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-No, en efecto. -Sin embargo -dije-, los llamados placeres que por el cuerpo se extienden hacia el alma y resultan quizá los más abundantes e inten...

-No, en efecto. -Sin embargo -dije-, los llamados placeres que por el cuerpo se extienden hacia el alma y resultan quizá los más abundantes e intensos son de ese género: unas escapadas del dolor. -Eso son. -¿Y no son de esa misma índole los presentimientos agradables o dolorosos del porvenir, nacidos de la expectación? -De la misma. X. -¿Y sabes -dije yo- cómo son esos placeres y qué es aquello a que en mayor grado se asemejan? -¿Qué? -preguntó. -¿Crees -dije- que existen en la naturaleza lo alto, lo bajo y lo de en medio? -Lo creo. -¿Y crees que una persona llevada de lo bajo a lo de en medio puede pensar otra cosa sino que se la lleva a lo alto? Y, cuando esté en medio, contemplando el punto de donde ha sido traída, ¿supondrá que está en otro sitio sino en la altura no habiendo visto la altura verdadera? -No creo, ¡por Zeus! -exclamó-, que tal persona pueda pensar de manera distinta. -Y, si fuese llevada de nuevo al punto de partida -seguí-, ¿no pensaría, esta vez con razón, que se la llevaba a lo bajo? -¿Qué más cabe? -¿Y todo eso le pasaría por su inexperiencia de lo que es verdaderamente lo alto, lo bajo y lo de en medio? -Claro está. -¿Y te admirarás de que los que no conocen la verdad no sólo tengan opiniones extraviadas sobre otras muchas cosas, sino también se hallen en tal disposición, respecto del dolor y del placer y de lo que hay en medio de ellos, que, cuando son arrastrados al dolor, se sienten realmente doloridos, poniéndose con ello en lo cierto, pero cuando son pasados del dolor a lo intermedio, creen a pies juntillas que han llegado a la satisfacción y al placer y, a semejanza de los que, por no conocer lo blanco, ven en lo gris lo opuesto a lo negro, ellos, por ignorancia del placer, se engañan viendo en la falta de dolor lo opuesto al dolor? -No me admiraré, ¡por Zeus! -dijo-; más bien me admiraría de que no fuese así. -Atiende ahora -dije- a esto otro: el hambre y la sed y fenómenos semejantes, ¿no son como unos vacíos en la disposición del cuerpo? -¿Qué otra cosa cabe? -Y la ignorancia y la insensatez, ¿no son a su vez unos vacíos en la disposición del alma? -Muy de cierto. -¿Y no llenaría esos vacíos el que tomase alimento o adquiriese inteligencia? -¿Cómo no? -¿Y es más verdadera la plenitud de lo que tiene más realidad o la de lo que tiene menos? -Claro que la de lo que tiene más. -¿Y cuál de los dos géneros de cosas crees que participa más de la existencia pura, el de aquellas como el trigo, la bebida, el compañaje y los demás alimentos o el de la creencia verdadera, la doctrina y la inteligencia, en una palabra, el de toda virtud? Juzga de esto: lo que está atenido a lo que es siempre igual, inmortal y verdadero, siendo además tal en sí mismo y produciéndose en algo de su misma índole, ¿no te parece de mayor realidad que lo que, estando atenido a lo siempre mudable y mortal, es así igualmente en sí mismo y se produce en algo de su misma naturaleza? -Es muy superior -dijo- lo atenido a lo que es igual. -Según eso, ¿el ser de lo siempre mudable tiene más realidad que el ser de la ciencia? -De ningún modo. -¿Y qué? ¿Acaso tiene más de verdad? -Tampoco eso. -Y, si tiene menos de verdad, ¿tendrá menos también de realidad? -Es forzoso. -¿Así, pues, en general las especies de cosas que atañen al servicio del cuerpo participan menos de la verdad y de la realidad que las que atañen al servicio del alma? -Mucho menos. -¿Y no crees lo mismo del cuerpo con respecto al alma? -Sí por cierto. -Así, pues, lo lleno de cosas más reales y que es más real en sí mismo, ¿está más realmente lleno que lo lleno de cosas menos reales y que es además menos real en sí mismo? -¿Cómo no? -De modo que, si el llenarse de las cosas convenientes a la naturaleza es placentero, lo que se llena más realmente y de cosas más reales gozará más real y verdaderamente con auténtico placer; y lo que participa de cosas menos reales se llenará menos real y sólidamente y participará de un placer menos seguro y verdadero. -Nada hay más forzoso -dijo. -Por eso los faltos de inteligencia y virtud, que siempre andan en festines y otras cosas de este estilo, son arrastrados, según parece, a lo bajo y de aquí llevados nuevamente a la mitad de la subida y así están errando toda su vida; y, sin rebasar este punto, jamás ven ni alcanzan la verdadera altura ni se llenan realmente de lo real ni gustan de firme ni puro placer, sino, a manera de bestias, miran siempre hacia abajo y, agachados hacia la tierra y hacia sus mesas, se ceban de pasto, se aparean y, por conseguir más de todo ello, se dan de coces y se acornean mutuamente con cascos y cuernos de hierro y se matan por su insatisfacción, porque no llenan de cosas reales su ser real y su parte apta para contener aquéllas. -Eres un oráculo, Sócrates -dijo Glaucón-, pintando tan a la perfección la vida de la mayoría de los hombres. -¿No es, pues, fuerza que no tengan sino placeres mezclados con dolores, meras apariencias del verdadero placer y sombras sin otro color que aquel, aparentemente muy intenso, que les da la yuxtaposición de placer y dolor y que nazcan en los insensatos unos mutuos y furiosos amores, por los cuales luchan como cuenta Estesícoro que, por ignorancia de la verdad, se luchó ante Troya en torno a la apariencia de Helena? -Sin remedio ha de ser así -dijo. XI. -¿Y qué? ¿No ha de suceder otro tanto con lo irascible, cuando alguien le da salida en la envidia, movido por la ambición, o en la violencia, movido de soberbia, o en la ira, movido de su mal humor, buscando saciedad de honra, de predominio o de venganza sin razonamiento ni discreción? -También es fatal -dijo- que ocurran en ellos tales cosas. -¿Y qué? -dije yo-. ¿No podemos afirmar sin miedo que, de los deseos comprendidos en el afán de riquezas y de honra, aquellos que, siguiendo al conocimiento y al raciocinio y buscando en compañía de éstos los placeres, tomen los que la razón les presente, ésos serán los que lleguen a percibir los más verdaderos -en cuanto pueden serlo los que ellos perciben-, puesto que la verdad es su guía, y a percibir también aquellos placeres que más se les apropien, dado que lo mejor para cada cosa es también lo más adecuado para ella? -Lo más adecuado, en efecto -dijo. -Por tanto, cuando el alma toda sigue al elemento filosófico y no hay en ella sedición alguna, entonces sucede que cada una de sus partes hace lo que le es propio y cumple la justicia; y además cada cual disfruta de sus peculiares placeres, que son los mejores y, en la medida de lo posible, los más verdaderos. -Así es en un todo. -Pero, cuando se impone alguno de los otros elementos, ocurre que éste no halla su propio placer y encima fuerza a los otros a perseguir un placer extraño y no verdadero. -Así es -dijo. -¿Conforme a ello, lo que más lejos esté de la filosofía y de la razón será lo que mayormente produzca tales efectos? -Bien seguro. -Y lo que más se aleja de la razón, ¿no es también lo que más se aleja de la ley y el orden? -Es claro. -¿Y los que se muestran más alejados de todo ello no resultaron ser los deseos eróticos y tiránicos? -Con mucho. -¿Y los que menos, los deseos monárquicos y ordenados? -Sí. -Creo, pues, que el tirano es el que más lejos se halla del placer verdadero y apropiado; y el otro, el que más cerca. -No cabe la menor duda. -La vida del tirano -dije yo- será, pues, la más ingrata; y la del rey, la más placentera. -Sin remedio. -¿Y sabes -dije- cuánto más amargamente vive el tirano que el rey? -Si tú me lo dices... -respondió. -Habiendo, según parece, tres placeres, uno legítimo y dos bastardos, el tirano rebasa los límites aun de estos últimos, se escapa de ley y de razón y vive entre

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Platão e Sócrates no Pireo
940 pag.

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