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Inherentes a la edad, como los cambios en la dinámica familiar, producto de fenómenos como la jubilación, la pérdida de amistades y seres queridos,...

Inherentes a la edad, como los cambios en la dinámica familiar, producto de fenómenos como la jubilación, la pérdida de amistades y seres queridos, los cambios en los roles sociales y otros. El adulto mayor ha de enfrentar el reto de participar de modo activo en la defensa de su salud física y mental, fortalecer las relaciones sociales y favorecer el proceso de envejecimiento satisfactorio a fin de optimizar el sentimiento de felicidad. La inteligencia emocional sugiere capacidades para la solución de problemas que exigen sobreponerse a obstáculos, decidir en momentos de crisis o adaptarse a cambios no deseados. De ahí que el adulto mayor sea un destinatario clave para el cual se pueden desarrollar estrategias emocionales que promuevan una mayor calidad de vida y le permitan disponer de recursos que propiciarán un mejor ordenamiento de las emociones para potenciar el bienestar. Investigaciones realizadas con base en la teoría de la inteligencia emocional aportan evidencias que explican la prevalencia de los factores emocionales en comportamientos que se distinguen por el ajuste social o personal, el ajuste psicológico en el enfrentamiento de tareas de la vida cotidiana (Brackett et al.,2004; Bisquerra, 2003; Dunn et al., 2007; Eisenberg y Fabes, 2006; Gilar et al., 2008; Lopes et al., 2005; Zavala et al., 2008) y el logro del bienestar psicológico (Paz et al., 2003; Fernández-Berrocal et al., 2006). Se ha encontrado que la inteligencia emocional se asocia con una menor sintomatología ansiosa y depresiva, y, por lo tanto, con mejores respuestas a elementos estresores; inclusive, se le considera de alto valor predictivo de la satisfacción con la vida (Law, 2004). En este sentido, los estudios sobre inteligencia emocional comparten temas como el buen humor, el optimismo, la resiliencia y la felicidad, todos los cuales tienen en común, de alguna manera, el equilibrio emocional. No es casual, como destacan Fernández-Berrocal y Extremera (2009), que desde la aparición del término inteligencia emocional se analizara el vínculo potencial entre las habilidades emocionales, el bienestar individual y la felicidad subjetiva (Martínez et al., 2010). Y como bien señalan Fernández-Berrocal et al. (2012), pese a las diferencias entre los estudios realizados y la necesidad de tener más evidencias, las investigaciones han dejado claro que el desarrollo de la inteligencia emocional incrementa el bienestar y la felicidad de las personas y les ayuda a afrontar 'de forma más adaptativa situaciones difíciles'. Un alto desarrollo de las competencias emocionales contribuye a la evolución armónica y equilibrada de la personalidad del adulto mayor, favorece su buena salud, el entusiasmo y sus relaciones con las personas en las diferentes esferas en que se desenvuelve. Pérez-Fuentes et al. (2014) refieren que a los estudios acerca de las emociones en el envejecimiento se les confiere hoy alta prioridad en la mejora de la calidad de vida por la relación constatada entre las emociones y la salud y bienestar de la población mayor. Por lo que en la actualidad la educación emocional en los adultos mayores constituye una necesidad que demanda el desarrollo del mundo emocional como una salida más para el mejoramiento de la calidad de vida.

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