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CAP_2[1]

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De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía. 
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013. 
CAPITULO II 
 
Intento de soborno 
 
 
 
 
 
Cuando Andrea dijo que era la abogada de la señora Concepción Carbonelli, 
yo no pude menos que acariciar sus palabras. Su dulzura permanecía 
inalterable. 
 - Y yo soy el cardiólogo de la señora Concepción Carbonelli –repliqué 
con voz burlona, tratando de imitarla-. Después de lo cual nos reímos como 
años atrás y quizás habríamos continuado haciéndolo de haber estado solos. 
Inevitablemente, quise imaginarme todo lo que pudo haberle pasado en todo 
ese tiempo. ¡Qué veinte años no es nada! lo dice el tango y nadie se atreve a 
contradecir tal axioma. Pero nada se dijo de veintisiete años, y con siete más 
ya se hacen más de un cuarto de siglo. ¡No es poco! 
Nos preguntamos de nuestras vidas, de lo que hicimos los últimos años. No 
sé, ni recuerdo nada de lo qué me respondió. Sólo era capaz de mirar cómo 
sus labios se abrían y cerraban armoniosamente, sus manos acompañaban a 
sus gestos, sus gestos a su cuerpo, su boca se cerraba unos segundos como 
queriendo darme una mínima oportunidad para interrumpirla -derecho 
constitucional que me negaba a ejercerlo y que ella usufructuaba hábil y 
legalmente-, ¡yo embelesado! Un momento, me tomó ambas manos, eso me 
hizo olvidar la cardiología, mi dirección y hasta mi nombre. Lo poquísimo que 
recuerdo estaba impreso en la tarjeta que me dio. 
 En un momento escuchamos que el ascensor se detenía en el piso 
donde estábamos. Cuando se abrieron las puertas, sale una camilla, en ella 
está una señora anciana de unos ochenta años, la vimos respirar tranquila, 
tiene un chichón en la frente y una huella de sangre había en su rostro, ella 
nos saluda sonriente; la acompaña un médico quien nos dice que la trajeron 
de urgencia de la casa, su esposo le comentó que había hecho “como un 
paro cardiaco”, pero que sólo le duró como unos pocos segundos. 
 -Andrea, yo querría seguir hablando contigo, pero debo atender a 
esta paciente que acaba de llegar. ¡Discúlpame por favor! - le dije 
lamentando interrumpir nuestra conversación. -Le diré a la señora Carbonelli 
 
 
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía. 
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013. 
que hablaremos entre nosotros y que nos pondremos de acuerdo sobre qué 
hacer con ella. ¿Sigues confiando en mí, cierto? Sabes que te extrañé. 
 -Sí, nunca lo dudé. Yo también te extrañé y te pensé siempre. Lo 
sabes. Lástima que no podamos vernos esta noche. La enfermera me dijo 
que estabas de guardia hasta mañana. Ya te vi, ya sé de ti, ya te encontré, 
por ahora eso me basta. Quiero imaginar qué haremos mañana cuando 
volvamos a vernos. Encontrémonos mañana… ¿a cenar, quieres? 
entendiendo tu trabajo. Búscame en la dirección de la tarjeta, a las 8 de la 
noche. 
 -¡Sí, por supuesto! -dije rápidamente, como queriendo que no se 
arrepintiese-. Allí estaré para cuando salgas de tu estudio. A las 8 de la 
noche. Con un beso en la mejilla tan corto como efectivo, sellamos nuestro 
reencuentro. Ella volteó y se fue, como queriendo huir, pero antes de unos 
10 pasos, volvió la mirada, se llevó la mano a la boca y besó el anillo que un 
día fuera de mi abuela. Lloraba. Yo también. Me estremecí de pies a cabeza. 
Comprendí que nada había cambiado entre nosotros en esos 27 años y 4 
meses. Así es la vida. 
 Para cuando llegué a la cama de la paciente, el residente de primer 
año de cardiología ya tenía los signos vitales, la paciente estaba recostada en 
la cama, conectada al monitor de ECG y saturómetro de pulso. Se disponía a 
sacar una muestra de sangre y obtener una vía para líquidos endovenosos. 
Inicialmente, me entregó primero una tira de ritmo del monitor de ECG de la 
paciente. Las manos de la anciana, acariciaban las de su esposo, mientras le 
recordaba que las milanesas estaban en la heladera. “Cómelas, no te vayas a 
olvidar”, le decía. 
 -Nuestros hijos ya están en camino hacia el hospital. ¡Cúren a mi 
esposa, por favor!- nos rogó el esposo con su voz temblorosa y gastada. En 
su rostro habían huellas de una vejez de trabajo, su escaso pelo blanco y 
despeinado, su espalda encorvada, eran una obligada invitación al respeto. 
Le dijimos que se quedara tranquilo y que haríamos todo lo posible para 
atenderla de la mejor manera, al tiempo que le pedíamos que descansara en 
el hall de espera, donde iríamos hablar con él y conversaríamos sobre lo que 
tiene su esposa, para saber más de cómo fue el episodio actual. Él, no sin 
antes dejarle un beso en la frente y después de acariciar sus pies por sobre 
la sábana, salió cabizbajo, pensando. 
 En el monitor de ECG se veía esta secuencia 
 
 
 
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía. 
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013. 
 
 
 
 
 
 
 Hablamos con la paciente, quien nos contó cómo fue el episodio. Nos 
dijo que nunca tuvo ninguna internación de ningún tipo, excepto para sus 
dos partos, cuando sólo la atendió la partera. La examiné, algo me llamo 
mucho la atención, hice como si hubiese encontrado nada de interés. Estaba 
probando al residente. Le pedí a la enfermera que se ocupase de seguir 
atendiéndola. Nosotros salimos a hablar con el esposo. En el pasillo le 
pregunté al residente. 
 - Bueno. Vaya a hablar con el esposo y me cuenta lo que averigüe 
¿Cuál cree Ud. que fue la causa del síncope?. 
 - ¿Ud. cree que fue un síncope? 
 - Entonces ¿qué cree que tuvo? Espere, mejor vamos juntos. 
 El esposo nos relató que encontró a su esposa en el piso, que 
inicialmente no le respondía al llamado, pero que “en pocos segundos 
despertó del paro cardiaco” y ahí se dio cuenta de que se había golpeado la 
frente, luego llamó a la ambulancia, quienes sin demora la trajeron al 
Hospital. 
 De regreso le pregunto al residente cuál es su diagnóstico clínico y 
qué plantea como conducta inmediata. El timbre de mi celular interrumpe 
nuestra conversación. Del otro lado del teléfono la escucho nuevamente a 
ella, era Andrea. 
 -Manuel, no olvides que estaré esperándote, mañana. Yo quisiera 
verte antes, pero tengo una audiencia que será larga -dijo y calló. Yo pude 
oír su respiración. 
 -¡Doctores, vengan a la sala rápido! La señora se desmayó Y tengo el 
ECG. Tienen que ver esto ahora- nos dijo la enfermera. 
 
-Perdón, pero debo ir a ver a la paciente que llegó cuando tú 
estabas-, así interrumpí mi ilusión de escucharla. 
 -Sé cómo es tu trabajo, Manuel. Ve. Me hizo feliz volver a verte. Te 
mando un beso, -dijo Andrea-. Ceo que ella escuchó o entendió lo que 
pasaba. 
 
 
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía. 
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013. 
 Acudimos rápidamente al llamado de la enfermera Inés, mujer de 59 
años, tenía 4 hijos y había adoptado un quinto niño –ahora de 6 años-, ella 
decía, porque le salía un amor que superaba el entendimiento… lo quería 
entrañablemente. Sus otros hijos lo incluyeron en el grupo, como el menor, y 
claro, era el más cuidado. No recuerdo que Inés haya faltado al Hospital en 
los casi 18 años que yo llevaba trabajando –salvo durante sus vacaciones-, 
su vocación por el cuidado de su familia y la atención respetuosa a los 
pacientes son para imitar. El recuerdo más vivo que tengo de ella, es del día 
que lloró un tiempo largo cuando un joven médico se refirió a un paciente 
“como el viejastro de la cama 2”; diría que más por el respeto que le tenía a 
Inés le pedí al médico que considerará la forma de referirse a los pacientes, 
él se cambió de Hospital, no supe más de él; a veces lo busco con la mirada 
en los congresos de cardiología, nunca más volví a verlo. 
 Cuando llegamos a la cama de la paciente vemos en el monitor una 
imagen semejante ala ya vista anteriormente, pero Inés nos alcanza una 
impresión del periodo que le llamó la atención, ella había registrado algo 
definitivo, categórico. 
 
 
 
 
 
 
-¡Ay doctor! parece que me dormí un poco- nos dice Josefina esbozando una 
sonrisa. No se lo diga a mi esposo, por favor, se va a preocupar. A nosotros 
los mayores, eso nos pasa pero tomando un té tranquilizante no vuelven a 
aparecer- Y mientras lo dice, extiende su mano, dejando caer en la mía un 
caramelo de dulce de leche. Sentí su mano, no recuerdo si estaba fría o 
caliente, pero hizo que me corriera un frío intenso por la espalda. Me invadió 
una sensación mezcla de impotencia y asombro, ¡Agradecí a Dios! el 
haberme dado la oportunidad de elegir una profesión en la que puedo ver 
que la gente se ama hasta la muerte. Confieso: Esa tarde, ya casi noche, 
estuve a punto de elegir ser corrupto, deseé por un instante no anotar en la 
evolución el episodio sincopal constatado por Inés. Y todo eso, porque me 
compraron con un caramelo de dulce de leche y el pedido de una anciana. 
 Vi el ECG de Josefina y sonreí. Hay una tarea para Ud. -le dije al 
residente, mostrándole el ECG- ¿Qué ve de raro en él? Suele asociarse al 
 
 
De: Ignacio Zerimar - Noel J. Ramírez ©. En. La electrocardiografía basada en cuento y poesía. 
1ra Ed. Tarixa Libros, Buenos Aires, 2013. 
síndrome de Kartagener. Luego de hacer las indicaciones médicas y de hacer 
unos encargos a los enfermeros, salí de la Unidad Coronaria.

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