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Chartier-Escribir-Las-Practicas

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PROLOGO
Los cuatro ensayos reunidos en este libro quisieran re­
cuperar un gênero clásico: el dei diálogo con los muertos. 
Para los historiadores de mi generación, y para muchos 
otros, la frecuentación de las obras de Michel Foucauit, Mi- 
chel de Certeau y Louis Marin fue una fuente de inspira- 
ción de las más importantes. Más allá de las diferencias que 
las separan o las oponen, esas obras enuncian una pregunta 
fundamental: ^córno pensar las relaciones que mantienen 
las producciones discursivas y las prácticas sociales? Hacer 
inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los 
discursos no gobiernan es una empresa difícil, inestable, si­
tuada “al borde dei acantilado”, como escribe de Certeau a 
propósito de Vigilar y castigar. Siempre la amenaza la ten- 
íacicn de olvidar toda diferencia entre lógicas neterónomas 
pero, sin embargo, articuladas: la que organiza la produc- 
ción e interpretación de los enunciados, la que rige los ges­
tos y las conductas.
Contra las abruptas formulaciones dei linguistic turn, 
que considera que no existen más que los juegos dei len- 
guaje y que no hay realidad fuera de los discursos, la dis- 
tinción propuesta y trabajada por Foucauit, de Certeau y
PROLOGO
Los cuatro ensayos reunidos en este libro quisieran re¬
cuperar un género clásico: el del diálogo con los muertos.
Para los historiadores de mi generación, y para muchos
otros, la frecuentación de las obras de Michel Foucault, Mi¬
chel de Certeau y Louis Marin fue una fuente de inspira¬
ción de las más importantes. Más allá de las diferencias que
las separan o las oponen, esas obras enuncian una pregunta
fundamental: ¿cómo pensar las relaciones que mantienen
las producciones discursivas y las prácticas sociales? Hacer
inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los
discursos no gobiernan es una empresa difícil, inestable, si¬
tuada “al borde del acantilado”, como escribe de Certeau a
propósito de Vigilar y castigar. Siempre la amenaza la ten-
de olvidar toda diferencia entre lógicas neterónomas
pero, sin embargo, articuladas: la que organiza la produc¬
ción e interpretación de los enunciados, la que rige los ges¬
tos y las conductas.
Contra las abruptas formulaciones del linguistic turn,
que considera que no existen más que los juegos del len¬
guaje y que no hay realidad fuera de los discursos, la dis¬
tinción propuesta y trabajada por Foucault, de Certeau y
to í r.r*
8 ESCRIBIR LAS PRACT1CAS
Marin indica otro camino. Se trata, para ellos, de articular 
la construcción discursiva dei mundo social con la cons- 
trucción social de los discursos. O, dicho de otro modo, de 
inscribir la comprensión de los diversos enunciados que 
modelan las realidades dentro de coacciones objetivas que, 
a la vez, limitan y hacen posible su enunciación. El “orden 
dei discurso”, según la expresión de Foucauit, está dotado 
de eficacia: instaura divisiones y dominaciones, es el ins­
trumento de la violência simbólica y, por su fuerza, hace 
ser a lo que designa. Pero ese orden no carece de limites ni 
de restricciones. Los recursos que los discursos pueden po- 
ner en acción, los lugares de su ejercicio, las regias que los 
contienen, están histórica y socialmente diferenciados. De 
allí el acento puesto sobre los sistemas de representaciones, 
las categorias intelectuales, las formas retóricas que, de ma- 
neras diversas y desiguales, determinan la potência discur­
siva de cada comunidad.
Otra lección dada por los tres autores que hemos reuni­
do aqui es la de poner en guardia contra una apreciación 
demasiado simple de la dominación. Cada uno a su manera 
y con su propio vocabulário, todos subrayan la distancia 
que existe entre los mecanismos que apuntan a controlar v 
someíer y, por otro 'ado, las resistências o insumisiones de 
aquellos -y aquellas- que son su objetivo. La tension encie 
dispositivos de coacción e ilegalismos en Foucauit, la opo- 
sición entre estratégia y táctica en de Certeau, la distancia 
entre las modalidades dei “hacer creer” y las formas de la 
creencia en Marin son otras tantas figuras de esa distancia. 
Ésta debe postularse a fin de indicar que la fuerza de los 
instrumentos puestos en acción para imponer una discipli­
na, un orden o una representación (dei poder, dei otro o de
ESCRIBIR LAS PRACTICAS
Marin indica otro camino. Se trata, para ellos, de articular
la construcción discursiva del mundo social con la cons¬
trucción social de los discursos. O, dicho de otro modo, de
inscribir la comprensión de los diversos enunciados que
modelan las realidades dentro de coacciones objetivas que,
a la vez, limitan y hacen posible su enunciación. El “orden
del discurso”, según la expresión de Foucault, está dotado
de eficacia: instaura divisiones y dominaciones, es el ins¬
trumento de la violencia simbólica y, por su fuerza, hace
ser a lo que designa. Pero ese orden no carece de límites ni
de restricciones. Los recursos que los discursos pueden po¬
ner en acción, los lugares de su ejercicio, las reglas que los
contienen, están histórica y socialmente diferenciados. De
allí el acento puesto sobre los sistemas de representaciones,
las categorías intelectuales, las formas retóricas que, de ma¬
neras diversas y desiguales, determinan la potencia discur¬
siva de cada comunidad.
Otra lección dada por los tres autores que hemos reuni¬
do aquí es la de poner en guardia contra una apreciación
demasiado simple de la dominación. Cada uno a su manera
y con su propio vocabulario, todos subrayan la distancia
que existe entre los mecanismos que apuntan a controlar y
someter y, por otro '-.do, las resistencias o insumisiones de
aquellos -y aquellas- que son su objetivo. La tension entre
dispositivos de coacción e ilegalismos en Foucault, la opo¬
sición entre estrategia y táctica en de Certeau, la distancia
entre las modalidades del “hacer creer” y las formas de la
creencia en Marin son otras tantas figuras de esa distancia.
Ésta debe postularse a fin de indicar que la fuerza de los
instrumentos puestos en acción para imponer una discipli¬
na, un orden o una representación (del poder, del otro o de
PROLOGO 9
uno mismo) siempre debe transigir con los rechazos, distor- 
siones y artimanas de aquellos y aquellas a quienes preten­
de someter.
La dinâmica que vincula así sujeción forzada e identi- 
dad preservada, consentimiento y resistência, transformo 
profundamente la comprensión de las relaciones de poder, 
la de las formas de la dominación colonial o la de las rela­
ciones entre los sexos. También definió una nueva manera 
de pensar la significación de los discursos, al situaria entre 
las diversas estratégias (autorales, editoriales, críticas, es­
colares) que intentan fijar e imponer su sentido, y las apro- 
piaciones plurales, móviles, de los lectores que les dan usos 
y comprensiones que les son propios. Entre las coacciones 
transgredidas y las libertades limitadas, Foucauit, de Cer­
teau y Marin trazan un camino ampliamente utilizado des- 
pués de ellos, en particular por una historia (o una sociolo­
gia) cultural que, liberada de las definiciones tradicionales 
de la historia de las mentalidades, comenzó a prestar aten- 
ción a las modalidades de apropiación más que a las distri- 
buciones estadísticas, a los procesos de construcción dei 
sentido más que a ladesigual circulación de los objetos y 
las obras, a la articulación entre prácticas y representacio- 
nes más que al inventario de las herramientas mentales. Sin 
ninguns quda, estos Jêspiuzamientcs encontraron su funda­
mento y su inspiración en la lectura de los autores que 
acompanaremos en este libro y que obraron como historia­
dores a partir de saberes y cuestiones que superan con mu- 
cho los limites clásicos de la disciplina.
Los cuatro ensayos consagrados a ellos son una manera 
de reconocer la deuda contraída. Siempre me pareció que el 
trabajo de un historiador debía repartirse entre dos exigen-
PROLOGO 9
uno mismo) siempre debe transigir con los rechazos, distor¬
siones y artimañas de aquellos y aquellas a quienes preten¬
de someter.
La dinámica que vincula así sujeción forzada e identi¬
dad preservada, consentimiento y resistencia, transformó
profundamente la comprensión de las relaciones de poder,
la de las formas de la dominación colonial o la de las rela¬
ciones entre los sexos. También definió una nueva manera
de pensar la significación de los discursos, al situarla entre
las diversas estrategias (autorales, editoriales, críticas, es¬
colares) que intentan fijar e imponer su sentido, y las apro¬
piaciones plurales, móviles, de los lectores que les dan usos
y comprensiones que les son propios. Entre las coacciones
transgredidas y las libertades limitadas, Foucault, de Cer-
teau y Marin trazan un camino ampliamente utilizado des¬
pués de ellos, en particular por una historia (o una sociolo¬
gía) cultural que, liberada de las definiciones tradicionales
de la historia de las mentalidades, comenzó a prestar aten¬
ción a las modalidades de apropiación más que a las distri¬
buciones estadísticas, a los procesos de construcción del
sentido más que a la desigual circulación de los objetos y
las obras, a la articulación entre prácticas y representacio¬
nes más que al inventario de las herramientas mentales. Sin
ninguna uuda, estos desplazamiento:; encontraron su funda¬
mento y su inspiración en la lectura de los autores que
acompañaremos en este libro y que obraron como historia¬
dores a partir de saberes y cuestiones que superan con mu¬
cho los límites clásicos de la disciplina.
Los cuatro ensayos consagrados a ellos son una manera
de reconocer la deuda contraída. Siempre me pareció que el
trabajo de un historiador debía repartirse entre dos exigen-
10 ESCRIB1R LAS PRACTICAS
cias. La primera, clásica y esencial, consiste en proponer la 
inteligibilidad más adecuada posible de un objeto, un cor- 
pus, un problema. Es por eso que la identidad primera de 
cada historiador se la da su presencia en un território parti­
cular que define su propia competência. En Io que a mí se 
refíere, este dominio de investigación es el de la historia de 
las formas, usos y efectos de la cultura escrita en las socie­
dades de la primera modemidad, entre los siglos xvi y 
xvhi. Pero hay también una segunda exigencia: la que obli- 
ga a la historia a entablar un diálogo con otros cuestiona- 
mientos -filosóficos, antropológicos, semióticos, etcétera-. 
Sólo a través de estos encuentros puede la disciplina inven­
tar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión 
más rigurosos o participar, con otras, en la definición de es- 
pacios intelectuales inéditos.
De allí la forma dada a este libro. Este no procede a la 
manera de los que han sido traducidos al espanol durante 
los últimos anos y que se consagran a los problemas histó­
ricos específicos planteados por el estúdio de los libros, las 
lecturas y las prácticas culturales en las sociedades dei An- 
tiguo Régimen.1 Al reunir cuatro “lecturas”, se propone 
ilustrar otra modalidad dei trabajo intelectual, la que hace 1
1. Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edatl Mo­
derna, trad. Mauro Arruino, Madrid, Alianza, 1993; El orden de 
los libros. Lectores, autores y bibliotecas en Europa entre los si­
glos xvt y xvili, trad. Viviana Ackerrnan, prólogo de Ricardo Gar­
cia Cárcel, Barcelona, Gedisa, 1994; Espacio público, crítica y 
desacralización en el siglo xvtti. Los orígenes culturales de la Re- 
volución Francesa, trad. Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, 1995; 
Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apro-
10 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
cias. La primera, clásica y esencial, consiste en proponer la
inteligibilidad más adecuada posible de un objeto, un cor¬
pus, un problema. Es por eso que la identidad primera de
cada historiador se la da su presencia en un territorio parti¬
cular que define su propia competencia. En lo que a mí se
refiere, este dominio de investigación es el de la historia de
las formas, usos y efectos de la cultura escrita en las socie¬
dades de la primera modernidad, entre los siglos xvi y
xvm. Pero hay también una segunda exigencia: la que obli¬
ga a la historia a entablar un diálogo con otros cuestiona-
mientos -filosóficos, antropológicos, semióticos, etcétera-
Sólo a través de estos encuentros puede la disciplina inven¬
tar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión
más rigurosos o participar, con otras, en la definición de es¬
pacios intelectuales inéditos.
De allí la forma dada a este libro. Éste no procede a la
manera de los que han sido traducidos al español durante
los últimos años y que se consagran a los problemas histó¬
ricos específicos planteados por el estudio de los libros, las
lecturas y las prácticas culturales en las sociedades del An¬
tiguo Régimen.1 Al reunir cuatro “lecturas”, se propone
ilustrar otra modalidad del trabajo intelectual, la que hace
1. Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad Mo¬
derna, trad. Mauro Armiño, Madrid, Alianza, 1993; El orden de
los libros. Lectores, autores y bibliotecas en Europa entre los si¬
glos xvi y xvm, trad. Viviana Ackerman, prólogo de Ricardo Gar¬
cía Cárcel, Barcelona, Gedisa, 1994; Espacio público, crítica y
desacralización en el siglo xvm. Los orígenes culturales de la Re¬
volución Francesa, trad. Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, 1995;
Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apro-
PROLOGO 11
avanzar en companía de pensamientos fuertes, de obras 
densas, que son otros tantos apoyos a los cuales recurrir pa­
ra trabajar con más justeza. En estos últimos anos, tres no- 
ciones permitieron renovar la reflexión de las ciências hu­
manas y sociales: discurso, práctica, representación. Volver 
a la obra de Michel Foucauit, Michel de Certeau y Louis 
Marin es una necesidad, creo, para precisar mejor sus con­
tornos y definir con más agudeza su pertinência.
Una última palabra. No es casual que este libro se publi­
que en la Argentina. Los textos que lo componen fueron pre- 
sentados allí como conferências dadas en ocasión de invita- 
ciones a las universidades de Buenos Aires y Mar dei Plata. 
Vaya mi recuerdo a aquellas y aquellos que enriquecieron 
entonces mis lecturas con sus reflexiones y propuestas.
piación, trad. Paloma Villegas y Ana Garcia Bergua, México, 
Instituto Mora, 1995.
PROLOGO 11
avanzar en compañía de pensamientos fuertes, de obras
densas, que son otros tantos apoyos a los cuales recurrir pa¬
ra trabajar con más justeza. En estos últimos años, tres no¬
ciones permitieron renovar la reflexión de las ciencias hu¬
manas y sociales: discurso, práctica, representación. Volver
a la obra de Michel Foucault, Michel de Certeau y Louis
Marin es una necesidad, creo, para precisar mejor sus con¬
tornos y definir con más agudeza su pertinencia.
Una última palabra. No es casual que este libro se publi¬
que en la Argentina. Los textos que lo componen fueron pre¬
sentados allí como conferencias dadas en ocasión de invita¬
ciones a las universidades de Buenos Aires y Mar del Plata.
Vaya mi recuerdo a aquellas y aquellos que enriquecieron
entonces mis lecturas con sus reflexiones y propuestas.
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:
piación, trad. Paloma Villegasy Ana García Bergua, México,
Instituto Mora, 1995.
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LA QUIM ERA DEL ORIGEN. 
FOUCAULT, LA ILUSTRACION 
Y LA REVOLUCION FRANCESA
LA QUIMERA DEL ORIGEN.
FOUCAULT, LA ILUSTRACION
Y LA REVOLUCION FRANCESA
Una versión inglesa dei texto "La quimera dei origen. Fou- 
cault, la Ilusfración y la Revolución Francesa” fue publicada en 
el libro Foucauit and the Writing ofHistory, bajo la dirección de 
Jan Goldstein, Oxford, Basil Blackwell, 1994, págs. 167-186.
Una versión inglesa del texto "La quimera del origen. Fou¬
cault, la Ilustración y la Revolución Francesa” fue publicada en
el libro Foucault and the Writing of History, bajo la dirección de
Jan Goldstein, Oxford, Basil Blackwell, 1994, págs. 167-186.
1. La obra de Foucauit no se deja someter fácilmenté a
las operaciones que implica el comentário. Un intento de 
esta naturaleza supone, en efecto, que se considere cierto 
número de textos (libros, artículos, conferências, entrevis­
tas, etcétera) como formando una “obra”, que dicha obra 
pueda ser asignada a un autor, cuyo nombre propio (“Fou- 
cault”) remite a un individuo particular, poseedor de una 
biografia singular y que, a partir de la lectura de ese texto 
primero (la “obra de Foucauit”), sea legítimo producir otro 
discurso en forma de comentário. Ahora bien, según Fou- 
cault, estas tres operaciones han perdido la evidencia y la 
inmediatez que les fueron propias en “la historia tradicional 
de las ideas”.1
1. Michel Foucauit, “Qu’est-ce qu'un auteur?”, Bulletin de la
Société française de Philosophie, julio-sept., 1969, págs. 73-104; 
publicado nuevamente en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable- 
cida bajo la dirección de Daniel Defert y François Ewald, con la co- 
laboración de Jacques Lagrange, Paris, Gallimard, 1994,1.1, 1954- 
1969, págs. 789-821, y L ’ordre du discours. Leçon inaugurale au 
Collège de France prononcée le 2 décembre 1970, Paris, Galli-
1. La obra de Foucault no se deja someter fácilmente a
las operaciones que implica el comentario. Un intento de
esta naturaleza supone, en efecto, que se considere cierto
número de textos (libros, artículos, conferencias, entrevis¬
tas, etcétera) como formando una “obra”, que dicha obra
pueda ser asignada a un autor, cuyo nombre propio (“Fou¬
cault”) remite a un individuo particular, poseedor de una
biografía singular y que, a partir de la lectura de ese texto
primero (la “obra de Foucault”), sea legítimo producir otro
discurso en forma de comentario. Ahora bien, según Fou¬
cault, estas tres operaciones han perdido la evidencia y la
inmediatez que les fueron propias en “la historia tradicional
de las ideas”.1
1. Michel Foucault, “Qu’est-ce qu'un auteur?”, Bulletin de la
Sociétéfrançaise de Philosophic, julio-sept., 1969, págs. 73-104;
publicado nuevamente en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable¬
cida bajo la dirección de Daniel Defert y Francois Ewald, con la co¬
laboración de Jacques Lagrange, París, Gallimard, 1994, 1. 1, 1954-
1969, págs. 789-821, y L’ordre du discours. Legón inauguróle au
Collége de France prononcée le 2 décembre 1970, París, Galli-
16 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
Foucauit las despojo, en primer término, de su supuesta 
universalidad, restituyéndoles su variabilidad. De este mo­
do, precisando las condiciones históricas específicas (jurí­
dicas y políticas) que hacen que el nornbre propio emerja 
como categoria fundamental de clasificación de las obras 
-lo que llama la “función-autor”- , invita a interrogarse 
acerca de las razones y los efectos de tal operación: garan- 
tizar la unidad de una obra remitiéndola a un único foco de 
expresión; resolver las posibles contradicciones entre los 
textos de un mismo “autor” , explicados por los desarrollos 
de una trayectoria biográfica; establecer gracias a la media- 
ción dei indivíduo inscrito en su época, una relación entre 
la obra y el mundo social.
Por otra parte, todas las operaciones que designan y asig- 
nan las obras deben ser consideradas siempre como opera­
ciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de 
huellas dejadas por alguien tras su muerte, ^cómo se puede 
definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una deci- 
sión de separación que distingue (de acuerdo con critérios 
que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los 
textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte 
de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por 
ende, no han de ser asignados a la “función autor” .
Por último, para Foucauit. estas diferentes operaciones 
-delim itar una obra, atribuiría a un autor, producir su co­
mentário- no son operaciones neutras. Elias están orienta­
das por una misma función, definida como “función restric-
mard, 1971 [Trad. cast. El orden dei discurso, Barcelona, Tusquets. 
1987.].
ESCRIBIR LAS PRACTICAS16
Foucault las despojó, en primer término, de su supuesta
universalidad, restituyéndoles su variabilidad. De este mo¬
do, precisando las condiciones históricas específicas (jurí¬
dicas y políticas) que hacen que el nombre propio emerja
como categoría fundamental de clasificación de las obras
-lo que llama la “función-autor”-, invita a interrogarse
acerca de las razones y los efectos de tal operación: garan¬
tizar la unidad de una obra remitiéndola a un único foco de
expresión; resolver las posibles contradicciones entre los
textos de un mismo “autor”, explicados por los desarrollos
de una trayectoria biográfica; establecer gracias a la media¬
ción del individuo inscrito en su época, una relación entre
la obra y el mundo social.
Por otra parte, todas las operaciones que designan y asig¬
nan las obras deben ser consideradas siempre como opera¬
ciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de
huellas dejadas por alguien tras su muerte, ¿cómo se puede
definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una deci¬
sión de separación que distingue (de acuerdo con criterios
que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los
textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte
de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por
ende, no han de ser asignados a la “función autor”.
Por último, para Foucault, estas diferentes operaciones
-delimitar una obra, atribuirla a un autor, producir su co¬
mentario- no son operaciones neutras. Ellas están orienta¬
das por una misma función, definida como “función restric-
mard, 197 1 [Trad. cast. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets.
1987.].
LA QUIMERA DEL ORIGEN 17
tiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clasi- 
ficándolos, ordenándolos y distribuyéndolos.
El desafio primero y temible que Foucauit lanza a sus 
lectores reside en lo siguiente: hacer vacilar, fisurar lo que 
funda, en la configuración de saber que es la nuestra, la in- 
teligibilidad y la interpretación de toda obra (incluyendo la 
suya). De esta manera, se crea una tensión vertiginosa y úni­
ca, en la que toda lectura de un texto de Foucauit es siempre 
y, al mismo tiempo, necesariamente, cuestionamiento de los 
conceptos habituales (“autor”, “obra”, “comentário”) que 
gobieman en nuestra sociedad la relación con los textos. En 
una observación de El orden dei discurso en la que, quizá. 
confiesa algo de si mismo, Foucauit no exime al autor de la 
sumisión a las categorias que caracterizan, en un momento 
histórico particular, el régimen de producción de los discur­
sos: “Pienso que -a l menos a partir de cierta época- el indi­
víduo que se pone a escribir un texto, en cuyo horizonte 
ronda una obra posible. retoma por su propia cuenta la fun­
ción dei autor: lo que escribe y lo que no escribe, lo que tra- 
za, incluso a título de borrador provisorio, como esbozo de 
la obra, y lo que deja caer como comentários cotidianos, to­
do ese juego de diferencias está prescrito por la función au­
tor, tal como la recibe de su época o tal como a su vez la 
modifica.Aunque pueda transformar la imagen tradicional 
que se tiene dei autor es. sin embargo, a partir de una nueva 
posición dei autor que delimitará, en todo lo que habrá podi­
do decir, en todo lo que dice todos los dias, en todo instante, 
el perfil aún tembloroso de su obra”.2 La incorporación por
2. Michel Foucauit, L ’ordre du discours, ob. cit., pág. 31.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 17
tiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clasi¬
ficándolos, ordenándolos y distribuyéndolos.
El desafío primero y temible que Foucault lanza a sus
lectores reside en lo siguiente: hacer vacilar, fisurar lo que
funda, en la configuración de saber que es la nuestra, la in¬
teligibilidad y la interpretación de toda obra (incluyendo la
suya). De esta manera, se crea una tensión vertiginosa y úni¬
ca, en la que toda lectura de un texto de Foucault es siempre
y, al mismo tiempo, necesariamente, cuestionamiento de los
conceptos habituales (“autor”, “obra”, “comentario”) que
gobiernan en nuestra sociedad la relación con los textos. En
una observación de El orden del discurso en la que, quizá.
confiesa algo de sí mismo, Foucault no exime al autor de la
sumisión a las categorías que caracterizan, en un momento
histórico particular, el régimen de producción de los discur¬
sos: “Pienso que -al menos a partir de cierta época- el indi¬
viduo que se pone a escribir un texto, en cuyo horizonte
ronda una obra posible, retoma por su propia cuenta la fun¬
ción del autor: lo que escribe y lo que no escribe, lo que tra¬
za, incluso a título de borrador provisorio, como esbozo de
la obra, y lo que deja caer como comentarios cotidianos, to¬
do ese juego de diferencias está prescrito por la función au¬
tor, tal como la recibe de su época o tal como a su vez la
modifica. Aunque pueda transformar la imagen tradicional
que se tiene del autor es. sin embargo, a partir de una nueva
posición del autor que delimitará, en todo lo que habrá podi¬
do decir, en todo lo que dice todos los días, en todo instante,
el perfil aún tembloroso de su obra”.2 La incorporación por
2. Michel Foucault, L'ordre dit discours, ob. cit., pág. 31.
18 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
el autor de las categorias que dan cuenta de las obras en el 
orden común de los discursos es lo que hace posible la arti- 
culación entre la escritura, entendida como una práctica li­
bre, profusa, aleatória, y los procedimientos que apuntan a 
controlar, organizar y seleccionar los discursos. No obstan­
te, la aceptación común por parte dei comentador y dei autor 
de las convenciones que rigen el modo de asignación y de 
clasificación de las obras no debe, empero, hacer que se las 
considere como neutras y universales.
Foucauit agrega a este primer desafio un segundo. Todo 
su proyecto de análisis crítico e histórico de los discursos 
está fundado, en efecto, sobre una recusación explícita de 
los conceptos clásicamente manejados por la “historia tradi­
cional de las ideas”, que sigue siendo el recurso más inme- 
diatamente disponible para comprender y hacer comprender 
un texto, una obra, un autor. El postulado de la unidad y de 
la coherencia de la obra, la puesta en evidencia de la origi- 
nalidad creadora, la inscripción de la significación en el dis­
curso son las categorias contra las que debe constituirse otra 
forma de interpretación, atenta, por el contrario, a las dis- 
continuidades y a las regularidades que constrinen la pro- 
ducción de los discursos. Comprender un conjunto de enun­
ciados supone, por ende, para Foucauit, recurrir a princípios 
■J; intei!gibí itdad que recnsan las vieias nociones -apenas 
retocadas en los últimos tiempos- de la historia de las ideas.
De ello surge una cuestión difícil: cuáles son las condi­
ciones que hacen posible producir una lectura “foucaultia- 
na” de Foucauit, o sea leer sus obras, su “obra”, a partir de 
esa “ligera desviación” -como él escribe ironicamente- que 
“consiste en tratar, no las representaciones que se pueden 
encontrar tras los discursos, sino los discursos corno series
ESCRIBIR LAS PRACTICAS18
el autor de las categorías que dan cuenta de las obras en el
orden común de los discursos es lo que hace posible la arti¬
culación entre la escritura, entendida como una práctica li¬
bre, profusa, aleatoria, y los procedimientos que apuntan a
controlar, organizar y seleccionar los discursos. No obstan¬
te, la aceptación común por parte del comentador y del autor
de las convenciones que rigen el modo de asignación y de
clasificación de las obras no debe, empero, hacer que se las
considere como neutras y universales.
Foucault agrega a este primer desafío un segundo. Todo
su proyecto de análisis crítico e histórico de los discursos
está fundado, en efecto, sobre una recusación explícita de
los conceptos clásicamente manejados por la “historia tradi¬
cional de las ideas”, que sigue siendo el recurso más inme¬
diatamente disponible para comprender y hacer comprender
un texto, una obra, un autor. El postulado de la unidad y de
la coherencia de la obra, la puesta en evidencia de la origi¬
nalidad creadora, la inscripción de la significación en el dis¬
curso son las categorías contra las que debe constituirse otra
forma de interpretación, atenta, por el contrario, a las dis¬
continuidades y a las regularidades que constriñen la pro¬
ducción de los discursos. Comprender un conjunto de enun¬
ciados supone, por ende, para Foucault, recurrir a principios
•J: iütei!g;‘Tildad que recusan las viejas nociones -apenas
retocadas en los últimos tiempos- de la historia de las ideas.
De ello surge una cuestión difícil: cuáles son las condi¬
ciones que hacen posible producir una lectura “foucaultia-
na” de Foucault, o sea leer sus obras, su “obra”, a partir de
esa “ligera desviación” -como él escribe irónicamente- que
“consiste en tratar, no las representaciones que se pueden
encontrar tras los discursos, sino los discursos como series
LA QUIMERA DEL ORIGEN
regulares y discontinuas de acontecimientos”, y que “per­
mita introducir en la raiz misma dei pensamiento, el azar, 
lo discontinuo y la materialidacT'. i,Hay que oponer Fou- 
cault a Foucauit e inscribir su trabajo en las misinas catego­
rias que él consideraba como impotentes para dar cuenta 
adecuadamente de los discursos? ^,0 bien hay que someter 
su obra a los procedimientos dei análisis crítico y genealó­
gico que ella propuso y, al mismo tiempo, anular lo que 
permite delimitar su unicidad y su singularidad? Foucauit, 
no cabe duda, estaba encantado de haber fabricado así esa 
“pequena (y quizás odiosa) maquinaria” que insinua la in- 
quietud en el seno mismo dei comentário que pretende de- 
cir el sentido o la verdad de la obra. En esta buena jugarre- 
ta a todos aquellos -que fueron y serán numerosos- que se 
esfuerzan en leerlo, ^cómo no escuchar, metálica y fulgu­
rante, la risa de Michel Foucauit?3
2. Para el historiador que quiere hacer inteligibles los orí- 
genes de la Revolución Francesa (o de cualquier otro fenô­
meno), esta risa resuena de manera particularmente mordaz. 
En uno de los pocos textos consagrados explícitamente a lo 
que fue. sin duda, para él la referencia filosófica fundamen­
19
3. Michel de Certeau, “Le rire de Michel Foucauit”, Revue de 
la Bibliothèque Nationale, N° 14, 1984, págs. 10-16, publicado 
nuevamente con modificaciones en Michel de Certeau, Histoire et 
psychanalyse entre science etfiction. presentación de Luce Giard, 
Paris, Gallimard, 1987, págs. 51-64. [Trad. cast. Historia y psi- 
coanálisis entre ciência y ficción, México, Universidad Iberoame- 
ricana, 1995.]
LA QUIMERA DEL ORIGEN 19
regulares y discontinuas de acontecimientos”, y que “per¬
mita introducir en la raíz misma del pensamiento, el azar,
lo discontinuo y la materialidad". ¿Hay que oponer Fou¬
cault a Foucault e inscribir su trabajo en las mismas catego¬
rías que él consideraba como impotentes para dar cuentaadecuadamente de los discursos? ¿O bien hay que someter
su obra a los procedimientos del análisis crítico y genealó¬
gico que ella propuso y, al mismo tiempo, anular lo que
permite delimitar su unicidad y su singularidad? Foucault,
no cabe duda, estaba encantado de haber fabricado así esa
“pequeña (y quizás odiosa) maquinaria” que insinúa la in¬
quietud en el seno mismo del comentario que pretende de¬
cir el sentido o la verdad de la obra. En esta buena jugarre¬
ta a todos aquellos -que fueron y serán numerosos- que se
esfuerzan en leerlo, ¿cómo no escuchar, metálica y fulgu¬
rante, la risa de Michel Foucault?3
2. Para el historiador que quiere hacer inteligibles los orí¬
genes de la Revolución Francesa (o de cualquier otro fenó¬
meno), esta risa resuena de manera particularmente mordaz.
En uno de los pocos textos consagrados explícitamente a lo
que fue. sin duda, para él la referencia filosófica fundamen-
3. Michel de Certeau, '‘Le rire de Michel Foucault”, Revue de
la BibUothèque Naliónale, N° 14, 1984, págs. 10-16, publicado
nuevamente con modificaciones en Michel de Certeau, Histoire et
psychanalyse entre science et fiction, presentación de Luce Giard,
París, Gallimard, 1987, págs. 51-64. [Trad. cast. Historia y psi¬
coanálisis entre ciencia yficción, México, Universidad Iberoame¬
ricana, 1995.]
20 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
tal -a saber, la obra de Nietzsche-, Foucauit lleva a cabo una 
crítica devastadora de la noción misma de origen tal como 
los historiadores están acostumbrados a manejaria.4 Dado 
que ella justifica una büsqueda sin fin de los comienzos y da­
do que anula la originalidad dei acontecimiento, al que supo- 
ne ya presente incluso antes de su advenimiento, la categoria 
enmascara, al mismo tiempo, la discontinuidad radical de los 
surgimientos, de las “emergencias”, irreductibles a toda pre- 
figuración, y las discordancias que separan las diferentes se­
ries de discursos o de prácticas. La historia, cuando sucumbe 
a Ia “quimera dei origen”, arrastra, sin tener a menudo clara 
conciencia de ello, varias presuposiciones: que cada mo­
mento histórico es una totalidad homogênea, dotada de una 
significación ideal y única presente en cada una de las mani- 
festaciones que lo expresa; que el devenir histórico está orga­
nizado como una continuidad necesaria; que los hechos se 
encadenan y engendran en un flujo ininterrumpido que per­
mite decidir que uno es “causa” u “origen” dei otro.
Para Foucauit, la “genealogia” debe desprenderse justa­
mente de esas nociones clásicas (totalidad, continuidad, 
causalidad) si quiere comprender adecuadamente las ruptu­
ras y los desfasajes El primero de los “rasgos propios dei 
sentido histórico, tal como lo entiende Nietzsche, y que se 
opone a la historia tradicional ia Wirklicke Historie” es per- 
mutar “la relación establecida de ordinário entre la irrup-
4. Michel Foucauit, “Nietzsche, la généalogie, Phistoire”, 
Hommage à Jean Hyppolite, Paris, Presses Universitaires de Fran- 
ce, 1971, págs. 145-172; publicado nuevamente en Dits et écrits, 
ob. cit., t. II, 1970-1975, págs. 136-156 (citas, págs. 146-149).
ESCRIBIR LAS PRACTICAS20
tal -a saber, la obra de Nietzsche-, Foucault lleva a cabo una
crítica devastadora de la noción misma de origen tal como
los historiadores están acostumbrados a manejarla.4 Dado
que ella justifica una búsqueda sin fin de los comienzos y da¬
do que anula la originalidad del acontecimiento, al que supo¬
ne ya presente incluso antes de su advenimiento, la categoría
enmascara, al mismo tiempo, la discontinuidad radical de los
surgimientos, de las “emergencias”, irreductibles a toda pre¬
figuración, y las discordancias que separan las diferentes se¬
ries de discursos o de prácticas. La historia, cuando sucumbe
a la “quimera del origen”, arrastra, sin tener a menudo clara
conciencia de ello, varias presuposiciones: que cada mo¬
mento histórico es una totalidad homogénea, dotada de una
significación ideal y única presente en cada una de las mani¬
festaciones que lo expresa; que el devenir histórico está orga¬
nizado como una continuidad necesaria; que los hechos se
encadenan y engendran en un flujo ininterrumpido que per¬
mite decidir que uno es “causa” u “origen” del otro.
Para Foucault, la “genealogía” debe desprenderse justa¬
mente de esas nociones clásicas (totalidad, continuidad,
causalidad) si quiere comprender adecuadamente las ruptu¬
ras y los desfasajes El primero de los “rasgos propios del
sentido histórico, tal como lo entiende Nietzsche, y que se
opone a la historia tradicional la Wirklicke Historie” es per¬
mutar “la relación establecida de ordinario entre la irrup-
4. Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie, Phistoire”,
Hommage à Jean Hyppolite, París, Presses Universitaires de Fran¬
ce, 1971, págs. 145-172; publicado nuevamente en Dits et écrits,
ob. cit., t. II, 1970-1975, págs. 136-156 (citas, págs. 146-149). -I
LA QUIMERA DEL ORIGEN 21
ción dei acontecimiento y la necesidad continua. Hay toda 
una tradición de la historia (teológica o racionalista) que 
tiende a disolver el acontecimiento singular en una conti­
nuidad ideal -movimiento teleológico o encadenamiento 
natural-. La historia ‘efectiva’ hace resurgir el aconteci­
miento en lo que tiene de único y de agudo”.
Con una radicalidad permitida por la forma, la de un 
'‘comentário” de los textos de Nietzsche, Foucauit da una 
definición cabalmente paradójica dei acontecimiento, que 
situa lo aleatorio, no en los accidéntes dei curso de la histo­
ria o en las elecciones de los indivíduos, sino en aquello 
que para los historiadores parece lo más determinado y me­
nos azaroso, a saber, las transformaciones de las relaciones 
de dominación. “Acontecimiento -hay que entenderlo no 
como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, si­
no como una relación de fuerzas que se invierte, un poder 
confiscado, un vocabulário retomado y vuelto contra sus 
usuários, una dominación que se debilita, se distiende, se 
envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada-, Las 
fuerzas en juego en la historia no obedecen ni a una desti- 
nación ni a una mecânica, sino efectivamente al azar de la 
lucha (el subrayado es nuestro). Elias no se manifiestan co­
mo las formas sucesivas de una intención primordial; tam- 
poco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre 
en lo aleatorio singular dei acontecimiento [ídem].”
La proliferación de los hechos, la multiplicidad de las 
intenciones, el desorden de las acciones no pueden ser refe­
ridas, por tanto, a ningún sistema de determinismo capaz de 
darles una interpretación racional; vale decir, de enunciar 
su significación y sus causas. Tan sólo aceptando este re- 
nunciamiento “el sentido histórico se liberará de la historia
LA QUIMERA DEL ORIGEN 21
ción del acontecimiento y la necesidad continua. Hay toda
una tradición de la historia (teológica o racionalista) que
tiende a disolver el acontecimiento singular en una conti¬
nuidad ideal -movimiento teleológico o encadenamiento
natural- La historia ‘efectiva’ hace resurgir el aconteci¬
miento en lo que tiene de único y de agudo”.
Con una radicalidad permitida por la forma, la de un
“comentario” de los textos de Nietzsche, Foucault da una
definición cabalmente paradójica del acontecimiento, que
sitúa lo aleatorio, no en los accidentes del curso de la histo¬
ria o en las elecciones de los individuos, sino en aquello
que para los historiadores parece lo más determinado y me¬
nos azaroso, a saber, las transformaciones de las relaciones
de dominación. “Acontecimiento -hay que entenderlo no
como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, si¬
no como una relación de fuerzas que se invierte, un poder
confiscado, un vocabulario retomado y vuelto contra sus
usuarios, una dominación que se debilita, se distiende, se
envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada-. Las
fuerzas en juegoen la historia no obedecen ni a una desti¬
nación ni a una mecánica, sino efectivamente al azar de la
lucha (el subrayado es nuestro). Ellas no se manifiestan co¬
mo las formas sucesivas de una intención primordial; tam¬
poco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre
en lo aleatorio singular del acontecimiento [ídem].”
La proliferación de los hechos, la multiplicidad de las
intenciones, el desorden de las acciones no pueden ser refe¬
ridas, por tanto, a ningún sistema de determinismo capaz de
darles una interpretación racional; vale decir, de enunciar
su significación y sus causas. Tan sólo aceptando este re¬
nunciamiento “el sentido histórico se liberará de la historia
22 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
suprahistórica”. Para el historiador clásico el precio a pagar 
no es poco, pues es el dei abandono de toda pretensión a lo 
universal, un universal considerado como la condición de 
posibilidad y el objeto mismo de la comprensión histórica: 
“La historia ‘efectiva’ se distingue de la de los historiado­
res en el hecho de que ella no se apoya en ninguna constân­
cia: nada en el hombre -n i siquiera su cuerpo- es suficien­
temente fijo como para comprender a los otros hombres y 
reconocerse en ellos. Todo aquello en lo que uno se apoya 
para volverse hacia la historia y captaria en su totalidad, 
todo lo que permite describirla como un paciente movi- 
miento continuo, es todo aquello que se trata de quebrar 
sistemáticarnente. Ha de hacerse pedazos todo lo que per­
mitia el juego consolador de los reconocimientos”. 3
3. Sobre las ruinas de esta “historia que ya no se hace 
más” (o que no debería hacerse más), ^qué construir? En 
vários textos publicados entre 1968 y 1970, en un momen­
to de vuelco de su trayectoria intelectual, Foucauit multi­
plica las referencias a la práctica de los historiadores, cuya 
característica esencial (“un cierto uso de la discontinuidad 
para el análisis de las series temporales”) puede fijar inte- 
lectualmenie y legitimar estratégicamente su propio pro- 
yecío de descripción crítica y genealógica de les discursos. 
En el “trabajo real de los historiadores” lo esencial reside, 
no en la invención de nuevos objetos, sino “en la puesta en 
juego sistemática de lo discontinuo” que rompe fundamen­
talmente con la historia imaginada o sacralizada por la fi­
losofia -una historia que es relato de las continuidades y 
afirmación de la soberania de la conciencia: “Querer hacer 
dei análisis histórico el discurso de lo continuo y hacer de
*
í
ESCRIBIR LAS PRACTICAS22 *
suprahistórica”. Para el historiador clásico el precio a pagar
no es poco, pues es el del abandono de toda pretensión a lo
universal, un universal considerado como la condición de
posibilidad y el objeto mismo de la comprensión histórica:
“La historia ‘efectiva’ se distingue de la de los historiado¬
res en el hecho de que ella no se apoya en ninguna constan¬
cia: nada en el hombre -ni siquiera su cuerpo- es suficien¬
temente fijo como para comprender a los otros hombres y
reconocerse en ellos. Todo aquello en lo que uno se apoya
para volverse hacia la historia y captarla en su totalidad,
todo lo que permite describirla como un paciente movi¬
miento continuo, es todo aquello que se trata de quebrar
sistemáticamente. Ha de hacerse pedazos todo lo que per¬
mitía el juego consolador de los reconocimientos”.
3. Sobre las ruinas de esta “historia que ya no se hace
más” (o que no debería hacerse más), ¿qué construir? En
varios textos publicados entre 1968 y 1970, en un momen¬
to de vuelco de su trayectoria intelectual, Foucault multi¬
plica las referencias a la práctica de los historiadores, cuya
característica esencial (“un cierto uso de la discontinuidad
para el análisis de las series temporales”) puede fijar inte¬
lectualmente y legitimar estratégicamente su propio pro-
:le descripción crítica y genealógica de les discursos
En el “trabajo real de los historiadores” lo esencial reside,
no en la invención de nuevos objetos, sino “en la puesta en
juego sistemática de lo discontinuo” que rompe fundamen¬
talmente con la historia imaginada o sacralizada por la fi¬
losofía -una historia que es relato de las continuidades y
afirmación de la soberanía de la conciencia: “Querer hacer
del análisis histórico el discurso de lo continuo y hacer de .
yeC'
LA QUIMERA DEL ORIGEN 23
la conciencia humana el sujeto originário de todo saber y 
de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de 
pensamienío. El tiempo es concebido en éi en términos 
de totalización y la revolución nunca es más que una toma 
de conciencia”.5
A ese “sistema de pensamiento”, Foucauit opone la his­
toria que designa como “la historia, tal como es practicada 
hoy” -entendamos la de las coyunturas econômicas, los 
movimientos demográficos, las mutaciones sociales, que 
domina el decenio de los anos ’60, en la doble referencia a 
los modelos de Braudel y Labrousse- Esta historia consi­
dera series múltiples y articuladas, gobernada cada una de 
ellas por un principio de regularidad específico, remitida 
cada una de ellas a sus propias condiciones de posibilidad. 
Contrariamente a lo que los historiadores piensan que ha- 
cen (o dicen que hacen), un enfoque tal no significa de 
manera alguna una relegación dei acontecimiento, así co­
mo la preferencia otorgada a la larga duración no implica 
la identificación de estructuras inmóviles. Muy por el con­
trario, a través de la construcción de series homogêneas y 
distintas pueden ser localizadas las discontinuidades y si­
tuados los surgimientos. A distancia tanto de la “historia 
filosófica” como dei análisis estructural. la historia que 
rraL: si?p»!.nente ios ar-Auvos masivos (en El orden dei
5. Michel Foucauit, “Sur 1’archéologie des Sciences. Réponse 
au Cercle d’épistémologie”, Cahiers pour VAnalyse, 9, “Généalo- 
gie des Sciences”, verano de 1968, págs. 9-40; publicado nueva- 
mente en Dits et écrits. ob. cit.. 1.1. 1954-1969. págs. 696-731 (ci­
ta, págs. 699-700).
23LA QUIMERA DEL ORIGEN
la conciencia humana el sujeto originario de todo saber y
de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de
pensamiento. El tiempo es concebido en éi en términos
de totalización y la revolución nunca es más que una toma
de conciencia”.5
A ese “sistema de pensamiento”, Foucault opone la his¬
toria que designa como “la historia, tal como es practicada
hoy” -entendamos la de las coyunturas económicas, los
movimientos demográficos, las mutaciones sociales, que
domina el decenio de los años ’60, en la doble referencia a
los modelos de Braudel y Labrousse- Esta historia consi¬
dera series múltiples y articuladas, gobernada cada una de
ellas por un principio de regularidad específico, remitida
cada una de ellas a sus propias condiciones de posibilidad.
Contrariamente a lo que los historiadores piensan que ha¬
cen (o dicen que hacen), un enfoque tal no significa de
manera alguna una relegación del acontecimiento, así co¬
mo la preferencia otorgada a la larga duración no implica
la identificación de estructuras inmóviles. Muy por el con¬
trario, a través de la construcción de series homogéneas y
distintas pueden ser localizadas las discontinuidades y si¬
tuados los surgimientos. A distancia tanto de la “historia
filosófica” como del análisis estructural, la historia que
rrata si-n»! , nenie ios archivos masivos (en El orden del
5. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse
au Cercle d’épistémologie”, Cahiers pour VAnalyse, 9, “Généalo-
gie des sciences”, verano de 1968, págs. 9-40; publicado nueva¬
mente en Dits et écrits. ob. cit.. 1. 1. 1954-1969. págs. 696-731 (ci¬
ta, págs. 699-700).
24 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
discurso, Foucauit menciona las listas de precios, las actas 
notariales, los registros parroquiales, los archivos portuá­
rios) no es ni el relato continuo de una historia ideal ni la 
manera hegelianao marxista ni una descripción estructural 
sin acontecimientos: “Ciertamente, la historia desde hace 
mucho tiempo ya no busca comprender los aconteci­
mientos por un juego de causas y de efectos en la unidad 
informe dei gran devenir, vagamente homogêneo o estric- 
tamente jerarquizado; pero no intenta volver a encontrar 
estructuras anteriores y extranjeras, hostiles al aconteci­
miento. Busca establecer las series diversas, entrecruzadas, 
divergentes a menudo, pero no autônomas, que permiten 
circunscribir el ‘lugar’ dei acontecimiento, sus márgenes 
de azar, las condiciones de su aparición” .6 Una articula- 
ción es pensable, entonces, entre la singularidad aleatória 
de las emergencias, tal como la designa la “historia efecti- 
va” y las regularidades que gobiernan las series tempora- 
les, discursivas o no, que son el objeto mismo dei trabajo 
empírico de los historiadores.
De ahí, la doble constatación -paradójica respecto de la 
caracterización ingenuamente anti-acontecimiento de la 
historia de los Annciles- que asocia la serie y el aconteci­
miento y que separa a este último de toda referencia a una 
filosofia dei sujeto: “Las nociones fundamentales que se 
imponen ahora ya no son las de la conciencia y la continui­
dad (con sus problemas correlativos: la libertad y la causa- 
lidad), tampoco son ya las dei signo y la estructura. Son las 
dei acontecimiento y la serie, con el juego de nociones liga­
6. Michel Foucauit, Uordre du discours, ob. cit., pág. 58.
w
iESCRIBIR LAS PRACTICAS24
§
discurso, Foucault menciona las listas de precios, las actas *
notariales, los registros parroquiales, los archivos portua¬
rios) no es ni el relato continuo de una historia ideal ni la
manera hegeliana o marxista ni una descripción estructural
sin acontecimientos: “Ciertamente, la historia desde hace
mucho tiempo ya no busca comprender los aconteci¬
mientos por un juego de causas y de efectos en la unidad
informe del gran devenir, vagamente homogéneo o estric¬
tamente jerarquizado; pero no intenta volver a encontrar
estructuras anteriores y extranjeras, hostiles al aconteci¬
miento. Busca establecer las series diversas, entrecruzadas,
divergentes a menudo, pero no autónomas, que permiten
circunscribir el ‘lugar’ del acontecimiento, sus márgenes
de azar, las condiciones de su aparición”.6 Una articula¬
ción es pensable, entonces, entre la singularidad aleatoria
de las emergencias, tal como la designa la “historia efecti¬
va” y las regularidades que gobiernan las series tempora¬
les, discursivas o no, que son el objeto mismo del trabajo
empírico de los historiadores.
De ahí, la doble constatación -paradójica respecto de la
caracterización ingenuamente anti-acontecimiento de la
historia de los Armales- que asocia la serie y el aconteci¬
miento y que separa a este último de toda referencia a una
filosofía del sujeto: “Las nociones fundamentales que se
imponen ahora ya no son las de la conciencia y la continui¬
dad (con sus problemas correlativos: la libertad y la causa¬
lidad), tampoco son ya las del signo y la estructura. Son las
del acontecimiento y la serie, con el juego de nociones liga-
-V
I
I
6. Michel Foucault, L’ordre du discours, ob. cit., pág. 58.
I
J
LA QUIMERA DEL ORIGEN 25
das a ellos: regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, 
transformación”. Foucauit concluye: “Ese análisis de los 
discursos en el que pienso no se articula de ningún modo 
con la temática tradicional que los filósofos de ayer consi- 
deran aún como la historia ‘viviente’, sino con el trabajo 
efectivo de los historiadores”.7
4. A menudo, Foucauit opuso, término a término, el 
análisis que apunta a delimitar las “formaciones discursi­
vas” y la historia de la ideas “ese viejo suelo gastado hasta 
la miséria”.8 Contra los critérios tradicionales de clasifica- 
ción e identificación de los discursos (el “autor”, el “tex­
to”, la “obra”, la “disciplina”), la descripción arqueológica 
retiene otros critérios de delimitación, menos visibles de 
manera inmediata: “Cuando en un grupo de enunciados, se 
puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfa- 
saje enunciativo, una red teórica, un campo de posibili- 
dades estratégicas, entonces se puede estar seguro de que 
pertenecen a lo que podría llamarse una formación discur­
siva”.9 Ha de prestarse atención a las distancias que propo- 
nen estas nociones respecto de aquellas, aparentemente 
cercanas o idênticas, que parecen aptas para individualizar 
conjuntos de enunciados. El referencial de una serie de dis-
7. Ibíd., pág. 59.
8. Michel Foucauit. L ’archéologie du savoir, Paris, Gallimard, 
1969, pág. 179. [Trad. cast. La arqueologia dei saber, México, 
Siglo XXI, 1972.]
9. Michel Foucauit, “Sur 1’archéologie des Sciences. Réponse 
au Cercle d’épistémologie”, art. cit., pág. 719.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 25
das a ellos: regularidad, azar, discontinuidad, dependencia,
transformación”. Foucault concluye: “Ese análisis de los
discursos en el que pienso no se articula de ningún modo
con la temática tradicional que los filósofos de ayer consi¬
deran aún como la historia ‘viviente’, sino con el trabajo
efectivo de los historiadores”.7
4. A menudo, Foucault opuso, término a término, el
análisis que apunta a delimitar las “formaciones discursi¬
vas” y la historia de la ideas “ese viejo suelo gastado hasta
la miseria”.8 Contra los criterios tradicionales de clasifica¬
ción e identificación de los discursos (el “autor”, el “tex¬
to”, la “obra”, la “disciplina”), la descripción arqueológica
retiene otros criterios de delimitación, menos visibles de
manera inmediata: “Cuando en un grupo de enunciados, se
puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfa-
saje enunciativo, una red teórica, un campo de posibili¬
dades estratégicas, entonces se puede estar seguro de que
pertenecen a lo que podría llamarse una formación discur¬
siva”.9 Ha de prestarse atención a las distancias que propo¬
nen estas nociones respecto de aquellas, aparentemente
cercanas o idénticas, que parecen aptas para individualizar
conjuntos de enunciados. El referencial de una serie de dis-
7. Ibíd., pág. 59.
8. Michel Foucault. L'archéologie dn savoir, París, Gallimard,
1969, pág. 179. [Trad. cast. La arqueología del saber, México,
Siglo XXI, 1972.]
9. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse
au Cercle d’épistémologie”, art. cit., pág. 719.
26 ESCRtBIR LAS PRACTtCAS
cursos no es el “objeto” estable, único y exterior al que su- 
puestamente ella apunta: lo que lo define son las regias de 
formación y transformación de los objetos móviles y múlti- 
ples que esos discursos construyen y plantean como sus re­
ferentes. El clesfasaje enunciativo designa, no una forma 
única y codificada de enunciación, considerada como pro- 
pia de un conjunto de discursos, sino un “régimen de enun­
ciación” que despliega enunciados dispersos y heterogê­
neos, relacionados por una misma práctica discursiva. La 
red teórica juega de igual manera en el nivel conceptual, 
apuntando a las regias de formación de las nociones - in ­
cluídas en sus posibles contradicciones-, y no a la presen­
cia de un sistema de conceptos permanentes y coherentes. 
Por último, el campo de posibilidades estratégicas recusa 
toda individualización de los discursos llevada a cabo a 
partir de la identidad de su temática o de sus opiniones; 
busca designar la similitud de elecciones teóricas que pue­
de implicar perfectamente opiniones contrarias o bien, por 
el contrario, diferencias de elecciones teóricas compatibles 
con una temática común.
Dos razones llevan a recordar estas cuatro nociones, 
consideradas como fundantes de la descripción arqueológi­
ca de los discursos en los textos de 1968 y 1969, aun cuan- 
Ju ya no figuren explícitumente r.i -:n Fi orden ue' discur­
so ni en las obras posteriores. En efecto, a partir deestas 
diferentes modalidades de análisis, Foucauit, en el momen­
to de inaugurar un nuevo estilo de trabajo. brinda a la obra 
ya realizada una coherencia retrospectiva. Cada uno de los 
libros previamente publicados es caracterizado como la ex- 
ploración, a través dei estúdio de una formación discursiva 
particular, de un problema específico dei análisis arqueoló-.
*
*
26 ESCRIBIR LAS PRACTICAS 1
cursos no es el “objeto” estable, único y exterior al que su- j
puestamente ella apunta: lo que lo define son las reglas de
formación y transformación de los objetos móviles y múlti¬
ples que esos discursos construyen y plantean como sus re¬
ferentes. El desfasaje enunciativo designa, no una forma
única y codificada de enunciación, considerada como pro¬
pia de un conjunto de discursos, sino un “régimen de enun¬
ciación” que despliega enunciados dispersos y heterogé¬
neos, relacionados por una misma práctica discursiva. La
red teórica juega de igual manera en el nivel conceptual,
apuntando a las reglas de formación de las nociones -in¬
cluidas en sus posibles contradicciones-, y no a la presen¬
cia de un sistema de conceptos permanentes y coherentes.
Por último, el campo de posibilidades estratégicas recusa
toda individualización de los discursos llevada a cabo a
partir de la identidad de su temática o de sus opiniones;
busca designar la similitud de elecciones teóricas que pue¬
de implicar perfectamente opiniones contrarias o bien, por
el contrario, diferencias de elecciones teóricas compatibles
con una temática común.
Dos razones llevan a recordar estas cuatro nociones,
consideradas como fundantes de la descripción arqueológi¬
ca de los discursos en los textos de 1968 y 1 969, aun cuan¬
do ya no figuren explícitamente ni en F¡ orden discur¬
so ni en las obras posteriores. En efecto, a partir de estas
diferentes modalidades de análisis, Foucault, en el momen¬
to de inaugurar un nuevo estilo de trabajo, brinda a la obra
ya realizada una coherencia retrospectiva. Cada uno de los
libros previamente publicados es caracterizado como la ex¬
ploración, a través del estudio de una formación discursiva
particular, de un problema específico del análisis arqueólo- .
LA QUIMERA DEL ORIGEN 27
gico: “La emergencia de todo un conjunto de objetos, muy 
complicada y compleja” en Historia de la locura (1961), 
las formas de enunciación dei discurso en E l nacimiento 
de la clínica (1963), “las redes de los conceptos y sus re­
gias de formación” en Las palabras y las cosas (1966).10 
No cabe duda de que mediante esta lectura Foucauit desig­
na su propio trabajo con ayuda de critérios (unidad, cohe- 
rencia, significación) que pertenecen mucho más a la his­
toria de las ideas que a la arqueologia que propone. No por 
ello deja de designar una distancia fundamental con los ca- 
minos de la tradición al considerar a los discursos como 
prácticas que obedecen a regias de formación y de funcio- 
namiento.
De aqui en más surge la necesidad de pensar cómo las 
prácticas discursivas están articuladas con otras, cuya natu- 
raleza es diferente. Este tema, que se volverá central en el 
trabajo de Foucauit a partir de Vigilar y castigar, es esbo- 
zado varias veces en La arqueologia dei saber. Contra las 
causalidades directas y reductoras, pero asimismo contra el 
postulado de “una independencia soberana y solitaria dei 
discurso”, “la arqueologia hace aparecer relaciones entre 
las formaciones discursivas y los dominios no discursivos 
(instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y proce- 
sos econômicos). Estos acercamientos no tienen como +in 
revelar grandes continuidades culturales o aislar mecanis­
mos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciati- 
vos, la arqueologia no se pregunta qué pudo motivarlo (ésta 
es la búsqueda de contextos de formulación); tampoco bus­
10. Michel Foucauit, Uarchéologie dit savoir, ob. cit., pág. 86.
27LA QUIMERA DEL ORIGEN
gico: “La emergencia de todo un conjunto de objetos, muy
complicada y compleja” en Historia de la locura (1961),
las formas de enunciación del discurso en El nacimiento
de la clínica (1963), “las redes de los conceptos y sus re¬
glas de formación” en Las palabras y las cosas (1966).10
No cabe duda de que mediante esta lectura Foucault desig¬
na su propio trabajo con ayuda de criterios (unidad, cohe¬
rencia, significación) que pertenecen mucho más a la his¬
toria de las ideas que a la arqueología que propone. No por
ello deja de designar una distancia fundamental con los ca¬
minos de la tradición al considerar a los discursos como
prácticas que obedecen a reglas de formación y de funcio¬
namiento.
De aquí en más surge la necesidad de pensar cómo las
prácticas discursivas están articuladas con otras, cuya natu¬
raleza es diferente. Este tema, que se volverá central en el
trabajo de Foucault a partir de Vigilar y castigar, es esbo¬
zado varias veces en La anjueología del saber. Contra las
causalidades directas y reductoras, pero asimismo contra el
postulado de “una independencia soberana y solitaria del
discurso”, “la arqueología hace aparecer relaciones entre
las formaciones discursivas y los dominios no discursivos
(instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y proce¬
sos económicos). Estos acercamientos no tienen como +m
revelar grandes continuidades culturales o aislar mecanis¬
mos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciati¬
vos, la arqueología no se pregunta qué pudo motivarlo (ésta
es la búsqueda de contextos de formulación); tampoco bus-
10. Michel Foucault, L’archéologie du savoir, ob. cit., pág. 86.
28 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
ca encontrar qué se expresa en ellos (tarea de una herme­
nêutica); sino que intenta determinar cómo las regias de 
formación de las que depende -y que caracterizan la positi- 
vidad a la que pertenecen- pueden estar vinculadas a siste­
mas no discursivos: busca definir esas formas específicas 
de articulación”.11
En la reflexión abierta sobre la Revolución Francesa y 
sus orígenes, este programa tiene una particular pertinência. 
Por un lado, mantiene la exterioridad y la especificidad de 
las prácticas “que no son ellas mismas de naturaleza discur­
siva” respecto de los discursos que, de múltiples maneras, se 
articulan con ellas. Reconocer que el acceso a esas prácticas 
sin discurso sólo es posible gracias al desciframiento de los 
textos que las describen, prescriben, proscriben, etcétera, no 
implica empero identificar la lógica que las gobierna o Ia 
“racionalidad” que les da forma con las que gobiernan la 
producción de los discursos. La práctica discursiva es pues 
una práctica específica (“extrana” escribe Foucauit en algún 
lado), que no reduce todos los otros “regímenes de práctica” 
a sus estratégias, sus regularidades y sus razones. En este 
sentido, las posiciones actuales que asimilan las relaciones 
sociales a prácticas discursivas considerando, por ejemplo, 
que “las exigências de delimitar el campo dei discurso res­
pecto de realidades sociales no discursivas que yacen tras él, 
apuntan invariablemente a un dominio de acción también 
constituído discursivamente. Distinguen en efecto entre 
diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de len- 
guaje- más que entre fenômenos discursivos y no discursi-
11. Ibíd., pág. 212.
ESCRIBIR LAS PRACTICAS28
ca encontrar qué se expresa en ellos (tarea de una herme¬
néutica); sino que intenta determinar cómo las reglas de
formación de las que depende -y que caracterizan la positi¬
vidad a la que pertenecen- pueden estar vinculadas a siste¬
mas no discursivos: busca definir esas formas específicas
de articulación”.11
En la reflexión abierta sobre la Revolución Francesa y
sus orígenes, este programa tiene una particular pertinencia.
Por un lado, mantiene la exterioridad y la especificidad de
las prácticas “que no son ellas mismas de naturaleza discur¬
siva” respecto de losdiscursos que, de múltiples maneras, se
articulan con ellas. Reconocer que el acceso a esas prácticas
sin discurso sólo es posible gracias al desciframiento de los
textos que las describen, prescriben, proscriben, etcétera, no
implica empero identificar la lógica que las gobierna o la
“racionalidad” que les da forma con las que gobiernan la
producción de los discursos. La práctica discursiva es pues
una práctica específica (“extraña” escribe Foucault en algún
lado), que no reduce todos los otros “regímenes de práctica”
a sus estrategias, sus regularidades y sus razones. En este
sentido, las posiciones actuales que asimilan las relaciones
sociales a prácticas discursivas considerando, por ejemplo,
que “las exigencias de delimitar el campo del discurso res¬
pecto de realidades sociales no discursivas que yacen tras él,
apuntan invariablemente a un dominio de acción también
constituido discursivamente. Distinguen en efecto entre
diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de len¬
guaje- más que entre fenómenos discursivos y no discursi-
11. Ibíd., pág. 212.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 29
vos”12 anulan -de manera errada, a mi entender- la diferen­
cia radical que separa “la formalidad de las prácticas” (para 
retomar una categoria de Michel de Certeau) y las regias 
que organizan la producción de los discursos.
Mantener la irreductibilidad de esa distancia conduce a 
cuestionar las dos ideas siguientes, recurrentes en toda his­
toria estrictamente política de la Revolución: que es posible 
deducir las prácticas de los discursos que las fundan y las 
justifican; que es posible traducir en términos de una ideo­
logia explícita la función latente de los funcionamientos so­
ciales. La primera operación, clásica en toda la literatura 
consagrada a los lazos entre la Ilustración y la Revolución, 
remite los gestos de ruptura respecto de las autoridades es- 
tablecidas a la difusión de las ideas “filosóficas”, suponien- 
do así un engendramiento directo, automático, transparente 
de las acciones por los pensamientos. De la segunda resulta 
el diagnóstico que califica de jacobina la sociabilidad de las 
asociaciones voluntárias (clubes, sociedades literárias, lo- 
gias masónicas) que proliferan en el siglo xvill o bien el 
que caracteriza como la expresión de una ideologia terroris­
ta implícita la práctica política de los primeros meses de la 
Revolución.
Contra estas dos operaciones -de deducción y de traduc- 
ción- debe y puede ser propuesta una articulación diferente 
de los conjuntos de los discursos y de los regímenes de las 
prácticas. Entre ambos no hay ni continuidad ni necesidad.
12. Keith Michael Baker, Inventing the French Revolution. Es- 
says on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cam- 
bridge, Cambridge IJniversity Press, 1990, pág. 5.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 29
vos”12 anulan -de manera errada, a mi entender- la diferen¬
cia radical que separa “la formalidad de las prácticas” (para
retomar una categoría de Michel de Certeau) y las reglas
que organizan la producción de los discursos.
Mantener la irreductibilidad de esa distancia conduce a
cuestionar las dos ideas siguientes, recurrentes en toda his¬
toria estrictamente política de la Revolución: que es posible
deducir las prácticas de los discursos que las fundan y las
justifican; que es posible traducir en términos de una ideo¬
logía explícita la función latente de los funcionamientos so¬
ciales. La primera operación, clásica en toda la literatura
consagrada a los lazos entre la Ilustración y la Revolución,
remite los gestos de ruptura respecto de las autoridades es¬
tablecidas a la difusión de las ideas “filosóficas”, suponien¬
do así un engendramiento directo, automático, transparente
de las acciones por los pensamientos. De la segunda resulta
el diagnóstico que califica de jacobina la sociabilidad de las
asociaciones voluntarias (clubes, sociedades literarias, lo¬
gias masónicas) que proliferan en el siglo xvm o bien el
que caracteriza como la expresión de una ideología terroris¬
ta implícita la práctica política de los primeros meses de la
Revolución.
Contra estas dos operaciones -de deducción y de traduc¬
ción- debe y puede ser propuesta una articulación diferente
de los conjuntos de los discursos y de los regímenes de las
prácticas. Entre ambos no hay ni continuidad ni necesidad.
í
12. Keith Michael Baker. Inventing the French Revolution. Es¬
says on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cam¬
bridge, Cambridge University Press, 1990, pág. 5.
30 ESCR1BIR LAS PRACTICAS
Si están articulados no es según el modo de la causalidad o 
de la equivalência, sino a partir de la distancia existente en­
tre la “especificidad singular de las prácticas discursivas” y 
todas las demás. Es así como se articulan, en el siglo xvm, 
los discursos (por lo demás, competitivos) que representan­
do al mundo social, proponen su refundación y las prácticas 
(por lo demás, múltiples) que inventan en su efectuación 
misma, nuevas divisiones.
Una perspectiva como ésta puede llevar a desplazar la 
caracterización de la Ilustración. Contra la definición clási- 
ca que la considera como un corpus de enunciados explíci­
tos, como un conjunto de ideas claras y distintas, ^no cabe 
acaso consideraria corno un conjunto de prácticas múltiples 
y enmaranadas que guia la preocupación por la utilidad co­
mún, cuya mira es una gestión nueva de los espacios y las 
poblaciones y cuyos dispositivos (intelectuales, institucio- 
nales, sociales, etcétera) irnponen una reorganización com­
pleta de los sistemas de percepción y ordenamiento dei 
mundo social? La constatación conduce a reevaluar profun­
damente la relación entra la Ilustración y la monarquia, 
pues ésta, blanco por excelencia de los discursos filosófi­
cos. es sin duda la más vigorosa instauradora de prácticas 
fo rm ad o ras -algo que Tocqueville senaló claramente en 
el capituio ó de Rl Antiguo Regimen y la Revolución, al que 
titula “De algunas prácticas [el subrayado es nuestro] con 
cuya ayuda el gobierno Uevó a cabo la educación revolu­
cionaria dei pueblo”. Pensar la Revolución como un entra- 
mado de prácticas sin discurso (o fuera dei discurso), irre- 
ductibles en todos los casos a las afirmaciones ideológicas 
que entienden fundaria en su verdad, es quizás el medio 
más seguro para evitar las lecturas teleológicas dei siglo
30 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
Si están articulados no es según el modo de la causalidad o
de la equivalencia, sino a partir de la distancia existente en¬
tre la “especificidad singular de las prácticas discursivas” y
todas las demás. Es así como se articulan, en el siglo xvm,
los discursos (por lo demás, competitivos) que representan¬
do al mundo social, proponen su refundación y las prácticas
(por lo demás, múltiples) que inventan en su efectuación
misma, nuevas divisiones.
Una perspectiva como ésta puede llevar a desplazar la
caracterización de la Ilustración. Contra la definición clási¬
ca que la considera como un corpus de enunciados explíci¬
tos, como un conjunto de ideas claras y distintas, ¿no cabe
acaso considerarla corno un conjunto de prácticas múltiples
y enmarañadas que guía la preocupación por la utilidad co¬
mún, cuya mira es una gestión nueva de los espacios y las
poblaciones y cuyos dispositivos (intelectuales, institucio¬
nales, sociales, etcétera) imponen una reorganización com¬
pleta de los sistemas de percepción y ordenamiento del
mundo social? La constatación conduce a reevaluar profun¬
damente la relación entra la Ilustración y la monarquía,
pues ésta, blanco por excelencia de los discursos filosófi¬
cos. es sin duda la más vigorosa instauradora de prácticas
reformadoras -algo que Tocqueville señaló claramente en
el capituio ó de til Antiguo Regimen y la Revolución, al que
titula “De algunas prácticas [el subrayado es nuestro] con
cuya ayuda el gobierno llevó acabo la educación revolu¬
cionaria del pueblo”. Pensar la Revolución como un entra¬
mado de prácticas sin discurso (o fuera del discurso), irre¬
ductibles en todos los casos a las afirmaciones ideológicas
que entienden fundarla en su verdad, es quizás el medio
más seguro para evitar las lecturas teleológicas del siglo
LA QUIMERA DEL ORIGEN 31
xviii francês (más vigorosas de lo que se piensa) que lo 
comprenden a partir de su culminación obligada - la Revo­
lución- y que sólo retienen lo que conduce a ese fin consi­
derado como necesario -la Filosofia.
5. Establecer firmemente la distinción entre las prácticas 
discursivas y las prácticas no discursivas no implica consi­
derar, empero, que sólo estas últimas pertenecen a la “rea- 
lidad” o a lo “social”. Contra quienes (especialmente histo­
riadores) se hacen una “idea muy estrecha de lo real”, 
Foucauit afirma: “Hay que desmitificar la instancia global 
de lo real como totalidad que ha de ser restituida. No existe 
‘lo’ real que seria alcanzado a condición de hablar de todo 
o de ciertas cosas más ‘reales’ que otras, y que se perdería 
en beneficio de abstracciones inconsistentes, por limitarse a 
hacer surgir otros elementos y otras relaciones. Habría que 
interrogar también quizás el principio, a menudo admitido 
implicitamente, que la única realidad a la que debería aspi­
rar la historia es la sociedad misma. Un tipo de racionali- 
dad, una manera de pensar, un programa, una técnica, un 
conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, objetivos 
definidos y buscados, instrumentos para alcanzarlo, etcéte­
ra, todo eso es real. aun cuando eso no pretenda ser ‘la rea- 
i<dad misma ni ia sociedad toou ,13
13. Michel Foucauit, “La poussière et le nuage”, en L'impossi­
ble prison. Recherches sur le système pénitentiaire ciu XIXe siècle, 
reunido por Michele Perrot. Paris. Seuil, 1980, págs. 29-39: publi­
cado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. IV, 1980-1988, págs. 
10-19 (cita, pág. 15).
31LA QUIMERA DEL ORIGEN
xviii francés (más vigorosas de lo que se piensa) que lo
comprenden a partir de su culminación obligada -la Revo¬
lución- y que sólo retienen lo que conduce a ese fin consi¬
derado como necesario -la Filosofía.
5. Establecer firmemente la distinción entre las prácticas
discursivas y las prácticas no discursivas no implica consi¬
derar, empero, que sólo estas últimas pertenecen a la “rea¬
lidad” o a lo “social”. Contra quienes (especialmente histo¬
riadores) se hacen una “idea muy estrecha de lo real”,
Foucault afirma: “Hay que desmitificar la instancia global
de lo real como totalidad que ha de ser restituida. No existe
‘lo’ real que sería alcanzado a condición de hablar de todo
o de ciertas cosas más ‘reales’ que otras, y que se perdería
en beneficio de abstracciones inconsistentes, por limitarse a
hacer surgir otros elementos y otras relaciones. Habría que
interrogar también quizás el principio, a menudo admitido
implícitamente, que la única realidad a la que debería aspi¬
rar la historia es la sociedad misma. Un tipo de racionali¬
dad, una manera de pensar, un programa, una técnica, un
conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, objetivos
definidos y buscados, instrumentos para alcanzarlo, etcéte¬
ra, todo eso es real, aun cuando eso no pretenda ser ‘la rea¬
l-dad misma ni ¡a sociedad toua ,13
13. Michel Foucault, “La poussière et le nuage”, en L’impossi-
ble prison. Recherches sur le système pénitentiaire au XIXe siécle,
reunido por Michele Perrot. París, Seuil, 1980, págs. 29-39: publi¬
cado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. IV, 1980-1988, págs.
10-19 (cita, pág. 15).
32 ESCRIBIR LAS PRACTICAS
Se anula de esta manera la división, considerada largo 
tiempo como fundadora de la práctica historiadora, entre, 
por un lado, lo vivido, las instituciones, las relaciones de 
dominación y, por otro, los textos, las representaciones, las 
construcciones intelectuales. Lo real no pesa más de un la­
do que dei otro: todos estos elementos constituyen “frag­
mentos de realidad”, cuyo ordenamiento ha de compren- 
derse y, de esta manera, “ver el juego y el desarrollo de 
realidades diversas que se articulan entre sí: un programa, 
el lazo que lo explica, la ley que le brinda su valor coerciti­
vo, etcétera, son realidades (aunque de otro modo) al igual 
que Ias instituciones que le dan cuerpo o los comportamien- 
tos que se le agregan más o menos fielmente”.14
6. “^Qué sucede en las sociedades occidentales moder­
nas con ese real que es la racionalidad?”15 A partir de esta 
pregunta hay que comprender porque Foucauit otorga una 
importância central a la Ilustración, porque, asimismo, este 
análisis histórico de la formación y de las funciones de la ra­
cionalidad no es una denuncia de la razón. Reconocer la 
contradicción entre la filosofia emancipadora de la Ilustra- 
ción y los dispositivos que, apoyándose en ella, multiplican 
las constricciones y los controles, no es denunciar la ideolo­
gia racionalista como siendo la matriz de la prácticas repre-
14. “Table ronde du 20 mai 1978”, en L ’impossible prison, 
ob. cit., pág. 40-56; publicado nuevamente en Dits et écrits, t. IV, 
1980-1988, págs. 20-34 (cita, pág. 28).
15. Michel Foucauit, “La poussière et le nuage”, art. cit., 
pág. 16.
ESCRIBIR LAS PRACTICAS32
Se anula de esta manera la división, considerada largo
tiempo como fundadora de la práctica historiadora, entre,
por un lado, lo vivido, las instituciones, las relaciones de
dominación y, por otro, los textos, las representaciones, las
construcciones intelectuales. Lo real no pesa más de un la¬
do que del otro: todos estos elementos constituyen “frag¬
mentos de realidad”, cuyo ordenamiento ha de compren¬
derse y, de esta manera, “ver el juego y el desarrollo de
realidades diversas que se articulan entre sí: un programa,
el lazo que lo explica, la ley que le brinda su valor coerciti¬
vo, etcétera, son realidades (aunque de otro modo) al igual
que las instituciones que le dan cuerpo o los comportamien¬
tos que se le agregan más o menos fielmente”.14
6. “¿Qué sucede en las sociedades occidentales moder¬
nas con ese real que es la racionalidad?”15 A partir de esta
pregunta hay que comprender porque Foucault otorga una
importancia central a la Ilustración, porque, asimismo, este
análisis histórico de la formación y de las funciones de la ra¬
cionalidad no es una denuncia de la razón. Reconocer la
contradicción entre la filosofía emancipadora de la Ilustra¬
ción y los dispositivos que, apoyándose en ella, multiplican
las constricciones y los controles, no es denunciar la ideolo¬
gía racionalista como siendo la matriz de la prácticas repre-
14. “Table ronde du 20 mai 1978”, en Uimpossible prison ,
ob. cit., pág. 40-56; publicado nuevamente en Dits et écrits, t. IV,
¡980-1988, págs. 20-34 (cita, pág. 28).
15. Michel Foucault, “La poussière et le nuage”, art. cit.,
pág. 16.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 33
sivas características de las sociedades contemporâneas (“A 
qué lector podría sorprender al afirmar que el análisis de la 
prácticas represivas disciplinarias en el siglo xvm no es una 
manera de responsabilizar a Beccaria dei Goulag...”) .16 Es- 
tablecer este lazo seria enganarse doblemente: constituyen- 
do a la ideologia como instancia determinante dei funciona- 
miento social, mientras que todo régimen de prácticas está 
dotado de una regularidad, de una lógica y de una razón 
propias, irreductibles a los discursos que lo justifican; remi- 
tiendo a una realidad referencial, originaria, dada de una vez 
para siempre como “la” racionalidad, las figuras móviles y 
problemáticas de la divisória entre lo verdadero y lo falso. 
Imprudente, quizá, diez anos antes dei Bicentenário, Fou- 
cault escribía: “Con respecto a la Aufklãrang, no conozco a 
riadie, entre quienes realizan análisis históricos, que vea en 
ella el factor responsable dei totalitarismo.

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