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Hacer inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los discursos no gobiernan es una empresa difícil, inestable, si tuada “al borde dei acantilado”, como escribe de Certeau a propósito de Vigilar y castigar. Siempre la amenaza la ten- íacicn de olvidar toda diferencia entre lógicas neterónomas pero, sin embargo, articuladas: la que organiza la produc- ción e interpretación de los enunciados, la que rige los ges tos y las conductas. Contra las abruptas formulaciones dei linguistic turn, que considera que no existen más que los juegos dei len- guaje y que no hay realidad fuera de los discursos, la dis- tinción propuesta y trabajada por Foucauit, de Certeau y PROLOGO Los cuatro ensayos reunidos en este libro quisieran re¬ cuperar un género clásico: el del diálogo con los muertos. Para los historiadores de mi generación, y para muchos otros, la frecuentación de las obras de Michel Foucault, Mi¬ chel de Certeau y Louis Marin fue una fuente de inspira¬ ción de las más importantes. Más allá de las diferencias que las separan o las oponen, esas obras enuncian una pregunta fundamental: ¿cómo pensar las relaciones que mantienen las producciones discursivas y las prácticas sociales? Hacer inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los discursos no gobiernan es una empresa difícil, inestable, si¬ tuada “al borde del acantilado”, como escribe de Certeau a propósito de Vigilar y castigar. Siempre la amenaza la ten- de olvidar toda diferencia entre lógicas neterónomas pero, sin embargo, articuladas: la que organiza la produc¬ ción e interpretación de los enunciados, la que rige los ges¬ tos y las conductas. Contra las abruptas formulaciones del linguistic turn, que considera que no existen más que los juegos del len¬ guaje y que no hay realidad fuera de los discursos, la dis¬ tinción propuesta y trabajada por Foucault, de Certeau y to í r.r* 8 ESCRIBIR LAS PRACT1CAS Marin indica otro camino. Se trata, para ellos, de articular la construcción discursiva dei mundo social con la cons- trucción social de los discursos. O, dicho de otro modo, de inscribir la comprensión de los diversos enunciados que modelan las realidades dentro de coacciones objetivas que, a la vez, limitan y hacen posible su enunciación. El “orden dei discurso”, según la expresión de Foucauit, está dotado de eficacia: instaura divisiones y dominaciones, es el ins trumento de la violência simbólica y, por su fuerza, hace ser a lo que designa. Pero ese orden no carece de limites ni de restricciones. Los recursos que los discursos pueden po- ner en acción, los lugares de su ejercicio, las regias que los contienen, están histórica y socialmente diferenciados. De allí el acento puesto sobre los sistemas de representaciones, las categorias intelectuales, las formas retóricas que, de ma- neras diversas y desiguales, determinan la potência discur siva de cada comunidad. Otra lección dada por los tres autores que hemos reuni do aqui es la de poner en guardia contra una apreciación demasiado simple de la dominación. Cada uno a su manera y con su propio vocabulário, todos subrayan la distancia que existe entre los mecanismos que apuntan a controlar v someíer y, por otro 'ado, las resistências o insumisiones de aquellos -y aquellas- que son su objetivo. La tension encie dispositivos de coacción e ilegalismos en Foucauit, la opo- sición entre estratégia y táctica en de Certeau, la distancia entre las modalidades dei “hacer creer” y las formas de la creencia en Marin son otras tantas figuras de esa distancia. Ésta debe postularse a fin de indicar que la fuerza de los instrumentos puestos en acción para imponer una discipli na, un orden o una representación (dei poder, dei otro o de ESCRIBIR LAS PRACTICAS Marin indica otro camino. Se trata, para ellos, de articular la construcción discursiva del mundo social con la cons¬ trucción social de los discursos. O, dicho de otro modo, de inscribir la comprensión de los diversos enunciados que modelan las realidades dentro de coacciones objetivas que, a la vez, limitan y hacen posible su enunciación. El “orden del discurso”, según la expresión de Foucault, está dotado de eficacia: instaura divisiones y dominaciones, es el ins¬ trumento de la violencia simbólica y, por su fuerza, hace ser a lo que designa. Pero ese orden no carece de límites ni de restricciones. Los recursos que los discursos pueden po¬ ner en acción, los lugares de su ejercicio, las reglas que los contienen, están histórica y socialmente diferenciados. De allí el acento puesto sobre los sistemas de representaciones, las categorías intelectuales, las formas retóricas que, de ma¬ neras diversas y desiguales, determinan la potencia discur¬ siva de cada comunidad. Otra lección dada por los tres autores que hemos reuni¬ do aquí es la de poner en guardia contra una apreciación demasiado simple de la dominación. Cada uno a su manera y con su propio vocabulario, todos subrayan la distancia que existe entre los mecanismos que apuntan a controlar y someter y, por otro '-.do, las resistencias o insumisiones de aquellos -y aquellas- que son su objetivo. La tension entre dispositivos de coacción e ilegalismos en Foucault, la opo¬ sición entre estrategia y táctica en de Certeau, la distancia entre las modalidades del “hacer creer” y las formas de la creencia en Marin son otras tantas figuras de esa distancia. Ésta debe postularse a fin de indicar que la fuerza de los instrumentos puestos en acción para imponer una discipli¬ na, un orden o una representación (del poder, del otro o de PROLOGO 9 uno mismo) siempre debe transigir con los rechazos, distor- siones y artimanas de aquellos y aquellas a quienes preten de someter. La dinâmica que vincula así sujeción forzada e identi- dad preservada, consentimiento y resistência, transformo profundamente la comprensión de las relaciones de poder, la de las formas de la dominación colonial o la de las rela ciones entre los sexos. También definió una nueva manera de pensar la significación de los discursos, al situaria entre las diversas estratégias (autorales, editoriales, críticas, es colares) que intentan fijar e imponer su sentido, y las apro- piaciones plurales, móviles, de los lectores que les dan usos y comprensiones que les son propios. Entre las coacciones transgredidas y las libertades limitadas, Foucauit, de Cer teau y Marin trazan un camino ampliamente utilizado des- pués de ellos, en particular por una historia (o una sociolo gia) cultural que, liberada de las definiciones tradicionales de la historia de las mentalidades, comenzó a prestar aten- ción a las modalidades de apropiación más que a las distri- buciones estadísticas, a los procesos de construcción dei sentido más que a ladesigual circulación de los objetos y las obras, a la articulación entre prácticas y representacio- nes más que al inventario de las herramientas mentales. Sin ninguns quda, estos Jêspiuzamientcs encontraron su funda mento y su inspiración en la lectura de los autores que acompanaremos en este libro y que obraron como historia dores a partir de saberes y cuestiones que superan con mu- cho los limites clásicos de la disciplina. Los cuatro ensayos consagrados a ellos son una manera de reconocer la deuda contraída. Siempre me pareció que el trabajo de un historiador debía repartirse entre dos exigen- PROLOGO 9 uno mismo) siempre debe transigir con los rechazos, distor¬ siones y artimañas de aquellos y aquellas a quienes preten¬ de someter. La dinámica que vincula así sujeción forzada e identi¬ dad preservada, consentimiento y resistencia, transformó profundamente la comprensión de las relaciones de poder, la de las formas de la dominación colonial o la de las rela¬ ciones entre los sexos. También definió una nueva manera de pensar la significación de los discursos, al situarla entre las diversas estrategias (autorales, editoriales, críticas, es¬ colares) que intentan fijar e imponer su sentido, y las apro¬ piaciones plurales, móviles, de los lectores que les dan usos y comprensiones que les son propios. Entre las coacciones transgredidas y las libertades limitadas, Foucault, de Cer- teau y Marin trazan un camino ampliamente utilizado des¬ pués de ellos, en particular por una historia (o una sociolo¬ gía) cultural que, liberada de las definiciones tradicionales de la historia de las mentalidades, comenzó a prestar aten¬ ción a las modalidades de apropiación más que a las distri¬ buciones estadísticas, a los procesos de construcción del sentido más que a la desigual circulación de los objetos y las obras, a la articulación entre prácticas y representacio¬ nes más que al inventario de las herramientas mentales. Sin ninguna uuda, estos desplazamiento:; encontraron su funda¬ mento y su inspiración en la lectura de los autores que acompañaremos en este libro y que obraron como historia¬ dores a partir de saberes y cuestiones que superan con mu¬ cho los límites clásicos de la disciplina. Los cuatro ensayos consagrados a ellos son una manera de reconocer la deuda contraída. Siempre me pareció que el trabajo de un historiador debía repartirse entre dos exigen- 10 ESCRIB1R LAS PRACTICAS cias. La primera, clásica y esencial, consiste en proponer la inteligibilidad más adecuada posible de un objeto, un cor- pus, un problema. Es por eso que la identidad primera de cada historiador se la da su presencia en un território parti cular que define su propia competência. En Io que a mí se refíere, este dominio de investigación es el de la historia de las formas, usos y efectos de la cultura escrita en las socie dades de la primera modemidad, entre los siglos xvi y xvhi. Pero hay también una segunda exigencia: la que obli- ga a la historia a entablar un diálogo con otros cuestiona- mientos -filosóficos, antropológicos, semióticos, etcétera-. Sólo a través de estos encuentros puede la disciplina inven tar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión más rigurosos o participar, con otras, en la definición de es- pacios intelectuales inéditos. De allí la forma dada a este libro. Este no procede a la manera de los que han sido traducidos al espanol durante los últimos anos y que se consagran a los problemas histó ricos específicos planteados por el estúdio de los libros, las lecturas y las prácticas culturales en las sociedades dei An- tiguo Régimen.1 Al reunir cuatro “lecturas”, se propone ilustrar otra modalidad dei trabajo intelectual, la que hace 1 1. Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edatl Mo derna, trad. Mauro Arruino, Madrid, Alianza, 1993; El orden de los libros. Lectores, autores y bibliotecas en Europa entre los si glos xvt y xvili, trad. Viviana Ackerrnan, prólogo de Ricardo Gar cia Cárcel, Barcelona, Gedisa, 1994; Espacio público, crítica y desacralización en el siglo xvtti. Los orígenes culturales de la Re- volución Francesa, trad. Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, 1995; Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apro- 10 ESCRIBIR LAS PRACTICAS cias. La primera, clásica y esencial, consiste en proponer la inteligibilidad más adecuada posible de un objeto, un cor¬ pus, un problema. Es por eso que la identidad primera de cada historiador se la da su presencia en un territorio parti¬ cular que define su propia competencia. En lo que a mí se refiere, este dominio de investigación es el de la historia de las formas, usos y efectos de la cultura escrita en las socie¬ dades de la primera modernidad, entre los siglos xvi y xvm. Pero hay también una segunda exigencia: la que obli¬ ga a la historia a entablar un diálogo con otros cuestiona- mientos -filosóficos, antropológicos, semióticos, etcétera- Sólo a través de estos encuentros puede la disciplina inven¬ tar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión más rigurosos o participar, con otras, en la definición de es¬ pacios intelectuales inéditos. De allí la forma dada a este libro. Éste no procede a la manera de los que han sido traducidos al español durante los últimos años y que se consagran a los problemas histó¬ ricos específicos planteados por el estudio de los libros, las lecturas y las prácticas culturales en las sociedades del An¬ tiguo Régimen.1 Al reunir cuatro “lecturas”, se propone ilustrar otra modalidad del trabajo intelectual, la que hace 1. Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad Mo¬ derna, trad. Mauro Armiño, Madrid, Alianza, 1993; El orden de los libros. Lectores, autores y bibliotecas en Europa entre los si¬ glos xvi y xvm, trad. Viviana Ackerman, prólogo de Ricardo Gar¬ cía Cárcel, Barcelona, Gedisa, 1994; Espacio público, crítica y desacralización en el siglo xvm. Los orígenes culturales de la Re¬ volución Francesa, trad. Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, 1995; Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apro- PROLOGO 11 avanzar en companía de pensamientos fuertes, de obras densas, que son otros tantos apoyos a los cuales recurrir pa ra trabajar con más justeza. En estos últimos anos, tres no- ciones permitieron renovar la reflexión de las ciências hu manas y sociales: discurso, práctica, representación. Volver a la obra de Michel Foucauit, Michel de Certeau y Louis Marin es una necesidad, creo, para precisar mejor sus con tornos y definir con más agudeza su pertinência. Una última palabra. No es casual que este libro se publi que en la Argentina. Los textos que lo componen fueron pre- sentados allí como conferências dadas en ocasión de invita- ciones a las universidades de Buenos Aires y Mar dei Plata. Vaya mi recuerdo a aquellas y aquellos que enriquecieron entonces mis lecturas con sus reflexiones y propuestas. piación, trad. Paloma Villegas y Ana Garcia Bergua, México, Instituto Mora, 1995. PROLOGO 11 avanzar en compañía de pensamientos fuertes, de obras densas, que son otros tantos apoyos a los cuales recurrir pa¬ ra trabajar con más justeza. En estos últimos años, tres no¬ ciones permitieron renovar la reflexión de las ciencias hu¬ manas y sociales: discurso, práctica, representación. Volver a la obra de Michel Foucault, Michel de Certeau y Louis Marin es una necesidad, creo, para precisar mejor sus con¬ tornos y definir con más agudeza su pertinencia. Una última palabra. No es casual que este libro se publi¬ que en la Argentina. Los textos que lo componen fueron pre¬ sentados allí como conferencias dadas en ocasión de invita¬ ciones a las universidades de Buenos Aires y Mar del Plata. Vaya mi recuerdo a aquellas y aquellos que enriquecieron entonces mis lecturas con sus reflexiones y propuestas. : i : piación, trad. Paloma Villegasy Ana García Bergua, México, Instituto Mora, 1995. ! LA QUIM ERA DEL ORIGEN. FOUCAULT, LA ILUSTRACION Y LA REVOLUCION FRANCESA LA QUIMERA DEL ORIGEN. FOUCAULT, LA ILUSTRACION Y LA REVOLUCION FRANCESA Una versión inglesa dei texto "La quimera dei origen. Fou- cault, la Ilusfración y la Revolución Francesa” fue publicada en el libro Foucauit and the Writing ofHistory, bajo la dirección de Jan Goldstein, Oxford, Basil Blackwell, 1994, págs. 167-186. Una versión inglesa del texto "La quimera del origen. Fou¬ cault, la Ilustración y la Revolución Francesa” fue publicada en el libro Foucault and the Writing of History, bajo la dirección de Jan Goldstein, Oxford, Basil Blackwell, 1994, págs. 167-186. 1. La obra de Foucauit no se deja someter fácilmenté a las operaciones que implica el comentário. Un intento de esta naturaleza supone, en efecto, que se considere cierto número de textos (libros, artículos, conferências, entrevis tas, etcétera) como formando una “obra”, que dicha obra pueda ser asignada a un autor, cuyo nombre propio (“Fou- cault”) remite a un individuo particular, poseedor de una biografia singular y que, a partir de la lectura de ese texto primero (la “obra de Foucauit”), sea legítimo producir otro discurso en forma de comentário. Ahora bien, según Fou- cault, estas tres operaciones han perdido la evidencia y la inmediatez que les fueron propias en “la historia tradicional de las ideas”.1 1. Michel Foucauit, “Qu’est-ce qu'un auteur?”, Bulletin de la Société française de Philosophie, julio-sept., 1969, págs. 73-104; publicado nuevamente en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable- cida bajo la dirección de Daniel Defert y François Ewald, con la co- laboración de Jacques Lagrange, Paris, Gallimard, 1994,1.1, 1954- 1969, págs. 789-821, y L ’ordre du discours. Leçon inaugurale au Collège de France prononcée le 2 décembre 1970, Paris, Galli- 1. La obra de Foucault no se deja someter fácilmente a las operaciones que implica el comentario. Un intento de esta naturaleza supone, en efecto, que se considere cierto número de textos (libros, artículos, conferencias, entrevis¬ tas, etcétera) como formando una “obra”, que dicha obra pueda ser asignada a un autor, cuyo nombre propio (“Fou¬ cault”) remite a un individuo particular, poseedor de una biografía singular y que, a partir de la lectura de ese texto primero (la “obra de Foucault”), sea legítimo producir otro discurso en forma de comentario. Ahora bien, según Fou¬ cault, estas tres operaciones han perdido la evidencia y la inmediatez que les fueron propias en “la historia tradicional de las ideas”.1 1. Michel Foucault, “Qu’est-ce qu'un auteur?”, Bulletin de la Sociétéfrançaise de Philosophic, julio-sept., 1969, págs. 73-104; publicado nuevamente en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable¬ cida bajo la dirección de Daniel Defert y Francois Ewald, con la co¬ laboración de Jacques Lagrange, París, Gallimard, 1994, 1. 1, 1954- 1969, págs. 789-821, y L’ordre du discours. Legón inauguróle au Collége de France prononcée le 2 décembre 1970, París, Galli- 16 ESCRIBIR LAS PRACTICAS Foucauit las despojo, en primer término, de su supuesta universalidad, restituyéndoles su variabilidad. De este mo do, precisando las condiciones históricas específicas (jurí dicas y políticas) que hacen que el nornbre propio emerja como categoria fundamental de clasificación de las obras -lo que llama la “función-autor”- , invita a interrogarse acerca de las razones y los efectos de tal operación: garan- tizar la unidad de una obra remitiéndola a un único foco de expresión; resolver las posibles contradicciones entre los textos de un mismo “autor” , explicados por los desarrollos de una trayectoria biográfica; establecer gracias a la media- ción dei indivíduo inscrito en su época, una relación entre la obra y el mundo social. Por otra parte, todas las operaciones que designan y asig- nan las obras deben ser consideradas siempre como opera ciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de huellas dejadas por alguien tras su muerte, ^cómo se puede definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una deci- sión de separación que distingue (de acuerdo con critérios que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por ende, no han de ser asignados a la “función autor” . Por último, para Foucauit. estas diferentes operaciones -delim itar una obra, atribuiría a un autor, producir su co mentário- no son operaciones neutras. Elias están orienta das por una misma función, definida como “función restric- mard, 1971 [Trad. cast. El orden dei discurso, Barcelona, Tusquets. 1987.]. ESCRIBIR LAS PRACTICAS16 Foucault las despojó, en primer término, de su supuesta universalidad, restituyéndoles su variabilidad. De este mo¬ do, precisando las condiciones históricas específicas (jurí¬ dicas y políticas) que hacen que el nombre propio emerja como categoría fundamental de clasificación de las obras -lo que llama la “función-autor”-, invita a interrogarse acerca de las razones y los efectos de tal operación: garan¬ tizar la unidad de una obra remitiéndola a un único foco de expresión; resolver las posibles contradicciones entre los textos de un mismo “autor”, explicados por los desarrollos de una trayectoria biográfica; establecer gracias a la media¬ ción del individuo inscrito en su época, una relación entre la obra y el mundo social. Por otra parte, todas las operaciones que designan y asig¬ nan las obras deben ser consideradas siempre como opera¬ ciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de huellas dejadas por alguien tras su muerte, ¿cómo se puede definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una deci¬ sión de separación que distingue (de acuerdo con criterios que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por ende, no han de ser asignados a la “función autor”. Por último, para Foucault, estas diferentes operaciones -delimitar una obra, atribuirla a un autor, producir su co¬ mentario- no son operaciones neutras. Ellas están orienta¬ das por una misma función, definida como “función restric- mard, 197 1 [Trad. cast. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets. 1987.]. LA QUIMERA DEL ORIGEN 17 tiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clasi- ficándolos, ordenándolos y distribuyéndolos. El desafio primero y temible que Foucauit lanza a sus lectores reside en lo siguiente: hacer vacilar, fisurar lo que funda, en la configuración de saber que es la nuestra, la in- teligibilidad y la interpretación de toda obra (incluyendo la suya). De esta manera, se crea una tensión vertiginosa y úni ca, en la que toda lectura de un texto de Foucauit es siempre y, al mismo tiempo, necesariamente, cuestionamiento de los conceptos habituales (“autor”, “obra”, “comentário”) que gobieman en nuestra sociedad la relación con los textos. En una observación de El orden dei discurso en la que, quizá. confiesa algo de si mismo, Foucauit no exime al autor de la sumisión a las categorias que caracterizan, en un momento histórico particular, el régimen de producción de los discur sos: “Pienso que -a l menos a partir de cierta época- el indi víduo que se pone a escribir un texto, en cuyo horizonte ronda una obra posible. retoma por su propia cuenta la fun ción dei autor: lo que escribe y lo que no escribe, lo que tra- za, incluso a título de borrador provisorio, como esbozo de la obra, y lo que deja caer como comentários cotidianos, to do ese juego de diferencias está prescrito por la función au tor, tal como la recibe de su época o tal como a su vez la modifica.Aunque pueda transformar la imagen tradicional que se tiene dei autor es. sin embargo, a partir de una nueva posición dei autor que delimitará, en todo lo que habrá podi do decir, en todo lo que dice todos los dias, en todo instante, el perfil aún tembloroso de su obra”.2 La incorporación por 2. Michel Foucauit, L ’ordre du discours, ob. cit., pág. 31. LA QUIMERA DEL ORIGEN 17 tiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clasi¬ ficándolos, ordenándolos y distribuyéndolos. El desafío primero y temible que Foucault lanza a sus lectores reside en lo siguiente: hacer vacilar, fisurar lo que funda, en la configuración de saber que es la nuestra, la in¬ teligibilidad y la interpretación de toda obra (incluyendo la suya). De esta manera, se crea una tensión vertiginosa y úni¬ ca, en la que toda lectura de un texto de Foucault es siempre y, al mismo tiempo, necesariamente, cuestionamiento de los conceptos habituales (“autor”, “obra”, “comentario”) que gobiernan en nuestra sociedad la relación con los textos. En una observación de El orden del discurso en la que, quizá. confiesa algo de sí mismo, Foucault no exime al autor de la sumisión a las categorías que caracterizan, en un momento histórico particular, el régimen de producción de los discur¬ sos: “Pienso que -al menos a partir de cierta época- el indi¬ viduo que se pone a escribir un texto, en cuyo horizonte ronda una obra posible, retoma por su propia cuenta la fun¬ ción del autor: lo que escribe y lo que no escribe, lo que tra¬ za, incluso a título de borrador provisorio, como esbozo de la obra, y lo que deja caer como comentarios cotidianos, to¬ do ese juego de diferencias está prescrito por la función au¬ tor, tal como la recibe de su época o tal como a su vez la modifica. Aunque pueda transformar la imagen tradicional que se tiene del autor es. sin embargo, a partir de una nueva posición del autor que delimitará, en todo lo que habrá podi¬ do decir, en todo lo que dice todos los días, en todo instante, el perfil aún tembloroso de su obra”.2 La incorporación por 2. Michel Foucault, L'ordre dit discours, ob. cit., pág. 31. 18 ESCRIBIR LAS PRACTICAS el autor de las categorias que dan cuenta de las obras en el orden común de los discursos es lo que hace posible la arti- culación entre la escritura, entendida como una práctica li bre, profusa, aleatória, y los procedimientos que apuntan a controlar, organizar y seleccionar los discursos. No obstan te, la aceptación común por parte dei comentador y dei autor de las convenciones que rigen el modo de asignación y de clasificación de las obras no debe, empero, hacer que se las considere como neutras y universales. Foucauit agrega a este primer desafio un segundo. Todo su proyecto de análisis crítico e histórico de los discursos está fundado, en efecto, sobre una recusación explícita de los conceptos clásicamente manejados por la “historia tradi cional de las ideas”, que sigue siendo el recurso más inme- diatamente disponible para comprender y hacer comprender un texto, una obra, un autor. El postulado de la unidad y de la coherencia de la obra, la puesta en evidencia de la origi- nalidad creadora, la inscripción de la significación en el dis curso son las categorias contra las que debe constituirse otra forma de interpretación, atenta, por el contrario, a las dis- continuidades y a las regularidades que constrinen la pro- ducción de los discursos. Comprender un conjunto de enun ciados supone, por ende, para Foucauit, recurrir a princípios ■J; intei!gibí itdad que recnsan las vieias nociones -apenas retocadas en los últimos tiempos- de la historia de las ideas. De ello surge una cuestión difícil: cuáles son las condi ciones que hacen posible producir una lectura “foucaultia- na” de Foucauit, o sea leer sus obras, su “obra”, a partir de esa “ligera desviación” -como él escribe ironicamente- que “consiste en tratar, no las representaciones que se pueden encontrar tras los discursos, sino los discursos corno series ESCRIBIR LAS PRACTICAS18 el autor de las categorías que dan cuenta de las obras en el orden común de los discursos es lo que hace posible la arti¬ culación entre la escritura, entendida como una práctica li¬ bre, profusa, aleatoria, y los procedimientos que apuntan a controlar, organizar y seleccionar los discursos. No obstan¬ te, la aceptación común por parte del comentador y del autor de las convenciones que rigen el modo de asignación y de clasificación de las obras no debe, empero, hacer que se las considere como neutras y universales. Foucault agrega a este primer desafío un segundo. Todo su proyecto de análisis crítico e histórico de los discursos está fundado, en efecto, sobre una recusación explícita de los conceptos clásicamente manejados por la “historia tradi¬ cional de las ideas”, que sigue siendo el recurso más inme¬ diatamente disponible para comprender y hacer comprender un texto, una obra, un autor. El postulado de la unidad y de la coherencia de la obra, la puesta en evidencia de la origi¬ nalidad creadora, la inscripción de la significación en el dis¬ curso son las categorías contra las que debe constituirse otra forma de interpretación, atenta, por el contrario, a las dis¬ continuidades y a las regularidades que constriñen la pro¬ ducción de los discursos. Comprender un conjunto de enun¬ ciados supone, por ende, para Foucault, recurrir a principios •J: iütei!g;‘Tildad que recusan las viejas nociones -apenas retocadas en los últimos tiempos- de la historia de las ideas. De ello surge una cuestión difícil: cuáles son las condi¬ ciones que hacen posible producir una lectura “foucaultia- na” de Foucault, o sea leer sus obras, su “obra”, a partir de esa “ligera desviación” -como él escribe irónicamente- que “consiste en tratar, no las representaciones que se pueden encontrar tras los discursos, sino los discursos como series LA QUIMERA DEL ORIGEN regulares y discontinuas de acontecimientos”, y que “per mita introducir en la raiz misma dei pensamiento, el azar, lo discontinuo y la materialidacT'. i,Hay que oponer Fou- cault a Foucauit e inscribir su trabajo en las misinas catego rias que él consideraba como impotentes para dar cuenta adecuadamente de los discursos? ^,0 bien hay que someter su obra a los procedimientos dei análisis crítico y genealó gico que ella propuso y, al mismo tiempo, anular lo que permite delimitar su unicidad y su singularidad? Foucauit, no cabe duda, estaba encantado de haber fabricado así esa “pequena (y quizás odiosa) maquinaria” que insinua la in- quietud en el seno mismo dei comentário que pretende de- cir el sentido o la verdad de la obra. En esta buena jugarre- ta a todos aquellos -que fueron y serán numerosos- que se esfuerzan en leerlo, ^cómo no escuchar, metálica y fulgu rante, la risa de Michel Foucauit?3 2. Para el historiador que quiere hacer inteligibles los orí- genes de la Revolución Francesa (o de cualquier otro fenô meno), esta risa resuena de manera particularmente mordaz. En uno de los pocos textos consagrados explícitamente a lo que fue. sin duda, para él la referencia filosófica fundamen 19 3. Michel de Certeau, “Le rire de Michel Foucauit”, Revue de la Bibliothèque Nationale, N° 14, 1984, págs. 10-16, publicado nuevamente con modificaciones en Michel de Certeau, Histoire et psychanalyse entre science etfiction. presentación de Luce Giard, Paris, Gallimard, 1987, págs. 51-64. [Trad. cast. Historia y psi- coanálisis entre ciência y ficción, México, Universidad Iberoame- ricana, 1995.] LA QUIMERA DEL ORIGEN 19 regulares y discontinuas de acontecimientos”, y que “per¬ mita introducir en la raíz misma del pensamiento, el azar, lo discontinuo y la materialidad". ¿Hay que oponer Fou¬ cault a Foucault e inscribir su trabajo en las mismas catego¬ rías que él consideraba como impotentes para dar cuentaadecuadamente de los discursos? ¿O bien hay que someter su obra a los procedimientos del análisis crítico y genealó¬ gico que ella propuso y, al mismo tiempo, anular lo que permite delimitar su unicidad y su singularidad? Foucault, no cabe duda, estaba encantado de haber fabricado así esa “pequeña (y quizás odiosa) maquinaria” que insinúa la in¬ quietud en el seno mismo del comentario que pretende de¬ cir el sentido o la verdad de la obra. En esta buena jugarre¬ ta a todos aquellos -que fueron y serán numerosos- que se esfuerzan en leerlo, ¿cómo no escuchar, metálica y fulgu¬ rante, la risa de Michel Foucault?3 2. Para el historiador que quiere hacer inteligibles los orí¬ genes de la Revolución Francesa (o de cualquier otro fenó¬ meno), esta risa resuena de manera particularmente mordaz. En uno de los pocos textos consagrados explícitamente a lo que fue. sin duda, para él la referencia filosófica fundamen- 3. Michel de Certeau, '‘Le rire de Michel Foucault”, Revue de la BibUothèque Naliónale, N° 14, 1984, págs. 10-16, publicado nuevamente con modificaciones en Michel de Certeau, Histoire et psychanalyse entre science et fiction, presentación de Luce Giard, París, Gallimard, 1987, págs. 51-64. [Trad. cast. Historia y psi¬ coanálisis entre ciencia yficción, México, Universidad Iberoame¬ ricana, 1995.] 20 ESCRIBIR LAS PRACTICAS tal -a saber, la obra de Nietzsche-, Foucauit lleva a cabo una crítica devastadora de la noción misma de origen tal como los historiadores están acostumbrados a manejaria.4 Dado que ella justifica una büsqueda sin fin de los comienzos y da do que anula la originalidad dei acontecimiento, al que supo- ne ya presente incluso antes de su advenimiento, la categoria enmascara, al mismo tiempo, la discontinuidad radical de los surgimientos, de las “emergencias”, irreductibles a toda pre- figuración, y las discordancias que separan las diferentes se ries de discursos o de prácticas. La historia, cuando sucumbe a Ia “quimera dei origen”, arrastra, sin tener a menudo clara conciencia de ello, varias presuposiciones: que cada mo mento histórico es una totalidad homogênea, dotada de una significación ideal y única presente en cada una de las mani- festaciones que lo expresa; que el devenir histórico está orga nizado como una continuidad necesaria; que los hechos se encadenan y engendran en un flujo ininterrumpido que per mite decidir que uno es “causa” u “origen” dei otro. Para Foucauit, la “genealogia” debe desprenderse justa mente de esas nociones clásicas (totalidad, continuidad, causalidad) si quiere comprender adecuadamente las ruptu ras y los desfasajes El primero de los “rasgos propios dei sentido histórico, tal como lo entiende Nietzsche, y que se opone a la historia tradicional ia Wirklicke Historie” es per- mutar “la relación establecida de ordinário entre la irrup- 4. Michel Foucauit, “Nietzsche, la généalogie, Phistoire”, Hommage à Jean Hyppolite, Paris, Presses Universitaires de Fran- ce, 1971, págs. 145-172; publicado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. II, 1970-1975, págs. 136-156 (citas, págs. 146-149). ESCRIBIR LAS PRACTICAS20 tal -a saber, la obra de Nietzsche-, Foucault lleva a cabo una crítica devastadora de la noción misma de origen tal como los historiadores están acostumbrados a manejarla.4 Dado que ella justifica una búsqueda sin fin de los comienzos y da¬ do que anula la originalidad del acontecimiento, al que supo¬ ne ya presente incluso antes de su advenimiento, la categoría enmascara, al mismo tiempo, la discontinuidad radical de los surgimientos, de las “emergencias”, irreductibles a toda pre¬ figuración, y las discordancias que separan las diferentes se¬ ries de discursos o de prácticas. La historia, cuando sucumbe a la “quimera del origen”, arrastra, sin tener a menudo clara conciencia de ello, varias presuposiciones: que cada mo¬ mento histórico es una totalidad homogénea, dotada de una significación ideal y única presente en cada una de las mani¬ festaciones que lo expresa; que el devenir histórico está orga¬ nizado como una continuidad necesaria; que los hechos se encadenan y engendran en un flujo ininterrumpido que per¬ mite decidir que uno es “causa” u “origen” del otro. Para Foucault, la “genealogía” debe desprenderse justa¬ mente de esas nociones clásicas (totalidad, continuidad, causalidad) si quiere comprender adecuadamente las ruptu¬ ras y los desfasajes El primero de los “rasgos propios del sentido histórico, tal como lo entiende Nietzsche, y que se opone a la historia tradicional la Wirklicke Historie” es per¬ mutar “la relación establecida de ordinario entre la irrup- 4. Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie, Phistoire”, Hommage à Jean Hyppolite, París, Presses Universitaires de Fran¬ ce, 1971, págs. 145-172; publicado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. II, 1970-1975, págs. 136-156 (citas, págs. 146-149). -I LA QUIMERA DEL ORIGEN 21 ción dei acontecimiento y la necesidad continua. Hay toda una tradición de la historia (teológica o racionalista) que tiende a disolver el acontecimiento singular en una conti nuidad ideal -movimiento teleológico o encadenamiento natural-. La historia ‘efectiva’ hace resurgir el aconteci miento en lo que tiene de único y de agudo”. Con una radicalidad permitida por la forma, la de un '‘comentário” de los textos de Nietzsche, Foucauit da una definición cabalmente paradójica dei acontecimiento, que situa lo aleatorio, no en los accidéntes dei curso de la histo ria o en las elecciones de los indivíduos, sino en aquello que para los historiadores parece lo más determinado y me nos azaroso, a saber, las transformaciones de las relaciones de dominación. “Acontecimiento -hay que entenderlo no como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, si no como una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulário retomado y vuelto contra sus usuários, una dominación que se debilita, se distiende, se envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada-, Las fuerzas en juego en la historia no obedecen ni a una desti- nación ni a una mecânica, sino efectivamente al azar de la lucha (el subrayado es nuestro). Elias no se manifiestan co mo las formas sucesivas de una intención primordial; tam- poco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en lo aleatorio singular dei acontecimiento [ídem].” La proliferación de los hechos, la multiplicidad de las intenciones, el desorden de las acciones no pueden ser refe ridas, por tanto, a ningún sistema de determinismo capaz de darles una interpretación racional; vale decir, de enunciar su significación y sus causas. Tan sólo aceptando este re- nunciamiento “el sentido histórico se liberará de la historia LA QUIMERA DEL ORIGEN 21 ción del acontecimiento y la necesidad continua. Hay toda una tradición de la historia (teológica o racionalista) que tiende a disolver el acontecimiento singular en una conti¬ nuidad ideal -movimiento teleológico o encadenamiento natural- La historia ‘efectiva’ hace resurgir el aconteci¬ miento en lo que tiene de único y de agudo”. Con una radicalidad permitida por la forma, la de un “comentario” de los textos de Nietzsche, Foucault da una definición cabalmente paradójica del acontecimiento, que sitúa lo aleatorio, no en los accidentes del curso de la histo¬ ria o en las elecciones de los individuos, sino en aquello que para los historiadores parece lo más determinado y me¬ nos azaroso, a saber, las transformaciones de las relaciones de dominación. “Acontecimiento -hay que entenderlo no como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, si¬ no como una relación de fuerzas que se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado y vuelto contra sus usuarios, una dominación que se debilita, se distiende, se envenena a sí misma, y otra que entra, enmascarada-. Las fuerzas en juegoen la historia no obedecen ni a una desti¬ nación ni a una mecánica, sino efectivamente al azar de la lucha (el subrayado es nuestro). Ellas no se manifiestan co¬ mo las formas sucesivas de una intención primordial; tam¬ poco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en lo aleatorio singular del acontecimiento [ídem].” La proliferación de los hechos, la multiplicidad de las intenciones, el desorden de las acciones no pueden ser refe¬ ridas, por tanto, a ningún sistema de determinismo capaz de darles una interpretación racional; vale decir, de enunciar su significación y sus causas. Tan sólo aceptando este re¬ nunciamiento “el sentido histórico se liberará de la historia 22 ESCRIBIR LAS PRACTICAS suprahistórica”. Para el historiador clásico el precio a pagar no es poco, pues es el dei abandono de toda pretensión a lo universal, un universal considerado como la condición de posibilidad y el objeto mismo de la comprensión histórica: “La historia ‘efectiva’ se distingue de la de los historiado res en el hecho de que ella no se apoya en ninguna constân cia: nada en el hombre -n i siquiera su cuerpo- es suficien temente fijo como para comprender a los otros hombres y reconocerse en ellos. Todo aquello en lo que uno se apoya para volverse hacia la historia y captaria en su totalidad, todo lo que permite describirla como un paciente movi- miento continuo, es todo aquello que se trata de quebrar sistemáticarnente. Ha de hacerse pedazos todo lo que per mitia el juego consolador de los reconocimientos”. 3 3. Sobre las ruinas de esta “historia que ya no se hace más” (o que no debería hacerse más), ^qué construir? En vários textos publicados entre 1968 y 1970, en un momen to de vuelco de su trayectoria intelectual, Foucauit multi plica las referencias a la práctica de los historiadores, cuya característica esencial (“un cierto uso de la discontinuidad para el análisis de las series temporales”) puede fijar inte- lectualmenie y legitimar estratégicamente su propio pro- yecío de descripción crítica y genealógica de les discursos. En el “trabajo real de los historiadores” lo esencial reside, no en la invención de nuevos objetos, sino “en la puesta en juego sistemática de lo discontinuo” que rompe fundamen talmente con la historia imaginada o sacralizada por la fi losofia -una historia que es relato de las continuidades y afirmación de la soberania de la conciencia: “Querer hacer dei análisis histórico el discurso de lo continuo y hacer de * í ESCRIBIR LAS PRACTICAS22 * suprahistórica”. Para el historiador clásico el precio a pagar no es poco, pues es el del abandono de toda pretensión a lo universal, un universal considerado como la condición de posibilidad y el objeto mismo de la comprensión histórica: “La historia ‘efectiva’ se distingue de la de los historiado¬ res en el hecho de que ella no se apoya en ninguna constan¬ cia: nada en el hombre -ni siquiera su cuerpo- es suficien¬ temente fijo como para comprender a los otros hombres y reconocerse en ellos. Todo aquello en lo que uno se apoya para volverse hacia la historia y captarla en su totalidad, todo lo que permite describirla como un paciente movi¬ miento continuo, es todo aquello que se trata de quebrar sistemáticamente. Ha de hacerse pedazos todo lo que per¬ mitía el juego consolador de los reconocimientos”. 3. Sobre las ruinas de esta “historia que ya no se hace más” (o que no debería hacerse más), ¿qué construir? En varios textos publicados entre 1968 y 1970, en un momen¬ to de vuelco de su trayectoria intelectual, Foucault multi¬ plica las referencias a la práctica de los historiadores, cuya característica esencial (“un cierto uso de la discontinuidad para el análisis de las series temporales”) puede fijar inte¬ lectualmente y legitimar estratégicamente su propio pro- :le descripción crítica y genealógica de les discursos En el “trabajo real de los historiadores” lo esencial reside, no en la invención de nuevos objetos, sino “en la puesta en juego sistemática de lo discontinuo” que rompe fundamen¬ talmente con la historia imaginada o sacralizada por la fi¬ losofía -una historia que es relato de las continuidades y afirmación de la soberanía de la conciencia: “Querer hacer del análisis histórico el discurso de lo continuo y hacer de . yeC' LA QUIMERA DEL ORIGEN 23 la conciencia humana el sujeto originário de todo saber y de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de pensamienío. El tiempo es concebido en éi en términos de totalización y la revolución nunca es más que una toma de conciencia”.5 A ese “sistema de pensamiento”, Foucauit opone la his toria que designa como “la historia, tal como es practicada hoy” -entendamos la de las coyunturas econômicas, los movimientos demográficos, las mutaciones sociales, que domina el decenio de los anos ’60, en la doble referencia a los modelos de Braudel y Labrousse- Esta historia consi dera series múltiples y articuladas, gobernada cada una de ellas por un principio de regularidad específico, remitida cada una de ellas a sus propias condiciones de posibilidad. Contrariamente a lo que los historiadores piensan que ha- cen (o dicen que hacen), un enfoque tal no significa de manera alguna una relegación dei acontecimiento, así co mo la preferencia otorgada a la larga duración no implica la identificación de estructuras inmóviles. Muy por el con trario, a través de la construcción de series homogêneas y distintas pueden ser localizadas las discontinuidades y si tuados los surgimientos. A distancia tanto de la “historia filosófica” como dei análisis estructural. la historia que rraL: si?p»!.nente ios ar-Auvos masivos (en El orden dei 5. Michel Foucauit, “Sur 1’archéologie des Sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, Cahiers pour VAnalyse, 9, “Généalo- gie des Sciences”, verano de 1968, págs. 9-40; publicado nueva- mente en Dits et écrits. ob. cit.. 1.1. 1954-1969. págs. 696-731 (ci ta, págs. 699-700). 23LA QUIMERA DEL ORIGEN la conciencia humana el sujeto originario de todo saber y de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistema de pensamiento. El tiempo es concebido en éi en términos de totalización y la revolución nunca es más que una toma de conciencia”.5 A ese “sistema de pensamiento”, Foucault opone la his¬ toria que designa como “la historia, tal como es practicada hoy” -entendamos la de las coyunturas económicas, los movimientos demográficos, las mutaciones sociales, que domina el decenio de los años ’60, en la doble referencia a los modelos de Braudel y Labrousse- Esta historia consi¬ dera series múltiples y articuladas, gobernada cada una de ellas por un principio de regularidad específico, remitida cada una de ellas a sus propias condiciones de posibilidad. Contrariamente a lo que los historiadores piensan que ha¬ cen (o dicen que hacen), un enfoque tal no significa de manera alguna una relegación del acontecimiento, así co¬ mo la preferencia otorgada a la larga duración no implica la identificación de estructuras inmóviles. Muy por el con¬ trario, a través de la construcción de series homogéneas y distintas pueden ser localizadas las discontinuidades y si¬ tuados los surgimientos. A distancia tanto de la “historia filosófica” como del análisis estructural, la historia que rrata si-n»! , nenie ios archivos masivos (en El orden del 5. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, Cahiers pour VAnalyse, 9, “Généalo- gie des sciences”, verano de 1968, págs. 9-40; publicado nueva¬ mente en Dits et écrits. ob. cit.. 1. 1. 1954-1969. págs. 696-731 (ci¬ ta, págs. 699-700). 24 ESCRIBIR LAS PRACTICAS discurso, Foucauit menciona las listas de precios, las actas notariales, los registros parroquiales, los archivos portuá rios) no es ni el relato continuo de una historia ideal ni la manera hegelianao marxista ni una descripción estructural sin acontecimientos: “Ciertamente, la historia desde hace mucho tiempo ya no busca comprender los aconteci mientos por un juego de causas y de efectos en la unidad informe dei gran devenir, vagamente homogêneo o estric- tamente jerarquizado; pero no intenta volver a encontrar estructuras anteriores y extranjeras, hostiles al aconteci miento. Busca establecer las series diversas, entrecruzadas, divergentes a menudo, pero no autônomas, que permiten circunscribir el ‘lugar’ dei acontecimiento, sus márgenes de azar, las condiciones de su aparición” .6 Una articula- ción es pensable, entonces, entre la singularidad aleatória de las emergencias, tal como la designa la “historia efecti- va” y las regularidades que gobiernan las series tempora- les, discursivas o no, que son el objeto mismo dei trabajo empírico de los historiadores. De ahí, la doble constatación -paradójica respecto de la caracterización ingenuamente anti-acontecimiento de la historia de los Annciles- que asocia la serie y el aconteci miento y que separa a este último de toda referencia a una filosofia dei sujeto: “Las nociones fundamentales que se imponen ahora ya no son las de la conciencia y la continui dad (con sus problemas correlativos: la libertad y la causa- lidad), tampoco son ya las dei signo y la estructura. Son las dei acontecimiento y la serie, con el juego de nociones liga 6. Michel Foucauit, Uordre du discours, ob. cit., pág. 58. w iESCRIBIR LAS PRACTICAS24 § discurso, Foucault menciona las listas de precios, las actas * notariales, los registros parroquiales, los archivos portua¬ rios) no es ni el relato continuo de una historia ideal ni la manera hegeliana o marxista ni una descripción estructural sin acontecimientos: “Ciertamente, la historia desde hace mucho tiempo ya no busca comprender los aconteci¬ mientos por un juego de causas y de efectos en la unidad informe del gran devenir, vagamente homogéneo o estric¬ tamente jerarquizado; pero no intenta volver a encontrar estructuras anteriores y extranjeras, hostiles al aconteci¬ miento. Busca establecer las series diversas, entrecruzadas, divergentes a menudo, pero no autónomas, que permiten circunscribir el ‘lugar’ del acontecimiento, sus márgenes de azar, las condiciones de su aparición”.6 Una articula¬ ción es pensable, entonces, entre la singularidad aleatoria de las emergencias, tal como la designa la “historia efecti¬ va” y las regularidades que gobiernan las series tempora¬ les, discursivas o no, que son el objeto mismo del trabajo empírico de los historiadores. De ahí, la doble constatación -paradójica respecto de la caracterización ingenuamente anti-acontecimiento de la historia de los Armales- que asocia la serie y el aconteci¬ miento y que separa a este último de toda referencia a una filosofía del sujeto: “Las nociones fundamentales que se imponen ahora ya no son las de la conciencia y la continui¬ dad (con sus problemas correlativos: la libertad y la causa¬ lidad), tampoco son ya las del signo y la estructura. Son las del acontecimiento y la serie, con el juego de nociones liga- -V I I 6. Michel Foucault, L’ordre du discours, ob. cit., pág. 58. I J LA QUIMERA DEL ORIGEN 25 das a ellos: regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, transformación”. Foucauit concluye: “Ese análisis de los discursos en el que pienso no se articula de ningún modo con la temática tradicional que los filósofos de ayer consi- deran aún como la historia ‘viviente’, sino con el trabajo efectivo de los historiadores”.7 4. A menudo, Foucauit opuso, término a término, el análisis que apunta a delimitar las “formaciones discursi vas” y la historia de la ideas “ese viejo suelo gastado hasta la miséria”.8 Contra los critérios tradicionales de clasifica- ción e identificación de los discursos (el “autor”, el “tex to”, la “obra”, la “disciplina”), la descripción arqueológica retiene otros critérios de delimitación, menos visibles de manera inmediata: “Cuando en un grupo de enunciados, se puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfa- saje enunciativo, una red teórica, un campo de posibili- dades estratégicas, entonces se puede estar seguro de que pertenecen a lo que podría llamarse una formación discur siva”.9 Ha de prestarse atención a las distancias que propo- nen estas nociones respecto de aquellas, aparentemente cercanas o idênticas, que parecen aptas para individualizar conjuntos de enunciados. El referencial de una serie de dis- 7. Ibíd., pág. 59. 8. Michel Foucauit. L ’archéologie du savoir, Paris, Gallimard, 1969, pág. 179. [Trad. cast. La arqueologia dei saber, México, Siglo XXI, 1972.] 9. Michel Foucauit, “Sur 1’archéologie des Sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, art. cit., pág. 719. LA QUIMERA DEL ORIGEN 25 das a ellos: regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, transformación”. Foucault concluye: “Ese análisis de los discursos en el que pienso no se articula de ningún modo con la temática tradicional que los filósofos de ayer consi¬ deran aún como la historia ‘viviente’, sino con el trabajo efectivo de los historiadores”.7 4. A menudo, Foucault opuso, término a término, el análisis que apunta a delimitar las “formaciones discursi¬ vas” y la historia de la ideas “ese viejo suelo gastado hasta la miseria”.8 Contra los criterios tradicionales de clasifica¬ ción e identificación de los discursos (el “autor”, el “tex¬ to”, la “obra”, la “disciplina”), la descripción arqueológica retiene otros criterios de delimitación, menos visibles de manera inmediata: “Cuando en un grupo de enunciados, se puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfa- saje enunciativo, una red teórica, un campo de posibili¬ dades estratégicas, entonces se puede estar seguro de que pertenecen a lo que podría llamarse una formación discur¬ siva”.9 Ha de prestarse atención a las distancias que propo¬ nen estas nociones respecto de aquellas, aparentemente cercanas o idénticas, que parecen aptas para individualizar conjuntos de enunciados. El referencial de una serie de dis- 7. Ibíd., pág. 59. 8. Michel Foucault. L'archéologie dn savoir, París, Gallimard, 1969, pág. 179. [Trad. cast. La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1972.] 9. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse au Cercle d’épistémologie”, art. cit., pág. 719. 26 ESCRtBIR LAS PRACTtCAS cursos no es el “objeto” estable, único y exterior al que su- puestamente ella apunta: lo que lo define son las regias de formación y transformación de los objetos móviles y múlti- ples que esos discursos construyen y plantean como sus re ferentes. El clesfasaje enunciativo designa, no una forma única y codificada de enunciación, considerada como pro- pia de un conjunto de discursos, sino un “régimen de enun ciación” que despliega enunciados dispersos y heterogê neos, relacionados por una misma práctica discursiva. La red teórica juega de igual manera en el nivel conceptual, apuntando a las regias de formación de las nociones - in cluídas en sus posibles contradicciones-, y no a la presen cia de un sistema de conceptos permanentes y coherentes. Por último, el campo de posibilidades estratégicas recusa toda individualización de los discursos llevada a cabo a partir de la identidad de su temática o de sus opiniones; busca designar la similitud de elecciones teóricas que pue de implicar perfectamente opiniones contrarias o bien, por el contrario, diferencias de elecciones teóricas compatibles con una temática común. Dos razones llevan a recordar estas cuatro nociones, consideradas como fundantes de la descripción arqueológi ca de los discursos en los textos de 1968 y 1969, aun cuan- Ju ya no figuren explícitumente r.i -:n Fi orden ue' discur so ni en las obras posteriores. En efecto, a partir deestas diferentes modalidades de análisis, Foucauit, en el momen to de inaugurar un nuevo estilo de trabajo. brinda a la obra ya realizada una coherencia retrospectiva. Cada uno de los libros previamente publicados es caracterizado como la ex- ploración, a través dei estúdio de una formación discursiva particular, de un problema específico dei análisis arqueoló-. * * 26 ESCRIBIR LAS PRACTICAS 1 cursos no es el “objeto” estable, único y exterior al que su- j puestamente ella apunta: lo que lo define son las reglas de formación y transformación de los objetos móviles y múlti¬ ples que esos discursos construyen y plantean como sus re¬ ferentes. El desfasaje enunciativo designa, no una forma única y codificada de enunciación, considerada como pro¬ pia de un conjunto de discursos, sino un “régimen de enun¬ ciación” que despliega enunciados dispersos y heterogé¬ neos, relacionados por una misma práctica discursiva. La red teórica juega de igual manera en el nivel conceptual, apuntando a las reglas de formación de las nociones -in¬ cluidas en sus posibles contradicciones-, y no a la presen¬ cia de un sistema de conceptos permanentes y coherentes. Por último, el campo de posibilidades estratégicas recusa toda individualización de los discursos llevada a cabo a partir de la identidad de su temática o de sus opiniones; busca designar la similitud de elecciones teóricas que pue¬ de implicar perfectamente opiniones contrarias o bien, por el contrario, diferencias de elecciones teóricas compatibles con una temática común. Dos razones llevan a recordar estas cuatro nociones, consideradas como fundantes de la descripción arqueológi¬ ca de los discursos en los textos de 1968 y 1 969, aun cuan¬ do ya no figuren explícitamente ni en F¡ orden discur¬ so ni en las obras posteriores. En efecto, a partir de estas diferentes modalidades de análisis, Foucault, en el momen¬ to de inaugurar un nuevo estilo de trabajo, brinda a la obra ya realizada una coherencia retrospectiva. Cada uno de los libros previamente publicados es caracterizado como la ex¬ ploración, a través del estudio de una formación discursiva particular, de un problema específico del análisis arqueólo- . LA QUIMERA DEL ORIGEN 27 gico: “La emergencia de todo un conjunto de objetos, muy complicada y compleja” en Historia de la locura (1961), las formas de enunciación dei discurso en E l nacimiento de la clínica (1963), “las redes de los conceptos y sus re gias de formación” en Las palabras y las cosas (1966).10 No cabe duda de que mediante esta lectura Foucauit desig na su propio trabajo con ayuda de critérios (unidad, cohe- rencia, significación) que pertenecen mucho más a la his toria de las ideas que a la arqueologia que propone. No por ello deja de designar una distancia fundamental con los ca- minos de la tradición al considerar a los discursos como prácticas que obedecen a regias de formación y de funcio- namiento. De aqui en más surge la necesidad de pensar cómo las prácticas discursivas están articuladas con otras, cuya natu- raleza es diferente. Este tema, que se volverá central en el trabajo de Foucauit a partir de Vigilar y castigar, es esbo- zado varias veces en La arqueologia dei saber. Contra las causalidades directas y reductoras, pero asimismo contra el postulado de “una independencia soberana y solitaria dei discurso”, “la arqueologia hace aparecer relaciones entre las formaciones discursivas y los dominios no discursivos (instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y proce- sos econômicos). Estos acercamientos no tienen como +in revelar grandes continuidades culturales o aislar mecanis mos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciati- vos, la arqueologia no se pregunta qué pudo motivarlo (ésta es la búsqueda de contextos de formulación); tampoco bus 10. Michel Foucauit, Uarchéologie dit savoir, ob. cit., pág. 86. 27LA QUIMERA DEL ORIGEN gico: “La emergencia de todo un conjunto de objetos, muy complicada y compleja” en Historia de la locura (1961), las formas de enunciación del discurso en El nacimiento de la clínica (1963), “las redes de los conceptos y sus re¬ glas de formación” en Las palabras y las cosas (1966).10 No cabe duda de que mediante esta lectura Foucault desig¬ na su propio trabajo con ayuda de criterios (unidad, cohe¬ rencia, significación) que pertenecen mucho más a la his¬ toria de las ideas que a la arqueología que propone. No por ello deja de designar una distancia fundamental con los ca¬ minos de la tradición al considerar a los discursos como prácticas que obedecen a reglas de formación y de funcio¬ namiento. De aquí en más surge la necesidad de pensar cómo las prácticas discursivas están articuladas con otras, cuya natu¬ raleza es diferente. Este tema, que se volverá central en el trabajo de Foucault a partir de Vigilar y castigar, es esbo¬ zado varias veces en La anjueología del saber. Contra las causalidades directas y reductoras, pero asimismo contra el postulado de “una independencia soberana y solitaria del discurso”, “la arqueología hace aparecer relaciones entre las formaciones discursivas y los dominios no discursivos (instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y proce¬ sos económicos). Estos acercamientos no tienen como +m revelar grandes continuidades culturales o aislar mecanis¬ mos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciati¬ vos, la arqueología no se pregunta qué pudo motivarlo (ésta es la búsqueda de contextos de formulación); tampoco bus- 10. Michel Foucault, L’archéologie du savoir, ob. cit., pág. 86. 28 ESCRIBIR LAS PRACTICAS ca encontrar qué se expresa en ellos (tarea de una herme nêutica); sino que intenta determinar cómo las regias de formación de las que depende -y que caracterizan la positi- vidad a la que pertenecen- pueden estar vinculadas a siste mas no discursivos: busca definir esas formas específicas de articulación”.11 En la reflexión abierta sobre la Revolución Francesa y sus orígenes, este programa tiene una particular pertinência. Por un lado, mantiene la exterioridad y la especificidad de las prácticas “que no son ellas mismas de naturaleza discur siva” respecto de los discursos que, de múltiples maneras, se articulan con ellas. Reconocer que el acceso a esas prácticas sin discurso sólo es posible gracias al desciframiento de los textos que las describen, prescriben, proscriben, etcétera, no implica empero identificar la lógica que las gobierna o Ia “racionalidad” que les da forma con las que gobiernan la producción de los discursos. La práctica discursiva es pues una práctica específica (“extrana” escribe Foucauit en algún lado), que no reduce todos los otros “regímenes de práctica” a sus estratégias, sus regularidades y sus razones. En este sentido, las posiciones actuales que asimilan las relaciones sociales a prácticas discursivas considerando, por ejemplo, que “las exigências de delimitar el campo dei discurso res pecto de realidades sociales no discursivas que yacen tras él, apuntan invariablemente a un dominio de acción también constituído discursivamente. Distinguen en efecto entre diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de len- guaje- más que entre fenômenos discursivos y no discursi- 11. Ibíd., pág. 212. ESCRIBIR LAS PRACTICAS28 ca encontrar qué se expresa en ellos (tarea de una herme¬ néutica); sino que intenta determinar cómo las reglas de formación de las que depende -y que caracterizan la positi¬ vidad a la que pertenecen- pueden estar vinculadas a siste¬ mas no discursivos: busca definir esas formas específicas de articulación”.11 En la reflexión abierta sobre la Revolución Francesa y sus orígenes, este programa tiene una particular pertinencia. Por un lado, mantiene la exterioridad y la especificidad de las prácticas “que no son ellas mismas de naturaleza discur¬ siva” respecto de losdiscursos que, de múltiples maneras, se articulan con ellas. Reconocer que el acceso a esas prácticas sin discurso sólo es posible gracias al desciframiento de los textos que las describen, prescriben, proscriben, etcétera, no implica empero identificar la lógica que las gobierna o la “racionalidad” que les da forma con las que gobiernan la producción de los discursos. La práctica discursiva es pues una práctica específica (“extraña” escribe Foucault en algún lado), que no reduce todos los otros “regímenes de práctica” a sus estrategias, sus regularidades y sus razones. En este sentido, las posiciones actuales que asimilan las relaciones sociales a prácticas discursivas considerando, por ejemplo, que “las exigencias de delimitar el campo del discurso res¬ pecto de realidades sociales no discursivas que yacen tras él, apuntan invariablemente a un dominio de acción también constituido discursivamente. Distinguen en efecto entre diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de len¬ guaje- más que entre fenómenos discursivos y no discursi- 11. Ibíd., pág. 212. LA QUIMERA DEL ORIGEN 29 vos”12 anulan -de manera errada, a mi entender- la diferen cia radical que separa “la formalidad de las prácticas” (para retomar una categoria de Michel de Certeau) y las regias que organizan la producción de los discursos. Mantener la irreductibilidad de esa distancia conduce a cuestionar las dos ideas siguientes, recurrentes en toda his toria estrictamente política de la Revolución: que es posible deducir las prácticas de los discursos que las fundan y las justifican; que es posible traducir en términos de una ideo logia explícita la función latente de los funcionamientos so ciales. La primera operación, clásica en toda la literatura consagrada a los lazos entre la Ilustración y la Revolución, remite los gestos de ruptura respecto de las autoridades es- tablecidas a la difusión de las ideas “filosóficas”, suponien- do así un engendramiento directo, automático, transparente de las acciones por los pensamientos. De la segunda resulta el diagnóstico que califica de jacobina la sociabilidad de las asociaciones voluntárias (clubes, sociedades literárias, lo- gias masónicas) que proliferan en el siglo xvill o bien el que caracteriza como la expresión de una ideologia terroris ta implícita la práctica política de los primeros meses de la Revolución. Contra estas dos operaciones -de deducción y de traduc- ción- debe y puede ser propuesta una articulación diferente de los conjuntos de los discursos y de los regímenes de las prácticas. Entre ambos no hay ni continuidad ni necesidad. 12. Keith Michael Baker, Inventing the French Revolution. Es- says on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cam- bridge, Cambridge IJniversity Press, 1990, pág. 5. LA QUIMERA DEL ORIGEN 29 vos”12 anulan -de manera errada, a mi entender- la diferen¬ cia radical que separa “la formalidad de las prácticas” (para retomar una categoría de Michel de Certeau) y las reglas que organizan la producción de los discursos. Mantener la irreductibilidad de esa distancia conduce a cuestionar las dos ideas siguientes, recurrentes en toda his¬ toria estrictamente política de la Revolución: que es posible deducir las prácticas de los discursos que las fundan y las justifican; que es posible traducir en términos de una ideo¬ logía explícita la función latente de los funcionamientos so¬ ciales. La primera operación, clásica en toda la literatura consagrada a los lazos entre la Ilustración y la Revolución, remite los gestos de ruptura respecto de las autoridades es¬ tablecidas a la difusión de las ideas “filosóficas”, suponien¬ do así un engendramiento directo, automático, transparente de las acciones por los pensamientos. De la segunda resulta el diagnóstico que califica de jacobina la sociabilidad de las asociaciones voluntarias (clubes, sociedades literarias, lo¬ gias masónicas) que proliferan en el siglo xvm o bien el que caracteriza como la expresión de una ideología terroris¬ ta implícita la práctica política de los primeros meses de la Revolución. Contra estas dos operaciones -de deducción y de traduc¬ ción- debe y puede ser propuesta una articulación diferente de los conjuntos de los discursos y de los regímenes de las prácticas. Entre ambos no hay ni continuidad ni necesidad. í 12. Keith Michael Baker. Inventing the French Revolution. Es¬ says on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cam¬ bridge, Cambridge University Press, 1990, pág. 5. 30 ESCR1BIR LAS PRACTICAS Si están articulados no es según el modo de la causalidad o de la equivalência, sino a partir de la distancia existente en tre la “especificidad singular de las prácticas discursivas” y todas las demás. Es así como se articulan, en el siglo xvm, los discursos (por lo demás, competitivos) que representan do al mundo social, proponen su refundación y las prácticas (por lo demás, múltiples) que inventan en su efectuación misma, nuevas divisiones. Una perspectiva como ésta puede llevar a desplazar la caracterización de la Ilustración. Contra la definición clási- ca que la considera como un corpus de enunciados explíci tos, como un conjunto de ideas claras y distintas, ^no cabe acaso consideraria corno un conjunto de prácticas múltiples y enmaranadas que guia la preocupación por la utilidad co mún, cuya mira es una gestión nueva de los espacios y las poblaciones y cuyos dispositivos (intelectuales, institucio- nales, sociales, etcétera) irnponen una reorganización com pleta de los sistemas de percepción y ordenamiento dei mundo social? La constatación conduce a reevaluar profun damente la relación entra la Ilustración y la monarquia, pues ésta, blanco por excelencia de los discursos filosófi cos. es sin duda la más vigorosa instauradora de prácticas fo rm ad o ras -algo que Tocqueville senaló claramente en el capituio ó de Rl Antiguo Regimen y la Revolución, al que titula “De algunas prácticas [el subrayado es nuestro] con cuya ayuda el gobierno Uevó a cabo la educación revolu cionaria dei pueblo”. Pensar la Revolución como un entra- mado de prácticas sin discurso (o fuera dei discurso), irre- ductibles en todos los casos a las afirmaciones ideológicas que entienden fundaria en su verdad, es quizás el medio más seguro para evitar las lecturas teleológicas dei siglo 30 ESCRIBIR LAS PRACTICAS Si están articulados no es según el modo de la causalidad o de la equivalencia, sino a partir de la distancia existente en¬ tre la “especificidad singular de las prácticas discursivas” y todas las demás. Es así como se articulan, en el siglo xvm, los discursos (por lo demás, competitivos) que representan¬ do al mundo social, proponen su refundación y las prácticas (por lo demás, múltiples) que inventan en su efectuación misma, nuevas divisiones. Una perspectiva como ésta puede llevar a desplazar la caracterización de la Ilustración. Contra la definición clási¬ ca que la considera como un corpus de enunciados explíci¬ tos, como un conjunto de ideas claras y distintas, ¿no cabe acaso considerarla corno un conjunto de prácticas múltiples y enmarañadas que guía la preocupación por la utilidad co¬ mún, cuya mira es una gestión nueva de los espacios y las poblaciones y cuyos dispositivos (intelectuales, institucio¬ nales, sociales, etcétera) imponen una reorganización com¬ pleta de los sistemas de percepción y ordenamiento del mundo social? La constatación conduce a reevaluar profun¬ damente la relación entra la Ilustración y la monarquía, pues ésta, blanco por excelencia de los discursos filosófi¬ cos. es sin duda la más vigorosa instauradora de prácticas reformadoras -algo que Tocqueville señaló claramente en el capituio ó de til Antiguo Regimen y la Revolución, al que titula “De algunas prácticas [el subrayado es nuestro] con cuya ayuda el gobierno llevó acabo la educación revolu¬ cionaria del pueblo”. Pensar la Revolución como un entra¬ mado de prácticas sin discurso (o fuera del discurso), irre¬ ductibles en todos los casos a las afirmaciones ideológicas que entienden fundarla en su verdad, es quizás el medio más seguro para evitar las lecturas teleológicas del siglo LA QUIMERA DEL ORIGEN 31 xviii francês (más vigorosas de lo que se piensa) que lo comprenden a partir de su culminación obligada - la Revo lución- y que sólo retienen lo que conduce a ese fin consi derado como necesario -la Filosofia. 5. Establecer firmemente la distinción entre las prácticas discursivas y las prácticas no discursivas no implica consi derar, empero, que sólo estas últimas pertenecen a la “rea- lidad” o a lo “social”. Contra quienes (especialmente histo riadores) se hacen una “idea muy estrecha de lo real”, Foucauit afirma: “Hay que desmitificar la instancia global de lo real como totalidad que ha de ser restituida. No existe ‘lo’ real que seria alcanzado a condición de hablar de todo o de ciertas cosas más ‘reales’ que otras, y que se perdería en beneficio de abstracciones inconsistentes, por limitarse a hacer surgir otros elementos y otras relaciones. Habría que interrogar también quizás el principio, a menudo admitido implicitamente, que la única realidad a la que debería aspi rar la historia es la sociedad misma. Un tipo de racionali- dad, una manera de pensar, un programa, una técnica, un conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, objetivos definidos y buscados, instrumentos para alcanzarlo, etcéte ra, todo eso es real. aun cuando eso no pretenda ser ‘la rea- i<dad misma ni ia sociedad toou ,13 13. Michel Foucauit, “La poussière et le nuage”, en L'impossi ble prison. Recherches sur le système pénitentiaire ciu XIXe siècle, reunido por Michele Perrot. Paris. Seuil, 1980, págs. 29-39: publi cado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. IV, 1980-1988, págs. 10-19 (cita, pág. 15). 31LA QUIMERA DEL ORIGEN xviii francés (más vigorosas de lo que se piensa) que lo comprenden a partir de su culminación obligada -la Revo¬ lución- y que sólo retienen lo que conduce a ese fin consi¬ derado como necesario -la Filosofía. 5. Establecer firmemente la distinción entre las prácticas discursivas y las prácticas no discursivas no implica consi¬ derar, empero, que sólo estas últimas pertenecen a la “rea¬ lidad” o a lo “social”. Contra quienes (especialmente histo¬ riadores) se hacen una “idea muy estrecha de lo real”, Foucault afirma: “Hay que desmitificar la instancia global de lo real como totalidad que ha de ser restituida. No existe ‘lo’ real que sería alcanzado a condición de hablar de todo o de ciertas cosas más ‘reales’ que otras, y que se perdería en beneficio de abstracciones inconsistentes, por limitarse a hacer surgir otros elementos y otras relaciones. Habría que interrogar también quizás el principio, a menudo admitido implícitamente, que la única realidad a la que debería aspi¬ rar la historia es la sociedad misma. Un tipo de racionali¬ dad, una manera de pensar, un programa, una técnica, un conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, objetivos definidos y buscados, instrumentos para alcanzarlo, etcéte¬ ra, todo eso es real, aun cuando eso no pretenda ser ‘la rea¬ l-dad misma ni ¡a sociedad toua ,13 13. Michel Foucault, “La poussière et le nuage”, en L’impossi- ble prison. Recherches sur le système pénitentiaire au XIXe siécle, reunido por Michele Perrot. París, Seuil, 1980, págs. 29-39: publi¬ cado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. IV, 1980-1988, págs. 10-19 (cita, pág. 15). 32 ESCRIBIR LAS PRACTICAS Se anula de esta manera la división, considerada largo tiempo como fundadora de la práctica historiadora, entre, por un lado, lo vivido, las instituciones, las relaciones de dominación y, por otro, los textos, las representaciones, las construcciones intelectuales. Lo real no pesa más de un la do que dei otro: todos estos elementos constituyen “frag mentos de realidad”, cuyo ordenamiento ha de compren- derse y, de esta manera, “ver el juego y el desarrollo de realidades diversas que se articulan entre sí: un programa, el lazo que lo explica, la ley que le brinda su valor coerciti vo, etcétera, son realidades (aunque de otro modo) al igual que Ias instituciones que le dan cuerpo o los comportamien- tos que se le agregan más o menos fielmente”.14 6. “^Qué sucede en las sociedades occidentales moder nas con ese real que es la racionalidad?”15 A partir de esta pregunta hay que comprender porque Foucauit otorga una importância central a la Ilustración, porque, asimismo, este análisis histórico de la formación y de las funciones de la ra cionalidad no es una denuncia de la razón. Reconocer la contradicción entre la filosofia emancipadora de la Ilustra- ción y los dispositivos que, apoyándose en ella, multiplican las constricciones y los controles, no es denunciar la ideolo gia racionalista como siendo la matriz de la prácticas repre- 14. “Table ronde du 20 mai 1978”, en L ’impossible prison, ob. cit., pág. 40-56; publicado nuevamente en Dits et écrits, t. IV, 1980-1988, págs. 20-34 (cita, pág. 28). 15. Michel Foucauit, “La poussière et le nuage”, art. cit., pág. 16. ESCRIBIR LAS PRACTICAS32 Se anula de esta manera la división, considerada largo tiempo como fundadora de la práctica historiadora, entre, por un lado, lo vivido, las instituciones, las relaciones de dominación y, por otro, los textos, las representaciones, las construcciones intelectuales. Lo real no pesa más de un la¬ do que del otro: todos estos elementos constituyen “frag¬ mentos de realidad”, cuyo ordenamiento ha de compren¬ derse y, de esta manera, “ver el juego y el desarrollo de realidades diversas que se articulan entre sí: un programa, el lazo que lo explica, la ley que le brinda su valor coerciti¬ vo, etcétera, son realidades (aunque de otro modo) al igual que las instituciones que le dan cuerpo o los comportamien¬ tos que se le agregan más o menos fielmente”.14 6. “¿Qué sucede en las sociedades occidentales moder¬ nas con ese real que es la racionalidad?”15 A partir de esta pregunta hay que comprender porque Foucault otorga una importancia central a la Ilustración, porque, asimismo, este análisis histórico de la formación y de las funciones de la ra¬ cionalidad no es una denuncia de la razón. Reconocer la contradicción entre la filosofía emancipadora de la Ilustra¬ ción y los dispositivos que, apoyándose en ella, multiplican las constricciones y los controles, no es denunciar la ideolo¬ gía racionalista como siendo la matriz de la prácticas repre- 14. “Table ronde du 20 mai 1978”, en Uimpossible prison , ob. cit., pág. 40-56; publicado nuevamente en Dits et écrits, t. IV, ¡980-1988, págs. 20-34 (cita, pág. 28). 15. Michel Foucault, “La poussière et le nuage”, art. cit., pág. 16. LA QUIMERA DEL ORIGEN 33 sivas características de las sociedades contemporâneas (“A qué lector podría sorprender al afirmar que el análisis de la prácticas represivas disciplinarias en el siglo xvm no es una manera de responsabilizar a Beccaria dei Goulag...”) .16 Es- tablecer este lazo seria enganarse doblemente: constituyen- do a la ideologia como instancia determinante dei funciona- miento social, mientras que todo régimen de prácticas está dotado de una regularidad, de una lógica y de una razón propias, irreductibles a los discursos que lo justifican; remi- tiendo a una realidad referencial, originaria, dada de una vez para siempre como “la” racionalidad, las figuras móviles y problemáticas de la divisória entre lo verdadero y lo falso. Imprudente, quizá, diez anos antes dei Bicentenário, Fou- cault escribía: “Con respecto a la Aufklãrang, no conozco a riadie, entre quienes realizan análisis históricos, que vea en ella el factor responsable dei totalitarismo.
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