que los copos helados que flotaban alrededor del auto. Charlie sería lo suficientemente inteligente como para agacharse, lo sabía con tanta seguridad como sabía que el imbécil que estaba disparando contra mí estaría muerto antes que su cañón tuviera la oportunidad de enfriarse. Ella estaba segura al otro lado de la calle. Solo esperaba que no estuviera mirando por la ventana, porque la mierda estaba a punto volverse sangrienta. Abrí la puerta lo suficiente para meter mi 9mm con silenciador en el hueco. Apreté el gatillo y le di al neumático trasero del lado del pasajero del Mercedes. El pequeño estallido de mi arma se perdió en el fuego rápido de mi atacante. Varios tiros más cortaron a través del aire, seguido por un sonido de chasquido. Él necesitaba volver a cargar. ―Vamos, Conrad. Esta mierda ha terminado. ―Una voz más alta con un chillido inconfundible. Geno, uno de los mejores chicos del ex jefe. ―Geno, ¿eres tú? ―Fingí un gemido fuerte―. Me duele mucho, hombre. Otra lluvia de balas, esta vez de una pistola más pequeña. Esperé el clic. El momento en que escuché el arma amartillarse, me senté y disparé a Geno justo entre los ojos. Su mirada de sorpresa hizo que las comisuras de mis labios se crisparan en diversión. Se desplomó en el asiento del pasajero. Disparé otra ronda al neumático delantero, luego apunté más alto al guardabarros y puse tres balas en el motor. El conductor gritó y trató de escapar. El idiota no notó sus neumáticos deshinchados. El auto bajaba cojeando por la calle, yendo a la misma velocidad que una silla de ruedas eléctrica. El conductor estaba atrapado. Más importante aún, estaba muerto, él no lo sabía todavía. Por lo general, me tomaba mi tiempo con cualquier persona que atentaba contra mí, pero no tenía el lujo de hacerledaño. No cuando Charlie tenía un asiento en primera fila de la carnicería. Le eché una mirada a su tienda. No se la veía por ninguna parte. Bien. Reventé el neumático trasero del lado del conductor con un tiro fácil. Ya sabía lo que iba a pasar. Parte de lo que me hacía un asesino de primera clase era mi habilidad para calcular el futuro. Matar a la gente era algo así como un rompecabezas de lógica. Si el imbécil A ve al idiota B ser asesinado, ¿cuál es el siguiente movimiento del imbécil A? La cosa era que yo siempre sabía los próximos tres movimientos, no solo el primero. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Seguí el auto y me agaché a un costado mientras el conductor disparaba unos pocos disparos salvajes, que rebotaron por la ventana trasera del pasajero. El auto finalmente crujió y se detuvo, el motor dando un gran ―jódete― a los neumáticos 8 desmenuzados. Me arrastré hasta la parte trasera, el escape chisporroteó alrededor de mí en una ráfaga de vapor y humo. Entonces, escuché lo que estaba esperando. Pasos corriendo. Me levanté y maté al conductor con un solo disparo en la parte posterior de la cabeza. Cayó y se deslizó a lo largo del pavimento hasta que su rostro crujió contra la acera. Era una cosa de mierda, disparar a un hombre por la espalda, pero algunas cosas ―como tratar de asesinarme― no podían quedar sin respuesta. Me acerqué a él y reconoció al amigo de Geno, Mikey. Añadí una bala más a la primera. Rápido. Clínico. Y no sentí una maldita cosa. Un auto se acercó. No, una minivan. Detrás del volante, los ojos de la mamá futbolista se abrieron de par en par. Esa fue mi señal. Me volví y corrí hacia mi vehículo. Encendió a pesar de los agujeros de bala. Le di una última mirada a Jesse's Flower Pot. No podía volver aquí, no después de esto. Maldije a Geno y al otro idiota por arruinar este lugar para mí. La única cuadra de Filadelfia que en realidad me hacía sentir como un ser humano se fue. Charlie se paró en la ventana, una mano sobre su boca mientras el horror pintaba sus rasgos con un trazo débil. Algo dentro de mí dolía, como si una avispa hubiese hundido su aguijón en mi pecho. Era un recordatorio. Esto es lo que su vida sería conmigo. Terror y sangre. No era vida en absoluto. ―Hasta nunca, Charlie. ―Puse el auto en marcha y me alejé de la acera mientras las sirenas lejanas prometían problemas. 9 El BMW negro hizo chirriar las ruedas al bajar por la calle y salir de la vista. Tan pronto como se fue, salí corriendo de la tienda hacia el Mercedes. Cristales rotos crujían bajo mis zapatos y mi aliento formaba un halo blanco en medio de los copos de nieve. ―¿Hola? ¿Te encuentras bien? ―Me acerqué a la puerta lateral abierta del conductor y me asomé. Se me revolvió el estómago. Un hombre muerto, con los ojos en blanco y vidriosos, me miraba desde el asiento del pasajero. La sangre corría por el lado de su nariz por el agujero entre sus ojos. Me produjo arcadas y retrocedí. Otro cuerpo estaba boca abajo y sin vida al lado de la acera. Sabía que no podía estar vivo. No después que el hombre del traje oscuro le hubiera disparado prácticamente a quemarropa. Pero tenía que comprobarlo, por si acaso pudiera salvarse. Me acerqué. ―¿Hola? No se movió. Metí las manos en los bolsillos del abrigo y di un paso más. La parte posterior de su cabeza era un desastre carmesí, el cabello enmarañado con sangre y carne. Retrocedí, luego me incliné y vomité. Todo lo que había comido quedó salpicado en el pavimento. ―¿Charlie? ―El señor Chan estaba en la puerta de la tintorería dos edificios abajo. ―Quédese adentro. ―Levanté una mano―. No hay nada que podamos hacer. ―Llamé a la policía. ―Su anciana voz se quebró cuando intentó atravesar el aire helado―. Vuelve a entrar. No es seguro. Me di la vuelta y me apresuré a regresar a mi tienda, las ventanas calientes parecían intactas del derramamiento de sangre ahí fuera. Después de cerrar y asegurar la puerta, caminé hasta el mostrador, mis piernas rígidas y mecánicas mientras la bilis me quemaba la garganta. 10 Las sirenas se hicieron cada vez más altas hasta que las destellantes luces azules y rojas se reflejaron en las ventanas de la tienda desocupada al otro lado de la calle. Dos autos de policía y una ambulancia se detuvieron cerca del final de la cuadra. Peleé conmigo por haber apagado las luces y fingido que había cerrado. Después de todo, el señor Chan serviría como un testigo perfectamente bueno de lo que sucedió. Los policías no me necesitaban. No quería hablar. No sobre lo que pasó, y definitivamente no sobre él. El hombre que me observaba desde hacía meses. Se había ido, sus neumáticos chirriando mientras giraba la cuadra y se internaba en la noche. Algo me dijo que no volvería a sentarse en su lugar habitual de enfrente. No sabía quién era, no sabía nada de él. Pero por alguna razón, cada vez que notaba su auto bajo la farola rota de la calle, me sentía segura. Era ridículo, especialmente teniendo en cuenta que el tipo era un completo extraño. Podría haber estado esperando allí para hacerme daño. No habría sido la primera vez. Pero ese no era su propósito. Podía sentirlo. En cambio, simplemente observaba. Nunca había visto su rostro, no hasta que atravesó la calle con la muerte en sus ojos. Había terminado con el conductor de un disparo certero. En ese momento, la imagen del asesino fue grabada en mi cerebro. Cabello oscuro, piel clara, mandíbula cuadrada cubierta de barba descuidada y ojos claros. No podía decir si eran verdes o azules, pero estaba segura que eran intensos. Se movía con agresividad, cada parte de él exudaba venganza calculada. Incluso su caminar de depredador gritaba peligro. Sin embargo, era extrañamente hermoso para un hombre que mataba sin remordimiento. Me estremecí y me apresuré hacia la puerta. Con un movimiento de muñeca, la tienda se oscureció. Solo esperaba que los policías no hubieran notado las luces cuando llegaron a la cuadra. Las sombras que me rodeaban me dieron cierta comodidad mientras me hundía en ellas, alejándome de la ventana y metiéndome en la oscuridad. El compresor en el estuche de los lirios a mi derecha se activó, el bajo murmullo familiar y tranquilizador. Desde ese ángulo, todavía podía ver el Mercedes, pero no al muerto en la calle. Dos policías se acercaron al vehículo con sus armas. Pronto, se dieron cuenta que el hombre muerto en el interior no era una amenaza y sus armas fueron enfundadas. Uno comprobó dentro del auto mientras que el otro miraba de un lado al otro en la calle mientras la nieve comenzó a caer más pesada, los copos gruesos y medio derretidos. Más oficiales llegaron y comenzaron a desplegarse, llamando a las puertas mientras buscaban en la cuadra. Dos oficiales pasaron frente a mi ventana y se detuvieron. Me apreté fuertemente contra la pared mientras sonaba una serie de golpes en la puerta de la tienda. 11 ―Señorita Fairbanks. Salga de ahí, señorita. ―Una voz de joven, con un chirrido inseguro―. Sus vecinos dijeron que estaba en la calle después de lo que sucedió. Nos gustaría saber lo que vio. Vi a un asesino con un traje oscuro con ojos atormentadores y una sed de asesinato. Yo no era una fan de hablar con la policía. Traían problemas, y eso es lo último que necesitaba. Otra ronda de golpes, más duros que los últimos. ―Vamos, abra. ―Una voz ronca se abrió paso hasta mis oídos. Supongo que él era el policía malo y el chico el bueno. Me alejé y pasé por la puerta de la parte trasera de mi tienda. Los oficiales hablaron entre sí en voz baja. ―Vamos a hablar con sus vecinos, luego regresaremos aquí, y nos dejará entrar. No quiere que pensemos que ha interferido con la escena del crimen o que está intentando obstruir nuestra investigación ―Al parecer, el policía malo ganó la discusión silenciosa―. Eso es razón suficiente para llevarlaa la estación de policía. ―Hizo una pausa y se aclaró la garganta―. Prepárese para hablar cuando volvamos. Cuando el aire permaneció en silencio durante unos cuantos latidos, dejé escapar mi respiración en un sonoro suspiro. Necesitaba encontrar mi bolso y escabullirme por la entrada trasera. No hablaría con los policías. Las sombras de mi pasado intentaron invadir mi mente, sus dedos esqueléticos invadiendo la materia gris. Alejé los pensamientos. Ya no era una víctima. No esta vez. Si la policía quería forzar el asunto, llamaría a mi abogado. Tomé el bolso del mostrador junto al amplio fregadero, pero no tuve la oportunidad de ir más lejos. Una mano se posó en mi boca y una voz en mi oído me advirtió: ―Di una maldita palabra y serás una perra muerta. Un dolor violento en el lado de mi cabeza comenzó con chispas y terminó con oscuridad. 12 Una dura punzada sobre la mejilla me despertó. La oscura habitación se enfocó, como lo hizo el gran hombre de pie frente a mí. Su calva brillaba en la luz de una bombilla colgando a medio metro de su cabeza. No podía sentir mis manos. Estaban atadas a mi espalda y mis piernas estaban atadas a la silla de madera en la que estaba sentada. ―¡Berty, está despierta! ―Sonrió hacia mí, la falta de sus dientes frontales dejando un hueco negro detrás de su labio superior. Un punzante dolor se disparó por mi cabeza e irradió hacia mi columna. Gemí mientras los pasos hacían eco desde el otro lado de la habitación. La bombilla iluminaba el final de unas escaleras de madera, pero no mucho más. No sabía dónde estaba, pero hacía frío. Un frío que te cala hasta los huesos, uno que hacía que me castañeasen los dientes. El olor a orín contaminaba cada una de mis respiraciones. ―¿Frío? ―Unos brillantes zapatos negros llegaron a la vista. Un paso, luego el siguiente. Un pantalón gris apareció mientras el hombre se acercaba al foco de luz. El hombre calvo se echó a un lado, haciendo espacio para el recién llegado. “Berty” se adentró a la luz. Parecía tener unos treinta y tantos con cabello negro, ojos negros y una cicatriz recorriéndole la barbilla. Sus ropas eran muy cuidadas, la chaqueta quedaba bien en su cuerpo más pequeño. ―Charlie, ¿no es así? ―Giró un anillo de oro en su dedo índice izquierdo mientras nivelaba su mirada ónix con la mía. Mis dientes castañeaban aún con más violencia. ―D…déjame ir. Se rio y estiró las manos ampliamente. ―¿No te gusta la hospitalidad? Me estremecí ante el sonido de su voz. Algo en ella insinuaba una oscuridad que había visto antes, una que me ponía la piel de gallina. ―Solo quiero irme. 13 Hizo un sonido de reprimenda y entrecerró los ojos. ―No tan rápido, Charlie. Tengo algunas preguntas para ti. Mi mente se apresuró. ¿Preguntas? ¿Qué quería? ―Si no las respondes a mi gusto, mi amigo Gary de allí, va a sacar algo de su agresividad en ti. ―Pasó la mirada por mi cuerpo, luego de nuevo a mi rostro―. Aunque puede que antes necesite sacar un poco de mi sistema. El corazón me dio un vuelco, la superficie llena de cicatrices marchitándose justo cuando estaba volviendo a mostrar señales de vida. ―Oh, vamos. ―Sonrió, la cicatriz estirándose por su barbilla―. No soy tan malo. Negué, las lágrimas manando y deslizándose por mis mejillas. ―P…por favor. ―Empecemos. ―Se sacó la chaqueta y se la entregó a Gary, luego comenzó a subirse las mangas―. ¿Cómo conoces a Conrad Mercer? ―¿Quién? ―Alcé la mirada hacia él. Su sonrisa titubeó mientras su mano se deslizaba por el aire. El anillo de su dedo conectó con mi pómulo. Mi cabeza cayó a un lado y un zumbido de dolor salió de mis pulmones. ―Intentémoslo de nuevo, Charlie. ―Se sentó en cuclillas frente a mí, sus manos en mis rodillas―. ¿Cómo conoces a Conrad Mercer? ―Subió las manos por mis muslos. Intenté cerrar las piernas, pero estaban completamente inmovilizadas. El corazón me resonaba contra las costillas y todo dentro de mí se enfrió mientras alcanzaba la parte superior de mis muslos. ―No conozco ese nombre. Por favor, detente… ―Me ahogué con mi súplica. Pasó las manos por mi cintura y me desabrochó el vaquero mientras todo mi cuerpo temblaba. ―No creo eso ni por un segundo, Charlie. Él tiene el hábito de sentarse fuera de tu tienda, observándote. Sabes a quién me refiero, ¿no es así? ―Me bajó la cremallera―. Bonitas bragas. El reconocimiento quemó en mi mente. ―¿El auto? ¿El auto negro que estaciona al otro lado de la calle? ―Ese mismo. ―Metió sus dedos fríos dentro del elástico de mi ropa interior. ―¡No! ―Me alejé de su toque, pero no había ningún sitio al que ir. 14 ―Eres su chica, ¿cierto? ―Se levantó y me aferró el cabello, echándome la cabeza hacia atrás mientras se cernía sobre mí. ―¿Qué? ¡No! ―Intenté mostrar la verdad en mis palabras―. No le conozco. Nunca lo vi hasta esta noche cuando l-le disparó a un hombre. ―Mi voz era aguda, frágil. Su agarre en mi cabello se apretó hasta que me ardía el cuero cabelludo. Luego puso la otra mano en mi garganta. ―Estás mintiendo. ―No. ―Jadeé mientras él apretaba. El aliento que tenía estaba atrapado en mis pulmones mientras sus ojos estaban fijos en mí. No aflojó, aunque pasó la mirada por mis labios y arriba de nuevo. ―Así es cómo es, Charlie. Te di una oportunidad. Me mentiste. Ahora voy a hacer lo que quiera contigo. Cuando haya acabado, voy a dejar que Gary tenga su momento. Gary masculló: ―Gracias, jefe. ―No hay de qué. ―No apartó la mirada de mí―. Y luego vas a decirnos la verdad. Dónde vive. Cómo llegar a él. Vas a decirnos esas cosas o vamos a cortarte en pedacitos, uno a la vez y se las enviaremos a Conrad. ¿Lo entiendes? No podía hablar y mis pensamientos se apagaron por la presión de su mano y la amenaza de sus palabras. La oscuridad cayó como un velo y mis párpados bajaron. ―¡Bert! ―gritó la voz de un hombre a lo lejos, como si estuviese al otro lado de dos latas atadas con un hilo. ―¿Nate? ―Un cálido aliento en mi rostro―. ¿Qué, hombre? ―Molly está preguntando por ti. Dijo que lo intentó con tu teléfono, pero fue directo al correo de voz. ―Joder. ―La mano en mi garganta desapareció. Tomé una bocanada de aire y abrí los ojos. Berty estaba frente a mí y sacó un teléfono de su bolsillo. ―No hay señal en este maldito vertedero. ―Miró el suelo de cemento y las paredes de ladrillo. ―Dice que es urgente ―continuó la voz―. Algo sobre el bebé. 15 ―Joder. ―Se alejó hacia las escaleras y señaló a Gary―. Hazle compañía, pero no la toques. Yo voy a ir primero. ―Berty subió las escaleras, sus brillantes zapatos desapareciendo un paso a la vez hasta que la puerta se cerró de golpe. Me ardían los pulmones mientras tomaba aire y luchaba por alejar las sombras que se arremolinaban en torno a mi visión. Intenté liberar mis manos, pero no se movieron. El miedo y la desesperación burbujearon en mi interior como una mezcla terrible. Gary irrumpió en la luz. ―Tú y yo. ―Se lamió los labios y se estalló los nudillos―. Pronto, zorra. 16 Arrojé mis llaves a Sam. ―Un gran lío hace un momento, pero nada fuera de lo común. Sam se rascó el cabello grasiento y miró el auto mientras Slim, un cabeza hueca de ciento treinta kilos, usaba un soldador detrás de él. ―¿Quién fue? ―Benny. ―Examiné las filas de autos, las pilas de piezas y al par de mecánicos sucios. Sam escupió en el suelo de cemento oscuro. ―Mierda. Fui a la boda de su hermana hace dos meses. ―Mazel tov. ―Me volví hacia los juegos de llaves a lo largo de la pared del desguace mientras Slim volvía a trabajar con la soldadora―. ¿Mi Audi está listo? ―Sí, la llave está en el gancho. ―¿Todo donde tiene que estar? ―Preparado y cargado en el maletero, como de costumbre. ―Se estaba refiriendo a la pequeña armería que guardaba en mi auto. Sam y yo teníamos una larga historia. Había estado deshuesando autos, limpiando líosy acumulando una armería de primera categoría por el doble de años que yo había sido un asesino a sueldo. Era serio, aunque eternamente cuidadoso. No lo culpaba. Se sentó en el capó del BMW. ―¿Debería esperar más entregas? Tomé la llave familiar. ―No esta noche. ―Supongo que eso es un alivio. ―Sacudió la cabeza―. Benny era leal al viejo Serge, nunca salió de la línea. Si Vince le ordenó que apareciera, entonces... ―Se retorció las manos―. Te hace preguntarte qué pasará con el resto de nosotros. 17 Le eché un vistazo por encima del hombro. ―Sigues haciendo autos para el hombre a cargo, quienquiera que sea, y te dejarán en paz. ―Sí, supongo que eso es correcto. ―Se rascó la barbilla, sus dedos convirtiendo a su desaliñada barba blanca en una sombra de gris―. De todos modos, sigo esperando el día que entres por esa puerta con una bala que tenga mi nombre en ella. ―Sam, si estuvieras en mi lista, nunca me verías venir. Asintió, la resignación en sus hombros hundidos. ―Ya lo creo. ―Hasta la próxima. ―Dejé la tienda mohosa, la puerta mugrienta abriéndose al aire frío de la noche. En lugar de sentirme rejuvenecido, mi necesidad de dormir se cerró a mi alrededor. Los días de guerra civil y derramamiento de sangre ―aunque eran buenos para los negocios― habían cobrado su precio. Mi celular sonó con un mensaje entrante. Caminé por el pequeño estacionamiento al lado del indescriptible almacén cuando cayó la nieve. La temperatura había bajado lo suficiente para que cuajase, aunque ninguna cantidad de nieve podría cubrir la suciedad que me cubría, el desguace, o la ciudad. Me metí en el asiento del conductor y pulsé el botón de encendido. El auto cobró vida con un ronroneo mientras sacaba mi teléfono del bolsillo. Tal vez le había mentido a Sam. Tal vez había más asesinatos que hacer antes que saliera el sol. Suspiré y abrí el mensaje. Berty tiene a tu chica. Calle Lerner casa segura. Sótano. Apresúrate. Sujeté el teléfono con tanta fuerza que la pantalla se rompió. “Tu chica” solo podía significar una persona. Charlie. Esa rata bastarda de Berty la había tomado. Había matado a su padre hace dos días, pintado el suelo de una panadería local con la sangre del viejo. Berty no había sido puesto en mi lista, a pesar que era costumbre derribar a los principales comandantes del jefe. No pregunté por qué. No era mi trabajo cuestionar a Vince, solo recibía órdenes. Pero esta vez, ¿necesitaba una orden para limpiar a esa mierda Berty de la faz de la tierra? Se había llevado a Charlie. Mi agarre se apretó en el volante. Había tocado lo que era mío. Me sacudí. Matar sin pago no era algo que hacía, aunque la rabia que ardía dentro de mí podría decir otra cosa en el momento en que tuviera a Berty ante mis ojos. Pero primero, tenía que llegar a Charlie. Ella no se merecía esto, y me maldije por pensar que podía verla sin llamar la atención. 18 Después de tomar una tranquilizante respiración profunda, puse el auto en marcha y circulé en la calle. En cada luz roja, me detenía. En cada giro, usaba una señal. Aquí, a estas horas, tomaría solo un movimiento equivocado para conseguir un policía en mi trasero. Para este viaje, no necesitaba compañía. Todo lo que necesitaba era el pequeño arsenal en el maletero. Mis manos estrangulaban el volante mientras me acercaba a la casa segura. A ella. Ella estaba allí por mi culpa. Porque no había sido lo suficientemente cuidadoso. Por supuesto se dieron cuenta. Demonios, enviaron a Geno. Tenían que haber adivinado por qué frecuentaba ese lugar. Mierda. Cada segundo que pasaba era como un picahielos que se clavaba en mi cráneo. Sabía lo que Berty podía hacer. Demonios, había aprendido algunos de sus trucos más desagradables de mí. El instinto de apretar el pedal a fondo intentaba abrumar a la razón, pero no podía permitirlo. Había demasiado en juego. Charlie. Alejé un pensamiento de su cuerpo ensangrentado roto por manos crueles e intenciones aún más crueles. Después de una eternidad de calles laterales, me acerqué a Lerner. La casa de seguridad estaba oscura a excepción de una luz en la sala delantera. Unas sombras pasaban delante de la ventana. Continúe por la cuadra, luego me volví hacia el callejón y estacioné unas casas más abajo junto a un garaje decrépito. Envié un breve texto de respuesta. Sal ahora o busca un armario en el piso de arriba y reza. Nate sabía qué hacer cuando las cosas se ponían complicadas. Habíamos estado juntos desde nuestros días corriendo por las calles con nada más que la ropa a nuestras espaldas y las malas actitudes. Abrí el maletero y saqué una Glock 18 totalmente automática con una revista personalizada, cortesía de Sam. Tenía una capacidad de ciento cincuenta disparos. Más de lo que necesitaba, pero en esta situación, demasiado era mejor que no lo suficiente. Volví a recargar mi 9 mm, le puse un cargador, y la metí dentro de mi abrigo. Elegí una granada de luz para comenzar la fiesta. Mi teléfono emitió un pitido y un copioso copo de nieve aterrizó en la pantalla justo cuando lo saqué. Vete a la mierda, hombre. He estado buscando darle dos golpes a Peter por dos años. Voy a quedarme y jugar. Nate, hijo de puta loco. En silencio cerré el maletero y me arrastré por el callejón sombrío, manteniéndome cerca de las latas de basura y los autos dañados que rodeaban la cuadra. La noche estaba tranquila, la parte de atrás de la casa oscura cuando me acerqué. La casa era un edificio de dos pisos, probablemente la más 19 bonita de la cuadra en los años cincuenta. Ahora era un esqueleto canceroso, decayendo lentamente y deseando que un fuego viniera a sacarlo de su miseria. La Glock colgaba pesadamente en mi mano mientras bajaba por la escalera de atrás. La madera avejentada crujió en el segundo escalón. Me detuve y escuché. Nada. Continué subiendo por las escaleras, abrí la puerta de malla unos centímetros a la vez para mitigar el chirrido de las bisagras. Desde los paneles de cristal rotos de la puerta de atrás se veía a la cocina. Estaba vacía. Los platos estaban amontonados en el fregadero y la mesa sucia estaba llena de colillas de cigarros. Mi aliento se amontonó alrededor de mi rostro mientras me inclinaba hacia atrás de la puerta y alzaba mi pie. Apuntando a la madera pelada junto al mango de la puerta, pateé. La puerta se rompió y se abrió. Gritos entraron en erupción adentro. Tiré del seguro de la granada de luz y la arrojé por el largo pasillo que recorría el centro de la casa. Apreté la espalda contra la pared junto a la puerta y esperé. Más gritos. La granada de luz detonó. Entré a empujones, disparé dos disparos contra un hombre que corría por el pasillo, y luego irrumpí tras él cuando cayó. Un tiro más a la cabeza lo remató cuando dos tipos entraron apresuradamente a la sala de estar en la parte delantera de la casa. Otro bajó corriendo las escaleras. Disparé a sus piernas a la altura de la rodilla con mi 9 mm. Se estrelló contra el rellano y gimió como una puta barata. Entré con rapidez al comedor y me agaché cuando los idiotas en el salón llenaron de balas la pared entre nosotros, ronda tras ronda. El yeso se rompió y estalló, lloviendo sobre mí mientras me agachaba hasta el suelo. El tipo de las escaleras pasó de gemidos a lamentos. La puerta del otro lado del pasillo se abrió, y alguien empezó a disparar con una pequeña semiautomática. Me dejé caer de espaldas y devolví los disparos, dejando que la Glock corriera salvaje en mi palma y gasté tantas balas como fue necesario para matar el imbécil. Cayó en un montón de sangre mientras las balas le destrozaban. Me incorporé y reconocí la calva. Gary. El jodido gran idiota tenía que venir. No podía ver mucho más allá de él, pero estaba dispuesto a apostar que había salido del sótano. Los disparos de la sala se hicieron más esporádicos. No había tiempo que perder.Me puse de pie y corrí por el pasillo, deteniéndome cerca de la abertura de la sala. Me agaché cuando más disparos golpearon la pared detrás de mí. El tipo al pie de los peldaños se dejaba caer como un pez fuera del agua, tratando de ponerse de rodillas y fallaba. Un disparo de mi Glock y se quedó quieto para siempre. Los disparos desde la puerta de entrada se extinguieron. Uno de ellos estaba sin munición. Asomé la Glock por el marco de la puerta y disparé, pulverizando el 20 área. Un grito atravesó el aire y dos golpes resonaron cuando los cuerpos de los tiradores golpearon el suelo. Otro tiro sonó detrás de mí. Mi hombro ardía cuando me volví para encontrar a Peter bajando corriendo por las escaleras, disparando salvajemente. Le disparé con la 9 mm, pero una explosión sacudió la casa, voló hacia adelante y aterrizó sobre su compatriota en el fondo de las escaleras. Le devolví el arma. Nate bajó las escaleras y bombeó su escopeta para recargar otro cartucho. Acababa de reventar a Peter, como lo había prometido. ―Ya era la maldita hora, hombre. ―Sonrió y saltó sobre los cuerpos para mirar a la sala de estar. ―¿Lo limpiaremos? ―Me levanté y apunté ambas armas hacia la puerta del sótano. ―Sí. Parecen hamburguesas. Jesús, nunca te he visto usar la Glock. ―Se acercó a mi lado―. Y dejas que Peter te dispare por la espalda. Coño. ―Cierra la boca. ―Hice girar mi hombro, probando el dolor―. Todavía no he visto a ese cabrón de Berty. Vamos a terminar esto, conseguir a la chica, y salir antes que la policía llegue aquí. ―Lo tienes. ―Me siguió hasta la puerta del sótano. Cada uno tomo un lado y miró detenidamente a la penumbra. La mayor parte del espacio estaba completamente oscuro, ningún sonido en absoluto ahí abajo. Cualquiera entrando a través de la puerta le daría un tiro perfecto a Berty, nos dispararía uno por uno. ― ¿Tienes más de esas bengalas? ―Nate movió las cejas. ―No. No la arriesgaría, de cualquier modo. ―Mierda. A menos que hubiera otra manera de entrar al sótano, tendríamos que esperarlos. No era una buena idea, especialmente teniendo en cuenta que alguien podía haber llamado a la policía después de ese tiroteo. Uno nunca podía saber. Este vecindario era una basura que las explosiones y tiroteo podían no garantizar más que mirar y asegurarse que tu arma estuviera en tu mesa de noche antes de voltearse y volver a dormir. De cualquier forma, si los policías estaban en camino, el reloj estaba avanzando. Esperar. La paciencia me había mantenido vivo por treinta y tres años. Esperaría mi momento. Un musculo se contrajo en mi mandíbula ante el pensamiento de dejar a Charlie con Berty por más tiempo del necesario. Traté de ignorar el hecho de no haber escuchado un solo sonido proveniente del sótano, ni llanto ni gritos. Nada que me dijera que aún estaba viva. Me negaba a creer que se hubiera ido. Estaba viva. Ella estaba ahí. No era demasiado tarde. No podía. No esta vez. 21 Nate sacó un cuchillo de su bolsillo y lo giró mostrando la hoja, entonces uso la punta para rascar debajo de su barbilla. ―¿Desde cuándo te conseguiste una chica? Recuerdo claramente que eras gay. Lo clave con una mirada que esperaba dijera “cierra la maldita boca”. ―No, hombre, en serio. Estaba seguro que te gustaba la polla. No estoy bromeando. No te he visto con una mujer en más de un año. No te he visto siquiera oler un coño desde… ¿cuándo fue la última vez? Ni siquiera puedo recordarlo. Como si tu interruptor gay se encendiera el año pasado, quizás después que me viste desnudo o algo. Digo, eso tendría sentido. Un cuerpo como este, cualquier hombre se haría gay por él. Sin duda. ―Asintió, concordando consigo mismo, antes de continuar su sarta de tonterías―. En verdad pensé que estabas en una dieta estrictamente de pene ya que nunca pareciste… ―¡Oigan idiotas! ―La voz nasal de Berty interrumpió las estupideces de Nate―. Si quieren a esta perra viva, se irán de aquí. ¿Entendido? ―¿Cómo sabemos que está viva? ―grité. ―Maldito Conrad Mercer ―gritó su voz filtrándose con veneno―. Esta perra de aquí me dijo que no ha estado follándote. Pero aquí estás, listo para mojar tu pene una vez que la tengas de vuelta. Zorras mentirosas, todas. ―¿Está viva o no? ―Sujeté la 9 mm hasta que mis nudillos se entumecieron. Si estaba muerta, no me importaba qué tan buen tiro tuviera de mí. Me apresuraría a través de esa puerta y arrasaría con cualquiera que siguiera vivo. ―Al menos sabemos que no fue violada. ―Nate alzó la voz y entrecerró los ojos en la oscuridad más allá de las escaleras del sótano―. No puedes hacer que ese blando fideo haga algo excepto gotear pipí. ―Pensé que eras tú, Nate. ―Berty escupió, el sonido magnificado por el silencio―. Maldito traidor. Te voy a despellejar antes de poner una bala en tu cerebro. ―Sí, muy escalofriante, hombre ―se burló Nate―. Me arriesgaré con un hombre nombrado por un personaje de Plaza Sésamo cualquier día de la semana. ―¡Hijo de puta! ―La ira de Berty ardió como una cerilla en la oscuridad. Tan diferente de su padre. La sangre de Serge siempre se mantuvo unos grados por arriba del congelamiento. Nunca alzo la voz, nunca hizo algo ostentoso, pero te mataba tan pronto como te miraba—. ¿Quieren saber si está viva cabrones? ―Un sonido de conflicto―. Aquí tienen. Un grito, alto y aterrorizado, rompió en el aire, congelando el aire en mis pulmones y empujándome a la acción. 22 ―Mantenlo hablando ―vocalicé hacia Nate. Sonrió con satisfacción. ―Fácil. Caminé por el pasillo, pisando ligeramente y contando con la escandalosa voz de Nate para amortiguar el sonido. ―Así que, gran hombre, digo eso con ironía por supuesto ya que eres más bajito que mi mamá; ¿cuál es tu plan para salir de este apuro? Los policías estarán aquí muy pronto y ciertamente, les encantaría hablar de toda clase de cosas, no menos importante es cuánto ama tu madre el anal. ¿Tienes algunas ideas que quieras compartir...? La voz de Nate estaba desvaneciéndose al moverme lentamente por los escalones traseros y acercándome alrededor de la casa. El sótano estaba completamente bajo tierra excepto por dos ventanas a lo largo de la parte trasera. Una ya estaba rota, y podía escuchar a Berty gritando obscenidades a Nate. Luego su voz descendió. ―Tú y yo podemos salir de esto, Nate. Abandonamos a Conrad. La dejo ir. Solo aléjate. La voz de Nate apenas llego a mis oídos. ―Incluso un idiota como tú es suficientemente inteligente para saber que no le digo ni una mierda a Conrad. Tomaste a su chica. Pagarás el precio. Porque cualquier otro hijo de puta en esta ciudad sabe que no debe ni mirar raro a Con, ¿pero tú vas y la cagas justo en su porche? ¿Qué te hizo pensar que era una buena idea? ―¿Quieres que la mate? Solo sigue hablando. Nate rió. ―Sé una molestia tanto como quieras. Igual que tu mamá. No me importa. La única farola funcionando en el callejón sería suficiente retroiluminación para mostrar a Berty dónde estaba si él alzaba la mirada. Mierda. No había tiempo para hacer algo sobre eso. Me dejé caer sobre la rodillas y me arrastré entre los descuidados arbustos frente a la ventana rota, cuidadoso de evitar crear una sombra en el cristal. ―Dije que la dejaría ir. ¿Entonces por qué no se largan ustedes dos y me dejan ir? ―La desesperación teñía las palabras de Berty. Un pequeño gemido me dijo que Charlie aún estaba viva, aterrada, pero viva. 23 Mis ojos se ajustaron al oscuro sótano. La luz se filtraba a través de la ventana, pero no lo suficiente para ver mucho. El resplandor de la puerta en lo alto de las escaleras me daba un vistazo de una pierna atada a una silla. Charlie. Estaba sentada hacia el fondo de la habitación. No podía ver a Berty, pero su presencia irradiaba alrededor de mí como una fuga de petróleo sobre agua. Nate continuó hablando, una cualidad de él con la quepodía contar. ―Si te dejamos ir, ¿cuánto pasara para que vayas por lo que queda de tus soldados de porquería y vengan por nosotros? ―¡No lo haré! ―La voz de Berty vino de más adentro en el sótano. Negro. ―Mira, hombre, solo porque sea guapo no quiere decir que sea tonto. Cerré los ojos y deslicé el cañón de mi 9 mm a través del cristal roto. Un sonido de pies arrastrados en la oscuridad llegó a mis oídos. Berty se paseaba. Ajuste el arma hacia arriba y a la derecha. ―Si así es como va a ser, bien podría seguir a delante y desechar a esta perra. ―El chasquido de un arma temblando siendo levantada. Se había detenido unos pasos detrás de Charlie, profundo en la sombra del sótano. Con los ojos aun cerrados, ajusté mi objetivo ligeramente a la derecha. Nate silbó. ―Yo no haría eso, Berty. Conrad no lo apreciaría. Te mataría lento. Duraría semanas. ―Conrad. ―La voz de Berty cambió, el temblor creciendo―. ¿Por qué eres tú quién habla? ¿Dónde demonios esta él? ―Su miedo creció, y el chasquido se intensificó. Incliné el cañón unos centímetros hacia arriba, mi dedo en el gatillo. Podía imaginar su mano temblando, su postura, el sudor corriendo por su sien y cayendo desde la cicatriz en su mandíbula. El cañón de su arma apuntada al lado de la cabeza de Charlie. ―¡Conrad! ―El grito de Berty fue interrumpido por el disparo de mi 9mm. Él disparó al mismo tiempo, el disparo haciendo un ruido en la pared de ladrillo. Después, el golpe seco de su cuerpo golpeando el suelo, el grito de Charlie, los pasos de Nate golpeando por las escaleras. Me puse de pie y corrí de vuelta dentro de la casa y abajo al sótano. ―¿Nate? ―pregunté a la oscuridad. ―Sí, tengo el arma de la bolsa de grasa. Está vivo. Apenas. ¿Quieres que lo termine? 24 Me arrodillé frente a Charlie y saqué mi cuchillo. Con rápidos cortes, liberé sus ataduras. Su cuerpo se sacudió tan violentamente que tuve problemas en rodearla con mis brazos para levantarla de la silla. Me golpeó, sus manos sacudiéndose contra mi rostro y pecho. ―¡Charlie! Estás a salvo. ―La apreté contra mí―. Shhh. Estás a salvo. Lo juro. Se calló, excepto por los sollozos que lograban salir de su garganta. ―¡Con! ¿Qué vamos hacer con él? Todo en mí quería pisotear el cerebro de Berty sobre el cemento. Pero no había sido ordenado hacerlo. Vince lo había dejado vivo por una razón. Y cuestionar una orden no era parte de la descripción de mi trabajo. Me pagaban para matar. Si no me pagaban, no hacia una mierda. El código del sicario. Se escucharon sirenas en la distancia. Alguien en el vecindario por fin había tenido el valor de llamar al 911. ―Déjalo. ―Las palabras sabían como mierda en mi boca. ―¿Qué? ―La incredulidad rozando el tono de Nate. ―Si se desangra, bien. Si no lo hace, estoy seguro que vendrán pronto por él. ―Me dirigí a las escaleras―. El nuevo jefe no lo querrá por aquí más de lo que el viejo jefe lo quería y, esta vez, no hay lazo de sangre para salvarlo. ―Mierda. ―Un carnoso golpe seguido de un gemido doloroso sonando de la oscuridad, después Nate me siguió por las escaleras―. Amo patear a un hombre cuando está caído. Lidiaría con Berty después. Mi mayor preocupación estaba envuelta en mis brazos. Cuando alcancé la parte superior de las escaleras, me di cuenta que su blusa había sido cortada al medio, sus pechos expuestos. La furia cubrió cada célula en mi cuerpo, y casi me di la vuelta hacia las escaleras para terminar con el pedazo de mierda en el sótano. Nate miró a Charlie y negó. ―Tenemos que irnos, hombre. Policía. Tenía razón. Nos apresuramos por la puerta trasera y hacia el callejón. Encendió mi auto mientras me sentaba en la parte trasera con Charlie. Sus ojos estaban firmemente cerrados, y las lágrimas corrían por sus mejillas de porcelana. Nos alejamos, las llantas rechinando cuando Nate aceleró por el callejón. La pesadilla de la Calle Lerner desvaneciéndose tras nosotros. Si Berty sobrevivía, tendría un infierno que pagar. Si Berty moría, habría un infierno que pagar. Solo 25 esperaba haber tomado la decisión correcta al dejarlo vivo. El incómodo hoyo en mi estómago me decía que no lo había hecho. 26 El asesino me mantuvo cerca mientras el auto aceleraba por las calles borrosas de la ciudad. Me dolía el rostro, y todavía podía saborear el hilo de sangre en mi lengua. El temblor no paró, mi cuerpo repugnado con todo lo que había pasado en las últimas horas. Horas que se sentían como días. Un dolor que quemaba en mi alma, y un miedo del que no sabía si podría recuperarme. ―¿Esta viva? ―El conductor giró bruscamente a la izquierda. ―Sí. ―El asesino pasó sus manos por mi espalda y mi costado, antes de apartarme de él. Sus ojos se posaron en mi camisa rasgada, luego en mi rostro―. Está algo golpeada, pero sobrevivirá. ―Se acercó, su fuerte pecho presionado contra mi temblante figura, y se sacó la chaqueta―. Toma. ―El asesino la colocó a mi alrededor. Cálida por el calor de su cuerpo, era como un bálsamo en mi piel. El aroma a aceite de arma, una clase de crema después de afeitar y a hombre, me envolvió mientras me volvía a acercar a sus brazos. Pude notar el brillo metálico de la pistola en la funda que tenía sobre el hombro. ―Vas a estar bien. ―Metió mi cabeza bajo su barbilla. No podía hablar. El recuerdo de Berty cortando mi camisa se repetía en mi cabeza. Le repugnancia me congeló, enviándome de nuevo a ese oscuro sótano junto con los hombres que querían lastimarme. ―Si sabes la mitad de buena de lo que te ves. ―Berty se lamió los labios y deslizo el cuchillo debajo de la tela de mi camisa. Me clavé las uñas en las palmas, el dolor me recordó que ya no estaba inmovilizada. Bueno, al menos no por cuerdas. Los brazos del asesino me rodearon rápidamente, pero no me daba miedo, de la manera que Berty lo hizo. Ahogué un sollozo que trataba de escapar de mi pecho. ―Charlie, estás a salvo. ―Me acarició de arriba abajo la espalda con su gran mano―. No permitiré que nadie te lastime. Lo juro. ―Su voz rasposa me envolvió, acercándome más a él. 27 Mi mejilla reposaba sobre su pecho, los constantes latidos de su corazón golpeando en mi oído izquierdo. ¿Cuántos corazones habrá detenido hoy? Mis ojos se ajustaron a la oscuridad y las luces parpadeantes de las calles. Rojo oscuro apareciendo a través de su camisa azul, desplazándose desde su hombro. ―Estás sangrando. ―Estoy bien. La bala atravesó el hombro. Nate se rió. ―Atrapado por ese maldito novato. No estás en forma, amigo. El asesino se movió, presionando sus hombros contra el asiento, pero no relajó su agarre en mí. ―Déjame ir. ―Las palabras salieron en una débil voz que no reconocí. Una de la que pensé que me había desecho hace años. ―No puedo. No todavía. ―Continuó acariciándome la espalda con la mano, en suaves movimientos. Una calma extraña, cayó sobre mí, aunque mi cuerpo seguía temblando. Este hombre, el que me sostenía tan de cerca, también cargaba con mi destino en sus manos. No podía escapar de él. Su musculoso cuerpo y su arma me lo decía. Si lo deseaba, me mataría, dejaría de respirar. Sin posibilidad de escapar. ―Charlie. ―Tragó, su manzana de Adán moviéndose―. Mírame. Una lágrima rodó por mi mejilla mientras estiraba mi cabeza para mirarlo a los ojos. Cejas oscuras y pestañas gruesas enmarcaban unos iris azul zafiro. Una barba de tres días, enmarcaba su mandíbula, y todo en él se sentía tenso, fuerte. Llevó su mano a mi mejilla. Me estremecí, pero solo usó su pulgar para limpiar la lagrima. ―No voy a lastimarte. Estás más a salvo conmigo, que en cualquier otro lugar. ―Por favor, solo déjame ir. ―No quería estar aquí, rodeada de hombres violentos. Quería mi cama, mis programas de televisión aburridos, y pasar mis solitarios días creando la ilusión de amor y afecto, a partir de los tallos de rosas y aroma de bebé. Su mirada viajó demi cabello a mi barbilla, y luego hacia el cuello de su chaqueta a mi garganta, como si tratara de memorizar cada curva y línea de mi rostro. ―No puedo. No hasta que todo este desastre se resuelva. 28 Otra lágrima escapó de mi ojo. La atrapó y corrió suavemente un dedo por el corte en el puente de mi nariz. Hice una mueca. ―No está rota. ―Apretó la mandíbula―. ¿Ellos hicieron… ellos te lastimaron en otro lugar? Sabía qué estaba preguntando. ―Iban a hacerlo, pero… ―Las palabras se atoraron en mi garganta y negué. Un fantasma con puños ensangrentados y odio en los ojos se adentró en mi mente. Se hizo paso por la puerta mientras me encogía en el interior. Rojo saliendo de su herida en el pecho, y se desvanecía de nuevo en la neblina de mis recuerdos―. Solo quiero irme a casa. ―Señorita, si Conrad cree que está mejor con él, entonces lo está. ―El conductor comenzó a pasar por las estaciones de radio, hasta que se detuvo en una de R&B―. En caso que no lo notaras, algunos tipos bastante pesados, parecen creer que eres su atracción principal. Mejor para ti quedarte con los tipos que tienen las armas que estar afuera esperando por el disparo. ―¿Por qué? Nate suspiró. ―Acabo de decirte… ―No. ―Pongo más fuerza en mi voz―. ¿Por qué pensarían que estoy contigo? ―Estudié los ojos de asesino, Conrad, pero se mantuvieron impenetrables, de alguna manera oscuros a pesar de su azul claro. ―No importa. ―No apartó la mirada, me estudiada como si quisiera descubrirme, la verdadera yo que ocultaba al mundo. La que había sido golpeada lo suficiente para saber que la mejor manera de permanecer viva era manteniendo la cabeza baja. ―Es importante para mí. ―Desafío, una característica que creí haber perdido, escapó de mi voz. Suspiré, y el sonido cargaba agotamiento que reflejaba el cansancio que tenía en mí y se estaba apoderando por completo. Mi adrenalina había bajado, y sentía como si pudiera dormir por días. Aun así, no ofreció ninguna explicación, con esos ojos que no parecían de este mundo. La fatiga llegó a mí como una ola, y me hundí más en él. Deslizó sus manos alrededor de mí una vez más, abrazándome con cálidos brazos de hierro. Me salvó de Berty, solo para encerrarme en un tipo de prisión diferente. No era libre, pero por alguna razón le creía cuando decía que no me lastimaría. Cerré los ojos e inhalé su aroma. Por el momento estaba a salvo en los brazos de un asesino. 29 30 Charlie descansó apoyada en mí, sus respiraciones relajadas, calmando la furia que ardía en mi interior. Olía a algo de su tienda de flores, ligero y dulce. Ni siquiera lo que pasó en ese sótano de mierda lo empañaba. Berty le había dado dos golpes, y casi le rompió la nariz. Pero no hizo más, no tuvo la oportunidad. Le debía a Nate por esto. Y mucho. Su grito aterrorizado sonaba en mi cabeza. La culpa tratando de surgir, el sentimiento tan extraño había sido cosa irreconocible para mí. ¿Cuántos hombres había matado? Había perdido la cuenta hace tiempo. El remordimiento nunca llegaba, no importaba a cuántos padres, hijos y hermanos llevase a su sangriento final. Pero Charlie era diferente. Ella era mi daño colateral, una víctima de la muerte y destrucción que siempre me seguía al despertar. Su sufrimiento me sorprendió, me desnudó hasta lo más profundo y se burló de los restos de mi alma. Tembló de nuevo, un violento estremecimiento. Presioné mis labios en su cabello y la sostuve, deseando poder quitarle esos oscuros recuerdos y simplemente agregarlos a mi colección. Lo que fuera que Berty le hizo, sería una pequeña astilla en la esquina de mi habitación llena de trofeos sangrientos. ―¿A dónde vamos? ¿Qué vas a hacer con ella? ―Nate aceleró, pasando negocios oscurecidos y paredes de ladrillo cubiertas con grafiti. No podía llevarla al lugar de arriba del Bar de Carnie, a donde solía ir. Era un maldito basurero, era el lugar a donde iba a lavar la sangre de mis manos y a beber hasta olvidar los asesinatos. ―Mi casa en Old City. ―No jodas. Sabía que tenías un lindo lugar escondido, pero nunca me invitaste. ―Nate entró a la autopista, poniendo la muy necesitada distancia entre nosotros y el baño de sangre en Lerner. Pasamos un camión con arena, tratando de adelantarnos al congelado pavimento que se extendía delante de nosotros. ―Sí, necesitaré que te olvides de la dirección una vez que esto termine. 31 Nate me observó a través del espejo retrovisor, la mitad de su rostro entre sombras. Había sido un ejecutor de bajo nivel para el padre de Berty, Serge Genoa. Luego Vince había llegado con una mejor oferta. Bajo mi consejo, Nate acepto el nuevo trato. Sería empleado del nuevo jefe por algunos meses, antes del cambio de poder oficial ocurriera; es decir, mi bala en la cabeza del viejo jefe. Nate y yo veníamos del mismo conjunto de bloques rotos en el norte de Filadelfia. Habíamos crecido bajo la sombra de la familia Genoa, nuestros padres trabajando para el padre de Berty, hasta que el padre de Nate murió de cirrosis y el mío de un balazo. Luego nos pusimos en sus zapatos, sin que se nos preguntara. Nate y yo fuimos cortados de la misma tela, ¿la diferencia?, él tomaba una vida cuando tenía que hacerlo. Asesinar era mi religión. ―Dirígete a Washington Square. ―¿Estás bromeando? ―Nate tamborileó los dedos en el volante―. Eso es una mierda hombre. Llevo viviendo en el jodido cuarto de huéspedes de Trish, desde que ma me echó, ¿y tú tienes una casa en Washington Square? Por lo general le rompería las bolas recordándole sus caros zapatos, las putas, y los hábitos de beber, pero no hoy. No cuando Charlie descansaba en mis brazos. Dios, había sido golpeada, casi violada, y yo era el monstruo que estaba agradecido por la oportunidad de poder sostenerla, después de todo. ―Oye. ―El tono de Nate más serio―. ¿Qué vamos a hacer si Berty sale adelante? Miré hacia Charlie. ―Lo manejaremos. ―Pero Vi… ―No más nombres. ―Niego hacia su reflejo. Cuanto menos supiera Charlie, más segura estaría. Levantó la mano, y luego la golpeó contra el volante. ―Bien, ¿qué crees que el jefe va a hacer? ―Dará la orden sobre Berty, y me haré cargo. Las luces brillantes de Old Town aparecieron, los condominios de gran altura para los milenarios ricos, y las casas de viejos ladrillos que usualmente permanecían entre la familia. Había tenido uno de mis mayores éxitos hace cinco años, y había comprado todo el piso de arriba de un edificio colonial de diez pisos en Washington Square. La muerte de mi víctima era mi ganancia. Nate todavía no estaba satisfecho. 32 ―Está bien, claro. Pero, ¿por qué no ha dado la orden? ―No lo sé. No es mi trabajo… ―Cuestionar al jefe ―terminó la oración por mí, con una nota de sarcasmo. ―Me alegra que finalmente fui capaz de enseñarte algo. ―Cinco años menor que yo, Nate todavía trataba de saltarse el sistema. No entendía que ese sistema era todo lo que teníamos. Sin hombres como Genoas o Vince, hombres con dinero, negocios ilegales, y un negocio por lo bajo que hacía prosperar y proteger el dinero, y la venta de drogas y prostitutas, Nate y yo éramos inútiles. Cargaríamos con las armas sin tener a quién disparar. ―Cabrón. ―Tomó la salida hacia el centro de la ciudad y maniobró, pasando por la campana de la Libertad y otros puntos turísticos, todos desiertos en la congelada noche. ―Solo quiero ir a casa ―murmuró Charlie. Pasé una mano por su suave cabello, los mechones de color café cayendo entre mis dedos. Tenía que quedarse cerca de mí hasta que el movimiento terminara, hasta que Vince consolidara su poder y nadie más, ―fuera de los sospechosos conocidos―, fuera tras mi sangre. Solo esperaba que fuese capaz de dejarla ir una vez que todo terminara. 33 Entramos a un elevador hasta llegar al piso de arriba en un edificio de departamentos. Conrad mantuvo su brazo alrededorde mi cintura. El calor de su cuerpo se filtró hacia mí, calentando el frío que dejó ese sótano. Sostuve su chaqueta más fuerte a mi alrededor, a la vez que el elevador sonaba y abría las puertas para dar paso a un lugar con espacio abierto. ―Menuda manera de ocultármelo, idiota. ―Nate salió primero, su cabeza girando―. Solo mira toda esta buena mierda. Conrad caminó conmigo saliendo del elevador. Este cerrándose detrás de nosotros, y presionó un interruptor que iluminó el lugar. La habitación brilló, revelando una cómoda sala. Sofás de cuero, una alfombra afelpada y una gran pantalla de televisión que se encontraba en el centro. Una pared consistía en seis grandes ventanas, con paneles de vidrio enrejado que daba vista al parque. A la derecha, una gran isla de mármol, que formaba parte de la cocina, los aparatos de acero inoxidable brillaban con la luz tenue. Mi pequeño apartamento en el borde de Mantua, era un armario mohoso comparado con este lugar. Ver esta casa, escuchar el elevador cerrándose detrás de mí, me sacó de mi estado de conmoción. Necesitaba salir. No para ir a la policía, sino para cerrar la tienda y escapar de este lugar. La idea de dejar atrás todo lo que construí apestaba, pero no sería la primera vez que comenzaría de cero. Podía manejarlo. ―Vamos a limpiarte. ―Conrad me guío cruzando el área de la sala, su brazo musculoso empujándome hacia una puerta oscura. Nate voló hacia uno de los sillones y acomodó sus manos detrás de la nuca. ―A la mierda el cuarto de huéspedes en casa de Trish. Me quedo aquí. ―No lo harás. ―La voz baja de Conrad resonó en toda la habitación―. Lo discutiremos más tarde. 34 ―Está bien. Sí. Más tarde. ¿Tienes Skine-max1? ―Encendió la televisión mientras Conrad me hacía traspasar la puerta hacia una amplia habitación. Una cama King Size con un edredón oscuro y mullido en medio de la habitación. Los pisos de madera oscuros brillaron cuando encendió las luces, y presionando un botón, las cortinas grises cubrieron silenciosamente las dos ventanas que daban vista al parque. Cuando cerró la puerta detrás de él, me congelé. El pánico se apoderó de mí, mientras dirigía la mirada a la cama, rápidamente giré para así tenerlo de frente y tratar de defenderme. ―Vaya. ―Levantó las manos e hizo una pequeña mueca. La herida en su hombro debía de estarle molestando―. No voy a lastimarte. Pensé que lo había dejado claro. ―Pelearé contra ti. ―Cerré los puños―. No seré suave contigo. Te lo voy advirtiendo. Inclinó la cabeza hacia un lado, como si le hubieran sorprendido mis palabras. ―¿Estás bien? ―Si. ―Retrocedí y miré alrededor, buscando algún tipo de arma. Los muebles eran escasos y el lugar parecía más un cuarto de hotel que un hogar―. Y mi novio me estará buscando. Sabrá que estoy desaparecida. ―¿Sí? ―Arqueó la ceja―. ¿Cómo se llama? Mierda. Dudé por un momento antes de decir: ―Todd. ―Pero ese instante de duda fue suficiente. Él sabía que era una mentira. ―Mira. ―Sacó la pistola de su funda, la colocó en el tocador y comenzó a desabotonarse la camisa―. Esto no es opcional para ninguno de los dos. Tú no quieres estar aquí. Traté de no quedarme mirando el arma, pero ya estaba pensando en la manera en que pudiera tomarla antes que él. ―No puedes. ―Puso la vista hacía el arma y luego en mi―. Siempre ganaría. ―¿Siempre? ―Me dirigí hacia la puerta, que parecía ser la del baño. Suspiró fuertemente, el cansancio se era claro en su respiración. ―Sí. Es lo que hago. 1 Skine-Max: es como se le conoce al canal de películas estadounidense Cinemaxin, cuando pasan películas en la noche para adultos. 35 ―¿Matar? ¿Es a lo que te refieres? Su rostro se endureció, un musculo palpitando en su mandíbula. En ese momento, me di cuenta de lo aterrador que podía ser. Era como una sólida pared de músculos, por lo menos medía un metro con noventa y cinco, con un rostro atractivo y ojos que se volvían fríos en un parpadeo. Tragué fuertemente, chocando al mismo tiempo con el marco de la puerta. ―Voy a tener que coser esto. ―Se señaló el hombro con la barbilla, pero sin apartar la vista de mi―. Pero primero necesitaré hacerme cargo de tu nariz y limpiarte. ―Primero, tienes que decirme por qué estoy aquí. ―No podía evitar el tono agudo de mi voz―. ¿Por qué Berty me tomó? ¿Por qué está pasando esto? Movió sus manos hacia su cabeza y se quitó la camisa en un movimiento bastante masculino. Su abdomen se flexionó, y su pecho desnudo parecía haber sido esculpido. Tinta negra comenzaba alrededor de sus brazos y se encontraban en el medio de su pecho “Muerte antes de deshonor”, estaba escrito entre sus pectorales en una escritura cursiva. En cada uno de sus dedos había una letra. Cicatrices cubrían su cuerpo, algunos cortes largos y aplastados, con círculos a los costados a causa de las puntadas, otros eran redondos o desiguales. Era un campo de batalla, su historia contada en sangre y tejido cicatrizado. ―Este no es momento de explicaciones. ―Usó la camisa para tocarse la herida, y la lanzó al tocador, justo a un lado de su arma―. Este es el momento en que yo curo nuestras heridas. Luego vamos a dormir algo. Y después, solo después, decidiré qué va a pasar. Cuando sea momento que te enteres de algo, te lo haré saber. Hijo de perra. Miré hacia las ventanas con cortinas, a la puerta y finalmente, a la pistola antes de regresar mi vista a él. ―No puedes mantenerme prisionera aquí. ―Puedo y lo voy a hacer. Lo primero es lo primero, tengo que hacerme cargo de ese corte en tu nariz. Me crucé de brazos, su chaqueta todavía envolviéndome. ―Puedo arreglarlo yo. Sonrió, un movimiento tan sutil en su labio, que le dio un aire diabólico. ―Seguro, pero por la manera en la que estás mirando mi arma, tengo el presentimiento que dejarte sola es una mala idea. ―No la he estado mirando. ―Retrocedí hasta entrar al baño, y guíe mi mano hacia la perilla. 36 Cruzó la distancia entre nosotros y me tomó de la muñeca antes que tuviera la oportunidad de cerrar la puerta. ―Como lo dije, no harás nada sola. ―Empujando la puerta la cerró detrás de él, soltó mi muñeca y luego le puso el seguro a la puerta―. El tiempo en que tardes en quitarle el seguro a la puerta y abrirla, te tendré sujeta contra la pared. ¿Entendido? ―Me miró, con irritación en su voz―. No tiene sentido que siquiera lo intentes. Me mordí el labio y no aparté mi vista de él. ―Podría gritar. Algo brilló en sus ojos, una chispa que envió un cosquilleo que bajó por mi espalda. ¿Qué le habrá pasado por la mente? ―Podrías. ―Asintió y pasó por mi lado hasta llegar a unos gabinetes de piso a techo, junto al tocador de mármol blanco―. Pero las paredes reforzadas y las ventanas de doble panel, aunado a que el piso de abajo está desocupado por renovaciones, nadie te escucharía. ―Sacó una clase de ungüento, vendas y un pequeño kit para coser―. Pero, siéntete en casa. Mientras lo haces, ven y siéntate para que pueda limpiar y vendar tu nariz. El mármol blanco y gris del tocador y lavabo era de una sola pieza. Un espejo con marco de madera oscuro colgaba sobre este. Una ducha, inodoro, bañera con patas, y una puerta oscura que llevaba a un armario con espacio suficiente para cambiarse en él, completaba el baño. Me preguntaba si este espacio era más grande que mi abarrotado departamento. Moví los dedos por la perilla cerrada, pero no dudé de sus palabras. Sería capaz de atraparme si intentaba escapar. Mientras tanto, tendría que seguirle la corriente. Caminé hacia el tocador y giré para tenerlo de frente. Colocó los suministros médicos en el mármol con un pequeño ruido, luego se paró frente a mí, y me ofreció la mano para ayudarme a sentar. Me encogí, alejándome de él. El recuerdo de las frías manos de Berty cruzó por mi cabeza. Conrad se detuvo, frunció el ceño. ―No tienesque tenerme miedo. Aparté los ojos de él. ―¿Porque el hombre que mantiene prisioneras a las mujeres es de confianza? Hizo un sonido de rechazo con la garganta y me ofreció la mano. ―Tómala cuando estés lista y te ayudaré. 37 Miré su mano y traté de calmar los rápidos latidos de mi corazón. Conrad me ofrecía ayuda en lugar de las promesas de dolor de Berty. No es que me importara. Dejar que me ayudara no era mi única opción. ―Puedo hacerlo yo. ―Presioné las palmas de mis manos sobre el frío mármol, me levanté y me senté en este. La decepción cruzó rápidamente por sus ojos antes de volver a su mirada regular, sin emoción. Se acercó más, sus caderas presionadas en mis rodillas. Le podía hacer más fácil el acercarse, pero eso requeriría que abriera las piernas, y definitivamente no lo haría. Tomó una bola de algodón y la empapó en alcohol, el olor a antiséptico se volvió fuerte en el baño. ―Va a arder. ―Está bien. ―Aferré el borde del mostrador con las manos mientras limpiaba mi nariz. El dolor no era placentero, pero resultaba manejable. Después de algunas otras pasadas, tiró el enrojecido algodón y uso otro. Su aroma masculino llegaba en oleadas mientras sus dedos me limpiaban. Tuve primera fila para observar su cabello negro, y notar cómo arrugaba el rostro al concentrarse en mi nariz. Los músculos alrededor de su cuello y fuerte torso, se tensaban. Era atractivo. Sería estúpido no admitirlo, pero ese mismo atractivo ocultaba oscuridad. La manera en que asesinó a ese hombre en la calle, fríamente y sin emoción alguna. Reprimí un escalofrío. Se quedó observando mis ojos por un momento, como si intentase buscarme, aunque la yo a la que trataba de encontrar estuviera muy escondida. Mantenerme cerrada a los demás era la única manera de sobrevivir. Cuando cometía el error de dejar a alguien pasar, pagaba muy caro el precio. Una vez satisfecho con la limpieza de mi herida, me aplicó el ungüento y me colocó una pequeña tirita sobre el puente de la nariz. ―No puedo hacer nada respecto al ojo morado. La hinchazón ya está bajando. ―Dio un paso hacia atrás y señaló la bañera―. Tomarás un baño. Te haré sentir mejor. Cerré y apreté las solapas de su chaqueta. ―De ninguna manera. ―No había estado desnuda frente a un hombre en años, no desde Brandon. ―Mira, no te dejaré aquí sola. ―Abrió otro gabinete y sacó dos mullidas toallas blancas―. Y necesitas un baño para lavarlo. 38 ―¿Lavarlo? ―Retrocedí hasta chocar con la pared de cerámica, junto a la puerta. Recorrió la corta distancia que nos separaba y se detuvo cuando estuvo a centímetros. ―Lo que pasó. Necesitas lavarlo hasta quitarlo. Es la única manera en que serás capaz de superarlo. Lo observé. ―¿Es lo que tú haces? Después de dispararle a ese hombre en la calle, solo, ¿lo lavas hasta quitártelo? ―Así es. Y no darle otro maldito pensamiento. ―Entrecerró los ojos―. Pero no tuve la oportunidad porque Nate me mandó un mensaje diciendo que estabas en problemas. Mi irritación salió, entre la mezcla de sentimientos que continuaban dentro de mí. ―No actúes como si me hubieras hecho un favor, idiota. Es bastante obvio que la única razón por la que termine así es por ti. Bajó la mirada. Era como si lo hubiera lastimado. Pero luego me encontró observándolo, ira en sus ojos. ―Charlie, nada de esto es negociable. ―Sujetó su chaqueta y tiró de mí hacia él, tan cerca que nuestras narices casi se tocaban. Clavé las uñas en sus brazos, pero no reaccionó. ―Puedes culparme y estar enojada conmigo todo lo que quieras, pero no cambia el hecho que vas a tomar une estúpido baño y luego vas a meterte en mi cama y dormir para así terminar con este jodido día. Puedes hacerlo ya sea de la manera fácil y bañarte mientras limpio mi hombro. O, te desnudaré, te pondré en la bañera, y te limpiaré. ―Aflojó su agarre de la chaqueta y tomó aire―. Maldita sea Charlie, estoy tratando de ayudarte. ―Soltó por completo su agarre y se echó hacia atrás. La urgencia de escapar no dejaba de rondar por mi cabeza, obligándome a que saliera de aquí. Pero me atraparía. Lo sabía, era casi tan seguro como el hecho que sabía que tendría que bañarme con él en la habitación. Giró hacia el lavabo y tomó el alcohol enojado. Dos alas, cada una en tinta negra, en gran detalle, cubrían casi toda su espalda. Seguí las líneas, desde las puntas que desaparecían en su pantalón, a las de arriba que terminaban en sus omoplatos. 39 Las letras estilo gótico en el centro del diseño decían: “Angelus Mortis”, el ángel de la muerte. 40 Charlie se dirigió hacia la bañera, luego se inclinó y abrió los grifos. El agua cayó en la tina mientras probaba la temperatura con los dedos. Una vez que estuvo satisfecha, se enderezó y miró hacia mí sobre su hombro. Limpié la salida de la bala con alcohol. El ardor llegó hasta mi cabeza y me recordó que estaba vivo. Llevando la mano hacia mi hombro, sentí el agujero de la bala. La entrada era más pequeña que la salida. La bala hizo un jodido desastre al salir. Necesitaría coser la salida, pero mi espalda podría sanar sin ayuda. Empapé las sangrientas partes con alcohol y esperé a que secara. A pesar de necesitar concentrarme en limpiar mi herida, mi atención me llevó a Charlie. La bañera se llenó rápido, pero no había hecho ni un solo movimiento para sacarse la ropa. ―Podrías no mirar ¿por favor? ―Su voz apenas se escuchó por encima de la caída y del salpicar del agua. Quería mirar, ver el cuerpo que sabía que era hermoso. Su figura, las partes ocultas por su ropa… quería verlo todo. ¿Alguna vez había querido algo tanto como la quería a ella? No. Pero no sería así, no después de lo que le pasó en ese jodido sótano. No la convertiría en una víctima una vez más, y mataría a cualquiera que incluso se atreviera a lanzarle mala sensación. Lo que era algo loco, dado el hecho que la dejaría ir. Giré y tomé el kit de costura del mostrador. ―No voy a mirar, pero si tratas de escabullirte a mis espaldas, te veré por el espejo. Así que no te molestes. ―No lo haré. ―El agua se cerró, la habitación de pronto en silencio, excepto por el rítmico goteo del grifo. Luego, el suave sonido de tela cayendo al suelo, una cremallera abriéndose, y el ruido de sus piernas entrando una a la vez al agua. Gimió, y mi polla se endureció. Al menos estaba alejando la sangre de mi hombro. Mierda. Pensé que todo esto de bañarse, luego ir a la cama para que pudiera superar el sobresalto y poner distancia entre lo que le pasó, sería fácil. Pero no me había dado 41 cuenta de lo difícil que sería el no tocarla, no sostener a la mujer con la que había soñado por más de un año. ―Ya estoy dentro. Puedes girarte. ―Su voz se había relajado, la tensión de más temprano se la había llevado el agua, justo como lo esperaba. Limpié el espejo con mi palma, alejando el vapor para así poder tener una buena vista de mi hombro. Siete puntadas máximo. Me había vuelto muy bueno al calcular el daño. A lo largo de mi carrera había creado un tapiz casero a través de mi cuerpo, consistiendo en miles de puntadas, cada una siendo más limpia que la anterior. Inserté hilo en la aguja y comencé en el final de la herida. La primera puntada siempre era la más dolorosa. El resto, solo eran ecos de la primera. Trabajé a pesar del dolor, hasta que la piel estuviera unida lo suficientemente para que pudiera sanar. Todo eso mientras escuchaba el suave respirar de Charlie, y sus pequeños movimientos bajo el agua. Una vez que terminé con la aguja, la bajé y eché más alcohol en ella. La limpiaría más tarde. Necesitaba descansar. Este no era el momento de dejar que mi mente se nublara por la fatiga. La vida de Charlie dependía que me mantuviera en forma. Defraudarla no era una opción, no después de todo por lo que pasó. Abrí el gabinete, tomé una toalla y la colgué en la barra plateadajunto a la ducha. ―¿Qué estás haciendo? ―El miedo en su voz me hizo casi sonreír. ―Tomar una ducha. ―Sin mirarla, me desabroché el pantalón y lo dejé caer al suelo, poco después mi bóxer―. Si tratas de correr te atraparé. Y ambos estaremos desnudos. Así que piensa en eso, ¿está bien? ―Quería que corriera, estaba desesperado porque lo hiciera, pero tenía que calmar mis deseos por ella, por lo que ella necesitaba. Y en ese momento, ella necesitaba seguridad. Giré las perillas y entré a la ducha, cerrando la puerta detrás de mí. Charlie tendría una clara visión de mí a través del cristal. No me importaba, pero me tomó un gran esfuerzo no mirarla. La idea de ella mirándome me puso tan duro que casi dolió, pero le di la espalda, tanto como fuera posible. Una vez que terminé, tomé la toalla y la amarré a mi cintura. ―¿Lista para salir? ―Sí, pero no quiero usar la misma ropa. ―Estaba relajada, el sonido de su voz era como agua fluyendo entre rocas―. Huelen a ese lugar. El sótano. ¿Tienes algo que puedas prestarme? La imagen mental de ella en una de mis camisas y nada más, casi hizo que me corriese. 42 ―Sí. Espera. ―Me dirigí al armario, en la parte más alejada del baño, aunque mantuve la bañera dentro de mi vista periférica. No se movió. Saqué una camisa de un cajón, y dos bóxers de otro―. Esto servirá para la noche. ―Coloqué la ropa junto a sus toallas―. Me daré la vuelta para que puedas salir. ―Deseaba que dijera que podía mirar, que no le importaba que la viera. En su lugar ella respondió: ―Gracias por no mirar. ―De nada. ―Le di la espalda como le prometí y salió de la tina. Después de un momento, caminó hacia la puerta. Mi camisa la cubría por completo, y tuvo que enrollar el bóxer para que no se le bajara, pero maldita sea, era hermosa. La parte detrás de sus piernas era suave, su piel rogando por ser tocada, mientras desaparecía por debajo de la tela a cuadros. Jesús. Recargó la cabeza en la puerta y bostezo. ―Tenías razón. Tiré la toalla y me puse el bóxer, escondiendo mi erección detrás del elástico. ―¿Sí? ¿Cómo es eso? ―Me siento mejor. ―Apoyó la frente en la puerta―. Quiero decir, todavía quiero ir a casa, y no me gustan los sótanos y me duele el rostro, pero ya no me siento tan… ―Fría… Giré y me regaló una mirada cálida que fue directamente al agujero de mi corazón. ―Sí. ―Bajó la mirada a mi pecho, observando el tatuaje, luego más abajo. Sus mejillas se encendieron, pero rápidamente giró antes que sus ojos llegaran a mi polla―. ¿Puedo abrir la puerta ahora? ―Sí. Se apresuró con el cerrojo antes de entrar a mi habitación. Acercándose a la cama se detuvo y pasó los dedos a través de la colcha negra. ―¿Dormiré aquí? ―Sí. ―Caminé hacia mi 9mm en la cómoda, tratando de encontrar algo en qué concentrarme que no fuesen sus curvas bajo mi camisa. ―¿Dónde dormirás tú? ―Se acercó a la cabecera de la cama. ―Contigo. ―Caminé hacia el lado más cercano a la ventana y deslicé mi arma bajo la almohada. Tenía otra oculta en la mesa de noche en una funda de fácil acceso, 43 y una escopeta en un estante hecho a la medida debajo de la cama. Sin mencionar mi arsenal en el armario y otras armas ocultas en el departamento. La música viajó desde el sistema de sonido de la sala, seguido del distintivo sonido de una fuerte jodida y de una mujer gimiendo. Nate había encontrado el canal de pago. Genial. 44 ¿Porno? Traté de no verme más alarmada de lo que ya estaba. Pero me quedé mirando hacia la puerta que llevaba a la sala, y fue cuando el hombre dijo: ―¿Te gusta esto en tu pequeño y apretado coño? ―Sí, papi ―fue la respuesta. Dios mío. No podía mirar a Conrad, así que miré de reojo la almohada donde había escondido su arma. Si pudiera tomarla, tal vez podría detener a Conrad mientras escapaba. Pero luego tendría que pasar a Nate. Sin mencionar que no estaba del todo segura que Conrad se detendría solo porque le apuntara con el arma. No la dispararía, pero él no lo sabía. ¿O sí? De cualquier manera, tendría a un furioso asesino en mis manos. No podría arriesgarme. ―¡Nate, mantenlo bajo! ―Conrad apartó las cobijas y entró a la cama. Se recostó, sus ojos sin dejar de observarme. ―Lo siento. ―El sonido bajó―. Pero deberías de verle el trasero a ella. Como dos pavos rellenos a la perfección. ―Métete. ―Conrad movió las cobijas del otro lado, mientras su brazo cubría mi almohada. Un escalofrío no deseado recorrió mi cuerpo mientras lo miraba, un hombre hermoso invitándome a meterme en su cama. Pero era mucho más que un simple postre en el aparador. Era un asesino. E incluso, aunque hubiera sido gentil conmigo, la necesidad de escapar era todavía mi prioridad. ―¿No tienes una habitación para invitados? ―La tengo, pero tú no te quedarás ahí. ―Colocó la mano derecha detrás de su cabeza―. No voy a follarte… ―Frunció el ceño y luego continuó―: Quiero decir, no lo haré a menos que lo pidas amablemente. Solo necesito saber que estás cerca, que estás segura. De eso se trata. ―Para probarlo, bajó la sábana y colocó su brazo izquierdo bajo su cabeza. Su pecho tatuado a la vista, pero la cobija lo cubría a partir del estómago. Tragué con fuerza. 45 ―No he dormido con alguien en un largo tiempo. Contuvo la respiración mientras le daba un vistazo a mi cuerpo antes de regresar a mi rostro. ―¿Por qué no? ―No estoy hablando de sexo. ―Eso tampoco lo había hecho, pero no era lo que quería decir―. Tengo pesadillas algunas veces, y pueden ser bastante feas. Algunas veces despierto gritando. Y eso suele ser un problema. Tiré del borde de la camisa hacía abajo, aunque la cosa me quedaba enorme, como un muumuu2 ―No importa. Entra ya. ¿Eso estaba sucediendo realmente? ―No creo que… Su voz se endureció. ―O te metes o te meto yo. Esas son tus opciones. Tomé fuertemente la colcha, jugando con la esquina. Él no cambiaría de opinión, y sabía que si no hacía lo que pedía cumpliría con su amenaza. Me senté y coloqué las piernas bajo las cobijas. Recostándome en la orilla de la cama, dándole la espalda. Suspiró, el sonido profundo y masculino. ―¿Con qué sueñas? ―¿Perdón? ―Dijiste que tienes pesadillas. ¿Qué te asusta tanto en tus sueños? El fantasma de Brandon, una cruel sonrisa grabada por siempre en su rostro, apareciendo en todos los rincones de mi mente. Nunca hablaba de Brandon por miedo a que con simplemente nombrarlo pudiera traerlo de regreso de la tumba. En lugar de decirle la verdad, mentí: ―Nada en específico. ―Claro. ―El sarcasmo salió de sus labios. ―¿Cuándo me dejarás ir? ―Recorrí la funda de mi almohada con mi dedo. ―Una vez que esté seguro que nadie vendrá a buscarte de nuevo. 2 Muumuu: vestido flojo que suelen usar las mujeres de Hawái. 46 ―¿Por qué vinieron por mí en primer lugar? ¿Por qué yo? ¿Por qué no me dices el motivo? ―¿Por qué me elegiste? ―Nada en específico. Idiota. ―¿Cuánto tiempo crees que lleve? ―El que sea necesario. ―La cama se movió de nuevo, y pude sentirlo a mi espalda. Su cercanía envió una oleada de escalofríos que sentí en toda mi piel―. Tengo que ver a algunas personas, pero tendré que esperar a mañana. Es casi media noche. ―Su voz estaba muy cerca, el calor de su cuerpo me calentaba―. Duerme un poco. ―No creo que pueda. ―Cerré los ojos y vi el sótano. ―Sí puedes. ―Su cercanía me calmaba, mucho más de lo que debería. ―Yo… ―Respiré y me detuve, no diciendo lo que estaba pensando. ―¿Qué? ―No sé si pueda confiar en ti. Un clic sonó de su lado de la cama, y la luz de la lámpara se desvaneció, sus palabras casi fueron un susurro. ―Puedes hacerlo. *** Unos centímetros más y la tendría. Su pechó subió y bajó en un ritmo lento, su cabello oscuro cayendo a través de su frente, en la suave luz del amanecer. Me acerqué más, mi cuerpo casi tocando el suyo, pero no realmente.