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constituye uno de los pilares teóricos fundamentales del susodicho campo, enfatiza la gran complicación que representa, para los «estudios cultural...

constituye uno de los pilares teóricos fundamentales del susodicho campo, enfatiza la gran complicación que representa, para los «estudios culturales», investigar a los monstruos. En efecto, de acuerdo con Cohen: ―… the monster is a problem for cultural studies, a code or a pattern or a presence or an absence that unsettles what has been constructed to be received as natural, as human‖80 (Cohen, 1996: IX). Sin embargo, todas estas dificultades no conforman, de ninguna manera, un obstáculo insalvable, sino que nos permiten corroborar el estado incipiente y, por dicho motivo, intensamente dinámico de las investigaciones actuales enfocadas en el esclarecimiento del significado de la monstruosidad en el Medioevo. Ahora bien, luego de haber caracterizado sintéticamente este panorama científico, nos proponemos, a continuación, contribuir al mismo a través de la enunciación de algunas consideraciones fundamentales a la hora de abordar un fenómeno tan complejo como lo es el de los monstruos medievales. Demás está decir que los monstruos constituyen vías alternativas –aunque, por supuesto, no por ello menos válidas que las habituales– para ingresar en una mentalidad que nos resulta extraña. En efecto, tal como señala Robert Darnton: … los mejores puntos de acceso en un intento por penetrar en una cultura extraña pueden ser aquellos donde parece haber más oscuridad. Cuando se advierte que no se entiende algo (un chiste, un proverbio, una ceremonia [un monstruo]) particularmente significativo para los nativos, puede verse dónde abordar un sistema de significados extraño con el objeto de estudiarlo (Darnton, 2002: 83) No obstante, la oscuridad que recubre todo lo concerniente a la monstruosidad, nos obliga a aproximarnos a ella cuidadosamente, razón por la cual, antes que intentar enunciar una posible acepción de «monstruo» –¡Menuda tarea que, de por sí, exigiría toda una investigación aparte!–, nos importa mucho más aquí tratar de identificar cuál es la característica que define a éste como tal. Al respecto, Mittman nos ofrece un puntapié sumamente interesante para lograr identificar el elemento central en torno al cual se articulan las demás cualidades que caracterizan lo monstruoso: How might we locate the monstrous, how might we, like the casual art observer, ―know it when we see it?‖ I would argue that the monstrous does not lie solely in it embodiment (though this is very important) nor its location (though this is, again, vital), nor in the process (es) through which it enacts its being, but also (indeed, perhaps primarily) in its impact…81 (Mittman, 2012: 7) Por ende, si un monstruo cualquiera –independientemente de su procedencia temporo-espacial– debe estudiarse teniendo en cuenta, en un primer momento, el peculiar «impacto» que éste genera en el sujeto que lo descubre –efecto que puede describirse como una ―… sense of vertigo, that which calls into question our (…) epistemological worldview…‖82 (Mittman, 2012: 8)–, entonces, el siguiente paso en el esclarecimiento de la monstruosidad medieval, reside en dilucidar cuál es el ámbito en el que los monstruos inciden, es decir, el área localizada en lo profundo de cada mentalidad en la cual se encuentran frescas sus huellas: éste es, allí donde anida el concepto de «normalidad», noción interpretada aquí como la suma de las pautas aceptadas como válidas para el correcto funcionamiento de la sociedad, suma que constituye, asimismo, un parámetro para establecer quiénes se encuentran «incluidos» en su seno y quiénes no. Kapler, al respecto, menciona: En el sentido más común, el monstruo se define con relación a la norma, siendo ésta un postulado de sentido común; el pensamiento no atribuye al monstruo con facilidad una existencia en sí, mientras que la concede espontáneamente a la norma. Así pues, todo depende del modo en que se define esa norma (Kapler, 2004: 235) De esta manera, es factible entender a los monstruos como fragmentos de una potencia degenerativa que actúa sobre este «ímpetu nomotético» propio de lo humano, es decir, esta apremiante necesidad, que poseen sólo los hombres, de reducir los elementos de su entorno a sus patrones esenciales, mecanismo mental, tanto consciente como inconsciente, que tiene por objeto generar agrupamientos en función de similitudes. Efectivamente, tal como lo expone Cohen, ―The monster always escapes because it refuses easy categorization‖83 (Cohen, 1996: 6). No obstante, esta apreciación no es, en lo absoluto, novedosa. Décadas atrás, en los ‘70, el gran filósofo francés Michel Foucault –1926-1984–, expresaba que: La noción de monstruo es esencialmente una noción jurídica –jurídica en el sentido amplio del término, claro está, porque lo que define al monstruo es el hecho de que, en su existencia misma y en su forma, no sólo es violación de las leyes de la sociedad, sino también de las leyes de la naturaleza–. Es, en un doble registro, infracción a las leyes en su misma existencia (Foucault, 2011: 61) Ahora bien, es evidente que cada época generó una versión distinta de la acepción de «normalidad». Por ende, es importante, cuando se estudia cualquier manifestación del fenómeno de la monstruosidad, no eludir inmiscuirse en la interpretación del concepto de «normalidad» propio de la sociedad en la que dicha manifestación se enmarca. En el caso concreto de la Edad Media, todo lo que se consideraba como «normal» abrevaba de la peculiar visión de la naturaleza que se poseía en aquel momento. Siguiendo a Tullio Gregory, podemos expresar que, por «naturaleza», la mentalidad medieval entendía: … un sistema coherente de interpretación de la realidad y (…) una forma de conocimiento que, obedeciendo a una lógica simbólica, encuentra en las técnicas de la tradición exegética los instrumentos adecuados para alcanzar la verdad del discurso desplegado por Dios en la creación (Gregory, 2003: 590) Precisamente, como bien afirma Kapler, ―El criterio está en la Naturaleza (…) la Naturaleza es la Norma‖ (Kapler, 2004: 246). En consecuencia, los monstruos constituían, para el hombre de la Edad Media, esencialmente, algo que desafiaba el ordenamiento predeterminado que ésta imponía. Para ilustrar esta suposición, cabe recordar que la práctica de la antropofagia, un pecado imperdonable, una aberración que atentaba contra la naturaleza, usualmente se encontraba presente en los monstruos antropomórficos, como en el caso de Grendel, de Beowulf –ca. s. VIII–, tal como puede constatarse en el siguiente extracto: ―… sin demora [Grendel] atrapó a su presa, un guerrero dormido, mordiendo su carne y bebiendo su sangre, para luego engullirlo, miembro por miembro‖ (Beowulf, 2006: 31). No obstante, los monstruos medievales se revelaban como una anomalía no principalmente a través de su conducta, sino por intermedio de su extraordinaria apariencia. Con el objeto de ejemplificar esto, cabe traer a colación sólo algunas de las expresiones más usuales de esta exterioridad sorprendente. En efecto, la monstruosidad, en el Medioevo, usualmente suele encontrarse representada como: a) algo en exceso grande, desproporcionado; b) algo, en la antípoda de lo anterior, de un tamaño mínimo; c) algo cuya característica distintiva descansaba en la ausencia de un órgano irreemplazable, como la cabeza, tal como puede observarse en cierto monstruo antropomórfico conocido como blemmya; d) algo visiblemente impactante como consecuencia de la posesión de alguna extremidad abundantemente desarrollada, como en el caso de la criatura denominada

Esta pregunta también está en el material:

Los_Estudios_Culturales_en_Argentina_Mir
166 pag.

Ética e Cidadania Universidad Antonio NariñoUniversidad Antonio Nariño

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